EMILIANO ZAPATA
Y EL
AGRARISMO EN MÉXICO
General Gildardo Magaña
TOMO II
CAPÍTULO V
EL PLAN DE AYALA
Cómo se redacto el Plan de Ayala
Después de haber escapado del cerco que le formaron los colorados y los federales, el general Zapata desapareció a la vista de sus compañeros y fueron inútiles las pesquisas que éstos hicieron para encontrarlo.
Sin embargo, tenían la seguridad de que si bien estaba oculto con ignorados fines, no cejaría en su empresa, pues le sobraban arrestos, decisión y empuje.
Los rebeldes, entonces, se dirigieron en su mayoría hacia los límites de Puebla, en donde se mantenían en armas Jesús Morales, Francisco Mendoza y otros jefes, subordinados al general Zapata, quienes recibieron con gusto a los correligionarios de Morelos.
El general Zapata había salido de Villa de Ayala en compañía de Otilio Montaño (Montaño era originario de la Villa de Ayala, fue director de la escuela primaria del lugar y promovido a la de Yautepec, se unió al General Zapata cuando aún luchaba por el maderismo. Precisión del General Gildardo Magaña), y encaminando los pasos con el mismo rumbo, ambos fueron a refugiarse en el corazón de la serranía, en un punto situado no lejos del pueblo de Miquetzingo.
La conducta de Madero, exigiéndole incondicionalmente su rendición y la de sus hombres, cuando él mismo había reconocido la justicia de su causa y había reprobado públicamente los procedimientos del gobierno interino, que sin hacer caso de las demandas del pueblo morelense intentó muchas veces el exterminio del guerrillero, creó en el alma de éste una honda decepción que vino a profundizarse más con aquel inexplicable ataque en la Villa de Ayala, en el que hubo mucho de felonía y de perfidia.
Parecía que la Presidencia de la República había cambiado y contagiado al señor Madero, pues era ya su modo de pensar diametralmente opuesto al del Caudillo; ahora pretendía que el general Zapata se rindiera y que olvidase sus deberes de jefe revolucionario, de campesino y de hombre, a cambio de una vida de comodidades, que habría sepultado su prestigio de luchador y acarreado las maldiciones y el odio de su pueblo; pretendía que éste volviera a ser el vejado, hambriento y esclavo de hacendados y caciques.
El general Zapata había tenido fe y confianza en el señor Madero; esperaba que al dirigir los destinos del país, acudiría solícito en auxilio del pueblo suriano que se mantenía en armas, en actitud defensiva, porque aún no desaparecían las causas que lo habían obligado a rebelarse; pero cuando vió que el nuevo Gobierno, el que presidía el Caudillo de la Revolución, le decía: A ti, que eres uno de los que más desinteresada y eficazmente ayudaron a la Revolución, te daré todo el dinero que desees; pero a esos que te siguen, que te quieren, te respetan y obedecen; a esos déjalos sin armas, sin defensa alguna, abandónalos a su suerte y a los furores de mis soldados, sus enemigos, y te tendré por un patriota y leal subordinado, aunque el pueblo que te vió nacer te maldiga, entonces no vaciló un momento y tomó la única posible resolución: continuar en la lucha armada.
Para desmentir las especies tan socorridas de la prensa metropolitana, de que el general Zapata y los suyos, acostumbrados a la vida inquieta de la lucha y dando rienda suelta a los más bajos instintos se dedicaban al pillaje, al saqueo, al asalto en despoblado, al bandidaje en fin, de la época de los plateados, pensó el guerrillero en la formación de un plan revolucionario que contuviese las ideas de que se había hecho eco y defensor, que justificara su actitud ante la opinión pública y fuese la bandera de las huestes surianas.
Durante tres días, en la soledad de la sierra, el general Zapata emitiendo ideas y don Otilio E. Montaño dándoles forma y discutiéndolas en apacibles y mesurados comentarios, permanecieron hasta terminar el nuevo Plan revolucionario, rompiendo entonces el secreto de su escondite y desaparición, secreto que sólo era conocido por Juan Sánchez, amigo de todas las confianzas del general Zapata, avecindado en Miquetzingo y quien diariamente les llevaba la frugal comida, ascendiendo por entre los vericuetos de la sierra hasta donde se hallaban.
Todos los jefes zapatistas que operaban en aquella región, recibieron órdenes de reunirse a la mayor brevedad posible en la serranía de Ayoxustla.
Firma del Plan y jura de la bandera
El 28 de noviembre, Ayoxustla, aquel solitario punto de la sierra, se transformó en un animado campamento revolucionario, en el que multitud de hombres, cruzado el pecho por las cananas a medio llenar de cartuchos y, en la mano callosa y morena, la carabina aún oliente a pólvora, se apretaban en un abigarrado conjunto, comentando los recientes sucesos e interrogándose sobre el objeto de aquella cita que todos presentían importante.
En el interior de un jacal que les había servido de albergue, el general Zapata y el profesor Montaño, discutían sobre cosas que los de afuera no podían oír, a pesar de sus deseos y curiosidad. Al fin, el primero, siempre grave en medio de su amabilidad, de pie en el claro de la puerta del jacal, indicó:
- ¡Esos que no tengan miedo, que pasen a firmar! ...
Y acto continuo, Montaño, de pié junto a una mesa de madera, pequeña y de rústica manufactura, que como histórica reliquia conservan los vecinos de Ayoxustla, con su voz áspera y gruesa y su acento de educador pueblerino, dio lectura al Plan de Ayala.
Todos los presentes acogieron el documento con entusiasmo desbordante y los jefes y oficiales lo firmaron emocionados.
Una música, compuesta por líricos de Miquetzingo, llevada ex profeso, lanzó al aire las notas del Himno Nacional y después de oírlas religiosamente y de que hubieron hablado J. Trinidad Ruiz y otra vez Montaño, se procedió a la jura de la bandera.
Era una hermosa enseña tricolor, de raso de seda, que acompañó a los insurgentes en la campaña maderista. Aquellos hombres sentían verdadero cariño por ella, porque sabía de los que habían caído en la lucha y de los sufrimientos y alegrías de los victoriosos.
La levantó en sus manos uno de los jefes presentes y a sus lados se colocaron Emiliano y Eufemio Zapata, desfilando frente al grupo las huestes agraristas.
El acto fue imponente y conmovió a aquellos rudos y aguerridos luchadores.
Una pequeña y vieja campana, que había enmudecido por mucho tiempo, añadió una voz más a la murga de Miquetzingo y en el espacio detonaron centenares de cohetes. Firmado el Plan de Ayala por los jefes y oficiales presentes, quienes hicieron mutuos y espontáneos juramentos de defenderlo hasta su triunfo, fueron nombradas las distintas comisiones que debía cumplir cada jefe de grupo y se abandonó la que desde esos momentos fue histórica Ayoxustla.
Primeros ejemplares del Plan
El general Zapata tomó camino de Morelos atravesando la serranía y acampó en Ajuchitlán, ranchería situada entre San Miguel Ixtlilco y el mineral de Huautla. Allí ordenó a Bonifacio García, a Próculo Capistrán y a Emigdio Marmolejo, que fueran a invitar al cura de Huautla para que viniese al campamento con una máquina de escribir y papel carbón, que el último de los tres citados adquirió en la hacienda de Guadalupe.
- ¿Y si no quiere venir el cura? - interrogó Marmolejo.
