Índice de La F.O.R.A:, ideologia y trayectoria de Diego Abad de SantillánCapítulo IPresentación de Chantal López y Omar CortésBiblioteca Virtual Antorcha

Prólogo

Condiciones económicas, sociales y políticas en que se desarrolla el movimiento obrero emancipador de la F.O.R.A.

EL movimiento de los proletarios y campesinos que responde a la tendencia social e ideológica de la Federación Obrera Regional Argentina, aparece históricamente en la última década del siglo XIX.

Es el resultado de un conjunto de causas que arrancan, por sus ideales, de un pasado precapitalista: se asientan, por su economía, en las condiciones que el capitalismo nacional y mundial en su desarrollo establece en estos países, después del año 1890; se concreta y organiza en la acción voluntaria creadora de las clases trabajadoras.

La revolución industrial que caracteriza al movimiento obrero de Alemania o Inglaterra no habia llegado todavía al país, y las transformaciones de las pampas sin alambradas y los montes vírgenes eran apenas perceptibles.

El país acababa de constituir su verdadera unidad nacional con la federalización de Buenos Aires y la política no tenía más que características conservadoras, por cualquier lado que se la mirara, sin restos de los pensamientos incompletos de Rivadavia o del Dogma socialista de Echeverria.

Quitadas las tierras a los indios -que tampoco las cultivaban- y a los campesinos sin títulos de propiedad, la burguesía terrateniente se preparaba desde hacía muchos años para sacar fuertes provechos explotando las riquezas naturales, para lo cual era menester poblar el país con las masas que los imperialismos europeos condenaban a la inacción y la miseria. Se inició, pues, con todas las fuerzas y medios, una política de inmigración y población, estableciendb agencias en puertos de Europa y pagando primas por cabeza de inmigrantes.

Durante dos siglos habían subsistido en América una economía y una cultura primitivas, sin que evolución alguna modificara su aspecto. En todo este tiempo, la acción proselitista fue nula y la estabilización de fuertes organizaciones fue poco menos que imposible.

En el terreno burgués existía una organización feudal que no sigue -verdaderamente- a los países avanzados hasta después de la guerra, con la incorporación de las máquinas, ideas y técnicas nuevas. En 1900 toman cuerpo las grandes industrias: frigorífica, petrolífera, etc.

Encuéntrase en provincias un capitalismo incipiente tan autóctono como minúsculo, que nos retrotrae al siglo XVIII con sus formas feudales, por no decir patriarcales. Sin duda el siglo XIX, entre nosotros, tiene mucho de feudal. Para el trabajador fuera de las ciudades existió verdaderamente y se extiende a nuestros días, como puede comprobarse en los ingenios tucumanos o jujeños, en los obrajes del Chaco y Santiago, en las canteras o en los yerbales del Norte. No hubo medios importantes de producción colectiva; puede decirse que ésta se halla en lo individual y vira hacia lo colectivo. Los grados de evolución de la economía argentina no se habían cumplido y no se cumplen hasta que el imperialismo nos abraza, embarcándonos en su signo económico y político de la unidad del mundo y en sus aventuras guerrero-comerciales.

El capitalismo financiero alguna vez simula batallas contra la economía nacional, pero termina por absorberla, y ya en 1930 puede decirse que no existe economía específicamente nacional.

Las trasformaciones económico-sociales justifican en 1890 la formación de una organización de lucha emancipadora.

Aunque el capitalismo autóctono fuera hasta 1880 primitivo y no existieran los fenómenos de Europa, lo exacto es que pocos años más tarde avanzan los capitales bancarios, para recién en 1910 aparecer el capital industrial propiamente dicho en Buenos Aires, Córdoba, Rosario, Tucumán y Avellaneda, deteniéndose su progreso con la guerra.

La importación de capitales es el fenómeno económico más importante de los últimos 30 años, así como la organización obrera es la acción de lucha más intensa del proletariado, respuesta categórica de la energía de las masas, apenas se movilizaron en sus asociaciones y gremios.

En 1890 se inicia la lucha imperialista por las zonas de influencia, pero recién en 1914 toma cuerpo, para llegar a un punto culminante después del año 1920 bajo las banderas del dólar y la libra.

El capital bancario viene del exterior. Ya dijimos que Alemania, Francia e Inglaterra habían colonizado estos mercados tan importantes en materias primas.

Los europeos dominan hasta la guerra, en empréstitos, construcciones navales, venta de armamentos, capitales para explotar industrias extractivas. Inglaterra había empleado en el año 1913 solamente 11 millones de libras y el total de sus capitales invertidos en 1931 era de 396 millones de libras. Al terminar la guerra las cosas cambian.

Las ventas norteamericanas eran en 1913 el 15% y en 1924 llegan al 22%. En 1930 los yanquis invirtieron en nuestro país un total de 807.770.000 dólares. Estos capitales son aplicados con la misma finalidad que el anterior (armamentos, etc.), y en la explotación de riquezas en exclusivo beneficio de las clases propietarias.

De los empréstitos, la clase trabajadora argentina no sacó ningún provecho. En muchos casos le fueron perjudiciales. Las obras públicas fueron grandes negocios; cuanto valía uno se pagaba 3 ó 4; los ferrocarriles, caminos, puertos, etc., sólo beneficiaron a la gran burguesía y en contados casos llegan a la pequeña burguesía.

El paso del ferrocarril por una región valorizaba la tierra; inmediatamente se les subía el arriendo a los agricultores, y quien deseaba trabajar o comprar tierras tenía que pagar el doble. Puede decirse que el capital encareció el costo de la vida, aumentó la explotación, valorizando al final la propiedad de la tierra, sobre todo el latifundio, mientras que la clase trabajadora siempre quedó en la miseria. Decían que el país era rico (en 1922 la riqueza nacional se calculaba en 13.200.000.000 de dólares), pero en realidad la que aumentaban eran los pobres, el hambre y la miseria.

Estos capitales de explotación beneficiaron a los prestamistas, consiguiendo altos intereses a los que hacían de intermediarios, a quienes vendieron vil y patrióticamente el país y a aquellos a quienes las obras beneficiaban directamente. No los paga el país. Los pagó y los sigue pagando el pueblo, como dijera un estadista, con su hambre y sed. Lo paga el esfuerzo de los trabajadores; con los sufrimientos de su vida indigna y llena de privaciones.

Conviene hacer notar las conexiones de esta política de introducción imperial con la preparación de las próximas guerras. En la última, 1914-18, Sudamérica y nosotros, especialmente, servimos al capital de los aliados.

Toda esa intromisión para civilizarnos nos adentra en la unidad del capitalismo y nos hace colonia, donde los imperialismos en guerras futuras van a chocar y a buscar sus materias primas con que abastecerse y asegurar el triunfo.

Aquí no se forman vastas empresas como en Norteamérica o Europa. Siguen ese ritmo solamente las industrias extractivas que se colocan a un paso de la socialización por sus características y evolución, mientras los otros se socializarán por voluntad popular.

Sin duda la producción va tomando un carácter social por los mismos considerandos de su naturaleza y si por esto restara, al parecer, en la etapa burguesa, toma definitivamente las características socialistas, por su ensamblamiento y unidad con respecto a la economía internacional.

En este período en el mercado interior luchan las distintas industrias y, merced a la soldadura de la política con la economía, consiguen protección los bodegueros de San Juan y Mendoza, la industria azucarera de Tucumán y Salta, los yerbateros de Misiones, fabricantes de calzados y otras industrias menores, la cual obliga al pueblo a pagar muchos cientos de millones de más, que en su 90% van a engrosar las grandes fortunas de esos señores que viven en Europa.

Hasta la guerra, la lucha entre los grupos de capitalistas internos no tiene las contradicciones ni las asperezas que se ven en las naciones industriales. Aquí la riña es menor (país semicolonial, agro-ganadero); desaparecen grupos ante los avances de los imperialismos, tomando el capitalismo criollo en su entremezla con el extranjero, en líneas generales, la dirección inglesa o norteamericana.

La pequeña industria desarrollase y vegeta con la engañifa de bastarse a sí misma -se protege por fuertes aranceles de la mortal competencia extranjera-, pero vive condenada a una vida anémica por las condiciones artificiales y antiindustriales del país, carencia de hierro, de combustible y fuerza motriz, alto costo de trasporte, etcétera.

