Índice de Emiliano Zapata y el agrarismo en México del General Gildardo Magaña | PROEMIO AL TOMO III | TOMO III - Capítulo II - La Revolución y Don Venustiano Carranza | Biblioteca Virtual Antorcha |
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EMILIANO ZAPATA
Y EL
AGRARISMO EN MÉXICO
General Gildardo Magaña
Colaboración del Profesor Carlos Pérez Guerrero
TOMO III
CAPÍTULO I
LOS PRIMEROS DISPAROS CONTRA LA USURPACIÓN PROCEDIERON DE LOS RIFLES ZAPATISTAS
La Revolución Mexicana ha considerado como uno de los mártires de su causa a don Francisco I. Madero; mas ello no basta. El trágico derrumbamiento de su régimen no es un punto neurálgico en nuestra vida nacional, sino la operación de una síntesis, la convergencia de fuerzas mediatas, inmediatas, autóctonas y alóctonas que conviene distinguir objetivamente para juzgar del hecho por sus determinantes, su ejecución y su trascendencia.
Objetivos de todas las naciones han sido la afirmación y el acrecentamiento de sus valores propios; mas al conocimiento de ellos se llega por el análisis sereno de los hechos pasados, o como Schopenhauer lo dijo inmejorablemente: Sólo a través de la historia adquiere un pueblo la plena conciencia de su propio ser.
La caída del régimen maderista es un acontecimiento histórico que debe estudiarse con detenimiento, con absoluta frialdad y en presencia de múltiples datos, pues si los hechos del pasado han de servir de norma a la vida ciudadana y pública de la nación, es precíso que la crítica ahonde las causas eficientes del suceso.
Claro está que nosotros no abordaremos una labor de crítica porque ni es el momento oportuno, ni lo permite nuestra condición de narradores que tampoco nos impide emitir accidentalmente nuestros juicios, pues asistimos a los hechos que narramos o por lo menos sentimos muy de cerca sus efectos.
En el tomo anterior de esta obra expusimos sincerámente nuestra opinión acerca del señor Madero como apóstol, como caudillo y como gobernante. Nada tenemos que añadir, salvo que nuestro juicio está formado desde el ángulo revolucionario en que nos encontramos colocados; pero repetimos que tendría incomprensión para los más trascendentales problemas que planteó el movimiento por él encabezado, impreparación para examinarlos, incertidumbre y hasta debilidad para abordarlos; pero no mala fe. Por lo mismo, pensamos que no fue merecedor del sangriento epílogo de su vida.
Esta opinión nuestra refleja en algo el sentir del movimiento suriano, que, si combatió francamente al señor Madero por lo que de revolucionario le había faltado, fue, sin embargo, el primero en reprobar con hechos elocuentísimos la traición de que se le hizo víctima, pues con ella se buscaba liquidar a la Revolución.
Efectos que produjo la traición
Ahora bien: el trágico suceso, tras de conmover hondamente a la sociedad mexicana, creó diversos estados de ánimo, en consonancia con la posición de los distintos sectores.
En el pueblo humilde, que fue donde el señor Madero tuvo el mayor número de sus partidarios, se sintió sincera pesadumbre por lo ocurrido e inquietud por lo que el porvenir podía deparar, pues con la intuición que tienen las masas, presintieron que algo grave se desarrollaría.
Entre el elemento revolucionario causó primero estupefacción la audacia empleada por Huerta para adueñarse del Poder; luego hubo indignación por el desenlace brutal de los acontecimientos y sobrevino más tarde una profunda depresión por el naufragio en que parecían estar los anhelos revolucionarios.
La reacción batió palmas y fue natural que lo hiciera. Consideró sepultada para siempre la aventura revolucionaria y creyó que sobre las ruinas del gobierno derrotado, surgiría esplendorosa la restauración que tanto deseaba. Los intelectuales de ese bando encomiaron rabiosamente la patriótica actitud del usurpador y se vanagloriaron de haber contribuído, en alguna forma, al derrocamiento del demagogo Madero.
Hubo degenerados que habiéndose cubierto con la máscara de un revolucionarismo que nunca sintieron, se precipitaron a los pies del asesino declarándose sus más ardientes partidarios y admiradores. Mas no está allí lo peor de su podredumbre moral, sino que más tarde volvieron a ponerse la careta que se habían quitado y sorprendieron así a los hombres sencillos de la Revolución.
La prensa, que no poco daño había causado a la administración ahora derrocada, vació su iniquidad y celebró jubilosa la constitución del nuevo gobierno. He aquí lo que El País dijo en su editorial del 20 de febrero:
El maderismo se ha derrumbado estrepitosa y trágicamente para jamás renacer. La opinión pública, que lo acogió con aplausos de simpatía, lo rechaza ahora con signos evidentes de reprobación, porque los mexicanos comprenden que una administración de ineptos, de advenedizos, de radicales, no domados aún, llevaba a la Patria a una ruina cierta. Y -lo hemos dicho ya- las sociedades no se suicidan. Por eso, cuando la legalidad es un obstáculo para su vida, se desconoce a la legalidad.
