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LOS FISIÓCRATAS Carlos Gide y Carlos Rist CAPÍTULO TERCERO El producto neto El orden natural de los fisiócratas comprende en sí todos los fenómenos sociales; si se hubiesen contenido dentro de los límites de esta generalidad, hubieran merecido el título de fundadores de la Sociología, más bien que el de fundadores de la Economía Política. Pero en este orden natural tropezaron con un fenómeno de orden puramente económico, que llamó poderosamente su especial atención, deslumbrándolos hasta el extremo de hacerles seguir una pista falsa. Este hecho o fenómeno fue el papel que desempeña la tierra en la producción. Y aquí venimos a encontrar la concepción más errónea, pero también la más característica de la doctrina fisiocrática. Toda operación productiva implica, necesariamente, un determinado número de dispendios, ciertos gastos o, en otros términos, un determinado consumo de riqueza, que evidentemente es forzoso deducir de la riqueza creada en el transcurso de la operación productiva. Y es evidente también que únicamente la diferencia, el excedente de ésta sobre aquélla, es lo que puede ser considerado como constitutivo de un aumento real de riquezas. A esta diferencia es a la que los fisiócratas llamaron, y a la que todo el mundo, en efecto, después de ellos, ha llamado de la misma manera, el producto neto. Mas los fisiócratas creyeron descubrir que este producto neto no existía más que en una sola categoría de las operaciones productivas: en la industria agrícola. Solamente en ella, afirman los fisiócratas, la riqueza creada es mayor que la riqueza consumida: el labrador recolecciona, a menos que un accidente imprevisto se lo impida, mucho más trigo del que ha gastado, incluyendo aquí no solamente el invertido en la siembra, sino también el que destinó a procurarse el pan durante todo el año. Y si ha podido crearse el ahorro y fundarse la civilización, ha sido únicamente gracias a que la producción agrícola posee esta maravillosa virtud de dar un producto neto (1). Este hecho no se vuelve a encontrar en ninguna otra categoría de producción:
ni en el comercio y en los transportes, donde claramente se advierte que el trabajo del hombre no crea nada, puesto que no hace más que trasladar de lugar o cambiar unos por otros los productos ya creados; ni siquiera en la industria manufacturera, pues el artesano se limita a modificar, mezclar o yuxtaponer las primeras materias (2). Sin embargo, se argüirá, el trabajo aumenta el valor; sí, efectivamente, pero sólo en la medida de los valores que él mismo consume, ya que el precio de la mano de obra no representa nada más que el precio de los consumos necesarios para la subsistencia del obrero. Aquí no hay sino una adición de valores superpuestos que se verifica al mismo tiempo que la adición de las primeras materias mezcladas. Y adicionar no es multiplicar, dice La Riviére (3). Como consecuencia de todas estas ideas, los fisiócratas llamaban a los industriales la clase estéril. No hay que creer por esto, sin embargo, que semejante calificativo llevase parejo en su pensamiento ningún desprecio para los industriales y los comerciantes. Muy lejos de ser inútiles, estas artes son el encanto y el sostén de la vida, la conservación y el bienestar del género humano (4). Unicamente son improductivos en el sentido de que no crean ninguna riqueza nueva. Una nueva objeción surge en este punto. Sin embargo, se dirá: los industriales y los comerciantes ganan dinero, y hasta mucho más que los agricultores. ¿Y qué importa eso?, responden los fisiócratas. Esa ganancia, los artesanos no la producen, la ganan (5); es decir, que se trata, sencillamente, de una riqueza que les es transferida por otras personas. ¿Por quiénes? Pues precisamente por los agricultores. Ellos son los que proveen a los artesanos, no solamente de todo el caudal de primeras materias para sus trabajos, sino también, y lo que no es menos evidente con poco que se reflexione, de todas aquellas otras que han de consumir, sea de la forma que sea. Los artesanos son los criados, los ayudantes o, como los llama Turgot, los asalariados de la clase agrícola (6). Esta, en rigor, podría bastarse a sí misma, y