Índice de Historia diplomática de la Revolución Mexicana (1910 - 1914), de Isidro FabelaPrimera parte Indebida conducta del embajador norteamericano Primera parte Nuestra independencia amenazadaBiblioteca Virtual Antorcha

HISTORIA DIPLOMÁTICA
DE LA
REVOLUCIÓN MEXICANA
(1910 - 1914)

Isidro Fabela

PRIMERA PARTE

LOS DIPLOMÁTICOS PIDEN SU RENUNCIA AL PRESIDENTE



A las nueve de la mañana de aquel tristísimo día 15 de febrero ya estaba el señor Cólogan en Palacio:

- Señor Presidente -le dijo al señor Madero-: El embajador nos ha convocado, esta madrugada, a los ministros de Inglaterra, Alemania, y a mí, de España, y nos ha expuesto la gravedad, interior e internacional de la situación, y nos ha afirmado que no tiene usted otro camino que la renuncia, proponiéndome, como ministro de España, y por cuestión de raza, así dijo, que yo lo manifestara a usted ((1).

- ¿Qué opinaron los ministros? -preguntó Madero.

-Mis colegas -exclamó- no se habían de oponer a lo que sólo a mí concierne.

- ¿Y usted? -dijo a Cólogan el Presidente.

- Toda objeción mía hubiese sido completamente inútil. Mister Wilson nos hizo afirmaciones terminantes y he venido a desempeñar un penoso encargo ... (2)

- Los extranjeros -le contestó el Presidente Madero- no tienen derecho a ingerirse en la política mexicana.

Y abandonó precipitadamente la pieza y dejó solo al señor Cólogan.

La Conducta del ministro Cólogan -comenta Márquez Sterling- fue en un principio diáfana, pero míster Wilson lo envolvió en sus tinieblas y, aunque no le tenga, ni mucho menos, por cómplice disimulado y pérfido, es indudable que no supo evadir la borrasca adonde míster Wilson lo había impulsado; y la prensa de los Estados Unidos interpretó a SU modo que el de España fue instrumento del yanqui (3).

Como realmente lo fue, pues de haber tenido la menor consciencia de su responsabilidad como hombre y como diplomático, de seguro se habría opuesto a desempeñar un papel de obsecuente servidor del atrabiliario embajador americano que lo hizo faltar a las reglas más elementales del derecho diplomático.

MADERO SE DIRIGE A TAFT.
LOS SENADORES EN ACCIÓN

La situación en la capital mexicana y en Washington era bien diferente. El Presidente Taft, a pesar de los informes exagerados o mentirosos de su embajador Wilson, tenía tomada su resolución de no intervenir en nuestro país. A cuyo efecto convocó un consejo de ministros que examinara las circunstancias existentes, después de cuyo cuidadoso examen se dio a la prensa el siguiente boletín:

En consejo de ministros que se efectuó esta noche, diose lectura a varios mensajes procedentes de México, y de esa lectura acordóse que la información obtenida hasta la fecha no justifica ningún cambio en la política del gobierno de los Estados Unidos, la cual ha sido ya delineada varias veces durante estos dos últimos años (4).

En cambio, en la ciudad de México, la alarma era creciente por las versiones falsas propaladas por el propio Lane Wilson, que decía a voz en cuello que la intervención era inevitable y que las tropas de desembarque de los acorazados surtos en Veracruz vendrían a la capital a dar garantías a las personas e intereses de los extranjeros que andaban corriendo grandes peligros con motivo de la situación caótica creada por el cuartelazo.

Ante tales rumores que crecían de momento a momento, don Francisco Madero consideró prudente dirigir al Presidente Taft el siguiente mensaje:

Palacio Nacional, 14 de febrero de 1913.
Sr. W. H. Taft.
Presidente de los Estados Unidos de América.
Washington.

