Índice de Historia diplomática de la Revolución Mexicana (1910 - 1914), de Isidro Fabela | Segunda parte Wilson no se decidía a provocar la guerra | Biblioteca Virtual Antorcha |
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HISTORIA DIPLOMÁTICA
DE LA
REVOLUCIÓN MEXICANA
(1910 - 1914)
Isidro Fabela
SEGUNDA PARTE CÓMO SE LLEVÓ A CABO LA OCUPACIÓN
Veamos ahora cómo se llevó a cabo la invasión del puerto veracruzano. A las once y veinte minutos de la mañana del memorable día 21 de abril, las alarmantes noticias que desde días atrás venían circulando en la ciudad de Veracruz, respecto a la intervención armada de los Estados Unidos de Norteamérica, cristalizando en un formal desembarco de fuerzas de dicha nación en el puerto. En efecto, a la hora indicada los habitantes que pululaban por los diversos muelles pudieron advertir que del cañonero Praire descendían con gran rapidez soldados de infantería yanqui, ocupando once espaciosos botes de gasolina, los cuales fueron remolcados inmediatamente rumbo al muelle Porfirio Díaz, donde desembarcaron. Habían transcurrido unos cuantos minutos, cuando una porción de botes tripulados por la marinería del Florida y del Utah arribaron al propio muelle, efectuando el desembarque respectivo. El pánico que se apoderó de la pacífica muchedumbre expectante hízose desde luego indescriptible. Con rostros pálidos, nerviosos, locuaces otros, pronto se eliminaron los curiosos del lugar invadido. Tras un breve preparativo, el contingente de la fuerza yanqui inició su marcha hacia la población y en derechura a la calle de Montesinos. Un pelotón de sesenta hombres del Florida se desprendió del grupo, dirigiéndose al edificio de correos y telégrafos, del que tomaron posesión sin encontrar resistencia e instalando un servicio de vigilancia en el exterior e interior del edificio. El resto de la fuerza invasora, fragmentada en grupos de cincuenta hombres, se colocó formando ángulo en las bocacalles siguientes: Morelos y Benito juárez, Morelos y Emparan, Morelos y Pastora, Montesinos e Independencia, Montesinos y Cortés, Montesinos y Bravo, y Montesinos e Hidalgo (1). Al presentarse la fuerza invasora en la esquina de Morelos y Emparan -sigue diciendo Palomares- fue recibida por la descarga de un pequeño grupo de voluntarios comandados por el teniente coronel Manuel Contreras, los que pecho a tierra esperaban a la fuerza enemiga en la esquina de Independencia y Emparan. Desde ese momento los invasores rompieron el fuego cubriendo con sus disparos de fusilería y ametralladoras toda la trayectoria de las calles que dominaban, y aunque de manera muy débil e intermitente, por falta de jefes y oficiales federales, el fuego continuó incesante. Como a las tres de la tarde fue desembarcada una pieza de artillería de montaña de medio calibre, la que fue colocada en batería, haciendo sus primeros disparos sobre la torre del antiguo faro Benito Juárez al que causaron terribles desperfectos, habiéndolo tomado como blanco por haber notado el incesante fuego que desde aquel lugar hacían algunos voluntarios ... Cerca de las cinco de la tarde una fuerza del Utah avanzó sobre la aduana acribillando a balazos el caserío comprendido entre el Hotel México y el Hotel Oriente, desde donde algunos individuos vestidos de paisanos ... denodadamente trataban de detener su avance, disparándoles con rifles y pistolas ... Tras de una media hora de fuego mortífero, la fuerza yanqui no se posesionó del edificio de la aduana ... sino de la esquina de Lerdo y Morelos, que desgraciadamente para los heroicos veracruzanos, les sirvió para tirotear con éxito a los voluntarios y contados federales que hacían resistencia desde las alturas y columnas de los portales Diligencias, Universal y Águila de Oro. Esta fuerza fue sin duda la que causó mayor número de muertos entre los combatientes pacíficos que se hallaban con los federales, cosa fácilmente explicable, dado que dirigían sus fuegos sobre el lugar de la población donde la rapidez del conflicto había aglomerado mayor número de personas. Tenida por los principales jefes de la fuerza invasora, la idea de hacer en las bocacalles trincheras, procedió el pelotón destacado en la esquina de Emparan y Morelos a destruir la puerta de la bodega del comerciante Barquín, de nacionalidad española, de donde tomaron en abundancia sacos de maíz, café y frijol, con