de ese modo guardar para ella todo el producto neto; pero como encuentra en lo otro muchas más ventajas, encarga a los artesanos que le hagan sus vestidos, sus casas, sus herramientas, y, naturalmente, ella les abandona, como remuneración, una porción más o menos grande del producto neto (7). Por otra parte, nada más fácil que éstos, como tantos otros criados de casa grande, hagan su medro y obtengan sus buenos provechos a la sombra de los gastos de sus amos. Clases estériles, pues, en el lenguaje fisiocrático, no quiere decir otra cosa que clases que perciben sus ingresos de segunda mano. Y, a pesar de todo, por más que se les ha visto poner el mayor empeño en alcanzar el significado que daban a esta expresión tan poco feliz, se ha juzgado tan injusta la denominación aplicada a toda una categoría de trabajos que parecen haber enriquecido a los pueblos más que todos los demás, que el sistema fisiocrático se ha encontrado desacreditado irremediablemente. Es todavía una cuestión objeto de controversias la de saber si los fisiócratas atribuían solamente a la industria agrícola la virtud de engendrar un producto neto o si se la atribuían, igualmente a la industria extractiva, a la industria minera. La mayoría de los comentaristas se han decidido por la afirmativa, pero sin pruebas decisivas, pues los textos sobre el particular son escasos y contradictorios. Muy lógicamente se comprenden sus dudas, ya que, por una parte, las minas dan, indiscutiblemente, riquezas nuevas al hombre y primeras materias, exactamente igual que la tierra y que el mar. Pero, por otro lado, si la tierra y el mar son fuentes de vida que se están renovando constantemente, las minas carecen completamente de esta virtud. Turgot lo dijo muy bien: Un campo produce sus frutos cada año, da sus cosechas periódicamente ... Con una mina no sucede lo propio: la mina no produce fruto, es ella misma el fruto a recoger. De donce se saca la conclusión de que las empresas mineras no dan más producto neto que las empresas industriales. Si alguien se puede decir que obtiene un producto neto de la mina, no es otro que el propietario de la superficie. Pero, agrega, este producto es insignificante (8). Esta diferencia esencial que los fisiócratas establecían entre la producción agrícola y la producción industrial tenía, sin ningún género de duda, un fundamento puramente teológico. La producción de la tierra era la obra de Dios; de donde sólo Dios es creador; en tanto que la producción de las artes era la obra de los hombres, y no entra en el poder de los hombres el crear nada (9). Con facilidad se les responde que si únicamente Dios es creador, puede asimismo serlo igualmente proporcionándonos los vestidos que facilitándonos el pan nuestro de cada día, y que si el hombre no puede crear y sí sólo transformar, tan cierto es ello cuando cultiva la tierra como cuando trabaja sobre el hierro o sobre la madera. La agricultura, como todas las demás industrias, no es, evidentemente, más que una industria de transformación; en ella no sería posible hacer otra cosa. No han sabido ver -quizá porque Lavoisier no lo había enseñado todavía- que en la naturaleza nada se crea ni nada se pierde, y que el grano de trigo que se deposita en el surco fabrica su tallo y sus espigas con el concurso de los materiales que le son prestados por el suelo o por la atmósfera, átomo a átomo, exactamente de la misma manera que el panadero, con ese mismo trigo, agua, sal y levadura, hará luego el pan. Y, sin embargo, los fisiócratas no estaban tan ciegos que no hubieran podido advertir que los productos naturales y hasta el mismo trigo sufrían en el mercado, al igual que los productos industriales, la ley de los precios, y que cuando éstos descendían demasiado, el producto neto se desvanecía. Al llegar a este caso, ¿como era posible seguir afirmando que la tierra producía valor? ¿Y en dónde estaba la diferencia entre el valor de los productos agrícolas y el de los productos industriales? No es fácil explicárselo. Probablemente, el pensamiento de los fisiócratas era que el buen precio, o, lo que es lo mismo, el precio que lleva consigo una plusvalia sobre los gastos de producción, era un efecto normal del orden natural. Si