Índice de Emiliano Zapata y el agrarismo en México del General Gildardo MagañaTOMO III - Capítulo X - Cómo pensaba Emiliano Zapata hace treinta añosTOMO III - Capítulo XII - La situación a principios de 1914Biblioteca Virtual Antorcha

EMILIANO ZAPATA
Y EL
AGRARISMO EN MÉXICO

General Gildardo Magaña
Colaboración del Profesor Carlos Pérez Guerrero

TOMO III

CAPÍTULO XI

MANIFESTACIONES AGRARISTAS EN LAS FILAS DEL CONSTITUCIONALISMO


Así como existen individuos en cuyas mentes no ha podido penetrar, ni penetrará jamás el ideal agrarista; así como existen conservadores que dedican toda su vida a suspirar por el sistema antisocial del latifundio, aunque de éste no hayan recibido beneficio alguno, así también, fuera del movimiento suriano, hubo personas que vieron en la Revolución no sólo el aspecto político, sino su fondo económico y que sintieron la necesidad de poner en práctica algunas determinaciones que las circunstancias aconsejaban.


Lucio Blanco y Francisco J. Múgica

Ya hemos visto cómo algunos intelectuales -verdaderas excepciones-, comprendieron la justicia del agrarismo y lo defendieron vigorosamente; ya hemos visto cómo en diversas partes de la República, incluso en el lejano Yucatán, aparecieron brotes rebeldes que tomaron como bandera los principios del Plan de Ayala. Vamos a ver ahora, en el seno del constitucionalismo, algunos elementos que sin estar en contacto con el movimiento suriano, participaron de la misma ideología y, por sus convicciones, ejecutaron actos positivos tendientes a dar una solución inmediata al problema.

Al enfrentarse don Venustiano Carranza con la usurpación, vió que sus fuerzas no eran suficientes para oponer una vigorosa resistencia a los organizados federales, y por esto fraccionó el efectivo de que disponía, y en grupos lo envió a diversas zonas. Uno de ellos fue el comandado por el teniente coronel Lucio Blanco, a quien acompañó como jefe de su Estado Mayor el capitán primero Francisco J. Múgica, habiéndosele encomendado operar en el Estado de Nuevo León.

El teniente coronel Blanco, al separarse del señor Carranza, contaba con 280 hombres; pero pronto demostró su entusiasmo y sus dotes de organizador, pues sus fuerzas aumentaron, y considerándose capacitado para enfrentarse a las bien organizadas que se hallaban de guarnición en Matamoros, del Estado de Tamaulipas, atacó esa plaza y la tomó el 4 de junio de 1913, constituyendo la acción de armas un verdadero acontecimiento militar y un sonado triunfo en la región fronteriza. No sólo por la significación política y militar que tuvo ese hecho, sino porque, como veremos después, allí se llevó a cabo el primer acto de reivindicación agraria por elementos constitucionalistas, hemos creído conveniente dar algunos detalles de esa función de armas, antes de narrar el trascendental acto social. Por aquellos días, Piedras Negras era el asiento de la Primera Jefatura, y allí recibió el señor Carranza la grata y lacónica nueva de la toma de Matamoros, escrita por el ya mayor Francisco J. Múgica sobre la cabeza de su silla de montar. Más tarde se le rindió parte detallado de la acción, de parte del cual tenemos una copia que vamos a reproducir en sus puntos más interesantes, dada la extensión del documento.


Parte de la toma de Matamoros

... El día 2 del actual pernocté en la Hacienda de las Rusias, donde tenía establecida mi vanguardia, desde el día 1° del actual, y en ese lugar formulé el plan de ataque a esta plaza, determinando dar un ataque simultáneo y por tres rumbos de la población, para que la acción de mis columnas fuera rápida, y en breves horas se resolviera el resultado, pues los soldados que están armados con mausser, carecían de parque suficiente para un asedio largo. En Consejo de Jefes y Oficiales de esta Columna, resolví atacar en la forma que se detalla en Orden General de la Columna, que se expidió por el Jefe de mi Estado Mayor, mayor Francisco J. Múgica, y cuya copia me honro en remitir a usted para su superior conocimiento.

(...)

