Índice de Historia diplomática de la Revolución Mexicana (1910 - 1914), de Isidro FabelaSegunda parte El caso de William Bayard Hale Segunda parte Caso BentonBiblioteca Virtual Antorcha

HISTORIA DIPLOMÁTICA
DE LA
REVOLUCIÓN MEXICANA
(1910 - 1914)

Isidro Fabela

SEGUNDA PARTE

MI INGRESO EN LA SECRETARÍA DE RELACIONES EXTERIORES



Antes de pasar adelante en esta historia, me parece pertinente consignar los hechos que siguen:

Poco después que tuvieron lugar las conferencias mencionadas, el Primer Jefe comisionó al licenciado Francisco Escudero para que se entrevistara con el general Francisco Villa, en Ciudad Juárez, con el fin de comunicarle ciertas órdenes de la Primera Jefatura; y después se trasladase a Washington, en misión especial. Pero desgraciadamente nuestro secretario de Hacienda y Relaciones fue separado de su alto cargo por el señor Carranza, no pudiendo cumplir las comisiones que se le habían confiado.

En otra parte (1) he pormenorizado los motivos que el Primer Jefe tuvo para tomar tan penosa decisión que, en síntesis, fue ésta: el señor Escudero padecía una enfermedad esporádica precisamente cuando se entrevistó con el general Villa en Ciudad Juárez.

Cuando don Venustiano quedó impuesto, por informes fidedignos que urgentemente le proporcionaron, de que era cierto aquel lamentable suceso, ordenó por telégrafo al señor Escudero que regresara inmediatamente a Sonora; y como no obedeciera, continuando su viaje rumbo a Washington, después de reiterarle sus órdenes a bordo del ferrocarril donde viajaba, con el resultado negativo de la misma desobediencia, le telegrafió lo siguiente, a cargo de nuestra agencia confidencial en aquella capital federal.

Por haberle perdido su confianza esta Primera Jefatura, queda usted separado de los cargos de secretario de Relaciones y Hacienda del Gobierno Constitucionalista.

Venustiano Carranza.

Dos días antes de la partida del señor Escudero para los Estados Unidos, me había yo incorporado a nuestra secretaría de Relaciones Exteriores por acuerdo del señor Carranza, con el cargo de jefe del departamento diplomático de nuestra cancillería. Esto, después de haber renunciado el cargo de oficial mayor en el gobierno de Sonora. De manera que al tener noticia de la separación inesperada de mi querido amigo y superior jerárquico, el licenciado Escudero, me presenté a don Venustiano para proponerle lo siguiente: que en vista de la acefalía de nuestro ministerio de Relaciones Exteriores, don Enrique Llorente, encargado del departamento consular, acordara con él los asuntos de su incumbencia; y que yo, por mi parte, le llevara para su consideración las cuestiones diplomáticas.

A lo que me contestó el Primer Jefe:

- No, licenciado, desde este momento queda usted nombrado oficial mayor de la secretaría de Relaciones, encargado del despacho. A ese efecto he dado ya las órdenes respectivas para que proteste usted con las formalidades de secretario de Estado, en el palacio de gobierno, en presencia de las autoridades civiles de esta entidad, y de la Primera Jefatura y con asistencia de los oficiales francos de la guarnición de la plaza y del público en general.

Como así se hizo al día siguiente, tomándome la protesta reglamentaria, un tanto modificada, el licenciado Rafael Zubaran, secretario de Gobernación, en estos términos:

- ¿Protesta usted cumplir y hacer cumplir el Plan de Guadalupe y los decretos que expida el Primer Jefe del ejército constitucionalista, en su carácter de oficial mayor de la secretaría de Relaciones encargado del despacho?

- Sí protesto.

Entonces el Primer Jefe del ejército constitucionalista encargado del Poder EjecUtivo se dirigió a mí, diciéndome:

- Si no lo hiciereis así que la nación os lo demande.