~ No le vas a consultar si desea venir, lo traes -replicó el general Zapata-; y si se opone a cumplir con un deber como es el de prestar un servicio en favor de los campesinos, entonces lo obligas a venir a pie cargando en la cabeza la máquina de escribir.
El sacerdote no opuso resistencia y solícito acudió al llamado del jefe suriano. Su sorpresa fue grande cuando el general le dijo que necesitaba varias copias del Plan de Ayala, dándole a leer el documento, lo que hizo con avidez, asombro y curiosidad. De muy buena gana, a pesar de que las copias significaban algunas horas de esfuezo, pues era un inexperto en mecanografía, dióse a reproducir los postulados agraristas y cuando hubo terminado, de pie, frente al general Zapata, dijo en voz que oyeron todos cuantos le rodeaban:
- General, esto está muy bien; era lo que ustedes necesitaban. Por algo le decía yo a Huerta cuando me aseguró enfáticamente que pronto acabaria con ustedes, que a Zapata no le cogerá más que ...
Y aquí cuenta la leyenda que el cura soltó candente frase (Lo aquí relatado forma parte de Cartones Zapatistas, obra del coronel Carlos Reyes Aviles. Precisión del General Gildardo Magaña).
Texto del Plan de Ayala
Plan libertador de los hijos del Estado de Morelos, afiliados al Ejército Insurgente que defienden el cumplimiento del Plan de San Luis Potosí, con las reformas que ha creído conveniente aumentar en beneficio de la Patria Mexicana.
Los que suscribimos, constituídos en Junta Revolucionaria, para sostener y llevar a cabo las promesas que hizo la Revolución de 20 de noviembre de 1910 próximo pasado, declaramos solemnemente ante la faz del mundo civilizado que nos juzga y ante la Nación a que pertenecemos y amamos, los principios que hemos formulado para acabar con la tiranía que nos oprime y redimir a la Patria de las dictaduras que se nos imponen, las cuales quedan determinadas en el siguiente plan:
1° Teniendo en consideración que el pueólo mexicano acaudillado,por don Francisco I. Madero fue a derramar su sangre para reconquistar sus libertades y reivindicar sus derechos conculcados y no para que un hombre se adueñara del poder violando los sagrados principios que juró defender bajo el lema de Sufragio Efectivo, No Reelección, ultrajando la fé, la causa, la justicia y las libertades del pueblo; teniendo en consideración que ese hombre a que nos referimos es don Francisco I. Madero, el mismo que inició la precitada Revolución, el cual impuso por norma su voluntad e influencia al Gobierno Provisional del ex Presidente de la República, licenciado don Francisco L. de la Barra, por haberlo aclamado el pueblo su Libertador, causando con este hecho reiterados derramamientos de sangre y multiplicadas desgracias a la Patria de una manera solapada y ridícula, no teniendo otras miras que el satisfacer sus ambiciones personales, sus desmedidos instintos de tirano y su profundo desacato al cumplimiento de las leyes preexistentes, emanadas del inmortal Código de 57, escrito con la sangre de los revolucionarios de Ayutla; teniendo en consideración que el llamado Jefe de la Revolución Libertadora de México, don Francisco I. Madero, no llevó a feliz término la Revolución que tan gloriosamente inició con el apoyo de Dios y del pueblo, puesto que dejó en pié la mayoría de poderes gubernativos y elementos corrompidos de opresión del gobierno dictatorial de Porfirio Díaz, que no son ni pueden ser en manera alguna la legítima representación de la Soberanía Nacional y que por ser acérrimos adversarios nuestros y de los principios que hasta hoy defendemos, está provocando el malestar del país y abriendo nuevas heridas al seno de la Patria para darle a beber su propia sangre; teniendo en consideración que el supradicho señor Francisco I. Madero, actual Presidente de la República, trata de eludir el cumplimiento de las promesas que hizo a la Nación en el Plan de San Luis Potosí, ciñendo las precitadas promesas a los convenios de Ciudad Juárez, ya nulificando, encarcelando, persiguiendo o matando a los elementos revolucionarios que le ayudaron a que ocupara el alto puesto de Presidente de la República por medio de sus falsas promesas y numerosas intrigas a la Nación; teniendo en consideración que el tantas veces repetido don Francisco I. Madero ha tratado de acallar con la fuerza bruta de las bayonetas y de ahogar en sangre a los pueblos que le piden, solicitan o exigen el cumplimiento de sus promesas a la Revolución, llamándoles bandidos y rebeldes, condenándolos a una guerra de exterminio sin concederles ni otorgarles ninguna de las garantías que prescriben la razón, la justicia y la ley.
Teniendo en consideración que el Presidente de la República señor dan Francisco I. Madero ha hecho del Sufragio Efectivo una sangrienta burla al pueblo, ya imponiendo contra la voluntad del mismo pueblo en la Vicepresidencia de la República al licenciado José María Pino Suárez, ya a los Gobernadores de los Estados designados por él, como el llamado general Ambrosio Figueroa, verdugo y tirano del pueblo de Morelos, ya entrando en contubernio escandaloso con el partido científico, hacendados feudales y caciques optesores, enemigos de la Revolución proclamada por él, a fin de forjar nuevas cadenas y de seguir el molde de una nueva dictadura más oprobiosa y más terrible que la de Porfirio Díaz; pues ha sido claro y patente que ha ultrajado la soberanía de los Estados, conculcando las leyes sin ningún respeto a vidas e intereses, como ha sucedido en el Estado de Morelos y otros, conduciéndonos a la más horrorosa anarquía que registra la historia contemporánea; por estas consideraciones declaramos al susodicho Francisco I. Madero, inepto para realizar las promesas de la revolución de que fue autor, por haber traicionado los principios con los cuales burló la fe del pueblo y pudo haber escalado el poder, incapaz para gobernar por no tener ningún respeto a la ley y a la justicia de los pueblos y traidor a la patria por estar humillando a sangre y fuego a los mexicanos que desean sus libertades, por complacer a los científicos, hacendados y caciques que nos esclavizan, y desde hoy comenzaremos a continuar la revolución principiada por él, hasta conseguir el derrocamiento de los poderes dictatoriales que existen.
2° Se desconoce como Jefe de la Revolución al C. Francisco I. Madero y como Presidente de la República, por las razones que antes se expresan, procurando el derrocamiento de este funcionario.
3° Se reconoce como Jefe de la Revolución Libertadora, al ilustre general Pascual Orozco, segundo del Caudillo don Francisco I. Madero, y en caso de que no acepte este delicado puesto, se reconocerá como Jefe de la Revolución al c. general Emiliano Zapata.
4° La Junta Revolucionaria del Estado de Morelos manifiesta a la Nación bajo formal protesta:
Que hace suyo el Plan de San Luis Potosí con las adiciones que a continuación se expresan en beneficio de los pueblos oprimidos y se hará defensora de los principios que defiende hasta vencer o morir.
5° La Junta Revolucionaria del Estado de Morelos no admitirá transacciones ni componendas políticas hasta no conseguir el derrocamiento de los elementos dictatoriales de Porfirio Díaz y don Francisco I. Madero, pues la Nación está cansada de hombres falaces y traidores que hacen promesas como libertadores pero que al llegar al poder, se olvidan de ellas y se constitUyen en tiranos.
