EMILIANO ZAPATA
Y EL
AGRARISMO EN MÉXICO
General Gildardo Magaña
TOMO II
CAPÍTULO I
BREVE EXPOSICIÓN RETROSPECTIVA
De La Barra destruye la obra de Madero
Creemos que se hace necesaria una brevísima exposición de los últimos acontecimientos que dejamos narrados en el tomo anterior.
Don Francisco I. Madero, en 20 de agosto de 1911, envió desde Cuautla al Presidente De la Barra un telegrama reiterándole su opinión de que mientras Huerta y Blanquet permanecieran en Morelos, serían imposibles el desarme de los revolucionarios y la pacificación del Estado.
En el mismo documento desmintió categóricamente las noticias que De la Barra decía tener acerca de algunos desmanes cometidos por las fuerzas revolucionarias y expresamente dijo que esas noticias eran grandemente exageradas y en algunos casos únicamente sospechas de que puedan hacer tal o cual cosa, pues la mayor parte de los jefes a quienes se atribuían los desmanes, se encontraban en Cuautla.
A tiempo de enviar al Presidente el telegrama aludido, se disponía el señor Madero para salir a Yautepec, plaza sobre la cual marchaban los federales al mando de Huerta, contra lo que De la Barra le había ofrecido y sin una causa que lo justificara. Deseaba el Jefe de la Revolución contener el avance y con ello calmar los ánimos, naturalmente excitados, por la actitud de los federales tan contraria a lo que se esperaba y, sobre todo, a los ofrecimientos que con la promesa del Presidente, había hecho al general Zapata y a sus fuerzas.
De la Barra contestó el mismo día al telegrama del señor Madero, indicándole que en Consejo de Ministros se había acordado que Huerta suspendiera todo movimiento sobre Yautepec; pero que debía arreglar que las fuerzas maderistas, a las órdenes del general Zapata, evacuaran dicha plaza y se reconcentraran en la de Cuautla para ser desarmadas y licenciadas. En el telegrama se usa la palabra bandolerismo para designar a las tropas insurgentes de Zapata.
El mismo día 20 de agosto, el Presidente Interino dirigió al señor Madero un nuevo telegrama confirmando el anterior y ratificando la resolución del Consejo de Ministros sobre que las fuerzas federales no avanzarían a Yautepec; pero señaló el plazo de cuarenta y ocho horas para que las tropas del general Zapata se reconcentraran en Cuautla, amenazándolas con destacar sobre ellas todos los elementos del Ejército y auxiliares, en caso de no llevar a cabo la reconcentración. Vuelve el señor De la Barra a usar el término bandoleros para referirse a los insurgentes, a cuyo Jefe se estaba dirigiendo.
Don Francisco I. Madero estuvo prudente. Por una parte envió al señor licenciado Gabriel Robles Domínguez y por otra a don Rubén Morales, para que se apersonaran con Victoriano Huerta, pues la actitud de sus fuerzas era enteramente contraria a lo expresado por el señor De la Barra en sus telegramas. El mismo señor Madero salió para Yautepec, y extremando sus gestiones, antes de su salida ordenó al Jefe de su Estado Mayor, coronel ingeniero don Eduardo Hay, se dirigiese a la ciudad de México para entrevistar, a su nombre, al Presidente Interino, informándolo de la verdadera situación en Morelos y de la extraña conducta de Victoriano Huerta.
El general Zapata siguió al señor Madero en su viaje a Yautepec y, tras una conferencia tenida entre ambos en el cuarto número 3 del hotel Central, el segundo envió un telegrama al señor De la Barra, diciéndole que las fuerzas surianas y su jefe se hallaban conformes con evacuar la repetida plaza de Yautepec, reconcentrarse en Cuautla y ser allí licenciadas, tal como lo deseaba el Presidente Interino.
No había, pues, conflicto alguno. El señor Madero debió de experimentar una honda satisfacción, pues cuanto deseaba el señor De la Barra se había conseguido y la actitud del general Zapata no podía ser más ajustada a las circunstancias, ni más prudente. El guerrillero suriano tenía confianza en que si las elecciones se hacían libremente, el pueblo humilde triunfaría en toda la línea y las nuevas autoridades se verían obligadas a dedicar toda su atención a los hondos problemas sociales que el movimiento revolucionario había planteado. El estado de ánimo del señor Madero Se ve muy claramente en el final de su telegrama, cuando felicita al Gobierno por la solución satisfactoria que se había obtenido.
Ese mismo día Yautepec quedó guarnecido por las fuerzas revolucionarias de Almazán, Huerta acampó frente a la plaza, en Las Tetillas, Madero siguió rumbo a Jojutla y el general Zapata regresó a Cuautla, dirigiéndose poco después a la Villa de Ayala.