Como se ve, el gobierno de la Revolución suprimió de la vieja fórmula de la protesta usada por muchos años, la parte que dice:

Si así lo hiciereis que la nación os lo premie.

Esto porque el señor Carranza consideró, acordándolo así con el licenciado Zubaran, que el que cumple con su deber no merece premio, y sí castigo el que no lo cumpliere.

Después de esta formalidad solemne, me hice cargo del ministerio de Relaciones Exteriores de la Revolución.

CASO DE LA MINA EL DESENGAÑO

El primer incidente internacional que me tocó conocer como encargado de nuestra cancillería fue el de la mina El Desengaño, ubicada en el Estado de Durango.

La documentación y relato de los acontecimientos de ese incidente es el que sigue:

El 19 de enero de 1914, el Primer Jefe Venustiano Carranza recibió el mensaje que transcribo, firmado por el cónsul estadounidense en Nogales, Sonora:

Mi gobierno me dice pida a usted protección para la mina de El Desengaño, perteneciente a españoles, mexicanos y un americano, en Durango. Ministro español informa que obedeciendo órdenes de Villa, el Presidente Municipal de Guanaceví está para confiscar esta mina.

Cónsul americano.
Frederick Simpich (2).

El secretario particular del señor Carranza, mi buen amigo don Gustavo Espinosa Mireles, me dijo al entregarme tal documento que, por instrucciones del Jefe, al día siguiente se lo llevara para acuerdo.

Desde luego comprendí que el asunto contenido en dicho telegrama revestía verdadera imponancia porque era la primera representación internacional recibida por el gobierno constitucionalista en un negocio que no era exclusivamente de ciudadanos norteamericanos.

La intervención del ministro español en México, que lo era don Bernardo de Cólogan y Cólogan, dirigiéndose a Washingron para que la secretaría de Estado tomara el asunto en sus manos desentendiéndose de los revolucionarios constitucionalistas, demostraba a las claras que el gobierno de S. M. Alfonso XIII no quería entenderse con nosotros, sino con los Estados Unidos considerando a esta gran potencia como la tutora de la América Latina y en particular de México, que estaba en plena revolución.

¿Cuál sería la actitud del ciudadano Primer Jefe en el caso de las minas de El Desengaño?

¿Permitiría que la Casa Blanca se avocara el conocimiento de todas las reclamaciones europeas como representante oficioso de aquellos Estados trasatlánticos que no querían dirigirse al gobierno constitucionalista y sí tenían relaciones diplomáticas con el usurpador Victoriano Huerta?

¿Aceptaría el señor Carranza el principio de que los Estados Unidos se constituyera en garante o responsable de la conducta de los mexicanos ante las naciones del Viejo Continente?

Al llevar el telegrama del cónsul Simpich a la consideración del Primer Jefe, éste me dio instrucciones para que lo contestara basado en sus órdenes concretas que trasmití en la siguiente forma:

El ciudadano Primer Jefe del Ejército Constitucionalista recibió el telegrama de usted del 19 del actual, por el que pide protección para la mina El Desengaño perteneciente a españoles, mexicanos y un americano, en Durango, y agrega que el ministro español informa que el presidente municipal de Guanaceví, obedeciendo órdenes del general Francisco Villa, está por confiscar dicha mina.

En debida contestación y por acuerdo del ciudadano Primer Jefe del E. C, debo manifestar a usted que las representaciones o reclamaciones que se refieran a intereses extranjeros deberán ser hechas al ciudadano Primer Jefe del E. C, por conducto de la secretaría de Relaciones, por medio de los representantes diplomáticos del país a que pertenezca el extranjero perjudicado y que tuvieren facultades de su gobierno para hacer dichas representaciones o reclamaciones.

Reitero a usted las seguridades de mi atenta consideración.

Libertad y Constitución.
Culiacán, Sinaloa, 27 de enero de 1914.
El oficial mayor encargado del despacho.
Fabela.

Al señor Frederick Simpich, cónsul americano en Nogales, Sonora (3).