También el artículo de fondo que correspondió a la edición del 21 de febrero, de El Independiente, dijo así:
No creemos que por haber desaparecido la influencia de un hombre, de una familia y de una agrupación, ese hombre, esa familia y esa agrupación deban quedar inmunizados dentro del respeto caballeroso al que está fuera de combate. Eso sería negar el principio social de las responsabilidades, que en política, como en historia, no debe tener atenciones.
Si tenemos en cuenta que ese artículo fue escrito cuando aún no se sacrificaba al señor Madero, no es extraño el asombro que causa ver que se pedía, en el párrafo copiado, precisamente el trágico epílogo de su vida y que
En fuentes oficiales pudimos inquirir que en el ánimo del Gobierno existe la idea de llevar al séñor Madero al Gran Jurado, para que la Cámara resuelva de su suerte. Ya nos ocupamos de hacer investigaciones para averiguar si hay el número de diputados con capacidad moral para decidir de la suerte del ex Presidente y revestirse del carácter augusto de jueces en la causa política más grave que se ha presentado durante nuestra vida independiente.
El Imparcial, en su artículo también de fondo que apareció el día 23 de febrero, pero que sin duda fue escrito el 22, antes del asesinato, dijo así:
Ha sido tema incesante de las conversaciones, en los últimos días, la suerte que está reservada a los señores Madero y Pino Suárez. En todos los corrillos se discute, en todos los círculos se comenta, en todas las imaginaciones se aventuran hipótesis sobre cuestión tan trascendental; y mientras la mayoría declara con firmeza y hasta con encono que debe procederse con gran energía -y ya sabemos lo que con esto se quiere decir-, y una minoría razonable quiere que se proceda tan sólo con justificación, todos convienen en que la libertad del señor Madero y del señor Pino Suárez traería para el país un serio peligro.
Si los señores Madero y Pino Suárez quedan en libertad y lanzan el programa comunista -que no sería otra cosa que el Plan de San Luis, corregido y aumentado-, la revuelta volvería a encenderse y las turbas desenfrenadas volverían a gritar el himno estridente, el ¡Viva Madero! aquel con acompañamiento del ruido de latas vacias que ensordeció a los habitantes de esta capital en aquellas jornadas positivamente inolvidables.
Afortunadamente no existe contradicción entre las exigencias políticas y las exigencias de la justicia; pues ésta quiere que se depuren responsabilidades oficiales en que haya incurrido el gobernante inepto que arruinó la Hacienda Pública, que estableció la horrenda Porra. Ya que protegió a los Villa, los Zapata y los Hidalgo; que se defina quién fue el responsable del asesinato del general Ruiz, y de todos los procedimientos de terror empleados desde el día 9 hasta el día 19 del corriente en esta capital. Y que se defina, por último, cómo y por quién fueron muertos los señores Jiménez Riveroll e Izquierdo. Los culpables de estos atentados deben sufrir las consecuencias legales de sus actos, y la justicia debe ser con ellos severa, fria, mexorable.
¿Justicia? El alto sentimiento innato en el hombre, el que lo distingue de la animalidad, la aspiración de todos los pueblos, el ideal de todos los tiempos, no es, sin duda, lo que el periódico deseaba. Pedía muy claramente la desaparición del señor Madero, y la pedía, no porque hubiese concluído con dos vidas de otros tantos oficiales del Ejército, no porque hubiera protegido a Villa o Zapata -que no los protegió-, no porque fuese responsable de los efectos del combate en las calles de la capital, sino porque tenía el nefando crimen de haber sido el Jefe de la Revolución.
Cuando leímos esos artículos y más tarde los repasamos en los campamentos, pensábamos con tristeza: ¿Y esto es lo que se llama pomposamente Cuarto Poder? ¿Esto es lo que se dice expresión de la opinión pública? Si así fuese, si estos artículos reflejaran su sentir, habría que confesar que la opinión pública sufrió una tremenda reversión de sus valores morales.
Un Consejo de Ministros
Don Rogelio Fernández Güell, en su interesame obra titulada Episodios de la Revolución Mexicana, relata la celebración de un Consejo de Ministros llevado a cabo bajo la presidencia de Huerta:
Pasado el triunfo el Consejo de Ministros se reunió para discutir la situación. Se recibieron adhesiones del general Higinio Aguilar y del coronel Gaudencio de la Llave, que operaban con pequeñas partidas de rebeldes en las inmediaciones de Puebla y Orizaba; de Pascual Orozco, quien reapareció en el Distrito de Bravo; de Benjamín Argumedo, Cheché Campos, Marcelo Caraveo y otros jefes orozquistas, y del tuerto Morales, que se había hecho famoso por sus crímenes en Puebla y Morelos.
