Indice de Los fisiocratas de Carlos Gide y Carlos Rist | CAPÍTULO SEXTO | CAPÍTULO OCTAVO | Biblioteca Virtual Antorcha |
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LOS FISIÓCRATAS Carlos Gide y Carlos Rist CAPÍTULO SÉPTIMO El impuesto De todos es sabido que la teoría del impuesto entre los fisiócratas constituye una de las partes más características de su sistema. Toma cuerpo con él y es inseparable de su concepción del producto neto y de la propiedad territorial. Y cosa altamente curiosa, sin embargo, dicha teoría del impuesto ha sobrevivido a la ruina de su sistema y ha vuelto a encontrar, recientemente, un nuevo camino. En el cuadro de la distribución de las riquezas no habíamos hablado nosotros más que de tres copartícipes: el propietario, el colono y el artesano. Pero hay todavía un cuarto copartícipe, que ha deducido su parte correspondiente, en todo tiempo, y que la reclama, asimismo, en el sislema fisiocrático: ese cuarto que se llama a la parte es el soberano, el Estado. Indudablemente que el Estado fisiocrático, ese buen déspota, cuyo retrato hemos esbozado no hace mucho, no es muy exigente; teniendo él poco que hacer, no puede reclamar gran cosa. Ya hemos visto, sin embargo, que, aparte de su doble misión de procurar la seguridad y la instrucción, está obligado a hacer verdaderos anticipos territoriales para hacer producir las tierras, bajo la forma de trabajos públicos, y muy especialmente de caminos y carreteras (1). Para esto necesita recursos, y los fisiócratas estiman que hay que facilitárselos amplia y liberalmente, y no regateárselos con ávara sordidez, como lo hace el régimen parlamentario (2). Falta saber dónde los encontrará. La solución acude por sí misma, conociendo el sistema fisiocrático. No puede encontrarlos y recogerlos más que en el producto neto, por cuanto es la parte verdaderamente nueva de la riqueza, la verdaderamente disponible, siendo absorbido necesariamente todo lo demás por el indispensable reembolso de los anticipos y del mantenimiento de las clases agrícolas e industriales. Y si, pues, el impuesto absorbía una parte de estas riquezas, cuyo empleo es sagrado, llegaría, poco a poco, hasta dejar exhausta la fuente de la riqueza. Por el contrario, mientras se contente con reclamar ese exceso o sobrante que se derrama del canal, y con mucha más razón si tiene cuidado de no exigir más que una parte solamente de dicho sobrante, no acarreará ningún perjuicio para la producción futura. Esto está muy claro. Pero ¿de manos de quién tomará el Estado esa parte proporcional del producto neto? De las manos de los que la reciben, es decir, de la clase propietaria. De suerte que llegamos a la notable conclusión de que el impuesto debe ser satisfecho en su totalidad por los propietarios territoriales. ¡Y nos escandalizábamos algún tanto, no hace mucho, del privilegio que con tanta facilidad les reconocían los fisiócratas a dichos propietarios! Ya tenemos aquí la compensación, que no es, seguramente, para ser pasada por alto como insignificante. El problema queda ahora reducido a determinar la suma total del impuesto, el criterio que se ha de seguir para obtenerlo, la base de percepción, en una palabra. Para fijar dicha base, los fisiócratas avanzan hasta la proporción del tercio del producto neto (o solamente 6/20, propone Baudeau, es decir, el 30 por 100). Admitiendo que el total del producto neto venga dado por la cifra de dos mil millones, que es la que figura en la explicación del Cuadro Económico, el 30 por 100 señalado llegaría a componer exactamente la suma de 600 millones de francos solamente para contribución territorial -y, en realidad, para todo el presupuesto, ya que no habría otros impuestos (3). Y, a pesar de todo, los fisiócratas no piensan ni por un momento en despojar a los propietarios territoriales de su renta, ya que, según hemos visto, han puesto un gran empeño en legitimar dicha renta de la tierra con múltiples razones. No solamente es que quieren dejarles todo cuanto sea necesario para el reembolso de sus anticipos sobre la tierra y para los gastos de su mantenimiento, sino que todavía les conceden, además, todo lo que haga falta para que el estado del propietario sea el mejor posible (4). Esta preocupación, que hoy nos tiene que parecer tan singular, tiene su fundamento entre los fisiócratas por el sentimiento tan arraigado de la importancia del papel social que desempeñaba la clase