EMILIANO ZAPATA
Y EL
AGRARISMO EN MÉXICO
General Gildardo Magaña
TOMO I
CAPÍTULO XV
Primera parte ZAPATA SOSTIENE CON FIRMEZA LAS DEMANDAS REVOLUCIONARIAS
Entrevista con Madero en Tehuacán
El general Zapata recibió la invitación que le hizo el señor Madero para pasar a Tehuacán y cambiar impresiones; pero cortésmente la declinó y comisionó a su hermano Eufemio y a Jesús Morales para que, en su representación, ofrecieran sus respetos al Caudillo y le expusiesen lo que en el Sur estaba sucediendo. En su concepto eran bofetones a la Revolución, que cada día iba perdiendo terreno.
La comisión hizo conocer al señor Madero las maniobras que con el apoyo del Presidente de la República estaban llevando a cabo los hacendados, acerca de quienes se tenían informes en el sentido de que opondrían los mayores obstáculos a las elecciones de diputados al Congreso local, pues tenían la certeza de que al llevarse a cabo con absoluta libertad, obtendría un triunfo aplastante el pueblo humilde del Estado, lo cual no convenía a los intereses de los latifundistas. Habían logrado ya el desarme de las cuatro quintas partes de las fuerzas de Zapata, y ahora sus maquinaciones se enderezaban a impedir que, dentro del terreno democrático, expusiera su voluntad el pueblo morelense.
Madero escuchó detenidamente a la comisión y le hizo conocer la seguridad que abrigaba de que De la Barra no se prestaría a llevar a cabo los planes de los latifundistas. Les recomendó que hicieran presente al general Zapata la conveniencia de terminar cuanto antes el licenciamiento de sus fuerzas, que lo entrevistara a su regreso a la ciudad de México y, mientras tanto, que no tuviera desconfianza del Presidente con quien él, Madero, estaba en completo acuerdo.
Eufemio Zapata y Jesús Morales se encaminaron, de regreso, hacia Cuautla, adonde llegaron en los primeros días de agosto.
El general Zapata sólo esperaba el retorno de sus enviados para continuar el licenciamiento del resto de su gente, y prepararse para la lucha electoral.
Había salido de Cuernavaca en los últimos días de julio, acompañado de unos cincuenta hombres que iban a constituir su escolta personal, y se dirigió a la Villa de Ayala, su habitual residencia.
Pero Emiliano Zapata, con unos cuantos hombres armados y en territorio de Morelos, era el valladar contra las ambiciones e intrigas de los terratenientes. No podían tolerar semejante obstáculo en su política e intereses.
Conflicto creado por De la Barra
Una vez más, las maquinaciones de los hacendados encontraron acogida en las altas esferas oficiales: el Presidente De la Barra ordenó que el General Victoriano Huerta marchara a Morelos, el 9 de agosto, llevando una columna de las tres armas e instrucciones para terminar por la fuerza, si era preciso, el licenciamiento de las tropas maderistas de Zapata.
Como era natural, esta dura, intempestiva e inmotivada determinación causó profundo desagrado y una muy explicable desconfianza entre aquellos insurgentes; apenas sabida por Zapata, originó su formal protesta que elevó por conductp del licenciado Gabriel Robles Domínguez; pero, ratificada la orden por el Presidente, la columna federal marchó a Cuernavaca el día citado. En el camino, a la altura de la estación de Tres Marías, fue tiroteada y obligada por esta circunstancia a proseguir su marcha, pie a tierra, hasta la capital del Estado, en donde se le recibió hostilmente.
El señor De la Barra exigió entonces -el pretexto estuvo bien buscado y la ocasión no era para desperdiciarse- la inmediata e incondicional sumisión de Zapata; y confiando en la fuerza, no quiso dar oídos a las indicaciones muy justas que se le hicieron.
¡No había que tratar con bandidos!
Inútil fue que el jefe revolucionario Juan Andrew Almazán, por esos días al frente de la guarnición de Cuernavaca, ofreciera su intervención para mediar en el conflicto a que dió lugar el entonces inexplicable proceder de De la Barra.
En vano fueron también las proposiciones de don Francisco I. Madero, así como su protesta contra la determinación tomada por el Presidente Interino, de guarnecer Morelos con tropas federales.
Necesitaban los conservadores decir a la nación que los maderistas, que los revolucionarios en general, eran gente de desorden que sólo constituían una amenaza para la paz de la República, y en el caso de Morelos, la ocasión era propicia.
El conflicto estaba creado y el Presidente decidido a aprovecharlo, contrariando la opinión revolucionaria, con lo que lejos de ordenar el retiro de las fuerzas federales, dispuso que el coronel Blanquet marchara a Morelos a reforzar a Huerta con nuevos contingentes.
