EMILIANO ZAPATA
Y EL
AGRARISMO EN MÉXICO
General Gildardo Magaña
TOMO I
CAPÍTULO XIII
COMPLOT CONTRA MADERO
Cómo se descubrió el complot
Alentados los enemigos de la causa popular por el apoyo decidido que siempre encontraron en el Presidente interino De la Barra, no bien había transcurrido un mes de la entrada triunfal de Madero a la capital de la República, cuando ya tramaban contra la vida del Jefe de la Revolución.
En un cuarto del hotel San Agustín, en la metrópoli, se reunía diariamente un grupo de políticos poblanos, de los que mayor preponderancia habían tenido en el régimen del general Mucio P. Martínez, Gobernador derrocado de Puebla.
La figura central de dicho grupo era don Joaquín Pita, ex jefe político de la Angelópolis. Ocupaban un cuarto contiguo al de los reaccionarios confabulados, los hermanos Antonio, Guillermo y Benito Rousset, también originarios de Puebla, de filiación revolucionaria y compañeros de Aquiles Serdán, en días de prueba.
Los hermanos Rousset, en cuyo taller de fotografía se ocultó parte de las armas que usó Serdán, en la tragedia de Santa Clara, sospecharon, primero, y pudieron cerciorarse después, de la trama que se urdía en contra de Madero. Por los lazos de una íntima amistad, pues nos habíamos conocido en San Antonio, Texas, durante el período de la lucha contra la Dictadura, nos comunicaron su descubrimiento, y a nuestra vez, dimos la noticia a Abraham Martínez, Jefe del Estado Mayor del general Zapata. Después de haber cambiado impresiones con los hermanos Rousset, acordamos todos poner el asunto en conocimiento de las autoridades.
Martínez, los Rousset, Rodolfo Magaña y nosotros, cumpliendo con un deber de revolucionarios, entrevistamos a don Gustavo A. Madero, quien convencido de la seriedad del caso, por los datos que le dimos, y que él confirmó posteriormente, nos indicó la conveniencia de ponerlo en conocimiento de las autoridades, para que, con la debida reserva, procedieran como era necesario.
Pasamos a entrevistar al licenciado Emilio Vázquez Gómez, Secretario de Gobernación, quien tomó vivo interés en penetrarse de cuanto sabíamos que se tramaba en contra de don Francisco I. Madero.
- Estos señores -nos dijo- son capaces de todo; necesitamos estar muy listos para cuidar la vida de Panchito.
Y ordenó a uno de sus ayudantes, que por teléfono llamara urgentemente al Inspector General de Policía.
Un cuarto de hora después se presentó, acudiendo al llamado del Ministro, el ingeniero David de la Fuente.
Don Emilio Vázquez Gómez le ordenó que tomara todas las providencias que el caso requería, inclusive la vigilancia de los confabulados.
El ingeniero De la Fuente nos invitó a pasar a la Inspección General de Policía; allí fue llamado el jefe de las comisiones de seguridad, Francisco Chávez, a quien se le dieron todos los datos que poseíamos. Pero al comisionar a Chávez, hechura de Félix Díaz, anterior Inspector de Policía, y completamente adicto a los hombres del porfirismo, quedó el asunto en manos de los enemigos de la Revolución.
Don Emilio Vázquez Gómez, en vista de que la anunciada visita de Madero a Puebla estaba ya próxima, y de que uno de los proyectos de los complotistas consistía en que de no ser posible dar muerte en la ciudad de México al Jefe de la Revolución, se aprovechara su llegada a la Angelópolis, creyó conveniente que saliese desde luego para dicho lugar, con instrucciones de proceder con energía, y de acuerdo con las autoridades poblanas, una comisión que fue integrada por Abraham Martínez, Tirso Espinosa, Gabriel P. Soto, Arnulfo Olivares y Rodolfo. Magaña.
La comisión llegó a Puebla y comunicó el motivo de su viaje al Gobernador, don Rafael Cañete, quien prestó la ayuda necesaria.