La estructuración nacional

Se verifica un aumento enorme de la población. En 1890 fue de 6 millones y en 1930 pasa a 11 millones 500 mil. Se debe, más que al crecimiento vegetativo, a los factores inmigrativos, pues la política de población llegó a traer al país en poco menos de medio siglo, hasta 1924, cinco millones y medio, entre los cuales hay 2.600.000 italianos y 1.780.000 españoles; estos trabajadores tuvieron en su mayoría un influjo poderoso, tanto en lo económico como en lo social; además del brazo traían el cerebro y las ideas que no podían detener las aduanas y que tanto alterarían la geografía regional.

Se concretan en este mismo período las diez grandes ciudades donde aparece por excelencia el movimiento gremial. Pero es en los puertos, Buenos Aires, Rosario, Bahía Blanca, Avellaneda, donde los movimientos se hacen más intensos y progresistas.

Se divide la población, correspondiendo un 70% a la urbana y un 30% a la rural (1932).

Los latifundios y la industria hacen que la gente emigre a las ciudades. Las cosechas y la crisis gestan un movimiento inverso hasta la gran crisis del sistema, donde todo equilibrio está roto y los desocupados ruedan para todos lados sin rumbo y sin obedecer a ninguna ley urbana o campera.

El aumento del proletariado es paralelo al de la población, las grandes ciudades y el desarrollo de la explotación capitalista. El promedio de proletarios es en los últimos seis años de 500.000 en Buenos Aires. La proletarización aumenta en los años críticos y toma fuerza incontenible en la iniciación de la crisis del sistema que padecemos. La población obrera y campesina es de 6 1/2 millones.

Los grandes terratenientes argentinos no pasan de 500 familias, 2.500 personas que representan la 4.800 ava. parte de la población.

Estos terratenientes poseen su base económica en la gran propiedad, en las estancias, bosques y terrenos.

El terratenientismo absorbe las 4/5 partes de las buenas tierras del país.

La presión de los terratenientes es directa y decisiva. Según los tiempos, son dueños política y económicamente del país. Participan con el capital financiero en la dirección de la cosa pública y ceden el poder por un tiempo a la pequeña burguesía hasta la restauración de 1930.

En realidad -como veremos más tarde- el país pasa de los terratenientes a la burguesía y de ésta vuelve a los primeros, hasta caer en manos del militarismo como representante histórico de los grandes terratenientes y del capital financiero.

La burguesía está compuesta por 75.000 personas que representan un poco más de la doscientas avas. parte de la población del país.

Ejerce influencia política por sí sola y puede contarse como un anexo de las grandes fuerzas capitalistas; se deja orientar y apadrinar, no tiene voluntad propia. Por un lado es esclava del pretorianismo, por otro tiene miedo a los grandes terratenientes. Está formada por propietarios, profesionales, médicos, abogados, ingenieros, pequeños rentistas.

Los campesinos propietarios y pequeños propietarios que trabajan la tierra llegan a 60.000 sobre una masa de agricultores de 300.000, habiendo por lo tanto 240 mil agricultores cuyo empobrecimiento y miseria son tales que empiezan a definirse por el proletariado.

La clase media -incluyendo la burocracia- cuenta con más de 3,500,000 personas, va hacia la burguesía en las épocas de bonanza y se desgrana hacia el proletariado en las épocas de crisis.

La tierra vive esclava del latifundio.

Antes de 1890 la tierra abundaba; una legua de campo bueno en la parte sur de la provincia de Santa Fe, cerca de Rosario, valía $2,000; en 1928 el precio subió a más de un millón y medio de pesos. ¿Qué había pasado? La tierra había desaparecido por la especulación y el feudalismo. El monopolio de la tierra no se colmó hasta 1895. Entonces el capital servido por los partidos políticos se adueña de inmensas extensiones de tierras con una gran capa de humus, agua buena en el subsuelo, vías de comunicación, etcétera.

Se da el caso de un país con casi 3 millones de kilómetros cuadrados y una población de 6 millones de habitantes que puede albergar 300.

La propiedad de la tierra argentina es de historia reciente y se forma por el asalto, la depredación y el robo. Después, las bayonetas e instituciones justifican y ordenan todo.

Existe un paralelismo entre el monopolio de la tierra y el desorden de los gobiernos. El latifundio caracteriza la democracia criolla desde 1850, así sea en la tierra, la industria, la ganadería y el comercio. A estas formas económicas corresponden todos los caudillos, cuya expresión clara y punto culminante se encuentran en Juárez Celman, Roca, Figueroa Alcorta, Uriburu y demás.

He aquí una lista de los mayores latifundistas de la Provincia de Buenos Aires:

Alzaga Unzué 411,938 hectáreas con un valor de 111,826,700 pesos.

Anchorena 382,670 hectáreas con un valor de 67,101,350 pesos.

Luro 232,333 hectáreas con un valor de 21.413,500 pesos.

P. lraola 191.218 hectáreas con un valor de 47,467,800 pesos.

Pradere 187,034 hectáreas con un valor de 24,502,209 pesos.

Guerrero 182,449 hectáreas con un valor de 31,841,900 pesos.

Leloir 181,036 hectáreas con un valor de 16,832,200 pesos.

Graciarena 155,687 hectáreas con un valor de 22,464,800 pesos.

Duggan 121,041 hectáreas con un valor de 36,844,000 pesos.

Pereda 122.205 hectáreas con un valor de 32.194.600 pesos.

Duhau 113.334 hectáreas con un valor de 14.754.700 pesos.

Zuberbühler 105.295 hectáreas con un valor de 9.748.400 pesos.

H. Vegas 109.678 hectáreas con un valor de 25.038.200 pesos.

M. de Hoz 101.256 hectáreas con un valor de 23.248.150 pesos.

Santamarina 158.684 hectáreas con un valor de 41.019.700 pesos.

En la Provincia de Santa Fe:

S. A. Estancia La Cruz del Sud 364.696.538 metros cuadrados.

S. A. La Cruz del Sud 370.104.419 metros cuadrados.

La Forestal Ltda. 415.332.441 metros cuadrados.

S. A. Domingo Minetti e hijo limitada 423.483.059 metros cuadrados.

S. A. Lloyd American 423.181.058 metros cuadrados.

Laisca H. y Cía. 450.849.349 metros cuadrados.

S.A. Estancia La Cruz del Sud 436.743.410 metros cuadrados.

S. A. Dodero Hermanos 511.876.263 metros cuadrados.

Dodero Nicolás 523.931.044 metros cuadrados.

S. A. La Previsora 544.709.345 metros cuadrados.

Castagnino Rosa T. de, 581.700.000 metros cuadrados.

Soc. JumaJik Col Ass 597.840.622 metros cuadrados.

Dodero Luis 611.058.206 metros cuadrados.

Dodero José H. 620.010.661 metros cuadrados.

La Forestal Ltda. 672.960.000 metros cuadrados.

La Forestal Ltda. 674.960.000 metros cuadrados.

Dodero Hermanos Ltda. 835.696.375 metros cuadrados.

Dodero Hermanos Ltda. 890. 345. 000 metros cuadrados.

La Forestal Ltda. 985.300.000 metros cuadrados.

Sieber Ana 750.000.000 metros cuadrados.

Soc. Anón. Hedos y Balbiani J. 1.000.212.196 metros cuadrados.

Saralegui E. P. Puerg 1.044.606.821 metros cuadrados.

La Forestal Ltda. 1.086.381.221 metros cuadrados.

La Crisella S.A. 1.250.289.191 metros cuadrados.

El censo de 1914 daba 506 propietarios de más de 25.000 hectáreas con una extensión de 29.000.000.

El latifundio no sólo empobreció al pais, sino que trajo la más escandalosa esclavitud. Para sacar provecho de sus tierras, las dividió en parcelas que alquiló a los colonos en la forma más expoliativa. No sólo fue una explotación material exhaustiva, sino que se le prohibió asociarse, vender su cereal a otros comerciantes que no fuera aquel del agrado del terrateniente, hacer huelgas, etcétera.

Los esclavos del campo se levantan en los grandes movimientos de 1912 y 1917; después de estas luchas se consigue una ley, cuya única cláusula mediocre se sintetiza en que el propietario no puede desalojar al colono cada año, como podia hacerlo antes, sino cada cuatro años; las demás cláusulas de la ley entregan integro el agricultor al dueño de la tierra.

El campo esclavo sigue trabajando entre dos extremos económicos en los años buenos el chacarero entrega la mitad de su cosecha, en los años malos la entrega toda.