propietaria. Véase lo que a este respecto dice Dupont de Nemours: Si hubiese algún otro estado que fuese preferible al del propietario territorial, todos los hombres se inclinarían entonces hacia este otro estado. Se désdeñarían de emplear sus riquezas mobiliarias en crear, en mejorar y en sostener las propiedades territoriales. Viene a ser de esta guisa; como un homenaje que los fisiócratas rinden a los propietarios, tasándolos a tan alto precio. Pero es bien fácil de comprender que los propietarios de entonces, que en su mayor parte estaban, por su condición de nobles, dispensados de pagar el impuesto, tuvieron que encontrar que la contribución era demasiado fuerte y que los fisiócratas les hacían pagar bien caro el elevado rango de que los investían. Es claro que hasta para los propietarios de nuestros días un impuesto del 30 por 100 sobre el ingreso bruto les haría poner el grito en el cielo. Los fisiócratas se anticipan a contestar a estas lamentaciones con un razonamiento que hoy se ha hecho vulgar, pero que denota que poseían una inteligencia económica especialmente aguzada, y es el de que dicho impuesto no lo sentirá nadie, porque, en realidad, no lo pagará nadie. En efecto, al comprar los terrenos se hará la rebaja del importe del impuesto, es decir, deducción hecha del 30 por 100 de su valor, y, por consiguiente, aunque el propietario paga nominalmente el impuesto, en realidad no es él quien paga (5). Sea, por ejemplo, una tierra que produce de renta 10.000 libras, y cuyo valor sería, por lo tanto, siendo el interés del 5 por 100 (o, lo que es lo mismo, la vigésima parte), 200.000 libras. Pero como tiene que satisfacer 3.000 libras en concepto de impuesto, resultará que en realidad no produce más que 7.000 libras y que su valor no es más que de 140.000. El comprador, que habrá pagado por ella la cantidad referida, gozará, pues, íntegramente, aunque pague el impuesto de 3.000 libras, de la totalidad de la renta a la que tiene derecho, puesto que no puede pretender gozar de más de lo que ha pagado, y en realidad no ha pagado más que la porción de la renta afectada por el impuesto. Es exactamente lo mismo que si hubiera comprado solamente 7/10 del dominio, dejando como propiedad del Estado los otros 3/10 restantes. Y la prueba de ello la tenemos en que, si más tarde ia ley llegase a abolir el impuesto, resultaría que esta ley le hacía un regalo, completamente injustificado, de 3.000 libras de renta, o de 60.000 libras de capital (6). Este razonamiento, que si por un lado es excelente para los propietarios que adquirieron la tierra con posterioridad al establecimiento del impuesto (y hay que tener presente que ha tenido una aplicación mucho más amplia, por cuanto se aplica no solamente al impuesto sobre la tierra, sino también a todo impuesto sobre el capital), por otro lado no representa ningún beneficio para aquellos otros propietarios a quienes hubiera cabido el honor de inaugurar el régimen fisiocrático, y bien claro que era a estos últimos precisamente a los que hubiera hecho falta convertir. Se advierte que, en resumidas cuentas, la parte del soberano se reduce a una verdadera copropiedad con los propietarios territoriales. Y esto encaja completamente dentro de la idea que los fisiócratas se forjan del soberano. Realmente, los propietarios y el soberano no forman más que una sola clase copropietaria del territorio, con los mismos derechos, los mismos deberes y los mismos ingresos. Y de aquí que el interés del soberano se confunde completamente con el interés del país (7). Los fisiócratas concedían una gran importancia práctica a su sistema tributario, persuadidos de que el reparto del impuesto que era en aquella época la causa principal de la miseria del pueblo, la verdadera manifestación de la injusticia, en una palabra: la cuestión social de aquel entonces. Por más que en nuestros días achaquemos la miseria más bien a la mala distribución de las riquezas que a las deficiencias de un sistema tributario, cualquiera que sea, y por más, también, que, en su consecuencia, esta opinión de los fisiócratas nos parezca excesiva, es indudable que puede justificarse por la censurable y malísima organización fiscal del antiguo régimen. Las objeciones, que no podía menos de suscitar el impuesto único sobre los propietarios, han sido previstas por los fisiócratas, y se han aprestado inmediatamente a refutarlas. 