EMILIANO ZAPATA
Y EL
AGRARISMO EN MÉXICO
General Gildardo Magaña
TOMO I
CAPÍTULO IX
EN PLENA REVOLUCIÓN MADERISTA
Suspensión de garantías
Al igual que en Morelos, el movimiento armado en contra de la Dictadura cobraba mayor fuerza en el resto del país, y como medida de represión, el gobierno del general Díaz envió un proyecto de Ley de Suspensión de Garantías Individuales a la Cámara de Diputados, proyecto que fue desde luego aprobado. He aquí su texto:
La Comisión Permanente del Congreso de la Unión, en uso de la facultad que le concede el artículo 29 de la Constitución Federal, aprueba la iniciativa del Presidente de la República, acordada en Consejo de Ministros, y en consecuencia, decreta:
Artículo 1° Quedan suspensas exclusivamente para los responsables de los delitos que se enumeran en el artículo 2° de esta ley, las garantías otorgadas en la primera parte del artículo 13, en la primera parte del artículo 19 y en los artículos 20 y 21 de la Constitución Federal.
Artículo 2° Quedan sujetos a las disposiciones de esta ley:
I Los salteadores de caminos, comprendiéndose entre ellos los que sin derecho detengan o descarrilen los trenes de las líneas férreas; los que quiten, destruyan o dañen los rieles, durmientes, clavos, tornillos, planchas que los sujetan, cambiavías, puentes, túneles, terraplenes o cualquiera otra parte de una vía férrea; los que pongan en ella obstáculos que puedan producir accidentes; los que separen, inutilicen o dañen las locomotoras, carros o vehículos del servicio; los que cambien las señales; los que disparen armas de fuego, lancen piedras u otros objetos sobre los trenes, o pongan explosivos destinados a destruirlos, y en general, los que ejecuten cualquier acto contra la seguridad o integridad de las vías férreas o contra su explotación.
II. Los que sin derecho corten o interrumpan las comunicaciones, destruyendo o inutilizando los postes, alambres, aparatos o cualquiera parte o accesorio de una línea telegráfica, o de transmisión de energía eléctrica, o que ejecuten cualquier acto contrario a la seguridad e integridad de las instalaciones destinadas a producir esa energía, o que impidan su explotación.
III. Los que bajo cualquiera forma cometan el delito de plagio, definido en el artículo 626 del Código Penal del Distrito Federal.
IV. Los que cometan el delito de robo con violencia a las personas en despoblado, o mediante ataque a una población o finca rústica.
Artículo 3° Serán castigados con la pena de muerte los culpables de los hechos enumerados en las fracciones I y III del artículo anterior, resulte o no de ellos muerte o lesión, así como los culpables de los delitos enumerados en las fracciones II y IV del mismo artículo, siempre que sean ejecUtados en camino público, sea o no de hierro y vayan precedidos, acompañados o seguidos del delito de homicidio con alevosía, premeditación o ventaja, o a traición, o del delito de incendio.
Los demás hechos comprendidos en el artículo 2° de esta ley, serán castigados con la pena de cinco a doce años de prisión, según las circunstancias.
Artículo 4° A los culpables sorprendidos in fraganti delito y que tengan señalada la pena capital, se les aplicará ésta sin más requisitos que el levantamiento de un acta por el Jefe de la fuerza aprehensora, en que se hará constar la comprobación del cuerpo del delito, el hecho de la aprehensión in fraganti y la identificación de las personas culpables.
Artículo 5° Los culpables que no fueren aprehendidos in fraganti y los que no tengan señalada como pena la capital, serán juzgados sumaria y verbalmente por las autoridades cuyos agentes hayan hecho la aprehensión, bien sean las autoridades políticas o los jefes militares de la Federación o de los Estados.
El término para la averiguación será de ocho días, improrrogables, contados desde que el inculpado esté a disposición de la autoridad que lo juzgue. Durante los siete primeros días podrán los procesados presentar las pruebas y defensas que a su derecho convengan.
El octavo día se pronunciará sentencia, imponiendo, en caso de condenación, la pena que corresponda conforme al artículo 3°
Las actas levantadas por las autoridades políticas o las militares, en su caso, se publicarán en el periódico del Estado, Distrito o Territorio en que se cometió el delito.
Artículo 6° Las sentencias pronunciadas en virtud de esta ley, siempre que los culpables no sean aprehendidos in fraganti, se ejecUtarán sin más recurso que el indulto. Interpuesto el recurso, se suspenderá la ejecución de la sentencia, y se remitirá el proceso, original o en copia, por el conducto más seguro y rápido, al Presidente de la República, para su resolución. Concedido el indulto, el Presidente podrá conmutar o reducir la pena.