En 30 años el colono arrendatario pagó 12 veces el costo del valor del campo. Este aumento era cargado al valor de la tierra, la que subía en precio y por consiguiente en tasa de alquiler.

Se dio el caso estupendo que el agricultor argentino, a medida que más producía pagaba más, valorizaba más la tierra y aumentaba su empobrecimiento y el de los proletarios de la ciudad.

Las épocas de depresión, cuando el precio de la tierra se venía abajo -crisis 1890, 1920, 1921, 1929 y otras-, fueron aprovechadas por capitalistas y usureros para adquirir tierras a bajo precio, fenómeno equiparable al que pasa en la bolsa de Nueva York cuando los especuladores hacen bajar el precio de las acciones para comprar, escamoteando el dinero de los pobres que se metieron a especular.

Junto al chacarero están los últimos explotados, esos cientos de miles de peones que son esclavos de todo el mundo. Para estos parias no hay ley ni amparo. Viven en la orilla de las ciudades, en los ranchos de los pueblos de campaña, forman el eterno ejército de desocupados.

El monopolio de la tierra, la afluencia inmígratoria, la posesión de las fábricas y demás útiles de producción, la incorporación de la maquinaria a las industrias y en especial a la agricultura (cosechadoras, elevadores, tractores, arados, etc.) traen apareados una gran miseria, un aumento y hambreamiento de la clase obrera.

La jornada de trabajo era en el 90 de 12 y 14 horas; trabajan mujeres y niños; los salarios medios eran de 2 a 3 pesos en las ciudades; en los campos, fuera de las cosechas, el salario medio era de un peso en las provincias de Santa Fe, Buenos Aires, Córdoba y de 0,50 en el resto del país. El salario de hambre de la peonada era variable, de acuerdo con el alza o la baja del cereal.

Estos salarios, como se sabe, enriquecen a la burguesía y producen hondas rebeliones en los trabajadores.

La F.O.R.A. es el motor que pone en marcha todo el movimiento contra esta terrible presión económica, consiguiendo, después de cruentas luchas, la jornada de 10 horas y más tarde de 8 y un aumento gradual de los salarios que se logran principalmente donde existe organización.

El campo también eleva su protesta secular al grito de Tierra y Libertad, que fue el lema de la F.O.R.A. en sus grandes esfuerzos en pro de la organización agraria y en la lucha contra la estructura monopolista del capitalismo burgués.

Las características del desarrollo económico argentino pueden leerse en las siguientes cifras:

Población en 1930: 11.500. 000 cifras redondas.

Red ferroviaria

1885 4.502 kilómetros;

1930 40.000 kilómetros y 454.000 autos y camiones.

Ganadería.

Vacunos, 21.961.657 en 1888, y 32.200.000, en 1930.

Lanares, 66.706.095 en 1888, y 44.413.000 en 1930.

Porcinos, 393.758 en 1888 y, 3.768.000 en 1930.

Yeguarizos, 417.494 en 1888, y 9.858.000 en 1930.

Caprinos, 1.884.755 en 1888, y 5.647.000 en 1930.

En 1922 había 27.000 arados y 700 cosechadoras.

En 1925 había 98.000 arados y 1.325 cosechadoras.

En 1929 había 111.000 arados y 9.000 cosechadoras.

Agricultura.

Trigo, producción media durante cinco años 1891-95, 4.492.320.

Maíz, producción media durante cinco años 1891-95, 1.423.552.

Lino, producción media durante cinco años 1891-95, 508.277.

Trigo, producción media durante cinco años 1927-31, 6.858.161.

Maíz, producción media durante cinco años 1927-31, 7.817.681.

Lino; producción media durante cinco años 1927-31, 1.901.135.

Comercio.

En 1890 no se exportó, y en 1930 se exportaron $614.100.000 de pesos.

En 1890, no se importó nada, pero en 1930, las importaciones alcanzaron la cifra de $887.500.000 de pesos.

En el régimen político se verifica una evolución sincrónica.

Los caudillos subsisten. Apenas han perdido la barbarie autóctona; el extranjero mejora el ambiente, pero no hace perder las peculiaridades características.

Las elecciones son el espectáculo más bochornoso; no votan mujeres ni extranjeros; en cambio los ciudadanos argentinos lo hacen de cuando en cuando, entre el fraude y el escándalo cívico crónico. En tal aspecto no hay progreso. En la provincia de Buenos Aires la tragedia electoral es lo mismo en el año 1890 o 1932.

El sistema electoral permite turnarse a los partidos. Carga el campo sobre la ciudad y siempre triunfa el campo; entendámonos; el latifundio. La más cruda barbarie domina y orienta toda la politiquería hasta 1916, y después, algunas veces también.

El parlamento es un instituto decorativo, donde lo más representativo es su edificio de estilo mezclado y plagiado, de tradición escandalosa. La acción de sus componentes no cuenta.

El parlamento no gobierna ni colabora, no tiene prestigio o poderes. Su eficiencia en el desarrollo societario argentino es nula. La burguesía paisana, como medida instintiva precaucional, jamás le dio importancia. Hubo épocas en que los diputados se peleaban por abrir las puertas de los carruajes a los presidentes o servían para sacar de paseo por Palermo a las amistades femeninas de los ministros; lo más común es que estuvieran a sueldo de las fuerzas económicas.

El poder lo tiene el Ejecutivo.

Cuando el presidente es el jefe de partido, los parlamentarios viven como en un comité político. El gobierno de la Nación disminuye hasta la altura de una oficina burocrática de negocios y conchabos públicos. Las pandillas gobernantes atacan la cosa pública; y así llega la gran crisis y el país debe más de 5.400 millones, que nunca pagará.

Nuestra democracia se desarrolla en su régimen político, con supervivencias monárquicas. El presidente tiene más poderes que un monarca y a veces más caprichos. En 1890 aparece la Causa por oposición al Régimen. Con el correr del tiempo, 30 años después la Causa se hace Régimen, y las cosas siguen lo mismo.

Toda la política regimental y causista con sus hechos alarmantes, 1890, 1893, 1905, no tiene importancia alguna en el desarrollo económico, social y cultural del país. Ni siquiera dentro de la política misma, lo que hizo decir que se vivió una época política sin política.

El gobierno lo usufructúan, hasta 1916, las clases conservadoras; latifundistas, estancieros. Después, los mismos, con otro nombre.

El partido Radical siguió a los conservadores, cometiendo sus mismos errores, en el caos más despilfarrador del trabajo nacional. La explotación no varió. Se aliaron bien pronto con los mismos de su clase: los conservadores de ayer y siempre. No había distingo fundamental con el Régimen; las formas encerraban un mismo contenido.

Prontamente la creencia de las muchedumbres se desvaneció y el partido demagógico trasformóse en conservador, siguiendo la tradición y trayectoria de los partidos que desalojara y cuyo espíritu heredó. Semana trágica, Santa Cruz.

Cuando el socialismo ganó su primera elección, el conservadorismo tembló y vinieron algunas leyes seudosociales que pretendieron detener inútilmente el avance electoral del reformismo. Estas leyes sólo intentaban aplacar a los obreros.

El socialismo trató de atraer las masas a la urna electoral; con su política de pactos las alejaba y sólo persiguió y consiguió el aburguesamiento de los obreros.

Produce una figura, Juan B. Justo, que no puede considerarse como hombre aislado, sino en su medio y en su época. De inteligencia extraordinaria, desvirtuó el socialismo, haciendo una colaboración de clases, conciliando nacionalismo e internacionalisrno y asaeteando la política de los terratenientes burgueses, formulando su credo reformista en la célebre frase capitalismo sano y capitalismo espurio. El socialismo aborigen le debe su organización y su táctica que puede sintetizarse en la palabra oficial del comité ejecutivo en 1932: El método evolutivo que consiste en capacitar al pueblo trabajador para la conquista progresiva de su bienestar y emancipación.

Las oligarquías desalojadas, en su crudísimo gauchaje, por la burguesía democrática nativa, no se avienen a la pérdida del poder y aprovechan la coyuntura de la crisis mundial para, ayudadas por el imperialismo y el pretorianismo, agudizar la descomposición política de 1930 dando el golpe de Estado. Los restos de la mentalidad colonial se habían corrido de Salta en olas de petróleo y llegaban a Buenos Aires victoriosos.