He sido informado que el gobierno que Su Excelencia dignamente preside ha dispuesto salgan rumbo a las costas de México buques de guerra con tropas de desembarque para venir a esta capital a dar garantías a los americanos. Indudablemente los informes que usted tiene y que le han movido a tomar tal determinación son inexactos y exagerados, pues las vidas de los americanos en esta capital no corren ningún peligro si abandonan la zona de fuego y se concentran en determinados puntos de la ciudad o en los suburbios, en donde la tranquilidad es absoluta y en donde el gobierno puede darles toda Clase de garantías. Si usted dispone que así lo hagan los residentes americanos en esta capital, según la práctica establecida en un mensaje anterior de usted, se evitaría todo daño a las vidas de los residentes americanos y extranjeros.

En cuanto a los daños materiales de las propiedades, el gobierno no vacila en aceptar todas las responsabilidades que le corresponden según derecho internacional.

Ruego, pues, a Su Excelencia ordene a sus buques no vayan a desembarcar tropas, pues esto causaría una conflagración de consecuencias inconcebiblemente más vastas que las que se trata de remediar.

Aseguro a Su Excelencia que el gobierno está tomando todas las medidas a fin de que los rebeldes de la Ciudadela hagan el menor daño posible y tengo esperanzas de que pronto quede todo arreglado.

Es cierto que mi patria pasa en estos momentos por una prueba terrible, y el desembarque de fuerzas americanas no hará sino empeorar la situación, y por error lamentable, los Estados Unidos harían un mal terrible a una nación que siempre ha sido leal y amiga, y contribuirían a dificultar en México el establecimiento de un gobierno democrático semejante al de la gran nación americana.

Hago un llamamiento a los sentimientos de equidad y justicia que han sido la norma de su gobierno, y que indudablemente representan el sentimiento del gran pueblo americano cuyos destinos ha regido con tanto acierto.

Francisco I. Madero (5).

Mientras el Presidente quedaba en espera de la respuesta de míster Taft, se desarrollaron los acontecimientos siguientes:

El tercer frente enemigo del gobierno, al que hemos hecho referencia, esto es, el Senado, hacía por su parte lo suyo. Siendo lo extraordinario del caso que el ministro de Relaciones de Madero, licenciado Lascuráin, hubiera intervenido cerca de los senadores para que éstos pidieran al Ejecutivo su renuncia.

El viernes 14, el licenciado don Pedro Lascuráin dirigió una comunicación al Presidente del Senado, doctor Juan C. Fernández, pidiéndole con urgencia que citara al Senado a una sesión extraordinaria, a la que concurriría él, oficialmente, para informar sobre el estado de nuestras relaciones con los Estados Unidos del Norte.

La nota del secretario Lascuráin decía:

Por acuerdo del C. Presidente de la República, tengo el honor de suplicar a usted se sirva convocar a una sesión secreta, extraordinaria, del Senado, en la cual el Ejecutivo de la Unión informará acerca de la situación actual. Espero se servirá usted comunicarme la hora en que los ciudadanos senadores se reunirán en el local de la cámara, a fin de proporcionarles seguridades debidas y de que concurra a la sesión el secretario de Estado que suscribe y que informará en nombre del Ejecutivo.

Firmado,
Pedro Lascurráin ... (6)

El señor doctor Fernández nos comunicó lo expuesto (hablan los senadores ...) (7) y nos citó para concurrir a la casa del señor senador don Sebastián Camacho, a las cuatro de la tarde. Supimos entonces que ese mismo día, viernes, el señor Presidente de la República llamó en la mañana al señor ministro de España y al señor licenciado De la Barra encareciéndoles que fuesen a la Ciudadela y procurasen obtener de los generales Díaz y Mondragón una suspensión de hostilidades durante tres días, con objeto de ver si dentro de ese tiempo podían entrar en algunos convenios o arreglos para la paz y que las familias residentes en la región en donde se encuentra la Ciudadela pudiesen cambiar su domicilio, y que si no llegaban a un arreglo los jefes pronunciados y el gobierno, entonces continuarían las hostilidades después de esos tres días.