1° Injusticia de hacer gravitar el impuesto sobre una sola clase de la nación, en vez de repartirlo equitativamente entre todos los ciudadanos (8). Los fisiócratas contestaban a esto que el fin a que debe tender todo hombre de Estado no era ni podía ser el de tratar de gravar por igual a todo el mundo, sino el de no imponer a nadie en tanto fuera posible, y que ese era precisamente el resultado del impuesto, tal como ellos lo proponían, sobre el producto neto (9). Que, por otra parte, y aun no considerándolo como un impuesto, de nada serviría el hacerlo pagar por las otras clases de la sociedad, porque entonces, ¿sobre los hombros de cuál de ellas se habría de depositar la carga? ¿Es, acaso, a la clase agrícola a la que se pretende hacer pagar el impuesto? Pero, ¿no hemos visto ya suficientemente que la parte que viene a quedar a los agricultores, hecha la deducción del producto neto, no representaba más que el exacto reembolso de los anticipos anuales y primitivos? Si por encima de eso todavía se le exigen 600 millones de impuestos, será otro tanto menos que se dedique a la tierra y que habrá de ser causa de disminución del producto bruto del año siguiente (10), a menos que los agricultores no consigan hacer reducir en 600 millones de francos el precio de sus arrendamientos, en cuyo caso el resultado final será para los propietarios el mismo que si hubieran pagado el impuesto, con más, todos los desgastes y pérdidas inherentes a todo falso movimiento que se hace desviar del orden natural. ¿Quizá se quiere que sea la clase estéril la que pague el impuesto? Otro error, puesto que siendo, por definición, estéril, es decir, que no reproduce más que el equivalente de lo mismo que consume, obligaría a desprenderse de esos 600 millones es tanto como forzarla a reducir en la misma cantidad sus consumos o las compras que tenga que hacer de primeras materias, y como ambas cosas las piden a la clase agrícola, es restárselas a ésta, resultando, por lo tanto, evidentemente disminuída la producción agrícola para el porvenir. A no ser que los industriales llegasen a aumentar en 600 millones el precio de sus productos, en cuyo caso todavía será la clase propietaria la que soportará las consecuencias de ello: directamente, en todo cuanto consuma por sí misma; indirectamente, en lo que consuman sus colonos (11). Este razonamiento parece muy bien implicar la idea de que los ingresos de las clases agrícolas e industriales no se pueden reducir más allá de la cantidad establecida de antemano, porque no representan más que el mínimo indispensable de los gastos de producción y, por consiguiente, parece también que lleva incluída tácitamente esa ley de salarios a la que se ha dado algún tiempo después el nombre de la ley de bronce. Todo el mundo conoce, en efecto, la despiadada fórmula, en la cual Turgot, sin pretender, por otra parte, justificar dicha ley, la ha enunciado (12); pero mucho antes que él ya lo había hecho el doctor Quesnay, en otros términos no menos claros, aunque sí menos conocidos: En vano se argüirá que los individuos sujetos a un salario podrían -restringiendo sus consumos y privándose de determinados goces y satisfacciones- pagar los impuestos que de ellos se exigieran, sin que dichos impuestos repercutiesen sobre los primeros encargados de la distribución de los gastos ... Pero el precio de los salarios, y, por consiguiente, los disfrutes que los jornaleros se pueden procurar están ya fijados y reducidos a su más bajo limite por la exagerada competencia que se hacen entre ellos (13). Es un hecho muy característico el de que el inventor del Orden Natural haya admitido, sin extrañarse de ello y hasta como lógica consecuencia, es decir como conforme a dicho Orden Natural, que los obreros que viven de su trabajo no tengan nada más que lo estrictamente necesario. Y es también altamente digno de notarse que los fisiócratas, considerando en la totalidad del conjunto a la clase industrial, no hayan tenido presente más que a los jornaleros y para nada se hayan ocupado de los empresarios, contratistas y patronos, cuyos beneficios, aun en aquella época, eran bien pingües, y no seguramente de los que no se pueden disminuir. En este punto es donde el ejemplo del gran financiero de Voltaire hubiera podido estorbarles, porque se hubieran visto precisados a tener que demostrar que éste no hubiera podido reducir sus consumos sin acarrear serios perjuicios a la producción. Puede ser, no obstante, que hubieran contestado que, desde el momento que ese financiero había sabido, de creer lo que nos dice Voltaire, arrancar 400.000 libras al Estado y a sus conciudadanos, tampoco hubiera costado mucho trabajo hacerle revertir la suma total del impuesto si se hubiera intentado hacérselo pagar. 