HISTORIA DIPLOMÁTICA
DE LA
REVOLUCIÓN MEXICANA
(1910 - 1914)
Isidro Fabela
PRIMERA PARTE INDEBIDA CONDUCTA DEL EMBAJADOR NORTEAMERICANO
Henry Lane Wilson, no obstante que ya tenía conocimiento de la determinación de Taft, de no intervenir, dirigió a su gobierno un telegrama en los siguientes términos, que demuestran a las claras sus intenciones de intervenir en los asuntos internos del país donde estaba acreditado, lo que prohiben tanto el derecho internacional como el diplomático. En vista de la seria lucha, que probablemente será prolongada, entre las fuerzas revolucionarias y federales, que tiene lugar ahora en el corazón de una moderna ciudad capital, guerra que está violando las reglas del combate civilizado, e implicando indecible pérdida de vidas y destrucción de propiedades de los no combatientes, y privando de toda garantía de protección a los 25,000 residentes extranjeros, estoy convencido de que el gobierno de los Estados Unidos, por el interés de la humanidad y en el desempeño de sus obligaciones políticas, debería enviar aquí instrucciones de un carácter firme, drástico y tal vez amenazante, para trasmitirlas personalmente al gobierno del Presidente Madero, y a los leaders del movimiento revolucionario. Si yo estuviera en posesión de instrucciones de ese carácter o investido con los poderes generales en nombre del Presidente, posiblemente estaría en aptitud de inducir la cesación de hostilidades, y la iniciación de negociaciones que tuvieran por objeto hacer arreglos pacíficos definitlvos (1) ... El secretario de Estado -dice Bonilla- contestó a Wilson que no le daba tales poderes, ni las facultades pedidas, pues tenía temores de que si el embajador se mezclaba en la contienda más de lo que lo había hecho ... los estadounidenses de toda la República sufrieran mayores peligros o su gobierno se viera obligado a intervenir con las armas, que era lo que estaba tratando de evitar (2). La sola lectura del mensaje referido demostró cuál era la intemperante actitud del diplomático que esperaba instrucciones de carácter firme, drástico y tal vez amenazante, con el objeto de amedrentar al Presidente de la República obligándolo a que aceptara lo que él tenía in mente: su renuncia. El embajador Wilson a pesar de no tener instrucciones sobre el particular tomó la resolución de personarse con el señor Madero, lo que hizo en Palacio el 12 de febrero de 1913.
He aquí cómo refiere en su memorándum del mismo día su entrevista con el señor Madero: Memorándum. México, febrero 12-1913 En compañía con los ministros alemán y español y con la autorización escrita del ministro inglés, fui a Palacio esta mañana, y después de algunas dificultades obtuve acceso al Presidente. Inmediatamente le manifesté, de parte de mi gobierno y de la de mis colegas, que habíamos ido a protestar contra la continuación de la bárbara e inhumana guerra que se estaba llevando a cabo entre las fuerzas revolucionarias y federales en medio de esta moderna ciudad capital. Le cité los enormes perjuicios que se habían causado, el hecho de que el consulado general americano había sido demolido por sus tropas, que numerosas residencias de americanos habían sido tiroteadas por sus fuerzas y que la Embajada estaba en estos momentos llena de americanos que habían sido arrojados de sus casas, ya directamente por sus soldados, o ya por sus cañones que con frecuencia eran apuntados a las casas de los no combatientes y disparados sin aviso previo ninguno. Le dije de mi parte propia, que el Presidente y el gobierno de Washington estaban profundamente impresionados y muy aprensivos por la situación existente, y profundamente preocupados por la seguridad, no sólo de los nacionales americanos, sino de los de otras naciones y otros gobiernos a quienes les debíamos obligaciones secundarias. El Presidente se mostró visiblemente embarazado y confuso en su respuesta, pero trató de arrojar la responsabilidad por el carácter de la guerra urbana al general Díaz. Como de costumbre, añadió algunas exageradas cuentas de las medidas que el gobierno estaba tomando y que creía que sofocarían la rebelión para mañana en la noche. Sus declaraciones no hicieron impresión alguna en mí, ni en mis colegas, e insistimos en que debía haber alguna cesación de hostilidades hasta que pudiéramos tener una oportunidad de hacer algunas representaciones vigorosas al general Félix Díaz. Convino en esto, solicitando que se le notificara por teléfono lá hora a que visitaríamos al general Díaz y que, más tarde, se le avisara el resultado de nuestra entrevista. El ministro alemán llamó la atención al Presidente acerca del hecho de que mucha