Intervención del señor Madero
El licenciado Gabriel Robles Domínguez y los hermanos Magaña insistimos nuevamente cerca del señor Madero sobre la conveniencia de que hiciera una nueva visita a Morelos, como único medio de resolver la situación.
Madero deseaba que Zapata se trasladara a la metrópoli; pero el jefe suriano, en vista de lo desfavorable que le era el estado de cosas y conociendo las intrigas de los conservadores, expuso la inconveniencia de ir a México, e invitó al señor Madero a que pasara a Morelos, enviándole un salvoconducto, que estimó necesario por lo anormal de la situación creada. Los hermanos Magaña expusimos verbalmente al señor Madero el peligro que había de que provocara una nueva y sangrienta lucha, si no se tomaban rápidas y oportunas determinaciones para evitarla; nuestra exposición, apoyada francamente por don Gustavo A. Madero, en mucho contribuyó para que don Francisco se resolviera a emprender un nuevo viaje al Sur.
La situación en la capital del Estado, era bien clara: el Gobernador, por su carácter de gerente del Banco de Morelos, estaba en íntimo contacto con los hacendados y gobernaba con la voluntad de ellos; Huerta, suspicaz y maquiavélico, apoyó por un lado la política del gobernante y por otro sugirió la conveniencia de cambiarlo proponiendo al general Ambrosio Figueroa.
Huerta era el jefe de la poderosa columna federal que envió a Morelos el Presidente De la Barra, con la triste misión de deshacer un núcleo revolucionario, por convenir a los retrógrados y latifundistas.
El día 13 de agosto de 1911, Madero, con la mejor buena fe, llegó en compañía de algunos de sus familiares, de un reducido grupo de jefes revolucionarios y miembros de su Estado Mayor, en nueve automóviles, a la capital morelense, con el sano propósito de observar allí la situación y ponerse desde luego al habla con el general Zapata.
Hipocresía de Victoriano Huerta
En el desarrollo de ciertos acontecimientos de trascendencia histórica, hay determinados detalles que aisladamente carecen de interés; pero que, al juzgarlos en relación a otros, crece su importancia, pues retratan moralmente la figura de algunos personajes. Por eso cabe aquí relatar la conversación que con Victoriano Huerta tuvo el coronel Eduardo Hay.
El mismo día que arribó Madero a Cuernavaca, al estar paseando en la plaza de aquella población el coronel Hay con don Raúl Madero, se les acercó Victoriano Huerta identificándose con el primero como la persona con quien había conversado anteriormente en el café Colón. Huerta, entonces, le manifestó sus deseos de que se dijera al señor Madero qué clase de hombre era él; que siempre había sido un soldado leal, no obstante que estuvo postergado por su estrecha amistad con el general Bernardo Reyes, de quien decía haber sido un sincero admirador; que deseaba le manifestara también que era un militar a quien guiaba únicamente su espíritu de disciplina, y que el Jefe de la Revolución podía contar con su lealtad.
- Soy un hombre honrado -dijo Huerta- y un subordinado pundonoroso; desearía tener la oportunidad de ser presentado al señor Madero, cuyo valor admiro. Le juro a usted por mis pequeños hijitos -agregó, señalando con la mano diversas estaturas de ellos- que, antes que nada, soy un soldado de honor y le ruego que convenza al señor Madero de que en mí tendrá un amigo fiel y un servidor hasta la muerte.
Y al decir lo anterior, Huerta aparentó conmoverse hasta las lágrimas.
Esas declaraciones de lealtad que nadie pedía a Huerta, crearon en el ánimo de Hay dudas que, con los acontecimientos posteriores en Cuernavaca, quedaron absolutamente justificadas.
El gobernador Carreón, enemigo de la Revolución como Huerta, preparó alojamiento en su domicilio al señor Madero y a dos o tres personas más, por mera conveniencia.
Allí tuvo Huerta la oportunidad de conocer y tratar a Madero, como lo había pedido a Hay, quien acompañaba al Caudillo de la Revolución en su carácter de jefe de su Estado Mayor.
¿Una celada?
Se sentaron a la mesa, en casa del Gobernador del Estado, Madero, Hay, Carreón, Huerta y alguna otra persona. Prácticamente el único que habló durante la comida fue Huerta, quien en un lenguaje arrancherado, insistió nuevamente sobre su leáltad, sus hijos y sus ademanes que ya conocía Hay.
Al alma sin doblez del señor Madero, le pareció ingenuo y bueno aquel hombre.
El ingeniero Hay, sin embargo, no pensó igual y dió su opinión franca a Madero, quien se concretó a comentar que el jefe de su Estado Mayor veía moros con tranchetes, pues el general Huerta le parecía un buen hombre, simpático y sincero.