2° Otra objeción que se hace es la insuficiencia del impuesto único para atender a todas las necesidades del Estado. En muchos Estados, se ha dicho por numerosas personas, la tercera parte, la mitad o hasta las mismas tres cuartas partes de la renta libre y neta de todos los fondos productivos, no bastarían a cubrir los gastos anuales del Tesoro público ..., quien necesita, imprescindiblemente, de las otras formas de imposición (14). A esto los fisiócratas respondían que la misma aplicación de su sistema tributario tendría como resultado el aumento en gran escala del producto neto, y de aquí, progresivamente, de la misma suma del impuesto; que había que tener en cuenta, asimismo, la economía que habría de resultar de la supresión casi completa de los gastos de percepción, en razón de la sencillez del impuesto. Y, finalmente, y esto es lo más interesante, que no era de ningún modo el impuesto el que se tenía que amoldar a las necesidades del Estado, sino que, al contrario, era más bien el Estado el que tenía que adaptar sus necesidades a los recursos del país. La ventaja, pues, del impuesto fisiocrático es la oe regular el impuesto según una norma dada por la misma naturaleza, a saber, el producto neto, y sin la cual se cae, irremisiblemente, en la arbitrariedad (15). En el fondo, este argumento no es más que una barrera levantada para contener la omnipotencia del soberano, y mucho más eficaz que la que resultaría del voto fantástico de un Parlamento. Se sabe que el sistema de los fisiócratas, y más especialmente su sistema fiscal, fue llevado a la práctica por uno de sus discípulos, que, por ser príncipe, tenía el privilegio de poder hacer las experiencias sobre sus súbditos: por el margrave de Baden, en tres distritos municipales de su principado. Al igual que todos los experimentos de sistemas sociales, éste también fracasó. En dos de los Ayuntamientos fue preciso renunciar a él, al cabo de cuatro años (desde 1772 hasta 1776). En el tercero se prolongó, si bien de un modo precario, ni próspero ni desdichado, hasta el año 1802. El aumento del impuesto sobre la tierra determinó una verdadera bancarrota en el valor de los terrenos, al mismo tiempo que la supresión de los impuestos sobre el consumo hizo que aumentara prodigiosamente el número de tabernas (16). No es necesario decir que ni la fe en sus convicciones del margrave de Baden, ni la de sus maestros los fisiócratas, sufrieran el más mínimo quebranto ante el contratiempo de este fracaso, limitándose a declarar que no podían aceptar como definitiva una experiencia realizada en tan pequeña escala. Es lo que dicen todos los inventores de sistemas, tras la falta de éxito, al intentar llevar a la práctica sus teorías, y se les puede conceder que algunas razones tienen para decirlo. Pero donde hay que buscar las aplicaciones del sistema tributario de los fisiócratas no es precisamente en este pequeño pasatiempo de príncipe, sino que tuvieron un alcance mucho mayor. La Revolución francesa, ante todo, se inspiró, para la elaboración de su sistema tributario, directamente en las ideas fisiocráticas, puesto que en un presupuesto que no pasaba de los 500 millones la Asamblea constituyente pidió nada menos que 240 millones, casi la mitad, a la contribución territorial, que representa para aquella época tanto como si en el presupuesto francés de nuestros días se hubiera gravado esa misma partida en más de 12.000 millones de francos, sin incluir los céntimos adicionales. Pero no era esto sólo, sino que todavía la mayor parte del resto del presupuesto de la Revolución se obtenía de los impuestos directos. El descrédito del impuesto indirecto, del impuesto sobre el consumo es, asimismo, una consecuencia del sistema fisiocrático y va cada día en aumento en las sociedades democráticas. La mayor parle de los argumentos que se han aducido para combatir esta forma de imposición ya se encuentran empleados por los fisiócratas. Sin embargo, el que se hace valer como más importante en nuestros días casi no aparece en sus escritos, y es el de que los impuestos indirectos no son proporcionales a los ingresos de