Al día siguiente, 21 de agosto, en Cuautla todo estaba listo para el licenciamiento y sólo se esperaba la llegada de los señores Madero y Zapata para dar principio al acto. Cuando dichos señores llegaron a la ciudad, ambos pasaron revista a las fuerzas insurgentes que se hallaban formadas en las calles de Galeana, Niño Artillero, Guerrero y Nicolás Bravo. Después de la revista comenzó el licenciamiento, en el que intervinieron los señores Gabriel Robles Domínguez y Raúl Madero.
Se habían cumplido en todos sus detalles los deseos de De la Barra; pero éste, de quien por sus actos se desprende que no deseaba una solución pacífica, creó nuevamente el conflicto. Dispuso el envío de nuevas fuerzas federales a Morelos, porque el reaccionario Gobernador Carreón le comunicó alarmantes (!) noticias; en el sentido de que ese mismo día 21 sería atacada la ciudad de Cuernavaca por fuerzas de don Eufemio Zapata.
El señor Madero, al enterarse del telegrama presidencial y de la burda patraña urdida por el pusilánime Gobernador, contestó manifestando que don Eufemio se hallaba en Cuautla sumiso y obediente, pidió la suspensión de la orden de salida de nuevas tropas federales que iban a enviarse innecesariamente a Morelos y dijo que no harían sino complicar la situación.
Tuvo que suspenderse el licenciamiento. ¿Quién fue el culpable?
Madero en peligro
El 23 de agosto Huerta ocupó intempestivamente Yautepec y avanzó resueltamente sobre Cuautla, poniendo en serio peligro la vida del señor Madero, pues las fuerzas del general Zapata pudieron haberlo aprehendido y aun ejecutarlo, como llegaron a pensar algunos, suponiendo que los estaba engañando.
La serenidad del general Zapata se impuso y el señor Madero abandonó Cuautla con la mente de hablar al señor De la Barra y de hacer que variase su descabellada política. No habló con el Presidente, como las circunstancias lo exigían, porque este funcionario no dió al asunto la debida importancia y pretextó tener ese día un Consejo de Ministros (Se refiere a que De la Barra no recibió a Madero para tratar ese asunto. Precisión de Chantal López y Omar Cortés); por ello le dirigió el señor Madero, el día 25, una extensa carta que es la mejor justificación de la conducta del general Zapata.
El señor De la Barra debe haber lamentado la presencia del señor Madero en México, pues sin duda que sus perversas intenciones fueron las de que pereciera a manos de un grupo de sus propios partidarios. Por fortuna el general Zapata, rectilíneo como siempre, no fue juguete de la negra política del Presidente Blanco.
Ausente el señor Madero de Morelos y sordo el señor De la Barra a los dictados de la razón, las fuerzas de Huerta siguieron avanzando sobre Cuautla. En todos sus movimientos demostraron el plan de capturar al guerrillero suriano, quien se vió obligado a lanzar su primer manifiesto al pueblo del Estado el 27 de agosto, dando a conocer la situación en que artificialmente se le estaba colocando.
Al finalizar el mes de agosto Huerta ocupó Cuautla y, desde luego, inició la persecución del general Zapata.
El día 1° de septiembre se trabó el primer combate entre fuerzas de Federico Morales y las del general Zapata. Se hallaba éste invitado a comer por el administrador de la hacienda de Chinameca -ya en connivencia con Huerta-, y ambos estaban sentados a la mesa cuando el guerrillero recibió el aviso de que una considerable fuerza de caballería rodeaba la finca. Al mismo tiempo se oyó un nutrido tiroteo sostenido entre quienes pugnaban por apoderarse de la casa y las fuerzas del general Zapata que trataban de impedirlo. El general escapó a pie, entre los cañaverales, y pudo salvarse gracias a su conocimiento del terreno.
El señor De la Barra coronó su obra con el nombramiento de Gobernador y Comandante Militar de Morelos, hecho en favor del general Ambrosio Figueroa, lo que agravó la situación, pues era enemigo del general Zapata.
El por qué de la enemistad
Desbaratar todos los planes pacifistas del señor Madero, quien había logrado mucho y en condiciones que en nada perjudicaban al Gobierno, restar prestigio al movimiento revolucionario, exhibir al Caudillo de la Revolución como un hombre débil de carácter, amontonarle dificultades, restarle simpatías y desoír a quienes pedían una reforma social, fueron actos intencionados de la administración delabarrista; pero la designación del general Ambrosio Figueroa como Gobernador y Comandante Militar de Morelos hemos de calificarla de aviesa, pues si dicho jefe era maderista y aparentemente el señor De la Barra lo había escogido por esa condición, su objeto verdadero fue el de enfrentar a dos elementos insurgentes, aprovechando el antagonismo que entre ellos existía y a sabiendas de todos los malos resultados que iba a dar.