El Coronel Benigno N. Zenteno, jefe revolucionario, quien tenía más de ochocientos hombres y que acababa de llegar a Puebla, acuartelando parte de sus fuerzas en la plaza de toros, se puso desde luego a las órdenes del general Abraham Martínez, para lo que pudiera ofrecerse, pues el coronel Blanquet, jefe del 29° batallón federal, de guarnición en la capital poblana, estaba en actitud un tanto agresiva hacia las fuerzas maderistas y en público había manifestado su disgusto por la presencia de dichas fuerzas.
Aprehensión de algunos confabulados
Así las cosas, y aproximándose la llegada de Madero, se hicieron las investigaciones, recogiéndose interesantes documentos y buen número de armas, en dos de las casas de los comprometidos. El domingo 9 de julio fueron aprehendidas varias personas a quienes les resultaban responsabilidades; entre esas personas figuraban los diputados al Congreso local, señores Emilio Bonilla y Enrique Orozco, así como el diputado al Congreso de la Unión licenciado Carlos Martínez Peregrina, hijo del ex gobernador Mucio P. Martínez. También fué capturada la señora Angela Conchillos. De las investigaciones que se hicieron, se tuvo la certeza de que los aprehendidos estaban organizando un movimiento antimaderista, al que no eran ajenos el general Valle, el coronel Blanquet -ambos jefes federales de servicio en Puebla- y el ex gobernador don Mucio P. Martínez.
La aprehensión de los diputados dió origen a que la prensa porfirista, que pocos días antes había dado la falsa noticia de la sublevación de Zapata, pusiera el grito en el cielo en contra del señor Madero, del Secretario de Gobernación y de los comisionados, de quienes aseguraban los rotativos habían procedido de manera arbitraria al violar el fuero de los representantes populares. La misma prensa exhortó al Presidente De la Barra para que, siempre de acuerdo con la ley, ordenara la inmediata libertad de los conspiradores y se castigara enérgicamente a quienes en forma tan ilegal habían procedido.
Interviene el Presidente
El Presidente De la Barra ordenó, desde luego, la libertad de los detenidos, obligando a la vez al Secretario de Gobernación a que se dirigiera en el mismo sentido al Gobernador Cañete.
Este llamó a Abraham Martínez y le dió a conocer las órdenes presidenciales; pero como el mencionado Martínez tenía la convicción de la culpabilidad de los detenidos, se negó a ponerlos en libertad, indicándole que, en su concepto, el Presidente había girado esas órdenes porque ignoraba la verdad de los hechos y porque estaba impresionado por la capciosa información de los periódicos enemigos.
El gobernante poblano, alarmado por las exageradas noticias de la prensa conservadora y porque las instrucciones del Presidente no eran acatadas, pasó a ver a Martínez, a quien dijo:
- El señor Presidente me ordena de nuevo, que todas las personas aprehendidas sean puestas en inmediata libertad.
- A usted -replicó enérgicameute Martínez- lo ha elevado la Revolución al puesto que ocupa, y su obligación es defender los intereses de la causa; además, le constan las razones plenamente justificadas que hemos tenido para aprehender a estos hombres, que, con todo descaro, pretenden atentar contra la vida del Jefe de la Revolución, y allí está la prueba -agregó, señalando varias armas que habían sido recogidas- de que estos hombres están conspirando.
- Pero, es que son órdenes del señor Presidente -repuso Cañete- y si no las cumplen, pueden incurrir en serias responsabilidades y ustedes saben que el coronel Blanquet ...
- For encima de Blanquet y del Presidente de la República, está, para nosotros, la vida del Jefe de la Revolución -contestó Martínez con energía, interrumpiendo al Gobernador-; además, puede usted contestarle que no están a disposición de usted. Por otra parte, ya está en México una persona que mandé con un amplio informe que rindo al señor Secretario de Gobernación.
Cañete, entonces, mostró a Martínez un telegrama firmado por el señor licenciado Vázquez Gómez, en el que también insistía se pusiera en libertad a los detenidos, por indicaciones del Presidente. Pero MartÍnez, quien tenía hi firme convicción de que los detenidos eran realmente culpables de los cargos que sobre ellos pesaban, se negó a cumplir las órdenes, y comprendiendo que el hotel Francia, donde estaban provisionalmente, no prestaba las seguridades del caso, toda vez que Blanquet había expresado públicamente que si no se les ponía en libertad, él los sacaría, ordenó su traslado al cuartel del coronel Benigno N. Zenteno, en la plaza de toros.