El señor Madero había ya dispuesto que al día siguiente emprenderían el viaje hacia Cuautla, en donde se encontraba el general Zapata, con quien ya se había comunicado por teléfono, ofreciendo el jefe suriano enviar una escolta que lo encontrara.
Pero al día siguiente Hay se levantó como a las cinco de la mañana y, solo, a pie, salió de la ciudad por el camino que conduce a Cuautla. En dicho camino observó huellas de caballos herrados que, por su número, no podían ser sino del Ejército. En la noche anterior había llovido mucho, y la lluvia se había prolongado hasta como a las tres de la mañana. Era fácil deducir que los caballos habían pasado después de la lluvia.
El coronel Hay supuso que las huellas eran de cabalgaduras de alguna fuerza que Huerta había enviado para hacer un servicio de vigilancia sobre el camino, sabedor de que el señor Madero tenía que transitar por él. Creyó que, en vista de los ofrecimientos al Caudillo, nada de extraño tenía aquella medida de precaución que él suponía dictada por el jefe federal.
Regresó al centro de Cuernavaca y, como a las siete de la mañana, al encontrarse con Huerta, le preguntó:
- ¿Envió usted escolta a recorrer el camino de Cuautla, señor general?
- No, coronel -respondió Huerta enérgicamente y un tanto enfadado-; no ha salido un solo hombre de mis fuerzas fuera de la plaza y debo advertirle que sin mi consentimiento no se mueve un chivo. Mi gente está perfectamente disciplinada y nadie se moviliza sin mi conocimiento - ratificó.
- Yo tenía entendido --dijo Hay, aparentando no dar mayor importancia al asunto- que usted había ordenado que se hiciera algún servicio de vigilancia en el camino. Y se despidió de Huerta.
El coronel Hay, entonces, puso en conocimiento de Madero lo ocurrido, y se acordó que sin que el asunto trascendiera, se hiciese creer que el viaje se haría a Cuautla como estaba proyectado; pero a la hora de partida, en vez de dirigirse hacia dicho lugar, lo harían rumbo a México.
El ingeniero Hay, desconfiando de Huerta, ordenó a su chofer que simulara una descompostura en su coche y que sólo hasta que le dijese cierta frase convenida, lo diera por arreglado y se pusiese en marcha.
La contrariedad de Huerta
Llegó el momento en que el señor Madero ordenó la salida, quedando en Cuernavaca solamente el coche de Hay con motivo de la fingida descompostura.
Cuando Huerta se dió cuenta de que la comitiva salía rumbo a la capital y no hacia Cuautla, nerviosamente, sin poder ocultar su contrariedad, le dijo a Hay:
- Pero el camino que llevan no es el de Cuautla, coronel.
- No, señor general -repuso Hay, calmadamente-, el señor Madero creyó conveniente regresar a México para poner a la consideración del señor Presidente la conferencia tenida por teléfono con Zapata y después continuar su viaje a Cuautla por la vía férrea.
- Muy bien -dijo Huerta, un tanto enfadado, despidiéndose de Hay.
Pero éste, sabedor de que por el camino a México que tenía que cruzar Madero había destacamentos que dependían de la jefatura del general federal, con el propósito de evitar que fuera a girar alguna orden en contra de Madero, le dijo a Huerta:
- Señor general, si usted gusta, lo acompañaré, al fin que este muchacho tarda todavía en arreglar el coche.
Huerta pretextó que iba a determinado asunto; pero no se negó, al fin, a que lo acompañara el coronel.
Ambos empezaron a pasear por la plaza de Cuernavaca. Como a la media hora, Huerta, ya calmado, mesuradamente, después de olvidar el arreglo del asunto que momentos antes aseguraba tener pendiente, en tono casi confidencial le dijo a Hay:
- Coronel, usted es un hombre honrado, de talento, que puede llegar adonde usted quiera: ¿cuáles son sus aspiraciones?
- Pues, señor -contestó Hay, ante lo repentino de aquella pregunta-, mis aspiraciones eran hacer triunfar la Revolución; ya se ha logrado; ahora, retirarme a la vida privada; creo haber cumplido ya con mi deber.
- No, coronel -repuso Huerta-, usted es un hombre que debe llegar hasta donde sus merecimientos lo puedan elevar. Dígame, coronel: ¿qué procedimientos, qué orientación observará en su vida política?
- Llevo por norma en mi vida -contestó Hay- la siguiente, que no es propia, es de Nietzsche, pero que yo la he hecho mía y le he agregado algo de mi cosecha: Un sí, un no, una línea recta y un fin; y que ese fin sea el engrandecimiento de mi patria.
- A ver, repítame otra vez ese pensamiento de Nietzsche, con la cosecha de usted, para tomarle buen sentido -le pidió el general.