6° Como parte adicional del Plan que invocamos, hacemos constar: que los terrenos, montes y aguas que hayan usurpado los hacendados, científicos o caciques a la sombra de la tiranía y justicia venal, entrarán en posesión de estos bienes inmuebles desde luego, los pueblos o ciudadanos que tengan sus títulos correspondientes a esas propiedades, de las cuales han sido despojados, por la mala fe de nuestros opresores, manteniendo a todo trance, con las armas en la mano, la mencionada posesión, y los usurpadores que se consideren con derecho a ellos, lo deducirán ante tribunales especiales que se establezcan al triunfo de la Revolución.
7° En virtud de que la inmensa mayoría de los pueblos y ciudadanos mexicanos, no son más dueños que del terreno que pisan, sufriendo los horrores de la miseria sin poder mejorar en nada su condición socíal ni poder dedicarse a la industria o a la agricultura por estar monopolizadas en unas cuantas manos las tierras, montes y aguas, por esta causa se expropiarán, previa indemnización de la tercera parte de esos monopolios, a los poderosos propietarios de ellas, a fin de que los pueblos y ciudadanos de México obtengan ejidos, colonias, fundos legales para pueblos o campos de sembradura o de labor y se mejore en todo y para todo la falta de prosperidad y bienestar de los mexicanos.
8° Los hacendados, científicos o caciques que se opongan directa o indirectamente al presente Plan, se nacionalizarán sus bienes, y las dos terceras partes que a ellos les correspondan, se destinarán para indemnizaciones de guerra, pensiones para las viudas y huérfanos de las víctimas que sucumban en la lucha por este Plan.
9° Para ajustar los procedimientos respecto a los bienes antes mencionados, se aplicarán leyes de desamortización y nacionalización según convenga, pues de norma y ejemplo pueden servir las puestas en vigor por el inmortal Juárez, a los bienes eclesiásticos, que escarmentaron a los déspotas y conservadores que en todo tiempo han pretendido imponernos el yugo ignominioso de la opresión y del retroceso.
10°. Los Jefes Militares insurgentes de la República que se levantaron con las armas en la mano, a la voz de don Francisco I. Madero, para defender el Plan de San Luis Potosí, y que ahora se opongan con fuerza armada al presente Plan, se juzgarán traidores a la causa que defendieron y a la Patria, puesto que en la actualidad muchos de ellos, por complacer a los tiranos, por un puñado de monedas, o por cohecho o soborno, están derramando la sangre de sus hermanos que reclaman el cumplimiento de las promesas que hizo a la Nación don Francisco I. Madero.
11° Los gastos de guerra serán tomados conforme a lo que prescribe el artículo XI del Plan de San Luis Potosí, y todos los procedimientos empleados en la Revolución que emprendemos, serán conforme a las instrucciones mismas que determine el mencionado Plan.
12° Una vez triunfante la Revolución que hemos llevado a la vía de la realidad, una junta de los principales jefes revolucionarios de los distintos Estados, nombrará o designará un Presidente Interino de la República, quien convocará a elecciones para la nueva formación del Congreso de la Unión y éste, a su vez, convocará a elecciones para la organización de los demás poderes federales.
13° Los principales jefes revolucionarios de cada Estado, en junta, designarán al Gobernador Provisional del Estado a que correspondan y este elevado funcionario convocará a elecciones para la debida organización de los poderes públicos, con el objeto de evitar consignas forzadas que labran la desdicha de los pueblos como la tan conocida consigna de Ambrosio Figueroa, en el Estado de Morelos, y otros que nos conducen a conflictos sangrientos sostenidos por el capricho del dictador Madero y el círculo de científicos y hacendados que lo han sugestionado.
14° Si el Presidente Madero y demás elementos dictatoriales del antiguo régimen desean evitar las inmensas desgracias que afligen a la Patria, que hagan inmediata renuncia de los puestos que ocupan y con eso, en algo restañarán las grandes heridas que han abierto al seno de la Patria; pues de no hacerlo así, sobre sus cabezas caerá la sangre derramada de nuestros hermanos.
15° Mexicanos: Considerad que la astucia y la mala fe de un hombre está derramando sangre de una manera escandalosa por ser incapaz para gobernar considerad que su sistema de gobierno está agarrotando a la Patria y hollando con la fuerza bruta de las bayonetas nuestras instituciones; y así como nuestras armas las levantamos para elevarlo al poder, ahora las volveremos contra él por haber faltado a sus compromisos con el pueblo mexicano y haber traicionado a la Revolución iniciada por él; no somos personalistas, somos partidarios de los principios y no de los hombres.
Pueblo mexicano: apoyad con las armas en la mano este Plan y haréis la prosperidad y bienestar de la Patria.
Justicia y Ley.
Ayala, Noviembre 28 de 1911.
General Emiliano Zapata.
General Otilio E. Montaño.
General José Trinidad Ruiz.
General Eufemio Zapata.
General Jesús Morales.
General Próculo Capistrán.
General Francisco Mendoza.
Coroneles:
Amador Salazar.
Agustín Cázares.
Rafael Sánchez.
Cristóbal Domínguez.
Fermín 0maña.
Pedro Salazar.
Emigdio I. Marmolejo.
Pioquinto Galis.
Manuel Vergara.
Santiago Aguilar.
Clotilde Sosa.
Julio Tapia.
Felipe Vaquero.
Jesús Sánchez.
José Ortega.
Gonzalo Aldape.
Alfonso Morales.
Capitanes:
Manuel Hernández.
Feliciano Domínguez.
José Pineda.
Ambrosio López.
Apolinar Adorno.
Porfirio Cázares.
Antonio Gutiérrez.
Odilón Neri.
Arturo Pérez.
Agustín Ortiz.
Pedro Valbuena Huertero.
Catarino Vergara.
Margarito Camacho.
Serafín Rivera.
Teófilo Galindo.
Felipe Torres.
Simón Guevara.
Avelino Cortés.
José María Carrillo.
Jesús Escamilla.
Florentino Osorio.
Camerino Menchaca.
Juan Esteves.
Francisco Mercado.
Sotero Guzmán.
Melesio Rodríguez.
Gregorio García.
José Villanueva.
I. Franco.
J. Estudillo.
F. Galarza.
O. González.
F. Caspeta.
P. Campos.
Teniente:
Alberto Blumenkron.
COMIENZA LA ETAPA AGRARIA DEL PAIS
Con el Plan de Ayala se inicia la Revolución Social en México. Al ser enarbolado ese pendón de principios, se da un sesgo ideológico muy claro y definido al movimiento de 1910 y, al comenzar la lucha reivindicadora, se abre la etapa agraria del país.
Al examinar el documento con la atención y serenidad que merece, a la distancia que nos separa del día en que fue proclamado y sobre el panorama de todos los acontecimientos que se desarrollan desde entonces, no se puede menos que admirar la visión que encierra y la justicia de su fondo.
No diremos lo mismo de su forma. Redactado sin precipitación, pero en condiciones en que era necesario aprovechar los instantes que pasaban, el Plan de Ayala adolece de graves defectos gramaticales: sus períodos son difusos, no pocas de sus oraciones están desarticuladas y algunas de sus fases llegan hasta hacer un tanto confusos los pensamientos.
Sin embargo, el ropaje resulta de lo menos ante el vigor de las ideas, pues si bien es cierto que acusa manos poco expertas y escasa cultura literaria, también es verdad que señala el origen eminentemente popular del documento: Muy claramente puede verse que no fue el producto de una especulación, sino el dolor campesino hecho demanda inaplazable. Si no hay retoques que suavicen la forma explosiva y ruda de esa demanda, es porque el anhelo popular tuvo que manifestarse en consonancia con las condiciones de la colectividad.