Establecida la dictadura, no retroceden las fuerzas, sino que avanzan cada una en su desarrollo. Las minorías hacia la revolución y las oligarquías hacia el fascismo.

Ya en 1930, la burguesía argentina no se siente segura en el terreno de la democracia y marcha, siguiendo a Mussolini, hacia el fascismo. Organiza sus huestes en legiones patrióticas y cívicas que siembran el terror, ensañándose con los obreros.

Tales hechos, que catalogaríamos de trasformación oligárquica, están aclarando las líneas de lucha: reacción o revolución. En medio de estas fuerzas, un partido socialista que no se define y que, cuando lo haga, será terriblemente tarde, pues la reacción lo habrá destruido, a no ser que él mismo se trasforme en reacción.

Se caracteriza también el período de lucha en que actúa la F.O.R.A. por un rápido crecimiento del militarismo.

Los gastos militares eran:

En 1890, 16 millones de pesos (cifras redondas).

En 1891, 18 millones de pesos (cifras redondas).

En 1892, 24 millones de pesos (cifras redondas).

En 1895, 51 millones de pesos (cifras redondas).

En 1896, 63 millones de pesos (cifras redondas).

De 1890 a 1896, el presupuesto de guerra aumentó en un 299% mientras el presupuesto general lo hacía en un 50%.

En 1928 los gastos militares fueron de 192.000.000.

En 1929, 194.000.000.

En 1930, 207.000.000.

En 1931, 188.000.000.

En 1932, 188.000.000.

En 1932 representan el 23% de un presupuesto de más de 800 millones de pesos. ¡Estupenda preparación para la guerra imperialista!

El militarismo fue cultivado por los conservadores, por los radicales y también por los socialistas. El armamentismo alocado de un pueblo de economía agraria, sin enemigos externos, no puede explicarse de otra manera que concibiéndolo como la fuerza sobre la cual se asienta el sistema capitalista. La seguridad que se da al capital interno y externo, para lo cual ellos pagan un pequeño interés, pues el total grueso lo paga la economía trabajadora.

El militarismo sostiene una posición privilegiada; por unos años es ajeno a la política. Mas no podía serlo eternamente por la ley ineludible que rige el militarismo de América y que fantasmagóricamente pesa sobre sus pueblos, lo que González Prada ha sintetizado así:

Siempre que, refiriéndose a gobernantes y gobiernos, digamos tiranos y tiranía entiéndase caporal y caporalismo. No el caporalismo napoleónico ni el alemán, sino el sudamericano, consistente en la autocracia de un soldadote burdo y rapaz, que con una mano sablea la constitución y con la otra pega un zarpazo a la caja fiscal

El pretorianismo había llegado a formas hipertróficas. En nuestro país sucedió una cosa estupenda antes del 90. Como en todo el resto de América las revoluciones fueron siempre hechas a base de sublevaciones del ejército.

Se llegaba a la presidencia sublevando uno o dos batallones; después unos cuantos balazos. Paz, y todo terminaba en una parada o desfile, y así sucesivamente.

Después del 90 se modifica un poco el sistema, mas lo que no se modifica es la psicología de los caudillos políticos y el 93, 1905, 1930 y 32 se ensayan golpes a base de las fuerzas armadas.

Entretanto, los dos sectores políticos en que se dividía la burguesía nacional cultivaban el militarismo, y un gobierno tras otro, la causa o el régimen aumentaban gastos, prebendas o privilegios.

En 1930 se encuentra el país con un fabuloso ejército, la crisis, la miseria y la desocupación. La hora de la espada había sonado.

Un instrumento de esa clase no podía más que ahogar a la democracia y así sucedió.

Un general -enfermo- realizó un paseo en automóvil desde Campo de Mayo a la plaza del mismo nombre. Pero la espada nunca solucionó ningún problema.

Volvió el poder a la clase ultrarreaccionaría, al capital extranjero y al latifundismo, clase que no había sido otra que aquella que se radicalizaba y que después se radicalizó con el nombre de Partido Radical Impersonalista.

La évolución del militarismo era clara. Corrompidos los gobiernos nacionales por tanta degeneración de costumbres políticas, se introduce y toma el poder para salvar la nación. Esto de salvar la nación no se sabe qué significado tiene (¿la nación son los intereses de una clase?); y cuanto salva es la clase conservadora y propietaria. No suceden más que prisiones, fusilamientos, diarios clausurados, persecuciones, terror, déficit y aumento del presupuesto; algunas cifras son elocuentes en el balance de un año de dictadura providencial: 12 mil presos, 120 diarios clausurados, 8 facultades cerradas, más de 600 deportados, una docena de fusilamientos y más de un año de estado de sitio y ley marcial. Todo ese arsenal dirigido contra el movimiento obrero e ideológico emancipador.

Sucede cuanto tiene que suceder, lo que vemos en Venezuela, Haití, Cuba, Perú. No hay tirano, no existe dictadura que no se respalde en la fuerza. En la Rusia de 1914 el zar se sustentaba en un poderoso ejército y en una nobleza fuerte.

Tras de la primera dictadura, vino la segunda con la misma base.

Es que ya no se puede gobernar sin el estado de sitio. La democracia no ofrece suficientes garantías; el fascismo es la única salvación para las clases latifundistas: unido al imperialismo impide el arribo del proceso revolucionario. Es la reacción sistematizada y previa. Mata todo germen. Mientras tanto, existe un malestar general. Se sienten cosas extrañas en el país. La reacción todavía empuja con sus provocaciones y persecuciones. La crisis no hace más que acelerar el proceso.

Es sobre esta geografía política y económica que actúa todo el movimiento de la F.O.R.A. Poniéndose unas veces en contra de los acontecimientos, otras proclamando sus huelgas generales. Derrotada o triunfadora, luchando siempre y siguiendo la luz de sus altos ideales como guía de la clase trabajadora argentina.

La historia de la F.O.R.A. es la narración épica más emocionante y más vital de cuanto puedan escribir los cronistas verdaderos y narrar las historias de estos pueblos de América.

¿Qué conjunto de luchas hay en ningún sector de civilización argentina que pueda comparársele?

Son más de 40 años de emoción, pasión y dolor. Allí está íntegro el sacrificio del movimiento obrero e intelectual de libertad. En estas páginas escuetas y peladas como una montaña abrupta, yacen encerrados tesoros inmensos para la generación nueva que los descubra.

¡Cuánto heroísmo en esos nobles camaradas que murieron por hechos que realizados en los tiempos de Plutarco o en las epopeyas burguesas de revoluciones liberales habrían llenado el mundo con sus ecos!

¡Qué valor humano el de esos millares de proletarios oscuros y miserables -ansiosos de los más altos ideales- afanados en la tarea ciclópea de construir un mundo!

¿A quiénes no tuvieron que vencer?; ¿contra qué obstáculo no se estrellaron?; ¿qué abismo no franquearon?

La lucha proletaria fue en la Argentina tarea de gigantes nunca concluida, siempre por hacer. Tras un triunfo, una derrota; en seguida otro y otra; siempre así, hasta subsistir frente a la más tempestuosa reacción que fue la gran victoria.

Todos los elementos de destrucción, las fuerzas más bárbaras de la reacción todopoderosa; la ametralladora, la prensa, el libro, las cárceles, estuvieron contra ella.

No hay crimen que no se haya cometido con el movimiento obrero; no hay pena que no se le haya infligido ni infamia con que no cargara sobre su desarrollo. Todo lo malo fue dirigido contra la organización, por cuanto ella significaba creaciones y actos propios, demostración de capacidad histórica nueva, el gran peligro para una casta cuya misión y fuerzas terminaban.

Sobre los militantes de la F.O.R.A. pesan más de medio millón, de años de presidio, más de 5.000 muertos, decenas de miles de allanamientos, devastaciones, incendio de centenares de bibliotecas obreras, confusión de sus componentes con los delincuentes de derecho común y otros hechos que caracterizan la ética de la civilización burguesa.

¿Qué episodio hubo en la historia de América que se asemeje a esta infinita gesta de la lucha social? Solamente las guerras de la Independencia. En estas revoluciones, que fueron las más conservadoras del siglo XIX, los revolucionarios contaban con un solo enemigo: los españoles. Todo lo demás les era favorable. Tras una batalla, una independencia; después de un combate, otra declaración de la libertad de un pueblo; después las convulsiones caudillistas y al fin la constitución de nacionalidades.