Asistieron a la casa de dicho señor los senadores doctor Fernández, Camacho, Rabasa, Curiel, Guzmán, Flores Magón, De la Barra, Macmanus, Pimentel, Aguirre, Castillo y Obregón ... (8)

En seguida y para conocer el desarrollo de los acontecimientos insertamos el acta relativa del Senado del 16 de febrero:

ACTA DE LA SESIÓN DEL SENADO

Terminada la lectura del oficio, se presentó el secretario de Relaciones Exteriores, licenciado don Pedro Lascuráin, a quien se concedió el uso de la palabra para informar. El señor Lascuráin manifestó ser por extremo agustiosa la situación internacional de México, con respecto a los Estados Unidos de América, pues se habían recibido telegramas de Washington, participando la decisión de aquel gobierno, ya en vía de ejecución, de enviar buques de guerra a aguas territoriales mexicanas del Golfo y del Pacífico, y transportes con tropas de desembarque. El señor secretario de Relaciones agregó que, a la una de la mañana de hoy, el embajador de los Estados Unidos reunió en el local de la Embajada a algunos miembros del cuerpo diplomático, a quienes hizo saber la próxima llegada de los buques y su opinión firme y resuelta de que tres mil marinos vengan a la ciudad de México a proteger las vidas e intereses de los americanos, así como de los demás extranjeros que en ella residen. No hay tiempo que perder, concluyó diciendo el señor Lascuráin; los momentos son preciosos y, ante el inminente peligro que nos amenaza, de invasión extranjera, acudo al Senado para que en nombre del más alto y puro patriotismo adopte las medidas enderezadas a conjurarlo (9).

Es decir, que el canciller, tomando como ciertos los embustes del embajador Wilson, creía firmemente en la intervención y venía a pedir al Senado que adoptara las medidas enderezadas a conjurar el peligro. ¿En qué medidas pensaba Lascuráin? En la renuncia del Presidente; pero claro, no lo dijo con la mira de que el Senado asumiera la responsabilidad del hecho histórico. ¿Pero es que realmente dicho secretario de Estado hablaba en nombre del Ejecutivo u obraba por cuenta propia? No lo sabemos; pero lo evidente fue que el señor Madero no tenía entonces el deseo de renunciar, puesto que muy poco después se indignaría con el ministro de España y con los senadores que fueron a pedirle su renuncia, rechazando sus audaces demandas con dignidad y energía.

De todas suertes, cualesquiera que hayan sido las instrucciones de Madero para su secretario de Relaciones, el hecho es que los senadores supieron aprovechar lo expuesto por el licenciado Lascuráin para interpretar sus palabras como a ellos les convenía, esto es, en el sentido de que para salvar a México de la intervención norteamericana lo patriótico era pedir al Presidente que dimitiera su alto cargo. Y esto fue lo que hicieron como se desprende del acta respectiva.

En la misma sesión y estando presente el senador don Francisco León de la Barra; e invitado por el vicepresidente de la Alta Cámara para qué informara a los presentes sobre la comisión que le diera el Ejecutivo, expuso que el lunes 10 del corriente dirigió una carta al Presidente de la República, ofreciendo sus servicios como mediador, si podían ser útiles en las graves circunstancias presentes, carta que el Presidente contestó a la medianoche, manifestando que el gobierno no estaba dispuesto a tratar con los rebeldes de la Qudadela; que el viernes 14, el general Angeles se presentó en el domicilio del señor De la Barra invitándolo, en nombre del Presidente, a ir a hablar con él en el Palacio Nacional: tuvo con éste una conferencia y recibió el encargo de pasar a la Ciudadela a hablar con los jefes de la rebelión sobre que se suspendieran las hostilidades por tres días, que se emplearían en concertar la manera de poner fin a la situación presente, en vista, sobre todo, del peligro inminente de dar lugar a la intervención de una potencia extranjera que puede comenzar con el desembarque de tropas para proteger a sus nacionales y los demás extranjeros residentes en la capital.

El señor De la Barra cumplió su comisión, no obteniendo resultado favorable, pues los jefes de la rebelión, señores Díaz y Mondragón, se negaron a aceptar proposiciones de armisticio, ni entrar en negociaciones que no vinieran sobre la base de la renuncia de los señores Presidente y Vicepresidente y secretarios de Estado, de todo lo cual dio cuenta al Presidente de la República; consideró con esto terminada su misión, aunque quedando a la disposición del primer magistrado para cualquier esfuerzo que se creyera útil en pro del restablecimiento de la tranquilidad pública ...

