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HISTORIA DIPLOMÁTICA
DE LA
REVOLUCIÓN MEXICANA
(1910 - 1914)

Isidro Fabela

PRIMERA PARTE

IMPROPIA CONDUCTA DEL MINISTRO INGLÉS



SIGUEN LAS FALCEDADES DE LANE WILSON

Para seguir cronológicamente con los documentos del expediente oficial y confidencial a que hemos hecho referencia, insertamos en seguida la carta privada que el ministro de la Gran Bretaña, Francis Strong, dirigió al embajador Wilson con fecha 14 de febrero:

Privada.
Muy confidencial.

Estimado señor Wilson:

Como usted debe saberlo, en caso de faltar el Presidente de la República, en el ministro de Relaciones recae la jefatura de la administración.

Ahora bien, tengo muy buenas razones para creer que si se consigue que el señor Madero renuncie y quede como Presidente Provisional el señor Lascuráin, este señor contaría con el apoyo cordial de personas de gran influencia política y reputación.

Debo agregar, que aunque el señor Lascuráin no pertenece al Partido Progresista, ha estado por la fuerza de las circunstancias en contacto íntimo con sus principales líderes y, por lo tanto, tendrían menos dificultades que con cualquiera otra persona (que no pertenezca al Partido) para sortear la situación. Presento a fa consideración de usted esta sugestión ...

De usted.

Francis Strong.

Esta nota no fue contestada por el embajador americano hasta el día 17 en los términos siguientes:

Mi querido señor Strong.

Recibí su carta relativa a que es deseable que el señor Lascuráin sea quien se encargue del poder ejecutivo en el caso que éste falte.

Estimo al señor Lascuráin en alto grado, pero temo no sea lo suficiente enérgico para el puesto, pues mi experiencia en los últimos días me ha enseñado que es vacilante y fácilmente, cuando se excitan sus nervios, cae en depresión nerviosa.

Han llegado a la Embajada noticias de que Huerta es de hecho prisionero de sus oficiales en Palacio y esa noticia aunque no confirmada explicaría por qué faltó ayer a la cita que él mismo me había dado.

Según la noticia, los oficiales están en comunicación directa con Díaz y le dan aviso de cómo debe dirigir sus fuegos para que tengan mayor efecto.

Si puedo ser a usted útil en algo, tendré verdadero placer en poner mis servicios a su disposición.

De usted sinceramente.

Henry Lane Wilson.

Esos papeles muy confidenciales y privados demuestran que también el representante diplomático inglés se entremetía en nuestros asuntos internos hasta el grado de proponer a su colega norteamericano, a quien creía el verdadero hombre fuerte de la situación mexicana, que en lugar del señor Madero, cuya renuncia esperaba, quedara como Presidente Provisional el señor Lascuráin, a quien Wilson juzga como hombre débil y vacilante, en lo que tenía razón.

El mismo día 14 (3 p. m.) sigue informando:

Díaz envió anoche, a las doce, dos mensajeros con la correspondencia que se ha cambiado con el gobierno sobre la manera de hacerse la guerra en esta ciudad. Hace en ella varias recomendaciones al gobierno con objeto de salvar vidas e intereses e incluye esas recomendaciones. La contestación es breve, no entra el gobierno en discusión de las cuestiones que se le presentan y exige la rendición permitiéndole salir de la ciudad. Con la nota en que envía esa correspondencia Díaz insiste en que se le reconozca el carácter de beligerante por el gobierno de los Estados Unidos, haciendo constar que controla la ciudad aunque hasta ahora se ha limitado en lo posible su fuego. Enviará los documentos.

No dice el embajador cuál fue la respuesta que diera a la petición de Félix Díaz de que se le reconociera la beligerancia por parte del gobierno de los Estados Unidos, sencillamente porque no supo o, mejor dicho, no quiso cumplir con su deber, que era el de haberle mandado a decir que se abstuviera de semejante pretensión, pues teniendo reconocido el gobierno de Washingron al del señor Madero, era imposible, dentro de los principios del derecho internacional, que se reconociera al rebelde de la Ciudadela.