De la Barra, indignado porque no se cumplían sus órdenes, giró nuevos mensajes a Cañete, y éste se trasladó a la plaza de toros, reiterando a Martínez sus indicaciones de acatar las presidenciales, pues, en todo caso, posteriormente se les abriría proceso, y se les reaprehendería con apego a la ley. Cañete, ante la inflexibilidad de Martínez, quien por encima de toda conveniencia y de los preceptos fríos de la ley, colocaba sus deberes de revolucionario, le hizo ver el peligro de que las tropas federales intentaran, por la fuerza, ponerlos en libertad, acatando órdenes de De la Barra.
- Si los federales nos atacan, nos defenderemos -contestó Martínez-, y habrá el peligro de que se mueran algunos de estos señores. Por lo demás, no estamos dispuestos a que se burle a la Revolución. Con toda seguridad que el señor Presiodente ha dictado esas órdenes sin estar enterado de lo que estos hombres pretendían.
No los pondremos en libertad; lo que vamos a hacer es llevarlos a México, con todas las pruebas que en su contra se han recogido, que son graves, para que ante las autoridades competentes respondan de sus hechos.
Y en seguida procedió a llevarlos a la capital de la República con las seguridades necesarias.
Al llegar a México, como a las siete de la mañana, se trasladó inmediatamente la comisión a la casa del licenciado Vázquez Gómez, en la esquina de las calles de Morelos y Bucareli.
Entraron a hablar con el Secretario de Gobernación, Martínez y dos de los comisionados, explicándole detalladamente lo acontecido; cuando terminaron de hablar, contestó:
- Estoy en todo de acuerdo con el proceder de ustedes; han cumplido con su deber, como revolucionarios; pero el señor Presidente, a pesar de que le he expuesto el asunto tal cual es, está en. completo desacuerdo con las aprehensiones efectuadas y ordena que esos señores sean puestos en libertad; así es que no hay más solución que dejarlos libres.
- Pero entonces, ¿la Revolución va a quedar burlada? -exclamó sorprendido Martínez.
- ¿Y qué quieren que yo haga, hijitos? -replicó el licenciado-. Ya son muchas las dificultades que he tenido con el señor Presidente De la Barra cuando trato de defender los intereses de la Revolución, y es probable que, por esa causa, tenga que separarme de la Secretaría.
Y acatando las órdenes presidenciales, fueron puestos en libertad los detenidos.
Los aprehensores, aprehendidos
Media hora más tarde estaban Abraham Martínez, Tirso Espinosa, Rodolfo Magaza y Gabriel P. Soto almorzando en el céntrico café El Palacio de Cristal, cuando en unión de varios agentes de las comisiones de seguridad se presentó el jefe de ellas, Francisco Chávez, el mismo a quien se había encargado la vigilancia de los conspiradores. Hizo saber a los primeros que, por orden del señor Presidente de la República, quedaban detenidos.
Ya ante las autoridades competentes, y para que sus compañeros no sufrieran perjuicios, Martínez declaró que él era el único responsable de lo que había sucedido; que si era un delito velar por la vida del Caudillo de la Revolución, que se le juzgara como delincuente, porque, según eso, él había delinquido; que sus acompañantes ninguna culpa tenían, por lo que, a excepción de él, todos fueron puestos en libertad.
El Jefe de Estado Mayor de Zapata fue enviado desde luego a Puebla, donde llegó entre las regocijadas manifestaciones de sus enemigos, que lo eran de la Revolución.
Posteriormente, en 1913, estando preso en la Penitenciaría del Distrito Federal, en pleno dominio del terror huertista, Martínez fue puesto en libertad, y reaprehendido por gestiones de uno de los detenidos que conspiraron contra Madero, en 1911, convertido a la sazón en esbirro de Huerta. Llevado a Zacatelco, Tlax., se le asesinó con lujo de crueldad.
Así pagó Abraham Martínez su osadía de haber capturado a los atentadores contra la vida del Caudillo de la Revolución.
SANGRIENTOS SUCESOS EN PUEBLA
Provocada fricción entre maderistas y federales
En atención a los informes que se tenían sobre el complot para asesinar a Madero, el general insurgente Enrique Adame Macías fue enviado a Puebla en compañía de buen número de oficiales y correligionarios la víspera de la llegada del Caudillo.
