EMILIANO ZAPATA
Y EL
AGRARISMO EN MÉXICO
General Gildardo Magaña
TOMO I
CAPÍTULO XVI
LA MALA FE DE DE LA BARRA PROVOCA LA NUEVA LUCHA
Un rasgo del general Zapata
La activa propaganda de las fuerzas de Huerta en Cuernavaca y otros lugares cercanos a sus campamentos, originó que los capitanes de las fuerzas de Zapata, Vicente Vázquez y Reyes Barón, se pasaran a las tropas federales, en las que se les destinó como guías, delatores o espías. Fueron atraídos por Blanquet con nombramiencos provisionales de coroneles; pero se les aprehendió por las fuerzas insurgentes el 18 de agosto en las inmediaciones de Yautepec y se les condujo a Cuautla ante el general Zapata, quien dispuso que fueran juzgados por un consejo de guerra.
Entre los documentos que les fueron recogidos, figuraba uno, que dice:
Grueso de la Brigada Expedicionaria.
Ejército Nacional.
29° Batallón.
Comandancia.
Salvoconducto para que los coroneles Vicente Vázquez y Reyes Barón, con las fuerzas a su mando, puedan atravesar libremente por entre las fuerzas que forman la Brigada Expedicionaria.
Y por orden del C. Jefe de la Brigada, les extiendo el presence, frente a Tejalpa, a 17 de agosto de 1911.
El coronel, Aureliano Blanquet.
El Consejo de Guerra se llevó a cabo con todas las formalidades del caso y los condenó a sufrir la pena capital, por los delitos de deserción y traición a su ejército. Sometido el fallo a la aprobación del general Zapata, en Jefe de las tropas insurgentes de Morelos, les perdonó la vida y ordenó su inmediata libertad, a condición de que se ausentaran de Cuautla y amonestándolos para que el trance en que se habían visto, les sirviera de experiencia para no volver a faltar a los compromisos que contrajeron con sus amigos y conciudadanos. Conocido este rasgo del general Zapata por don Francisco I. Madero, le hizo personalmente la más calurosa felicitación.
Imponente manifestación en la ciudad de México
La movilización de tropas comandadas por Victoriano Huerta, quien -a menos de cometer un acto de desobediencia que ameritaba un castigo enérgico e inmediato- obraba acatando órdenes del Presidente Interino, causó gran indignación entre los revolucionarios de la capital. La viril clase estudiantil protestó enérgicamente, pues comprendía no sólo las perversas intenciones de la reacción, sino el peligro en que estaba don Francisco I. Madero, si el general Zapata llegaba a suponer que el ataque a YaUtepec y el avance de los federales se hacía de acuerdo con el Caudillo.
Esta indignación se hizo palpable el día 20, al celebrarse una imponente manifestación organizada por los clubes Liberal de Estudiantes y Aquiles Serdán.
Los manifestantes, en número aproximado de veinticinco mil, recorrieron las principales avenidas de la capital pronunciando enérgicos discursos de protesta por el envío, permanencia e intenciones de las tropas de Huerta en Morelos. Al llegar a Chapultepec prorrumpieron en vivas a la Revolución, a Madero y a Zapata.
El Presidente ordenó que una comisión de los manifestantes pasara a conferenciar con él; pero al dar entrada a los comisionados, hizo irrupción un crecido número de aquel grupo, que era la genuina representación de la opinión pública.
Ya ante el Presidente, habló, a nombre de los manifestantes, el licenciado Jesús Urueta, quien, en términos comedidos, claros, concretos y enérgicos, hizo ver al señor De la Barra lo improcedente de la actitud asumida en contra del jefe suriano.
De la Barra no pudo menos que ofrecer que giraría órdenes a Huerta para que permaneciera sin movilizarse, en sus posiciones, mientras llegaban a relevarlo fuerzas irregulares de las organizadas por el general Villaseñor.
Obstinación de De la Barra
Como podrá apreciarse en el siguiente interesantísimo mensaje, el Presidente, lejos de cumplir lo que había ofrecido, persistió en la estancia de los federales en Morelos, causa del conflicto deliberadamente creado.
En ese mismo documento, Madero, apegándose a la verdad, indicaba a De la Barra que los informes que decía tener, eran exagerados o falsos, Dice a la letra:
Cuautla, Mor., a 20 de agosto de 1911.
Señor Presidente Interino de la República, Licenciado don Francisco León de la Barra.
México, D. F.
Me telegrafía el general González Salas que usted no quiere retirar fuerzas federales de éste, hasta que esté pacificado el Estado. Me permitO repetir a usted que mientras Huerta y Blanquet estén aquí, será imposible el desarme y la pacificación. Ya pedí a usted un tren para que vengan fuerzas de Figueroa y si usted lo manda estará aquí luego con mil hombres que tenía en los límites de Guerrero. De las noticias que usted ha recibido respecto a los desmanes de las fuerzas de Zapata, son grandemente exageradas y en algunos casos únicamente sospechas de que puedan hacer tal o cual cosa. Además, la mayor parte de los jefes de los cuales se queja el gobernador Carreón, han cometido depredaciones, se encuentran en ésta desde ayer. Considero peligroso que fuerzas federales sigan avanzando sobre Yautepec. Ya pido tren especial para ir mañana yo mismo a esos puntos a restablecer el orden, y si es preciso, traer tropas de Figueroa en el mismo tren. Estoy seguro de que esta solución la aceptarán. Considero peligroso salir del Estado, porque temo que fuerzas de Zapata se retiren a la sierra a hacer la guerra de guerrillas; pues esto lo principian a desear algunos jefes que temen ser atacados en ésta.
Francisco I. Madero.
La obstinación en la permanencia de las fuerzas federales en Morelos no daba los resultados buscados por De la Barra y, en cambio, había agitado la opinión pública en forma adversa para el Gobierno. Era necesario un cambio de frente y así se aparentó; pero las cosas quedaron como estaban, pues ni se accedió a las reiteradas indicaciones del señor Madero, ni se negó lo que pedía, sino que se búscó una nueva forma de mantener aquella situación, aplazando la salida de las fuerzas, sin duda con la mente de aprovechar cualquiera circunstancia, real o ficticia, para llevar adelante los designios. Esa forma se resolvió en Consejo de Ministros, como se verá por el telegrama que sigue:
México, D. F., agosto 20 de 1911.
Señor don Francisco I. Madero.
Cuautla, Mor.
En Consejo de Ministros hemos resuelto que general Huerta suspenda todo movimiento de avance hasta que sea desalojado Yautepec por fuerzas de Zapata, evitando atacarlas; bajo el concepto que deberá usted arreglar evacuación de Yautepec para concentrar las fuerzas de Zapata en Cuautla, a fin de proceder al desarme y licenciamiento, como estaba arreglado. A la vez he dado órdenes a Figueroa para que se detenga en Jojutla, y al general Casso López, para que permanezca en Jonacatepec; he dispuesto igualmente que salgan fuerzas insurgentes de Hidalgo y Veracruz a guarnecer la plaza de Cuautla, tan luego como el desarme quede realizado. En vista de la urgencia del caso y de la necesidad de dar garantías en el Estado, asolado por el bandolerismo, sírvase hacer que se concentren inmediatamente las fuerzas de Zapata en Cuautla para licenciarlas y desarmarlas.
Francisco León De La Barra.
Esto último era lo que deseaba el señor De la Barra, como represenrativo de los intereses latifundistas; pero lo deseaba, no por el empleo de medios pacíficos, sino procurando causar una desgarradura en la Revolución. La paz no se había alterado sino por sus disposiciones; la agitación era el producto de sus maniobras; la intranquilidad era la resultante de su políiica antirrevolucionaria. Cualquier gobernante habría esperado la obra del señor Madero, sin estorbarla, sin precipitaciones, sin alardes histéricos de un deseo de paz que De la Barra no sentía, puesto que él lo perturbaba todo, pasando por encima de la más elemental conveniencia, como era la de no exponer la vida del Caudillo.