Se informó de la suerte de don Abraham González, quien al día siguiente del Cuartelazo fue hecho prisionero por el general Rábago en el Palacio del Ejecutivo y asesinado de la manera más vil; de la prisión de los generales Ambrosio Figueroa y Gabriel Hernández y de la sublevación del ex Gobernador Hidalgo y de los rurales de Tapia en Tlaxcala. Se informó igualmente que la Corte Suprema de Justicia, por mayoría de tres votos, contra el del Presidente Carvajal, había acordado reconocer al general Huerta como Ejecutivo de la Unión y de que se habían librado órdenes de aprehensión contra los Gobernadores de Sonora, Coahuila, Aguascalientes y San Luis Potosí, que hasta la fecha no habían enviado su adhesión al nuevo Gobierno. El Ejército, en toda la República estaba compacto y firme en torno de sus jefes y se esperaba la sumisión de Emiliano Zapata. Luego se recibieron más noticias. El licenciado Vázquez Gómez, que se encontraba en El Paso, había declarado que no reconocía al general Huerta como Presidente de la República. Francisco Cosío Robelo, comandante de un cuerpo de rurales, se había sublevado, retirándose con un centenar de hombres al Ajusco. Casi todos los miembros de la familia Madero habían desaparecido de la capital, creyéndose, con fundamento, que habían emigrado a la vecina República del Norte.
Las actividades de los zapatistas no habían decrecido en el Estado de México.
Era verdad que Huerta esperaba la sumisión del general Zapata, pues para un hombre de la talla moral del usurpador resultaba muy lógico pensar que si el Caudillo Suriano se había rebelado contra el gobierno del señor Madero, nada tan natural como apresurarse a reconocer el nuevo estado de cosas, con la idea de sacar el mejor partido de la sitUación.
Así hubiera procedido un calculador o quien hubiese tomado las armas por asuntos meramente políticos y de carácter transitorio; pero el general Zapata no buscaba la substitución de personas en el ejercicio del Poder Público, sino la resolución de un hondo problema social. Precisamente su rebelión señaló la magnitud de las fuerzas que óperaban en su ánimo y bien claro lo había dicho en el Plan de Ayala: se proponía continuar el movimiento revolucionario que por muchas circunstancias había sufrido una deplorable detención.
Huerta, por sus antecedentes, por sus tendencias, por sus ambiciones bastardas, por la forma de escalar la Presidencia de la República, no era quien podía garantizar el cumplimiento de las promesas revolucionarias del Plan de San Luis Potosí, hechas demanda inaplazable en el Plan de Ayala.
Muy mal conocía el usurpador al Caudillo Suriano y las causas que lo mantenían en armas; pero muy pronto iba a demostrar al mundo la firmeza de sus convicciones y a Huerta la verdadera razón de su actitud. El general Zapata representaba la tendencia renovadora y no podía sumarse a quien encarnaba la tendencia que pretendía restaurar el régimen derrocado por la Revolución.
Actitud del Ejército Federal
Acabamos de ver que en el Consejo de Ministros se informó que el Ejército, en toda la República, estaba firme y compacto al lado de sus jefes. Era verdad, pues salvo opiniones esporádicas que no llegaron a manifestarse en hechos ostensibles, toda la institución permaneció quieta.
Esa actitud del Ejército Federal ha dado lugar a que se le discuta. Unos le arrojan la responsabilidad del cuartelazo, pues dicen que por elemental cumplimiento de sus obligaciones debió de haber adoptado una posición de franco apoyo a quien constitucionalmente se hallaba en el ejercicio del Supremo Poder Ejecutivo, con lo que hubiera bastado para refrenar las ambiciones de Huerta. Otros, en cambio, lo eximen de toda culpa y expresan que no todo el Ejército derrocó al Presidente; pero que si después prestó su apoyo al usurpador, fue porque el Congreso legalizó la criminal maniobra y que a la institución armada no le correspondía sino acatar lo que el Poder Legislativo Federal había sancionado.
Al asumir don Francisco I. Madero la Presidencia de la República, y como se lo sugirieron muchos de sus partidarios, pudo haber disuelto el Ejército Federal, lógica e ideológicamente adicto a otro régimen, y substituirlo por un nuevo organismo que en la conveniente proporción estuviese integrado por elementos revolucionarios que indudablemente habrían sido el apoyo de su administración.
Motivos no faltaron; mas si no se quería apelar al procedimiento de la disolución, sí se hacía necesario que se le reorganizara, pues su integración no encuadraba con los principios democráticos proclamados por el movimiento revolucionario que el señor Madero representaba. El Ejército tenía un enorme vicio de constitución que debió corregirse: la tropa no era voluntaria sino llevada al servicio por la leva o por el sistema de consignados, y si pues su estancia en las filas era forzada, hubiera sido un acto de elemental justicia devolverle su plena libertad. Substituirla por voluntarios y de preferencia de filiación maderista, habría sido otro acto de prudencia administrativa y de simple conveniencia.