El coronel Hay, pausadamente, se lo repitió.
Nunca sintió lo que decía
Huerta lo escuchó atentamente y, después de unos momentos de meditación, con el índice de la mano derecha, por dos veces le hizo señales de desaprobación:
- Es bonita esa norma de conducta; pero no se triunfa con ella en la vida, coronel. Es mejor la que yo sigo.
- ¿Y se podría conocer ella, señor general? -le interrogó Hay.
- Cómo no -contestó Huerta, en tono confidencial-: Yo nunca siento lo que digo, ni nunca digo lo que siento. Sígala usted y verá cómo llega adonde no se imagina.
- Tenemos distintos puntos de vista -declaró Hay-; prefiero seguir mi lema para continuar siendo un hombre honrado.
Al escuchar estas palabras Huerta se demudó, pues la respuesta del coronel Hay no dejaba de ser hiriente.
Comprendiendo Hay que el señor Madero había pasado ya de la zona guarnecida por destacamentos dependientes de Huerta, indicó a éste que iba a ver si ya estaba listo su coche. Dijo al chofer la frase convenida, y en un instante quedó compuesto el automóvil.
Hay se despidió de Huerta, quien todavía le dijo:
- Coronel, no olvide lo que le dice este viejo.
LO QUE SUCEDIA EN CUAUTLA
Mientras en Cuernavaca se desarrollaba lo que dejamos narrado, veamos lo que sucedía en la ciudad de Cuautla, según lo describe el profesor Carlos Pérez Guerrero en su libro titulado Emiliano Zapata y la escuela del pueblo (1).
Una clara visión revolucionaria
De un hecho absolutamente desconocido, pero que es de suma importancia, queremos ocuparnos, ya que estamos hablando de la Revolución maderista.
Eramos y somos amigos del señor licenciado don Plutarco Gallegos, en aquel tiempo pasante de Derecho. El señor Gallegos trabajaba en el bufete del señor licenciado don Jesús Flores Magón, bufete que se encontraba en la casa número uno de la calle de Gante de la ciudad de México.
Habiendo triunfado el señor Madero y hecho su memorable entrada a la capital, el señor licenciado Flores Magón creyó oportuno dirigirse a su hermano don Ricardo, residente en los Estados Unidos, e invitarlo a venir al país, sin duda considerando que su prolongada estancia en el extranjero ya no tenía razón de ser, por la caída de la Dictadura.
Todos los que tomamos alguna participación premaderista en la política, tenemos a don Ricardo Flores Magón y al esforzado grupo que le rodeaba, como a los precursores de la Revolución. En efecto, en las columnas del periódico Regeneración que se publicaba en Saint Louis, Missouri, no sólo se hizo la más activa campaña en contra de la Dictadura, sino que se plantearon muchos de los problemas sociales y políticos y se discutieron ampliamente al organizarse el Gran Partido Liberal Mexicano, convirtiéndose entonces las ideas que se aprobaron, en postulados de dicho Partido que después recogió el Plan de San Luis Potosí.
Pues bien: con absoluta discreción, pero con el amor a la causa del pueblo de la que el señor Gallegos había sido una de las primeras víctimas (2), en su Estado natal, un día comentaba con nosotros la contestación que dió don Ricardo a la invitación que le hizo su hermano el licenciado Flores Magón. Instado por nosotros y con autorización de su dueño, nos mostró el cablegrama en el que don Ricardo se negaba a volver al país y exponía las razones diciendo que el pueblo que tiene hambre y pide tierras, no se contenta con los dudosos Tratados de Ciudad Juárez.
La clara visión de aquel luchador, no fue conocida tal vez por la forma privada en que manifestó su sentir; pero hoy como entonces y más hoy que entonces, admiramos la penetración del paladín. Nunca llegamos a saber si don Ricardo Flores Magón estaba en comunicación con el general Zapata; creemos que no. La penetración de uno y la intuición del otro, los colocan en el mismo plano.
Don Ricardo Flores Magón no creía terminada la Revolución con el triunfo del señor Madero y señaló el porqué; el general Zapata se encargó bien pronto de ratificarlo, cuando enarboló la bandera del agrarismo.
Forma en que se trataba a los maderistas
Mientras tanto, en Morelos, al triunfo del movimiento maderista había sido nombrado Gobernador provisional del Estado el señor don Juan N. Carreón, quien era gerente del Banco de Morelos.
En el mes de julio, y habiendo terminado nuestras vacaciones, volvimos al Estado y se nos envió entonces a hacernos cargo de la escuela de la ciudad de Cuautla, para principiar el año escolar de 1911-12.