cada uno, o, como se ha dicho también, son hasta progresivos hacia atrás. Y no se encuentra entre ellos porque la preocupación de la proporcionalidad, que no es más que uná expresión de la igualdad, les era completamente ajena (17). Ya veremos, finalmente, más adelante, reaparecer el sistema del impuesto único con gran esplendor en los escritos de un economista americano, que, por otra parte, ha rendido un brillante homenaje a los fisiócratas -inspirándose, precisamente, en sentimientos totalmente opuestos, por su hostilidad, con relación a los propietarios territoriales (18)-, sistema todavía preconizado en nuestros tiempos en los Estados Unidos, bajo el nombre de el impuesto único (Single Tax-System).
Notas (1) Para hacer cosechas no basta tener anticipos, ni primitivos nI anuales, de explotación hechos por los cultivadores, ni anticipos sobre la tierra hechos por los propietarios; hacen falta todavía los anticipos soberanos de la autoridad (Baudeau, pág. 758). (2) Es una idea estrecha y sórdida la de los ingleses de que haya que regular anualmente la cantidad que se tenga a bien otorgar al Gobierno y reservarse el derecho de no aprobar el impuesto. Esto no es mas que una democracia aparente (Dupont de Nemours: Carta a Juan Bautista Say, pág. 413). (3) El presupuesto de Francia para el año 1781, presentado por Necker, era casi exactamente el mismo que el hipotético de los fisiócratas (610 millones, si bien es verdad que había que añadlrle los diezmos ecleslásticos, los derechos señoriales y las prestaciones, cargas y gravamenes de todo género, los cuales debían desaparecer bajo el régimen fisiocrático. (4) La proporción existente entre el impuesto y el producto neto tiene que ser tal, que la suerte del propietario territorial sea la mejor posible y que su estado sea preferlble a cualquier otro estado dentro de la sociedad (Dupont de Nemours, pdg. 356). (5) El impuesto constituye una especie de propiedad común inalienable ... Cuando los dueños de propiedades territoriales compran y venden terrenos, no compran ni venden el impuesto; ellos no disponen más que de la porción del terreno que les pertenece. deducción hecha del impuesto ... De esta forma la existencia de dicho impuesto no está a cargo de nlngún propietario territorial, sino en cuanto el derecho que tienen los restantes propietarios sobre los dominios que limitan el suyo propio ... Asi, la parte exigida por el Estado, lo que pudiéramos llamar la renta pública, no es onerosa para nadie; no le cuesta nada a nadie, no está pagada por nadie, ni merma en lo más mínimo la propiedad de ninguno Dupont de Nemours. tomo I. págs. 357 y 358). (6) Con el fin de dar a los propietarios toda clase de facilidades, querían los fisiócratas que una vez fijada la proporción, fuera tan inmutable cuanto fuese posible. Daudeau, sin embargo, admite evaluaciones periódicas, a fin de que la soberanía tomase siempre y realmente una parte efectiva de provecho y de pérdida con la clase productora. Y dirige a los propietarios esta advertencia de un gran alcance: No os atribuyáis nunca a vosotros solos el ser causa del acrecentamiento de los ingresos que os proporcionan vuestras propiedades territoriales, porque eso seria una ingratitud altamente injusta para con la autorldad, que cada vez va cumpliendo mejor sus funciones de soberanía (pág. 708). (7) El soberano ... teniendo a perpetuidad en concepto de ingresos anuales una parte alicuota fija del producto neto, que aumenta siempre que el producto neto aumenta, y que disminuye cuando el producto neto disminuye, es una asociación evidente y necesaria de intereses y de criterios (Baudeau, pág. 769). (8) Esta objeción es la que constituye el fondo de la Ingeniosa sátira de Voltalre: El hombre que no tenía más que cuarenta escudos. En ella hace intervenir a un financiero en gran escala, exceptuado del impuesto, que se rle en las mismas barbas de un pobre agricultor, quien, no teniendo más que cuarenta escudos de renta, se ve, a pesar de todo, obligado a pagar el impuesto por si mismo y por el financiero. (9) Debo yo hacer observar, de paso, que es bien a mi pesar que doy el nombre de impuesto a los Ingresos públlcos: ese término tiene siempre que ser considerado con prevención y acogido con recelo, porque supone una carga pesada de llevar, y de la que cada cual quisiera que se le exceptuara. Los ingresos públicos, antes al contrarIo, no son para el soberano más