Se hubiera tenido así la base de un nuevo Ejército cuya oficialidad pudo y debió integrarse con militares de carrera y con insurgentes, pues si se consideraba que los unos eran necesarios por su preparación, también lo eran los otros porque representaban la corriente de las nuevas ideas, de las que el Ejército no debió quedar al margen, Tan indispensable se consideró la disolución, o cuando menos la reorganización del Ejército, que mucho antes de que el señor Madero acaudillara el movimiento revolucionario de 1910, ya se había planteado el problema, Razones poderosas se expusieron y se examinaron cuidadosamente al discutirse el Programa del Partido Liberal Mexicano, en el que tiene sus raíces ideológicas e históricas el Plan de San Luis Potosí. En ese Programa, publicado el 1° de julio de 1906 en Saint Louis Missouri, se dice textualmente:
IV. Supresión del servicio militar obligatorio y establecimiento de la Guardia Nacional. Los que presten sus servicios lo harán libre y voluntariamente. Se revisará la Ordenanza militar para suprimir de ella tOdo lo que se considere opresivo y humillante para la dignidad del hombre y se mejorarán los haberes de los que sirvan en la Milicia Nacional.
Para la mejor inteligencia del artículo transcrito, conviene aclarar que el llamado servicio militar obligatorio no era otra cosa que una vil arma puesta en manos de los jefes políticos, cuya supresión también planteó el Programa del Partido Liberal Mexicano. Ellos señalaban a los que debían causar alta en las filas y, naturalmente, la designación recaía siempre en quienes eran poco gratos a los funcionarios, a las autoridades municipales, a los caciques, a los hacendados y a los influyentes. Se aparentaba un sorteo que nunca se hacía en verdad; pero de cuyo resultado salían los consignados al servicio de las armas entre quienes se incluía, por castigo, a los que no se podía o no se quería penar conforme a las leyes y a los inquietos y peligrosos, juzgados así por los mismos jefes políticos.
Esa forma de reclutamiento, cuando no era el de la odiosa leva, de la que se echaba mano al hacerse necesario un contingente numeroso, hubiera bastado para que el gobierno revolucionario disolviese a la tropa, puesta bajo el mando de jefes y oficiales que en buena proporción eran ostensiblemente contrarios a las ideas que sirvieron de médula al movimiento acaudillado por el señor Madero.
Con esos antecedentes y con la mira de alejar las posibilidades de que jefes militares hicieran un movimiento contrarrevolucionario, se sugirió al señor Madero, antes y después de que tomara posesión de la Presidencia, que disolviese el Ejército Federal. Las sugerencias fueron insistentes al presentarse los primeros problemas creados por el licenciamiento del Ejército Insurgente, pues no se consideraba justo que tal fuese la recompensa para quienes con su brazo y su sangre habían contribuído a la creación del nuevo orden de cosas.
Nada de apasionado, y sí mucho de prudente, tuvieron las indicaciones hechas por elementos diversos de la Revolución, entre quienes debemos señalar a los señores Vázquez Gómez, a don Venustiano Carranza, al ingeniero Eduardo Hay, a los hermanos Robles Domínguez y al general Zapata.
Este último vió con claridad lo que podía ocurrir, y así lo expresó al señor Madero desde su primera entrevista y posteriormente en Cuautla durante las conferencias de que hablamos en el tomo anterior, vaticinándole que las complacencias con enemigos de la Revolución le traerían serios problemas que acabarían con él. De este vaticinio habló el caído Presidente al general Angeles, cuando se hallaban en la condición de prisioneros de Victoriano Huerta.
Ahora bien: desde el momento en que el señor Madero no disolvió el Ejército, sino que tuvo fe en su lealtad, toda la institución armada debió de haber correspondido con la misma nobleza con que procedió el Presidente. Para los revolucionarios sería una debilidad, un error, una torpeza; mas para los militares fue la muestra inequívoca de una gran confianza depositada por el Jefe de la Nación en el Ejército, confianza que nunca debió éste defraudar.
Dentro del Ejército Federal hubo, incuestionablemente, elementos sinceros y leales, tanto entre los de elevada jerarquía cuanto en la oficialidad joven, susceptible de adaptación a las nuevas ideas; pero también hubo ambiciosos e inadaptables, y por lo mismo desleales, que no vieron al movimiento de 1910 como el resultado de las fuerzas sociales pugnando por una transformación, sino que, adheridos al pasado, su tendencia fue la de retroceder a los tiempos de la Dictadura, cuyos sistemas estaban ya en desacuerdo con la evolución de las ideas y las necesidades de la sociedad.