Desde los primeros días de nuestra estancia en esa ciudad, pudimos darnos cuenta de que la forma en la que estaban siendo tratados los maderistas, causaba contrariedad aun entre quienes no habían tomado participación armada en la lucha. Entre el elemento armado había tristeza por la dispersión que se imponía con el licenciamiento de las fuerzas revolucionarias y porque estaban siendo substituídas rápidamente por los mismos a quienes el maderismo había derrotado. Esta maniobra parecía desde luego muy sospechosa a los revolucionarios y acentuaba el estado de su ánimo, ver que el señor Madero se estaba entregando en brazos de sus propios enemigos.
No se tenía confianza en que el Ejército Federal fuera el sostenedor de los principios políticos acabados de conquistar, pues para los maderistas surianos, el triunfo no consistía ni podía consistir en la simple caída de la Dictadura; anhelaban un nivel más alto de bienestar social y querían el cumplimiento de todos y cada uno de los postulados del Plan de San Luis Potosí, sin lo cual se consideraban defraudados en sus esfuerzos y esperanzas.
Claro está que también existían personas que no pensaban de igual modo. Deseaban el desarme absoluto de todas las fuerzas revolucionarias; miraban la Revolución tan sólo por su lado político, y eso con extrema cortedad de vista, y se imaginaban que el cambio de personas que hasta entonces había habido, era cuanto podía y debía esperarse, dejándose lo demás para las elecciones, en las que sin duda habría de salir triunfante el señor Madero.
Dentro de los mismos revolucionarios, y sobre todo en los de última hora, había quienes pensaran también así; pero quienes no veían muy claro el resultado de sus esfuerzos, se apresuraban a tomar algunas providencias, y una de ellas era la de esconder sus armas, substituyéndolas por escopetas y fusiles inservibles, con el fin de entregarlos en el licenciamiento, reservándose los que habían utilizado en lucha, para lo que pudiera suceder.
Dificultades por el envío de fuerzas federales
El general Emiliano Zapata residía en Anenecuilco, cerca de la Villa de Ayala, y tenía las oficinas de su Cuartel General en el callejón de la Tesorería, costado Sur del Palacio Municipal de la ciudad de Cuautla, a la que llegaba entre nueve y diez de la mañana, permaneciendo, sin regla fija, algunas veces hasta muy entrada la noche.
Acompañaban de modo inseparable al general Zapata, los señores Otilio E. Montaño y Enrique Villa, conocido por el mote cariñoso de El Güero Villa. Lo acompañaban también, pero con menos asiduidad, los señores Próculo y Jesús Capistrán, José Estudillo y Jesús Morales (a) El Tuerto.
Un día se supo en la ciudad de Cuautla que fuerzas federales, procedentes de la de México, iban camino de Cuernavaca y que de allí se destacarían los elementos suficientes para guarnecer el Estado, especialmente los lugares en los que había fuerzas maderistas sin licenciar. Desde el momento en que los revolucionarios tuvieron la noticia, confirmaron sus sospechas, creció la desconfianza y no les cupo la menor duda respecto a la suerte que les esperaba.
El general Zapata hizo algunas gestiones ante el Gobernador, el Presidente y los Secretarios de Gobernación y Guerra, a fin de que las fuerzas federales no llegaran a Cuernavaca; pero todo fue infructuoso.
Poco después se supo que una compañía de zapadores estaba arreglando el camino entre Cuernavaca y Yautepec, para que pudiese pasar sin dificultades la artillería pesada que llevaría una columna cuyo destino era la ciudad de Cuautla.
La presencia de fuerzas federales en considerable número, el armamento de que estaban dotadas y las órdenes que recibían y que ostensiblemente estaban cumpliendo, no pudieron ser tomadas por los maderistas sino como abierta hostilidad. En la ciudad de Cuautla había una extraordinaria agitación.
Cansado el general Zapata de que sus peticiones no tuvieran éxito, se dirigió al señor Madero pidiéndole su intervención. Se cruzaron con ese motivo varios telegramas; mas como no fuera posible entenderse por ese medio, decidió el señor Madero ir a la ciudad de Cuernavaca e invitar para que hiciera otro tanto al general Zapata. Este, en quien se había despertado una extrema desconfianza, no aceptó la invitación y expuso que no eran garantía para él y quienes lo acompañaran, la presencia de los federales Huerta y Blanquet. En efeCto, estos militares no sólo estaban extremando el cumplimiento de las órdenes que sin duda recibían, sino que manifestaban públicamente que su objetivo era aniquilar los restos de fuerzas maderistas de Morelos y muy especialmente a Zapata y los suyos.
Ante la negativa del general Zapata, el señor Madero se vió precisado a entenderse por teléfono desde la ciudad de Cuernavaca. Nosotros pudimos damos cuenta de parte de la conferencia, por una verdadera casualidad.