los cuales formaron las trincheras que se habían propuesto construir provisionalmente. En esta misma bodega los invasores paladearon varias clases de comestibles y escanciaron de los diversos licores hasta embriagarse. De las seis de la tarde en adelante, el fuego se hizo menos intenso, disparándose, sin embargo, tiros de fusil y de ametralladoras sobre los sospechosos que atravesaban las calles vigiladas por los invasores. Los yanquis establecieron un servicio sanitario en la estación terminal y vivaquearon en sus posiciones, no dejando con vida a los transeúntes que por su presencia pasaban. El cañonero Praire, que fue el primero en proporcionar fuerzas, durante la tarde efectuó disparos sobre la gente pacífica, que huyendo de la irrupción invasora se dirigía rumbo a los Médanos. Todos los norteamericanos de la ciudad, a quienes les sorprendió (?) la invasión en el puerto, se refugiaron en el Consulado, desde donde, bien armados y municionados, hacían fuego a los mexicanos que transitaban por la acera. La ciudad heroica sostenía el empuje del bárbaro enemigo con un valor espartano, mientras que el general Gustavo Adolfo Maas, comandante militar del puerto, con inmenso júbilo acataba las órdenes de retirarse a lugar seguro, por no contar con suficiente fuerza, ni estar la ciudad preparada para resistir el ataque (2). Sobre tal hecho debemos puntualizar este antecedente histórico: el general Fletcher, comandante en jefe del ejército intervencionista, antes de efectuar el desembarco de sus infantes de marina y del bombardeo que le siguió al iniciarse la resistencia de los cadetes de la Escuela Naval y del pueblo veracruzano, mandó al cónsul Canada que entrevistara al general Maas, a quien informó que los soldados de marina iban a desembarcar para ocupar la aduana y que solicitaba su ayuda a fin de evitar una destrucción innecesaria; Maas le dijo que esto era imposible (3). Sin embargo, como a las 14:30 el general Maas se retiró de Veracruz y puso su base en Tejería (4). Pero no sólo abandonó el puerto, dejando al pueblo veracruzano a su suene, sino que rindió a la superioridad un parte falso que transcribimos porque es preciso establecer claramente la verdad histórica. La secretaría de Relaciones, con fecha 22 de abril, recibió el siguiente comunicado de la secretaría de Guerra: El general de división Gustavo Maas, comandante militar de Veracruz, en telegrama que dirige a esta secretaría con fecha de hoy desde Soledad, dice lo siguiente: Hónrome comunicar a usted que hoy a las 7 a. m. arribé a esta plaza procedente de Tejería adonde me replegué ayer después de haber repelido ataque de fuerzas americanas que desembarcaron en los muelles de Veracruz, haciéndoles algunas bajas. En Tejería se me incorporó la fuerza del 18° regimiento de infantería al mando del general Luis Becerril, la del 19° del arma a las órdenes del general Francisco A. Figueroa, con excepción de una fracción de este cuerpo que al mando del teniente coronel Albino R. Becerril se batía hasta anoche a las 7 p. m. en las calles de Veracruz, impidiendo que las tropas americanas continuaran su avance, el que durante el día de ayer no pasó de la plaza de armas. También se me incorporó la Escuela Naval Militar, con la novedad de que fue muerto un alumno al proteger la retirada de la artillería y repeler heroicamente el ataque que sobre la escuela hicieron, los americanos, quienes al pretender desembarcar por el muelle que está frente al plantel fueron rechazados y obligados a reembarcarse, retirándose en sus lanchas. La artillería se me incorporó también, después de una vigorosa resistencia, y me permito hacer constar que ésta se salvó debido a la pericia y valor de su comandante, capitán primero Leonardo Anchondo, no sin haber tenido la novedad de dejar gravemente herido al teniente de artillería Manuel Azueta, quien fue recogido por la cruz blanca. El comodoro Alejandro Cerisola y el coronel Aurelio Vigil, que en sus dependencias esperaron el ataque del enemigo, no se me han incorporado, pero por un propio que mandó Cerisola tengo conocimiento de que hasta anoche permanecían sin novedad y les comuniqué instrucciones para que se me incorporen los elementos de que dispongan y que, en caso de que no puedan hacerlo, se defiendan como corresponde a todo mexicano. Los presos sacados de la cárcel civil, los sentenciados y procesados de