Contrastó la lealtad de los generales Lauro Villar y Felipe Angeles, con la ambición y felonía de un Victoriano Huerta y un Aureliano Blanquet.
La conjunción de hombres leales y desleales, de militares pundonorosos que cumplían con su deber, y otros que añoraban los tiempos idos y anhelaban la restauración, tuvo que dar como resultante esa pasividad con la que el Ejército Federal vió los acontecimientos de febrero.
El Ejército y las rebeliones
Pero justo es reconocer que el Ejército Federal permaneció en su papel ante la rebelión que en el Norte pretendió desatar el general Bernardo Reyes; que no encontró eco el zalamero llamado de Pascual Orozco, hijo, cuando en marzo de 1912 se sublevó en Chihuahua; que no lo hicieron desmayar los sonados triunfos que al principio obtuvo ese guerrillero. El movimiento capitaneado por Félix Díaz en Veracruz en octubre de ese mismo año no fue secundado, a pesar de los ofrecimientos halagadores de Díaz, quien fácilmente fue derrotado; por último, la asonada militarista de Manuel Mondragón, en febrero de 1913, quedó localizada en la ciudad de México.
Y no incluimos entre los anteriores al movimiento suriano encabezado por el general Zapata, porque habiendo sido genuinamente revolucionario y de carácter social, el Ejército, en la inmensa mayoría de sus jefes, no estaba en condicionés de comprenderlo y menos de secundarlo.
Pero, la actitud del Ejército Federal frente a los otros movimientos ¿se debió a la conciencia del deber o a que no había aparecido el hombre que deseaba? De todos modos es un hecho que debe abonársele.
Bernardo Reyes había gastado su personalidad, tan vigorosa otrora, cuando se le consideró el único capaz de enfrentarse a don Porfirio Diaz; Pascual Orozco, hijo, tenía origen revolucionario; Félix Díaz era sobrino del Dictador, mas su parentesco, que lo hacía más conocido, no le daba ascendiente entre otros generales que se consideraban con mejores antecedentes; Mondragón estaba colocado en segundo término, se le estimaba como técnico, mas no como figura política.
Victoriano Huerta no estaba en primera línea y tampoco tenía la seguridad de contar con el Ejército. Así lo demostró con el empeño que puso en dar a su traición la apariencia de legalidad.
Pero muy favorable fue para sus ambiciones el asqueroso papel que desempeñó Henry Lane Wilson, apartándose por completo de sus funciones como Embajador de los Estados Unidos. Con el apoyo de este personaje, Huerta pudo robar la escena a Manuel Mondragón y a Félix Díaz.
Igualmente favorable fue el hecho de haber podido arrancar las renuncias al Presidente y al Vicepresidente cuando carecían de libertad; y si bien es Cierto que intervinieron algunos familiares del primero, lo hicieron de buena fe, buscando el menor perjuicio, porque sabían que, de no firmarlas, serían sacrificados.
Favorable fue la situación en que pudo colocar al Congreso de la Unión. Para nadie fue un secreto que se reunió y aceptó las renuncias bajo la presión material y moral de los infidentes; presión que doblegó a la mayoría de los diputados, pues sólo cinco de ellos, los señores Alarcón, Pérez, Rojas, Escudero y Hurtado Espinosa votaron en contra, exponiendo con ello sus vidas.
El pueblo que elevó al señor Madero al Poder, y la Revolución que él había encabezado y que continuaba desenvolviéndose, pudieron haberle exigido su renuncia; el primero, revocando el mandato en uso de su soberanía, y la segunda retirándole su confianza; pero Victoriano Huerta no era el pueblo, ni representaba a la Revolución.
Vistas, pues, las cosas desde un punto elevado, es evidente que el Ejército Federal pudo y debió desconocer al gobierno usurpador por la ilegalidad de su origen y, en ese caso, se hubiera colocado en el plano de la Revolución. Como no lo hizo, cabe afirmar que su posición fue tan ilegal como la del gobierno que sostuvo.
La ciega confianza del señor Madero
Favorable fue también para Huerta la ciega confianza que en él tenían el senor Madero y sus allegados consejeros.
A este respecto el señor licenciado Gabriel Robles Domínguez nos ha relatado que por circunstancias especiales se dió cuenta de todo lo que se tramaba en contra del gobierno, y que puso en conocimiento de su hermano, el ingeniero Alfredo Robles Domínguez, toda la combinación de los ambiciosos militares. No obstante que don Alfredo estaba distanciado del Presidente, por tratarse de un golpe que no sólo iba dirigido a él sino a la Revolución, se encaminó al Palacio Nacional y expuso al mandatario los proyectos que había en su contra, enterándolo de cómo y por quién habían sido descubiertos, dándole seguridades de que cuanto le decía era verídico.