Artículo 7° La suspensión a que se refiere el artículo 1° de la presente ley, durará seis meses, contados desde la fecha en que sea promulgada.
Artículo 8° Se autoriza al Ejecutivo para que, dentro de los límites que marca esta ley, dicte todas las medidas reglamentarias que juzgue convenientes para su exacta aplicación.
Sala de Comisiones de la Comisión Permanente, marzo 13 de 1911.
Daniel García.
Rosendo Pineda.
Adolfo Fenochio.
José N. Macías.
Alonso Mariscal.
E. Maqueo Castellanos.
El complot de Tacubaya
La suspensión de garantías no fue óbice para que en la misma capital de la República se conspirase en contra del Gobierno y se preparara un movimiento que debería estallar en la metrópoli, secundado por oficiales jóvenes del Ejército Federal, afines a la causa maderista, entre quienes recordamos a Ignacio Flores Palafox, Agustín Maciel y Salvador González Torres.
Núcleos considerables de obreros de Tizapán, San Angel y de otros lugares, por conducto de sus representantes, también ofrecieron con entusiasmo colaborar en la peligrosa empresa.
Eran varios los grupos de conspiradores que forma aislada entre sí; pero todos reconocían como jefe y acataban las órdenes del ingeniero Camilo Arriaga.
La esposa de este señor confeccionó los distintivos que deberían utilizarse el día de la sublevación. Su cuñada reprodujo en máquina las proclamas revolucionarias.
Alfredo B. Cuéllar y José Hernández manufacturaron bombas para el propio movimiento, en un corral que tenía Gabriel Hernández por las calles de Guerrero.
Uno de los citados grupos lo integraban: la culta y abnegada escritora revolucionaria señorita Dolores Jiménez y Muro, Francisco J. Múgica y su hermano Carlos, Antonio Navarrete, Francisco Sánchez Correa, Joaquín Miranda padre y Joaquín Miranda hijo, Alfonso Miranda, Gabriel Hernández, José Pinelo, Francisco y Felipe Fierro, Francisco Maya, Miguel Frías, Felipe Sánchez, los hermanos Melchor, Rodolfo y Gildardo Magaña y algunas otras personas cuyos nombres de momento escapan a nuestra memoria.
De entre los que pertenecían a distintos núcleos, y que conspiraban de acuerdo con el ingeniero Camilo Arriaga, recordamos a José Vasconcelos, José Rodríguez Cabo, Gustavo Durón González, Santiago R. de la Vega, Juan Jiménez Méndez, la señora madre de este correligionario, que trabajó incansablemente; la señora Juana B. Guriérrez de Mendoza, periodista y luchadora activa, Porfirio Meneses Córdova, Domingo Ramírez Garrido, Flavio Solís, Huidobro de Azúa, José Neira, Juan Torices Mercado, Luis Cid, Santiago Orozco, José N. Valdés, José Carrillo, Fortino B. Serrano Ortiz, Blas Espinosa, Samuel A. Ramírez, un ferrocarrilero de apellido Martínez, que cayó prisionero la noche en que fracasó el golpe, y los entonces estUdiantes de medicina, ahora médicos, José Siurob, Guillermo Gaona Salazar, León Gual, Tomás Valle, José Guadalupe Gracia García y Julián Sánchez Barquera.
La actitud del Gobierno al suspender las garantías individuales, que prácticamente no habían existido para los desafectos al régimen podirista, fue interpretada por el grupo de revolucionarios citados arriba, como una medida de la Administración para proceder en forma vjolenta en contra de quienes manifestaran su descontento.
Se proyectó entonces la formación de un Plan, que a la vez que constituyera una enérgica protesta contra la medida tomada por el Ejecutivo, contuviese en forma amplia las reformas que en materia social se consideraron necesarias para beneficio del país. Y así fue cómo, después de algunos días de largas deliberaciones, se aprobaron los quince puntos que figuran en dicho interesante documento, al que, a solicitud unánime del grupo, dió forma la entusiasta señorita Dolores Jiménez y Muro y el cual a la letra dice:
Plan político-social
Proclamado por los Estados de Guerrero, Michoacán, Tlaxcala, Campeche, Puebla y el Distrito Federal.