El momento en que surgió el Plan de Ayala
Momento inadecuado parece aquel en que brotó el Plan de Ayala pues un hombre popular -don Francisco I. Madero-, fuerte políticamente, aureolado por la victoria material contra la Dictadura, acababa de ascender a la Presidencia de la República e iniciaba su esperado Gobierno democrático. Es cierto que sobre ese hombre se cernían densos nubarrones y que el futuro de su administración estaba lleno de incógnitas; pero todavía contaba con prestigio para inspirar confianza a quienes veían las cosas por el lado político, y la fuerza de su Gobierno radicaba en la casi unánime y limpia elección del pueblo mexicano.
El Plan de Ayala fue un reto al señor Madero y por ello lo consideraron, no pocos, una temeridad, un actó suicida de quienes lo lanzaron. Se aseguró que bien pronto iba a pasar a la categoría de cosa muerta en su cuna; pero llevaba en sí mismo la fuerza que le haría sobrevivir y triunfar, pues fue demanda de las masas.
No pudo ser más oportuno como empresa de justicia. Brotó en los momentos en que se había desvanecido la última esperanza de resolver el hondo problema de la tierra dentro de la paz, del orden y de la ley. Como programa de reformas sociales, fue la resultante lógica de la situación del proletariado rural, fue la respuesta que las masas campesinas dieron, por voz del general Zapata, al aplazamiento indefinido de la resolución de su problema vital.
Es fúerza admitir que sin la firmeza del general Zapata, hubiera pasado la oportunidad para exigir justicia por medio de las armas, medio único que faltaba emplear; pues todos los demás habían fallado. Sin la decisión del general Zapata, el movimiento revolucionario hubiera sufrido una detención y la clase campesina habría continuado en sus deplorables condiciones, alentando calladamente sus anhelos y llevándolos en su pecho como un fermento que se manifestaría más tarde, quizás con más violencia de como lo hizo entonces.
Pero el general Zapata y el puñado de hombres que lo seguían, no se detuvieron ante las circunstancias adversas del momento; no midieron sus fuerzas, no las compararon con las del enemigo que iba a resultarles, no tomaron en consideración que frente a ellos se alzaba la montaña de los intereses del porfirismo todavía no vencido moralmente, los que la misma Revolución había creado y los del Gobierno' que acababa de inaugurar su gestión. Impulsados por la fuerza de sus convicciones, se enfrentaron a todos los que se opusieron a sus propósitos de una reforma social, y creyendo interpretar el sentir del pueblo, se dejaron llevar por su pensamiento y asumieron la responsabilidad histórica que les correspondía.
El Plan de Ayala y el general Zapata
No es posible desligar el Plan de Ayala de la vigorosa figura del general Zapata. Si el primero es bandera del peonaje irredento, causa de multitudes, grito de pueblos desposeídos por la codicia de los latifundistas, el general Zapata es el cerebro revolucionario que pensó tenazmente en las reivindicaciones y es el corazón profundamente humano que sintió la necesidad de remover las condiciones económicas de su clase.
No perteneció a la categoría de los líderes políticos a quienes importa más su conveniencia personal que el interés colectivo, no procuró sacar ventajas individuales de la posición que había alcanzado en el semestre rojo de la lucha maderista, ni consideró que su papel había terminado cuando alcanzó la jerarquía militar que tuvo en ese movimiento, concluído el cual, pudo retirarse a su pueblo y llevar allí cualquier género de vida, menos el azaroso y expuesto de la contienda.
Pero como no había egoísmo en sus sentimientos ni lo alentaba la idea de su bienestar personal, creyó que la Revolución se había hecho para derramarse en realidades sobre el pueblo y, al ver que esas realidades estaban muy distantes, sintió el imperativo de continuar en la brega hasta alcanzarlas.
El Plan de Ayala continúa la Revolución
El Plan de Ayala no rompió con el de San Luis Potosí, ni el Ejército del Sur se desligó, revolucionariamente, del Libertador que había acaudillado el señor Madero. Tomó como base el Plan de San Luis, al que hizo reformas radicales y avanzadas de carácter económico, por lo que el centro de la lucha se movió del plano político al social. Podemos decir que el Caudillo Zapata no arrió la bandera del maderismo, sino que la tomó en sus manos, la renovó y la levantó orgullosa ante la nación y el mundo.
Pero sí se desligó del señor Madero porque sus procedimientos como funcionario fueron tomados por los surianos como el apuntalamiento del viejo edificio de la Dictadura, porque creyó que el sacrificio nacional había tenido por objeto llevado al Supremo Poder Ejecutivo y no fijó su atención en las modificaciones que imperiosamente necesitaba la estructura social.
El Plan de San Luis Potosí contiene, en su artículo tercero, una promesa de reivindicación de la tierra, al referirse a los abusos cometidos al amparo de la Ley de Terrenos Baldíos y al declarar sujetos a revisión los fallos y concesiones basados en esa ley. Pálida resulta la promesa y corta la visión, ante el cuadro de miserias de la clase campesina, víctima no sólo de los abusos expresados, sino de infinidad de procedimientos por los cuales se le había despojado de la tierra; pero aun así, era una esperanza y fue uno de los objetivos que el pueblo tuvo para levantarse en armas contra la Dictadura.
Sin embargo, el señor Madero consideró derogada la promesa del Plan de San Luis y desvanecida la esperanza por los Tratados de Ciudad Juárez a los que atribuyó mayor fuerza que a los principios proclamados por la Revolución que él había encabezado. Nada dicen esos Tratados con respecto al problema de la tierra y, por tanto, el Presidente Madero pudo haber hecho honor a su papel de Caudillo acatando los principios de su bandera revolucionaria y dando al compromiso de Ciudad Juárez, el valor meramente político y de oportunidad que le correspondía.
Prefirió sacrificar la pálida promesa revolucionaria a cambio de un entendimiento con los elementos del porfirismo, y como ese entendimiento fue el producto de la asrucia del partido científico para asegurar la continuación del estado de cosas existente bajo la Dictadura, por eso el Plan de Ayala dice que había entrado en contubernio escandaloso con los científicos, hacendados feudales y caciques opresores, enemigos de la Revolución. Como ese entendimiento dejaba intacta la estructura económica del país, según el alcance que le había dado el señor Madero, el Plan de Ayala, inconforme con ese proceder, dice en su primer artículo que el pueblo mexicano fue a derramar su sangre para conquistar sus libertades y reivindicar sus derechos conculcados y no para que un hombre se adueñara del poder violando los principios que juró defender.
Y puesto que el enemigo se estaba aprovechando de la interpretación que el Presidente dió a sus compromisos políticos, al grado de que las ideas renovadoras quedaban invalidadas frente a las leyes caducas e injustas de la Dictadura, el mismo Plan lo considera inepto para llevar a cabo las promesas de la Revolución e incapaz para gobernar al país que anhelaba cambios de fondo en los sistemas gubernativos, nuevas orientaciones en la legislación y modificaciones en la estructura social.
El Plan de Ayala, después de poner en todo su vigor al de San Luis, desconoce, en primera línea, al señor Madero como Presidente de la República y expresamente dice: desde hoy empezamos a continuar la Revolución por él iniciada.