En cambio en la guerra social no hubo sólo batallas en las cuales un general vencía al enemigo, sino guerra cruenta de todos los días y las horas. El capitalismo férreo y autoritariamente organizado en su unidad internacional. Enemigos por todos lados: los mismos obreros, los intelectuales, la prensa, las leyes, la justicia, el militarismo todo montado y perfeccionado, contra una masa de luchadores que siempre morían en el heroísmo anónimo, sin esa gloria de guerreros que desfilan a caballo vestidos con brillantes uniformes, aplaudidos por muchedumbres, entre la bullanga de las fanfarrias. Con la diferencia de que aquellas gentes nunca supieron dónde iban, mientras que en la epopeya socialista del nuevo mundo los trabajadores saben cuál es su misión y hacia dónde les impulsa el destino.

Las glorias de las guerras de la independencia han sido eclipsadas por las luchas civiles de nuestros días; por las primeras, el avance de los conglomerados humanos fue apenas perceptible. Una filosofía aspira a decir lo contrario, mas no presenta ninguna prueba seria o evidente.

El contenido histórico, social y económico de esas campañas ha sido superado; y la historia oficial que los refiere hoy representa el aspecto esencialmente burgués democrático que impide el franco avance de la humanidad en su fase inicial reconstructiva.

¿Qué dirá la historia de mañana?

Las batallas sociales de América del siglo XX son infinitamente superiores y de mayor trascendencia que las guerras militares del siglo XIX.

El heroísmo de aquellos tiempos ya no tiene significado heroico.

En este constante combatir, en el rudo batallar de la gran organización hay más heroísmo que en toda la historia político-colonial de América.

Las masas que movían las guerras de la independencia marcharon engañadas en cuanto al cumplimiento de las promesas. Eran escasas, dirigidas por minorías cuyo móvil era gobernar y a lo más aspiraban a la constitución de nacionalidades, y la prueba está en que la mayoría de sus guerreros más famosos fueron monárquicos o dictadores y soñaban con el establecimiento de una monarquía. Sin embargo fueron esas húmildes masas las que en oposición a sus mismos directores obligaron a implantar las Repúblicas democráticas, pero no impidieron lo que Ingenieros llama la Restauración, vale decir, la sujeción de las mayorías a un terratenientismo unido a los grupos capital-imperialistas. La historia enseña cómo las oligarquías americanas de la independencia y de la libertad terminan por asociarse con el capitalismo financiero euro-yanqui para la explotación más bochornosa e inhumana de los aborígenes y, en general, de los obreros y campesinos pobres.

Las masas que llenan nuestros días son otras. Heredan la rebeldía tradicional, pero más inteligentes y más conscientes, aspiran, después de la gran revolución rusa y la desastrosa guerra, a formar una nueva organización de la producción y distribución sobre bases de otra moral y justicia. Se embarcaron en la gran aventura de la historia. Van a crear nuevas valoraciones éticas y diversa manera de partir el pan.

Esta guerra social, que parece terminará dentro de pocos años, consume innumerables vidas, agota los mejores cerebros, pero sus episodios son los más asombrosos. No se trata de vidas paralelas, ni de Césares o Alejandros. En cada obrero suele encontrarse un héroe. Millones de héroes de carne y hueso pueblan y se mueren en la Tierra, bajo el mismo signo y con igual sentido, rumbo hacia el porvenir. Parece que la vida de cada hombre en este período de 1914-1932 se quema. Asistimos a incendios de corazones e inteligencias, exclusivamente en esas masas proletarizadas, incontenibles por su afán y férrea voluntad creadora.

La verdadera historia para el pensamiento moderno no está en 1820, sino en los movimientos sociales de nuestros días. La historia no tiene relación alguna con parlamentos, gobiernos, leyes, etc., sino con el mundo del trabajo y el rumbo revolucionario. Aquí está el martirologio más emocionante y espantoso. El cristianismo queda empequeñecido frente al movimiento social de los siglos XIX y XX. Cuán ridícula es la criminalidad de los Nerones que incendiaron Roma y Vespasianos que persiguieron creyentes, frente a los dictadores o al capital moderno que mandan millones de hombres a las catástrofes o dejan morir pueblos enteros de hambre y desocupación.

La historia del terror blanco en Europa y en América sólo puede ser explicada por la muerte de un régimen entero que culmina en las dictaduras, como esfuerzo de la contrarrevolución preventiva.

La historia de la F.O.R.A. representa la primera luz del movimiento americano (de la América entera). Aquí también, como en Europa y Asia, el proletariado luchaba por la unidad internacional y por la previa emancipación económica y política, respondiendo a la acción conjunta colectiva.

El gran organismo de ese espíritu mundial e individual ha sido la F.O.R.A. en el continente. Ella representó la fórmula histórica del proletariado regional en Argentina, mas su acción llega al terreno internacional por su esfuerzo encaminado hacia la fundación de otras regionales.

La F.O.R.A. es el intento más serio de la organización continental de los trabajadores.

¿Por qué ha sido la F.O.R.A. un organismo de tan alta representación proletaria y libertaria regional y supranacional? Por su doctrina y por su práctica.

Aceptó como eje de su ideología el comunismo en el orden económico y la libertad en el orden político.

La socialización de los medios y demás surge de la comunidad de los esfuerzos humanos en la producción. Esta no puede ser propiedad exclusiva de ningún hombre, por cuanto en la evolución de la técnica como en su elaboración de las materias, todo ha sido producto del esfuerzo colectivo, no sólo de esta generación de trabajadores y técnicos, sino de numerosas generaciones pasadas. Fuera de que el acrecentamiento del acervo común es obra de quienes trabajan en las múltiples formas que puede tornar el trabajo, dos de las cuales han dado lugar a la división artificial en manuales e intelectuales.

Existe, pues, una comunidad en la historia y actualmente en la productividad social y una colaboración sin la cual tampoco ella podría subsistir.

El campesino cultiva sus campos con las semillas de trigo anteriores a él y que el instituto de genética ha trasformado en variedades más productivas y adaptadas a sus tierras. Los arados son producidos por la colaboración que va del obrero minero que trabaja en turnos hasta el obrero de la fábrica que marcha racionalizado. El cereal se trasporta por personal ferroviario, que a su vez maneja rodados en cuya construcción colaboran miles de hombres. Llega a las ciudades donde se lleva a los depósitos, de donde va a las panaderías en las cuales se trasforma en pan para ser repartido en miles de hogares. Todo merced al trabajo directo del productor, o de máquinas dirigidas por él.

Los mineros de Gales, por ejemplo, sacan el carbón; en Glasgow se junta el hierro. El acero se trasforma en máquinas, las cargan en buques (construidos por otros trabajadores), los marineros las trasportan a ultramar, aquí las desembarcan y las montan mecánicos y albañiles. Queda instalada una fábrica de tejidos para la cual es indispensable que el pastor cuide sus ovejas productoras de lana en los desiertos de la Patagonia o en los campos de San Luis y Córdoba.

Para alimento de esta gente trabajan los agricultores y los quinteros de las llanuras de otras provincias, mientras los hijos de esos obreros cuya fábrica da vestidos son educados por maestros y leen periódicos y libros hechos por periodistas, escritos por intelectuales e impresos por los tipógrafos.

Así toda la producción está infinitamente conexa; cien mil células se interrelacionan y unen en el aspecto más insignificante de la productividad moderna que va desde el simple trabajador manual hasta el técnico especialista que estudia los nuevos inventos, o exclusivamente se preocupa del avance de tal o cual parte pequeña de la producción, y, si a mano viene, tarda años en dar un invento extraordinario o corriente.

La producción, como sus instrumentos, no puede ser propiedad individual, sino común: los crea como los usa la comunidad. No se admite, por lo tanto, la propiedad privada salvo en pequeñas cosas. La propiedad deja de ser privilegio para trasformarse en algo de uso colectivo, como producto histórico colectivo.

La producción exige tanta solidaridad como el consumo, aunque se espanten los economistas de universidad; socialmente es lo mismo.

No hay pues otro camino que socializar las riquezas y fuentes de riqueza: campos, fábricas, talleres, dinero, etc.; racionalizando al mismo tiempo la sociedad.

La comunización traería la solución que en los órdenes nacional e internacional está buscando inútilmente el capitalismo, resolviendo los graves problemas de la desocupación, muerte, inanición, miseria y explotación de las clases pobre y media.