A las nueve en punto de la mañana, se rompió el fuego sobre el grupo de mis soldados, quienes en esos momentos se disponían a tomar dispositivos de combate conforme a la orden ya expedida. Esto me obligó a modificar, en parte, mis planes, y a prescindir de atacar el Fuerte de Casa-Mata, para establecer en la Garita de Puertas Verdes el Cuartel General e impedir la posible salida del enemigo, pues temía debilitar la 2a. columna; establecí mi Cuartel General en el centro del llano llamado La Laguna, por el lado Sur de la población.

(...)

... A las nueve de la mañana avanzó la primera columna de ataque, fuerte en trescientos cincuenta y cinco hombres al mando del coronel Cesáreo Castro y encargado de tomar la Planta de Luz y Fuerza Motriz, generalizándose así el combate en toda la línea Sur y Poniente de la H. Ciudad. Cerca de las once pude darme cuenta de que el Ejército Constitucionalista estaba sobre las trincheras del enemigo obligando a éste a replegarse sobre el centro de la población; pero notando que por el lado Poniente no había fragor de combate, ni se tenía parte alguno, envié personalmente a mi Jefe de Estado Mayor, para que me diera cuenta del estado de la primera columna. Así fue, en efecto, dando por resultado que el mayor Múgica dispusiera acercarse a la base de operaciones de la Columna Castro, enviara refuerzos a este Jefe que estaba ya dentro de la plaza y obligara a los malos hijos de la patria a desalojar las posiciones avanzadas que tenían, y replegarse sobre la orilla del río, y al centro de la ciudad, donde fueron batidos vigorosamente, dejando el campo lleno de cadáveres.

Para las cuatro de la tarde recibí parte de que la población estaba ocupada, quedando solamente los últimos reductos por tomar; pero nuestros valientes soldados siguieron avanzando, ya protegidos por las casas tomadas, así como por los incendios producidos por nuestras bombas, y pronto redujeron a los huertistas a sólo el Cuartel General, a la iglesia y a las trincheras que circundaban la plaza principal ...

Como a las nueve de la noche cambié mi Cuartel General a la Planta Eléctrica, trasladando conmigo a los heridos de la 2a. columna que para esas horas eran en número de 8.

(...)

A sangre y fuego fue siendo tomado cada uno de los baluartes de la traición, y por fin, a las cinco y media antes meridiano, una columna en formación, al mando del coronel Saucedo, y a los marciales toques de la Marcha Dragona, se dirigía a mi Cuartel General, en la Planta Eléctrica, a darme parte de que todos los reductos enemigos habían sido tomados. Fue a esas horas en que tuve el honor de comunicar a usted que la plaza de esta heroica ciudad estaba a sus órdenes ...

(...)

El enemigo derrotado en esta acción asciende al número de cuatrocientos siete hombres, según los estados de fuerza que hemos encontrado en los cuarteles tomados. El número de sus muertos pasa de cien, no pudiéndose decir con precisión por la confusión de estos supremos instantes, y haberse ordenado la inmediata incineración de los cadáveres.

(...)

Entre los jefes de esta fuerza vencida, sólo cayó Antonio Echazarreta, capturado fuera de esta plaza, juzgado sumariamente y ejecutado. Los demás huyeron cobardemente, pasando al lado americano, con una leve herida, el llamado mayor Esteban Ramos, responsable no sólo de los actos vandálicos cometidos en esta plaza antes de nuestros asaltos, sino del cuartelazo de febrero.

Los pertrechos de guerra que dejó el enemigo, al rendir esta plaza, consisten en 200 carabinas de diversos calibres, cerca de 30,000 cartuchos y más de 150 caballos ensillados.

(...)

Termino felicitando a usted por el triunfo que alcanzaron las armas constitucionalistas y el honor de que se han cubierto nuestros soldados.

Cuartel General en la H. Matamoros, junio 10 de 1913.
El general brigadier, Lucio Blanco.
El Jefe de Estado Mayor, mayor Francisco J. Múgica.

Al Jefe del Movimiento Constitucionalista en la República Mexicana, C. Venustiano Carranza.
Piedras Negras, Coahuila, México.


Resonancia de la toma de Matamoros

La situación en que se encuentra Matamoros hizo que su ocupación tuviera una crecida importancia. Desde luego el hecho de armas dió prestigio al movimiento constitucionalista, pues como pudo ser observado cuidadosamente por los periodistas americanos, éstos se encargaron de darlo a conocer en todos sus detalles. Fue un mentís rotundo a las versiones que el usurpador había hecho circular de que dominaba militarmente la República; fue una nueva plaza que entró al dominio de la Revolución y que nunca pudieron recuperar las fuerzas huertistas; fue una vía de franca comunicación del constitucionalismo con el país vecino y una aduana fronteriza por la que pudieron entrar los elementos que más necesitaban las fuerzas revolucionarias.