el precio bajaba hasta ponerse al nivel del costo de la producción, el orden natural quedaba roto, y nada tenía de extraño, a partir de ese momento, que el valor natural se desvaneciese. Esto es, sin duda, lo que quiere significar la siguiente enigmática sentencia del doctor Quesnay: Abundancia y baratura no es la riqueza; escasez y carestía es la pobreza; abundancia y carestía es la opulencia (10). Pero nótese que si el buen precio no es más que el excedente del valor del producto sobre el coste de producción, este excedente no aparecerá ni más ni menos frecuentemente en la producción agrícola que en la producción industrial. No aparecerá más en la una que en la otra mientras estén sometidas a las leyes de la competencia, y aparecerá, por el contrario, más en una que en otra allí donde haya monopolio. Falta únicamente saber si los valores de monopolio se dan con mayor frecuencia en la producción agrícola que en la producción industrial. En tesis general, puede responderse afirmativamente, siendo la tierra, por la naturaleza de las cosas, limitada en cantidad, y de aquí que haya que reconocer mucho de verdad en la teoría fisiocrática; pero, no obstante, el establecimiento en todos los países de derechos protectores demuestra claramente que la tierra no se escapa a la acción de la libre competencia y que su renta no es más que una cuestión de hecho. He aquí por qué el producto neto, entendido en el sentido fisiocrático, es una pura ilusión; no hay motivo para poderlo encontrar más en una creación de materia que en una creación de valor. Esta ilusión puede, empero, ser explicada por el medio histórico donde se desenvolvían los fisiócratas. ¿Qué es lo que veían en él? A toda una clase social, el clero y la nobleza, viviendo a expensas del colonaje de sus tierras. ¿Cómo, pues, hubieran podido vivir si la tierra. no hubiese poseído la virtud de producir, a más de los productos consumidos por los campesinos, el excedente necesario para sostener a los propietarios con el decoro de su rango? Y es una cosa curiosa notar que, viendo en los artesanos a asalariados que vivían de los relieves de los agricultores, no les hubiere acudido a la imaginación que los propietarios ociosos podían ser considerados como asalariados de sus arrendatarios. Quizá, si en su tiempo hubiera existido una clase de accionistas viviendo desahogadamente de sus rentas, es más que probable que los fisiócratas hubieran deducido la existencia de un producto neto en las empresas industriales. Por otra parte, esta idea de que son Dios o la Naturaleza los que crean el valor por medio de la tierra pareció asentada sobre sólidos fundamentos, por cuanto vemos a Adam Smith hacerla suya en parte. Sólo con Ricardo, y por una completa inversión de los términos, dejó de aparecer el ingreso producido por la agricultura como una bendición de la Naturaleza y de la tierra, Almas Parens, destinada a ir en aumento a proporción que el orden natural se fuese afirmando, sino, por el contrario, como una consecuencia de la limitación y de la esterilidad creciente de la tierra; no ya como un don gratuito hecho por Dios a los hombres, sino como un tributo deducido por el propietario sobre el consumidor, y desde entonces ya no se le llamó el producto neto; sino la renta. En cuanto al calificativo de estéril aplicado a todos los trabajos distintos del agrícola, ya tendremos ocasión de ver cómo fue borrado y de qué modo también se fue reconociendo sucesivamente el atributo de la productividad a cada categoría de trabajos: primero, a la industria; luego, al comercio, y después, a las profesiones liberales. Para no salirnos de la esfera de los trabajos industriales, basta observar que, ni aun en el caso de que fuera cierto que no producen más que el equivalente de los valores consumidos, bastaría eso sólo para que no fuese ya aplicable el dictado de esteril; entonces, como tan ingeniosamente lo hizo notar Adam Smith, habría que decir que un matrimonio ha sido estéril cuando no haya tenido más que dos hijos. Sostener que sumar no es multiplicar equivale a no decir nada en concreto, ya que la aritmética enseña que la multiplicación no es más que una suma abreviada. ¿No es también, en suma, curioso notar