LOS ACUERDOS

Con los antecedentes expuestos, los acuerdos de los señores senadores se produjeron en la forma que se consigna en el acta que venimos transcribiendo:

El C. Senador José Diego Fernández -que después hiciera importantes rectificaciones acerca de esta su primera actitud- expuso que la inminente gravedad de la situación no consiente esperar la preparación de un dictamen, ni largas tramitaciones reglamentarias. La determinación que se impone, la que debe adoptar el Senado sin pérdida de tiempo, es la de aprobar los acuerdos que siguen:

Primero. Consúltese al Presidente de la República, en nombre de la suprema necesidad de salvar la soberanía nacional, que haga dimisión de su alto cargo.

Segundo. Hágase igual consulta al C. Vicepresidente de la República.

Tercero. Nómbrese una comisión que haga saber, al señor Presidente Madero y al señor Vicepresidente Pino Suárez, los acuerdos adoptados.

Las proposiciones anteriores fueron aprobadas por unanimidad de los veinticinco senadores presentes, en votación nominal.

El señor secretario de Relaciones Exteriores indicó la conveniencia de que todos los senadores presentes se trasladen al Palacio Nacional, para comunicar a los señores Madero y Pino Suárez los acuerdos de que se trata, lo que fue aprobado unánimemente.

El señor senador Rabasa propuso que haga uso de la palabra en nombre de los senadores presentes ante el Presidente y Vicepresidente de la República, el señor senador Gumersindo Enríquez.

MADERO SE REHUSÓ A RECIBIR A LOS SENADORES

Veinticinco senadores se trasladaron al Palacio Nacional, acompañados del señor secretario de Relaciones Exteriores, quien inmediatamente se dirigió a la Presidencia para dar aviso al señor Madero de que el Senado deseaba comunicarle algunos importantes acuerdos que había tomado. Mientras tanto, los senadores permanecieron media hora, aproximadamente, en el local a que pertenecen. Pasaron luego a una de las antesalas de la Presidencia y después de veinticinco minutos de espera se presentaron en esa antesala el C. Ernesto Madero, secretario de Hacienda; el C. Manuel Bonilla, secretario de Fomento; el C. Jaime Gurza, secretario de Comunicaciones, y el C. Pedro Lascuráin, secretario de Relaciones.

El C. secretario de Hacienda manifestó a los senadores que el señor Presidente de la República había salido veinte núnutos antes, acompañado del señor general García Peña, a recorrer las posiciones militares del gobierno; que él y los secretarios de Estado presentes no tenían la representación del primer magistrado, y no hablaban en su nombre; pero que creían debido dar conocimiento a los senadores, de que el gobierno tenía fuerzas bastantes para dominar la situación, puesto que habían llegado refuerzos de importancia; que en el término de algunos días podía tomarse la Ciudadela, pues no era cierto que el brigadier Félix Díaz tuviera elementos bastantes para contrarrestar la acción del gobierno; que la situación de la República, en general, era satisfactoria, puesto que no había habido hasta hoy ningún levantamiento en los Estados, permaneciendo fiel Puebla, respecto del cual se había dicho que estaba regido por el coronel Pradillo, con el carácter de comandante militar; que respecto a peligro de una intervención americana, no lo consideraba serio, porque el Presidente estaba en espera de la respuesta que diera el señor Presidente Taft a un cablegrama que le había dirigido el señor Presidente Madero, al cual cablegrama dio lectura, en el que suplicaba revocar la orden de envío de buques de guerra y tropas de desembarque; que era necesario esperar la respuesta, debiéndose confiar en que el Presidente Madero hará todo lo que el patriotismo aconseje, pero que, por el momento, la renuncia de dicho magistrado seria contraproducente, puesto que sin duda alguna vendría la anarquía, porque tenía datos para asegurar que, desde luego, se levantarían en armas seis u ocho Estados de la República; manifestó, por último, que el pueblo está con el Presidente, inclusive las clases privilegiadas, en un noventa por ciento, pues sólo el diez por ciento, formado de políticos, le hacían oposición.