Pero, claro está, no procede de esa guisa el señor embajador sino que quedó en espera de los documentos que le ofreciera el brigadier levantado en armas, así como de los acontecimientos que, él sabía, se precipitarían en contra del gobierno. El mismo día 14 a la medianoche sigue informando:

Las fuerzas federales en Ozumba, Miraflores, la Compañía, Chalco, Tláhuac y San Rafael se han rebelado declarándose en favor de Díaz. En la mayor parte de los casos la oficialidad ha sido muerta.

El contenido de este mensaje es también una sarta de inexactitUdes porque no es verdad, en absoluto, que las fuerzas federales de aquellas pequeñas poblaciones se hubiesen rebelado en favor de Díaz, siendo también mentira que su oficialidad hubiese sido sacrificada. Misma fecha (12 a. m.):

El ministro alemán me ha informado que el señor De la Barra estuvo en Palacio y tuvo una conferencia con el Presidente y con el general Huerta. Al salir el señor De la Barra fue aplaudido por el pueblo, al que dirigió una arenga.

Si el ministro alemán Von Huintze dio efectivamente esa versión al embajador Wilson, el diplomático germano faltó a la verdad, pues don Francisco de la Barra jamás se dirigió al pueblo, ya que siempre guardó una posición cautelosa durante todo el tiempo de la rebelión hasta que ésta triunfó, subiendo entonces a la superficie para ocupar el puesto de colaborador del traidor Huerta en el ministerio de Relaciones Exteriores.

Al llegar a este punto y por razones cronológicas inserto la carta que el señor Francis Strong, ministro británico, dirigió a mister Wilson con fecha 14 de febrero:

Legación Británica.

Mi querido señor Wilson.

El señor Brencheley acaba de decirme que usted privadamente ha hecho presión sobre el señor Lascuráin para que, en unión de varios miembros del Senado, obliguen al señor Madero a renunciar.

Enteramente de acuerdo con lo que usted ha hecho, considero sería ésa la manera mejor de acabar con esta situación intolerable.

De usted muy sinceramente.

Francis Strong.

Este documento ratifica de manera evidente el vivo interés que el señor Stronge tenía en el golpe de Estado al estar enteramente de acuerdo en obligar al señor Madero a renunciar.

¿Tendría la Foreing Office en aquel entonces informaciones relativas a la arbitraria conducta de su representante diplomático en México? Porque de haber tenido conocimiento de aquel acto hubiera sido motivo más que justificado para destitUirlo de su imponante cargo.

Telegrama de 15 de febrero a las 7 p. m.:

Según parece el Senado ha votado que se pida al Presidente su renuncia, por 27 votos contra 3, que eran los presentes, lo que hace una mayoría, pero no quórum legal. Al salir de Palacio varios senadores arengaron al populacho pidiendo apoyaran al Poder Legislativo impidiendo así la intervención de los Estados Unidos que habían pedido las potencias europeas.

También esta información es mendaz. Los senadores urdieron sus maquinaciones contra el gobierno y la persona del señor Madero a puerta cerrada y maniobraron en grupo minoritario, hasta tener la osadía de pedir al Presidente de la República su renuncia. Pero nunca arengaron al populacho, como dice el señor embajador. Para eso les faltaba valor.

16 de febrero (11 a. m.):

Se dice que los zapatistas tomaron Cuernavaca. Creel estuvo a verme y me dijo que los federales en Chihuahua se han volteado y he recibido telegramas de que Nuevo Laredo se ha declarado por Díaz y que hay movimiento peligroso en Monterrey ...

Ni los federales de Chihuahua se voltearon ni tampoco Nuevo Laredo se declaró por Díaz, de manera que, mensaje por mensaje, como hemos visto, el embajador mentía a su gobierno.

EL EMBAJADOR Y HUERTA PRINCIPIAN A PONERSE DE ACUERDO
El golpe de Estado.
Prisión del Presidente y su gabinete

El 16 de febrero comienzan a entenderse Henry Lane Wilson y Victoriano Huerta, según se desprende de los mensajes siguientes:

Confidencial.