Nunca como entonces el general Zapata estuvo tan ecuánime y sereno, a pesar de la tormenta que sobre él se desataba.
De la Barra sube de tono
Eran tan torcidas las intenciones del señor De la Barra, que sin causa alguna que lo justificara, dirigió a Madero el telegrama siguiente:
México, D.F., agosto 20 de 1911.
Señor don Francisco I. Madero.
Cuautla, Mor.
Confirmo mi telegrama anterior. Hemos resuelto que fuerzas federales no avancen ni ataquen y permanezcan en el Estado hasta que licenciadas las de Zapata, quede restablecido el orden, pues para contener a los bandoleros que están cometiendo depredaciones, bastarán las tropas rurales formadas con los mejores elementos, que van a constituir la guarnición de Morelos. Pero, a la vez, advierta usted a Zapata que es indispensable el pronto licenciamiento de sus fuerzas, porque el Gobierno no puede permitir que permanezcan sobre las armas en actitud amenazante, cuando estamos dando toda clase de garantías, y si se resiste a hacerlo, o no lo hace dentro de cuarenta y ocho horas, se concentrarán sobre él todos los elementos, tanto del Ejército de línea como los auxiliares para someterlo.
Francisco León De La Barra.
Gestiones del señor Madero en Yautepec
No obstante lo ofrecido por el señor De la Barra en los telegramas preinsertos, las fuerzas federales continuaban en su actitud, frente a Yautepec.
Dentro de sus gestiones, el señor Madero no se limitó a entenderse con el Presidente, sino que envió al licenciado Gabriel Robles Domínguez y, por separado, a Rubén Morales, para que se apersonaran ambos con Victoriano Huerta; pero nada práctico se obtuvo, como después veremos.
El día 20 el Jefe de la Revolución llegó por tren a Yautepec, acompañado de las fuerzas rurales hidalguenses de Gabriel Hernández.
Y con el propósito de conocer el resultado de la comisión conferida al primero de los citados, le escribió la siguiente carta:
Yautepec, Mor., agosto 20 de 1911.
Sr. Lic. Gabriel Robles Domínguez.
Campamento del Ejército Federal en Las Tetillas.
Apreciable amigo:
Acabo de llegar a esta ciudad para tranquilizar al pueblo y evitar efusión de sangre.
Suplícole decirme el resultado de la misión que le encomendé para que se retiraran las fuerzas federales a su campamento de Tejalpa.
Con mayor razón se impone ahora ese retiro, pues desde el momento que me encuentro en esta población, soy una garantía suficiente de orden, y el avance de los federales podía causar un serio e injustificado conflicto del cual yo mismo puedo ser víctima, pues he venido a este punto a restablecer el orden y la tranquilidad y no he de irme sin obtenerlo.
Espero ver pronto su contestación. Si lo juzga conveniente, arregle una conferencia que puedo celebrar con el jefe de la columna federal, en un punto a inmediaciones de ambos campamentos, a fin de poder regresar pronto al telégrafo.
Si puede, venga personalmente pronto.
Su amigo afectísimo y S. S.
Francisco I. Madero.
Ese mismo día, Zapata llegó a Yautepec y conferenció ampliamente con Madero en el cuarto número 3 del hotel Central, en que se alojó don Francisco.
Intemperancias de García Granados
Antes que Madero saliera de Cuautla hacia Yautepec, ordenó al Jefe de su Estado Mayor, coronel e ingeniero Eduardo Hay, pasara a México, y en su representación entrevistara al Presidente de la República, poniéndolo al tanto de la extraña conducta de Victoriano Huerta.
Tan pronto como se anunció en Chapultepec el señor Hay, fue recibido por el Presidente Interino, quien estaba en esos momentos en compañía de su Secretario de Gobernación, don Alberto Garcia Granados, al que fue presentado el ingeniero Hay.
De la Barra había sido maestro de Hay en la Preparatoria, por lo cual le hablaba con cierta confianza; además, entre las familias de ambos había lazos de amistad.
El coronel Hay expuso al Presidente el objeto de su visita, en representación del Caudillo de la Revolución, y fue invitado a tomar asiento, indicándosele que podía hablar delante del Secretario de Estado y consejero.
El representante del señor Madero expuso entonces la actitud asumida por el general Huerta, quien con su inexplicable conducta había puesto en peligro la vida del Jefe de la Revolución, pues por un momento habían creído los surianos que Huerta procedía de acuerdo con Madero; le comunicó, también, todo lo que se había hecho para convencerlos de que dicho señor era ajeno a la maniobra. El coronel Hay puso igualmente en conocimiento del Presidente la opinión del Caudillo sobre el retiro de las fuerzas federales, y las demás condiciones que exigía Zapata, todas ellas justificadas, para garantizar el cumplimiento de las promesas hechas por la Revolución triunfante y permitir así el licenciamiento de la pequeña parte de sus fuerzas que aún quedaban armadas.
Cuando escuchó esto García Granados, en forma impulsiva, casi con indignación, dijo a De la Barra, sin que éste le hubiera pedido su opinión:
- Señor Presidente, espero de su reconocida energía que no descenderá su Gobierno a tratar con esos descamisados. Son unos cuantos y hay que acabar con ellos.
El Presidente permaneció callado.
Pero el coronel Hay, quien venía del lugar de los acontecimientos, con el ánimo un tanto exaltado ante la actitud altanera de García Granádos, no pudo contenerse, y estalló:
- A esos descamisados, que usted propone exterminar, debe usted el cargo que ocupa, señor Ministro de Gobernación -dijo Hay, con energía- y a esos descamisados -agregó- se debe la renuncia del general Díaz y la derrota del Ejército Federal.
- El Ejército Federal no está vencido -exclamó irritado García Granados.
- Espiritualmente sí lo está -replicó Hay con la misma energía-; si se hace necesario, estos descamisados de que usted habla, lo venceremos materialmente.
Entonces De la Barra, mediando en aquella discusión que agriaba los ánimos, invitó a su Secretario a que leyera algunos documentos en otro lugar del salón y regresó luego a conferenciar con Hay, aprobando aparentemente lo que pedía Madero para el Estado de Morelos.
El ingeniero García Granados, acérrimo enemigo de la causa maderista y quien hacía días había substituído en la Secretaria de Gobernación al revolucionario licenciado Emilio Vázquez Gómez, era el eje de diamante sobre el que giraba la turbia política del Gobierno Interino.
La conformidad de Zapata
No cabe la menor duda de que el general Zapata no era problema. Veámoslo por el siguiente mensaje que el señor Madero envió desde Yautepec al Presidente Interino:
Yautepec, Mor., a 20 de agosto de 1911.
Señor Presidente Interino de la República, Licenciado don Francisco León de la Barra.
México, D. F.
Acabo de recibir sus mensajes en que me comunica lo acordado en Consejo de Ministros. Zapata y los suyos están de conformidad con lo acordado por ustedes, y en tal virtud esta misma tarde quedará evacuada Yautepec y concentraránse estas fuerzas, así como todas las que andan en las cercanías de Cuautla y procederáse al licenciamiento.
Voy a dejar únicamente diez hombres aquí para que sirvan de policía. Ya mando al general Huerta un telegrama que llegó para él y que supongo lleva instrucciones que ha recibido de usted.
Sería preferible que esta plaza fuese guarnecida con tropas de Almazán, mientras vienen los otros cuerpos rurales, y en tal caso, podrían retirarse las de Huerta a Cuernavaca, etc.; pero si usted juzga absolutamente indispensable que venga a esta plaza guarnición federal, suplico ordenar que vengan zapadores que serían bien recibidos.
Considero solucionado el actual conflicto, por lo cual felicito a usted muy cordialmente, reiterándole las seguridades de mi respetUosa consideración.
Francisco I. Madero.
Muy pronto veremos que, desgraciadamente, los magníficos y sanos propósitos del Caudillo Madero se estrellaron ante la perfidia del Presidente Interino, que había llegado ya hasta corromper a algunos jefes insurgentes.