Una comisión del general Zapata
Sucedió que un día, como a las once de la mañana, llegó al plantel en que trabajábamos un enviado del Cuartel General y a nombre del señor Zapata nos dijo que sin pérdida de tiempo nos presentáramos ante él, pues tenía un asunto de importancia de que hablarnos. Aquel llamado intempestivo nos causó la sorpresa consiguiente; pero nos dispusimos a salir.
No bien se retiró el enviado, cuando apareció otro, montado y armado, que penetró en esa forma hasta el interior del plantel. Reiteró la indicación y como le contestáramos que ya nos disponíamos a salir, nos indicó tener instrucciones de que fuera en el acto, pues sólo a nosotros se nos esperaba para celebrar una junta. Por elemental prudencia indicamos entonces a uno de nuestros discípulos que nos siguiera; pero lo que más nos llamaba la atención era la violencia con la que se nos exigía presentarnos y que los dos enviados nos hablaran por nuestro nombre.
Cuando llegamos al Cuartel General, estaban allí el profesor Alberto de la Rosa y un señor de quien supimos luego era pastOr protestante, pero cuyo nombre hemos olvidado. Se encontraban también el general Zapata, don Otilio Montaño y El Güero Villa, rodeados de otras personas a quienes no conocimos. Jesús Morales y Próculo Capistrán estaban en la calle, al pie de sus caballos; en el callejón de la Tesorería, así como en la plaza, frente al Palacio Municipal, había un buen número de maderistas en la actitud de quien espera recibir órdenes.
Cuando entramos a la oficina, el señor Montaño hizo la presentación del señor De la Rosa, del pastor protestante y nuestra, al general Zapata. Este se levantó de su asiento, nos tendió la mano y con voz tranquila nos hizo conocer el objeto de su llamado, manifestándonos que el señor Montaño tenía una comisión que conferirnos a los tres y nos rogaba aceptarla y desempeñarla con la mayor eficacia. Hizo la aclaración de que habiéndose iniciado una conferencia telefónica con el señor Madero, ninguno de los que formaban su Estado Mayor podía desempeñar la comisión que iba a dársenos, pues los capacitados para ello, debían estar a su lado durante las pláticas.
Hasta ese día no habíamos cruzado palabra con el general Zapata; lo habíamos visto por las calles de la ciudad y siempre a caballo. Algunas personas nos habían dicho que era extremadamente rudo, impulsivo y autoritario; que sus ideas eran groseras y su manera de expresarse, sobre ser burda, estaba salpicada de palabras soeces. También se nos había dicho que estaba totalmente manejado por el señor Montaño. En cambio, otras personas nos habían dicho que era un hombre de grandes sentimientos, reservado, de pocas palabras e ideas firmes.
Ahora estábamos frente a frente de aquel hombre. No era posible formar un juicio exacto desde luego, ni teníamos interés en formarlo; pero lo que sí saltaba a la vista era que el señor Montaño no lo manejaba, pues con frecuencia le consultaba ciertos detalles tal vez de poca importancia. Su manera de expresarse era sencilla y si por ella hubiésemos juzgado de su cultura, habríamos pensado que era la media de nuestros campesinos que han pasado por la escuela elemental.
La comisión era redactar un volante exponiendo que ningún temor deberían abrigar los vecinos de la comarca por la reconcentración de fuerzas maderistas en la ciudad de Cuautla, pues si bien era cierto que no estaban conformes con la presencia de fuerzas federales en el Estado, por la forma en la que estaban llegando y por las versiones que ellas mismas lanzaban, creía el general Zapata que el señor Madero atendería las razones que iban a exponerle sus partidarios e interpondría toda su influencia para que las fuerzas federales salieran de Morelos, con lo que el conflicto quedaría solucionado y que, mientras tanto, las fuerzas maderistas se reconcentraban para hacer los honores al Jefe de la Revolución triunfante, quien había expresado deseos de ir a Cuautla como remate de la conferencia. Había que terminar suplicando al pueblo se uniera al elemento maderista para recibir con entusiasmo al señor Madero.
En el momento en que terminaba el señor Montaño de exponernos lo que debía contener el volante, llegaron a decir que el señor Madero esperaba ya en la oficina telegráfica de Cuernavaca para dar principio a la conferencia. Todos salieron con rapidez y ya sobre el caballo, el general Zapata nos indicó que cuando termináramos la redacción, pasásemos por la oficina telegráfica del Estado, donde sin duda alguna lo hallaríamos.