La réplica del secretario de Estado la recibimos poco después. Decía lo siguiente la hábil respuesta de míster William J. Bryan, en carta dirigida a su consul en Nogales:

Departamento de Estado.
Washington, 2 de marzo de 1914.
Frederick Simpich, cónsul americano.
Nogales, México.

Apreciable señor:

El departamento acusa recibo de su oficio número 289 fechado el 19 de febrero de 1914, referente a la protección de la mina El Desengaño, ubicada en Guanaceví, Durango, propiedad que pertenece en gran parte a súbditos españoles. En este oficio nos dice que el secretario de Relaciones Exteriores en el gabinete de Carranza le ha hecho saber a usted que es absolutamente necesario que las quejas y reclamaciones de estos extranjeros se hagan directamente al general Carranza por conducto de su secretario de Relaciones, por los representantes de los países a que pertenezcan.

El departamento ha recibido esta contestación con gran pena y temor y su temor aumentaría muchísimo si tuviese la seguridad de que esta respuesta le fue dada a usted después de haber considerado seriamente la situación delicada que su aplicación práctica forzosamente crearía. El departamento, sin embargo, tiene todavía la esperanza de que a las consecuencias de esta determinación no se les dio la importancia que merecen, y que el general Carranza, después de pensarlo algo más, no deseará ni querrá aumentar las dificultades y los embarazos en que se encuentran los gobiernos y súbditos extranjeros, dadas las condiciones anómalas por las que atraviesa México, ni tampoco querrá obligar a estos gobiernos a que tomen en consideración nuevas y serias complicaciones.

Las potencias extranjeras tienen y pueden tener en la República Mexicana únicamente un cuerpo de representantes diplomáticos, y estos representantes se encuentran, como lo sabe el general Carranza, en la ciudad de México, la cual es la capital de la República. Esta ciudad está en poder de la administración que preside el general Huerta, el cual ejerce en la actualidad control, Norte y Sur, sobre un número de Estados de la República. En estas circunstancias les es igualmente difícil a los representantes diplomáticos que se encuentran en la ciudad de México el hacerle representaciones al general Carranza, como les sería difícil en el caso contrario el dirigirle sus quejas al general Huerta. En estas circunstancias los representantes consulares de las potencias extranjeras, incluso los de Estados Unidos, han, de conformidad con las costumbres y necesidades creadas por esta situación, dirigido representaciones extraoficiales a las autoridades locales en el territorio controlado por el general Carranza y por las fuerzas que le reconocen como a su Jefe. Sin embargo, en diferentes puntos, comprendidos dentro del territorio mexicano, otros países, además de los Estados Unidos, no tienen representantes consulares y a no ser que estas representaciones se puedan hacer, en el interés de estos ciudadanos extranjeros, por conducto de los cónsules americanos, tendrían que abandonarse por completo.

Las representaciones así hechas, por conducto de los funcionarios consulares americanos a favor de otros extranjeros, están estrictamente de acuerdo con las costumbres y leyes internacionales. Es una cosa común para los representantes consulares de un país funcionar en una forma extraoficial a favor de los ciudadanos o súbditos de otros países. Ésta es una medida en la práctica, que ocurre casi diariamente en épocas de paz como de guerra. El prohibir el ejercicio de estos favores amistosos sería en todo caso un acto deplorable; pero, en medio de las condiciones por que atraviesa México actualmente, esta prohibición revestiría un carácter de suma gravedad y no sería difícil provocar un sentimiento de inquietud. El gobierno de los Estados Unidos, hasta la fecha, ha ejercitado toda su influencia a fin de impedir que las potencias extranjeras adopten medidas coercitivas para el arreglo de sus quejas en México; y al hacerlo así, ha fortalecido su influencia por medio de su ejemplo. Pero ahora se ve obligado a sentir la más grande inquietud respecto a la situación que indudablemente se provocaría si se anunciara, como determinación final del general Carranza, que dentro de los límites del territorio que él domina los pedimentos para la protección de los extranjeros y sus intereses pueden únicamente hacerse según condiciones que prohiben de una manera evidente y absoluta estos pedimentos.

