Índice de Historia diplomática de la Revolución Mexicana (1910 - 1914), de Isidro FabelaPrimera parte Presidencia de don Francisco I. Madero Primera parte Indebida conducta del embajador norteamericanoBiblioteca Virtual Antorcha

HISTORIA DIPLOMÁTICA
DE LA
REVOLUCIÓN MEXICANA
(1910 - 1914)

Isidro Fabela

PRIMERA PARTE

EL CUARTELAZO



El domingo 9 de febrero de 1913, un nutrido fuego de fusilería conmovió profundamente a los habitantes de la ciudad de México. Los generales Félix Díaz y Bernardo Reyes, presos por rebelión, habían escapado de sus respectivas cárceles y al frente de un ejército alzado atacaban el Palacio Nacional rebelándose nuevamente contra el gobierno constitucional presidido por don Francisco I. Madero, electo quince meses anes en el plebiscito más elocuente de nuestra historia política.

Cuando el Presidente Madero en un gesto valeroso marchaba a caballo al lugar de los sucesos, arrostrando con serenidad el peligro de las balas que lo envolvían, se le presentó el general Victoriano Huerta, a ofrecerle sus servicios, que inmediatamente le fueron aceptados, nombrándosele Comandante Militar de la Plaza.

La lucha entre los alzados y el defensor de la Ley, Huerta, fue desde un principio más aparente que real. Al cabo de una semana angustiosa, Félix Díaz, el sobrino de don Porfirio, y Huerta, se pusieron de acuerdo. Éste aprehendió en Palacio al Presidente y a su gabinete, forzó a los señores Madero y Pino Suárez a presentar sus renuncias al Congreso, resultando de aquella farsa trágica el ministro de Relaciones licenciado Pedro Lascuráin, jefe del Poder Ejecutivo, cargo que renunció cuarenta y cinco minutos más tarde, no sin antes dejar nombrado a Huerta, ministro de Gobernación, quien asumió así, conforme a la Constitución, cínicamente burlada, la Presidencia de la República.

Dos días después, el que fuera apóstol de la democracia mexicana, y su fiel compañero Pino Suárez, morían asesinados, por orden de los usurpadores, en los aledaños de la penitenciaría del Distrito Federal.

La Cámara de Diputados, por la presión terrorífica de las bayonetas que esperaban amenazadoras el acuerdo de los'legisladores para entrar en acción criminal en caso de repulsa, aceptó las renuncias que no debieron nunca haberse suscrito ni tampoco aceptado.

Conforme a la Constitución de 1857, vigente entonces, a falta del presidente y del vicepresidente, correspondía la presidencia de la nación a los ministros del gabinete, por su orden, pero como todos ellos se eliminaron del escenario político y la Suprema Corte de Justicia aceptó los hechos consumados y reconoció al gobierno espurio, no obstante su notoria delincuencia política y común, tocaba sin duda a los gobernadores de los Estados y al país protestar de algún modo contra semejantes crímenes de lesa constitución y humanidad.

El pueblo y un gran ciudadano resolvieron el conflicto de acuerdo con el espíritu de nuestra Carta Magna y, cumpliendo con inmanentes deberes de justicia y derecho, que se levantaban con imperio para exigir a la nación mexicana una inmediata y valerosa repulsa que salvara nuestra dignidad ante la historia y nuestra vergüenza ante el mundo.

Aquel hombre fue Venustiano Carranza, Gobernador Constitucional del Estado de Coahuila. El cual se enteró del golpe de Estado acaecido en la capital de la República por el siguiente mensaje de Victoriano Huerta lleno de audacia e impudicia, dirigido a todos los gobernadores y comandantes militares:

Autorizado por el Senado, he asumido el Poder Ejecutivo, estando presos el Presidente y su gabinete.

LA ACTITUD DEL GOBERNADOR CARRANZA

Al recibir dicho telegrama el señor Carranza reunió a los señores diputados al Congreso Local, a quienes manifestó que: no teniendo el Senado facultades constitucionales para nombrar otro presidente ni mucho menos para poner presos a los primeros mandatarios del país, era deber del gobierno (de Coahuila) desconocer inmediatamente tales acros. Y como agregara el señor Carranza que sería deber del ejecutivo del Estado desconocer esa misma noche los actos de Victoriano Huerta y de sus cómplices, aun cuando fuera necesario tomar las armas y hacer una guerra más extensa que la de tres años, a fin de restaurar el orden constitUcional, ... esperaba que la XXII Legislatura del Estado no solamente aprobara y secundara su actitud, sino que le otorgara facultades extraordinarias, por lo menos en los ramos de guerra y hacienda (1).