Por esa población cruzaron desde entonces, muchas personas que fueron uniéndose al movimiento; allí se organizaron varias expediciones que luego se internaron a diversos Estados y de todo ello nos dimos cuenta al pasar por la plaza en nuestro recorrido que hicimos a varios puntos del Norte y Centro del país.


Desinterés de los sonorenses

Para la mejor comprensión de un punto en lo que vamos a exponer, y para que se conozca el por qué vamos a encontrar al Primer Jefe muy lejos de Piedras Negras, después de la toma de Matamoros, es necesario que digamos, someramente, algo relacionado con el movimiento revolucionario de Sonora.

Ante la vigorosa ofensiva huertista y aceptando la cordial invitación que le hicieron los sonorenses, don Venustiano Carranza tuvo necesidad de ausentarse de Coahuila y de emprender una larga caminata cuyo término fue Hermosillo.

El movimiento revolucionario de Sonora constituía entonces el más poderoso núcleo de la frontera; jefes capacitados, al frente de valerosas tropas, dominaban el Estado casi en su totalidad, y habiendo sido de los primeros en desconocer a Huerta, aprovecharon admirablemente la situación para organizarse. Por esto, cuando el señor Carranza llegó a Hermosillo, encontró al movimiento revolucionario perfectamente cimentado. Los contingentes que Sonora puso a disposición del movimiento constitucionalista y la actitud de los jefes al sumarse a las huestes del señor Carranza, convirtiéndose voluntariamente en subordinados a pesar de que estaban más fuertes que él, son actos muy dignos de encomio, pues hablan muy alto de un excepcional desinterés y de los ardientes deseos de hacer obra efectiva.


El primer acto de reivindicación en el Norte

Correspondió al general Lucio Blanco ejecutar el primer acto de reivindicación agraria dentro del constitucionalismo. Cuando después de la lucha sostenida, Matamoros recobró su vida normal; cuando se hubieron ejecutado las disposiciones de orden civil y militar que expidió el cuartel generál y funcionaban regularmente las autoridades nombradas por la Revolución, se creyó que era el momento oportuno para dar principio a la implantación de medidas ejecutivas tendientes a satisfacer los postulados agrarios, que no sin razón se consideraron medulares en el movimiento revolucionario.

Iniciador de esas medidas fue el mayor Francisco J. Múgica, culto y firme luchador, quien de acuerdo con sus convicciones y considerando que sus deberes lo llamaban al plano social de la lucha, quiso dejar sentado un precedente sobre la manera de acabar con la inicua explotación de los acaparadores de las tierras de las que el primer reparto a los campesinos de la comarca, se llevó a cabo en la hacienda de Los Borregos, propiedad de Félix Díaz y que se encuentra en las cercanías de Matamoros. Poco antes había sido incendiada la hacienda de Las Améticas, cuyo propietario era el general huertista Rómulo Cuéllar.

Ayudaron al mayor Múgica en este acto importantísimo y con todo entusiasmo, los señores ingenieros Manuel Urquidi y Guillermo Castillo Tapia, así como el mayor médico Daniel Ríos Zertuche. Respecto del ingeniero Castillo Tapia, conviene manifestar que se le acusaba de haber hecho armas en contra de la administración del señor Madero, por lo que era visto con desconfianza por algunos elementos del constitucionalismo. A tal grado llegaba la prevención que en su contra había, que se dieron informes de su presencia a la Primera Jefatura, la que ordenó al general Lucio Blanco que no lo aceptara en sus filas; pero Múgica sabía muy bien que el ingeniero Castillo Tapia era, ante todo, un revolucionario de convicciones y buscó hábilmente la manera de eludir el cumplimiento de las disposiciones del señor Carranza, por lo que se sujetó al ingeniero a un consejo de guerra en el que el propio Múgica fungió como defensor, logrando que Castillo Tapia fuera absuelto, con lo que pudo ser aceptado en las filas constitucionalistas y quedar a las órdenes del general Blanco.

