EMILIANO ZAPATA
Y EL
AGRARISMO EN MÉXICO
General Gildardo Magaña
TOMO I
CAPÍTULO VIII
PRIMERAS ACTIVIDADES DE EMILIANO ZAPATA
En el corazón del Estado de Morelos, al pie de la serranía que limita el valle de Cuautla, y a diez kilómetros, aproximadamente, de esta población, Villa de Ayala disfruta de los privilegios de la exuberancia de la tierra caliente.
La mayoría de sus habitantes fueron, en lejano tiempo, agricultores y pequeños propietarios, a quienes la codicia de los grandes terratenientes hizo descender a la categoría de asalariados de las haciendas.
Junto a Villa de Ayala mantiene la miseria de sus casas Anenecuilco, restos de un pueblo agrícola y minero, que también sufrió la codicia de los hacendados.
Unidos topográficameme los dos pueblos, lo estuvieron siempre para defenderse en todas las épocas y juntos prestaron su contingente en las luchas pretéritas. De la Villa fue Francisco Ayala, quien derramó su sangre por la Independencia, peleando a las órdenes del gran Morelos, en el famoso sitio de Cuautla; de Anenecuilco fue Cristino Zapata, un digno ascendiente del Caudillo agrarista, quien, junto con Rafael Sánchez, también de Ayala, luchó en las guerras de la Reforma y del Imperio; de la misma histórica población morelense fue Modesto Reyes, un valiente revolucionario tuxtepecano.
¿Por qué en la Revolución de 1910, en esa formidable lucha de los desheredados, de los miserables esclavos de las haciendas, de los desnudos del cuerpo y del alma, no habían de surgir de Villa de Ayala y de Anenecuilco los que trocaran la azada por el fusil que, cuando menos, les ofrecía una muerte digna en el supremo esfuerzo para conquistar el derecho a la vida?
Los dos pueblos hicieron honor a su tradición de patriotismo y si de Villa de Ayala surgieron Juan Sánchez, Pablo Torres Burgos y otros más, de Anenecuilco salió Emiliano Zapata, que había de hacer inmortal el nombre de las dos poblaciones,
Nobles impulsos de rebeldía
Hijo de don Gabriel Zapata y de doña Cleofas Salazar, nació Emiliano Zapata en Anenecuilco, por el año de 1877 (Señala el General Gildardo Magaña que a causa de la destrucción de los archivos del Registro Civil en Anenecuilco no le ha sido posible precisar con exactitud la fecha del nacimineto de Emiliano Zapata. Precisión de Chantal López y Omar Cortés.
Muy pequeño aún, con su hermano Eufemio, ayudaba en las faenas del campo a su padre. Alguna vez el honrado labriego comentaba uno de tantos despojos que de las tierras ejidales hacían las haciendas vecinas, y tuvo frases de justo y duro reproche para el Gobierno que toleraba aquellos sistemas de expoliación implantados por los ricos propietarios de los latifundios morelenses y que imponían la esclavitud peor que en los tiempos de la Dominación. El pequeño Emiliano al oír aquellos angustiosos comentarios, dirigiéndose a su padre y al compañero con quien conversaba, en tono enérgico, revelador del firme y justiciero espíritu de aquel mozo, aún no adolescente, les preguntó:
- ¿Y por qué no se juntan todos ustedes los del pueblo y se apoderan de las tierras que les han quitado?
- No, hijo -replicó el bondadoso don Gabriel, sonriendo con tristeza ante aquella proposición que él juzgaba ingenuidad de su pequeño retoño-, no seas tonto, contra el dominio de los señores hacendados nada se puede hacer; ellos lo tienen todo.
- ¿No se puede? Dejen que yo crezca y verán si yo puedo recuperar las tierras que nos han quitado -replicó enérgicamente el jovenzuelo.
Ninguna importancia se dió a aquel ofrecimiento, pero en la mente del hijo quedaron grabadas las palabras del padre.