Además de Adame Macías y de los jefes Agustín del Pozo y Benigno N. Zenteno, se encontraba en la plaza el general Francisco A. Gracia con fuerzas revolucionarias.
El día 12, como a las nueve de la noche, recibió aviso el teniente coronel Eduardo Reyes, segundo de Zenteno, de que un carruaje que conducía un grupo de individuos, correctamente vestidos, y en el que después se aseguró iba una de las personas que fueron aprehendidas y puestas en libertad por órdenes del Presidente, había pasado a tirotear a la guardia establecida en el acuartelamiento de la plaza de toros; que el capitán Joaquín Corichi había mandado armar a toda la tropa que allí se encontraba, con el fin de perseguir al coche agresor, el cual tomó la dirección de la Penitenciaría; pero al llegar los soldados maderistas al cuartel de Zaragoza fueron recibidos a balazos por el batallón de ese nombre, y por el 29° de línea, que con anticipación se habían parapetado. Desde ese momento hubo nutrido tiroteo, que después se generalizó, entre las fuerzas maderistas que a las órdenes de distintos jefes estaban reconcentradas para recibir al Caudillo de la Revolución, y los federales a las órdenes de Valle y de Blanquet.
Cuando llegó el teniente coronel Eduardo Reyes al lugar de los sucesos, dispuso que las fuerzas revolucionarias regresaran a su cuartel, pues allí podían resistir, con ventaja, a los federales.
Toda la noche hubo un tiroteo que no cesó hasta la madrugada, por agotamiento del parque de los maderistas, quienes se vieron en la necesidad de abandonar la plaza de toros, que inmediatamente ocuparon las fuerzas de Blanquet, acribillando a balazos o a bayoneta a los insurgentes, a sus mujeres y a tres o cuatro niños que tuvieron la desgracia de no salir violentamente de aquel lugar.
Contrastando con la actitud inhumana de los federales, un fuerte grupo de los maderistas que abandonaron la plaza de toros se dirigió hacia el centro de la ciudad, con el fin de posesionarse de las torres de la Catedral; en su trayecto el grupo encontró a una escolta del 29° batallón a cuyos componentes desarmó en el acto, pero puso en libertad después de obligarlos a vitorear al Jefe de la Revolución.
Benigno Zenteno y sus oficiales Benjamín Rodríguez, Victoria Meneses y otros, ocuparon el cerro de San Juan, durante la noche; pero tuvieron que abandonarlo a la mañana siguiente por escasez de parque. Los soldados se diseminaron entonces, para buscar alimentos en las poblaciones cercanas.
Un grupo de ellos, al pasar frente a la fábrica de hilados La Covadonga, fue tiroteado, sufriendo inmediatamente dos bajas. Indignados los maderistas por aquella inmotivada agresión y enardecidos como estaban sus ánimos, por todos los acontecimientos del día anterior, contestaron el fuego y se posesionaron de la fábrica, cometiendo excesos reprobables con algunos familiares de los empleados que habían provocado aquella acometida.
Se aseguró, después, que quienes habían procedido a la comisión de los lamentables actos de La Covadonga, fueron gentes del mismo lugar que tenían dificultades con los patrones.
Y para borrar en parte la mala impresión que produjeron estos acontecimientos -aprovechados hábil y malévolamente por la prensa conservadora-, fueron fusilados, de modo injusto, el honrado ciudadano Luis Gutiérrez y tres de sus hijos, que ni siquiera éstuvieron cerca de La Covadonga el día de los sucesos.
El saldo de sangre de aquella provocación estúpida, en la ciudad de Puebla, y por parte de quienes contaban con el apoyo del coronel Blanquet, fue de cerca de 300 muertos y muchos heridos por ambas partes, correspondiendo la gran mayoría de bajas a los maderistas, por la forma alevosa en que fueron atacados.
Extraña actitud del Jefe de la Revolución
El día 13, como a las ocho de la mañana, recorrieron las calles de la ciudad, portando una bandera blanca, en señal de parlamento, el Gobernador del Estado, licenciado Rafael Cañete, el jefe maderista Agustín del Pozo, el coronel Carlos B. Ledesma, don Andrés Campos y algunas otras personas más, logrando calmar los enardecidos ánimos de los combatientes.