El doctor Ríos Zerruche fue otro entusiasta y convencido. Su inclinación hacia la clase campesina lo hacía llevar a cabo largas caminatas para recorrer las haciendas y explicar a los peones sus derechos. Uno de los resultados de su acción fue el hecho de que los patronos cancelaran las viejas y heredadas cuentas que sus trabajadores tenían; mas no conforme con ello y para anular cualquier futuro intento regresivo, logró recoger los libros de contabilidad en que aparecían las deudas de los peones, y los incineró públicamente.


Efectos del reparto de tierras

El acto sencillo y justiciero de entregar a los campesinos las tierras para que directamente las cultivaran y pudiesen aprovecharse íntegramente del producto de su trabajo, causó efectos sorprendentes dentro y fuera del país. La prensa diaria y los magazines americanos publicaron en sus páginas algunas fotografías ilustrando variados comentarios en los que asentaron que la Revolución Mexicana tenía carateres sociales, además de los políticos. Era natural. Aunque hechos semejantes se habían registrado ya en el Sur (A uno de los primeros repartos de tierra en el Sur ya hemos aludido en el segundo tomo de la presente obra. Anotación del General Gildardo Magaña), la lejanía impidió que fueran conocidos de los periodistas imparciales y la prensa vendida había desfigurado los actos rodeándolos de los más negros contornos. No pudo Huerta, en cambio, impedir que las cosas se vieran como estaban sucediendo en Matamoros y fue impotente para amordazar a la prensa extranjera. Las noticias se dieron con veracidad y los comentarios se hicieron libres de la presión de los hacendados y de la consigna oficial. Esas noticias traspasaron los límites de los Estados Unidos, y al llegar a Europa, provocaron comentarios.

Por aquel entonces se hallaba en París don Juan Sánchez Azcona, quien al tener una entrevista con el escritor Jean Jaures, éste le dijo: Ahora sí se sabe por qué lucha la Revolución Mexicana. Está perfectammte justificada.


Contrariedad de don Venustiano Carranza

Pero si es halagadora la resonancia que tuvo un solo acto de agrarismo fuera de la República, entristece recordar los resultados que produjo dentro del país. Solamente a once campesinos se había extendido el reparto de tierras, y para que desde luego entraran en posesión de ellas, se dió a cada uno el correspondiente tÍtulo de propiedad individual, forma que se consideró inatacable.

Aunque el número de personas beneficiadas haya sido muy corto, la repercusión moral del acto fue muchísimo más allá, como hemos visto; pero la publicidad del hecho y los comentarios a que dió origen produjeron en don Venustiano Carranza una gran contrariedad, por lo que ordenó al general Lucio Blanco que suspendiese el reparto de tierras, y no conforme con ello, comisionó a los señores Adolfo de la Huerta y Roberto V. Pesqueira para que en su nombre hablaran con el general Blanco y le manifestasen su terminante desaprobación por aquellos actos, a la vez que le reiteraran la orden definitiva de suspensión de ese agrarismo incipiente.

Cumpliéndose exactamente con lo ordenado por el Primer Jefe del Ejército Constitucionalista, no se volvió a dar a los campesinos otra posesión; pero lo hecho, hecho quedó, aunque fue el motivo por el cual el señor Carranza envió a Sinaloa al general Blanco y lo substituyó en el mando por el general Pablo González.

Los señores De la Huerta y Múgica discutieron sobre la comisión que el primero llevó; Múgica no sólo defendió vigorosamente lo realizado, sino que sostuvo con calor y acopio de razonamientos, la idea de que en el período de la lucha debía llevarse a cabo la más trascendental de las reformas de orden social, e insinuó al señor De la Huerta la conveniencia de que en Sonora debía procederse a la nacionalización de los bienes de los enemigos de la Revolución, lo que parece que se intentó después.


El radicalismo del señor Carranza

Cuanto acabamos de referir sobre la forma en que don Venustiano Carranza se opuso el reparto de las tierras en Tamaulipas, al grado de que el que se había llevado a cabo motivó la remoción del general Lucio Blanco, no tiene por objeto deprimir al primero en sus tendencias revolucionarias, sino poner de manifiesto que las ideas agraristas, aun en contra de las personales del Primer Jefe del Ejército Constitucionalista, estaban palpitantes en diversas conciencias, y que a la primera oportunidad se manifestaban vigorosas.