El C. Gurza, ministro de Comunicaciones, manifestó que había recibido telegramas de todos los Estados de la República, en vista de los cuales podía informar que la situación era satisfactoria.

DISCURSO DEL SENADOR ENRIQUEZ

El senador Enríquez dijo:

S eñor ministro: -dirigiéndose al de Hacienda.

En nombre del grupo de senadores aquí presentes y que nos han prestado la honra al señor licenciado Diego Fernández y a mí, de designarnos para que llevemos aquí la voz, me tomo la libertad de suplicar a usted se sirva decirnos, si el señor Presidente de la República no habrá de recibirnos, cuando hemos venido aquí en número de veinticinco senadores para comunicarle un acuerdo importantísimo en las muy penosas y graves circunstancias públicas del momento; porque usted se ha servido decirnos que el señor Presidente no está aquí por haber salido a visitar a los puestos militares avanzados de la línea militar de circunvalación de la Ciudadela; pero no nos ha dicho si habrá o no de recibirnos después, y usted nos ha rendido informe sobre la situación general del país y la particular de la capital, para hacer lo cual será necesario un acuerdo con el Presidente.

Contestó el ministro diciendo que el Presidente hacía veinte minutos que había salido con el señor general García Peña, con el objeto que había expresado.

El senador Enríquez agregó:

Supuesto que el señor Presidente no habrá de recibirnos, y que es a sus ministros aquí presentes a quienes tendremos que exponer el objeto que nos trajo al solicitar una conferencia con el depositario del Poder Ejecutivo, creo de mi deber cumplir con el encargo a que antes me referí, de consignar que, habiendo aquél solicitado, por el oficio de la secretaría de Relaciones Exteriores, que el Senado se reuniera en sesión extraordinaria para oír el informe que el secretario del ramo le rendiría sobre las graves noticias recibidas del envío de barcos de guerra de los Estados Unidos de América al puerto de Veracruz, con orden de desembarcar fuerzas armadas y hacer avanzar éstas hasta la capital de México, si fuese necesario, para la defensa de los intereses y las personas de los residentes americanos en nuestro país, el Senado no pudo reunirse en número bastante para formar quórum, ni ayer, en que solo se reunieron doce senadores, ni hoy, en que ese número se aumentó a veinticinco en la Cámara de Diputados, donde esa junta, aunque sin el carácter de Senado, oyó los fnformes del señor ministro Lnscuráin, que causó la más honda impresión, y el que produjo el señor senador De la Barra respecto de la comisión que le confió el señor Presidente de la República, de conferenciar con los revolucionarios que mandan en la Ciudadela, sin éxito alguno, sobre la celebración de un armisticio y nombramiento de comisiones de paz; en vista de tales informes, los senadores reunidos acordaron unidos, como un solo hombre -pues aunque después han venido aquí tres discutientes, los señores Magaloni, Gómez y Tagle, ellos no estaban presentes en la reunión cuando esos acuerdos se tomaron-, acordamos, decía yo, suplicar al señor Presidente, al señor Vicepresidente y al gabinete, que renuncien su alta investidura en aras de la patria, a impulso del más sublime patriotismo, ya que sin ese paso de elevadísima abnegación no hay esperanza de paz, dada la actitud de los revolucionarios, expresada en el informe del señor De la Barra, y se acordó también que todos los presentes viniéramos en masa a comunicar al señor Presidente tal solicitud, inspirados por el más puro patriotismo y en la fe sincera de que el mismo anima al primer magistrado de la nación que tantas pruebas ha dado de ello.


Notas

(1) B. J. de Cólogan, Por la verdad, op. cit., p.187.

(2) B. J. de Cólogan, Por la verdad, op. cit.

(3) Márquez Sterling, op. cit.

(4) Urquidi, op. cit.

(5) Jesús Acuña, op. cit., p.55.

(6) Jesús Acuña, op. cit., p.84.

(7) Jesús Acuña, op. cit., p.85.

(8) Jesús Acuña, op. cit., p.85.

(9) Jesús Acuña, op. cit., p.89.
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