El señor Madero prestó atención y agradeció los informes; pero manifestó que no abrigaba temor alguno, sino plena confianza en el general Huerta, quien le había dado su palabra de que a más tardar al día siguiente iba a quedar liquidada la situación, por lo que juzgaba innecesario salir de la capital como por precaución se lo sugirió el ingeniero Robles Domínguez.
Y era tal la confianza del Presidente, que la subrayó con estas palabras:
- Si para mañana no ha triunfado el general Huerta, lo nombro a usted Comandante Militar de la plaza de México.
Desconcertantes fueron la actitud y la respuesta del Primer Magistrado y por tanto, el ingeniero Robles Domínguez dió por concluída su intervención y se retiró.
Pocas horas después, al oír que repicaban las campanas de la Catedral, se informó de la causa y supo, con tristeza, que al Presidente se le había reducido a prisión.
¿Determinismo? No; causalidad. Un enemigo que acecha; intereses que se coligan; otros que presentan el punto crítico de su ruptura; una fuerza armada que era antagónica; imprudencias cometidas; falta de visión y la demasiada confianza del Presidente que viene a ser el istmo por el que pasan múltiples causas a producir un efecto deplorable.
Consumado el crimen y elevado el criminal al más alto puesto de la República, la reacción que tan celosa se mostraba de la ley y que tanto había invocado la justicia cuando de sus intereses se trató -ya lo hemos dicho-, batió palmas por el escarnio a la justicia y por las violaciones a la ley.
Es que la reacción no anhelaba esa Justicia que, como categoría absoluta, radica en el corazón de los hombres movidos por altos sentimientos de equidad; de la Justicia que se ausculta en las palpitaciones de la Vida; de la Justicia en la que cifra su realización el bien social; de la Justicia que ha llenado de esperanzas a la humanidad y que ha impulsado sus grandes acontecimientos. Ni hablaba de la Ley, cristalización del pensamiento que trata de acomodar los principios inmanentes a la realidad de la vida en cada época; de la Ley, corriente de renovación y de progreso; de la Ley, medio de realizar la Justicia, con la que sueñan los desamparados en cada sacudimiento de la sociedad.
No. La reacción hablaba de los preceptos escritos que le habían permitido realizar sus negocios y llevar, a costa de las masas, una existencia regalada y distinta de la dolorosa existencia de las masas.
El pacto Díaz-Huerta
Reproducimos a continuación el acta firmada por Félix Díaz y Victoriano Huerta, por la que se verá que el primero, considerándose vencedor, creyó asegurada su situación, sin imaginar quizás que bien pronto sería también barrido por el usurpador. Dice así el documento:
En la ciudad de México, a las nueve y media de la noche del día dieciocho de febrero de mil novecientos trece, reunidos los señores generales Félix Díaz y Victoriano Huerta, asistidos, el primero, por los licenciados Fidencio Hernández y Rodolfo Reyes y el segundo por los señores teniente coronel Joaquín Mass e ingeniero Enrique Cepeda, expuso el señor general Huerta que, en virtud de ser insostenible la situación por parte del Gobierno del señor Madero; para evitar más derramamiento de sangre y por sentimientos de fraternidad nacional, ha hecho prisionero a dicho señor, a su gabinete y a algunas otras personas más; que desea exponer al señor general Félix Díaz sus buenos deseos para que los elementos por él representados fraternicen, y todos unidos, salven la angustiosa situación actual. El señor general Félix Díaz expresó que su movimiento no ha tenido más objeto que lograr el bien nacional y que en tal virtud está dispuesto a cualquier sacrificio que redunde en bien de la patria.
Después de las discusiones del caso entre los presentes arriba señalados, se convino en lo siguiente:
Primero. Desde este momento se da por inexistente y desconocido el Poder Ejecutivo que funcionaba, comprometiéndose los elementos representados por los generales Díaz y Huerta a impedir por todos los medios, cualquier intento para el establecimiento de dicho Poder.
Segundo. A la mayor brevedad se procurará solucionar en los mejores términos legales posibles, la situación existente y los señores generales Díaz y Huerta pondrán todos sus empeños a efecto de que el segundo asuma, antes de setenta y dos horas, la Presidencia Provisional de la República con el siguiente gabinete:
Relaciones, licenciado Francisco León de la Barra.
Hacienda, licenciado Toribio Esquivel Obregón.
Guerra, general Manuel Mondragón.
Fomento, ingeniero Alberto Robles Gil.
Gobernación, ingeniero Alberto Garcia Granados.
Justicia, licenciado Rodolfo Reyes.
Instrucción Pública, licenciado Jorge Vera Estañol.
Comunicaciones, ingeniero David de la Fuente.
Será creado un nuevo Ministerio que se encargará especialmente de resolver la cuestión agraria y ramos conexos, denominándose de Agricultura y encargándose de la cartera respectiva el licenciado Manuel Garza Aldape.