Acto seguido el gobernador documentó su actitud enviando escrita su iniciativa correspondiente a la Cámara, la cual resolvió desconocer al usurpador en los términos del siguiente decreto expedido el mismo día:

Venustiano Carranza, Gobernador Constitucional del Estado Libre y Soberano de Coahuila de Zaragoza, a sus habitantes, sabed:

Que el Congreso del mismo ha decretado lo siguiente:

El XXII Congreso Constitucional del Estado Libre, Independiente y Soberano de Coahuila de Zaragoza, decreta:

Número 1,495

Art. 1° Se desconoce al general Victoriano Huerta en su carácter de Jefe del Poder Ejecutivo de la República, que dice él le fue conferido por el Senado, y se desconocen también los actos y disposiciones que dicte con ese carácter.

Art. 2° Se conceden facultades extraordinarias al Ejecutivo del Estado en todos los ramos de la administración pública, para que suprima los que crea conveniente y proceda a armar fuerzas para coadyuvar al sostenimiento del orden constitucional de la República.

Económico. Excítese a los gobiernos de los demás Estados y a los jefes de las fuerzas federales, rurales y auxiliares de la Federación, para que secunden la actitud del gobierno de este Estado (2).

Una vez cumplidos tales requisitos legales, el gobernador Carranza redactó la histórica circular que lanzó a toda la nación y que a la letra dice:

El gobierno de mi cargo recibió ayer, procedente de la capital de la República, un mensaje del señor general Victoriano Huerta comunicándome que con autorización del Senado se había hecho cargo del poder Ejecutivo Federal, estando presos el señor Presidente de la República y todo su gabinete. Como esta noticia ha llegado a confirmarse, y el Ejecutivo que represento no puede menos que extrañar la forma anómala de aquel nombramiento, porque en ningún caso tiene el Senado facultades constitucionales para hacer tal designación, cualesquiera que sean las circunstancias y sucesos que hayan ocurrido en la capital de México, con motivo de la sublevación del brigadier Félix Díaz y generales Mondragón y Reyes, y cualquiera que sea también la causa de la aprehensión del señor Presidente y sus ministros, es al Congreso General a quien toca reunirse para convocar a elecciones extraordinarias según lo previene el artículo 81 de nuestra Carta Magna. Por tanto, la designación que hizo el Senado en la persona del señor general Victoriano Huerta para Presidente de la República es arbitraria e ilegal y no tiene otra significación que el más escandaloso derrumbamiento de nuestras instituciones y una verdadera regresión a nuestra vergonzosa y atrasada época de los cuartelazos, pues no parece sino que el Senado se ha puesto en connivencia y complicidad con los malos soldados enemigos de nuestras libertades, haciendo que éstos vuelvan contra ella la espada con que la nación armara su brazo en apoyo de la legalidad y del orden. Por esto, el gobierno de mi cargo, en debido acatamiento a los soberanos mandatos de nuestra Constitución Política mexicana y en obediencia a nuestras instituciones, fiel a sus deberes y convicciones y animado del más puro patriotismo, se ve en el caso de desconocer y rechazar aquel incalificable atentado a nuestro Pacto Fundamental y en el deber de declararlo así a la faz de toda la nación, invitando por medio de esta circular a los gobiernos de todos los Estados de la República y a todos los Jefes Militares a ponerse al frente del sentimiento nacional, justamente indignado, y desplegar la bandera de la legalidad para sostener por medio de las armas el Gobierno Constitucional emanado de las últimas elecciones verificadas de acuerdo con nuestra ley en 1910.

El gobernador.
Venustiano Carranza (3).

La singular actitud del señor Carranza decidió nuestros destinos históricos llevando a México por el camino del honor y la justicia. Él fue el iniciador del movimiento nacional que derrocaría finalmente un régimen oprobioso que, basado en la traición, se impuso algún tiempo por la fuerza.