Un obtigado destierro
El día 15 de junio de 1897, en Anenecuilco, Morelos, al celebrar una fiesta pueblerina, Emiliano Zapata, que entonces tenía 20 años de edad, fue aprehendido por la policía del lugar, por lo indomable de su carácter, y atado de codos con una reata, se le llevaba a la cárcel del pueblo. Inmediatamente que Eufemio tuvo conocimiento del suceso, se dirigió, en compañía de un amigo, al encuentro de los policías, a quienes, pistola en mano, increpó duramente; con un cuchillo cortó la reata que sujetaba a Emiliano, quien, ya en libertad, tuvo que huir del pueblo en unión de su hermano. Se encaminaron entonces hacia el Sur del Estado de Puebla, a la hacienda de San Nicolás de Tolentino, distrito de Matamoros, en la que prestaba sus servicios como empleado el señor Frumencio H. Palacios, originario de Cuautla, Morelos, viejo amigo de Eufemio y a quien éste le comunicó lo ocurrido. El señor Palacios, que conocía a aquellos rancheros como gente honrada, obtuvo en la cercana hacienda de Jaltepec una modesta colocación para Emiliano, como potrerero, la cual estuvo desempeñando a satisfacción de sus patrones, aproximadamente un año, tiempo en que su tío don José Merino pudo arreglar con las autoridades del lugar que no se le molestara.
Regresó, pues, a su pueblo en 1898, dedicándose a sus habituales labores agrícolas.
Los haceádados de Morelos -lo repetiremos una vez más-, no satisfechos con las exageradas extensiones de sus propiedades y apoyados por los gobernantes, hacendados también, y por los jueces venales, en cuyas manos la justicia era mercancía, valiéndose de chicanas, que constituían verdaderos actos delictuosos, consumaban el despojo de los ejidos de los pueblos que tenían la desgracia de colindar con sus feudos.
Tocó su turno a Villa de Ayala y a Anenecuilco y entonces Emiliano Zapata, encabezando a los principales perjudicados, acudió primeramente a profesionales de México, para que defendieran los derechos de sus convecinos y, más tarde, cuando vió que la justicia se impartía al antojo de los hombres del poder, convocó a los moradores de Ayala y de Anenecuilco, para invitarlos a defender, con las armas, las tierras de sus pueblos.
Esta actitud enérgica, valiente y justa, alarmó e indignó a los hacendados y a su aliado, el Gobernador de Morelos. La leva, el odioso sistema para cubrir las plazas vacantes en el Ejército, de que tanto abusó el régimen de Porfirio Díaz; la leva, implacable contra el débil y contra el desvalido, llevó a Zapata al cuartel del 9° regimiento de caballería que, en aquel entonces (1908), comandaba el coronel Alfonso Pradillo y guarnecía la plaza de Cuernavaca. Zapata tuvo a su favor la influencia de hombres adinerados, entre los que se encontraba don Ignacio de la Torre y Mier, quien lo estimaba particularmente por su habilidad como charro, y debido a esto, sólo permaneció en las filas federales algo más de seis meses.
Al quedar en libertad fue invitado a pasar a la ciudad de México, por don Ignacio de la Torre, quien había adquirido unos finísimos caballos y deseaba que Zapata le arrendara dos de ellos. Fue al llamado, y años después nos contaba la honda huella que en su espíritu había dejado ver que en las mansiones señoriales de los hacendados, hasta los caballos, rodeados de toda clase de comodidades y de lujos, en elegantísimos pesebres, gozaban de la vida, como no era dable a los campesinos.
Poco después intentó dedicarse de nuevo a las tareas campestres en su pueblo; pero los altaneros caciquillos sentían rencor hacia Zapata, pues siempre se vió y se comprobó que cuanto más insignificante era el poder del mandón a sueldo del gobierno o del hacendado, más grandes eran sus odios contra el osado que se le enfrentaba sin más apoyo que la razón y la justicia.
Zapata, blanco de capataces y de jefes políticos, hubo de ausentarse de su tierra natal y fue a prestar sus servicios como arrendador de los finos caballos de un señor Martínez, de origen español, residente en Chietla, Puebla.
Participación en la campaña política
Allí permaneció hasta el año 1909, en que las elecciones para Gobernador de Morelos avivaron en él sus entusiasmos por el mejoramiento de su pueblo.
