EMILIANO ZAPATA
Y EL
AGRARISMO EN MÉXICO
General Gildardo Magaña
TOMO I
CAPÍTULO VII
LOS PRECURSORES DE LA REVOLUCIÓN
Interesante conferencia de un precursor
Pecaríamos de injustós si dejásemos pasar inadvertida la interesante actuación de quienes, antes que estallara la Revolución de 1910, habían intentado realizar los postulados que dieron la vida al movimiento libertador que derrocó la dictadura del general Díaz.
Esforzados pensadores, viriles periodistas, guerrilleros désinteresaaos y audaces, abnegadas luchadoras, poetas sublimes que, como Santiago de la Hoz, llevaban en su alma juvenil y rebelde el ansia suprema de la transformación social, forman en las apretadas falanges que de buena fe pusieron su esfuerzo, enorme, mediano o pequeño, pero de todas maneras sincero, valioso y fructífero, que culminó en el popular movimiento maderista.
Cumpliendo, pues, con un deber, aunque no con la amplitud que lo deseáramos, tenemos la satisfacción de insertar algunos párrafos de la interesante y jugosa plática que, sobre los precursores de la Revolución, sustentó en el Anfiteatro de la Escuela Nacional Preparatoria el 29 de octubre de 1932 el culto periodista Santiago R. de la Vega, uno de los elementos de valía con que contó aquel grupo de luchadores:
De 1900 a 1910 corre justamente una década y en el curso de ella parece importante en verdad lo que sucede. Yo me atrevería a decir que la Revolución ofrece entonces, a ratos en forma precisa y a ratos en forma balbuciente, lo que pudiera llamarse su programa de reformas políticas, sociales y económicas, y que también prepara militarmente sus fuerzas para la lucha. Elementos espiritUales y materiales de que al fin se ha de aprovechar, sin confesarlo nunca, la Revolución acaudillada por don Francisco I. Madero.
Más adelante intentaré demostrar que esta afirmación no es temeraria, ni siquiera podría tenerse como una ruin disputa de gloria a la figura noble o a la empresa esforzada y todavía no discutida conforme a las impiedades de la crítica histórica, del señor Madero. Pero desde luego, es conveniente hacer notar que, si no disponemos de un relato siquiera resumido pero total de la época a que nos referimos, esta omisión se debe a nuestra propia incuria o a nuestra ordinaria negligencia y a que los escritores maderistas, de acuerdo con su táctica tradicional, han formado en torno de los sucesos en que figuran los Flores Magón, algo que en nuestros hábitos políticos es conocido por la conjuración del silencio.
Don José Vasconcelos, en un folleto titulado Los últimos cincuenta años, destinado a dar una noticia de conjunto, sintética y breve, que abarque del período de don Porfirio Díaz a la caída de Carranza, no dice una sola palabra acerca de la celebración del Congreso Liberal de 1901, época en que se ataca públicamente, por primera vez, dentro del período que estoy examinando, al señor general Díaz y en que, al mismo tiempo, se lanza una convocatoria a la nación para que, en un segundo Congreso que habría de verificarse en 1902, discuta el problema agrario, nombre que textualmente ya desde entonces se le da; ni dice el señor Vasconcelos cosa alguna referente al programa del Partido Liberal Mexicano, expedido por la Junta, abiertamente revolucionaria, de Saint Louis, Missouri, en 1906, documento en el que están por cierto contenidas, en embrión, las reformas que después se ven figurar como preceptos de la Constitución de 1917, articulados bajo los números 27 y 123. Por no hablar de nada relativo a los Flores Magón, omite el señor Vasconcelos también decir que ese programa, en algunos aspectos intocables todavía por su perfección y sintetizado en el lema Tierra y Libertad, sirvió de bandera para los movimientos de Jiménez, Viesca, Las Vacas, Acayucan, Palomas y Valladolid.
De manera que los niños de las escuelas, a los que didácticamente consagró esas páginas el educador Vasconcelos, no pudieron tener noticia, ni era fácil que la tuvieran, del nombre de Camilo Arriaga, ni del nombre, más sonado aún, de Ricardo Flores Magón, quienes ya unidos o ya separados, pero siempre a la cabeza de valerosos grupos de liberales perseguidos, befados, escarnecidos y encarcelados, deben ser tenidos, admirados y respetados como los verdaderos precursores de la Revolución. No puedo aportar este dato sin alguna emoción, porque fuí testigo personal de tanta integridad, de tanto desinterés, de tanta abnegación y de tanta grandeza de ánimo. Hoy Camilo perece bajo el signo de San Francisco, que es la pobreza, después de haber sacrificado todos sus bienes de fortuna, todas sus preocupaciones de linaje y todas sus ventajas de cultura, a la Revolución; y ayer moría Ricardo, preso y ciego en una cárcel de los Estados Unidos, sin esperanza de ver siquiera con terrena luz el triunfo de la verdadera Revolución, que no es la Revolución burguesa.