Carranza sabía que era preciso tomar las armas y hacer una guerra más extensa que la de tres años a fin de restaurar el orden constitUcional, según sus propias palabras; y consciente de su responsabilidad se enfrentó al tirano con un puñado de patriotas que compenetrados de sus deberes ciudadanos lo sostuvieron de manera decidida; unos, los diputados de la legislatura coahuilense, con su legal actitud de protesta, y los otros, los que constituyeron el núcleo inicial del Ejército Constitucionalista, con su resoluto empeño de dar su vida por salvar el honor de la República.

Por fortuna para la causa revolucionaria el pueblo todo del país se irguió contra la dictadura huertista, muchos espontáneamente -lo que demostró a las claras la reacción inmediata del sentir popular-, otros secundando el movimiento reivindicador dirigido por don Venustiano Carranza. Todos demostrando con su digna conducta que la nación, herida en su alma por los crímenes de febrero, estaba dispuesta a vengar la muerte de su apóstol mártir.

Para estimar la grandeza de espíritu de don Venustiano Carranza al asumir de inmediato la trascendente responsabilidad que echó sobre sus hombros de estadista, es preciso darse cuenta de su situación real el 13 de febrero de 1913, cuando desafió a Huerta desconociendo su espuria jerarquía.

El gobernador de Coahuila no tenía ejército local. El señor Presidente Madero, cometiendo un craso error, no había permitido que los gobernadores tuviesen fuerzas propias, ni aun a don Abraham González y al señor Carranza que tanto las necesitaban y tanto las requerían para combatir la rebelión orozquista. El novato estadista, por exceso de credulidad y carencia de sentido político, no estimó necesaria la creación de fuerzas rurales porque creyó y confió en el Ejército Federal como el mejor y único sostén de su gobierno, de ese Ejército que a la postre habría de sacrificarlo.

El Presidente Madero fue así el irreflexivo responsable del desamparo en que se vio el gobernador de Chihuahua, don Abraham González, cuando fue preso y asesinado por los mismos esbirros que poco antes le garantizaran la vida bajo su palabra de honor (4). Y fue asimismo el causante de la precaria situación castrense en que hallábase don Venustiano Carranza cuando desconoció a los traidores de la capital. Porque el gobernador de Coahuila sólo contaba el día 13 de febrero con veintiocho hombres armados al mando de Francisco Cos, con sesenta de Cesáreo Castro y con la exigua policía municipal de Saltillo (5) ¿Y con esos paupérrimos elementos de combate se atrevía el temerario Carranza a enfrentarse al poderoso Ejército de la Federación que disponía de toda clase de elementos bélicos de las tres armas y con el dinero necesario de la tesorería nacional?

Sí, porque él confiaba en una fuerza inicial y permanente mucho más poderosa que todas, la incontrastable de la ley y del derecho, que le darían, como le dieron, el apoyo moral del espíritu público y el apoyo físico del pueblo que seguramente lo sostendría con las armas en la mano. Como sucedió.

Por eso Carranza no vaciló un instante, porque él presentía, con los conocimientos que tenía de nuestra historia, en la que era un maestro, y con la fe que fincó en su causa, que era la del pueblo. que quienes no se hubieran levantado en armas contra la usurpación por falta de un jefe que los condujera a la lucha, al saber que el gobernador constitucional de Coahuila había enarbolado la bandera de la legalidad, acudirían a él para ponerse a sus órdenes.

Además, Carranza tenía la robustez de alma que sólo da el cumplimiento del deber. Él no podía aceptar los hechos consumados en México callada y sumisamente. Era el gobernador que había protestado cumplir y hacer cumplir la Constitución Federal y la de su propia entidad federativa, y con fundamento en las dos constituciones, tenía que cumplir con su deber de gobernante y de hombre. Y como el gobernante era Integérrimo y el hombre era paradigma de probidad y energía, a sí mismo se marcó la recta línea de conducta que había de seguir y la siguió sin vacilaciones y con urgencia, porque su hlstoria personal y la de su patria le reclamaban con imperio el fiel y pronto cumplimiento de su misión.

Y la cumplió a sabiendas de que la causa que emprendía era no sólo militar y política sino social; y que, por consecuencia, sería larga y cruenta pues el enemigo era el antiguo régimen: el pasado porfiriano que levantaba la cabeza con ansias incontenibles de tornar al poder. Y para esa contienda estaba listo porque él era un reformador, un espíritu flamante que comprendiendo el alcance de su empresa redentora estaba resUelto a llevarla al triunfo para salvar al país de una restauraclon reaccionaria.