El grupo de maderistas que se había posesionado de las torres de la Catedral, en una de las cuales se encontraban el general Enrique Adame Madas, Guillermo Castillo Tapia y algunos oficiales, y en la otra el coronel Eduardo Reyes, al frente de las fuerzas de Zenteno; todo ese grupo, repetimos, descendió de las torres al llamado que se le hizo, se sumó a los demás revolucionarios, que empezaron a reunirse en el centro de la plaza, y formaron valla desde la estación del Ferrocarril Mexicano hasta la casa del Gobernador Cañete.
Poco después de las diez de la mañana el Caudillo de la Revolución llegó a Puebla, en donde fue aclamado, no obstante que la población se hallaba aún bajo la más dolorosa impresión por los sangrientos sucesos que había presenciado.
El señor Madero, en unión de sus numerosos acompañantes, de las autoridades de la ciudad y del púeblo en masa, hizo a pie el recorrido desde la estación a la casa del Gobernador, recibiendo muestras de sincera simpatía en todo el trayecto.
El Jefe de la Revolución reprobó la aCtitud de los ex insurgentes y elogió la lealtad y valentía de los federales, rubricando sus elogios con un abrazo al famoso coronel Blanquet, quien tanto temor infundía a los maderistas -como alguien dijo entonces- y mientras tanto las autoridades poblanas ordenaron la captura del jefe maderista Benigno N. Zenteno, quien fue a hacer compañía a Abraham Martínez en la cárcel de la ciudad.
Por la tarde del mismo día, a iniciativa del señor Madero, las fuerzas federales y maderistas que habían combatido toda la noche del 12 al 13 formaron en el Paseo Nuevo, donde las arengó, diciéndoles que ya no debían estar divididas, que la lucha de las armas había terminado, y por consiguiente, que se viesen como hermanos. Acto continuo, ordenó que las fuerzas maderistas formaran al centro de una columna federal y desfilaran por las principales avenidas de la ciudad, que aplauidió a las primeras y les arrojó flores en gran cantidad.
Entre el elemento revolucionario causó penosa impresión el hecho de que el Jefe de la Revolución, aunque lamentando los acontecimientos, pero cuando todavía estaban insepultos muchos de los cadáveres de los soldados maderistas, concurriera a las fiestas que se hicieron en su honor y en las que estuvo representada la clase conservadora poblana.
Enérgica protesta de Zapata
El jefe suriano, quien siguió con toda atención el curso de los acontecimientos, al tener noticia de lo ocurrido, protestó viril, enérgicamente; su protesta, que con todo respeto, y a la vez con toda firmeza, hizo llegar hasta el señor Madero, se basó en la opinión de que no era justo que, mientras Blanquet y sus fuerzas asesinaban a los maderistas, a sus mujeres y a sus niños, como lo habían hecho en la plaza de toros, despiadada, salvajemente, y mientras los revolucionarios dejaban libres a los federales capturados, se aprehendiera al jefe Benigno Zenteno, y se felicitara a Blanquet.
El Jefe de la Revolución invitó a Zapata a que pasara a hablar con él, citándolo a Tehuacán, lugar que iba a visitar.
Había que hacer política de conciliación -se dijo entonces para explicar aquel extraño comportamiento.
Había que borrar todo síntoma de radicalismo en los principios o en los procedimientos, que pudiera suscitar temores a los potentados. Condescendencias que éstos jamás han tenido para los proletarios.
Había que ser bueno ante la maléfica fuerza de la reacción. Debilidad que la reacción no ha tenido.
Madero recorrió las fábricas de Atlixco, Metepec y otras, predicando a los obreros que no ejercieran el derecho de huelga en aquellos momentos, en que el país debía ser modelo de paz y de progreso, sino hasta cuando la República gozara de completa tranquilidad.
En Atlixco se procedió a licenciar a los revolucionarios que habían operado en el Sur de Puebla, en ese Distrito y en los de Matamoros y Chiautla, para lo cual fue comisionado don Raúl Madero, quien llevó a cabo el licenciamiento, en la misma forma del de Cuernavaca.
Y así los revolucionarios, menospreciados por su Jefe, perdían terreno cada día y el desaliento iba sembrando el germen de la rebelión en los campos.