Considerando que la situación que pesa sobre los mexicanos es verdaderamente aflictiva, debido a los gobernantes que hoy suspenden las garantías individuales, sólo para derramar a torrentes la sangre de los mexicanos dignos, no bastándoles para sofocar el actual movimiento revolucionario, a que han dado lugar con sus incesantes abusos, haber suprimido la prensa independiente, cerrado clubes, prohibido toda manifestación reveladora de la opinión pública y llenado las cárceles, sin respetar ni a las mujeres de ciudadanos enemigos de la tiranía;
Considerando que estos gobernantes se entronizaron, en un principio, por medio del engaño, pues proclamaron, para ello, lo mismo que hoy combaten: Sufragio Efectivo y No Reelección, y establecieron, en lugar de estos principios a que debieron el triunfo, la más absoluta, la más abusiva, la más sangrienta de las dictaduras, siendo por lo mismo reos de estafa, respecto de los puestos que ocupan, de traición a sus propias doctrinas y de abuso de poder, unido al fraude en las pasadas elecciones;
Considerando que en nuestro sér político y social es preciso llevar a cabo ciertas reposiciones y reformas, exigidas por las necesidades de la generación contemporánea, las cuales son imposibles de realizar bajo el régimen de un gobierno dictatOrial y plurócrata, como el que tenemos;
Considerando, en fin, que el Pueblo es SOBERANO ÚNICO y el SUPREMO LEGISLADOR, pues todo el que expide leyes o gobierna en algún sentido, es porque ha recibido del pueblo el poder para ello, nos hemos reunido varios grupos, cuyo número pasa de 10,000 de esa gran colectividad, pertenecientes a los Estados de Guerrero, de Tlaxcala, de Michoacán, de Campeche, de Puebla y al Distrito Federal, los cuales, por medio de nuestros representantes, cuyos nombres no se expresan por ahora, en atención a que NO TENEMOS GARANTÍAS, proclamamos el siguiente plan, invitando a todos nuestros conciudadanos para que le adopten, por convenir así a las necesidades de la Nación y a una época de regeneración y reforma:
I. Se desconoce al Presidente y Vicepresidente de la República, a los senadores y diputados, así como a todos los demás empleados que son electos por el voto popular, en virtud de las omisiones, fraudes y presiones que tuvieron lugar en las elecciones pasadas;
II. El general Díaz, con sus ministros, Miguel Macedo, que desempeña el puesto de Subsecretario de Gobernación, los miembros de las comisiones unidas que votaron por la SUSPENSIÓN DE GARANTÍAS, los jueces que, teniendo a su cargo los procesos de los llamados reos políticos, han violado la Ley por obedecer una consigna o han, por lo mismo, retardado una sentencia justa, LOS TRAIDORES A LA CAUSA Y TODOS LOS JEFES DEL EJÉRCITO, QUEDAN FUERA DE LA LEY; SE LES JUZGARÁ SEGÚN LAS DISPOSICIONES QUE ELLOS HAN TOMADO RESPECTO DE LOS INSURRECTOS;
III. Se reconoce, como Presidente provisional y jefe supremo de la Revolución, al señor Francisco I. Madero;
IV. Se proclama, como Ley suprema, la Constitución de 1857, el Voto Libre y la No Reelección;
V. Se reformará la Ley de Imprenta, de un modo claro y preciso, determinando los casos en que una persona puede quejarse justamenre de difamación, así como también los casos en que es un delito trastOrnar el orden público, atendiendo a las causas y fines del hecho, para castigar debidamente al culpable, si el trastorno mencionado constituye efectivamente un delito;
VI. SE REORGANIZARÁN LAS MUNICIPALIDADES SUPRIMIDAS;
VII. QUEDA ABOLIDA LA CENTRALIZACIÓN DE LA ENSEÑANZA, ESTABLECIENDO, EN SU LUGAR, LA FEDERACIÓN DE LA MISMA;
VIII. Se protegerá en todo sentido a la raza indígena, procurando, por todos los medios, su dignificación y su prosperidad;
IX. TODAS LAS PROPIEDADES QUE HAN SIDO USURPADAS PARA DARLAS A LOS FAVORECIDOS POR LA ACTUAL ADMINISTRACIÓN, SERÁN DEVUELTAS A SUS ANTIGUOS Y LEGÍTIMOS DUEÑOS;
X. SE AUMENTARÁN LOS JORNALES A LOS TRABAJADORES DE AMBOS SEXOS, tanto del campo como de la ciudad, EN RELACIÓN CON LOS RENDIMIENTOS DEL CAPITAL, para cuyo fin se nombrarán comisiones de personas competentes para el caso, las cuales dictaminarán, en vista de los datos que necesiten para esto;
XI. LAS HORAS DE TRABAJO NO SERÁN MENOS DE OCHO NI PASARÁN DE NUEVE;
XII. LAS EMPRESAS EXTRANJERAS establecidas en la República EMPLEARÁN EN SUS TRABAJOS LA MITAD CUANDO MENOS, DE NACIONALES MEXICANOS, tanto en los puestos subalternos como en los superiores, con los mismos sueldos, consideraciones y prerrogativas que concedan a sus compatriotas;
XIII. Inmediatamente que las circunstancias lo permitan, se revisará el valor de las fincas urbanas, a fin de establecer la equidad en los alquileres, evitando así que los pobres paguen una renta más crecida, relativamente al capital que estas fincas representan, a reserva de realizar trabajos posteriores para la construcción de habitaciones higiénicas y cómodas, pagaderas en largos plazos, para las clases obreras;
XIV. TODOS LOS PROPIETARIOS QUE TENGAN MÁS TERRENOS DE LOS QUE PUEDAN O QUIERAN CULTIVAR, ESTÁN OBLIGADOS A DAR LOS TERRENOS INCULTOS A LOS QUE LOS SOLICITEN, teniendo, por su parte, derecho al rédito de un 6 por ciento anual, correspondiente al valor fiscal del terreno;