Era candidato oficial, es decir, de imposición, el teniente coronel Pablo Escandón, hacendado morelense y elemento incondicional de la Dictadura.
Inútil es decir que se afilió, desde luego, en el partido de oposición que postulaba a don Patricio Leyva, a sabiendas de que todo esfuerzo sería vano en contra de la voluntad del Gran Elector; pero, en cambio, aquella oportunidad le brindaba ocasión para levantar el ánimo de sus conciudadanos y utilizar sus energías en su propósito de reivindicación.
A su espíritu fuerte, hecho para las grandes empresas, unía una voluntad férrea, forjada en todos los dolores de su raza; el servicio de la idea, débil esbozo de su obra futura, puso el indómito poder de esa voluntad y la firmeza de su espíritu rebelde.
Los leyvistas fueron derrotados por el capricho del porfirismo; pero Zapata había logrado hacer prosélitos, y se convirtió en jefe de un grupo que, si bien carecía de organización, de orientaciones políticas y de dirección intelectual, contaba con la espontánea y sincera adhesión de las clases trabajadoras de Morelos.
Continuó, bajo el gobierno de Escandón, el nefando cacicazgo; se exacerbaron contra los leyvistas las persecuciones y muchos pagaron con el destierro en los malsanos climas de Quintana Roo, sus arrebatos democráticos. En las haciendas se continuó succionando la vida de los infelices jornaleros y para todo campesino que no quisiera someterse al yugo, pesó la arbitrariedad de los pequeños mandones, jefes políticos, comandantes de rurales, jefes de policía.
El Plan de San Luis Potosí y el problema agrario
Al lanzarse Madero a la Revolución con el Plan de San Luis Potosí como bandera, ofreció al pueblo de la República, en materia de reivindicación agraria, lo que en la parte relativa del tercer artículo de dicho histórico documento, a la letra dice:
Abusando de la Ley de Terrenos Baldíos, numerosos pequeños propietarios, en su mayoría indígenas, han sido despojados de sus terrenos, ya por acuerdo de la Secretaría de Fomento, o por fallos de los Tribunales de la República. Siendo de toda justicia restituir a sus antiguos poseedores los terrenos de que se les despojó de un modo tan arbitrario, se declaran sujetos a revisión tales disposiciones y fallos y se exigirá a los que los adquirieron de un modo tan inmoral, o a sus herederos, que los restituyan a sus primitivos própietarios, a quienes pagarán también una indemnización por los perjuicios sufridos. Sólo en el caso de que estos terrenos hayan pasado a tercera persona, antes de la promulgación de este plan, los antiguos propietarios recibirán indemnización de aquellos en cuyo beneficio se verificó el despojo.
Cierto que el artículo preinserto distaba mucho de tocar el verdadero fondo del problema, ya que tan sólo se refería a remediar los abusos cometidos al amparo de la ley de terrenos baldíos, declarando sujetos a revisión las disposiciones y fallos relativos; pero fue un rayo de esperanza para quienes habían sufrido el despojo de sus tierras, y nada más lógico ni más humano, que el esclavizado pueblo morelense, al encontrar la oportunidad para reconquistar lo suyo, fuera a la lucha armada y respondiese al llamado de Madero, con el propósito de exigir justicia al triunfo de la causa popular, a cambio del sacrificio que significaba esa lucha.
INICIACION DE LA LUCHA
Preliminares de la campaña maderista
Campo amplio y propicio a su intenso desarrollo encontró en ese ambiente de opresión el sentimiento rebelde latente que existía en todo el país, y que vivificó el entusiasmo y la fe de don Francisco I. Madero.
Las primeras floraciones sangrientas correspondieron a Puebla, el 18 de noviembre de 1910.
Escasa propaganda se hizo en el Estado de Morelos, por lo que hasta mediados de diciembre de ese año manifestaron sus actividades bélicas Emiliano Zapata y Pablo Torres Burgos, quienes tenían ascendiente en la clase popular.