El general Huerta me ha indicado su deseo de tener una plática conmigo y lo veré en cualquier momento del día de hoy. Quizá pida a los ministros de Alemania y España me acompañen. Espero muy buenos resultados de esto.

Si antes de esa fecha el desleal Huerta y el embajador norteamericano no estaban ya de acuerdo en dar el golpe de Estado, es seguro que, en la entrevista a que se refiere Wilson, deben haber acordado la prisión del señor Madero y su gabinete. Espero muy buenos resultados de esto, dice el representante de los Estados Unidos. El resultado no podía ser mejor para las malévolas intenciones del embajador de los Estados Unidos, ni peor para la patria mexicana.

Febrero 17 (4 p. m.):

El general Huerta acaba de enviarrne nuevamente un mensajero anunciándome que puedo estar seguro de que va a tornar medidas que den por resultado la remoción de Madero, esto es, su caída del poder en un momento dado, y que el plan para ello ha sido perfectamente meditado, obedeciendo la dilación a que desea evitar violencias y efusión de sangre. No hice ninguna pregunta ni sugerí nada, pidiendo únicamente que no se matara a nadie si no era ajustándose a las prescripciones de la ley. No estoy capacitado para decir si esos planes se llevarán a efecto o no. Me limito a trasmitir al gobierno lo que se me ha dicho y accedí a escuchar por la íntima conexión que tiene con la situación que guardan nuestros nacionales en esta ciudad.

Este mensaje está redactado seguramente después de haber conferenciado Huerta y Lane Wilson acerca de la caída del gobierno constitUcional del Presidente Madero. Naturalmente no lo dice a su gobierno, sino que en forma hipócrita dice lo que le dijo Huerta: Que va a tomar medidas que den por resultado la remoción de Madero, esto es, su caída del poder en un momento dado, y que el plan para ello ha sido perfectamente meditado.

La hipocresía consiste en que dice a su gobierno no haber hecho ninguna pregunta ni sugerido nada, sino solamente recomendado que no se matara a nadie.

Si no hubiera gran cúmulo de pruebas para demostrar la complicidad del diplomático Wilson en la caída del señor Madero, este mensaje da la comprobación plena de su culpabilidad.

Lo extraño es que el gobierno de la Casa Blanca, al tener en sus manos semejantes informes que denotaban hasta la eVidencia la conducta delictuosa de su representante en México, no lo hubiera destitUido o llamado para hacerle un riguroso extrañamiento.

17 de febrero (1 p. m.).

Al enterarse el representante de los Estados Unidos del telegrama que el señor Madero envió al Presidente Taft y que ya conocemos, ataca al Presidente en los siguientes términos:

Respecto al telegrama del Presidente debo decir que es irregular, falso y enredador, y que habiéndolo dicho a él también, debo informar al Departamento en el mismo sentido. Mis colegas, que en unión mía enviaron una representación al Presidente pidiéndole renunciara, desean que exprese SU completa desaprobación al telegrama del Presidente en lo que se refiere a la naturaleza de nuestra gestión, que fue perfectamente entendido tanto por ellos como por el Presidente, que nuestra acción era amistosa y sin carácter oficial. Harán la misma manifestación a sus respectivos gobiernos. Apreciaré enormemente y espero que así se hará, que el Presidente en su contestación al Presidente de México desapruebe francamente el velado ataque que se hace a esta Embajada, la que está procurando hacer cuanto es posible por cumplir con su deber en esta situación excepcional; también espera que la nota de la Embajada Mexicana será refutada como falsa, y enteramente irregular en el cambio de impresiones entre gobiernos. Aunque sólo los representantes de las grandes potencias han obrado de acuerdo conmigo, en el caso tengo la aprobación de todo el cuerpo diplomático.

El señor Presidente Taft, por fortuna, no sólo no tildó de falsa y enteramente irregular la nota telegráfica del Presidente Madero, sino que le dio toda atención y la contestó en términos tranquilizadores y justos, asegurándole al señor Presidente Madero que el gobierno norteamericano no tenía absolutamente intenciones de intervenir en México.