XV. Quedan abolidos los monopolios, de cualquiera clase que sean.
¡Abajo la Dictadura! Voto Libre y No Relección.
Sierra de Guerrero, marzo 18 de 1911.
Los representantes.
El original fue firmado, en representación del Estado de Guerrero, por Joaquín Miranda padre y Joaquín Miranda hijo; de Michoacán, por Carlos B. Múgica, Antonio Navarrete, Rodolfo y Gildardo Magaña; de Tlaxcala, por Gabriel Hernández; de Campeche, por José Pinelo; de Puebla, por Francisco y Felipe Fierro, y del Distrito Federal, por Francisco Maya, Miguel Frías y Felipe Sánchez.
Lo suscribió también la señorita Dolores Jiménez y Muro, a cuyo cuidado se confió, una vez firmado por quienes integraban el grupo, pues siendo el proyecto repartir el Plan con toda profusión el día que estallara el movimiento en la ciudad de México, la misma señorita Jiménez y Muro sugirió la conveniencia de no hacer figurar los nombres en el documento, mientras algunos de los firmantes permanecieran en la metrópoli, y así se hizo.
Fracaso de la conspiración
La proclama se imprimió en número de 5,000 ejemplares, destinándose 3,000 para fuera de la capital y 2,000 que se repartieron en ella; el trabajo tipográfico fue ejecutado por el periodista de oposición señor Antonio Navarrete, en la pequeña imprenta que tenía en su casa en la plazuela de Villamil número 10, interior 12, ahora Plaza Aquiles Serdán. Varios ejemplares fueron entregados a la Junta Revolucionaria de San Antonio, Texas, por quien esto escribe, a principios de abril. Otro ejemplar fue remitido al hoy general Francisco J. Múgica, quien formaba parte del grupo y que con anterioridad había salido para dicha ciudad, con objeto de tratar con el señor Madero asuntos de interés para el movimiento revolucionario del Estado de Michoacán.
El documento causó magnífico efecto entre los mexicanos revolucionarios residentes en Texas, y se le dió publicación en el periódico órgano del Partido, que allí se editaba.
Por esos días llegó a México, procedente del Norte, con destino a Guerrero, Gabino Bandera Mata, quien posteriormente ostentó el grado de general en el Ejército Constitucionalista y por cuyo conducto fueron enviados varios ejemplares del Plan a los jefes revolucionarios de dicho Estado.
Al general y profesor Cándido Navarro, de Guanajuato, se le remitió tambiéo un buen nÚmero de ejemplares de los que devolvió uno calzado con su firma, en señal de aprobación; hicieron cosa igual los jefes revolucionarios michoacanos Marcos V. Méndez y Rentería Luviano.
Por causas que no llegaron a esclarecerse, fueron descubiertos los proyectos de los complotistas y el día señalado para iniciar el movimiento (27 de marzo), en vez de encontrarse los conspiradores con fuerzas amigas en el Cuartel de San Diego, fueron recibidos allí por Ramón Castro, apodado Patatas, jefe de la Gendarmería Montada, quien capturó a cuantOs iban llegando. Maciel y Flores fueron detenidos la tarde de la fecha indicada, dentro del mismo cuartel, en la subida de San Diego, en Tacubaya, lugar escogido para la iniciación de la lucha. José Pinelo, de nuestro grupo, fue hecho prisionero esa misma noche, así como varios compañeros pertenecientes a otros núcleos.
Por fortuna para los comprometidos, la maniobra fue descubierta gracias al valiente y modesto ferrocarrilero Flavio Solís, quien, dándose cuenta de que al entrar al cuartel se les desarmaba y aprehendía, sacó rápidamente su pistola y haciendo fuego sobre Castro, aprovechó la confusión del momento para ganar la calle y huir protegido por la obscuridad de la noche.