parte del fuego de sus soldados era desordenado y loco y que deberían hacerse esfuerzos para colocar la línea de fuego de tal modo que se causara el menor daño a los distritos residenciales. El Presidente replicó que la artillería estaba ya bajo la dirección del general Navarrete a quien se suponía el más competente oficial del ejército mexicano. Avisando al Presidente que intentábamos visitar al general Díaz lo más pronto posible, nos retiramos de su presencia. El ministro español observó al Presidente que con mucho placer se había unido al embajador y al ministro alemán, teniendo en cuenta fines humanitarios, pues ellos lo mismo que él consideraban que la continuación de la lucha podría tener muy serias consecuencias. Hasta entonces el pueblo se había portado en una forma extraordinaria, pero los trabajos están en suspenso y el hambre es mala consejera, pudiendo provocar nuevos conflictos, aparte de la pérdida de vidas y propiedades. Consideraba, por lo tanto, que era urgente que el gobierno pusiera fin al actual estado de cosas. (Firmado) Pero Lane Wilson no se conformó con visitar al señor Madero, sino que, decidido a entremeterse a fondo en nuestros asuntos internos, entrevistó también a Félix Díaz, en la Ciudadela, siendo el siguiente memorándum, remitido a Washington, en el que da cuenta de tal paso: Al ser recibidos por el general Díaz en la Ciudadela, el embajador le informó de los propósitos de la conferencia. Comenzó declarando que, en vista de la gran cantidad de propiedad destruida y de la pérdida de vidas entre los no combatientes, creía que ambos combatientes deberían hacer algún esfuerzo a fin de continuar el fuego dentro de una determinada y particular zona. Que se habían hecho muchos perjuicios con los bombardeos a diestra y siniestra de la ciudad, que parecía dirigido sobre la parte ocupada en su mayoría por extranjeros, sin tener en consideración las residencias de los representantes extranjeros; que él no podía decir si esto era hecho por los cañones federales o los del gobierno, que no sabía qué actitud iban a asumir las otras naciones, pero que, como representante de los Estados Unidos, podía decir que el Presidente estaba muy preocupado y se sentía profundamente muy aprensivo por el resultado de este estado de cosas en México; que se habían enviado barcos tanto a puertos del Golfo como del Pacífico, y transportes con marinos, que si se hacía necesario serían desembarcados y traídos a la ciudad con el fin solamente de mantener el orden y dar protección a las propiedades y vidas de los extranjeros. El embajador manifestó que estas mismas representaciones se habían hecho al Presidente, que inmediatamente después iría a ver a éste, El general Díaz replicó que sentía mucho lo que estaba pasando a la ciudad y a sus habitantes, pero que podía probar que su actitud desde el principio había sido de defensa. Que en vez de atacar a la Ciudadela desde lejos, como las tropas gobiernistas lo estaban haciendo, habíase encaminado directamente al lugar y la había tomado en 26 minutos. Que al hacer esto había tenido en cuenta el deseo de no causar a la ciudad perjuicios, y que esto lo demostraba por el hecho de que, pudiendo hacerlo, se había abstenido de encaminarse a Palacio Nacional, que está seguro de poder tomar si se convence de que el gobierno no se rendirá sin que él recurra a ese expediente; dijo que no era asunto de ambición personal suya el de derrocar este gobierno, sino que lo hacía por el deseo de ser el portavoz de los sentimientos de toda la nación, que si triunfaba dejaría al pueblo que escogiera sus propios representantes, y él se retiraría a su casa como un ciudadano simple. Refiriéndose a los disparos de cañón, el general Díaz dijo que, consultando un mapa de la ciudad podría señalarse con certidumbre en dónde había colocado sus baterías el gobierno, sin tener en cuenta que muchas estaban localizadas en las secciones más populosas de la ciudad; que él consideraba esto una violación completa a las reglas de la guerra civilizada; que si sus cañones habían hecho algÚn daño, se sentía profundamente preocupado, pero que todo lo que él había hecho era haber respondido al cañoneo del enemigo, que era evidente que muchos mayores daños se habían hecho por los cañones del gobierno con sus disparos desordenados, pues muy pocos tiros habían pegado en la Ciudadela. El general repitió el hecho de que su actitud después de tomar la Ciudadela casi sin pérdidas de vidas había sido de expectación. Que creía que el gobierno, conocedor profundo de su impopularidad, se sometería a los sentimientos de la nación y no forzaría una lucha sangrienta