Es inútil decir que estas representaciones se hacen con el mismo espíritu amistoso en que hasta la fecha se ha inspirado la conducta de este gobierno y el departamento no se permite dudar que el general Carranza, con su inteligencia y elevado sentimiento de justicia que sabe le caracteriza, resolverá que los cónsules de los Estados Unidos queden autorizados en lo futuro, como lo han sido anteriormente, para prestar su ayuda y buenos oficios a favor de otros extranjeros en el territorio que controla.

Repítome de usted, señor, su Atto. y S. S.

(Firmado).
Bryan (4).

Ya para entonces, es decir, marzo de 1914, había surgido el conflicto que provocara el general Villa con la desaparición del súbdito británico William Benton, caso del que nos ocuparemos en seguida, de manera que el Primer Jefe, en su nota de dúplica al secretario de Estado, se refiri6 a los dos incidentes surgidos, el de Guanaceví y el de Benton, en la siguiente forma:

Al señor Frederick Simpich, cónsul aqmericano en Nogales, Sonora.

Haga usted saber al gobierno americano y al embajador inglés que los lamentables acontecimientos derivados inevitablemente de la actual lucha civil son una consecuencia del error grave cometido por algunas naciones extranjeras al haber reconocido como Presidente legal de la República Mexicana a Victoriano Huerta. Que comoquiera que haya ocurrido el caso Benton, se harán las investigaciones que sean necesarias para proceder después en justicia; pero hágales usted presente que, por sensible que sea este caso, de ninguna manera podrá compararse con los asesinatos del Presidente y Vicepresidente de la República, delitos de los cuales varias naciones extranjeras, entre ellas Inglaterra, no se preocuparon como era su deber, pues ni siquiera se cercioraron de la verdad de los hechos y reconocieron como Presidente Constitucional de la República Mexicana al asesino de los mandatarios del pueblo.

En el caso Benton, el gobierno aceptará las reclamaciones hechas en debida forma, siempre que aparecieren justificadas; y en el caso de los asesinatos del Presidente y Vicepresidente de este país, México nada reclama a los países extranjeros, muy especialmente a Inglaterra y a España, que de un modo muy particular intervinieron por conducto de sus representantes diplomáticos en la ciudad de México.

Que es preciso que las naciones extranjeras no olviden que, conforme a derecho, no tienen facultad de hacer representaciones al gobierno realmente constitucional, puesto que no lo han reconocido ni le han dado personalidad alguna internacional, y en cambio sí reconocieron al gobierno usurpador de Huerta, que asesinó al Presidente Madero y al Vicepresidente Pino Suárez; y no sólo eso, sino que han hostilizado a los constitucionalistas, haciendo presión Inglaterra ante los Estados Unidos para hacer variar su política justa; y gran parte de los súbditos españoles radicados en la República, han ayudado al gobierno usurpador pecuniariamente y hasta por medio de las armas; que países que han procedido así, cometiendo la más grande de las injusticias internacionales de los tiempos modernos, no deberían tener derecho a hacer reclamaciones de acontecimientos desgraciados de que ellos han sido causa por su actitud.

Agradezco a usted mucho el que se haya molestado en venir a ésta a mostrarme la carta que el señor secretario de Estado Bryan dirigió a usted, relativa a los asuntos internacionales motivados por la guerra civil.

Como usted sabe, la secretaría de Estado en Washington, por conducto de usted y del cónsul americano en Hermosillo, señor Louis Hostteter, se ha dirigido a mí varias veces haciéndome dos clases de representaciones, ambas extraoficiales: unas relativas a ciudadanos americanos y otras referentes a extranjeros no americanos.

Como a usted consta, yo he aceptado las representaciones que ha tenido a bien hacerme cuando se trata de los nacionales de su país, pero no he aceptado las representaciones de la secretaría de Estado hechas por su conducto cuando se trata de otra clase de extranjeros, sirviéndome, sin embargo, eSas representaciones de información para corregir y evitar los perjuicios a que ellas se han referido.