la prisión militar de Veracruz y Ulúa, forman parte de mi columna a las órdenes del teniente coronel Manuel Contreras, permitiéndome manifestar que al emprender la retirada trajimos las municiones y demás pertrechos de guerra. Creí conveniente venir a esta plaza con la columna de mi mando, porque en Tejería se carece por completo de víveres, no hay agua ni combustible para las máquinas. Además es un punto accesible a la gruesa artillería de los acorazados americanos. En este lugar espero instrucciones de esa superioridad, y me permito indicarle la conveniencia de que el cuartel general se establezca en Córdoba, porconsiderarlo punto estratégico, de importancia por ser la llave del Istmo por sus elementos de vida y por las facilidades de que allí se dispone para efectuar cualquier movimiento de trenes, y en esta plaza dejaré la mayor parte de mis fuerzas, a las cuales con facilidad podré dar órdenes de Córdoba, de acuerdo con las superiores de usted. Las fuerzas de mi mando y el pueblo en general manifiestan gran entusiasmo por repeler el insulto de los americanos y defender con todo patriotismo la integridad nacional y las energías del supremo gobierno. Por correo remito el parte detallado ... (5) Lo cual quiere decir que estando dicho jefe federal dispuesto a hacer resistencia, al declararle a Canada que le era imposible hacer lo que le pedía, debe haber recibido órdenes de Huerta para abandonar el puerto sin combatir, como lo hizo. En tal virtud toda la responsabilidad de la actitUd del general Maas recae sobre Victoriano Huerta, pero lo que sí es de la exclusiva responsabilidad del general Maas es la de haber rendido un parte oficial inexacto, porque fue un hecho público y notorio en Veracruz que los únicos defensores del puerto fueron los alumnos de la Escuela Naval, exhortados por el capitán de fragata Rafael Carrión, director de dicho plantel, y por el comodoro Manuel Azueta, por los soldados del coronel Manuel Contreras, por el pueblo veracruzano y por los soldados federales que se negaron a obedecer a su superior (6). Como los yanquis fueron informados de que la escuela naval era de donde se les iba a hacer resistencia, hacia ella marcharon mil quinientos infantes y, después de pasar por el edificio de la aduana y atravesar el muelle de sanidad, la columna ... llegó frente a la escuela recibiendo de los cadetes una terrible descarga cerrada, seguida de un nutrido fuego que la obligó a retroceder en completo desorden, tirando los invasores las armas en su vergonzosa fuga y pisoteándose unos a otros al echarlos por tierra su inconmensurable pavor (7). Diez largas y angustiosas horas combatieron los heroicos cadetes de la escuela naval militar de Veracruz, en contra de los poderosos invasores norteamericanos, el 21 de abril de 1914, cambiando fuego de fusilería contra fuego de artillería de gran alcance, y sin embargo mantuvieron a raya a los infantes de marina y se vieron obligados a abandonar sus posiciones, no por el ametrallamiento constante que sufrieron de los barcos extranjeros, sino por la falta de parque. Esta es la versión que sostiene el hoy capitán de altura de la marina mercante Edmundo García Velázquez, en aquel entonces cadete de la H. Escuela Naval Militar y uno de los 69 supervivientes de la gloriosa jornada (8). Continúa diciendo el señor García Velázquez: ... a la arenga que dirigió el comodoro don Manuel Azueta a los jefes, oficiales y cadetes de la H. escuela naval militar, instantes después de que sonaron los primeros disparos de los invasores que desembarcaron por el antiguo muelle Porfirio Díaz, hoy 4 de la Terminal, respondió como un solo hombre todo el personal del plantel. - ¡Viva México! -dijo el jefe naval que asumió el mando de la escuela, ya que el director era el capitán de navío don Rafael Carrión. - ¡Viva! -rubricaron el grito de guerra los cadetes y se aprestaron a la defensa. Se tocó inmediatamente generala y todos tomaron sus posiciones. Yo me encontraba entre el teniente mayor don Juan de Dios Bonilla y el cadete Virgilio Uribe, casi un niño. Ocupamos los dormitorios y nuestros colchones sirvieron de trincheras. Obligamos a reembarcarse a los infantes de marina invasores que trataron de desembarcar por el malecón y se retiraron hasta el muelle Porfirio Díaz (9) ... Los bravos alumnos hubieran tenido a raya a sus enemigos -dice Justino Palomares- si