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EMILIANO ZAPATA
Y EL
AGRARISMO EN MÉXICO

General Gildardo Magaña
Colaboración del Profesor Carlos Pérez Guerrero

TOMO III

CAPÍTULO XIII

LA TOMA DE CHILPANCINGO


De conformidad con las órdenes que el señor general don Jesús H. Salgado recibió del Cuartel General del Ejército Libertador, el día 28 de fébrero réunió en la cabecera municipal de Cuetzala del Progreso a una mayoría de los jefes que operaban en el Estado de Guerrero. Entre ellos estuvieron los generales Heliodoro Castillo, ingeniero Angel Barrios, Pedro Guzmán, Epifanio Rodríguez, Epigmenio Jiménez, Pedro Aranda, Brígido Barrera, Alejo Mastache y otros de menor graduación que al correr el tiempo fueron ascendiendo y sustituyeron a quienes la lucha arrebató la vida. De esos jefes, y casi adolescente entonces, era el hoy general de división Adrián Castrejón, de cuyo archivo y del poderoso auxiliar de su memoria, hemos tomado muchos de los datos que aparecen a continuación, ratificados y completados con los que nos proporcionó el señor general Maurilio Mejía, quien por aquel entonces era jefe de la escolta del general Emiliano Zapata.


La junta de Cuetzala

No todos los que asistieron a la junta llevaron los contingentes de que podían disponer, pues ni se había ordenado, ni era necesario, toda vez que el objeto fue el de tomar algunos acuerdos y distribuir las distintas comisiones para el ataque a la plaza de Chilpancingo; pero las fuerzas que allí se reunieron llegaban a más dé dos mil hombres.

Entre los acuerdos que se tomaron, estuvo el de que los generales Guzmán, Rodríguez y Mastache se situaran a inmediaciones de la ciudad de Iguala, para impedir que el enemigo enviara refuerzos a Chilpancingo, pues se supuso que lo haría tan pronto como notase la presencia de los revolucionarios cerca de esa plaza. Igualmente se dispuso que el general Encarnación Díaz, quien contaba con cerca de mil hombres y que no pudo concurrir a la junta, se situara en las márgenes del río Mezcala, para impedir el paso de refuerzos a la plaza que se iba a atacar.

Descontadas, pues, las fuerzas de los generales Pedro Guzmán, Epifanio Rodríguez y Alejo Mastache que partieron al lugar de su destino, se inició el avance sobre Chilpancingo con elementos que habían quedado en Cuetzala y con los que en el trayecto debían unirse a la columna; pero habiéndose dado cuenta el enemigo de los movimientos que las fuerzas revolucionarias estaban haciendo, y cuando aún no llegaban las que se destacaron sobre las inmediaciones de Iguala, ni el general Encarnación Díaz había recibido las instrucciones para cerrar el paso en el río Mezcala, salió de esa ciudad una columna federal fuerte en mil hombres, a cuyo frente iba el general Luis G. Cartón. Sin que, por las causas dichas, pudieran impedirlo las fuerzas revolucionarias, esa columna atravesó el Mezcala, no sin haber sostenido algunos tiroteos, y marchó hacia Chilpancingo, a donde llegó para reforzar a la guarnición y para llevarle numerosos pertrechos.

En Chilpancingo se encontraba el general Juan G. Poloney y a la llegada de Cartón, éste tomó el mando de las fuerzas que pasaban de dos mil hombres, con cañones, ametralladoras y dotación suficiente para resistir un largo sitio.


Movimiento de los revolucionarios

Lá columna revolucionaria marchó sin precipitación hacia su objetivo, por la región de Chichicualco, mientras que los generales Julián Blanco y Canuto Neri avanzaban con sus fuerzas de Dos Caminos a Chilpancingo, a cuyas inmediaciones llegaron en los días 9 y 10 de marzo, entablando tiroteos aisiados con las avanzadas del enemigo, que se hallaban en diferentes rumbos y que con frecuencia hacian exploraciones para darse cuenta de los movimientos que estaban ejecutando los revolucionarios.