La conferencia Madero-Zapata
La redacción del volante fue rápida, pues los comisionados quisimos decir con la mayor brevedad lo que habíamos oído. Fuimos a la oficina telegráfica del Estado, situada en los bajos de la casa municipal, pues por semidestrucción del Palacio, dulante el sitio y toma de la ciudad de Cuautla por los maderistas, el Ayuntamiento ocupaba una casa particular en la calle del Dos de Mayo, frente al teatro Carlos Pacheco.
La calle del Dos de Mayo, y la de Guerrero que desemboca a la plaza, estaban llenas de maderistas al pie de sus caballos. Dos hombres montaban guardia en la puerta de la verja de la casa municipal y otros dos en la puerta de la oficina telegráfica que se hallaba en la planta baja del edificio, hacia el lado derecho. La entrada se nos franqueó, como si quienes la cuidaban hubiesen recibido previamente una orden. El señor Juan Bustamante, encargado de la oficina, se hallaba sentado frente a la mesa de los aparatos telegráficos, en esos momentos inactivos. Frente a él y de espaldas a las ventanas que daban al jardín de la casa, se hallaba el general Zapata; a su derecha estaba Enrique Villa y a su izquierda Jesús Morales; al aparato telefónico, y de pie, se hallaba el señor Montaño sosteniendo animada conversación.
Sobre la barandilla del despacho estaban unas cuantas botellas de cerveza sin destapar y al parecer acabadas de llevar por un ordenanza que, armado y de pie, se ocupaba en abrir una caja de puros.
Tan luego como nos vió el general Zapata, hizo señales al ordenanza para que destapara las cervezas y por su propia mano fue dando sendas a los recién llegados y luego a los que estaban con él en la oficina. No alcanzó el reparto al señor Montaño y esto provocó risa entre los concurrentes; pero el mismo señor, sin dejar el audífono, hizo señales de que aun cuando hubiera habido cerveza para él, no habría podido tomarla por su ocupación de esos momentos. El general Zapata desperilló un puro y lo dió encendido al señor Montaño, quien lo aceptó dando muestras de agrado.
Todo esto se hacía en silencio, pues el general Zapata no perdía palabra de cuanto iba diciendo el señor Montaño, y expresaba su sentir con movimientos de cabeza y algunas veces con monosílabos, sobre lo que podía deducir que se estaba diciendo en el extremo opuesto del hilo telefónico.
El fondo de la conferencia
El señor Montaño hablaba con el señor Madero. El tema de la conversación era que en el sentir de los maderistas, las fuerzas federales deberían salir del Estado, pues no consideraban correcto su envío y menos los preparativos bélicos que ostensiblemente estaban haciendo; que los maderistas no habían dado motivo alguno que justificara la actitud de las fuerzas federales y la del Gobierno que las enviaba, pero que si había ese motivo, estaban dispuestos a discutirlo y a corregirse; que no tenían confianza en que los federales fueran a ser el sostén del nuevo orden de cosas; que el envío de fuerzas era una maniobra de los hacendados, apoyados por el Gobernador provisional; que desde el momento en que eran clarísimas las intenciones de no permitir que el Estado se organizara conforme a los principios del Plan de San Luis Potosí, la presencia de las fuerzas federales vulneraba la soberanía de Morelos.
El señor Montaño repetía con frecuencia que no eran ideas particulares suyas las que estaba exponiendo y sosteniendo, sino de todos los maderistas que encabezaba el general Zapata. Hablaba con profundo respeto; pero con una entereza poco común. Se citaban nombres de personas, hechos, cartas, telegramas; había negativas recíprocas sobre algunos conceptos, largas aclaraciones y se desautorizaba lo que algunos enviados habían expresado. Algunas veces parecía que el señor Madero no diera importancia a ciertos puntos, porque el señor Montaño repetía sus argumentos y suplicaba a su interlocutor que fijara toda su atención en la trascendencia del asunto.
El Güero Villa daba señales de impaciencia por la forma pausada con que el señor Montaño hacía lo más importante de su exposición y porque repetía los argumentos que consideraba contundentes. Cuando en medio de su impaciencia se le escapaba alguna palabra, el general Zapata le dirigía enérgica mirada que calmaba inmediatamente sus arrestos.
En cambio, Jesús Morales fumaba tranquilamente su puro y solía mirar el audífono como si fuese la cara del señor Madero. Sólo cuando no entendía muy bien lo que se iba diciendo, su semblante se obscurecía.
El señor Madero habló extensamente y tal vez planteó las cosas de cierto modo, puesto que recibió contestación del señor Montaño, en el sentido de que era una nueva forma sobre la que no estaba autorizado para hablar y, por consiguiente, dejaba el audífono en manos del general Zapata.