Al dirigirse a usted el señor secretario Bryan respecto a perjuicios sufridos en la mina de El Desengaño en Guanaceví, le dice que los países que han reconocido al gobierno de Huerta no pueden dirigirse a mí, puesto que cada nación solamente puede tener acreditado un cuerpo diplomático cerca de otro y que, por consiguiente, esos países que han reconocido a Huerta están imposibilitados para hacer representaciones ante mí. Evidentemente que así lo entiendo y nunca he pretendido que tengan ante mí representantes diplomáticos esos gobiernos. Pero esas mismas naciones sí pueden hacerme representaciones extraoficialmente, en mi carácter de Primer Jefe del Ejército Constitucionalista, que domina una gran parte de la nación. Esto no lo prohiben ni el derecho internacional ni las prácticas diplomáticas y esta forma extraoficial pueden seguir los países extranjeros por medio de sus representantes en Washington o por conducto de sus cónsules radicados en territorio mexicano dominado por las fuerzas de mi mando. Y en los casos que el honorable secretario Bryan señala con motivo del asunto de la mina de El Desengaño, de Guanaceví, de que no hubiere cónsules extranjeros en territorio dominado por las fuerzas constitucionalistas, entonces pueden los gobiernos respectivos autorizar a otras personas, que bien pueden ser los cónsules de los Estados Unidos, para que hagan representaciones extraoficiales a nombre de esos gobiernos, pero extendiendo la autorización en debida forma, no viendo yo francamente qué inconveniente puedan tener las naciones extranjeras para dirigirse a mí en ese sentido.

Por lo demás, todas las representaciones que he recibido y que reciba en lo futuro relativas a extranjeros no americanos únicamente me servirán para tener conocimiento, si antes no lo he tenido por las autoridades mexicanas, de que tal o cual extranjero ha sufrido algún perjuicio y dar órdenes conducentes para guardar y hacer guardar la tranquilidad y dar garantías individuales a todos los extranjeros castigando en su caso a los responsables que, violando la ley y faltando al cumplimiento de sus deberes y a mis órdenes, molestaren en lo más mínimo a los extranjeros; esto, sin necesidad de esperar representación alguna de nadie, pues uno de mis propósitos es que haya en mi patria el más absoluto respeto a la justicia y a las leyes.

Manifiesto a usted además, por creerlo oportuno en esta ocasión, que si los mismos interesados extranjeros o sus familiares se dirigen a mí haciéndome representaciones privadas y pidiéndome protección para sus vidas e intereses, inmediatamente serán atendidos sin necesidad de que sus gobiernos intervengan en el asunto, oficial ni extraoficialmente.

Agua Prieta, 12 de marzo de 1914.
Venustiano Carranza (5).

En esta nota enérgica el señor Carranza puntualizaba, con el rigor que merecían, las responsabilidades de los gobiernos europeos que habían reconocido, apresuradamente y sin el menor escrúpulo ético y jurídico, a un gobierno como el de Huerta, nacido de la traición militar y de una serie de crímenes que causaron horror por su repugnante maldad, y su objetivo cínico de colocar en la presldencia de la nación al propio autor de aquellos delitos proditorios. Por eso decía la verdad el Primer Jefe, al asegurar que los lamentables acontecimientos derivados inevitablemente de la actual lucha civil son una consecuencia del error grave cometido por algunas naciones extranjeras al reconocer como Presidente legal a Victoriano Huerta ...

¿No era un hecho comprobado que el ministro español, Cólogan y Cólogan, había pedido su renuncia al señor Presidente Madero, en nombre de la mayoría de sus colegas, en un acto de ignorancia diplomática y audaz incomprensión política?

¿No era cierto que el representante de Su Majestad Británica, Francis Strong, había sido también uno de los más interesados en el reconocimiento inmediato del asesino del Presidente mártir?