El día 11 salieron los generales Heliodoro Castillo y Pedro Aranda de Chichihualco, y con sus fuerzas tomaron posiciones en un punto llamado Cerrito Rico, sobre el camino de Acapulco y como a seis kilómetros de la plaza de Chilpancingo. A su vez, el general Epigmenio Jiménez y los demás que pertenecían a la División Salgado se situaron en el camino que conduce de Chilpancingo a Amojileca, habiéndose establecido en esta población el Cuartel General de las Operaciones, a cuyo frente estaba el general Jesús H. Salgado.

Los federales se daban cuenta de la llegada constante de las fuerzas revolucionarias sobre la plaza; por consiguiente, aumentaron las exploraciones y los tiroteos por distintos rumbos, lo que era aprovechado por aquellas fuerzas para obligar al enemigo a consumir sus municiones y para hacerle algunas bajas.


Actividades del general Zapata

Mientras tanto, el general Emiliano Zapata de quien hemos visto en páginas anteriores que de Matamoros se informó que se hallaba en Jolalpan, del Estado de Puebla, reuniendo algunas fuerzas con las que atacaría Chilpancingo, pasó de esa población a la de Cohetzala, del mismo Estado de Puebla, en donde residía el general Fortino Flores. Tras una breve estancia en Cohetzala, marchó hacia el Estado de Guerrero, tocando en su trayecto Temalac, Copalillo, Tlacozoltitlán y Zitlala. Eran sus intenciones las de atacar la ciudad de Chilapa; pero sucedió que una mayoría de las fuerzas que guarnecían esa plaza se sublevó reconociendo el movimiento revolucionario.

Hemos visto también que la región de Tlapa había quedado en poder de la Revolución. De allí se desprendieron los jefes Modesto Lozano, Crispín Galeana y Elpidio Cortés Pizá con sus fuerzas, para unirse a las del general Zapata, quien comisionó al general Maurilio Mejía para darles encuentro en el camino que conduce de Tlapa a Chilapa, lo que se efectuó el día 11. Los jefes mencionados y sus fuerzas quedaron a las inmediatas órdenes del general Zapata.

El día 12 llegó a la ciudad de Tixtla, al frente de la columna que se había formado con elementos de Morelos, principalmente, del Estado de Puebla que se le unieron en el trayecto y los que procedían de la región de Tlapa, del Estado de Guerrero. Ese mismo día se le presentaron los hermanos Iriarte, quienes habían operado en la región de Chilapa; después de haber conferenciado y de que ratificaron su determinación de unirse al movimiento revolucionario, dispuso el general Zapata que los jefes mencionados y sus fuerzas quedaran incorporados a las que estaban al mando del general Jesús Navarro, viejo luchador cuya firma hemos visto estampada en uno de los documentos que aparecen en el tomo precedente, relacionado con una de las primeras reparticiones de tierras, llevada a cabo el año de 1912.

También allí se presentó, en la misma fecha, el general Julián Blanco, quien iba acompañado de su escolta, pues sus fuerzas tenían ya una comisión que les había señalado la junta de Cuetzala.

Entre los jefes que acompañaban al general Zapata, estuvieron Maurilio Mejía y Jesús Navarro ya mencionados, Ignacio Maya, Joaquín Camaño, Emigdio Marmolejo, Julio A. Gómez, Leandro Arcos, Pioquinto Galis, Francisco Pliego, Joaquín Palma, Trinidad Paniagua, Fortino Flores, Manuel Palafox, Santiago Aguilar y Plutarco Gutiérrez.

Sometidos a su consideración, aprobó los planes del general Salgado y dispuso que todo se llevara a cabo conforme a ellos y bajo las inmediatas órdenes de dicho general, quien a su vez obedecería las instrucciones que le fueran siendo dadas por el Cuartel General del Ejército Libertador, que se estableció desde luego en Tixtla.

Una de las primeras disposiciones que dictó el general Zapata fue la de aumentar algunos efectivos de las fuerzas guerrerenses, con elementos de la columna que llevaba, y personalmente estuvo haciendo recorridos a lugares en que se hallaban los revolucionarios, para enterarse de que se estaban cumpliendo las órdenes dadas, para darse cuenta de las posiciones del enemigo y para alentar a lás fúerzas cuyo estado de ánimo auguraba un éxito completo.