Las modificaciones que por cualquiera causa se acuerden en este proyecto de gabinete, deberán resolverse en la misma forma que se ha resuelto éste.
Tercero. Entretanto se soluciona y resuelve la situación legal, quedan encargados de todos los elementos y autoridades de todo género cuyo ejercicio se requiera para dar garantías, los señores generales Huerta y Díaz.
Cuarto. El señor general Féliz Díaz declina el ofrecimiento de formar parte del gabinete provisional, en caso de que asuma la Presidencia Provisional el señor general Huerta, para quedar en libertad de emprender sus trabajos en el sentido de sus compromisos con su partido en las próximas elecciones, propósito que desea expresar claramente y del que quedan bien entendidos los firmantes.
Quinto. Inmediatamente se hará la notificación oficial a los representantes extranjeros, limitándola a expresar que ha caído el Poder Ejecutivo; que se provee a su substitución legal; que entretanto quedan con toda autoridad del mismo los señores generales Díaz y Huerta, y que se otorgarán todas las garantías procedentes a sus respectivos nacionales.
Sexto. Desde luego se invita a todos los revolucionarios a cesar en sus movimientos hostiles, procurándose los arreglos respectivos.
El general Victoriano Huerta.
El general Félix Díaz.
Los primeros disparos contra la usurpación
En aquel naufragio de la moral, del honor y la vergüenza, un hombre en quien se habían cebado todas las injusticias, las ingratitudes y las calumnias; un hombre al que tildaban de bandido quienes con más propiedad que él podían ser llamados así; un hombre sin la cultura de los que se enfangaron con Victoriano Huerta; un hombre sencilIo, humilde, pero con una elevada comprensión de sus deberes como mexicano y como revolucionario, puso el alto ejemplo de gallardía aí protestar contra Victoriano Huerta por medio de las bocas de sus fusiles, en pleno Distrito Federal.
El día 20 de febrero -cuarenta y ocho horas después de que el felón aprehendió al señor Madero y tres antes de que lo sacrificara-, las fuerzas del general Zapata atacaron la Villa de Tlalpan guarnecida por tropas huertistas; y con ese hecho significativo, se rompieron prácticamente las hostilidades.
Cinco días después del asesinato del señor Madero, el general Zapata se dirigió a sus subalternos dándoles claras, aunque lacónicas instrucciones para batir al gobierno de la usurpación. De los documentos que existen al respecto, hemos escogido una nota enviada al general Genovebo de la O, y que textualmente dice:
República Mexicana.
Ejército Libertador del Sur y Centro.
Al general Genovevo de la O.
Su campamento.
Tengo noticias de que el actual Gobierno ilegal pretende entrar en tratos de paz con los jefes revolucionarios por medio de las famosas conferencias, que no son otra cosa que unas emboscadas para atraparlos y fusilarlos.
En tal virtud, tome sus precauciones en lo sucesivo y lo mismo que ataque al enemigo cuantas veces se presente y no pierda oportunidad de batirlo, porque es la única manera de acabar con ellos.
Las mismas instrucciones haga circular a los jefes de aquella comarca, a efecto de que estén alerta.
Lo que comunico a usted para su conocimiento y demás fines consiguientes.
Reforma, Libertad, Justicia y Ley.
Campamento Revolucionario de Morelos, febrero 27 de 1913.
El General en Jefe del Ejército del Sur y Centro: Emiliano Zapata.
Claro se destaca el concepto de ilegal que se tenía del gobierno de la usurpación y no puede ser más precisa la orden para combatir a sus fuerzas. En cuanto a que las famosas conferencias no fueron sino emboscadas, puede ser que así lo pensara sinceramente el general Zapata; pero también cabe suponer que era una forma de alejar cualquiera posibilidad de que agentes de Huerta sorprendieran la sencillez y buena fe de los revolucionarios surianos.
Contrastando con esa actitUd, Pascual Orozco, hijo, desde su campamento del distrito de Bravo, Estado de Chihuahua, envió telegráficamente por la vía de El Paso, Texas, sus calurosas felicitaciones a Félix Díaz y a Victoriano Huerta, así como al Ejército Federal, por el derrocamiento del gobierno maderista. Su mensaje, como era natural, fue objeto de variados comentarios.
Ya que hemos citado al general Genovevo de la O, conviene decir que, como los demás revolucionarios surianos, se hallaba en plena actividad. Veamos algo de lo que estuvo haciendo por aquellos días.
El de la aprehensión del señor Madero, estaba en Atlacholoaya, del Estado de Morelos, de donde salió para Alpuyeca. El 22 pasó por Xoxocotla, con rumbo a Miacatlán, donde permaneció hasta el 25, saliendo con dirección a Tetecala que ocupó con sus fuerzas por habérsela abandonado las del 44 regimiento irregular. El 26 salió a Mazatepec para atender especial invitación que le hicieron los vecinos, dándole muestras de adhesión y simpatía durante su estancia. Regresó a Tetecala el mismo día y preparó su marcha hacia Coatlán del Río, donde llegó el 27.