Arreglado el conflicto, principia el licenciamiento
Solucionado por parte de los revolucionarios el conflicto que suscitó la movilización de los federales, Yautepec quedó guarnecido por fuerzas de Almazán, y Huerta acantonó en Las Tetillas, frente a la plaza mencionada. Madero salió en tren hasta Jojutla, en donde dejó de guarnición a Gabriel Hernández, y Zapata regresó el mismo día a Villa de Ayala, para principiar al siguiente, conforme a lo acordado, el licenciamiento de sus tropas, según expresan los telegramas preinsertos.
En efecto, el 21 de agosto, tan luego como llegaron a Cuautla, Madero y Zapata, se formaron las tropas insurgentes surianas en línea desplegada por las calles de Galeana, Guerrero, Nicolás Bravo y Niño Artillero, y después de pasarles revista el Jefe de la Revolución, a quien acompañaban Zapata y sus principales subalternos, ss procedió al licenciamiento en el que intervinieron directamente Raúl Madero y Gabriel Robles Domínguez. Por la tarde el general Zapata regresó a Villa de Ayala, en donde, al día siguiente, almorzó con el señor Madero, quien había aceptado una invitación muy cordial y espontánea que aquél le hizo.
Sigue el conflicto
Pero he aquí que el conflicto volvió a surgir por la terquedad inconcebible del señor De la Barra, de cuyas intenciones no cabe ya ni la más ligera sombra de duda. Basándose en una femenil y falsa alarma del reaccionario Gobernador de Morelos, se enviaron nuevas tropas federales, a pesar del mentís rotundo del señor Madero. Veamos los dos telegramas siguientes:
Núm. 58.
De México, el 21 de agosto de 1911.
Recibido en Cuautla,
56 of.
Sr. Francisco I. Madero.
Gobernador Carreón comunícame alarmantes noticias fundado que hoy en la noche sea atacada Cuernavaca por fuerzas de Eufemio Zapata. Por ese motivo decidióse envío más tropas federales, que saldrán esta noche de México para Cuernavaca.
F. L. De La Barra.
Cuautla, 21 de agosto de 1911.
Sr. Lic. F. L. de la Barra.
México.
Eufemio Zapata se encuentra en ésta sumiso y obediente. Por tal motivo creo indispensable suspender salida fuerza de esa capital, que no hará sino aumentar dificultades, pues las fuerzas federales aquí son más que suficientes. Está muy bien que Blanquet regrese Cuernavaca, que está a una jornada del punto donde se encuentra. Si todas las fuerzas de Huerta lo hacen sería mucho mejor, dejando únicamente, en caso absolutamente necesario, zapadores. Suplícole decirme qué razones tiene para avisar a Figueroa suspenda el avance, pues el momento creo muy conveniente que sólo avancen cuatrocientos hombres de él, a fin de que el número total de fuerzas ex revolucionarias en el Estado llegue a 800, con lo cual se podrá guardar bien y efectivamente el orden, pues con motivo de fuerzas de Huerta en Yautepec la mayor parte me van a escamotear sus armas se las llevaran y sin embargo, haré lo que usted ordene para mañana en la mañana.
Francisco I. Madero.
Una certificación y una promesa escrita del señor Madero No solamente desmintió el señor Madero la información estúpida del Gobernador Carreón, sino que deseando hacer justicia a los revolucionarios calumniados, expidió el siguiente documento, reflejo fiel del estado de su ánimo en aquellos momentos:
Hago constar que en vista de la actitud pacífica y respetuosa de todos los jefes subalternos del general Zapata que nunca han intentado rebelarse contra el Gobierno ni su autoridad, y en atención a los servicios que prestaron a la Revolución y considerando igualmente que me han ayudado de un modo eficaz a la obra de licenciamiento de las fuerzas de su mando, les he ofrecido: que por los servicios prestados a la Revolución, como es natural y legítimo, no se permitirá que se les siga ningún perjuicio. Muy al contrario, interpondré toda mi influencia para que sus servicios sean aprovechados, según sus aptitudes, por el Gobierno; pero desde luego, y como primera providencia, que se considere como oficiales en depósito a los siguientes:
Prof. Otilio Edmundo Montaño, Jesús Jáuregui, Amador Salazar, José Trinidad Ruiz, Esteban Alvarez, Wenceslao González, Antonio Luna, Fermín Omaña, Odilón Neri, Manuel Reinoso, José Cruz, Adrián Juárez, Eudosió Batalla, Arcadio Ramírez, Leopoldo Reinoso, Jesús Morales, José Rodríguez, Jesús Navarro, Próculo Capistrán, Eufemio Zapata, Lorenzo Vázquez y Catarino Perdomo.
Queda claramente estipulado que lo anterior no ampara a ninguno que haya cometido algún delito del orden común, pues el ofrecimiento que les hago, lo consideraré muy merecido para los que han prestado sus servicios a la causa de la Revolución; pero no para alguno que la haya deshonrado cometiendo algún crimen.
Sufragio Efectivo, No Reelección.
Cuautla, Mor., 22 de agosto de 1911.
Francisco I. Madero.
Además, entregó al general Zapata en propia mimo esta comunicación en la que califica atinadamente la maniobra que se estaba llevando a cabo, hace una promesa para lo futuro y ofrece su franco apoyo al guerrillero suriano, contra la perversidad de los conservadores:
En atención a los servicios que ha prestado usted a la causa durante la Revolución y la dificultad para mí de recompensar debidamente en los actuales momentos, quiero que sepa que no he dado crédito a las calumnias que han lanzado contra usted sus enemigos; que lo considero un leal servidor mío; que aprecio debidamente los servicios que usted prestó a la Revolución, en atención a lo cual, cuando yo llegue al poder le aseguro' que le recompensaré debidamente sus servicios.
Protesto a usted las seguridades de mi atenta consideración.
Sufragio Efectivo. No Reelección.
Cuautla, Mor., 22 de agosto de 1911.
Francisco I. Madero.
Al señor Gral. Emiliano Zapata.
Presente.
OCUPACION MILITAR DE MORELOS
A un paso del deseo de De la Barra
El día 23 de agosto, Victoriano Huerta intempestivamente ocupó la plaza de Yautepec y avanzó sin causa justificada sobre Cuautla.
Al tener conocimiento el general Zapata del avance de Huerta, no ocultó su contrariedad, y dirigiéndose a Madero enérgicamente, le preguntó dónde estaba la autoridad del Jefe de la Revolución, añadiendo que su debilidad sería la causa del nuevo derramamiento de sangre. Y agregó:
- Acuérdese usted, señor Madero, de que al pueblo no se le engaña, y si usted no cumple con sus compromisos, con estas mismas armas que lo elevamos, lo derrocaremos ...
- No, general Zapata -contestó Madero-, voy a México y lo arreglaré todo. Esta actitud de Huerta ni yo mismo me la explico; pero tenga la seguridad de que el Presidente no la aprobará y creo que todo lo arreglaremos de acuerdo con la ley ...
- Se me hace que no va a haber más leyes que las muelles -contestó Zapata, mostrando su carabina-; mientras se siga desarmando a los elementos revolucionarios y se les dé el apoyo y la razón a los federales que continúan armados, la Revolución y usted mismo estarán en peligro. Claro vemos que cada día se entrega usted más en manos de los enemigos de la Revolución.
En vista de la actitud de las fuerzas federales, la excitación ya existente crecía entre los elementos revolucionarios y hubo algunos que se creyeron defraudados en sus más caros intereses, y suponiendo que Madero obraba en connivencia con el Presidente y con Huerta para dar un golpe decisivo a aquellos luchadores, sugirieron al coronel Eufemio Zapata la conveniencia de aprisionar a Madero y continuar la truncada obra de la Revolución.
Entonces Eufemio se acercó a su hermano y le dijo:
- Oye, hermano, yo creo que este chaparrito ya traicionó a la causa; está muy tierno para Jefe de la Revolución y no va a cumplir con nada; sería bueno quebrarlo de atiro, ¿tú qué dices?