Intransigencia del Plan de Ayala
Una vez más hemos de repetir que el general Zapata no tuvo ambiciones personales, ni sed de mando, ni deseos de poder. No se proclamó jefe del movimiento revolucionario al arrebatar el pendón de las manos del señor Madero, sino que serenamente se colocó en segundo término, a pesar de ser él quien estaba defendiendo los principios y quien ponía los medios para su realización. Fijó su vista en la figura del maderismo que más había sobresalido en la lucha armada y se subordinó consciente y voluntariamente al general Pascual Orozco hijo, a quien el Plan de Ayala designó Jefe Supremo del movimiento.
Pascual Orozco hijo, tenía, en concepto de los revolucionarios surianos, bastantes méritos para acaudillar el movimiento agrario: estaba dotado de valor, había adquirido prestigio como guerrillero bajo la bandera de San Luis Potosí, había alcanzado popularidad, había salido de las masas trabajadoras y como luchador parecía infatigable.
Ni siquiera regionalismo hubo en el general Zapata. El Jefe proclamado por el Plan de Ayala no era suriano, ni importaba que lo fuese; lo interesante era su extracción revolucionaria y su origen humilde. Ninguna figura parecía más adecuada que la hasta entonces gallarda de Pascual Orozco. Urgía, sí, asegurar los principios y ponerlos a cubierto de los zarpazos, de las claudicaciones y desvíos, ya fueran hijos de la debilidad, de la torpeza o de la mala fe de los hombres. Amarga había sido la decepción que produjo el cambio de frente del señor Madero y por eso el Plan de Ayala se hace intransigente y expresa que ninguna transacción ni componenda política se admitiría, hasta obtener el aniquilamiento de los elementos porfiristas y los del maderismo; pero debe entenderse respecto de estos últimos, que se refiere a los personalistas, pues en cuanto a los demás, la designación de Pascual Orozco es nítida. Esa intransigencia perduró a través de toda la lucha y fue salvadora, pues constituyó la custodia del ideal.
La Reforma Agraria
La reforma trascendental del Plan de Ayala consiste en la redistribución de la tierra.
Sin pueriles temores legalistas, aduciendo razones y necesidades colectivas, con criterio sencillamente humano, el Plan de Ayala restituye las tierras, montes y aguas arrebatadas a la sombra de la tiranía y bajo el amparo de la justicia venal. Los pueblos y ciudadanos que tuvieran títulos de propiedad sobre esas tierras, aguas y montes, fueron invitados para entrar en posesión inmediata de esos bienes y sostener con las armas en la mano la reivindicación de hecho. Medida revolucionaria extrema, procedimiento drástico de justicia social, en consonancia con los medios de que se habían valido los usurpadores.
No careció de razón ni de antecedentes esa medida, pues la justicia oficial había sido adversa a los despojados y las leyes protegieron el despojo sufrido por los pueblos. Era necesario crear un estado de cosas en que las leyes fueran imponentes y las autoridades tuvieran que inclinarse ante la fuerza de los hechos. No obstante, se deja a los usurpadores el recurso de deducir sus derechos ante los tribunales especiales que se establecerían al triunfo de la Revolución. Serían oídos entonces; pero los pueblos también serían atendidos en un ambiente de equidad, que nunca había encontrado en los tribunales del fuero común.
Mas para resolver el hondo problema agrario, el Plan de Ayala no cree que basten las restituciones de las tierras, montes y aguas usurpadas. Tiene en cuenta que la población ha ido en aumento y con él las necesidades colectivas. Muchos campesinos se ven materialmente imposibilitados para dedicarse a la agricultura e industrias derivadas, por su cuenta, y a la gran mayoría no le queda otro recurso que alquilar sus brazos a los esclavistas monopolizadores de la tierra. Es necesario, pues, que los pueblos y ciudadanos obtengan ejidos, colonias, fundos legales y campos de sembradura, en los que trabajen independientemente, no tan sólo para vegetar, sino para su elevación y prosperidad en todos los órdenes.
Como se ve, el Plan de Ayala indica la reconstitución de los ejidos, institución fuertemente vinculada con la vida de los pueblos y de la que nos hemos ocupado con la extensión que merece. Mas para que pudieran darse ejidos y fundos legales a los pueblos que no los habían tenido, para que fuera posible el establecimiento de colonias agrícolas y para que los particulares tuviesen tierras de sembradura, el mismo Plan considera que el caso es distinto al de los despojos y señala un nuevo procedimiento consistente en afectar a las haciendas que no tuvieran el origen que hacía necesaria la restitución, expropiándoles una parte de sus extensiones e indemnizando a los propietarios, a los que expresamente llama y reconoce con ese nombre.
La afectación que deben sufrir, no tiene los violentos caracteres de la restitución, y cuando no se dejan intactas las haciendas es porque las necesidades colectivas deben imponerse sobre la propiedad privada, y el bienestar del terrateniente debe supeditarse al bienestar de la masa trabajadora.
No puede darse un programa tan sencillo, tan corto y tan claro: restitución inmediata, al amparo del movimiento revolucionario, de las tierras, montes y aguas usurpados; dotación a las comunidades que no las hubieran tenido, afectando a las haciendas que no habían sido formadas por medio del despojo; en el fondo: la tierra en poder de quien la trabaja.
El Plan de Ayala prevé que habrá oposición de los hacendados a quienes debe expropiarse una parte de sus propiedades en bien de los pueblos, y señala para esos casos la nacionalización total de esos bienes, destinando las dos terceras partes con las que debían quedar si no se opusieran, para cubrir pensiones a viudas y huérfanos de la Revolución Agraria.
Justisimo resulta volver los ojos a quienes van a exponer su vida y a regar con su sangre los campos de batalla; justo también resulta que, quienes por egoísmo sean un obstáculo para la reforma agraria, paguen los daños que reciba el pueblo e indemnicen, de algún modo, a las víctimas de la lucha. Los supervivientes tendrán la ventaja de la nueva situación; pero los que perezcan en la contienda, deben llevarse a la tumba la confianza, de que sus familiares no serán desamparados. Profundamente humano es este punto del Plan de Ayala.
Es claro que la reforma agraria que se inicia al amparo del movimiento, debía alcanzar a la legislación. El Plan de Ayala vuelve la vista hacia el pasado histórico y señala como tipo de las leyes que se expidan a su debido tiempo, las de nacionalización y desamortización aplicadas a los bienes eclesiásticos; pero únicamente lo hace como ejemplo de lo que puede realizarse, no señala normas al legislador ni derroteros rígidos, sino que lo deja en libertad para que proceda en función de las necesidades sociales.
Posición de los maderistas
Considerándose el movimiento agrario como la secuencia del de 1910, y con raíces en el Plan de San Luis Potosí, no olvida que también los que lucharon bajo esa bandera, podían apuntar sus fusiles a los nobles pechos de los defensores del ideal. Por tanto, les anuncia que serán tenidos como traidores los que se opongan a la reforma, pues si la Revolución continuaba su proceso hasta modificar las condiciones en que se debatían los campesinos, era indebido que los revolucionarios permanecieran estacionados y más aún que trataran de estorbar la transformación económica nacional.
Duro parece este artículo; sin embargo, más todavía resultaba que los mismos revolucionarios fueran a combatir al más justificado de los movimientos populares.