EL PRESIDENTE TAFT ANTE LA REVOLUCIÓN MEXICANA

Mientras tan graves acontecimientos se desarrollaban en la República Mexicana, veamos cuál fue la acritud del gobierno de los Estados Unidos.

El Presidente William H. Taft a la sazón representante del Poder Ejecutivo de su país, al enterarse de los sucesos de México, convocó a un consejo extraordinario de ministros (10 de febrero) para discutir la situación internacional. En ese consejo se acordó que los sucesos acaecidos en nuestro país no justificaban, en absoluto, una intervención armada, dictándose solamente algunas disposiciones preventivas que fueron las siguientes:

El contraalmirante Badger recibía órdenes, en Guantánamo, de enviar un acorazado a Veracruz y otro a Tampico; y el contraalmirante Southerland, en el Pacífico, igualmente las tuvo de enviar el Colorado a Mazatlán. La secretaría de Guerra no dictó ningunas órdenes de movilización de tropas, limitándose con hacer pública la noticia de que la Brigada de 15,000 hombres que se había organizado bajo órdenes directas del Estado Mayor del Ejército Americano, ya que estaba destinada para casos fortuitos de intervención en países hispanoamericanos, se encontraba lista para cualquier eventualidad. En cumplimiento de esas órdenes, ese mismo día los acorazados Georgia y Virginia salieron para Veracruz y Tampico, respectivamente; y más tarde, en vista de la creciente alarma de las noticias que desde la capital mexicana trasmitía el embajador Henry Lane Wilson, el gobierno ordenaba la salida de dos acorazados más para aguas del Golfo.

Las noticias que el expresado embajador Wilson trasmitió a Washington, desde el momento mismo en que estalló el cuartelazo, fueron siempre de carácter más exagerado y pesimista -dice el ingeniero Juan F. Urquidi- (6). Para nadie en México son un secreto las simpatías del embajador por Félix Díaz.

A cuantos visitantes americanos y mexicanos acudían a la Embajada durante la Decena Trágica en busca de noticias, el embajador hacía creer que el triunfo de los rebeldes de la Ciudadela era inevitable y no podría tardar mucho. En noviembre de 1912, cuando Félix Díaz se rebeló contra el gobierno de Veracruz, Henry Lane Wilson se encontraba en Washington, y ahí, en su carácter oficial, hizo declaraciones públicas prediciendo el triunfo del felicismo y haciendo grandes elogios del sobrino de don Porfirio.

La actitud inequívoca de Taft, de no intervenir por la fuerza armada en los asuntos de México, resistiendo con toda entereza la enorme presión que por todos lados se le hacía por los jingoístas y los imperialistas por los grandes intereses de Wall Street, fue grandemente elogiada por la prensa sensata de todo el país, y recibió el apoyo incondicional de la opinión pública.

El mismo día 12, y a preguntas directas de los periodistas que le hicieron acerca de su actitud ante los sucesos de México, Taft reiteró sus propósitos de no intervenir, añadiendo que, en un caso extremo, no daría ningún paso en ese sentido sin la aprobación y autorización previa del Congreso.

Las exageradas noticias que venían de México habían cundido la alarma por todas panes. Se aseguraba, entre otras cosas, que los representantes diplomáticos extranjeros habían quedado en la zona de fuego y que sus vidas corrían inminente peligro, y ante esta amenaza, los intervencionistas habían puesto el grito en el cielo, pidiendo el envío de fuerzas a la capital.

Los preparativos militares, en vez de suspenderse, parecían haberse redoblado y de esto supieron aprovecharse en México los enemigos de Madero haciendo propalar la noticia de que ya se habían dado órdenes para el desembarque de marinos en Veracruz. En realidad, lo que había pasado era que el general Wood había dictado órdenes para que la primera brigada, que se encontraba en Governor's Island, Nueva York, estuviera lista para movilizarse en caso necesario. Dicha brigada estaba compuesta de unos 3,800 hombres y se decía que formaba la vanguardia de los 15,000 hombres que la secretaría de Guerra enviaría a México, en caso de intervención.