El general Zapata quedó con la mirada fija en la de su hermano Eufemio, y después de unos segundos, enérgicamente contestó:
- No, Eufemio, sería una terrible responsabilidad para nosotros, y no debemos cargar con ella. También creo que no cumplirá con nada porque todos juegan con él; pero es el Jefe de la Revolución y la mayor parte del pueblo todavía le tiene fe; que se vaya; que suba al poder si lo dejan, y si estando en él no cumple con los compromisos que tiene contraídos con el pueblo, ya verás que no faltará un palo en qué colgarlo.
Lós acompañantes del señor Madero se dieron cabal cuenta de lo peligroso de su situación, y entonces el ingeniero Eduardo Hay, en compañía de Eufemio Zapata, se dirigió a conferenciar por teléfono con el general Arnoldo Casso López, quien con sus zapadores se encontraba en Jonacatepec. El ingeniero Hay expuso a dicho jefe, a nombre de Madero, la actitud asumida por Huerta, y Casso López, tras de sorprenderse por lo ocurrido, ofrecióle que, en caso de ser necesario, él avanzaría con sus fuerzas sobre Cuautla, y si era preciso, aun en contra del mismo Huerta, haría cumplir las instrucciones del Presidente de la República, de acuerdo con lo ofrecido al señor Madero. Es evidente que si el caso hubiera llegado, Casso López habría recibido órdenes para proceder como lo estaba haciendo Huerta; pero con la conferencia quedó Eufemio Zapata convencido de que el Caudillo de la Revolución era ajeno a la innoble maniobra.
Hubo otro incidente que de momento hizo suponer a los jefes surianos que Madero obraba de acuerdo con De la Barra. Por un empleado de la oficina telegráfica, supo Eufemio que en uno de los mensajes dirigidos por Madero al Presidente, le indicaba que los jefes a que hacía referencia el Gobernador Carreón y a quienes les atribuía crímenes, que sólo habían cometido en la imaginación del gobernante, se encontraban en Cuautla; esto fue interpretado como señalamiento del lugar en que podían ser aprehendidos. Los conservadores no perdían el tiempo y, en todas las formas imaginables, intentaron provocar la escisión entre Madero y Zapata. Habían logrado ya que el Gobernador Carreón presentara acusación formal en contra de varios de los principales subordinados del guerrillero morelense y que pidiera a Madero, como lo hizo, que dichos jefes fuesen detenidos para sujetarlos a un proceso; mas cuando aquél hizo del conocimiento de Zapata las pretensiones del representante de los latifundistas, obtuvo esta declaración:
- Mire, señor Madero, para que estos científicos detengan al más humilde de mis soldados, necesitan acabar antes conmigo.
Convencido el general Zapata de que el señor Madero, a pesar de los esfuerzos que estaba haciendo para imponerse como Jefe de la Revolución triunfante, no era atendido por De la Barra ni por Huerta, ordenó que se recogieran las armas que acababan de entregar quienes se habían licenciado en Cuautla y, dirigiéndose al Caudillo de la Revolución, le dijo:
- Vaya usted a México, señor Madero, y déjenos aquí; nosotros nos entenderemos con los federales. Ya veremos cómo cumple usted cuando suba al poder.
Y así terminó la última conferencia que celebraron los dos Caudillos, quienes no volvieron a verse más en la vida.
Madero puntualiza la situación a De la Barra
Madero emprendió el viaje a la capital y Zapata se vió obligado a tomar el único camino que le ofrecía aquella situación: retener las pocas armas que le quedaban y permanecer en actitud defensiva.
Apenas llegó el señor Madero a México el día 24 de agosto, informó con toda exactitud a De la Barra sobre sus gestiones encaminadas a solucionar el conflicto de Morelos. La información no pudo ser tan amplia como (el caso lo reclamaba, porque iba a celebrarse un Consejo de Ministros; pero el Caudillo ratificó su opinión de que era innecesario, inconveniente e impolítico el avance de las tropas federales sobre Cuautla, mayormente cuando en Yautepec había rurales al mando de Almazán, en Jojutla estaban las fuerzas de Gabriel Hernández, en Cuatla misma las de Cándido Aguilar y de Raúl Madero y, finalmente, en los límites de Guerrero se hallaban las de Ambrosio Figueroa, todas las cuales eran más que suficientes para guardar el orden en caso necesario y dar garantías a los habitantes de Morelos.
Pero De la Barra tenía su objetivo y su plan que no varió por las informaciones del señor Madero, quien al día siguiente recibió varios telegramas alarmantes y entre ellos; uno de su hermano don Raúl, que había quedado al frente de la situación, representándolo en Cuautla:
De Cuautla, el 25 de agosto de 1911.
Recibido en México.
Francisco I. Madero.
2' Berlín 21.
Urgente.
Continúa rumor avance Huerta. Ha causado mucha alarma. Me demandaron las armas a lo cual me negué rotUndamente. También alármanse por avance que creen de Figueroa por el Sur. Verifica lo de Huerta.
Raúl Madero.
Haciendo una ofensa al señor Madero, el Ministro de Gobernación, García Granados, calificó en documento oficial de farsa el desarme que había principiado a hacerse. No había tal farsa, como hemos visto en páginas anteriores; existía el empeño del Gobierno de llevar adelante un acto caprichoso. He aquí el telegrama que transcribió el señor Raúl Madero al licenciado Robles Domínguez:
Núm. 4 de Cuautla, el 25 de agosto de 1911.
Recibido en México 44 of. 88.
Sr. Lic. Gabriel Robles Domínguez.
Llegó este telegrama que trasmito a usted:
Contesto su telegrama manifestándole que en vista de que el desarme ha sido una farsa, el gobierno ha dictado las medidas conducentes a garantizar vidas y haciendas en el Estado que demasiado ha sufrido.
García Granados.
Raúl Madero.
Mientras tanto, en aquella situación que se iba agravando por instantes se hallaba comprometido seriamente el general Cándido Aguilar, quien dándose cabal cuenta de lo que iba a ocurrir y del papel que posiblemente se le haría desempeñar sin quererlo, dirigó al señor Madero el siguiente telegrama:
Núm. 4 de Cuautla, el 25 de agosto de 1911.
Recibido en México 53, 106 of.
Sr. Francisco I. Madero:
Recibí su telegrama y en contestación dígole: Ministro Gobernación ordéname salga de esta plaza para que entren federales; me encuentro sitUación difícil; pueblo empieza a excitarse. Ruégole a usted pida se me mande Veracruz; no quiero atacar federales ni tampoco puedo, pues me obligarían unirme a uno de los dos.
El Gral Candido Aguilar.
Estós y otros telegramas que sobre el mismo asunto recibió el señor Madero, así como el hecho de que su conferencia del día anterior no hubiera sido tan amplia como se necesitaba, lo obligaron a dirigirse por escrito a De la Barra, en una carta que vamos a reproducir y en la cual el Jefe de la Revolución asume una actitud enérgica, digna y justificada, usa de un tono excepcional y pide cuentas al Jefe del Estado sobre su tortuosa política.
Es de llamar la atención acerca de los ataques que el señor Madero dirige al Ministro de Gobernación, García Granados, de quien muy pronto tuvo que desengañarse el líder revolucionario, pues como se recordará, apoyó su nombramiento para substituir al licenciado Vázquez Gómez y ese apoyo lo dió contra la opinión de los revolucionarios, que vieron con toda claridad el peligro que sobre todos ellos se cernía con la substitución. Dice así la interesante y extensa carta:
México, D. F., 25 de agosto de 1911.
Sr. Lic. Francisco L de la Barra, Presidente Interino de la República.
México, D. F.
Muy estimado y fino amigo:
Como tenía usted ayer Consejo de Ministros, no me fue posible terminar los puntos que principié a tratarle, por cuyo motivo me tomo la libertad de poner a usted la presente, tanto más cuanto que por escrito se condensan mejor las ideas y se expresan con mayor claridad y precisión.
Voy a tratarle dos puntos: la cuestión general de la República y la dél Estado de Morelos.