que el producto de una propiedad territorial distinta de todas las demás propiedades que pertenecen a sus súbditos (Mercler de la Riviére, pág. 451). (10) Este cercenamiento de los dispendios productivos conduciria inevitablemente a la disminución de la producción, porque los gastos necesarios para el cultivo son una condición esencial y sine qua non de las cosechas. No se podrían suprimir estos gastos, sin que del mismo golpe quedaran suprimidas las recolecciones; no se podrían disminuir sin que las cosechas disminuyesen en la misma proporción ... Esta gradación en descenso, tan espantosamente temible para la población, recairía necesariamente, en fin de cuentas, sobre el propietario territorial y sobre el soberano (Dupont de Nemours, pág. 353). La disminución en los anticipos ocasiona a la vez una dlsminución proporcional en el producto, y ésta, a su vez, vuelve a acarrear una disminuclón en los anticipos subsiguientes. Este circulo sin fin es una cosa bien sorprendente para cualquiera que quiera prestarle un poco de atención (Mercier de la Riviére, pág. 499). (11) Es un anticipo que es indispensable que los propietarios se lo reembolsen en salarios o en concesiones gratuitas; pero como es un anticipo que el pobre hace al rico, su consecución tiene que ir acompañada de Iodos los desfallecimientos de la miseria. El Estado pide al que nada tiene, y es precisamente contra el que nada tiene contra el que van directamente encaminadas todas las persecuciones, todos los rigores (Turgot: (Obras, tomo I, pág. 413). Es evidente que en tal caso costaría eso mucho más a los propietarios territoriales que si hubieran pagado directamente al fisco, sobre sus ingresos, sin gastos de percepción (Dupont de Nemours, pág. 352). (12) En todo género de trabajo debe suceder y sucede de hecho que el salario del obrero se limlta a lo que le es estrictamente necesario para procurarse su subsistencia (Reflexiones sobre la formación, etc., § VI). De todas maneras, es sumamente posible que al igual que Jesucristo cuando decía: siempre habrá pobres entre vosotros, Turgot creyera que no formulaba una ley general, sino que tan sólo abarcaba con su apreciación el hecho presente. (13) Segundo problema económico, pág. 134. Quesnay continúa su razonamiento de una forma bastante curiosa. El supone que el descenso de los salarios más allá del mínimum indispensable de subsistencia, no es que traerá como consecuencia la muerte de un gran número de ellos, sino que el único efecto que se producirá será la emigración de los mismos a otras naciones -hipótesis que parece más bien optimista, en esta época-, y que esta emigración, haciendo escasear la mano de obra, producirá, indefectiblemente, la vuelta a la elevación de los precios. (14) Baudeau. pág. 770. Esta objeción descansa sobre el referido error de tomar por verdadera renta liquida anual un producto neto ficticio, una renta dIsminuida ya por las otras percepciones y por las sobrecargas que ellas llevan consigo (El mismo, pág. 774). (15) Si desgraciadamente fuese cierto que los 3/10 del producto neto territorial no son suficientes para cubrir los gastos ordinarios, no habría más que una conclusión justa y razonable que sacar de esta verdad, y sería la de la necesidad de restringir el objeto de los gastos (Dupont de Neumours, pág. 775). No depende de los hombres el establecer la base del impuesto según su capricho, sino que se trata de una forma esencialmente fijada por el orden natural (Dupont de Nemours: Sobre el origen de una ciencia nueva). Y ni siquIera admiten los fisiocratas que el Estado pretenda rebasar este limite natural, valiéndose para ello del empréstito, el cual, por otra parte, no es en realidad más que un aumento de los impuestos, disfrazado con otro nombre. (16) Véase, a este respecto, el instructivo folleto de Garcon Un príncipe alemán fisiócrata, sacado totalmente de dos volúmenes de correspondencia particular. (17) Se la encuentra, no obstante, en una de las cartas de Dupont de Nemours a Juan Bautista Say (pág. 412), pero ya muy tardiamente, por lo tanto. (18) Henri George les ha dedicado uno de sus libros: Protection or free trade (Protección o comercio libre), creyendo reconocer en ellos a unos de sus precursores. Pero hay un detalle que empequeñece un tanto el valor de ese homenaje, y es que el propio George nos confiesa en la obra que no los ha leido.
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