Pero la socialización no puede implantarse desde arriba, si ha de ser eficiente y duradera; necesita que arranque desde las mismas fuentes de la producción y las fuentes de ella están en la célula social, en las organizaciones en que se agrupan por primera vez los hombres, en los sindicatos. El sindicato es la base de la primera agrupación social y de la unión de éstos surgen los sindicatos por industrias como organismo eficiente y orientador de la producción.

Los consejos de taller con su seccíón técnica, los comités de fábricas, con su consejo de gestión; los sindicatos de industria; la federación regional de las índustrias con sus centros de estadística, con sus centros de materias primas y de intercambio de mercancías nacionales; los sindicatos agrarios, las federaciones regionales de la agricultura, con sus comités, estadísticas, distribución, irrigación, electrificación y mano de obra, unidos en un consejo nacional de la economía socializada; las comunas, cooperativas de consumo y producción, etc., forman un sustrato serio y único de la futura organización.

Se deduce de esto que una de las bases fundamentales de la labor histórica de la F.O.R.A. ha descansado en el estudio y solución del fundamento económico de los pueblos. Ella dio siempre a este problema un lugar importante, pero no exclusivo, apartándose definitivamente de la interpretación económica de la historia y de todo el pensamiento marxista tan petulante como anticientífico; de atribuir preponderancia determinante a los valores económicos, quedando la voluntad de los hombres para siempre sierva y predeterminada por las leyes de la evolución económica.

De aquí surgen distintas conclusiones: la revolución no tiene sus causas sólo en la miseria; y la prueba está en que hay países con revolución que hace muchos años están en la miseria (no dudamos saldrán de ella).

Ningún proceso revolucionario vence porque sean pobres sus componentes. Existe una infinidad variada de causas: el sentido de justicia, la percepción de una futura igualdad, la emancipación.

No se inicia el proceso de disgregación societaria de la burguesía sólo porque el capitalismo ha madurado su técnica, por las contradicciones de su desarrollo o por el choque de sus imperialismos; sino también porque los hombres lo quieren por cuanto hay una voluntad de cambio; los hombres quieren como nunca, en esta hora de la historia, y lo que quieren lo realizan.

En el orden político fue partidaria de la más franca libertad, defendió siempre la libertad y puso en su táctica todas las fuerzas de sus ideales. Su acción fue federalista, reconociendo que si la fuerza inicial está en el sindicato, la raíz humana se encuentra en el individuo, y cuantas instituciones menoscaben este principio de libertad no producirán más que dictadura, persecuciones, cárceles y vuelta al régimen opresor de la burguesía, cuyo principio está en la organización de la violencia por las minorías depredadoras y represivas.

Su ideal es antiestatista; rechazó el Estado como forma histórica de la autoridad, como cristalización de la violencia organizada, como instrumento de clase y sistema de opresión. Considera que no es sólo producto de la lucha de clases, sino forma de organización de los instintos de autoridad que tiene el hombre desde épocas precapitalistas. No lo acepta en su necesidad ni en su transitoriedad porque es un supuesto lógico y real que todo Estado, cualquiera sea el calificativo que tenga, tiende no sólo a crecer sino a eternizarse. Actúan en él las dos fórmulas vitales aplicables a todas las instituciones sociales; crecimiento y universalización.

Rechazó toda avalancha legislativa como impedimento al desarrollo de la conciencia libre de los hombres.

Sin la libertad no podrá surgir ninguna organización estable, pues la sujeción y coacción estatal y autoritaria impedirán todo avance hacia una realidad concreta, que será el principio del verdadero socialismo.

La libertad encuadra con la conciencia individual y se une a la producción sin que exista la contradicción que hay entre una y otra en el mundo burgués, empequeñecido y dividido por la técnica y los nacionalismos.

Las fuerzas que el individuo, los sindicatos, las comunas libres, las cooperativas perdieron frente al Estado, vuelven a sus fuentes prístinas y se descubre en los componentes de donde arrancaron en épocas históricas.

Atacó, pues, el poder de la burguesía en su esencia y sustancía y a este mismo poder si se quiere ejercer en nombre del proletariado. El poder se disuelve en sus orígenes, porque aunque pueda ser usado unas veces para cosas buenas, siempre ha sido usado para cosas malas, y parece que los hombres en el poder se vuelven con él opresores, perseguidores o malos pastores de los otros hombres.

La F.O.R.A. siguió la gran tradición idealista de la moral; las fuerzas que ella opone a las fuerzas del capitalismo son morales y de acción directa y económica.

Si la acción directa sólo puede dar el golpe para iniciar el cambio del aspecto institucional del régimen, sólo las fuerzas morales pueden perfeccionar al hombre que ha conquistado su pasar económico.

El problema de la revolución, se deduce de esto, no es exclusivo de la distribución productiva, sino de la liberación humana y esto no podrá realizarse por decreto, llámese al Estado proletario o burgués, ni lo va a realizar a plazo fijo ningún partido político o filoproletario.

La F.O.R.A. tuvo como norma fija no sólo la lucha contra el capitalismo, sino que combatió el hecho de que una enorme mayoría de obreros aspiran a ser capitalistas. Su labor, por consiguiente, ha sido integral. Sus aspiraciones no son de exclusividad anticapitalista, sino que hizo un inmenso esfuerzo por desaburguesar a América. Actuó en el sentido económico fundamental humano. De su larga actuación se deducen sus preocupaciones creadoras llegando al fondo del problema que indica que sólo una labor de medios inmediatos puede producir el anhelo deseado y en más corto plazo que la ilusión política de la asunción del mando y la exclusividad de la lucha por el poder. Trabajó para que las masas estuvieran siempre descontentas de su suerte y su realidad, en contra de partidos socialistas que predicaban con la acción reformista la pasividad y el conformismo, dejando los cambios fundamentales para otras épocas.

Sin embargo nunca cultivó los móviles inferiores de las masas, ni el poder ni el dinero, y menos el crimen, ya que su ideal era la más pura concepción humana y su realidad el más desinteresado heroísmo. Los obreros federados jamás tuvieron jefes, ni puestos, ni productiva gloria, ni pitanza regalada. Es el ejemplo más extraordinario de sacrificio colectivo e individual.

En sus filas se luchó por algo que no alcanzaría esa generación de luchadores, y cuando los aspectos de una conquista relativa eran realidad sólo servían para aumentar la lucha, para el avance siempre, y así se perdieron muchas batallas que el día anterior habíanse ganado, porque el ideal no estaba en el aumento de paga o disminución de jornada, sino en la lucha por el socialismo.

Llevó el instinto de lucha por el socialismo verdadero al punto desconocido por otras agrupaciones. No se estancó nunca. Siempre significó lo mismo cuando tuvo 40.000 afiliados como cuando, después del año 1920, llegó a 500.000.

En los 40 años de su historia se lee que no trató de ser sólo una organización fuerte, no quiso la organización por sí misma, conocía el peligro que ella importaba para el futuro de América. Porque cuando un organismo revolucionario se agranda sin tener un nervio ideal que lo agigante igualmente, todo se viene al suelo, por cuanto el sentido conservador de la organización mata la fuerza revolucionaria del porvenir. Cuenta el ejemplo de los grandes partidos y organizaciones socialistas autoritarias ahogadas por su agigantamiento desmedido, como el partido socialista alemán y el italiano, cuyo significado histórico último consiste en haber preparado el terreno para el triunfo del fascismo por su acción estática, deletérea y democrática.

De lo que trató fue de la emancipación. He aquí un móvil vital, nunca superado, siempre perseguido que acicateó instintivamente al movimiento específicamente obrero orientado por el gran organismo de lucha del proletariado argentino.

Ha sido y sigue siendo la única entidad federalista por principio y por táctica. Porque el federalismo encuadra en la naturaleza humana. No se trata de un Estado federalista. Es evidente que entre Estado y federalismo existe una profunda contradicción y los Estados llamados federales evolucionan rápidamente hacia la centralización. Las Repúblicas sudamericanas son el mejor ejemplo de ello. La teoría del Estado federal doctrinariamente puede ser defendida, pero de la práctica del capitalismo internacional resulta cuanto está de acuerdo con la naturaleza del Estado una unitariedad progresiva, por más declaraciones que hagan esas novelas sintéticas que los demócratas llaman, con tanto respeto hipócrita, constituciones.