Respecto a la cuestión general de la República me permito recordarle que desde que llegó usted al puesto que ocupa no tanto por el ministerio de la Ley, sino porque el Partido revolucionario estuvo de acuerdo con usted, me manifestó en conversaciones privadas y lo ha demostrado elocuentemente en sns actos públicos, que aceptaba los principios del partido revolucionario en todas sus partes y se adhería a él, siendo considerado desde entonces por todos nosotros, como uno de los miembros más conspicuos y respetables de la Revolución. Y era natural que para gobernar tuviese usted que apoyarsé en algún partido político y ese partido no podía ser otro que el nuestro, que acaba de triunfar y que representa las aspiraciones unánimes de la República, pues sólo quedan fuera los elementos que se han dado en llamar partidarios de Reyes y que son los del antiguo régimen y algunos de los aristócratas que hacían grandes negocios con él y que ansían volver al poder bajo la bandera de un Reyes o un Vera Estañol.
Hasta hace muy poco tiempo todo había marchado perfectamente.
El prestigio de usted había ido creciendo, porque la Nación entera veía que estaba usted enteramente de acuerdo con nuestro Partido, que representa sus aspiraciones. Yo he ayudado a usted con entera lealtad, sin ostentación alguna, sin ejercer ninguna presión sobre su ánimo y haciendo en público su prestigio personal y el de su gobierno.
Guiado siempre por un espíritu de justicia y patriotismo, no vacilé ni un solo momento en romper con el licenciado Emilio Vázquez, que fue uno de mis más fieles y constantes colaboradores, y que se había considerado como uno de los miembros más conspicuos de nuestro Partido. Eso le demostrará a usted aún más la lealtad, desinterés y patriotismo con que le he servido.
Ahora bien, me dijo usted ayer que quería que le dejase con más libertad, dándome a entender que no quería me mezclase para nada en los asuntos del gobierno. Como no me guía ninguna ambición personal, ni soy impaciente, ni timorato, estoy dispuesto a obsequiar sus deseos y le aseguro a usted que no volveré a importunarle con mis visitas; pero debo aclarar a usted lo siguiente:
Le seguiré ayudando con toda lealtad; pero no podré impedir que mis partidarios o amigos critiquen los actos de usted y sus ministros, que crean criticables. Tampoco podré impedir manifestaciones de desagrado si se encarcela a mis amigos como en Guadalupe, y si se permite a las legislaturas porfiriscas que depongan gobernadores revolucionarios como en Tlaxcala; si se quiere burlar su opinión como en Aguascalientes y como se pretende hacerlo en San Luis, pues ya que su Ministro de Gobernación sólo atiende a las observaciones que le hacen los que él llama gente de orden, de la cual le dije a usted mi opinión más arriba y trata de demagogos a todos los sinceros demócratas, que sufra las consecuencias de su conducta; yo lo único que lamento es que usted se empeñe en sostenerlo en su Gabinete, haciendo que sobre usted se refleje la impopularidad de su Míninistro.
Usted comprende que yo estoy en una situación muy difícil.
Al celebrar la paz y admitir a usted como Presidente de la República, los revolucionarios creían que puesto que el Partido nuestro era el triunfante, tenían derecho a todas las prerrogativas que les da el haber salvado a la Patria, y el hecho de que se vean postergados, que vayan a ver al Ministro de Gobernación y no los quiera recibir, o los trate con desdén; el hecho de que sean reducidos a prisión algunos de ellos porque hacen manifestaciones de desagrado contra la candidatura de Reyes, como pasó en Monterrey; que reduzcan a prisión y juzguen militarmente a un americano en Sonora porque simpatizó con la revolución y ayudó en aquella época a que algunos soldados del Ejército Federal se pasasen a las filas revolucionarias, y por último, ver la política que se sigue en Morelos, a donde se manda al frente de las fuerzas a los jefes que mayores desmanes cometieron durante la guerra, esto último lo consideran los revolucionarios casi como un insulto.
Ahora bien; usted sabe las condiciones con las cuales vino Reyes al país, los compromisos que contrajo conmigo, con usted y el modo como se ha portado. Este general, que toda la República considera como un hombre funesto, que se considera como la amenaza más terrible para nuestras libertades, está intrigando activamente en todos los ramos de la administración. Ha logrado que el Gobernador de Jalisco y el del Estado de México sean amigos de él, así como lo es también el de Nuevo León. Ha logrado hacerse de amigos en el Ejército y él es el que ha fomentado las huelgas y algunos otros disturbios en el país, pues hasta el levantamiento de Salgado me aseguran que fue inspirado por Reyes, quien le dió una fuerte suma de dinero para que lo hiciese. Reyes, además, recibe dinero de numerosas personas, entre ellos, se me asegura, don Iñigo Noriega. Pues bien, siendo el general Reyes una amenaza; estando perfectamente comprobado que conspira y que prepara un levantamiento de armas, veo con profunda pena que usted no ha tomado ninguna clase de medidas para impedir esos preparativos bélicos y para salvar el depósito de nuestras libertades que hemos puesto en sus manos.
Usted, con una fe ciega en la fidelidad del Ejército hacia usted, olvida que no es contra usted contra quien se medita un levantamiento, sino contra mí, y en el banquete de Chapultepec se ha de haber dado cuenta del sentimiento del Ejército hacia mí. Y no solamente no toma usted ninguna clase de medidas para evitar que Reyes siga con su propaganda funesta, sino que se permite a don Iñigo Noriega, partidario de Reyes, que tenga gran cantidad de armas de la Nación en su hacienda y se ordena el licenciamiento de las tropas ex revolucionarias que había en Toluca. Su Ministro de Gobernación sé muy bien que no es reyista; pero con su inclinación de guiarse por lo que él llama la gente de orden, inconscientemente trabaja por Reyes. Usted también, rodeado por no se que influencias, inconscientemente facilita a Reyes su obra. Para ponerle a usted el ejemplo más saliente me referiré al envío de Huerta a Morelos. Este general es bien conocido en todas partes por sus antecedentes reyistas. Usted ha visto el modo tan indigno como me trató en Cuernavaca, pues a pesar de que tenía instrucciones de usted de obrar de acuerdo conmigo, no sólo no lo hizo, sino que se burló de mí. Además, todos sus actos han tendido a provocar hostilidades en lugar de calmarlas. Pues bien, el nombramiento del general Huerta no fue sugerido por su actual Subsecretario de Guerra, que era el indicado para ello, sino por personas extrañas, puesto que usted hizo la designación directamente. Comprendo que está usted, bajo el punto de vista constitucional, en perfecto derecho de hacerlo; pero si usted siguiera obrando de acuerdo con el Partido nuestro, que es el 99 por ciento de la Nación, hubiera preferido inspirarse con el Subsecretario de Guerra, y no con personas extrañas.
En resumidas cuentas, los del antiguo régimen aliados bajo la bandera de Reyes y de Vera Estañol, en vista de las consideraciones con que usted los trata, se han ensoberbecido a tal grado que conspiran abiertamente en toda la República y en un mitin celebrado en un teatro se pusieron a pedir que sea procesado uno de los Ministros más integros que tiene usted.
Ahora es más necesaria que nunca la unión entre todos nosotros y si usted se siguiera considerando miembro de nuestro Partido y las intrigas de nuestros adversarios no hubieran logrado hacerlo vacilar respecto a la única conducta que debe usted observar y que tiene por principal objeto conservar celosamente el precioso depósito que le hemos hecho de nuestras libertades, no habría nada que temer, bastaría con que usted nombrase otro Ministro de Gobernación más hábil para contrarrestar los trabajos del enemigo común y más hábil también para conocer y respetar la opinión pública. Pero no siendo así y empeñándose usted en seguir sosteniendo al señor García Granados, que completamente desoye la opinión pública y que está cayendo en las redes de nuestros adversarios en vez de combatir sus intrigas, sí veo grandes peligros para lo por venir y considero casi segura la guerra civil.
Quizás me encuentre usted pesimista; pero yo le aseguro que nunca lo he sido, que nunca me creo de chismes y de cuentos y que con la más perfecta serenidad aprecio todo. Pero son tan innumerables los datos que tengo respecto a los preparativos que se hacen de Reyes para levantarse en armas, que no abrigo la menor duda respecto a ello. Usted no quiere ver ese peligro y no lo conjurará. Yo ya puse alerta a la Nación.