La opinión del general Zapata
Sánchez Correa, Múgica, Rodolfo Magaña y quien esto escribe, al darse cuenta del fracaso, regresaron a México para ocultarse momentáneamente; nosotros salimos para el Norte, cruzamos la frontera y llegamos a San Antonio, Texas, asiento de la Junta Revolucionaria maderista; nuestro hermano Rodolfo se unió a las fuerzas del jefe morelense Emiliano Zapata.
Cuando el líder suriano se enteró detenidamente del Plan Político-Social que recibió de manos de Rodolfo Magaña, entusiasmado le dijo:
- ¡Esto es precisamente por lo que peleamos, gordito, por que se nos devuelvan las tierras que nos han robado! Y agregó: ¿Quién hizo este documento?
- Son ideas de un grupo de compañeros revolucionarios -contestó Magaña-, y quien le dió forma fue una señorita muy entusiasta, culta y revolucionaria.
- Es bueno que les escribas ínvitándolos a mí nombre, para que se incorporen todos a nuestras filas; aquí nos hacen falta esos elementos.
Al día siguiente, cuando aún no aclaraba, el general Zapata sonriendo le dijo a Magaña, quien había pasado la noche cerca del lugar en que durmió el guerrillero:
- Oye, gordito; se conoce que tú no eres ranchero y no estás acostumbrado a estas cosas porque casi no dormiste, no más te estabas volteando de un lado para otro; ¿es duro el COLCHÓN-SUELO, verdad? Ya te irás acostumbrando, verás.
Rodolfo Magaña, de acuerdo con las instrucciones recibidas, escribió a los compañeros de México invitándolos a pasar a Morelos; pero cuando la carta llegó a la capital con la invitación de Zapata, ya estaban internados en la Penitenciaría del Distrito Federal la señorita Jiménez y Muro, Carlos Múgica, Antonio Navarrete y otros correligionarios.
La señorita Jiménez y Muro, digna representativa del esfuerzo de la mujer mexicana en pro del movimiento social de México, se incorporó posteriormente a la causa de Zapata, quien siempre la distinguió y le guardó las consideraciones a que era acreedora aquella insigne y patriota revolucionaria.
TERMINACION DE LA LUCHA MADERISTA EN MORELOS
¿Una repugnante celada?
Volver a atacar Jojutla, emporio de la región que produce el mejor azúcar y el mejor arroz del país, era un ardiente deseo de las huestes maderistas encabezadas por el general Zapata.
Profunda sorpresa causó, pues, la repentina, y por el momento inexplicable, determinación del jefe: no atacarían ya la rica plaza.
La razón era poderosa: algunos propios enviados a Jojutla, con el propósito de tomar informes acerca de las posiciones enemigas, regresaron trayendo desagradable noticia.
Los correligionarios residentes en ella comunicaron al general Zapata que no debía llevar a cabo el ataque, porque Ambrosio Figueroa estaba ya de acuerdo con la guarnición federal, así como con algunos hacendados, para hacerle caer en una celada que podía costarle la vida.
La artillería de que dispone la guarnición está toda apuntada hacia la entrada de Tlaquiltenango -afirmaban los informantes- y además, sabemos a ciencia cierta que, incorporado a sus fuerzas, se halla un individuo a quien le han ofrecido tres mil pesos por matar a usted y a los jefes Emigdio Marmolejo y Vicente Cadena.
Las investigaciones para descubrir al espía comenzaron desde luego, y Zapata, desistiendo de atacar Jojutla, se trasladó a Los Hornos en espera de nuevos acontecimientos. En esta hacienda se estableció el Cuartel General.
Entre la gente que se había incorporado a la columna a su paso por Axochiapan, había algunos nativos de Tlaltizapán, de Ticumán y de la Colonia; todos ellos morelenses que conocían perfectamente al general Zapata y que se habían levantado en armas secundando su movimiento, agregándose a la guerrilIa que formó Enrique Morales, hijo de Federico del propio apellido, quien los llevó con Ambrosio Figueroa.
Era de suponerse que algunos de estos individuos podrían dar luz en el asunto, y preguntando aquí y allá, el general Zapata adquirió detalles dignos de tomarse como verídicos y que hacían creer que efectivamente Figueroa había entrado en tratos con el gobierno que se combatía. Otro detalle vino a fortalecer la hipótesis: Figueroa no había atacado Jojutla ni había sido atacado por los federales, no obstante que llegó con su fuerza hasta los suburbios de la población y, por otra parte, al nombrar noche a noche el servicio de avanzadas, un individuo nativo de Villa de Ayala y que se había incorporado días antes, de nombre Rodrigo Cabezón, pedía siempre que junto con él hicieran aquel servicio Marmolejo y Cadena.