El nuevo interlocutor oyó con tranquilidad la exposición del señor Madero y contestó que a nada conduciría la proposición. La plática versó entonces sobre los mismos puntos tratados con el señor Montaño y en esta vez reforzados sin habilidad de dicción, pero con gran energía, por parte del general Zapata. Hablaba éste con afecto respetuoso al señor Madero, con tranquilidad, con sencillez; no cabía duda de que cuanto decía era sincero; al hablar del Presidente Provisional lo hacía en tono comedido; mas para los federales tenía frases ásperas y cuando se refería a los hacendados era en forma durísima.
Lo que el señor Madero discutía más, eran los puntos relativos a que las fuerzas federales vulneraban la soberanía del Estado, y que no serían el apoyo de las conquistas revolucionarias, pues para él, el Ejército Federal era absolutamente leal a la Revolución triunfante y lo seguiría siendo cuando las elecciones se llevaran a cabo, por lo que expresaba la conveniencia de dejar correr hasta ciertó punto las cosas, y esperar a que el futuro Presidente Constitucional las encauzara.
Volvieron a citarse nombres y hechos. Efrén Martínez Tavera, secretario del general Zapata poco antes, quedó mal parado, pues ambos interlocutores negaron haberle expresado ciertas ideas. Hubo también algunas rectificaciones respecto a una conferencia celebrada por el licenciado Robles Domínguez con el general Zapata y con anuencia u orden del señor Madero.
El general no negaba el derecho que la Federación tuviera para enviar sus fuerzas a los Estados; pero en el caso de Morelos, esas fuerzas llevaban la triste misión de aniquilar a los revolucionarios, ahogar los anhelos del pueblo y favorecer descaradamente los intereses de los hacendados. En ello fundaban los maderistas su creencia de que las fuerzas federales vulneraban la soberanía del Estado y su petición de que salieran cuanto antes del mismo.
Todo esto lo decía el general Zapata con un acento de profunda convicción.
Imprudencia de un interlocutor
Hubo una pausa. Otra persona substituyó al señor Madero en el teléfono. El general Zapata oyó los razonamientos y expuso los suyos. Se trataba sobre el punto relativo a que las fuerzas federales vulneraban la soberanía del Estado y probablemente se le manifestó que la actitud asumida entrañaba una indisciplina, pues contestó que no lo era el discutir los intereses de la Revolución con el Jefe de la misma. Tal vez el interlocutor del general Zapata dejó escapar la palabra miedo, pues entonces, visiblemente contrariado, repuso, en forma muy enérgica, que cuando se había lanzado a la Revolución dejó en su casa, colgados de un clavo, unos pantalones viejos en los que se había quedado el poco miedo que en su vida tuvo.
Y ya sin esperar que hablara su interlocUtor dejó el audífono en manos del señor Montaño, indicándole que hiciera saber que si el señor Madero estaba cansado, podían aplazar la plática o suspenderla, según él lo estimara conveniente.
Nuevamente tomó el audífono el general Zapata y en esta vez para entenderse directamente con el señor Madero. Pocas palabras se cruzaron, conviniendo aplazar la conferencia para reanudarla en Cuautla.
El señor Montaño recibió de nuestras manos el original que llevábamos y por conducto de un ordenanza lo envió a la imprenta, suplicándonos corregir las pruebas. Haciendo un esfuerzo para dominar su contrariedad, el general Zapata nos dió las gracias, hizo algunas indicaciones sobre la forma de repartir los volantes y todos salimos de la oficina telegráfica.
Notas
(1) El profesor Pérez Guerrero no pertenecía entonces a las huestes revolucionarias; se unió más tarde y alcanzó el grado de coronel. En 1917, al organizar el general Zapata su Cuartel General en Tlaltizapán, fue llamado a ocupar el puesto de Secretario de Instrucción del Departamento de Justicia e Instrucción Pública y para desarrollar su labor, en condiciones difíciles y en el medio agitado de la lucha, no contó con un solo peso, pues el Ejército Libertador careció siempre de dinero. Por la índole de su cometido, penetró las ideas del general Zapata, que tomó como genuino sentir del pueblo y como los anhelos de la Revolución en materia educativa. Esas ideas lo hicieron pensar muy seriamente en la educación campesina, según lo expresa repetidas veces en su libro.
(2) Don Plutarco Gallegos, siendo estudiante de leyes en el Instituto de Ciencias y Artes de Oaxaca, fue procesado por conspiración y rebelión en el año de 1906 y habiendo recaído sentencia condenatoria, extinguió su pena en el Castillo de San Juan de Ulúa, Ver. También fueron procesados con el señor Gallegos los señores Miguel Maraver Aguilar, Gaspar Allende, Rafael Odriozola, Adolfo C. Gurrión, Ismael Caballero y Carlos Pérez Guerrero. Por la misma causa, pero separadamente, se siguió proceso al ingeniero Angel Barrios, que después militó en las filas zapatistas.