Vamos a ser muy justos y muy sinceros con el jefe del movimiento constitucionalista, para quien antes de ahora no hemos escatimado el elogio para muchos de sus actos. Pensamos que no podía poseer todas las virtudes y reconocemos de buen grado las que tuvo; le sobró visión para los distintos problemas políticos con los que se enfrentó; mas con respecto a la cuestión societaria, que tanto interesó al movimiento del Sur, incuestionablemente le faltó comprensión.

Este fenómeno, a nuestro entender, se debió a que la posición desahogada que tuvo, no le permitió penetrar en las necesidades y dolores del proletariado; nunca sintió sobre sus espaldas el látigo del capataz, ni hizo vida común con quienes lo habían sentido; por esto no pudo comprender en toda su magnitud las ansias de justicia del peonaje. Habiéndose agitado en el ambiente de la clase media acomodada, fue muy natural que la visión de esa clase fuera la suya.

A propósito de esa visión, viene a nuestra memoria un hecho del señor Carranza, que mucho favoreció al movimiento del Norte. En esa región se encontraba, y por sus servicios prestados a la Patria era generalmente querido y respetado, el general don Jerónimo Treviño. Conocedor de sus antecedentes y comprendiendo el señor Carranza que su prestigio y su ascendiente podían ser de gran utilidad a la Revolución que iba a estallar, mandó ofrecerle la jefatura de la misma y le manifestó que con todo gusto se subordinaría a quien consideraba digno de encabezar el movimiento legalista; pero el ameritado militar, por su edad, no aceptó el ofrecimiento. Probablemente informaron a Huerta sobre lo acontecido, pues retiró al general Treviño del mando militar que tenía y lo substituyó por el general Mier, cuya presencia causó profundo disgusto.

Con respecto a la energía de que siempre dió muestras el señor Carranza, recordamos que en cierta ocasión en que estuvimos en las cercanías de Los Ramones, N. L., se tuvieron noticias de que un oficial federal, con unos cuantos soldados a sus órdenes, se había presentado a la fuerza revolucionaria inmediata. Era Federico Montes, capitán primero del Ejército, ex ayudante del señor Madero y quien desde Monterrey llegaba a incorporarse a la Revolución de la que fue sincero partidario. No había podido hacerlo antes, porque estuvo esperando la oportunidad de llevar consigo algunos elementos de guerra y, para conseguir sus propósitos, durante muchos días pretextó salidas de práctica con sus hombres, hasta que la ocasión le fue propicia y pudo abandonar la plaza llevándose algunas ametralladoras y varios miles de cartuchos que después fueron de gran utilidad para la Revolución, pues evitaron el desastre al fracasar un ataque de las fuerzas constitucionalistas a la guarnición de Nuevo Laredo, Tamps.

Cuando Montes llegó a Matamoros, hubo varios jefes que conociendo el criterio radical del señor Carranza con respecto a los federales, dudaran de la suerte de aquél, aun cuando había demostrado, hasta la evidencia, la buena fe con la que iba a incorporarse a las filas revolucionarias. No puso condiciones; ofreció su persona y los elementos que llevaba consigo; pero la duda tenía razón de ser, pues que de todos era conocida la inflexibilidad del señor Carranza para con los federales. Por otra parte, dada la firmeza con que llevaba a cabo sus propósitos, no podía saberse si aquel oficial sería aceptado, si se le rechazaría o si se le haría prisionero. Al fin, como era de justicia, Montes fue aceptado en las filas constitucionalistas a las que prestó valiosos servicios.

La línea de conducta severa del señor Carranza, con respecto a los miembros del Ejército Federal, puede compararse con la que siguió el general Zapata, en lo que se refiere a la cuestión agraria; pero creemos sinceramente que al carácter enérgico de don Venustiano Carranza hizo falta el sufrimiento, la pobreza y el contacto con el alma proletaria, pues hubiera visto los problemas sociales con la misma claridad con que vió los problemas políticos. Hubiera sido entonces el hombre completo que la República necesitaba; le hubiese ahorrado la sangría dolorosa de seis largos años, pues a la caída de Victoriano Huerta la Revolución había triunfado en todos los órdenes, porque durante ella, el brazo vigoroso del señor Carranza habría ido firme, directa, victoriosamente a la resolución de los problemas sociales. Pleno entonces de emoción y vibrante de entusiasmo, habría puesto el ejemplo a Lucio Blanco para encarnar los versos de Schiller:

Jamás temblé ante el hombre libre,
y sí al romper las cadenas del esclavo ...