Designación de Presidente
Planteados los asuntos de carácter social, incidentalmente se tocan algunos de índole política. Estando la tierra en poder de los pueblos, defendida la reivindicación con las armas en la mano, triunfantes los principios y pasando mecánicamente sobre los procedimientos, es el momento de que se designe un gobierno que regule las relaciones entre los diversos factores de la sociedad, que administre los bienes generales, que legalice lo ejecutado por el movimiento revolucionario y que respete y haga respetar la conquista de la tierra.
El Plan de Ayala llama para ese momento a los principales jefes militares que hubiesen operado en los diversos Estados de la República, a fin de que, en junta, designen al Presidente Provisional, quien convocará a elecciones para constituir el Congreso de la Unión, el que a su vez procederá a que se elijan los componentes de los otros poderes.
El procedimiento se aparta del señalado por la Constitución de 1857 entonces vigente, porque habiéndose desconocido al señor Madero, ese desconocimiento abarca también a su Gabinete, formado por hombres de su confianza que habían contribuído a crear la situación de rebeldía a su Gobierno. Además, el interinato del señor De la Barra había sido desastroso para los intereses de la Revolución. En esas condiciones, nada más natural y sencillo que la designación de Presidente Provisional la hicieran los mismos defensores de los ideales, pues incuestionablemente que estarían identificados con las masas y capacitados por la lucha, para saber quién, por sus méritos, desinterés y dotes, era el indicado para asumir el alto puesto, mientras el pueblo todo de la República podía designar a sus gobernantes constitucionales.
Unir a la masa campesina por el ideal de la tierra, darle oportunidad para que aplicase su capacidad para el trabajo, entregarle el medio natural de producción y hacer que asumiera la plena responsabilidad de sus destinos, ése fue el pensamiento fundamental del Plan de Ayala.
Luchar por ese pensamiento haciendo a un lado toda personalidad y egoísmo, luchar sin claudicaciones, sin compromisos, sin desvíos; mantener inflexible la demanda, rígidos los principios, ésa fue la conducta del general Zapata.
La plena justificación del Plan de Ayala se tiene hoy, pasados muchos años de su promulgación, después de la lucha armada, cuando por la redistribución de la tierra, estamos viviendo la etapa agraria nacional.
PRIMEROS PASOS BAJO LA BANDERA DEL AGRARISMO
El general Zapata da a conocer su actitud
Enarbolando ya como bandera revolucionaria el Plan de Ayala, el Caudillo suriano se lanzó a la lucha en contra del Gobierno de Madero.
Con el señor Gonzalo Vázquez Ortiz, correo de confianza del general Zapata, remitió notas a los representantes de naciones extranjeras dándoles a conocer el Plan, del que nos envió un ejemplar con la siguiente carta en la que se ve el estado de su ánimo, con toda claridad. Dice así el interesante documento:
Campamento en Morelos, 6 de diciembre de 1911.
Señor Teniente Coronel Gildardo Magaña.
México, D. F.
Estimado amigo:
Tengo el gusto de enviarle, adjunto a la presente, el Plan de la Villa de Ayala que nos servirá de bandera en la lucha contra el nuevo dictador Madero.
Por lo tanto, suspenda usted ya toda gestión con el maderismo y procure que se imprima dicho importante documento y darlo a conocer a todo el mundo.
Por su lectura verá usted que, mis hombres y yo, estamos dispuestos a continuar la obra que Madero castró en Ciudad Juárez y que no transaremos con nada ni con nadie, sino hasta ver consolidada la obra de la revolución que es nuestro más ferviente anhelo.
Nada nos importa que la prensa mercenaria nos llame bandidos y nos colme de oprobios; igual pasó con Madero cuando se le creyó revolucionario; pero apenas se puso al lado de los poderosos y al servicio de sus intereses, han dejado de llamarle bandido para elogiarlo.
Fuimos prudentes hasta lo increíble. Se nos pidió primero que licenciáramos nuestras tropas y así lo hicimos. Después diz que de triunfante la revolución, el hipócrita de De la Barra, manejado por los hacendados caciques de este Estado, mandó al asesino Blanquet y al falso Huerta, con el pretexto de mantener el orden en el Estado, cometiendo actos que la misma opinión pública reprobó protestando en la ciudad de México, por medio de una imponente manifestación que llegó hasta la mansión del Presidente más maquiavélico que ha tenido la Nación: y al mismo Madero le consta la traición que se pretendió hacernos estando él en Cuautla y cuando ya se había principiado el licenciamiento de las fuerzas que aún nos quedaban armadas, acto que tuvimos que suspender precisamente por la conducta de Huerta al intentar atraparnos como se atrapa a un ratón. Después en Chinameca, el día 1° de septiembre último, se me tendió torpe celada por los colorados de Federico Morales con éste a la cabeza, de acuerdo con el Administrador, y para colmo de todas las infamias se impuso como Gobernador de este sufrido Estado al tránsfuga Ambrosio Figueroa, irreconciliable enemigo de este pueblo y uno de los primeros traidores que tuvo la revolución, y, por último, en la Villa, mientras estábamos en conferencias de paz con Robles Domínguez enviado por Madero, se hace nuevo intento de coparme.
Si no hay honradez, ni sinceridad, ni el firme propósito de cumplir con las promesas de la revolución, si teniendo aún algunos hombres armados que a nadie perjudicaban se pretendió asesinarme, tratando de acabar por este medio con el grupo que ha tenido la osadía de pedir que se devuelvan las tierras que les han sido usurpadas, si las cárceles de la República están atestadas de revolucionarios dignos y viriles porque han tenido el gesto de hombres de protestar por la claudicación de Madero, ¿cómo voy a tener fe en sus promesas? ¿Cómo voy a ser tan cándido para entregarme a que se me sacrifiqtie para satisfacción de los enemigos de la Revolución? ¿No hablan elocuentemente Abraham Martínez, preso por orden de De la Barra y, con aprobación de Madero, por el delito de haber capturado a unos porfiristas que pretendían atentar contra la vida del entonces Jefe de la Revolución? ¿Y Cándido Navarro y tantos otros que injustamente están recluídos como unos criminales en las mazmorras metropolitanas? ¿A esto se le llama revolución triunfante?
Yo, como no soy político, no entiendo de esos triunfos a medias; de esos triunfos en que los derrotados son los que ganan; de esos triunfos en que, como en mi caso, se me ofrece, se me exige, diz que después de triunfante la revolución, salga no sólo de mi Estado, sino también de mi Patria ...
Yo estoy resuelto a luchar contra todo y contra todos sin más baluarte que la confianza, el cariño y el apoyo de mi pueblo.
Así hágalo saber a todos; y a Don Gustavo dígale, en contestación a lo que de mí opinó, que a Emiliano Zapata no se le compra con oro. A los compañeros que están presos, víctimas de la ingratitud de Madero, dígales que no tengan cuidado, que todavía aquí hay hombres que tienen vergüenza y que no pierdo la esperanza de ir a ponerlos en libertad.
Mucho le recomiendo lo de Abraham Martínez y la rápida salida de Gonzalo (Gonzalo Vázquez Ortíz) al Norte. Tan luego como ambas cosas se arreglen, le estimaré se dé una vuelta por acá por tener asunto que tratar con usted.
Espero sus prontas nuevas y me repito su afmo. amigo que lo aprecia.
Emiliano Zapata
Cómo publicó la prensa el Plan de Ayala
Ninguno de los periódicos metropolitanos quiso, en aquellos días, dar a luz el documento rebelde de un radicalismo que, en aquel entonces, causaba efectos de un peligroso explosivo.