El antagonismo no era cuestión de personalidades, sino de fondo. Figueroa sólo había visto la Revolución en su parte política, mientras que para Zapata esa parte era uno de tantos medios que se ofrecían para llegar a un fin más alto.
Ambrosio Figueroa no estorbaba a Emiliano Zapata, no le hacía sombra, no empequeñecía su figura, pues eran, sencillamente, dos valores distintos. Sintieron la Revolución de diverso modo, porque el primero se había quedado en la periferia, mientras que el segundo tuvo una visión clara y profunda de las necesidades de su pueblo y una comprensión exacta del por qué ese pueblo era generoso al derramar su sangre.
Entre el radicalismo del general Zapata y el modo de ver la Revolución por parte del general Figueroa, fue natural que los conservadores sintieran menos divergencia con el segundo y que trataran de atraerlo para acortar la distancia que los separaba.
Figueroa tuvo la debilidad de creer al enemigo; Zapata lo consideró siempre enemigo.
Mientras que el general Zapata creyó que el general Figueroa, como revolucionario surgido del pueblo, sería un defensor de los intereses populares, no tuvo inconveniente en tratar amigable, fraternalmente con él, y así vemos que en el pacto celebrado en Jolalpan, Pue., el 23 de abril de 1911, ambos jefes concercaron una alianza ofensivo-defensiva, tras de reconocerse mutuamence el grado de generales y la jefatura militar en sus respectivos Estados. Acordaron ayuda recíproca; en el concepto de que si las operaciones militares se llevaban a cabo fuera de los Estados de Morelos y Guerrero, el mando en jefe podía asumirlo cualquiera de los dos, previo acuerdo entre ellos. Firmaron ese pacto, además de los generales Zapata y Figueroa, los jefes a ellos subordinados Guillermo García Aragón, Federico Morales, Marcín Vicario, Catarino Perdomo, Margarito Martínez, Próculo Capistrán, Ernesto Castrejón, Odilón Figueroa, Francisco Torres, Fermín Omaña, José Vergara, Jesús Morales, Pablo Brito, Fidel Fuentes, Andrés Castrejón, José Salazar, Pedro Vergara, Juan Duarce, Leonardo Rodríguez, José Oliván, Vicente Martínez, Clemente Chávez, Zacarías Torres, Sóstenes Castro, Manuel López, Francisco Franco y Rosendo Robles.
Como resultado inmediato del pacto de Jolalpan, se vió la conveniencia de atacar la importante plaza morelense de Jojutla. Ya hemos visto en el tomo primero de esta obra, que el general Zapata tuvo motivos fundados para no atacarla, pues avisado de que se pretendía ponerle una celada, evitó caer en ella ¿Fueron verídicos los informes? Vamos a suponer que no; pero en interés del jefe morelense estaba no ponerse al alcance del enemigo y usar la prudencia, aun cuando la plaza no quedara en su poder en esos momentos.
Por aquellos días se pactó, entre el señor Madero y el Gobierno de don Porfirio, un armisticio. El coronel Fausto Beltrán, quien a la sazón guarnecía la plaza de Jojutla, se dirigió al general Figueroa proponiéndole que a semejanza de lo que estaba sucediendo en el Norte; se conviniera entre las fuerzas federales y las revolucionarias un armisticio local. Figueroa tuvo la debilidad de aceptar, no obstante que estaba en territorio de Morelos y que, conforme al pacto de Jolalpan, era el general Zapata quien tenía el mando en jefe de las fuerzas insurgentes y, por tanto, nada debía hacerse sin su conocimiento y anuencia.
Figueroa entabló por sí pláticas con el coronel Beltrán en el pueblo de Tlaquiltenango, cercano a Jojutla, y como resultado de ellas salieron para la capital de la República los señores Francisco Figueroa, hermano de don Ambrosio, Francisco P. Castrejón y José Soto, en misión cerca del general Porfirio Díaz.
Es innegabíe que se pasó sobre la autoridad del Jefe de la Revolución en Morelos y que quien tal hizo, fue nada menos que el que poco antes había reconocido su jerarquía y su jurisdicción. La inconsecuencia tuvo que lastimar al general Zapata, quien con un concepto claro de su posición, consideró que ni él ni Figueroa eran competentes para tratar con el enemigo y, además, estimó innecesaria cualquiera tregua, como veremos adelante.
Las negociaciones entre el general insurgente Figueroa y el coronel federal Beltrán, que comenzaron en Tlaquiltenango, se continuaron en la plaza de Jojutla el 27 de abril, ya cuando los comisionados del primero habían salido para México. Ese hecho pareció, con sobra de razón, muy sospechoso al jefe morelense y sus sospechas aumentaron cuando el coronel Beltrán le dirigió una carta invitándolo a secundar la actitud de Figueroa.