¿No era también incuestionable que desde Londres, Lord Cowdray, el gran favorecido por el general Díaz en sus pingües concesiones petroleras, había sido un enconado enemigo de la Revolución de 1910, como lo fue después del movimiento constitucionalista desde 1913 en adelante?

¿Y no era también una realidad tangible que Sir Lyonel Carden, el diplomático inglés que sustituyó a Francis Strong cerca del gobierno espurio de Huerta, fue un enemigo acérrimo de nuestra Revolución a un grado tal que, cuando llegamos triunfantes a la ciudad de México, me vi obligado a expulsarlo de la República por órdenes terminantes del señor Carranza?

La expulsión de Sir Lyonel Carden tuvo lugar en la forma que paso a relatar.

Cuando la Revolución triunfante ocupó la ciudad de México, el representante del Presidente Wilson, míster Silliman, se presentó en mi oficina de la avenida Juárez para preguntarme si el señor Carden era persona grata al gobierno constirocionalista. Le contesté que no, que tanto el Primer Jefe como la secretaría de mi cargo teníamos noticias fidedignas de que dicho diplomático inglés se había significado como enemigo de la Revolución y sus hombres; pero que, como era natural, yo tenía que consultar el caso con el señor Carranza para darle una respuesta definitiva acerca de la pregunta que me hacía. La cual le di al siguiente día, después de recabar el acuerdo superior del Primer Jefe, que me manifestó categóricamente:

- Sírvase usted decirle al señor Silliman, licenciado, que míster Carden debe abandonar lo antes posible el país, porque es para nosotros persona no grata en vista de las pruebas múltiples que tenemos de que dicho representante británico ha sido y es un enemigo acérrimo de nuestra causa.

Al siguiente día de haber notificado a míster Silliman la resolución del Primer Jefe, se me presentó en la cancillería Sir Lyonel Carden para expresarme que, con toda pena y por razones de familia, se veía precisado, muy a su pesar, a abandonar nuestro país, por el que tenía positiva admiración y gran afecto.

Pocos días después, el mismo Sir Lyonel se encargó de demostrar que el gobierno constitucionalista tenía razón al considerarlo enemigo de nuestra causa al hacer declaraciones en la prensa neoyorquina, en que desahogaba su fobia terrible contra la Revolución mexicana y sus gobernantes.

Entonces, ¿qué de extraño tenía que el Jefe de la Revolución se indignara y pusiera en claro ante el gobierno de Washington las responsabilidades de aquellos gobiernos incomprensivos e injustos, el británico y el español, y pretendiera que de algún modo, aunque no fuese propiamente protocolario, reconociera su autoridad de facto?

El Primer Jefe sabía muy bien lo que míster Bryan le decía: que la Gran Bretaña y España no podían reconocer simultáneamente a los dos gobiernos enfrentados uno a otro en la misma República; pero la prueba de que tenía razón al pedir que le otorgaran un reconocimiento de facto, que muy bien podían hacer, es que tanto uno como otro, poco después de aquellos acontecimientos, lo reconocieron de hecho, dirigiéndose a mí el cónsul británico en El Paso, míster Miller; y enviando el gobierno de Madrid cerca de la Primera Jefatura del Ejército Constitucionalista al señor Walls Merino, con el carácter de agente confidencial, el cual me presentó, durante la campaña de Chihuahua a la capital mexicana, sus cartas de gabinete que lo acreditaron como resentante confidencial de S. M. el Rey de España, cerca del gobierno revolucionario, no obstante que seguía teniendo en México un enviado extraordinario y ministro plenipotenciario cerca de los gobiernos de la usurpación.


Notas

(1) Mis memorias de la Revolución.

(2) La Labor Internacional de la Revolución Constitucionalista de México, op. cit., p. 27.

(3) La Labor Internacional ... op. cit., p. 27.

(4) La Labor Internacional ... op. cit., pp. 28, 29 y 30.

(5) La Labor Internacional ... Op. cit., pp. 30 ss.

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