Don Enrique M. Bonilla, redactor de El Diario del Hogar, en una entrevista con el Presidente Madero, se lo mostró diciéndole:
- Mire usted, señor, el famoso Plan de Ayala que ha proclamado Zapata, desconociendo a su Gobierno; ¿no cree usted que debemos publicarlo?
La lectura del documento produjo al Presidente una impresión desagradable y dirigiéndose a Bonilla, le dijo:
- Sí, publíquelo para que todos conozcan a ese loco de Zapata.
Y así fue cómo, con autorización de Madero, se dió a conocer el Plan de Ayala que fue publicado en El Diario del Hogar del 15 de diciembre de 1911.
La demanda que tuvo la edición de dicho periódico ese día fue enorme, y no obstante el doble tiro que con tal motivo se hizo, su director tuvo que ordenar otro extraordinario para satisfacer los pedidos que, días después, llegaron de todas partes de la República.
Don Enrique M. Bonilla se incorporó, años más tarde; a las filas surianas.
Invitación a Orozco
El Plan de Ayala, que en mucho refleja el desinterés personal que fue norma de los actos del general Zapata, designó, como hemos visto, Jefe de la Revolución Agraria al guerrillero fronterizo Pascual Orozco hijo, quien justamente gozaba de prestigio ganado en defensa de la causa popular.
El general Zapata, representando dignamente a los luchadores surianos desengañados de Madero, confiaba en que el revolucionario chihuahuense aceptaría la jefatura y acudiría gustoso al llamamiento que le hacían sus compañeros para defender conjuntamente la fracasada obra libertadora.
Tan pronto como se le dió publicidad al Plan de Ayala, como asentamos en líneas anteriores, Gonzalo Vázquez Ortiz se encaminó hacia el Estado de Chihuahua, con el objeto de poner en manos de Orozco una interesante carta que le envió el general Zapata, y en la que además de acompañarle el referido Plan que lo reconocía como Jefe, lo invitó a que aceptara la designación, detallándole, aún más que en el documento remitido, las causas que obligaron a los surianos a continuar la lucha. A la vez le expresó la confianza que los rebeldes surianos abrigaban de que posponiendo todo interés personal, los aguerridos fronterizos lucharían también por la consolidación del ideal agrario.
El líder norteño tuvo al principio alguna desconfianza al enviado del general Zapata; pero tan luego como se hubo cerciorado de que efectivamente procedía del campo revolucionario suriano, le guardó toda clase de consideraciones, y le indicó que él también estaba decepcionado de Madero. Le hizo algunas recomendaciones verbales para el Caudillo morelense, a quien contestó su carta, comprometiéndose solemnemente a secundar su actitud.
Vázquez Ortiz, después de cumplir satisfactoriamente su comisión, regresó al Sur, no sin que antes el guerrillero chihuahuense le hiciera la advertencia de que tomara toda clase de precauciones para evitar que fuese capturado por elementos gobiernistas.
LA SITUACION A FINES DE 1911
Vamos a dar una ligera idea del panorama que presentaba la Nación a fines de 1911, al mes de que el señor Madero se hizo cargo de la Presidencia de la República.
No tenemos la intención de exhibir a su Gobierno, sino simplemente la de señalar, por los diversos brotes, una inquietud cuyas causas deben buscarse en el estado económico de las masas, estado que por su naturaleza misma, no podía mejorar solamente con los cambios políticos habidos.
Por aquel entonces se dijo que los brotes rebeldes eran la consecuencia del movimiento armado del año anterior, puesto que se había observado el fenómeno de que a toda revolución había seguido un período de inseguridad y bandolerismo, ya que siempre había quienes, encariñados con la vida de guerrilleros, preferían continuar con las armas, robando y asaltando, antes que someterse al rudo trabajo de la generalidad.
Si analizamos bien los sucesos, si nos fijamos en su aparición en distintos lugares de la República, con motivos claramente expresados en cada caso, no costará trabajo llegar a la conclusión de que esos brotes, al menos en su mayoría, no tuvieron ni pudieron tener el caracter de bandolerismo, sino que fueron tendencias de acomodación, manifestaciones de inconformidad, expresiones sencillas del desequilibrio económico en el estado social de entonces.
Es cierto que algunos de esos movimientos tuvieron un tinte marcadamente político y vamos a considerar entre ellos a los que llevaron a cabo algunos núcleos maderistas; pero su explicación hay que buscarla en la injusta situación en que habían quedado con respecto a las fuerzas federales.
La rebelión en Yucatán
Diciembre, el mes bullanguero y friolento, no se presentó bajo buenos auspicios para el Gobierno, como lo demuestra el hecho de que el día 1° estalló la rebelión nada menos que en el Estado natal del Vicepresidente, licenciado Pino Suárez, quien había dejado el Gobierno de esa entidad en manos de su hermano político, el doctor Nicolás Cámara Vales.
Como consecuencia inmediata, el día 3 fueron fusilados sin formación de causa en Halachó, Yuc., trece individuos; pero la carnicería no contuvo la rebelión, por lo que salieron de Veracruz algunas tropas con rumbo al puerto de Progreso.
El día 7 se sublevó la tripulación del guardacostas Melchor Ocampo, secundando el movimiento de la península. Al siguiente día el cañonero Bravo condujo a las costas yucatecas doscientos soldados, pues la rebelión iba extendiéndose. Habían sufrido serias derrotas las fuerzas federales entre las fincas de Sacuite y Misnebalán, mientras que Dzilman y Temax cayeron en poder de los rebeldes; de esa derrota sólo escaparon con vida seis soldados.
El 10, las alturas de Mérida amanecieron coronadas de soldados y ametralladoras, pues se temía un ataque. A finales del mes la situación no había cambiado mucho; la finca de Sayal Argáez fue asaltada.
Asesinato del licenciado José F. Gómez
En los siguientes días del mes, un grupo de individuos que la versión oficial dijo ser obreros, sacó de la prisión al licenciado José F. Gómez (Ché Gómez), el líder juchiteco, y le dió muerte, en unión de algunos correligionarios suyos, habiendo dejado el cadáver del infortunado profesional, materialmente acribillado a balazos.
Días más tarde el Gobernador de Oaxaca, don Benito Juárez Maza, declaró que la policía de Rincón Antonio, hoy Matías Romero, había dado muerte al líder separatista de referencia, con lo cual quedaron desmentidas las primeras versiones oficiales.
Diversos brotes rebeldes
El día 1° de diciembre hubo también un levantamiento en San Miguel Allende, Gto., a favor del señor licenciado Vázquez Gómez y en Culiacán, Sin., todo hacía creer en un encuentro entre las fuerzas maderistas comandadas por el general Juan N. Banderas y las tropas federales. En el mismo Estado de Sinaloa y en la población de Imala se sublevaron algunos grupos el día 2, fecha en que fue atacada la estación de Río Verde, S. L. P.
A mediados del mes se levantó en armas el ex maderista Bernardino Rivera, en la población de Acaponeta, perteneciente al entonces Territorio de Tepic. Igual cosa había hecho Pablo Barrera en Tierra Colorada, Gro., y Librado Torres en Apizaco, Tlaxcala, de donde era Presidente Municipal; Federico Tejeda se sublevó en Ayo Chico, Jal.
Indé y Santa María del Oro, Dgo., fueron tomados por grupos rebeldes; Cenobio Camacho pidió la rendición de Tula, Tamps.