A las 10 p. m. del día 17 da a su gobierno informes preparatorios respecto al fin de la contienda. Dice:

El general Díaz ha avanzado sus líneas hasta la esquina de Niza e Insurgentes con el manifiesto propósito de atacar la batería que está frente a la Legación Británica, también ha avanzado otra manzana en la calle de Orizaba y según todas las apariencias bien pronto tendrá el control de todo el distrito de residencias. Las tropas federales están siendo retiradas esta noche de todos los puntos avanzados y llevadas a Palacio. Los cañones del general Blanquet están apuntados hacia el Castillo de Chapultepec, lo que indica que está en connivencia con Díaz. Los soldados de Blanquet han quedado encargados de la custodia de Palacio, lo que está de acuerdo con el mensaje enviado por el general Huerta de que todos los soldados maderistas serán retirados y reemplazados por tropas de su personal confianza.

Hasta que por fin, el día 18 a las 5 de la tarde, envía el telegrama que da cuenta de la traición de Huerta:

Acabo de recibir una nota oficial del generál Huerta anunciándome que ha hecho prisionero al Presidente y a sus ministros, y pidiéndome que la noticia sea comunicada al Presidente Taft y al cuerpo diplomático residente en ésta.

El cuerpo diplomático estaba reunido cuando recibí la nota del general Huerta y previa consulta acusé recibo, agregando que la petición de que se unieran todos los elementos mexicanos para mantener el orden.

En mi nombre particular, le dije que tenía confianza en su habilidad y buena intención para llevar a efecto sus expresiones de patriotismo y buenos efectos. También le expresé mi confianza de que pondría al ejército a las órdenes del Congreso mexicano. También le dije que trasmitiría su nota al Presidente Taft y al general Díaz como lo solicitaba en dicha nota.

Así trasmitía a su gobierno, seguramente con profunda satisfacción, el segundo acto del drama mexicano en el que tan directamente había intervenido y que muy pronto se tornaría en tragedia.

FUNCIÓN DE LA DIPLOMACIA
Lane Wilson viola el derecho internacional

El fin esencial de la diplomacia -dice el maestro Calvo- es asegurar el bienestar de los pueblos, mantener entre ellos la paz y la buena armonía, garantizando siempre la seguridad, la tranquilidad y la dignidad de cada uno de ellos.

El señor Lane Wilson, lejos de mantener la armonía entre su país y el nuestro, se puso de acuerdo con los rebeldes al gobierno quebrantando el respeto que debía a la dignidad del Estado mexicano representado por el gobierno constitucional del Presidente Madero.

El diplomático en el territorio que ejerce sus funciones -dIce el internacionalista italiano Giulio Diena- tiene el deber esencial de no tomar ninguna ingerencia en los negocios interiores del Estado. Lo mismo dice el jurisconsulto inglés Oppenheim, al sostener: Se debe especialmente hacer énfasis en el deber de los enviados diplomáticos de no intervenir en la política del país en que están acreditados.

Igual tesis sostiene el profesor argentino Antokoletz al decir: El agente diplomático debe respetar la soberanía del Estado extranjero, no inmiscuirse en sus asuntos internos o externos, ni favorecer a los partidos políticos en la lucha.

Podría multiplicar las citas acerca de este deber primordial de un diplomático, pero con las anteriores basta para darse cuenta cabal de que Henry Lane Wilson violó estos principios del derecho de gentes, no sólo mezclándose en nuestros asuntos internos de una manera flagrante, irrespetuosa y cínica, sino que favoreció con todo descaro a uno de los partidos en lucha, hasta hacerla triunfar.

El ejercicio de la diplomacia -he dicho en mi opúsculo Condiciones que han menester los diplomáticos- requiere, desde luego, una facultad de gran peso, en el éxito o fracaso de los negocios internacionales: el tacto.

Esta cualidad, innata en el hombre, pero desarrollada, y también, a veces, adquirida a fuerza de experiencia social, no es la inteligencia, ni la ilustración, ni el savoir faire, ni la simpatía personal, ni el agudo ingenio, ni la discreción; nada de eso aisladamente, sino todo eso en conjunto, con otros factores del espíritu, que no es sencillo determinar ni definir.