Este detalle lo hizo sospechoso y estrechado por un interrogatorio, confesó que era soldado de las fuerzas del coronel Javier Rojas, de guarnición en Cuautla, que había servido de guía al capitán Gálvez, que días antes había dado muerte a Pablo Torres Burgos, y aunque afirmó Cabezón que por simpatías a la Revolución había desertado del cuerpo federal, no pudo sincerarse del terrible cargo de espía y se llevó a la tumba el secreto de las maquinaciones urdidas contra Zapata.
La primera tráición que pareció haberse intentado contra el que más tarde fue Caudillo suriano, quedó frustrada por fortuna.
Capitulación de Jonacatepec
El 29 de abril la columna de Emiliano Zapata dejó su campamento de Los Hornos y marchó rumbo a Jalostoc con el propósito de atacar la plaza de Jonacatepec, defendida por un destacamento federal al mando del capitán León, cuyas fuerzas diezmadas, después de varios días de combatir durante sus veinticuatro horas, capitularon ante la poderosa avalancha de las tropas revolucionarias.
Una vez en poder de Jonacatepec, el general Zapata nombró autoridades civiles y marchó hacia la zona del Popocatépetl, en un rápido recorrido, durante el cual tomó la fábrica de Metepec y otras inmediatas a Atlixco, Puebla, donde después de combatir con los respectivos destacamentos federales, hizo buena provisión de ropa y artículos de primera necesidad, de que carecían las tropas, y regresó al Estado de Morelos.
Por esos días, y en Temoac, se unió a la ya numerosa falange revolucionaria el hermano del general Zapata, Eufemio, quien más tarde figuró prominentemente en el movimiento suriano.
Román Castro, de Yautepec, y Lucio Moreno, de Tepoztlán,. que poco antes habían hecho armas en contra de la Dictadura y que comandaban ya un grupo de trescientos hombres, derrotaron a la guarnición de Yautepec, apoderándose de la importante plaza el 1° de mayo.
No dejaremos pasar inadvertido un hecho que aconteció por aquellos días y que vino a robustecer las sospechas que el general Zapata abrigaba acerca de la conducta del jefe Ambrosio Figueroa.
El 2 de mayo llegó a la capital de la República e! teniente coronel Fausto Beltrán en unión de los señores Francisco Figueroa, hermano de Ambrosio, José Soto y Francisco Castrejón en misión pacifista cerca de! Gobierno de Díaz; representando estos tres últimos al grupo maderista que encabezaba el ya mencionado jefe Figueroa.
Se dijo entonces que, por mediación del Ministro de Hacienda, Ives Limantour, se había logrado la sumisión de dicho grupo revolucionario; mas el rápido desarrollo de los acontecimientos impidió la confirmación de tal hecho, que cuando menos pareció que se había intentado.
De Temoac continuó la columna hacia Yecapixtla, en donde acampó e! tiempo suficiente para tomar descanso y concertar el ataque a la H. Cuautla de Morelos, que vino a constituir uno de los sucesos culminantes de aquella etapa revolucionaria.
La toma de Cuautla
El sol de mayo enviaba el fuego de sus rayos sobre la histórica CuautIa, en la que la tranquilidad de la población se había convertido en un mar de conjeruras originadas por las versiones que hacían correr los que se habían refugiado, procedentes de Yautepec, Jonacatepec y otros lugares ya visitados por los revolucionarios, aumentando la verdad de los acontecimientos el hecho de verlas a través del pánico que engendraba la culpabilidad de quienes sentían aproximarse el momento de las represalias populares.
Cuautla estaba defendida por el 5° regimiento al mando del coronel Eutiquio Munguía, un cuerpo rural a las órdenes del comandante Gil Villegas y la policía del lugar.
El general Zapata, al frente de su ya poderosa columna, permaneció hasta el 12 de mayo del memorable año de 1911 en Yecapixtla, donde se le unieron Amador Salazar y otros jefes, todos los cuales, con gente valiente y animosa, habían hecho armas en contra de la Dictadura.
En el campamento de Yecapixtla todo era actividad, que se desplegaba en medio del entusiasmo de los jefes y oficiales alentados por los triunfos recientes y por las halagadoras noticias que llegaban del resto del país, sobre el empuje arrollador del movimiento libertario, a pesar de la reserva que intentaba guardar la prensa oficiosa y oficial.