Después, su entrada a la historia hubiera sido con mayores méritos que los que supo conquistar, y nimbado por la gratitud de la clase campesina.


ACTITUD AGRARISTA DEL GENERAL VILLA

Vamos a ver en otro de los revolucionarios constitucionalistas una excelente disposición para abordar el problema agrario dentro de la lucha armada, como pensaba con sobra de razón el emonces mayor Francisco J. Múgica.


La toma de Ciudad Juárez

La toma de la plaza fronteriza de Ciudad Juárez constituyó, en las postrimerías de 1913, otro de los triunfos trascendentales de las armas revolucionarias. Precisamente cuando la prensa huertista publicaba extensas noticias sobre la derrota infligida a Francisco Villa y su descalabro al pretender apoderarse de la ciudad de Chihuahua; cuando entonaba himnos en loor de los bravos defensores de esa plaza, el revolucionario norteño se apoderó de Ciudad Juárez en una forma audaz e inesperada.

Efectivamente fue rechazado por los federales, y agotado el parque de sus fuerzas, tuvo que retirarse al lugar en que tenía alguna reserva con la que dotó a sus hombres, sobre la marcha, y puso en práctica un audaz pensamiento que lo compensó del fracaso, dándole una sonada victoria. Antes de que el enemigo perdiera la confianza que tenía de que el general Villa estaba deshecho, ordenó una sigilosa y rápida movilización de sus fuerzas hacia la frontera, y por sorpresa se apoderó de Ciudad Juárez sin ser sentido por la guarnición, pues además de que ni siquiera había sospechas de su presencia, puso en juego ciertos procedimientos muy dignos de su estrategia. En un tren que detuvo, acomodó a sus fuerzas y durante la noche hizo que penetraran a la plaza apoderándose de ella mucho antes de que pudieran salir de su asombro las tropas enemigas, a cuyos cuarteles cayeron los revolucionarios para hacerles saber su presencia en la población.

Si la sorpresa fue grande en Ciudad Juárez, mayor fue en el país vecino, donde, como en el caso de Matamoros, la prensa dió al mundo la noticia de la ocupación y la comentó elogiosamente para Villa, por su temeridad, por su arrojo y por la disciplina de sus fuerzas, de la que dieron inequívocas muestras. Para los norteamericanos, este segundo hecho de armas confirmó la pujanza de la Revolución y puso de relieve las mentiras del usurpador, al que definitivamente no se le creyó en sus declaraciones de dominio militar del territorio mexicano.

A la ocupación de la plaza, siguieron las disposiciones enérgicas para mantener el orden y garantizar la vida normal de la ciudad. El general Villa fue entonces el hombre del día a quien todos deseaban conocer; miles de visitantes norteamericanos pasaron a Ciudad Juárez, teniendo que conformarse con ver a las tropas y a sus jefes, en la imposibilidad material de acercarse a quien era el objeto de su visita.

Y lo que había sucedido en Matamoros, acontecía ahora en Ciudad Juárez: por esta población entraron muchos mexicanos, ya para ponerse al amparo de la Revolución o bien para engrosar sus filas. Entre los que volvieron, estaban unos familiares del señor Madero, para quienes fue muy fácil entrevistar al general Villa, a quien saludaron con afecto no exento de admiración. Villa los acogió afablemente, celebró su presencia y su vuelta al país y deploró sus padecimientos en el extranjero; mas en su conversación dejó escapar toda la amargura de pasados días y la decepción muy honda que habían dejado en aquella alma recia las debilidades del Caudillo a quien tanto quiso, a quien tanto respetó y por quien hubiera dado gustoso la vida. Con su peculiar franqueza y su especial modo de expresión, les manifestó que para que ellos volvieran, había sido necesario que el bandolero Villa abriera las puertas a fin de que pasaran a cobijarse bajo la bandera mexicana, empuñada fuertemente por la Revolución.

Tan pronto como tuvimos noticias de la caída de Ciudad Juárez, dejamos el Estado de Tamaulipas y nos dirigimos a la nueva plaza dominada por las fuerzas revolucionarias. La población tenía el aspecto de un campamento en el que había una febril actividad producida por la afluencia de tropas de toda la región, que se reconcentraban para ser organizadas y pertrechadas, mientras que otras salían para situarse en los lugares en que así lo reclamaban las operaciones que iban a desarrollarse.