El señor Wilson parecía estar reñido con el tacto, pues su carácter versátil, e irascible sobre todo cuando estaba bajo la influencia del alcohol, lo inclinaba a la desatención, al tono imperativo, descortés y desdeñoso. De esa suerte dicho personaje nefasto estaba muy lejos de ser el digno representante del gran pueblo norteamericano que merecía tener en México un caballero que tuviera las cualidades innatas de los norteamericanos bien nacidos, la franqueza y la decencia, cualidades legendarias heredadas de sus mayores los gentlemen ingleses que han dado en el mundo la pauta de la hidalguía y de las buenas maneras.

HUERTA VISITA A SUS PRISIONEROS.
SU CÍNICA ACTITUD

Estando presos el señor Presidente Madero, sus ministros, el genera! Felipe Ángeles y el gobernador del Distrito, licenciado Federico González Garza, como a eso de las 5 de la tarde del mismo día 18,

se presentó Huerta en nuestra prisión -dice González Gárza-, sin duda para cerciorarse por sí mismo de que el Vicepresidente también estaba bien preso. Su llegada la anunciaron sus acicates que resonaban en el pavimento de asfalto, con la pesadez propia de una persona que va arrastrando los pies porque el alcohol que ha ingerido ha privado a sus músculos de la energía suficiente para levantarlos. Llega al umbral de nuestra prisión; escudriña con la mirada todos los rincones; descubre a Pino Suárez de pie en el garitón de centinela que da para la plaza de la Constitución, se informa que yo también estoy allí en un separo adyacente y queda satisfecho ...

Después, según la versión de Bonilla hijo, dirigiéndose al señor Madero trató de pronunciarle un discurso:

- Señor Presidente ... -comenzó a decir el traidor.

El señor Madero le interrumpió con energía:

- ¡Ah! ¿Conque todavía soy Presidente? ...

Huerta trató de reanudar su perorata, y dijo:

- Desde el combate de Bachimba ...

Madero volvió a interrumpirlo:

- Ya era usted traidor.

Entonces el pretoriano le dijo estas cínicas palabras, según González Garza:

- Sepa usted, señor Madero, que desde que me confió el mando de la División del Norte, usted era mío, había usted caído en mis redes y su vida estaba a mi disposición (1).

Después, tendiendo su mano a! Presidente, le dijo: Ya me voy; sólo vine a saludar a mis prisioneros ... El señor Madero le volvió la espalda y diciéndole secamente no, le rehusó el saludo.

En seguida el beodo fue estrechando la mano de cada uno de los presentes. Al llegar al señor licenciado Manuel Vázquez Tagle, ministro de Justicia, este caballero, dando pruebas de gran entereza, se cruzó de brazos y mirando fijamente a Huerta le dijo: Yo no le doy la mano a un traidor, señor Huerta. La respuesta de éste fue: Dios guarde a ustedes, señores (2).

A las siete de la noche fueron puestos en libertad los ministros, ordenándose que los acompañaran a sus domicilios algunos oficiales ayudantes de la comandancia militar. A don Ernesto Madero y a don Rafael Hernández, que salieron juntos, los acompañaron el mayor de Rurales, Francisco Cárdenas -el que después asesinara personalmente al mártir Madero ...

LA IMPRESIÓN EN WASHINGTON.
TAFT NO OCULTA SU SATISFACCIÓN.
MADERO NO CONTABA CON SU SIMPATIA

El día 18 en la noche se recibe en Washington la noticia de que Madero ha sido hecho prisionero por Huerta. El elemento oficial de la administración, y el mismo Taft, no pueden ocultar su satisfacción, comenta el ingeniero Urquidi (3). La situación peligrosa creada por el bombardeo de la capital se creía así resuelta, y esto era todo lo que al gobierno de Washington le importaba. Digo esto porque en una entrevista dada a la prensa por Huntington Wilson, uno de los subsecretarios del Departamento de Estado, y gran amigo y protector del embajador americano, a raíz del golpe de Estado de Huerta, dijo que lo que el embajador Henry Lane Wilson quería era únicamente la paz; que el Departamento de Estado nunca había sido muy entusiasta por Madero y que el modo como esa paz era obtenida no era cosa que concerniera a los Estados Unidos. Para terminar, añadió que los actos del embajador contaban con la aprobación del Departamento de Estado. (The New York World, 21 de febrero de 1913).