A pesar de todo esto creo que es necesario que usted siga en el poder, porque lo considero un punto de dignidad personal y de mi Partido, porque si usted se retirara de la Presidencia podía creerse que era porque le habíamos sido desleales y que por la ambición de que el poder cayera más pronto en manos de los nuestros, le habíamos creado dificultades. Lo único que haré será tomar mis precauciones para prepararme yo también para la guerra civil. Desde luego, me permito suplicarle que se lleve a efecto lo que usted me ofreció y que dijo había acordado el Consejo de Ministros y es no licenciar más tropas insurgentes. A pesar de lo que usted me ha repetido en ese sentido, el general Villaseñor me dice que únicamente tiene orden de dejar en total 9,600 soldados rurales, y como 4,800 son los antiguos, resulta que sólo tendremos 4,000 ex revolucionarios, lo cual es completamente insuficiente para asegurar el triunfo de los principios proclamados en la Revolución, pues aunque usted crea en la lealtad del Ejército, yo no tengo confianza en él mientras no se hagan los cambios de jefes que tantas veces he indicado a usted y que usted me ha ofrecido hacer. (A propósito de esto, si usted gusta puede mandar que lo vea un señor Diputado Juan Tablada, quien podrá asegurar a usted que el general Huerta le ofreció $ 8,000 por que se hiciera reyista El Hijo del Ahuizote).
Además, le suplico se disponga no se le retiren a Figueroa algunas ametralladoras que tiene y que capturó desde la guerra. Por último, terminaré el viaje que rápidamente voy a hacer a Yucatán, porque ya lo tengo prometido, y me retiraré a la frontera en espera de los acontecimientos.
Yo recomendé a mis amigos y partidarios la mayor mesura cuando se refieran a usted; pero lo repito, no puedo impedir que manifiesten su desagrado contra actos como el de Aguascalientes en que la Legislatura no quiere respetar la voluntad del 80 por ciento de los ciudadanos que votaron, y como lo que se prepara en San Luis.
Le repito igualmente que si en estos casos no se demuestra que usted está completamente de acuerdo en hacer respetar la voluntad popular, cuando se reúna el Congreso de la Unión va a ser más difícil tratar con él, pues entonces él se creerá la voluntad suprema de la Nación, no vacilará en cometer un fraude electoral de los que está muy acostumbrado a hacer y el Ejército apoyará al Congreso y de ese modo, respetando el formulismo pasado, volverá a caer la República en una dictadura más peligrosa que la del general Díaz. Todo eso puede conjurarse obrando desde ahora con energía, y uniéndonos. Yo, por mi parte, pondré todo lo posible; pero no soy el único factor, de usted depende lo demás.
Respecto al segundo punto que le quiero tratar, lo de Morelos: me permito recordarle que usted me dijo. que no podía ofrecer que Hay podría ser Gobernador, y que las tropas federales se retirarían tan pronto como hubiesen ellos depuesto las armas y que entraran al Estado fuerzas ex revolucionarias en número suficiente y al mando de Raúl, mi hermano. Pues bien, aunque el desarme no se efectuó en la escala que hubiese sido posible si se hubieran seguido las indicaciones que yo hacía desde el teatro de las operaciones y por consiguiente en mejores condiciones de apreciar los acontecimientos, sí se ha logrado que depongan las armas los principales cabecillas y si acaso siguen algunos distUrbios no tendrían ya ninguna bandera política, sino que serán algunas cuantas partidas de bandidos que prontamente serán reducidas al orden por las tropas ex revolucionarias.
El hecho de que Hay, como una figura de retórica para dar más lustre a su pensamiento, manifestara que iba a ser tan imparcial para respetar el voto del pueblo que si Zapata resultaba electo gobernador, a él le entregaría el mando, no es suficiente para que no se lleve a efecto el compromiso que yo, con autorización de usted, celebré con las fuerzas de Zapata.
Usted comprende que en este caso sí va mi honor de por medio.
Si yo intervine en este asunto, exponiendo mi vida, como a usted le consta, y haciendo grandes sacrificios, fue movido por el deseo de evitar un serio conflicto; pero no quise ir sin llevar las proposiciones de usted que sabía yo serían admisibles para ellos.
Esas condiciones las acordaron ustedes en Consejo de Ministros y me las comunicó usted en presencia de Ernesto. Si ahora no se cumple con lo que yo ofrecí eh nombre de usted, con aprobación del Consejo de Ministros, yo quedo en ridículo y no sólo eso, sino que pueden creer que fuí a traiéionarlos engañándoles y a esto sí no puedo resignarme, por cuyo motivo, si no se cumplen esos compromisos contraídos en Morelos, en la forma que usted guste deseo que el gobierno salve completamente su decoro; si no se arregla esto, digo, me veré en el forzoso caso de hacer declaraciones públicas a fin de que todo el mundo sepa cuál fue mi proceder en este caso.
Le repito que esto último me será muy sensible; pero mi dignidad y mi honor me obligan a ello, pues yo nunca he sido de los políticos que van a engañar al adversario para desarmarlo: siempre he atacado a mis enemigos frente a frente.
Puede usted contestarme esta carta por escrito o verbalmente si usted gusta, en cuyo caso acudiré a su llamado, a la hora y día que se sirva indicarme.
Si logro solucionar satisfactOriamente todas las cuestiones pendientes, no publicaré esta carta. Tampoco lo haré en caso contrario, sólo que lo juzgue indispensable y que me vea apremiado por las circunstancias, pues mi deseo es no crear dificultades a su gobierno, sino contribuir en todo lo posible a robustecerlo; pero esa fuerza sólo se encuentra en la unión de todos los elementos que tenían por única aspiración e! bien de la patria, a fin de, con toda energía, combatir a los enemigos de estos grandes ideales.
Me repitO una vez más, su amigo que mucho lo aprecia y su atto. S. S.
Francisco I. Madero.
Los federales avanzan
Mal efecto debió producir en el ánimo del señor De la Barra la preinserta carta; pero sobre la opinión de Madero y las conveniencias de la Revolución, estaban los intereses de los reaccionarios que ocupaban el Poder, por lo que se sostuvo el acuerdo tomado en Consejo de Ministros el día anterior, con una terquedad explicable solamente si se tiene en consideración el fin que De la Barra buscaba.
A pesar de todo, se libraron órdenes terminantes a Victoriano Huerta para que continuara su avance sobre Cuautla.
La orden fue cumplida al pie de la letra por el sicario, cuyas tropas incursionaron en exploración por las cercanías de Yautepec y Cuautla, agravando innecesariamente el estado de cosas.
Por su parte, Gabriel Hernández, en Jojutla, había desencadenado terrible persecución contra todos lo que eran o creyó partidarios de Zapata, o simplemente sus simpatizadores. Cometió punibles actos en sus personas, pues muchos fueron ejecutados sin formación de causa.
Estos procedimientos, reprobables sin género de duda, que primero se emplearon en Jojutla y luego en todos los lugares ocupados por tropas del Gobierno Interino, produjeron los resultados naturales: todo individuo que había tomado las armas durante la Revolución maderista y que ahora estaba dedicado a sus trabajos habituales, por instinto de conservación o por temor, los abandonó para engrosar las partidas de los jefes adictos a Zapata. Empezaron, cosa muy natural, a amagar algunas plazas de importancia como Cuernavaca, cuya guarnición fue reforzada por Blanquet, a la cabeza de su tristemente célebre 29° batallón.
En vista de que la situación iba complicándose día a día, el general Zapata se dirigió a Madero indicándole que parecía no estar dispuesto a cumplir sus promesas el Presidente, por lo que pidió se le dijera de una vez por todas, si las tropas federales evacuaban el Estado o se mantendrían en actitud retadora, pues también algunos jefes de los cuerpos rurales estaban cometiendo atropellos en los vecinos pacíficos que no tenían otro delito que haber sido sus partidarios.