Manuel Alanís, con buen número de desafectos al Gobierno, se levantó en armas en Huejuquilla el Alto, Jal.
Finalmente, la hacienda de Cuevas, en el Estado de Guanajuato, cayó en poder de una partida de revolucionarios.
Que se cumpla el Plan de San Luis
En la primera decena del citado mes, una comisión de indígenas del Partido de Cuencamé, Dgo., en representación de dieciocho mil campesinos, entrevistó al Presidente Madero pidiéndole el cumplimiento del Plan de San Luis Potosí. Con ese motivo, don Rafael Hernández, primo del mandatario y Secretario de Fomento en su Gabinete, declaró que el Gobierno estaba dispuesto a cumplir esas promesas, para lo cual emitiría bonos por valor de doscientos millones de pesos, en beneficio de la agricultura nacional.
El día 14 recibió el Presidente a otra comisión, ahora de yaquis, quienes solicitaron tierras. El señor Madero se vió en la necesidad de ofrecer que les serían restituidas.
El general Bernardo Reyes
E1 día 16 entró a territorio nacional don Bernardo Reyes, por Vela, punto cercano a Camargo, N. L. Por lo muy reducido del grupo y lo violento de la invasión, no fue posible cerrarle el paso. Una partida de sus adeptos atacó Ramos Árizpe, Coah.
Pero el día 25 causó sensación en todo el país la inesperada rendición del general Reyes en Linares, N. L., donde se presentó a la guarnición federal pidiendo solamente garantías para sus partidarios.
Sin duda que don Bernardo Reyes supuso que su presencia haría brotar por dondequiera sublevados en su favor. Los hechos demostraron dos cosas: primera, que ya no gozaba de las simpatías que en la época porfiriana llegó a tener, cuando se le consideró capaz de empuñar la bandera de la Revolución; segunda, que el país no deseaba cambios políticos, sino una transformación económica y social.
Es de hacerse constar que el Gobierno del señor Madero hizo declaraciones en el sentido de que la incursión de don Bernardo Reyes no constituía un problema.
Actividades zapatistas
Por primera vez los rotativos conservadores dieron por muerto al Caudillo de la Revolución Agrarista, general Zapata, pues con grandes encabezados dijeron el día 3 de diciembre que había sucumbido como una fiera dentro de la cueva que le servía de madriguera en Cerro Frío.
Ese mismo día, grupos de sus adeptos habían combatido en diversos sectores, asediando El Castillo, Tlayacac y Nepanda.
Yecapixda, Mor., fue sitiada el día 7 por quinientos zapatistas; otro grupo detuvo un tren en Ticumán y óbligó al conductor a transportarlo hasta Jojutla, mientras que en Barreto se sostenía un encuentro.
Al día siguiente, un nuevo núcleo tiroteó un convoy en Malpaís, siendo detenido el mismo convoy más tarde en Nepanda por distinto núcleo.
El día 9, trescientos agraristas amagaron Huejotzingo, Pue., y un número no menor asaltó y entró a la hacienda de Treinta, en el Estado de Morelos.
El día 12 hubo una intensa alarma en la ciudad de Cuautla, pues se rumoró con insistencia que mil quinientos rebeldes se aproximaban a la población. Ese mismo día tomaron Ticumán, que se encontraba guarnecido por fuerzas del Gobernador Figueroa.
Un núcleo, al mando de Amador Salazar, se posesionó de la hacienda de Atlihuayán, otro rodeó a Yautepec, mientras que Jojutla y Tlaltizapán fueron amagados. San Martín Texmelucan, Pue., sintió también la presencia de considerable número de revolucionarios.
El día 14, fuerzas federales al mando del mayor Ocaranza libraron combate en Tepalcingo, Mor.; Huejotzingo y Atlixco, Pue., fueron amagados, por lo cual salieron de la capital de ese Estado con toda rapidez, doscientos soldados del 3er. Regimiento hacia la segunda de las plazas mencionadas.
Fuerzas del 34° Batallón fueron destacadas violentamente hacia Pala, el día 15, pues los surianos, en número de cuatrocientos, se habían reunido allí. Otros grupos atacaron la hacienda de San Carlos y entraron a las de Guadalupe y El Moral. La de Champusco, Pue., se encontraba en esa fecha en poder de los rebeldes.
El día 17 se esperaba en Yautepec, Mor., un combate, pues en las cercanías de Palo Alto estaban cuatrocientos rebeldes en actitud de emprender la marcha sobre esta población, habiéndose apoderado de Ticumán.
Como la actividad desplegada por los surianos era notoria, tuvo el general Casso López que trasladarse a la capital de la República para solicitar y activar personalmente el envío de todas las fuerzas federales que comandaba el general Eguía Lis.
El día 19, las fuerzas rurales y del 17° batallón sostuvieron reñido encuentro con agraristas en las cercanías de Chalco. En el Estado de México, al que pertenece la población mencionada, habían también aparecido núcleos rebeldes, especialmente cerca de las poblaciones de Malinalco, Zumpahuacán y Tonatico.
Con intenciones visibles de acercarse a Yecapixtla, Mor., existía un grupo posesionado de El Jaral, sólo distante cuatro kilómetros de la población mencionada.
Casso López regresó el día 21 a su base de operaciones, manifestando que la campaña entraría en un período de febril intensidad, pues que esperaba el envío de mil rurales que iban a quedar bajo su mando; pero Cuernavaca se aprestaba ese día a la defensa, porque el Cerro de la Herradura se encontraba en poder de los surianos. Chalma, del Estado de México, cayó en poder de los rebeldes.
El general Zapata, al frente de quinientos rebeldes, atacó a Axochiapan, Mor., el día 22. Días más tarde salió de allí hacia Huautla. Ese mismo día fueron tomados Cacahuamilpa y Tetipac, Gro.
El día 27 fue atacado y tomado Ocuila, del Estado de México, y los rebeldes entraron a la población de San Gregorio.
Quinientos surianos entraron el día 30 en Huaquechula, Pue.; otro grupo sostuvo combate en Tetela del Volcán, Mor., y otro se aproximó a Atlixco, Pue.
El día anterior habían entrado en Almoloya de Alquisiras; Casso López sostuvo un encuentro en la Barranca del Amatzinac, mientras que una partida de rurales que exploraba la serranía de La Laja, Vaquería y Santa Cruz, cayó en una emboscada que le pusieron doscientos surianos que se aproximaban a Hueyapan. Simultáneamente habían sido atacados Chinameca y Tepoztlán.
Esta era la situación al terminar el año. El movimiento revolucionario de mayor significación fue sin duda el de Morelos, pues hemos visto que se había extendido rápidamente a los Estados de Puebla, Guerrero, Tlaxcala y México. No por ello debemos negar importancia a los diversos brotes que habían aparecido, pues si bien fueron sofocados, no perdieron su carácter de manifestaciones de inquiecud que obedecían a una misma causa.
El Plan de Ayala encontró eco facilísimo en los campesinos y tuvo inmediatamente sus simpatías y su apoyo.
La razón de ser de ese Plan quedó evidenciada desde luego, pues sin la justicia que lo inspiró y que pedía, el movimiento hubiera muerto en su cuna, toda vez que la rebelión tenía políticamente como blanco al Caudillo de la Revolución, al Presidente Constitucional elevado hacía pocos días a ese puesto por las elecciones más limpias que se habían registrado.