En nuestra región, el sentido federalista es lo que, por tradición popular y por acción geográfica y territorial, tendrá que primar. Inmenso país, con lugares apartados, de características distintas, de aspecto desigual, de producciones múltiples; de grupos étnicos mezclados y con sangre de todas las razas de la Tierra; de vecinos con conglomerados artificialmente clasificados bajo las denominaciones nacionales, pero con psicología y economía afín; que necesitan relacionarse e intercambiar producción y solidaridad; no cabe más que un ideal federalista compatible con todas las relaciones e interrelaciones imaginables entre los grupos productores. No nos podemos imaginar cómo el habitante de Salta o de Misiones necesite obedecer para su desarrollo vital al juez de Buenos Aires, aunque sí se establece la lógica de un intercambio de productos, intelectual o funcional.

Tal sentido integral federalista ha tenido su práctica, vale decir la teoría ha sido vivificada por la práctica.

La F.O.R.A. realizó el federalismo en su organización. No fue jamás centralista y las federaciones provinciales tuvieron junto a la llamada, por comodidad, central, la más amplia autonomía y dentro de éstas, las locales igualmente; y junto a ellas, los sindicatos practicaron un federalismo que ha marcado la ruta definitiva de la organización argentina.

¿Qué enseña a este respecto la práctica del movimiento obrero?

Que en el país no cabe ningún organismo centralista. Que jamás ha tenido vitalidad ni popularidad cuanto en otras regiones pudiera preparar el terreno para dictaduras circunstanciales o Estados eternos.

Que los sindicatos han defendido fieramente su autonomía y que las formas futuras, no sólo del movimiento obrero sino de la constitución societaria regíonal no puede ser otra que la federalista, por así responder a la tradición, revolución y a los instintos.

En el federalismo forista ha desarrollado su vitalidad, todas las energías posibles, durante largos años, la clase obrera de cualquier región del país.

No se puede violentar la vida imponiendo un centralismo corruptor, creando una unidad artificiosa; construyendo de antemano antagonismos feroces sólo sostenidos por la violencia de gases y metrallas.

La vida social es polimorfa, varia de comarca en comarca, se diferencia de pueblo a pueblo. Sus modalidades infinitas necesitan de la libertad, para avances y retrocesos, creaciones y destrucciones, para sus afinidades y antagonismos, errores y verdades. Sólo compatibles en su magnífico imperio con la libertad, cuya fórmula va unida al federalismo y a la autonomía.

Fue el valor de resistencia más serio opuesto a la sumisión total de la sociedad por la captación burguesa. Resistió la plena absorción del capitalismo. Merced a su acción directa hoy viven lozanas aunque perseguidas las nuevas fuerzas de reconstrucción.

Resistió no sólo al Estado y a sus agentes en los campos y en las ciudades, sino también su filosofía, y desarticuló el ambiente de sumisión en que hubiera caído el proletariado sin unión y defensa.

Resistió la explotación patronal, así como la intervención autoritaria colaborando en la formación de la conciencia de una América nueva.

La burguesía ha querido ver solamente una función destructora en sus luchas. Su historia niega rotundamente el aserto. No construyó en la forma que pudiera haberse realizado si los tiempos hubieran sido otros y las realidades revolucionarias ensayadas en un campo concreto. Pero dejó una construcción tan verdadera en la conciencia de sus adlherentes porque a la labor sindicalista se unía la acción de militancia y educacional.

Por sus filas pasaron millones de obreros en quienes se elevó el espíritu de compañerismo, solidaridad y lucha; porque ésta historia que hoy nos cuenta Santillán vive escrita en el corazón de todos esos viejos y nuevos combatientes, que hicieron de la militancia a veces una religión y a veces una pasión. En tal aspecto, la historia de la F.O.R.A. no es sólo historia sino realismo social, porque en este mismo instante en que escribo, sus acciones pasadas van transmitiéndose como las viejas leyendas a voz viva, de hombre a hombre, y sus acciones presentes cristalizándose en el germen promisorio de lucha por un mundo nuevo.

Bajo su bandera los obreros aprendieron el axioma de las masas modernas: la emancipación de los proletarios será obra de ellos mismos; no asunto de terceros, extraños u otras clases, sino personal y colectivo.

De aquí que la acción de la F.O.R.A. haya sido durante su historia mucho más eficaz e importante que la acción del parlamento argentino en 50 años.

Un paralelo entre las dos entidades no puede ser resistido por el parlamentarismo nacional, cuyo descrédito y sumisión hace rato conocemos y cuya genuflexión e ineficacia proclaman en las plazas públicas hasta los oradores noveles, a sueldo de los intereses de la burguesía rural argentina.

En estos últimos 40 años todo progreso, toda elevación o conquista en el orden del mundo trabajador y hasta de la democracia, ha sido debido al movimiento proletario y campesino a cuya cabeza estuvo la F.O.R.A.

Quien recorra las páginas de esta historia podrá darse cabal cuenta de que si algo de utilidad hicieron el parlamento y los gobiernos fue forzadamente y por la exigencia de las circunstancias y presión de las masas que, dirigidas por la ideología forista, amenazaban la estabilidad del régimen.

Fue en la plaza pública, en la agitación callejera, en el bullir de las asambleas populares y obreras donde nacieron las fuerzas que, al parecer perdidas, despertaban de su sueño a esa burguesía, cuyo régimen era incapaz de parlamentar.

Fueron esas huelgas, los miles de huelgas con centenares de obreros muertos y los miles de presos sociales y políticos; fue el hambre de esos proletarios y de sus hijos; fue el sacrificio de los mejores cerebros obreros lo que obligaba a la burguesía a ceder un adarme y hacer concesiones a la masa popular que aspira a dignificarse y redimirse.

Fueron esas huelgas parciales o generales que hicieron tambalear el régimen. Cuando la agitación pública se levantaba amenazante, entonces los políticos trataban con desgano y demagógicamente los problemas, llevándolos a la legislación, de donde salían leyes siempre burladas que, inteligentemente promulgadas, no hacían más que calmar los ánimos e impedir los choques hasta que la marea popular bajara.

La acción parlamentaria argentina no es nada más que el reflejo descolorido de la acción conjunta de agitación del proletariado y del campesinado.

Las leyes agrarias vinieron después de las infinitas huelgas de chacareros que amenazaron y coparon policías de pueblos enteros y cuando la agitación llegaba a su extremo; recién entonces el parlamento restaba a los terratenientes lo menos que pudieran dar, contando siempre con esa cláusula que tiene toda ley buena, por la cual quedan suprimidas sus bondades.

En general, todo cuando se hizo por vía legislativa fue el eco de la acción directa de las masas unido al pánico o terror del capitalismo.

Jamás del parlamento burgués surgió un reconocimiento de derechos, concesiones fundarnentales o algo de renunciación cristiana.

La F.O.R.A. siempre la tuvo en jaque, y el futuro historiador social encontrará suficiente material en sus anales para demostrar cómo el avance de la colectividad regional hízose por las fuerzas trabajadoras, encabezadas por sus organismos de lucha.

Los partidos obreristas aspiraron a explotar todos los movimientos populares con fines electorales, pero no consiguieron su propósito y el proceso revolucionario se encontró siempre en su hora y oportunidad de avance.

El parlamentarismo en América fue violado por la acción directa de las masas. Del primero no quedará nada; malos discursos, riñas indecentes por intereses menores, subasta de puestos, negocios sucios, bajo nivel moral, malabarismo y contorsionismo malabarista. De la agitación popular y obrera puede decirse que fue el único elemento de progreso y de avance social. Ella asimiló la labor de los intelectuales serios y honrados y expandió sus semillas en sentido horizontal.

Durante largo tiempo luchó por la organización material y moral del proletariado. Su principio organizador arranca de su ideología y de su práctica: organizarse para la lucha como un aspecto elemental de la nueva organización.

La F.O.R.A. ha sido siempre organizadora: prueba es que en 1921 la Federación Provincial Santafecina tenía más de 110 gremios adheridos y cotizantes formados al calor de sus programas y reivindicaciones.

Pero a la organización le dio su sentido: organizar para la lucha y para la nueva sociedad; por eso aceptó las uniones gremiales y los sindicatos por oficios y hasta oficios varios, comprendiendo muy bien que las organizaciones de lucha tal vez no sirvieran para la reconstrucción o fuera menester cambiarles de forma, reforma que surgía desde abajo, desde las asambleas y congresos, desde los sindicatos y comunas; así fue como se aceptaron los sindicatos por industria y la organización moderna y científica del trabajo.