que entre todas las categorías de ingresos la única que apareciese como la superior a todas y la más legítima fuera, precisamente, la que no era el resultado del trabajo, y que, andando el tiempo, bajo el nombre de renta de la tierra, aparecerá como la más difícil de justificar? ¿Habremos de concluir, por todas estas consideraciones, que la teoría fisiocrática del producto neto ha sido, científicamente, estéril por completo? De ninguna forma. Desde el punto de vista histórico, produjo, ante todo, el saludable efecto de reaccionar contra las doctrinas económicas reinantes en aquella época, contra el mercantilismo, que no veía crecimiento de riquezas más que en el comercio, ni producto neto si no era en la explotación de los pueblos limítrofes o de las colonias. Los fisiócratas vienen a darse la mano, por encima de los mercantilistas y de los colbertistas, con Sully, que veía la fuente de la riqueza nacional en esas dos grandes ubres: el laboreo de las tierras y el pastoreo. Debe notarse, en efecto, que, a pesar de su error, la agricultura no ha vuelto a perder ya más, a partir de ellos, la categoría que le habían dado los fisiócratas; y, hasta por una consecuencia totalmente imprevista, esta importancia vital dada a la agricultura, ha sido uno de los factores más poderosos del despertar del proteccionismo, de suerte que los fisiócratas librecambistas se han encontrado arrastrados por el mismo éxito de su idea ... ¡Todavía no estamos muy seguros que no fueran hoy proteccionistas agrícolas si vivieran actualmente! Por lo menos, ésta es la opinión del economista que mejor los ha estudiado: Oncken (11). Y si la diferencia que los fisiócratas habían creído comprobar entre la agricultura y la industria es, en su mayor parte, completamente imaginaria, es mucha verdad, sin embargo, que la agricultura tiene eso de especial: que ella sola pone en acción las fuerzas de la vida, ya sea vegetal, ya sea animal; mas esta fuérza misteriosa -quizá la misma que los fisiócratas veían, confusamente, bajo el nombre de Naturaleza- no parece poder ser fácilmente asimilada a otras fuerzas físicoquímicas; presenta, ciertamente, caracteres especiales que la diferencían de la producción industrial; algunas veces es inferior a ella, porque su rendimiento se encuentra limitado por las exigencias del tiempo y del espacio; pero casi siempre es superior, puesto que posee lá virtud, que sólo a ella pertenece, de poder producir por sí sóla las materias indispensables para sostener la vida de los hombres. Plantea, pues, tan magnos problemas, que ya anuncian a Malthus.
Notas (1) La prosperidad de la humanidad entera está ligada al mayor producto neto posible (Dupont de Nemours: Origen de una ciencia nueva, pág. 346). Esta verdad física de que la terra es la fuente de todos los bienes tiene tal evidencia por sí misma, que nadie habrá que se atreva a ponerla en duda (Idem: Interés social). El producto de la tierra se divide en dos partes ...; lo que queda es esta parte independiente y disponible que la tierra concede como gracia de pura libertad al que la cultiva, más allá de sus prelimlnares y del salario de sus penas (Turgot: Reflexiones sobre la formación, etc.). (2) El trabajo, aplicado a cualquier otra cosa que no sea la tierra, es absolutamente estéril, porque el hombre no es creador (Le Trosne, pág. 942). Las formas dadas por los artesanos a las prlmeras materias son buenas y bellas; pero es necesario que antes de su trabajo otros hayan producido: en primer lugar, todas las primeras materias; en segundo lugar, todas las subsistencias, y todavía hace falta, después de su trabajo, que haya otros que produzcan con qué reembolsarlos o pagarlos. Por el contrario, los que cultivan la tierra producen, los primeros y los únicos, todo lo que emplean ellos, todo lo que consumen ellos y todo lo que consumen los demás. Y he aqul explicada la diferencia entre productivo y estéril (Baudeau: Correspondencia con Mr. Graslin). (3) Un tejedor compra por 150 francos subsistencias y vestidos, y por 50 francos una cantidad de lino, que es la misma que después os vuelve a vender, convertida en tela, en 200 francos, suma igual a los gastos realizados (Mercier de la Riviére, tomo II, pág. 598). La