La plaza fue pedida a la usanza de aquellos tiempos, y la contestación llegó también ajustada a los términos acostumbrados:
Mientras tenga un soldado y un cartucho, resistiré -decía Munguía.
El fuego se abrió el día 13 sobre la bien fortificada plaza. En Cuautlixco se estableció el Cuartel General y de allí fueron enviados los contingentes revolucionarios a los puntos que previamente se les habían señalado.
Concurrieron al famoso sitio el general Zapata, como General en Jefe, llevando a Pablo Brito como jefe de su escolta y a Abraham Martínez como jefe de su Estado Mayot; Eufemio Zapata, Francisco Mendoza, Jesús Morales, Felipe Neri, Amador Salazar, Lorenzo Vázquez, Miguel Cortés, Cnspín y Bartolo Márquez, Próculo Capistrán, Fermín Omaña, Jesús Navarro, Bonifacio García, Román Castro y otros más que rivalizaron en actos de valor.
Bien pronto quedaron los federales reducidos a la defensa del centro de la población, en los templos y en las casas que por su altura presentaban mayores ventajas.
El empuje de las huestes de Zapata era tenaz, más decidido cada día; las bajas por uno y otro lado se sucedían, siendo mayores en los maderistas; pero con la circunstancia de que en las filas de los defensores causaban un sensible debilitamiento, mientras que en las de los atacantes el efecto era menor, pues pudieron disponer de suficientes tropas de reserva. En estas condiciones sólo era cuestión de días la capitulación de la plaza. Así lo comprendían Zapata y sus subalternos; mas no por eso desmayaban en la ofensiva.
Mientras tanto, el mismo 13 había caído Iguala en poder de las fuerzas insurgentes del general Ambrosio Figueroa, y al día siguiente el coronel Juan Robles Linares, jefe de la guarnición de Chilpancingo, Guerrero, evacuó la plaza asediada desde días antes por gruesos contingentes revolucionários. Yautepec, a donde había llegado Victoriano Huerta con una columna de las tres armas, el día 4 había sido también evacuada, y en Cuernavaca la alarma iba en aumento a cada instante, por lo que, quienes abrigaban temores más o menos fundados, buscaron los medios de conjurar el peligro.
Con este fin salieron de Cuernavaca, rumbo a Cuautla, los señores Germán Cañas y Manuel Dávila Madrid; intentaron hablar con el general Zapata y hacerlo desistir de que continuara el ataque a Cuautla; pero era ya imposible y la comisión de paz regresó a Cuernavaca, juntamente con el coronel Munguía y los restos de la guarnición de la histórica plaza morelense.
Fue Cuautla el último reducto del régimen porfirista en Morelos, y si las fuerzas federales hicieron desesperados esfuerzos por obtener el triunfo en esa lucha definitiva, los elementos interesados en restar prestigio y fuerza al movimiento revolucionario tocaron todos los resortes imaginables, llegando hasta ofrecer considerables cantidades de dinero al general Emiliano Zapata por que desistiera de sus propósitos.
No era ese jefe quien sacrificaba sus ideales por un puñado de oro.
Rechazó, pues, indignado la oferta y el día 20, con los suyos, estableció su Cuartel General en Cuautla procediendo desde luego a la inhumación de los cadáveres de soldados tanto federales como revolucionarios que, por la rudeza del combate, habían permanecido insepultos muchos de ellos durante los seis días de asedio, bajo los ardores del sol y la caída de una lluvia pertinaz que durante todas las noches aumentó las penalidades de los combatientes.
Intrigas de la reacción
Hemos relatado a grandes rasgos la brevísima campaña del general Zapata durante la contienda maderista; pero quedan expuestos con mayor extensión los motivos de su levantamiento, que respondió a un anhelo de mejora econqmica del pueblo suriano, más flagelado que el de otras regiones del país.
Porque ese anhelo no fue meramente político, persistió vigoroso después de la caída de la Dictadura, alentado por la victoria alcanzada; pero ante los inesperados obstáculos que se le presentaron, tomó un giro que no vacilamos en llamar el más trascendental de la Revolución. El pueblo levantado en armas y encabezado por quien. sentía sus problemas, trató de ser oído y de que se le hiciera cumplida y radical justicia; los terratenientes, a su vez, pugnaron por defender sus cuantiosos intereses, ligados íntimamente con los de los políticos de la Administración caída, y, en una actitud extrema, apelaron a cuantos medios estUvieron a su alcance.