Conocían a fondo el estado de ánimo que predominaba entre sus conterráneos y comprendieron que la idea libertaria tendría en Morelos esforzados defensores en todo el peonaje de las haciendas. Sondearon el sentir de sus amigos más íntimos y decidieron celebrar una junta, enteramente reservada y con muy contados elementos, en un punto de la serranía de Morelos. Allí concurrieron, además de los citados, Margarito Martínez, Catarino Perdomo, Gabriel Tepepa y algunos otros.
En la junta se acordó que Pablo Torres Burgos, indudablemente el más ilustrado de la reunión y no el menos entusiasta, marchara a San Antonio, Texas, a conferenciar y recabar instrucciones de don Francisco I. Madero o de la Junta Revolucionaria que en aquella población norteamericana estaba funcionando.
Y allá fue el animoso suriano y regresó (no tan pronto como sus compañeros hubieran deseado) siendo portador de noticias halagadoras, de nombramientos y de instrucciones para los que deberían encabezar la rebelión suriana.
Principio de la Revolución en Morelos
Pero sucedió que Gabriel Tepepa, uno de los comprometidos para rebelarse, impaciente por la involuntaria tardanza de Torres Burgos, se levantó en armas el 7 de febrero de 1911 en su pueblo, Tlaquiltenango, cercano a Jojutla, dando así principio a la Revolución en el Estado de Morelos.
Celebrábanse las típicas y pintorescas fiestas de los tres viernes de aquella cuaresma de 1911. Era el segundo de ellos, 10 de marzo, y siguiendo la inveterada costumbre, celebrábase la feria en Cuautla. Con ese motivo, Torres Burgos, Zapata y sus amigos, como lo habían hecho en tantas otras ocasiones, se reunieron en la histórica ciudad. y entre las delicias del jaripeo, alegre y varonil, entre el cantar desafiante de los gallos, listos para la pelea, en medio de la algarabía del palenque y entre las copas servidas en la cantina, pletórica de camaradas que también sufrían, aquellos hombres decidieron la sublevación en favor del pueblo humilde, que no era tan feliz como aparentaba en esos días de fiesta, en que los peones y aparceros de las haciendas iban a gastar los anticipas que les había hecho el patrón, del brazo de sus mujeres engalanadas con rebozo y enaguas nuevos, y que, así como ellos abandonaban momentáneamente el arado y la pala, ellas se olvidaban del metate y del tlecuil, para disfrutar de esas festividades, más profanas que religiosas, paréntesis en la vida misérrima del esclavo de los campos.
La feria terminó y Pablo Torres Burgos, Emiliano Zapata y Rafael Merino abandonaron Cuautla ya decididos a lanzarse a la lucha armada, Pasaron por Villa de Ayala, y allí organizaron una guerrilla que ascendía escasamente a setenta hombres, entre quienes se hallaban Catarino Perdomo, Próculo Capistrán, Miguel Rojas, Juan Sánchez, Cristóbal Gutiérrez, Julio Díaz, Zacarías y Refugio Torres, Jesús Becerra, Bibiano Cortés, quien era comandante de policía, Serafín Placencia, Maurilio Mejía y Celestino Benítez. Aquel grupo de valientes se dirigió a Quilamula y bien pronto se vió aumentado por los adeptos que ganaba, esparciendo por todas partes la fe en el triunfo de su causa.
De Quilamula se encaminaron hacia el rancho de Alseseca, del Estado de Puebla, limítrofe con Morelos, permaneciendo allí tres días, durante los cuales mandaron enviados a los diversos correligionarios del rumbo, para invitarlos a que tomaran las armas en contra de la Dictadura.
Don Pablo Torres Burgos, jefe del incipiente movimiento rebelde, ordenó que aquella fuerza se fraccionara en tres grupos, quedando comandados por él, por Emiliano Zapata y por Rafael Merino, respectivamente.
La pequeña columna, que ascendía a ciento veinte hombres mal armados, bien pronto se vió reforzada por nuevos elementos que, a su paso por Huachinantla y Mitepec, también del Estado de Puebla, le allegaron los jefes Amador Acevedo, Margarito Martínez, Gabriel Tepepa, Jesús Sánchez y otros que se les incorporaron.