Industria va agrupando, por capas superpuestas, muchos valores en uno solo; pero ella no crea ninguno que ya no existiera antes que ella (Ibidem). (4) Baudeau: Efemérides, 1770, IX. Y hasta puede encontrarse que, por lo que a los comerciantes atañe, acostumbran los fisiócratas a ir un poco más lejos en sus aseveraciones, cuando dicen: ¿Por qué no se considera, guardando ia debida proporción, a aquel que vende tanto como a aquel que no? La necesidad es la que pone el precio en servicio del comercio, como en beneficio de la caridad (Del comerciante de granos, Revista de Agricultura, Camercio y Hacienda, diciembre 1773, citada, en su tesis Acerca del comercio, de los cereales, por Curmond, 1900). Hay que insistir acerca de este extremo: que improductiva o estéril no significa en absoluto inútil en el lenguaje de los fisiócratas. Eran ellos harto inteligentes para ver que el trabajo del tejedor, que con el lino fabrica la tela, o con la lana hace el patio, es tan útil como el trabajo del cultivador del campo, que ha sido qulen ha producido ese lino o esa lana, o, más bIen, que la labor de este último seria completamente inútll sin el trabajo de aquél. Y aun antes de afirmar que el trabajo del agricultor sea más útil que el del tejedor o el albañil, habría que saber en qué ha sido empleado: si lo es, en efecto, cuando la tierra se destlna a producir el pan; pero, ¿qué razón habría para sostener otro tanto cuando se la utiliza para cultivar rosas o, más todavla, empleándola en moreras para cuidar gusanos de seda? (5) Le Trome, pág. 945. (6) Adjetivo tanto más digno de notar en labios de Turgot, que, según veremos más adelante, era menos rural y más favorable a los industriales que los fisiócratas. (7) Me hace falta gente que me proporcione una tela con que vestirme, de la misma manera que me hace falta un hombre que me dé consejos sobre mi salud y sobre mis negocios, y como también necesito un criado que me sirva (Le Trosne, pág. 949). Nada más necesario, sencillo y natural, que el distinguir a los hombres que pagan de los que son pagados: los primeros obtienen sus riquezas directamente de la naturaleza, al paso que los segundos no pueden adquirirlas más que en concepto de recompensa por servicios útiles o agradables que proporcionan aquéllos (Dupont de Nemours, I, pág. 142). (8) Sobre este punto, véase un interesante estudio de Pervinquiere, titulado Contribución al estudio de la productividad en la fisiocracia. La diferencia de los fisiócratas acerca de este asunto de las minas pone de relieve cierta ausencia de espíritu científico, desde el momento que, aun considerada la cuestión situándose en el mismo punto de vista de ellos, habría debido tener una importancia capital de primer orden. Para ellos eran las primeras materias la esencia de las riquezas, igual que de los productos elaborados, y habían de haber observado que estas primeras materias son facilitadas por las minas, en tanta o mayor escala que por el suelo cultivable; y esto no es una cosa moderna, sino que sucedía ya en su época. En la historia de la humanidad no ha sido menor la importancia del papel desempeñado por el hierro que la del desempeñado por el trigo. Acaso hubieran podido comprobar que la agricultura, en si misma, no es más que una industria extractiva, y el agricultor una especie de minero, que, para retirar del suelo las primeras materias, se sirve de las plantas a guisa de intermediarios; de suerte que la tierra debe agotarse lo mismo que se agota la mina. (9) El trabajo, en cualquIer parte que no sea la tierra, es absolutamente estéril, porque el hombre no es creador (Le Trosne, pág. 942). La tierra posee esa facultad (su fecundidad) gracias al poder del Creador y a su bendición primitiva, fuente inagotable de la fecundidad de la naturaleza. El hombre encuentra esta facultad ya creada: él no hace más que aprovecharse y servirse de ella (ldem: Interés social, cap. I, párrafo 2°). (10) Quesnay. pág. 325. (11) Geschichte der National Okonamie. Primera parte. Die Zeit vor Adam Smith, libro que, como el de Meline (La vuelta a la tierra), aunque proteccionista, está totalmente informado por el espíritu fisiocrático.
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