en el corazón de la ciudad. Dijo que, como prueba de esto, no había dado él paso alguno después de la toma de la Ciudadela, permaneciendo absolutamente quieto y con la esperanza de que se evitaría todo derramamiento de sangre. Dijo que la moral de sus tropas era excelente, y que tenía unos mil quinientos hombres desembarcando en la estación de San Lázaro. (Firmado) Lo asentado por Félix Díaz -si fueran ciertas las declaraciones que le hiciera a Lane Wilson- era inexacto. La mayor parte de los daños causados a la ciudad de México fueron producidos por ataques provenientes del centro a la periferia, es decir, de la Ciudadela al exterior, y no de la periferia al centro. Además la afirmación de que en los momentos de la entrevista tenía unos mil quinientos hombres desembarcando en la estación de San Lázaro era mentira que creyó o aparentó creer el embajador americano, pues no hizo ninguna observación al respecto al trasmitir su mensaje al gobierno de Washingron. CONTINÚA LA INTERVENCIÓN DEL EMBAJADOR WILSON Veamos ahora cuál fue la conducta del embajador Wilson después de aquellas sus primeras gestiones. En su carácter de decano, ya que era el único embajador acreditado en México, convocó al cuerpo diplomático a una junta en el recinto de su Embajada, a la cual asistieron todos los jefes de misión que se encontraban en la capital, reunión que no tuvo mayor trascendencia, según lo afirma el distinguido representante de Cuba, don Manuel Márquez Sterling, en su libro Los últimos días del Presidente Madero. Pero como en la junta general de los diplomáticos el estadounidense se percatara de que, si algunos ridiculizaban al gobierno hasta el punto de que uno dijera: Madero afirma ser el Presidente de la República. No me consta, no le consta a él tampoco, no lo cree nadie; hubo otro, en cambio -latinoamericano-, opuesto a tan indignante conducta, que replicó: El gobierno es Madero, y no puede el cuerpo d¡plomático desconocerlo. Cuando Wilson se dio cuenta de estas encontradas opiniones, entonces tuvo la idea de reunirse con sus íntimos, que lo eran el ministro de España don Bernardo de Cólogan, el de Alemania, Von Hinze y el inglés Strong. Haciendo referencia a esta junta privada, le expresó Henry Lane Wilson a Márquez Sterling: - El Presidente Madero -dijo con lentitud- está irremediablemente perdido y tal vez logremos los diplomáticos persuadirlo de su fatal destino (5). - ¿Los diplomáticos? -le pregunté con sorpresa. - No, todos no, algunos. Yo he reunido a los ministros de Alemania, Inglaterra y España para eso ... - ¿Y qué se ha resuelto? El embajador se puso en pie como si un resorte desde el techo lo hubiera suspendido. - ¡Oh, si el Presidente fuese un hombre cuerdo estaría solucionada la crisis, pero ... ministro, no lo dude usted: ¡tratamos con un loco! Y de un loco no puede esperarse nada cuerdo. Confieso -comenta Márquez Sterling- que me sobrecogió una profunda pena. La intervención de los Estados Unidos o el derrocamiento súbito de Madero explicaban para mí la conducta tortuosa del embajador. La revolución no estaba ya en la Ciudadela, sino en el espíritu de míster Wilson; Madero no tenía enfrente a Félix Díaz sino al representante del Presidente Taft (6). Así era en efecto. Madero tenía tres frentes enemigos, el primero en la Ciudadela, con Félix Díaz y Mondragón acompañados de su reducto de rebeldes fácilmente dominables a no haber sido por la traición de Huerta; el segundo, un enemigo temible: el embajador americano; y el tercero el Senado, cuya actitud culpable examinaremos después. El embajador era temible no porque significara aisladamente un serio peligro, pero sí como cómplice en los delitos que se preparaban. Porque así sucedía. Como persona no tenía influencia cerca de nuestras autoridades, y como diplomático tampoco, porque no contaba con el apoyo de su gobierno para obrar en contra del Presidente Madero, pues como hemos visto antes, el Presidente Taft había declarado repetidas ocasiones que su política en México era la de no intervención. Esto a pesar del cuartelazo militar y a pesar, también, de las informaciones exageradas o cínicamente mendaces de su representante en nuestro país. Wilson fue temible como cómplice efectivo y coautor de la traición a Madero. Sin él, los senadores y Huerta no se hubieran atrevido a dar el golpe de Estado que derrumbó al régimen. Sobre este particular aclaremos: si Taft hubiese creído a Lane Wilson, aprovechando el pretexto de la sublevación Díaz-Mondragón, habría encontrado razones aparentemente plausibles ante su partido y ante sus propios ojos para haber desembarcado en Veracruz a sus infantes de marina