En su combate contra la democracia desorganizadora dió preminencia a la organización profesional.

Su intento fue y es agrupar a los hombres por funciones y no por ideas exclusivamente o intereses, como lo acepta la democracia liberal.

Trabaja por sustituir la desorganización y el despilfarro del régimen propietario por un régimen de valores funcionales, en cuyo primer término esté el trabajo, apoyado en la socialización y en la racionalización de la sociedad.

Jamás luchó para ocupar las posiciones que tiene la burguesía.

Hay partidos que quieren la Revolución para ir ellos al poder y repartir los puestos de responsabilidad entre sus adherentes de confianza, repitiendo lo que hizo la democracia liberal con la invocación de que ellos son honrados. Hay partidos que quieren gobernar en nombre del proletariado y del campesinado, considerando a éstos como menores de edad para dirigirse, pero aptos para trabajar y producir.

La F.O.R.A. no tuvo ni tendrá puestos para repartir, aun triunfando sus ideales. Sus militantes no van a beneficiarse con ninguna ganga ni prebenda: ella reconoce la alta capacidad de organización social de los proletarios, campesinos e intelectuales que estén en sus filas. Considera capaz al pueblo para estructurar una nueva sociedad. No cree que sindicatos o comunas sean menores de edad sino todo lo contrario, puesto que capacidad de producción indica capacidad de organización y libertad de determinación.

Ella no aspira a ser un gobierno central, con ejército numeroso, militarismo, cárceles, burocracias gigantes, jueces, policías, destierros, persecuciones y ausencia total de derechos elementales. No sólo desaprueba eso, sino que se ha declarado en contra infinidad de veces. Ni confunde la causa del verdadero socialismo con los intereses de un partido o de un grupo de fanáticos bien intencionados, a lo Robespierre. Ha querido siempre hacer de una de las fórmulas históricas del pensamiento socialista un estado de conciencia. Se opone y se opondrá a toda mistificación proselitista que hunda a los proletarios en la esclavitud del salario, así sea esgrimido en nombre de libertad o de igualdad.

Su acción cultural fue eficiente. Sus propagandistas pronunciaron miles de conferencias. Sus periódicos se multiplicaron, habiendo años en que respondían a esa tendencia más de 30. Editó folletos, y aquí su obra empalma con la de La Protesta, vocero batallador del proletariado con más de 30 años de vida, y la de esta editorial que vertió al español obras fundamentales del pensamiento humano, aún no traducidas, y puso al alcance de las muchedumbres el libro bueno y barato. La cultura, dijo Spencer y repitió Marienzo, no la crea el Estado, sino el pueblo.

Expandió la cultura intelectual por todos los medios. Auspicíó infinidad de bibliotecas esparcidas en toda la República. Acreditó el libro, el folleto. Despertó las ansias del saber en las masas e hizo significativa la ventaja de lá instrucción superior. Lo que la burguesia negó al obrero, la F.O.R.A. hizo todo lo posible por dárselo.

En este terreno confluye la obra de alta cultura realizada por toda la prensa libre y por los compañeros amantes del saber en las creaciones de centros culturales, bibliotecas, ateneos, ligas, centros recreativos, universidades populares, etc., los cuales en realidad son los que han dado al pueblo proletario argentino lo poco que tiene. Porque la burguesía no dio nada al pueblo. Le tiró como limosna una mísera e insuficiente instrucción primaria, con maestros impagos, esclavizados y cansados, reservándose ella la secundaria, y universitaria, y los laboratorios, cines, teatros, prensa, revistas, etc. (1).

También en el orden educacional fomentó la formación de cientos de escuelas racionalistas, algunas de ellas muy importantes, como la Escuela del Sindicato de los obreros del F.C.C.A. en Rosario, que llegó a tener más de 450 alumnos. Propició una nueva educación. No esperó nada del Estado; sus obreros intentaron la tarea de una nueva instrucción, pero la burguesía se les venía encima; y junto con el sindicato se clausuraba la escuela, encontrándose luego juntos también en las cárceles maestros y obreros; otra de las páginas más bochornosas del terror argentino ...

Con la central inicial, el movimiento obrero se organizó en todo el país. Sobre el terreno virgen los compañeros libraron las primeras batallas contra el salvajismo primitivo de la ignorancia estatal; no se luchó sólo contra el burgués, surgieron la organización del Chaco, los movimientos de Santa Cruz, la organización misionera, india en Jujuy, chacarera en las pampas e industrial en las ciudades de Buenos Aires, Tucumán, Rosario, Córdoba, Avellaneda, Mendoza, y otras, y ella fue rota y nació de nuevo. Dispersadas sus fuerzas, disueltos sus gremios, el espíritu no se perdió jamás.

Numerosa o pequeña, lo mismo en los altos que en los bajos, allí estuvo la F.O.R.A. con su solidaridad para todo el mundo, para entidades nacionales o internacionales, cumpliendo siempre el deber moral con el proletariado mundial.

En estos últimos tiempos combatió la dictadura, fue perseguida y disuelta; presos sus consejos, fuera de la ley sus miembros, sus raleadas filas levantaban todavía la huelga en son de protesta, grande o pequeña era lo único serio que aparecía en el país, la única esperanza. Derrotada, jamás fue vencida, y las batallas tienden a proyectarse en el porvenir. Ayer no más decretaba una huelga solidaria y mañana seguirá otra.

La F.O.R.A., decimos con plena conciencia, es invencible. La magnitud de su historia; el alto significado de su heroísmo; la fuerza inconmovible de sus ideales; los largos años de lucha; el espíritu revolucionario que siempre la anima, la hacen la organización auténtica y más eficiente de la clase trabajadora argentina.

Nadie ha batallado como ella. Ha creado un nuevo sentimiento del derecho. Ha contribuído a la ascensión social de una clase. Estuvo exclusivamente con las clases desheredadas. Guardó su autonomía e independencia. Se unió al movimiento obrero internacional y en especial americano. Acrecentó el sentimiento moral de la rebeldía, alentó en las masas el sentimiento de la comunidad y, por sobre todas las cosas, luchó, luchó siempre y lucha con más fuerza hoy, cuando la reacción parece apagará toda luz y toda esperanza. Sus medios de lucha, limpios y claros como el agua que baja de las montañas, fueron buenos y los móviles internos de su acción correspondieron siempre a su alto ideal.

Hoy la F.O.R.A. se agiganta y si su historia es noble y grande por sus hechos, hombres y cosas, más promisorio es su porvenir.

Solamente con la autoridad moral que le presta el pasado inspira la más absoluta confianza a los trabajadores. El punto culminante de los ataques de la reacción va pasando y ella se levanta como la formidable generadora y unificadora de organismos, de lucha y de organización proletaria, propiamente hablando.

Esta historia, viva aún, es en cierto modo homenaje nada romántico a estos obreros modestos que dieron voluntariamente su vida y libertad y la de los suyos en aras de un ideal fuerte y generoso. En la época de esos proletarios desconocidos y en la actual ofensiva de la juventud obrera (porque aquí no hubo caudillos ni jefes) descansan las fuerzas creadoras de un nuevo mundo.

El mérito histórico y la grandeza humana de la institución que aquí se historia, exprésase en estas palabras: quiere hacer mejores a los hombres y los incita a la lucha.

Con este somero bosquejo realizado a la ligera y a pedido de numerosos obreros, sintetizamos nuestra opinión como la filosofía política social que aparece, después de haber luchado en el campo obrero y leído la gran obra que Diego Abad de Santillán -figura prominente del proceso revolucionario mundial- ha escrito y recopilado a duras penas, seleccionando el material dentro de la carencia de fuentes de información, pues nuestras bibliotecas públicas no se interesan por los documentos y periódicos obreros. Él únicamente puede prestar un servicio tan importante a esa nueva historia de las masas obreras que yacía viva en la tradición. Él da con esto, forma definitiva a documentos tan imprescindibles para el historiador, el psicólogo y el estudioso, para fijar el desarrollo de la nueva civilidad a través de la guerra social y episodios importantes de la prerrevolucíón de América.

Año 1933.

Juan Lazarte.



Notas

(1) En tal sentido los partidos socialista y comunista también trabajaron.


Índice de La F.O.R.A:, ideologia y trayectoria de Diego Abad de SantillánCapítulo IPresentación de Chantal López y Omar CortésBiblioteca Virtual Antorcha