Pero si por un lado se hacían algunos preparativos de guerra en previsión de un caso extremo, por el otro, no faltaron personas en Washington que hicieran esfuerzos para resolver la crisis de México en forma pacífica -aunque ingenua y, en el fondo, tonta-. Entre esas personas debe mencionarse al señor John Barret, director de la Unión Panamericana. En efecto, ya para el día 13 de febrero, míster Barret había sometido un plan de mediación al gobierno de Washington. En esencia, dicho plan proponía la creación de una junta internacional, convocada bajo los auspicios de los Estados Unidos, y que debería estar integrada por prominentes americanos, sudamericanos y mexicanos, tales como Bryan, Root, don Ignacio Calderón (de Bolivia), el doctor Peña (de Uruguay) y otros. Entre los mexicanos que se proponían para formar parte de la junta figuraban, por de contado, el consabido De la Barra, el licenciado Joaquín Casasús, y otros, más o menos identificados con el antiguo régimen porfirista.

El objeto de esa junta internacional, tal como la proponía el señor Barret, era hacer una investigación imparcial y cuidándose de las causas y motivos de la rebelión de Félix Díaz, después de la cual, la junta recomendaría las medidas que juzgara convenientes para el restablecimiento de la paz en México. El plan proponía, además, que el gobierno americano notificase oficialmente a Madero y a Félix Díaz, de la creación de esa junta de arbitraje, para que las hostilidades entre el gobierno mexicano y los rebeldes de la Ciudadela se suspendieran desde luego.

Tan candoroso plan no encontró, como era de esperarse, ningún eco en la administración de Taft; antes bien, la forma poco discreta y antidiplomática en que el señor Barret, sin función oficial alguna, pretendía constituirse en el árbitro supremo de la situación, provocó vehementes ataques en su contra y lo malquistó con el elemento oficial del gobierno. El plan, por otra parte, no encontró mejor aceptación en México, ni aun entre aquellos en quienes era de esperarse que tuviera buena acogida, como se desprende del siguiente boletín que el Departamento de Estado dio a la prensa para su publicación. Dicho boletín decía:

El embajador Henry Lane Wilson ha telegrafiado al Departamento preguntando si es posible hacer algo para contener las perniciosas actividades del señor Barret. Dice, en efecto, que las declaraciones de mister Barret han sido publicadas en México, y han causado muy mala impresión, pues la actual situación requiere todo menos sentimentalismos políticos de amateur. El embajador añade que la colonia americana en México ha visto con malos ojos las declaraciones de míster Barret y protesta contra ellas.

Este boletín expedido por el Departamento de Estado dio al traste con tan ingenuo plan. Es de notarse, sin embargo, que la idea de mister Barret, de hacer intervenir a las potencias sudamericanas en los asuntos de México, en combinación con los Estados Unidos, dio origen más tarde a la mediación del A.B.C. a raíz de la ocupación de Veracruz por los americanos, en abril de 1914, y más tarde, a las conferencias panamericanas en que tomaron parte, además del A.B.C., Bolivia, Uruguay y Guatemala.

Mientras míster Barret hacía, así, sus primeros pininos diplomáticos, México había sido hondamente conmovido por una noticia que los enemigos de Madero habían hecho circular con una rapidez y eficacia pasmosas. Esa noticia era la de que Taft había declarado públicamente la intervención armada en México. La fuente de dicha noticia parecía ser la Legación Inglesa, o más bien, el ministro Stronge en particular, quien aseguraba que ya se habían dado órdenes para el desembarque inmediato de marinos en Veracruz. Pero es bien sabido que el ministro inglés, así como la mayoría del resto de sus colegas, no eran más que instrumentos del embajador americano, quien como decano del Cuerpo Diplomático llevaba la batuta en todas las cuestiones (7.


Notas

(1) Alfredo Breceda, México revolucionario, 1913-1917. Tomo I. Madrid, 1920. p. 143.

(2) Breceda, op. cit., p.147.

(3) Breceda, op. cit., pp. 148 Y 149.

(4) Ver el capítUlo El Gobernador don Abraham González, que forma parte del libro Paladines de la libertad de Isidro Fabela. Populibros La Prensa. División de Editora de Periódicos, S.C.L. México, 1958.

(5) Breceda, op. cit., p. 150.

(6) Como un homenaje al valioso hombre de la Revolución, ingeniero Juan F. Urquidi, doy a conocer en este estudio buena pane de sus apuntes inéditos que tienen, a nuestro juicio, un gran interés histórico, y cuyos originales obran en mi poder.

(7) Juan F. Urquidi, op. cit.
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