Al mismo tiempo que nosotros, llegó también el entonces coronel Francisco Cosío Robelo; mas como el general Villa no estuviera en la plaza, ambos nos presentamos al coronel don Juan N. Medina, jefe del Estado Mayor, por quien fuimos recibidos con amabilidad y gentileza, y a quien pudimos ver agobiado por el enorme trabajo que para él representaba la extraordinaria entrada y salida de tropas, su alojamiento, etcétera, a lo que debe añadirse un cúmulo de atenciones propias del momento, y no pocas de carácter civil que se presentan a los militares ocupantes de una plaza. Tanto el coronel Cosío Robelo, como nosotros, aceptamos gustosos algunas comisiones del servicio que nos dió el jefe del estado mayor, coronel Medina.


Al habla con Villa

Al día siguiente de nuestro arribo, llegó el general Villa y fuimos a verlo.

- ¿Pos qué le pasó, amiguito, que a la mera hora no lo vide? - fueron sus primeras palabras tan luego como estuvimos en su presencia.

Le referimos entonces lo que había sucedido, cuando al acudir a su cita fuimos a la prisión militar de Santiago Tlaltelolco, en la ciudad de México, y llegamos en los precisos momentos en que llevaba a cabo su evasión ayudado por Carlos Jáuregui, a quien supo corresponder con todo su afecto. Siguió entonces una animada conversación en la que ambos nos referimos algunos incidentes ocurridos desde el día en que dejamos de vernos; hicimos recuerdos de nuestra estancia en la penitenciaría del Distrito Federal y la conversación recayó sobre el compañerito Zapata, como cariñosamente lo llamaba. Finalmente, tratamos sobre asuntos de índole revolucionaria.

Villa estaba de acuerdo con el pensamiento del general Zapata, respecto a la urgente necesidad de unificar todo el movimiento revolucionario del país, sobre la base de los principios, mostrando gran disposición para que se resolviera definitivamente el problema social que, en concepto del segundo, era el más importante de la lucha. Se mostró deseoso de hacer cuanto estuviera de su parte para que en esta ocasión triunfaran los principios, por encima de los hombres, según sus propias palabras; pero indicó al jefe de su estado mayor que nos dijese lo que opinaba el señor Carranza con respecto a la cuestión agraria.

El coronel Medina, quien estuvo presente en la entrevista, refirió entonces que cuando, por órdenes del general Villa, había interrogado al Primer Jefe sobre lo que debía hacerse con respecto a las tierras que los pueblos le solicitaban, obtuvo contestación de que éste no era un asunto de la incumbencia de los militares, por lo que debía abstenerse de toda repartición de tierras, y agregó:

- No sólo no estoy de acuerdo con que se repartan las tierras a los pueblos, sino que diga usted al general Villa que hay que devolver a sus dueños las que se repartieron en la época de don Abraham González.

- Eso no puede ser aunque lo quera el señor Carranza - comentó con rapidez el general Villa y dió inmediatamente la razón de su pensamiento: para devolver las tierras que el gobernador constitucional de Chihuahua, don Abraham González, había entregado a los pueblos durante su gestión administrativa, era necesario quitarlas a las viudas de individuos que habían perdido la vida en defensa de la Revolución.

A pesar de las opiniones del Primer Jefe, Villa pensaba instalar una junta que exclusivamente se encargara de repartir las tierras a los pueblos de Chihuahua, a medida que sus fuerzas fueran ocupando las diversas regiones del Estado. Este pensamiento lo hubiera puesto en práctica si las operaciones militares que se desarrollaron bien pronto, se lo hubiesen permitido, pues nos expresó su deseo de hacer algo efectivo en favor de la clase campesina, cuyos componentes estaban llegando a sus filas atraídos por la esperanza de que el movimiento revolucionario pondría fin a su situación.

El temperamento bélico del general Villa lo hacía dedicar toda su atención a las armas; pero en la finalidad que perseguía englobaba el ideal agrario, como lo demuestra el hecho de que hubiera consultado la opinión del Primer Jefe, de propio motivo y mucho antes de nuestra llegada. No sintió ese ideal tan hondo, ni lo vió con tanta claridad como el general Zapata; pero sí tuvo la comprensión suficiente y se dió cuenta de que era necesario resolver cuanto antes el problema; resolverlo dentro de la lucha y no dejarlo para un mañana que podía no llegar, como había sucedido con ese y otros anhelos por los que el pueblo se agitó durante el maderismo.