con órdenes de venir a proteger en la capital de la República los intereses materiales y las vidas de sus compatriotas en peligro, arriesgándose a una guerra con el pueblo mexicano. Pero no quiso obrar así, claramente lo declaró y ratificó. No precisamente por simpatía a Madero, la que en el fondo no sentía, sino por la muy atendible razón del más elemental sentido político de dejar la solución de un grave problema internacional al ya nombrado presidente electo Woodrow Wilson, quien tomaría posesión de su alto cargo breves días más tarde. ¿Cuál fue, mientras tanto, el resultado de la junta privada tenida en la Embajada de los Estados Unidos, entre los ministros de Alemania, Inglaterra y España, con el embajador americano? He aquí cómo relata la escena Márquez Sterling, basado en el testimonio fehaciente del plenipotenciario español: Míster Lane Wilson, pálido, nervioso y excitado, repitió su discurso de siempre:
Madero es un loco, un fool, un lunatic que debe ser legalmente declarado sin capacidad mental para el ejercicio de su cargo (7). Y después, cubriendo sus propósitos y la conjura en que andaba metido, agregó: Esta situación es intolerable y yo voy a poner orden (8). Palabras, las últimas, que acompañó a un tremendo puñetazo a la mesa que tenía cerca, puñetazo dado, en verdad, a la patria de Felix Díaz en la cabeza de Madero. - Cuatro mil hombres vienen en camino, prosiguió con los puños cerrados, como si también amenazara con ellos a Cólogan- y subirán aquí si fuese menester. Los tres plenipotenciarios miráronse t míster Wilson, poseído de fiebre, continuó: Madero esta irremisiblemente perdido. Su caída es cuestión de horas y depende sólo de un acuerdo que se está negociando entre Huerta y Félix Díaz. En esta declaración enfática ¿no queda comprobada plenamente la complicidad del embajador Wilson en la traición de Huerta y el golpe de Estado? Todo esto se confirma con lo asentado por el señor Bernardo de Cólogan en su opúsculo citado por Márquez Sterling. Con Huerta -dijo más calmado- me entiendo por intermedio de un tal Enrique Zepeda ... Con Félix Díaz por un doctor americano que lo visita continuadamente en mi nombre (9). Pero todavía hay más datos que comprueban su complicidad; por más que, ante la historia, la convicción de los mexicanos es de que fue más que cómplice, coautor, no sólo de la prisión y renuncia de Madero, sino de su muerte, como veremos después. El ministro Cólogan sigue dando a conocer las palabras de Wilson: El general Blanquet ha llegado de Toluca al frente de dos mil soldados, y en él descansa Madero; más, Blanquet sólo espera el iniciamiento del golpe. El loco apenas cuenta con la insignificante batería del general Angeles, y está dominada. Y prosiguió: Ha llegado, señores, el momento -exclamó- de hacerle saber que sólo la renuncia podría salvarle (10). Y propuso, con toda la solemnidad ajustada al caso, que desempeñara el señor Cólogan la misión de comunicar al Presidente el inverecundo fallo (11) ... El ministro de España, después de un largo silencio, dijo en voz baja: Está bien. Y fue a cumplir su cometido sin ningún reparo, sino sumisamente, como quien acata la orden de un superior, sin darse cuenta cabal de que iba a faltar a sus deberes diplomáticos y sin comprender que estaba siendo el instrumento ciego e inconsciente del intrigante embajador que lo utilizaba en su tortuosa maniobra como su dócil ejecutor. Por supuesto, que en el fondo de esa condescendencia de Cólogan había -es lógico suponerlo- una completa conformidad respecto a los planes de la renuncia del señor Madero, porque, en realidad, el representante hispano era, como lo fuera la mayoría de los españoles en México, abiertos o solapados enemigos del Presidente mártir, tanto como fueron admiradores fervientes del antiguo régimen y de su simbólico representante, el general Díaz. Notas (1) El régimen maderista, por Manuel Bonilla Jr. Talleres Linotipográficos de El Universal, México, 1922. p. 68. (2) Manuel Bonilla, op. cit., p.68. (3) Manuel Bonilla Jr., op. cit., p. 70. (4) Manuel Bonilla Jr., op. cit., p. 70. (5) Manuel Márquez Sterling, Los últimos días del presidente Madero. Habana, Imprenta El Siglo XX, Teniente Rey 27, 1917, p.405. (6) M. Márquez Sterling, op. cit., p. 405. (7) J. B. de Cólogan, Por la verdad, opúsculo transcrito por el licenciado Jesús Acuña en su obra citada (p. 184).
(8) I will put order. Por la verdad, op. cit., p.184. (9) B. J. de Cólogan, Por la verdad, op. cit., p. 185. (10) B. J. de Cólogan, Por la verdad, op. cit., p.185. (11) B. J. de Cólogan, Por la verdad, op. cit., p.185.
Henry Lane Wilson (3).
Henry Lane Wilson (4) .