Esta declaración pública del subsecretario de Estado Huntingron es una prueba palmaria de la falta de justicia internacional con que el gobierno republicano del PresIdente Taft trató a México en aquel crítico trance de nuestra vida nacional. Aprobar el Departamento de Estado la conducta de su inmoral y atrabiliario embajador que no había hecho otra cosa que mentir a su gobierno constantemente durante la Decena Trágica, como lo hemos demostrado ampliamente; aprobar la ingerencia de su representante en los asuntos interiores de nuestro país era violar el derecho internacional en uno de sus principios fundamentales, que establece que todo Estado soberano debe ser respetado en el manejo de sus asuntos internos. No reprender a H. L. Wilson por sus descaradas confesiones respecto a sus maniobras encaminadas al derrocamiento del señor Presidente Madero, constituyéndose en verdadero coautor de su caída y prisión, es una falta grave que no honra al Partido Republicano en la historia de su política internacional y diplomática hacia la América Latina.

El gobierno de Madero -dice Urquidi-, sobre todo en sus postrimerías, no contaba con la buena voluntad de la administración de Taft. Los quince meses de continuas dificultades interiores y exteriores de ese período, principalmente provocadas por el embajador, hablan hecho circular en Washingron la idea de que Madero no podría nunca dominar la situación y establecer esa paz real de que hablaba Taft. Ya desde fines del año anterior, las relaciones entre Estados Unidos y México habían quedado muy tirantes, al grado de que cuando el embajador volvió a México, en enero de 1913, de regreso de su viaje a Washington, llegó a asegurarse que era portador de una nota del gobierno amencano en que se exigía la renuncia de Madero como única alternativa para evitar el desembarque de marinos en Veracruz. Tal rumor resultó una verdadera patraña, inventada por la prensa alarmista, pero no por eso deja de ser un hecho que el gobierno americano veía con el más grande desasosiego los pocos progresos que Madero había realizado en la restauración de la paz. La tirantez entre ambos gobernantes, Taft y Madero, había ya alcanzado en esa época su período crítico, para lo cual no habían sido óbice las hábiles gestiones de nuestro embajador en Washington, licenciado Manuel Calero, quien durante diez meses y según su propia cínica e indigna confesión en el Senado, había estado mintiendo al gobierno de Washington acerca de la verdadera situación del país.

La caída de Madero fue un motivo de satisfacción para Taft, quien esperaba que Huerta o Félix Díaz dominaran por completo la situación. Otra circunstancia había además, que en los días de la Decena Trágica vino a acabar con las pocas simpatías con que el maderismo contaba en Washington, y fue que en Estados Unidos se atribuyó insidiosamente a Madero la propagación de los rumores de intervención.

La idea de que aquél, en efecto, había hecho cundir la voz de alarma con el objeto de ganarse el apoyo de las masas, incitándolas contra el gringo, causó una profunda impresión de disgusto y de desconfianza en Washington, y le restó a Madero, como se ha dicho antes, las pocas simpatías oficiales a que pudiera haber sido acreedor en la hora aciaga de su derrocamiento.

Parece ser que el primero que comunicó oficialmente a Washington la noticia de que el gobierno de Madero había hecho propalar los rumores de intervención para incitar a las multitudes en contra de los americanos, restándole así elementos a la rebelión, fue el contraalmirante Southerland, que a la sazón se encontraba en el puerto de Mazatlán. El cónsul Miller de Tampico también había telegrafiado al Departamento de Estado diciendo que el gobernador de Tamaulipas, Matías Guerra, pasaba por el autor de una circular profusamente repartida, en la que se hacía un llamamiento al pueblo de su Estado para combatir a los supuestos invasores. De todo esto, el Departamento de Estado hacía responsable a Madero, directamente.


Notas

(1) Federico González Garza, op. cit., p.4OO.

(2) Manuel Bonilla, Jr., op. cit., p.84.

(3) Juan F. Urquidi, op. cit.
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