Torres Burgos en unión de Tepepa salió de Mitepec rumbo a Jojuutla donde tenían que agregárseles nuevos correligionarios. Dió instrucciones a Zapata para que iniciara sus actividades en el Sur de Puebla, y a Rafael Merino para que marchase a operar con su guerrilla por el rumbo de Jonacatepec, del Estado de Morelos.
El primer encuentro de las fuerzas rebeldes
Zapata entonces tomó camino de Jolalpan, donde se le unió Franco Pliego con fuerte grupo de campesinos, haciendo cosa igual Miguel Cortés, al paso de la columna del guerrillero por Teotlalco y Tlahuzingo. De allí se dirigió a Axochiapan. En la estación del ferrocarril se libró la primera acción de armas, en la que fueron derrotadas las fuerzas de Javier Rojas.
Tres días antes de este encuentro, había sido colgado y quemado vivo, en la plaza antes mencionada, el jefe revolucionario Alejandro Casales, que fue hecho prisionero por las fuerzas gobiernistas.
Después de dejar organizados los servicios públicos en Axochiapan, la fuerza revolucionaria se dirigió al Sur del Estado de Morelos.
El 24 de marzo la flamante columna se apoderó de Tlaquiltenango y Jojutla, importantes plazas morelenses, en las que los revolucionarios se hicieron de elementos indispensables para la campaña, evacuándolas en seguida y regresando por Los Hornos hacia los límites de Morelos y Puebla.
Asesinato de Pablo Torres Burgos
Diferencias surgidas al ocupar las dos plazas mencionadas, entre Pablo Torres Burgos, jefe del movimiento, por designación de la Junta Revolucionaria maderista, y el viejo guerrillero Gabriel Tepepa, a quien muchos de los sublevados reconocían como jefe de hecho, obligaron a aquél a separarse del grupo y a que marchase, acompañado de sus dos hijos, David y Alfonso, por un rumbo distinto al que seguían las guerrillas que comandaban Zapata y Tepepa.
Pablo Torres Burgos, honrado a carta cabal y enemigo de la violencia, protestó porque algunos de los soldados de Tepepa habían saqueado e incendiado, al apoderarse de Jojutla, dos tiendas de españoles, enemigos de la causa popular. Impulsado por sus generosos sentimientos pretendía hacer una revolución ordenada, pero Tepepa se opuso y opinó que había que emprender un movimiento radical y hacer sentir el peso de la indignación popular en los intereses y en las personas de los expoliadores del pueblo. Por eso en la junta que celebraron entre Torres Burgos, Tepepa, Zapata, Juan Sánchez y otros jefes de menor significación, no se pudo llegar a un acuerdo en el sentido que deseaba Torres Burgos, dando como resultado que el último se separara del grupo, dirigiéndose con sus dos hijos y su asistente, por el camino que conduce a Moyotepec. Se detuvo en la barranca de Rancho Viejo, de donde envió a su pequeño hijo Alfonso, de doce años de edad, a que buscara en su casa, en Villa de Ayala, algunos alimentos. En el camino de este último punto a Tlaltizapán, el joven fue sorprendido y hecho prisionero por las fuerzas de Javier Rojas, a cuyo frente iba el capitán Gálvez acompañado de las que comandaba personalmente don Enrique Dabadié, Jefe Político de Cuernavaca.
Con amenazas primero, y después con ofrecimientos de que ningún daño harían a su padre, los jefes de las fuerzas gobiernistas obligaron al niño a que los condujera al sitio en que se encontraba oculto el autor de sus días y tan pronto como lo tuvieron a la vista, dos descargas de fusilería segaron las vidas del iniciador del movimiento de Morelos, de David, su otro hijo, y de su fiel asistente que lo acompañaba.
Así terminó la vida de aquel honrado luchador.
Los cadáveres de las tres víctimas fueron exhibidos en el Portal del Palacio Municipal de Cuautla; las armas del Gobierno se cubrían de gloria en los partes oficiales y la prensa conservadora publicó los retratos de los victoriosos jefes que, en reñido combate, habían dado fin al movimiento revolucionario de Morelos, al acabar con quien lo había iniciado.