El efecto que en el ánimo del general Zapata produjo la invitación de Beltrán, fue desastroso. He aquí la levantada y digna contestación que le dió:
Obra en mi poder la carta que por conducto del correo Ignacio Ramírez se permitió usted mandarme, en la cual me dice exhortan para conferenciar acerca del armisticio de los Estados de Morelos y Guerrero y llegar a un arreglo de paz, poniéndome como muestra al señor Figueroa. Debo manifestar a usted que sería necesario que desecharan esa farsa ridícula que los hace tan indignos y despreciables y que tuvieran más tacto para tratar con la gente honrada, pues deben saber que las negociaciones de paz se arreglan con los ciudadanos Presidente y Vicepresidente de la República, señores Francisco I. Madero y doctor Francisco Vázquez Gómez, que son la cabeza y los únicos encargados de arreglar la paz y no yo que soy un simple elemento en mi categoría de general, no sólo por los Estados de Morelos y Guerrero, sino para toda la República. Ruego a usted y a todos sus secuaces se dirijan a la cabeza y no a los pies, para los arreglos de paz, y no me confunda a mí con Figueroa que no es más que un pobre miserable que sólo lo impulsa el interés y el dinero. Por último diré a ustedes, que yo me he levantado no por enriquecerme sino para defender y cumplir ese sacrosanto deber que tiene el pueblo mexicano honrado y estoy dispuesto a morir a la hora que sea, porque llevo la pureza del sentimiento en el corazón y la tranquilidad de la conciencia.
Emiliano Zapata.
Posdata. Aprovecho la oportunidad de decirle que ya que usted se apena por la paz, de una manera pacífica me entregue la plaza de Cuautla, Morelos, en bien de los vecinos de la ciudad que serán las víctimas que sufran las consecuencias, que yo no necesito que me hagan favores, pues nunca he pedido clemencia más que a Dios, ni la necesito de nadie más que de él. Vale.
Hemos visto que al triunfo de la Revolución, a raíz de la toma de Cuautla por el general Zapata, los remanentes del porfirismo que residían en Cuernavaca se acercaron al general Figueroa en misión de paz, tras de haber sido rechazados por el primero. La lucha había terminado; pero allanaron el camino del jefe guerrerense y le abrieron las puertas de la capital del Estado. ¿Por qué esos retardatarios, siendo provincialistas por excelencia, no tuvieron empacho en llamar a Figueroa, que no era morelense, para que se adueñara de la situación de Morelos?
Ya hemos dicho que los conservadores encontraron menos divergencia en quien sólo vió la Revolución por el lado político. Ahora esa divergencia se reducía al mínimo con el hecho de que el Ipiranga había alejado al general Díaz de las playas mexicanas.
En cuanto al general Zapata, que bien conocía a los conservadores de su Estado, no quiso tratar con ellos, como no había querido tratar con Beltrán. Eran los representativos de una situación social que la Revolución había abatido o que debía abatir para siempre y cualquiera condescendencia con ellos, era dejarles un resquicio por el que podían filtrarse en el nuevo orden de cosas.
La intuición del jefe morelense le señaló como indebido todo contacto con los porfiristas y explotadores de su pueblo.
Los días fueron pasando. A medida que las tendencias del general Zapata se iban conociendo más, se agruparon en torno del general Figueroa los morelenses que tenían una situación privilegiada que defender. Hemos visto que terratenientes y políticos, frecuentaban el hotel de San Luis, en la ciudad de México, donde se alojaba Figueroa y que en su departamento se daban y comentaban las noticias de Morelos. Pronto ese jefe se convirtió en paño de lágrimas de los conservadores morelenses y después en centro de muchas maquinaciones. Si no concurrió a las juntas del teatro Allende, sí tomó una participación en los asuntos que allí se debatieron. Conste que no hacemos cargos infundados al jefe guerrerense, pues nos atenemos a las crónicas de El Imparcial que ya reprodujimos en el tomo anterior.
Sobre todo, si usted cree que el general Figueroa sea un buen elemento para la Revolución, con que no se mezcle en los asuntos de Morelos, todo está arreglado; yo, por mi parte, tampoco intervendré en los de Guerrero. Así había dicho el general Zapata al señor Madero en la memorable entrevista que con él tuvo al día siguiente de su arribo a la capital de la República.
Esto era lo debido. Fue lamentable que el general Figueroa no se abstuviera de tomar participación en los problemas de un Estado que no era suyo y que no se diese cuenta de que no eran sus méritos revolucionarios -que nosotros reconocemos de buen grado- los que atraían a su alrededor a los zánganos y feudales morelenses, sino que escudados con su personalidad, pretendían herir a otro elemento revolucionario, anonadado, aniquilado, para lo cual se aprovecharon de la división que ya existía y que fue acentuándose cada vez más.