Más cauto o más minucioso que Vasconcelos, el señor licenciado Luis Cabrera, al rehacer en la Biblioteca Nacional, en febrero de 1931, su Balance de la Revolución, que ya había publicado en un desordenado pliego de recordaciones, traza los períodos de la lucha en la forma siguiente, que podría tildarse por lo menos de caprichosa:
De 1906 a 1910, prodromos de la Revolución.
De 1910 a 1917, período de destrucción.
De 1917 a 1927, período de legislación.
En lo sucesivo -afirma- la Revolución debe considerarse terminada y se abre el período de reconstrucción sobre las bases establecidas por la misma Revolución.
Más justo que Vasconcelos, aunque olvida, acaso por inadvertencia, sin malicia, mencionar a Camilo Arriaga entre los precursores, siéndolo por excelencia, Cabrera ya se acuerda de Flores Magón y escribe:
Los levantamientos de Jiménez, de Las Vacas, de Acayucan, las incursiones casi ingenuas de los Flores Magón, fueron los prodromos de la Revolución.
Pero, pocas líneas adelante y después de hacer este acto sencillo de justicia, un poco empañado por eso de las incursiones casi ingenuas, tiene a bien el señor Cabrera aventurar las afirmaciones que siguen:
Entre los precursores intelectuales de la Revolución de 1910, es costumbre listar a los escritores y periodistas que siempre se mantuvieron en actitud de oposición contra el Gobierno del general Díaz, protestando contra su tiranía, aun en aquellos tiempos en que la autoridad de él era indiscutible y en que todo el país aceptaba espontáneamente su gobierno.
Estos no fueron, sin embargo, los precursores intelectuales de la Revolución. Miraban más bien al pasado, apuntando a la ilegalidad de origen y a los errores políticos del general Díaz, pero no predicaban una verdadera Revolución. Su mérito consistió en haber mantenido ardiendo el fuego del antirreeleccionismo, pero no contribuyeron a preparar la Revolución económica y social que en seguida se desencadenó.
Más terminante, aunque ya no tan cauto, el señor licenciado Cabrera asienta a continuación:
Entre éstos podemos mencionar, sin emitir juicio sobre ellos, a Iglesias Calderón, a Ciro B. Ceballos, a Daniel Cabrera, a Filomeno Mata y a los hermanos Ricardo y Enrique Flores Magón. Todos ellos tienen su lugar en la Historia, como representantes de la inflexible rebeldía contra la Dictadura y contra el continuismo del general Díaz, pero el movimiento intelectual que preparó la Revolución de 1910. en lo político, fue ajeno a la labor de los periodistas e historiadores antes mencionados, como el movimiento de insurrección de don Francisco I. Madero fue independiente y ajeno a los movimientos insurreccionales de 1906.
Esto sólo puede cualquiera asegurarlo estando borracho de suficiencia, o por lo menos en actitud de asomarse a un piélago de altanería, como hubiera dicho el señor Amicis, por la redonda ventanilla de una copa. Se dispensa a sí mismo el señor Cabrera de la obligación elemental en que se halla de suministrar los fundamentos de su aserto y descarga sobre la autoridad de su talento y la amplitud y fuerza de su fama, todo el peso de la prueba. ¿Talento y fama? Ya sólo eso es mucho: pero no es todo. Necesitaría, además, el señor Cabrera siquiera aducir la iniciación de un razonamiento en qué fundar de algún modo la negativa de influjo en la Revolución de 1910 a los periodistas y escritores Filomeno Mata, Daniel Cabrera, Ricardo Flores Magón, Antonio Díaz Soto y Gama, Antonio I. Villarreal, Juan Sarabia, Santiago de la Hoz, Amado Gutiérrez, Adolfo Duclós Salinas, Alfonso Cravioto, Antonio de P. Araujo, Francisco J. Sáenz, Juan José Ríos, Jesús Martínez Carrión, Paulino Martínez, Librado Rivera, Lázaro Gutiérrez de Lara, Ciro B. Ceballos, Manuel Mestre Ghigliazza, Lauro Aguirre, José Maldonado, Rosalío Bustamante, Francisco César Morales, Andrés Calcáneo Díaz, Heriberto Frías, Juan Sánchez Azcona, Rafael A. Romo, Leonardo R. Pardo, Teodoro Hernández, José Neira, Manuel Sarabia, Alfredo Ortega, Luis G. Romero Fuentes, Alfonso Barrera Peniche, Néstor González, Luis Frías Fernández, Román Rodríguez Peña, José María Pino Suárez, Román Alvarez Soto, José Domingo Ramírez Garrido, Práxedis G. Guerrero, Alfredo Ayala Mendoza, Carlos R. Menéndez, Wistano Luis Orozco, Humberto Macías Valadez, Casimiro E. Alvarado, Domingo Borrego, Arturo Lazo de la Vega, Rafael B. Vélez Arriaga, Federico J. Montante, Rafael Vega Sáncnez, Francisco Castrejón; Pablo Aguilar, Marcos López Jiménez, Inocencia Arriola, los hermanos Márquez, Luis Jasso, Jesús Flores Magón y Santiago R. de la Vega.