El primero de marzo ocupó Malinalco, del Estado de México, de donde salió al día siguiente a Tepopula, Chalma y Chalmita, para volver a la primera de las poblaciones citadas el día 3. De allí salió el 6 a San Simón el Alto, donde giró órdenes para que se le incorporaran algunas fuerzas de su mando. Estando el día 8 en Texcalaquiac, se le presentaron los jefes Eulalio Terán, Severo Vargas, Juan Cervantes, Pedro C. Ruiz, Gregorio Pulido y Francisco V. Pacheco, con cuyos contingentes marchó sobre Coatepec de las Bateas el día 9.
Dejando algunas fuerzas en dicha plaza, se dirigió el 10 a San Juan Atzingo, para proseguir hasta Buenavista del Monte, en Morelos, y dirigiéndose a su campamento de El Tepeite, tomó ún respiro de tres días, para emprender nueva expedición tocando Ocuilan y Malinalco, del Estado de México, donde llegó el 22.
Al día siguiente recibió parte del general Francisco V. Pacheco, en el sentido de que los carabineros de Coahuila -fuerza maderista de origen- se le habían presentado en Santa Marta, desconociendo al gobierno de la usurpación (Datos tomados de apuntes del propio General Genovebo de la O, que ha decir del General Gildardo Magaña, obraban en su poder. Precisión de Chantal López y Omar Cortés).
Mientras tanto, el general De la O había recibido insistentes invitaciones para conferenciar con enviados de Huerta, y creyó oportuno dirigirse al general Zapata pidiéndole nuevas instrucciones, pues los enviados le aseguraban que el General en Jefe estaba negociando la paz. La contestación no se hizo esperar y he aquí su contenido:
República Mexicana.
Ejército Libertador del Sur y Centro.
Al general Genovevo de la O.
Su campamento.
Me refiero a la atenta carta de usted fechada el 24 del corriente y en debida respuesta le manifiesto: que hasta la fecha no he pensado entrar en tratados de paz, en vista de no ser el actUal Gobierno ilegal el propio para arreglar la pacificación del país, pues aun cuando la prensa de la capital se empeña en asegurar que estoy en conferencias de paz, no hay tales tratados de paz.
Cuando esto llegue a suceder, esté usted seguro lo mismo que todos los demás jefes y oficiales del Ejército Libertador, que les notificaré, tal y como lo reza el Plan de Ayala, el principio de los tratados de paz; pero ya digo: Por ahora no se ha pensado en tratados de paz de ninguna especie, al contrario, se han dado órdenes para que todos los que se presenten a celebrar tratados de paz sean capturados y remitidos a este Cuartel General para que les forme su proceso respectivo. Precisamente, fueron aprehendidas doce personas que se presentaron a celebrar conferencias de paz y entre ellas vinieron Simón Beltrán y un tal Morales, pariente de Federico Morales, a quienes ya se les fusiló a estos últimos por traidores a la causa que juraron defender.
También fueron capturados Blas Sobrino y Ocampo, que se empeñaban en tratar con usted asuntos de paz, y a estos individuos se les está formando su respectivo proceso para castigarlos como lo merezcan.
Siga usted activando sus trabajos en aquella zona militar.
Me comunica el general Pacheco que capturó a los traidores Ruiz Meza, José María Castillo, Pulido y Sámano, a quienes va a fusilar y yo le he autorizado para que los pase por las armas.
Lo que comunico a usted para su inteligencia y fines consiguientes.
Reforma, Libertad, Justicia y Ley.
Campamento Revolucionario en Morelos, marzo 31 de 1913.
El General en Jefe del Ejército del Sur y Centro, Emliano Zapata.
Por la importancia del documento que acabamos de copiar, así como por su estrecha relación con el anterior, nos hemos adelantado un poco al orden cronológico de los hechos; pero esto podrá servir para que el lector se vaya dando cuenta de la actitud del general Emiliano Zapata, mientras narramos sus actos medulares relacionados con el gobierno de la usurpación.
En el hervidero de pasiones de aquellos días, en medio de las pasividades criminales y de las negras traiciones, la figura del Caudillo Agrarista se destaca limpia, su conducta aparece rectilínea, y firme el concepto que tuvo de la Revolución.
No obstante de que Huerta lo había combatido y que precipitó los acontecimientos que lo llevaron a la rebelión, ahora el usurpador comprendía lo que para su gobierno significaba contar con el guerrillero suriano, y por ello trató de atraerlo por cuantos medios estuvieron a su alcance.
Pero a todos los intentos supo decir un no rotundo, con su característica energía.
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