no hubiese obrado la desgracia de que se les acabó el parque, por lo que estratégicamente y en orden completo, sin que lo notasen sus enemigos, abandonaron la escuela y en los precisos momentos en que el crucero Montana, anclado en un lugar de observación, para evitar la nueva dispersión de los yanquis, comenzó a vomitar sus proyectiles infernales sobre la escuela, causando al edificio terribles estragos, pero ya cuando sus defensores marchaban hacia Tejería, donde dieron parte al general Maas de su hazaña. Los cruceros Praire y Montana continuaron haciendo nutrido fuego sobre la escuela y el instituto, así como los cañones emplazados en tierra, hasta que, notando los yanquis que el fuego no se les contestaba y que no tenían enemigo, principiaron su marcha al centro de la ciudad (10). Con la retirada de los cadetes de la escuela naval y de los pocos soldados que recibieron órdenes de Maas de no hacer resistencia lo que no obedecieron, el duelo entre yanquis y mexicanos siguió únicamente entre los voluntarios que durante la noche seguían cazando gringos, sin faltar los valerosos españoles que de las azoteas de sus casas continuaron la lucha contra el poderoso enemigo. Todavía la mañana del día veintidós hubo no poca resistencia y un sinnúmero de víctimas, principalmente de los mexicanos, que esperaban de un momento a otro llegaran refuerzos de la capital de la República para seguir resistiendo al invasor. Menos de doce horas duró la lucha, lucha que se hubiera hecho más sangrienta de no haber notado los veracruzanos que era por demás resistir sin ninguna clase de ayuda (11). Entre los actos de heroísmo habidos durante la intervención norteamericana en nuestro primer puerto, figuran los siguientes: Doce soldados federales, distribuidos en las azoteas de las esquinas de Benito Juárez y Cortés, Benito Juárez y Cinco de Mayo, hicieron incesante fuego sobre los inrasores manteniéndose en sus posiciones for más de veinte horas, sin tregua mayor que la que podían tener para cargar sus armas y medio comer algunos pedazos de pan que les proporcionaban los vecinos. De esos soldados perecieron la mitad, siendo despedazados horriblemente por las ametralladoras del invasor (12). Otro de los héroes fue el valiente joven, teniente de artillería José Azueta. Era alumno del 5° año de la escuela naval -dice el capitán García Velázquez-, pero por diversas circunstancias salió a filas y fue comisionado en la batería fija del puerto. El día del desembarco de fuerzas norteamericanas, cargó un cañón de 80 milímetros, con su correspondiente dotación de hombres; pero el comandante de la batería le impidió utilizar la pieza y entonces se apoderó de una ametralladora y con sus hombres emplazó su pieza en la esquina de las calles de Esteban Morales y Francisco Hernández, casi frente al edificio de la antigua escuela preparatoria. Fueron cayendo uno a uno los soldados que le acompañaban y él solo continuó manteniendo un intenso fuego en contra de los invasores que se habían apoderado de los edificios de correos, telégrafos y la aduana. Fue herido en ambas piernas y entonces sacó su pistola y continuó disparando contra el enemigo, hasta que la hemorragia paralizó sus actividades. Lo levantaron otros soldados (13). Cuando el almirante Fletcher se enteró de la gravedad del valiente defensor de su patria le envió un médico norteamericano que lo atendiera; pero Azueta, incorporándose en su lecho, se negó a recibirlo, expresando, en dura frase, que de los enemigos de su patria no quería ningún servicio. Al morir Azueta más de diez mil personas lo acompañaron al cementerio donde reposa. Muchos héroes más se distinguieron en la defensa de Veracruz, tales como Virgilio Uribe, Jorge Alasio Pérez, Aurelio Monffort, Benjamín Gutiérrez Rodríguez, Andrés Montes Cruz, Cristóbal Martínez Perea, Gilberto Gómez y Antonio Fuentes, a quienes los veracruzanos erigieron una estela recordatoria de su heroísmo, y a cientos más, cuyos nombres, como ya se dijo antes, enumera Justino Palomares en su obra referida. Otros hechos más son dignos de mencionarse. Para salvar el honor militar, cien soldados del 19° batallón, a las órdenes del coronel Albino Rodríguez Cerrillo, lucharon hasta las 9:30 p. m., y sólo se retiraron cuando quedaban 16 soldados, sin parque. Fue una batalla desigual: rifles y pistolas contra los cañones de 30 acorazados, más