Primer manifiesto de Zapata
La situación creada en el Estado, hizo que el general Zapata lanzara el siguiente interesante manifiesto:
AL PUEBLO DE MORELOS
Desde que os invité en la Villa de Ayala a verificar el movimiento revolucionario contra el déspota Porfirío Díaz, tuve el honor de que os hubierais aprestado a la lucha militando bajo mis órdenes, con la satisfacción de ir a la reconquista de vuestros derechos y libertades usurpadas. Juntos compartimos los azares de la guerra, la desolación de nuestros hogares, el derramamiento de sangre de nuestros hermanos, y los toques marciales de los clarines de la victoria. Mi ejército fue formado por vosotros, conciudadanos, nimbados por la aureola brillante del honor sin mancha; sus proezas las visteis desde Puebla hasta este jirón de tierra bautizada con el nombre de Morelos, donde no hubo más heroicidad que la de vosotros, soldados, contra los defensores del tirano más soberbio que ha registrado en sus páginas la Historia de México; y aunque nuestros enemigos intentan mancillar las legítimas glorias que hemos realizado en bien de la patria, el reguero de pueblos que ha presenciado nuestros esfuerzos contestará con voces de clarín anatematizando a la legión de traidores científicos que aun en las pavorosas sombras de su derrota, forjan nuevas cadenas para el pueblo o intentan aplastar la reivindicación de esclavos, de parias, de autómatas, de lacayos. La opresión ignominiosa de más de treinta años ejercitados por el revolucionario ambicioso de Tuxtepec; nuestras libertades atadas al carro de la tiranía más escandalosa, sólo comparable a la de Rusia, a la de Africa ecuatorial; nuestra soberanía de hombres libres no era otra cosa que la más sangrienta de las burlas. La ley no estaba más que escrita y sobre de ella el capricho brutal de la turba de sátrapas de Porfirio Díaz, siendo la justicia un aparato gangrenado, dúctil, elástico, que tomaba la forma que se le daba en las manos de jueces venales y sujeto al molde morboso de los señores de horca y cuchillo. El pueblo mexicano pidió, como piden los pueblos cultos, pacíficamente, en la prensa y en la tribuna, el derrocamiento de la dictadura, pero no se le escuchó; se le contestó a balazos, a culatazos y a caballazos; y sólo cuando repelió la fuerza con la fuerza, fue cuando se oyeron sus quejas, y el tirano, lo mismo que la comparsa de pulpos científicos, se vieron vencidos y contemplaron al pueblo vencedor. La Revolución que acaba de triunfar, iniciada en Chihuahua por el invicto Caudillo de la Democracia C. Francisco I. Madero, que nosotros apoyamos con las armas en la mano lo mismo que el país entero, ha tenido por lema Sufragio Efectivo. No Reelección; ha tratado de imponer la justicia basada en la ley, procurando el restablecimiento de nuestros derechos y libertades conculcadas por nuestros opresores del círculo porfiriano, que en su acalorada fantasía aún conspiran por sus antiguos privilegios, por sus comedias y escamoteos electorales, por sus violaciones flagrantes de la ley. En los momentos de llevarse a cabo las elecciones para diputados a la Legislatura del Estado, los enemigos de nuestras libertades, intrigando de una manera oprobiosa, me calumniaron a mí y al Ejército Libertador que representa nuestra causa, al grado de haberse mandado tropas federales a licenciarnos por la fuerza, porque los señores científicos así lo pidieron, para desarmarnos o exterminarnos en caso necesario a fin de lograr los fines que persiguen en contra de nuestras libertades e instituciones democráticas. Un conflicto sangriento estuvo a punto de realizarse: nosotros, yo y mi ejército, pedimos el retiro de las fuerzas federales, por ser una amenaza para la paz pública y para nuestra soberanía, e hicimos una petición justa al Supremo Gobierno y al señor Madero, que la prensa recta y juiciosa de la capital de la República, comentó con su pluma en sabios conceptos en nuestro favor. Los científicos, como canes rabiosos, profirieron contra nosotros, vomitando injurias y calumnias, calificándonos de bandidos, de rebeldes al Supremo Gobierno, cosa que ha sido desmentida por la opinión pública y por nuestra actitud pacífica y leal al Supremo Gobierno y al señor Madero. Los enemigos de la patria y de las libertades de los pueblos, siempre han llamado bandidos a las que se sacrifican por las causas nobles de ellos. Así llamaron bandidos a Hidalgo, a Alvarez, a Juárez, y al mismo Madero, que es la encarnación sublime de la Democracia y de las libertades del pueblo mexicano, y que ha sido el derrocador más formidable de la tiranía, que la patria saluda con himnos de gloria. El Jefe de ía Revolución don Francisco I. Madero vino a Cuautla y entre delegados de pueblos y jefes de mi ejército se convino, en bien de los principios que hemos defendido y de la paz de nuestro Estado, en lo siguiente:
1° Licenciamiento del Ejército Libertador;
2° Que a la vez que se licenciaba al Ejército Libertador, se retirarían las fuerzas federales del Estado;
3° Que la seguridad pública del Estado quedaría a cargo de fuerzas insurgentes de los Estados de Veracruz e Hidalgo;
4° Que el Gobernador provisional de nuestro Estado sería el ingeniero Eduardo Hay;
5° Que el Jefe de las Armas sería el teniente coronel Raúl Madero;
6° Que el sufragio de las próximas elecciones sería efectivo, sin amenaza y sin presión de bayonetas, y
7° Que los Jefes del Ejército Libertador tendrían toda clase de garantías para ponerse a cubierto de calumnias.
Estas fueron las promesas y convenios establecidos entre nosotros y el Jefe de la Revolución don Francisco I. Madero, quien expresó estar autorizado por el Supremo Gobierno para llevar a la vía de la realidad lo antes convenido. Si desgraciadamente no se cumple lo pactado, vosotros juzgaréis: nosotros tenemos fe en nuestra causa y confianza en el señor Madero; nuestra lealtad con él, con la patria y con el Supremo Gobierno ha sido inmensa, pues mis mayores deseos, lo mismo que los de mi Ejército, son y han sido todo por el pueblo y para el pueblo de Morelos, teniendo por base la justicia y la ley.
Villa de Ayala, agosto 27 de 1911.
El General Emiliano Zapata.
La voz de un servidor de la Reforma
El señor Isaac Narváez envió a don Juan Sarabia el siguiente telegrama:
Putla, Oax., a 5 de septiembre de 1911.
Señor don Juan Sarabia.
México, D. F.
Muy señor mío:
Me he enterado de la decisión del gobierno de acabar con Zapata y los suyos. Los hacendados de Morelos son los enemigos jurados de los zapatistas. ¿Esos señores están limpios? En la cuestión de terrenos con los pueblos, ¿nada tienen que reprochárseles? ¿Nada es ya posible hacer para evitar la efusión de tanta sangre, no sólo de los culpables, sino también de inocentes?
A usted que ha sufrido, se dirige un desconocido que hoy, ya inútil por su edad, sirvió a la Reforma, sirvió contra la Intervención y por último contra la Noria; y que no puede, no quiere callar, creyéndose culpable si no habla para que los que tienen prensa, propongan al Gobierno medios de evitar tantos desastres, como vamos a tener con esa lucha a muerte. Siendo como son numerosos los que a Zapata siguen, quién sabe si mañana esos señores hacendados no tengan que arrepentirse de la ardiente enemistad que hoy despliegan.
De usted atento y S. S.
Isaac Narváez.
SE INICIA LA PERSECUCION
El general Zapata consignado a los tribunales
El Gobierno Interino inició francamente su obra de exterminio sin hacer aprecio de las reiteradas y prudentes indicaciones de don Francisco I. Madero, quien sugirió a su hermano Raúl que nuevamente conferenciara con Zapata.
La entrevista se llevó a cabo en Villa de Ayala, cuando ya las tropas de Huerta se acercaban a Cuautla; pero el entusiasmo y la buena fe del hermano del Jefe de la Revolución, así como las sanas intenciones de Zapata, fracasaron nuevamente.