Fallidas resultaron todas sus esperanzas de que la Dictadura venciese a la Revolución; pero acudieron al soborno de algunos jefes y pretendieron desviar la actitud de otros, con el pretexto de pláticas pacifistas. Como esas maquinaciones no dieron el resultado que buscaban, propalaron falsas y dolosas versiones entre las huestes insurgentes, para distanciar y enemistar a sus jefes. Centro de todas las intrigas fué el grupo de rezagados porfiristas que permanecieron en la ciudad de Cuernavaca al évacuar esta plaza -el 20 de mayo- las fuerzas federales derrotadas en Cuautla y las que estaban a las órdenes del general Francisco Leyva, quien fue Comandante Militar del Estado.
Vencidas militarmente las fuerzas porfiristas que había en Morelos, y siendo el general Zapata conocedor de la sitUación política y social del Estado, se negó a tratar con delegados de paz que le fueron enviados, pues por una parte estimó innecesario conferenciar con ellos, y por otra, los consideró, con sobra de razón, desafectos al movimiento popular. Ante la negativa del general Zapata, salió a Xochitepec una comisión formada por los señores Germán Cañas, Manuel Dávila Madrid y Donaciano López para entablar pláticas con el general Manuel D. Asúnsolo, quien, de acuerdo con dichos señores, ocupó pacíficamente la plaza de Cuernavaca el 22 de mayo, al frente de tropas guerrerenses que dependían del general Figueroa.
La actitud resuelta del general Zapata y sus ya manifiestas tendencias sociales, hicieron que sus fuerzas fuesen las que más temores despertaran entre el grupo conservador de Morelos; fue lógico, por tanto, que contra él se enderezaran todos los ataques y se hiciesen todos los esfuerzos para impedir que llevara a cabo lo que pretendía. Esos esfuerzos se intensificaron cuando, el 26 de mayo, el Ipiranga abandonó las costas veracruzanas llevando a bordo a don Porfirio Díaz. Ante ese hecho, no quedaba sino la defensa extrema.
Era necesario enfangar al general Zapata y hacer que le desconfiara, por lo que dijeron entonces que encariñado ya con la vida de bandido y con el mando de sus chusmas, marchaba sobre Cuernavaca con el propósito de combatir a las tropas de Figueroa; aseguraron que la fricción era inevitable y que a ella iba a seguir la más completa anarquía en el Estado.
Por su parte, la prensa oficiosa metropolitana acogió con júbilo esas mentiras, que aprovechó para hacer recriminaciones y para atacar a la Revolución. Afortunadamente los jefes surianos no hicieron caso de las calumniosas versiones y apenas llegado el día 26 a Cuernavaca el general Zapata, al frente de más de cuatro mil hombres, celebró cordiales entrevistas con Asúnsolo y demás jefes insurgentes que salieron a recibirlo hasta el barrio de Chapultepec. De común acuerdo, todos se apresuraron a desmentir las especiosaS noticias de los reaccionarios, enviando a los periódicos de la capital los telegramas siguientes:
Cuernavaca, Morelos, 29 de mayo de 1911.
Acaba de efectuarse conferencia entre los generales Emiliano Zapata y Alfonso Miranda, en representación, este último, del jefe Ambrosio Figueroa. Como resultado de dicha conferencia y autorizado debidamente, afirmo que desde estos momentos están completamente zanjadas las dificultades que surgieron entre ambas fuerzas insurgentes y que definitivamente procederán de acuerdo en lo sucesivo. Mañana se darán estrecho abrazo Zapata y Figueroa; población tranquila y con muestra de regocijo público.
Rodolfo Magaña.
Cuernavaca, Morelos, a 29 de mayo de 1911.
Tenemos el honor de participar a usted que en este momento hemos celebrado una conferencia para tratar asuntos políticos y sociales de interés general, relacionados con los Estados de Morelos y Guerrero, estando representado en la Asamblea el señor general Ambrosio Figueroa por el señor general Alfonso Miranda; asuntos que han sido solucionados de una manera satisfactoria.
El General en Jefe, Emiliano Zapata.
El general Manuel D. Asúnsulo.
EI general Alfonso Miranda.
Don Juan N. Carreón, Gobernador Provisional
El día 31 llegó a Cuernavaca el general Juan Andrew Almazán, quien había revolucionado en el Estado de Guerrero y fue recibido cordialmente por los generales Zapata y Asúnsolo.
El 2 de junio tomó posesión del cargo de Gobernador Provisional del Estado el señor don Juan N. Carreón, quien era gerente del Banco de Morelos.
Mientras tanto, y sabiendo el general Zapara que el señor don Francisco I. Madero llegaría en breve a la ciudad de México, dió órdenes para que sus fuerzas se movilizaran hacia la capital de la República, habiendo acampado la vanguardia en la serranía del Ajusco.