la fusilería de la infantería de marina. El almirante Fletcher la llamó una gloriosa batalla. Durante los combates murieron 230 mexicanos. Nunca se pudo precisar el número de las bajas de los norteamericanos, pero se calcularon, conservadoramente, en 250 (14). La versión de Palomares da un número mayor de víctimas, tanto de nuestros compatriotas como de los invasores. Palomares dice: Se calcula que entre muertos y heridos de los mexicanos había menos de 300 víctimas, mientras que los invasores, a medida que iban recogiendo sus muertos, los amontonaban en el muelle de sanidad para conducirlos a la isla de Sacrificios, donde los incineraban, según unos; otros informan que fueron arrojados al mar, embalsamando únicamente once cuerpos de jefes, los que fueron enviados a los Estados Unidos para entregarlos a sus familiares en los distintos puntos donde residían. El estimable español don Celedonio Nachón, quien residía en la ciudad de Jalapa, Veracruz, tres años más tarde de la invasión, al invitarme cierta vez a su casa, en la sobremesa -dice Palomares- me mostró una interesante fotografía que ostentaba una pirámide macabra, formada por más de ochocientos muertos yanquis. Esta fotografía lograda por un artista mexicano causó la muerte de su autor al ser tomada, pero la viuda, al recoger el cadáver reclamó la cámara, salvándose la negativa, obsequiando una fotografía, la viuda, al señor Nachón (15). Los buques de guerra pertenecientes a la escuadra de los Estados Unidos que hicieron alarde de fuerza en los puertos de Tampico y Veracruz son los que siguen, según lista oficial dada por el departamento de Marina estadounidense: Buques en Tampico: Connecticut. En Veracruz: Florida. En camino a Tampico: Arkansas. Listos para salir para el Atlántico: Rhode lsland. Más dos divisiones de torpederos, y diez y siete buques. Buques en el Pacífico: California. Rumbo al Pacífico: Cleveland. Listos para salir para el Pacífico: Maryland. Haciendo un total de sesenta y cinco buques, seiscientos noventa y cinco cañones y veintinueve mil cuatrocientos setenta y tres hombres (16). Al leer esta lista de unidades navales de los Estados Unidos con su abundante equipo de cañones y marinos guerreros, nos preguntamos con un sentimiento mezclado de sorpresa e indignación: ¿Por qué ese alarde extraordinario de fuerza contra unos puertos desartillados y prácticamente indefensos? ¿La intención del gobierno de Washington era no sólo ocupar el puerto de Veracruz sino avanzar al interior del país, en son de conquista? A juzgar por los hechos consumados de acuerdo con las órdenes del Presidente Wilson y de los secretarios de Estado y de Marina de la gran potencia nórdica, es evidente que no, puesto que después del agravio a Veracruz el ejército norteamericano no avanzó tierra adentro en la República, como pudieron haberlo hecho en los primeros momentos posteriores a la invasión. Pero así como tenemos este convencimiento, tenemos este otro: que muchos elementos de gran influencia en los Estados Unidos sí pensaron que ése era el momento propicio para apoderarse de México, esto es, de realizar su gran designio desde hacía mucho tiempo atrás acariciado como algo indispensable a su política de absorción continental, según lo expondremos un poco más adelante. En consecuencia, si en aquel entonces nos salvamos de una intervención general en nuestro país y quizá de una nueva guerra de conquista como la de 1847, fue inconcusamente por la voluntad de Woodrow Wilson que no quiso llevar a esos extremos sus crasos errores políticos. Según Ray Stannard Baker, el Presidente declaró a la prensa: ... en ninguna circunstancia concebible pelearemos contra el pueblo mexicano. Es más, al general Sandler, que le ofreció sus servicios para el caso de guerra, le contestó de su puño y letra esta declaración definitiva: No va a haber guerra (17). Entonces quiere decir que el objeto de aquellos actos inconsultos, antijurídicos, inhumanos y antiéticos llevados a cabo en nuestra patria por órdenes expresas del Ejecutivo estadounidense era doble, el de evitar que Huerta recibiera las armas y pertrechos que el Ypiranga llevaba para él y el de que dicho delincuente político y del orden común dejara el alto cargo que había usurpado y saliera de nuestro país. Así lo creemos, no sólo porque los hechos históricos así lo demuestran, puesto que las tropas yanquis