Para el Gobierno del turbio señor De la Barra no había más que un solo objetivo: acabar con Zapata.
Los terratenientes redoblaron sus esfuerzos y uno de sus defensores, el ingeniero Tomás Ruiz de Velasco, de quien ya nos hemos ocupado, formuló una denuncia contra Zapata por delitos imaginarios; la elevó al Procurador General de la República, licenciado don Manuel Castelazo Fuentes, y el jefe suriano fue consignado a las autoridades judiciales para la instrucción del proceso, con gran alegría del Gabinete de De la Barra, especialmente del Secretario de Gobernación, don Alberto García Granados, quien, en el Consejo de Ministros celebrado el 29 de agosto, pidió se ordenara a Huerta la persecución más activa y la aprehensión de Zapata.
Aprobada la feliz iniciativa, se corrieron las órdenes conducentes.
Huerta en persecución de Zapata
Al conocer la resolución de los señores ministros, el general Zapata ordenó, el día 30 de agosto, que tres de sus hombres de más confianza, Jesús Jáuregui, Emigdio Marmolejo y Juan Merino, marcharan a Cuautla con un pliego para don Raúl Madero, en el que se le pedía entregara el armamento que contra lo convenido se recogió a varios de sus soldados, al principiar el licenciamiento, pues las tropas federales iniciaban una franca y autorizada ofensiva. Parte de estas armas, que se encontraban en el hotel Mora, fueron recuperadas y conducidas al cuartel de Zapata en Chinameca, hacia donde se trasladó en la madrugada de ese mismo día 30.
El 31 llegó a Cuautla, en donde estaba con sus rurales Cándido Aguilar, el general Arnoldo Casso López, y momentos después, Huerta con su columna, a excepción del 29° batallón que, como hemos. dicho, había regresado a Cuernavaca, de donde a su vez salió una fracción del 24° cuerpo de línea, compuesto de 150 hombres, a guarnecer Jojutla, donde más tarde se unió el cuerpo rural que mandaba Federico Morales y que tenía un efectivo de 400 hombres.
Después de una entrevista celebrada entre todos los jefes citados y don Raúl Madero, se convino en que Casso López permaneciera de guarnición en Cuautla con 700 hombres de infantería y caballería, con una batería de artillería de montaña y seis ametralladoras. Huerta, con el resto de su columna y el contingente de Federico Morales, inició la persecución en contra del general Zapata. Es claro que don Raúl Madero no estuvo de acuerdo con aquella ofensiva injustificada; pero tampoco estaba en sus posibilidades evitarla.
El 19 de septiembre, Federico Morales trabó el primer combate con las fuerzas de Zapata, quien permanecía en Chinameca. El administrador de esa hacienda lo había invitado a comer, y con la perversa intención de que cayera en cobarde celada trató de aislarlo en el casco de la finca, mientras llegaba Morales.
Estaban sentados a la mesa cuando se recibió el aviso de que fuerzas de caballería, en considerable número, rodeaban la casa de la hacienda y sus contornos, y no bien el general había ordenado a uno de los oficiales de su Estado Mayor que saliera a cerciorarse de lo que hubiese, cuando se oyó un nutrido tiroteo en el exterior, sostenido entre los colorados de Morales que pugnaban por penetrar y la escolta del guerrillero suriano que lo impedía. Gracias al conocimiento del terreno, a su audacia y serenidad, el general Zapata logró escapar a pie, por entre los cañaverales.
Mientras tanto, Huerta, después de tirotearse con algunos grupos zapatistas en Villa de Ayala, llegó a esa población que -detalle elocuente- encontró abandonada, pues sus moradores, hombres y mujeres, habían salido con las tropas de Zapata.
Otra vez en la lucha
Al tener conocimiento don Francisco I. Madero del combate librado en Chinameca, declaró lamentaba sinceramente que hubiese ocurrido un choque con los federales; en uno de sus arranques de franqueza, muy peculiares en él, agregó:
- Si se hubieran atendido las indicaciones que yo hice desde Cuautla, no se habría sublevado Zapata.
Interesante detalle, revelador de toda la trama del Gobierno Interino en el que los reaccionarios ejercían decisiva influencia que lanzó a los surianos a una nueva lucha.
El general Zapata, después de escapar en Chinameca a la celada del administrador, acampó en Cerco Frío, estableció puestos avanzados en varios puntos de la sierra de Huautla y allí permaneció hasta el 10 de septiembre, día en que emprendió la marcha, siguiendo los límites del Estado de Puebla, rumbo al de Guerrero; el 13 llegó a Huamuxtitlán y combatió con fuerzas de Figueroa, al mando del general Añorve; en esa acción tomó parte el general Juan Andrew Almazán, quien días antes se había incorporado a la columna del general Zapata. Después de combatir hasta el día siguiente, ambos jefes, Zapata y Almazán, tomaron el rumbo de Olinalá.
Victoriano Huerta, mientras tanto, regresó a Jojutla para formar su plan de campaña y dispuso establecer su Cuartel General en Chiautla, Puebla. Envió desde luego un destacamento de 250 hombres del 11° Regimiento a Axochiapan, pues, aparte del movimiento encabezado por Zapata, otros grupos revolucionarios, identificados con su causa, amagaron las plazas de Acatlán y Matamoros.
Muchos maderistas, comprendiendo la justicia que asistía a Zapata, secundaron su actitud; las persecuciones que las fuerzas federales ejercieron en las personas de los vecinos pacíficos, en las mayoría de los casos sin motivos justificados, hicieron que bien pronto, por diversos lugares de Morelos, Guerrero, Puebla y México, se levantaran algunos jefes abrazando la bandera de la rebelión.
Figueroa, Gobernador de Morelos
Por esos días el Presidente Interino designó Gobernador y Comandante Militar de Morelos al general Ambrosio Figueroa, cuyas fuerzas se ensañaron en la campaña contra los zapatistas, cometiendo múltiples atropellos en los vecinos pacíficos.
El nombramiento de Figueroa, enemigo personal de Zapata y del ideal defendido por los morelentes, fue una medida impolítica que agravó la situación.
Nada de lo que Madero, con anuencia de De la Barra, había ofrecido a Zapata, quiso cumplir el segundo, empeñado como estaba en eliminar a un leal partidario del Jefe de la Revolución y entonces candidato a la Presidencia de la República. En vez de retirar del Estado a las tropas federales, ordenó que iniciaran la ofensiva en contra del Jefe suriano; en lugar de don Eduardo Hay, nombró Gobernador a don Ambrosio Figueroa, al que dió también el cargo para el que se había propuesto a don Raúl Madero; en vez de los rurales de Veracruz y de Hidalgo, que se había convenido guarnecieran el Estado, se enviaron fuerzas de Guerrero, y cuando se había ofrecido que los jefes morelenses del Ejército Libertador tendrían toda clase de garantías para ponerse a cubierto de las intrigas de sus calumniadores, se les persiguió y se les obligó a asumir una actitud rebelde.
Sin embargo, el general Zapata deseaba evitar la prolongación de la guerra y el derramamiento de sangre, por lo que nuevamente intentó un arreglo con el Gobierno. Con ese objeto, el 28 de septiembre llegaron a México Juan Andrew Almazán, José Trinidad Ruiz y Jesús Jáuregui.
Nueva oportunidad que se brindaba a De la Barra para asegurar la pacificación del país, haciendo justicia a los surianos; pero lo hemos repetido hasta la saciedad, no fueron nunca ésos los propósitos del Presidente Blanco, entregado en alma y cuerpo a la contrarrevolución. Al siguiente día de haber escuchado las demandas y las razones que expusieron Almazán, Ruiz y Jáuregui, en Consejo de Ministros se resolvió amnistiar al primero, permitiéndole que continuara sus estudios de medicina, y en cuanto a Zapata, sólo se le perdonaría el delito de rebelión; pero se le exigirían responsabilidades que le resultaran con el proceso que se le estaba instruyendo en los tribunales metropolitanos.