Zapata, jefe del movimiento morelense
El 29 de marzo, a las siete de la mañana, el estruendo que produjo una de las locomotoras de la hacienda de Chinameca, al romper el portón del lado de Huichila, hizo comprender la presencia de los revolucionarios, quienes, a las órdenes de Emiliano Zapata, penetraron violentamente al patio de la hacienda, se apoderaron de cuarenta rifles Savage, con su correspondiente dotación de cartuchos, así como de todos los caballos, y abandonaron después aquella finca.
El 4 de abril el grueso de los insurgentes había acampado en Tepexco y sólo Tepepa con su gente permaneció en Amayucan, muy cercano a aquel pueblo.
A la madrugada siguiente Tepepa fue atacado por tropas federales, las que, derrotadas al ser combatidas por los maderistas de Zapata, se replegaron a Jonacatepec.
Sólo el entusiasmo de aquella gente, que aumentaba día a día, pudo hacerle pretender un ataque a la mencionada población, cabecera de uno de los distritOs de Morelos, que estaba guarnecida por tropas federales, cuyas posiciones y elementos de combate podían nulificar cualquier esfuerzo de la gence de Zapata, mal provista de parque y peor armada. El tiroteo se prolongó durante la noche, y en las primeras horas de la mañana el jefe ordenó la retirada, que fue sostenida por Felipe Neri y que se efectuó por el camino de Tepalcingo, tocando este pueblo, de donde continuó la marcha hasta Chiautla, del Estado de Puebla. En esta plaza, los revolucionarios se apoderaron de más de ochenta rifles y de buena dotación de parque. El pueblo de Huehuetlán, en masa, se acercó al coronel Emiliano Zapata, pidiendo un enérgico castigo en contra del jefe político, un señor de apellido Andonaegui, quien, sólo por sospechas, había asesinado a muchos vecinos inocentes de dicho lugar, a quienes incendió sus casas. El cacique fue ejecutado públicamente.
Allí la tropa tomó descanso. y los jefes meditaron sus planes para el futuro. Se acordó entonces que Gabriel Tepepa con sus fuerzas y en unión de Juan Andrew Almazán, quien con entusiasmo de estudiante se había lanzado a la Revolución, marcharan hacia el Valle de Huamuxtitlán del Estado de Guerrero, y que el resto de la columna, al mando de Zapata, regresara por Chietla e Izúcar de Matamoros.
El 17 de abril fue ocupada esta última plaza, pues había sido evacuada por los gobiernistas.
Era verdaderamente la iniciación de la campaña, la columna al mando de Emiliano Zapata había aumentado su contingente a cerca de mil hombres que sumaban las guerrillas a cuyo frente estaban los que, andando el tiempo, habrían de ser generales del Ejército libertador: Jesús Morales, Jesús Navarro, Felipe Neri, Pioquinto Galis, Fermín Omaña, Jesús Jáuregui, Francisco Mendoza, Margarito Martínez, Ignacio Maya, Vicente Cadena, Emigdio Marmolejo, Rafael Merino y Pablo Brito.
Al día siguiente las fuerzas federales, al mando del coronel Aureliano Blanquet, atacaron Matamoros e infligieron la primera derrota al núcleo maderista, que tomó rumbo a Jolalpan, adonde llegó el 22.
Rafael Merino, uno de los jefes más entusiastas, y Bibiano Cortés, perdieron la vida en el combate.
Se encontraban en Jolalpan los jefes insurgentes guerrerenses Ambrosio Figueroa, Federico Morales y Ernesto Castrejón, con 200 o más hombres, y de acuerdo con Zapata tuvieron una junta, en la que se resolvió atacar Jojutla, debiendo hacerlo Figueroa pór el lado Sur y Zapata por el Oriente, o sea por Tlaquiltenango.
En esta junta se acordó también reconocer a Zapata como General en Jefe de las fuerzas morelenses; con tal motivo se redactó una acta, y desde el momento quedó considerado con ese carácter.
Las tropas del ya general Zapata llegaron el 24 a Huautla, Mor., con objeto de tomar los dispositivos necesarios para el asalto a la plaza mencionada.