no pasaron de Veracruz, como ya hemos dicho antes, sino porque una vez que Victoriano Huerta abandonó el país, el ejército invasor, después de las reiteradas gestiones del Primer Jefe Carranza, abandonó nuestro primer puerto que fue ocupado por las fuerzas al mando supremo del general Cándido Aguilar, el 23 de noviembre de 1914. De los hechos expuestos, así como de las declaraciones públicas profusamente divulgadas, del Presidente Wilson, deducimos las siguientes conclusiones. El culto profesor de la Universidad de Princeton se manifestó, durante su régimen gubernativo, como un resoluto amigo de la libertad, defensor de los pueblos débiles, respetuoso de la soberanía de los Estados independientes y de sus atributos de autodeterminación de sus propios destinos, significándose así como un apóstol teórico de la justicia, la moral y el derecho internacional; pero, en la práctica, su conducta fue contraria a sus ideales y a sus palabras, como lo demostraron las intervenciones políticas, financieras y militares llevadas a cabo por los Estados Unidos en Nicaragua, la República Dominicana y en México, durante su administración presidencial (18). En cuanto al caso de Veracruz, la actitud de míster Wilson se basó en sus mismas normas de procedimiento internacional: palabras humanitarias y hechos liberticidas; declaraciones oficiales enfáticas que parecen verdad y que respiran ética irreprochable, y actos trágicos que ahogan en la sangre de un pueblo inocente esas bellas palabras. En suma, el Presidente Wilson, partidario decidido de la independencia de los Estados y de su libertad interior, determinó ante sí mismo dictar a los mexicanos la política que debían seguir. Por eso dijo a Sir William Tyrrell, comisionado especial del gobierno inglés, cuando le preguntó cuál era su política hacia México: Voy a enseñar a las Repúblicas sudamericanas a elegir buenos hombres. ¿Y quién era el señor Wilson para constitUirse en el omnisciente y omnipotente factorum de nuestra vida nacional? ¿Con qué derecho desde su mesa de trabajo mandó que su flota del Atlántico hollara nuestra sagrada tierra veracruzana para castigar al usurpador? Como si Veracruz fuera propiedad de Huerta; o como si ese jirón de nuestro territorio fuese un feudo de los Estados Unidos o un patrimonio personal de míster Wilson. No, nada de eso. El Presidente Wilson no tenía derecho a sancionar a Victoriano Huerta porque él no era el tribunal nacional que debía juzgarlo, ni tampoco un tribunal internacional que tuviera facultades para ello. Quien debía juzgarlo o castigarlo era el pueblo en armas, es decir, el ejército constitucionalista que lo derrotó definitivamente, obligándolo a huir de la República. La Revolución mexicana era asunto de los mexicanos que sólo ellos tenían derecho a resolver y lo resolvieron arrojando al tirano que detentaba un poder del que se había adueñado por las malas artes de la traición y el crímen. El gobierno del señor Wilson obró en el caso de México como proceden las metrópolis con sus colonias, exclusivamente por la facilidad que da el imperio de la fuerza sobre la majestad del derecho. Con lo que no hizo sino ir contra todo y contra todos; contra México y los mexicanos; contra la libertad y la justicia y contra los sentimientos colectivos de la América Latina que se sintieron heridos en su espíritu de cuerpo, dejando así en la historia política y diplomática de América una mancha imborrable en el régimen de aquel equivocado Presidente de los Estados Unidos. La ocupación militar de Veracruz por las fuerzas yanquis produjo muy distintas reacciones en México y en los Estados Unidos. Los imperialistas de la Unión vieron el cielo abierto creyendo que había llegado la hora de lo que tanto habían anhelado desde siempre. la conquista total de nuestro país: La euforia anexionista se desbordaba en la Unión. El Charleston Patriot escribía: Nuestros representantes en la Cámara no deben olvidar que ésta es la guerra que nos llevará al sur del Continente.
Minnesota.
Chester.
Desmoines.
Dolphin.
Trasporte Hancock.
Utah.
Praerie.
San Francisco.
South Carolina.
Michigan.
Geltic.
Tacoma.
Culgoa.
Solaca.
Brutus.
Nebraska.
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Glacier.
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Justin.
New Orleans.
Chatmooga.
Júpiter.
Pittsburgh.
Virginia.
Charlston.
Colorado.
South Dakota.