En qué se distinguieron algunos precursores
Después de dar lectura el señor De la Vega a una interesante iniciativa que el ingeniero Camilo Arriaga presentó y sometió al estudio y resolución de los clubes confederados en el Segundo Congreso Liberal que debería efectuarse el 5 de febrero ce 1902, en San Luis Potosí, iniciativa en la que ampliamente se abordaba el problema agrario y el obrero, continúa en la siguiente forma:
Era para mí preciso, imperioso, ineludible -si quería defender y glorificar a Juan Sarabia-, refutar por anticipado al señor licenciado Cabrera. No sé si lo habré logrado; pero yo sólo quise rescatar dd olvido a Juan, que fue nuestro dialéctico y correlativamente a Camilo Arriaga, que fue nuestro precursor; a Ricardo Flores Magón, que fue simultáneamente nuestro líder y nuestro mártir; a Santiago de la Hoz, que fue nuestro poeta; a Lázaro Gutiérrez de Lara, que fue nuestro historiador; a Antonio Díaz Soto y Gama, que fue y sigue siendo nuestro místico; a Librado Rivera, que fue nuestro preceptor; a Esteban Baca Calderón, Manuel M. Diéguez, Juan José Ríos y Juan Cabral, que fueron nuestros generales; Antonio I. Villarreal, que fue nuestro caudillo y también, y sobre todo, nuestro caballero Bayardo, sin miedo y sin tacha; a Alfonso Cravioto, que fue nuestro diplomático y hombre de letras; a Atilano Barrera, que fue nuestro mirlo blanco; a Benjamín Canales, Praxedis Guerrero y Elpidio Canales, que fueron nuestros cadetes de Gascuña; a Santanón, que fue nuestro Pancho Villa; a don Francisco I. Madero, que fue nuestro primer tesorero; a Juana B. Gutiérrez de Mendoza, Elisa Acuña Rosetti y Sara Estela Ramírez, las señoritas Colín y la señorita Siloina Rambao de Trejo, que fueron alternativamente nuestras Martas y nuestras Marías de Betania; a todos los escritores, periodistas, guerreros o civiles que yo he olvidado nombrar por flaqueza de memoria, y que fueron, cuando la Revolución no contaba todavía un negocio ni el poder una granjería.
Era para mí indispensable, si pretendía ensalzar a Juan Sarabia, justificar su valor sereno y a la vez y por motivos de justa recordación el valor audaz, llameante y altivo de Hilario Salas, en Acayucan; de Enrique Novoa y Cándido Donato, en Chinameca; de Juan Alfonso y Román Marín, en Puerto México; de José Neira, en Río Blanco; de José Lugo, Benito Ibarra y Lorenzo Robledo, en Las Vacas; de José Inés Salazar, Francisco Manrique y Enrique Flores Magón, en Palomas; de Juan Cuamatzi, Marcos Hernández Xocoltzi y Antonio Hidalgo, en San Bernardino Conda; de Atilano Albertos, Claudio Alcocer, Maximiliano Ramírez Bonilla, Miguel Ruiz Ponce y José Expectación Mantún, en Valladolid; de los trescientos rebeldes de Jiménez; de Camilo Arriaga, Salvador González Torres, José Vasconcelos, José Rodrígüez Cabo, Alfredo B. Cuéllar, José Domingo Ramírez Garrido, José Siurob, Huidobro de Azúa, Agustín Maciel, León F. Gual y Flores, en Tacubaya.