El espíritu de Villa estaba fuertemente impresionado por la actitud de! movimiento suriano, para cuyo jefe tuvo siempre simpatías. Mucho deben haber influído las noticias que de tarde en tarde llegaban al Norte sobre los esfuerzos que se estaban haciendo en el Sur para sostener los principios del Plan de Ayala, y a esto hay que agregar el ejemplo que estaban dando Calixto Contreras y Orestes Pereyra, quienes desde 1912 se significaron en Durango, Estado natal de Villa, por su actuación agrarista y por sus determinaciones tomadas para satisfacer inmediatamente las necesidades de los pueblos. Máximo Castillo también debió ser factor que inclinara fuertemente el ánimo de Villa hacia el problema agrario, pues este jefe también estaba luchando por los mismos principios, desde que en Chihuahua se levantó en armas durante y en contra de la administración del señor Madero, aun cuando fue combatido por el mismo Villa. Contreras y Pereyra fueron otros representativos de! ideal agrario dentro de las filas del constitucionalismo.


Dos enviados al Sur

Como resultado inmediato de nuestra entrevista, el general Villa escribió sucesivamente dos cartas al general Zapata. Una de ellas se encomendó a don Santiago Rodríguez, pues nosotros debíamos permanecer en aquella región para entrevistar a varios jefes que allí operaban. En esas cartas se acoge con entusiasmo el pensamiento del general Zapata, sobre la unificación y solidaridad revolucionarias, y se expresa, por el general Villa, la necesidad de afianzar el triunfo de los principios, por encima de los hombres.

Por aquellos días llegaron también a entrevistar al general Villa los señores general Alfredo Breceda y licenciado Francisco Escudero, quien tenía carácter de Secretario de Hacienda en el gabinete revolucionario del señor Carranza, en cuya representación iba, siendo portador de algunos fondos.


Tierra Blanca

Aún estábamos en Ciudad Juárez, y en una tarde en que el general nos mostraba los elementos de guerra que había quitado al enemigo, llegó una comisión de vecinos de El Paso, Tex., para pedirle que no combatiera dentro de la población si los federales llegaban a atacarlo, como se decía que lo harían, pues que en la vecina ciudad americana se temía seriamente por las propiedades y las vidas. El general Villa ofreció obsequiar los deseos de la comisión, pues ya tenía el proyecto de salir hacia el Sur al encuentro del enemigo.

Poco después se recibieron los partes sobre la movilización de fuerzas huertistas que desde la ciudad de Chihuahua iban a combatir a las revolucionarias. En efecto, desde la toma de Ciudad Juárez el general Mercado estaba organizando una poderosa columna para batir a las fuerzas del general Villa, sobre las que consideraba obtener un seguro triunfo; pero Villa, con su habitual rapidez, reunió a los jefes de sus fuerzas, les entregó pertrechos y les dió órdenes precisas y terminantes. Sin dar mucho tiempo a los federales salió a su encuentro hasta Tierra Blanca, donde los revolucionarios combatieron con dureza, haciendo derroche de valor. Allí derrotó completamente al huertista Mercado, quien tuvo que replegarse a Chihuahua, su punto de partida; mas no para hacerse fuerte, pues que en esta ocasión sintió la superioridad de su contrario, sino para abandonar la plaza, y atravesando el desierto se dirigió a Ojinaga, hasta donde fue seguido y al fin aniquilado, teniendo los oficiales y soldados supervivientes que refugiarse en el territorio norteamericano.

A Chihuahua entraron las fuerzas revolucionarias sin combatir, y tras de la toma de Ojinaga, con la cual se hicieron de algunos elementos que llevaban los federales, pues buena parte de ellos fue inutilizada y arrojada al río, quedó todo el Estado en poder de las tropas del general Villa y, por lo mismo, en el del Ejército Constitucionalista. La derrota de Tierra Blanca, fuera de la importancia que tuvo por cuanto que resultó en contra de los prop6sitos del huertismo, fue el principio de la ofensiva que trajo consigo una cadena de triunfos de la ya poderosa División del Norte.

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