Naturalmente que la presencia del general Zapata fue sentida por los ocupantes de Chilpancingo, y por ello las exploraciones se hicieron más frecuentes, con la manifiesta intención de dominar alguno de los puntos. En una de ellas, el jefe Martín Vicario logró escapar del cerco que se estaba poniendo y se ausentó de la región, seguido por un grupo de los voluntarios que encabezaba.


El sitio a la plaza

El día 14 quedó establecido en toda forma el sitio a la plaza de Chilpancingo, habiéndose distribuído las fuerzas de la siguiente manera: al Oriente, las de Morelos, Puebla y Guerrero que habían llegado al lugar de las operaciones con el Jefe del Ejército Liberiador; al Norte; las de los generales Heliodoro Castillo y Pedro Aranda:; al Sur, las del general Julián Blanco; al Occidente, las del general Jesús H. Salgado, cuyo Cuartel General hemos dicho que se había establecido en Amojileca.

Dispuestas así las cosas y habiéndose ordenado que el circulo de los sitiadores se fuera cerrando, el general Jesús H. Salgado, con aprobación del general Zapata, corrió instrucciones para que el asalto y toma de la plaza se llevaran a cabo el día 26; pero un incidente inesperado precipitó los acontecimientos. Merece explicación ese incidente.

El general Encarnación Díaz, que como se dijo antes, había recibido instrucciones de que con sus fuerzas se situara en las márgenes del Mezcala, para impedir el paso de todo refuerzo que de Iguala pudiera salir en auxilio de Chilpancingo" estuvo cumpliendo su cometido desde el día en que el pliego de instrucciones le fue entregado; pero siendo de temperamento fogoso, valiente, activo y decidido, y como además estaban bajo su mando cerca de mil hombres que ardientemente deseaban tomar participación en acciones de importancia, se impacientaron tanto el jefe cuanto las fuerzas, por la inactividad a que los sujetaba la comisión que se les había dado.

El general Encarnación Díaz -Chon Díaz, como cariñosamente lo llamaban todos sus compañeros- tomó informes exactos sobre el número de hombres que guarnecían Iguala, vió que no era fácil que de ella se desprendieran contingentes de auxilio a Chilpancingo, por las operaciones que sobre la primera de las plazas estaban llevando a cabo los morelenses; tuvo en cuenta que en la región encomendada a su cuidado, también se hallaban otros jefes con idéntico objeto; y tras de distribuir a algunos de sus subalternos y darles órdenes precisas, encomendó el cuidado de la zona a los generales Rodríguez, Mastache y Guzmán y, al frente de su poderosa columna, emprendió la marcha hacia Chilpancingo para tomar parte en los combates, de los que estaban ansiosos él y sus fuerzas.


Asalto intempestivo

Refiere el general Castrejón que, obedeciendo órdenes del Cuartel General, había ido el día 23 al sector Oriente para trasmitir algunas instrucciones que daba el general Salgado a las fuerzas sitiadoras y que como a las tres de la tarde, al regresar del desempeño de su comisión, se hallaba en el punto denominado Cerrito Rico, cuando llegó el general Encarnación Díaz, procedente de Zumpango, encabezando a sus fuerzas visiblemente impacientes porque llegara la hora del combate. En este punto se hallaba el general Heliodoro Castillo, con quien el general Díaz entabló el siguiente diálogo:

- ¿Qué hay, Pelón? ¿Qué dicen esos vales? - Pelón era el mote cariñoso con el que los surianos llamaban al general Heliodoro Castillo, y los vales a quienes el general Díaz se refirió, eran los federales sitiados.

- Allí están -contestó el interpelado, señalando la plaza sitiada.

- ¿Están muy enojados?

- Algo; hay de todo.

- ¿Qué instrucciones tienes?

- El general Salgado, como General en Jefe, ha dispuesto que el día 26 se ataque la plaza.

- Muy bien; esas son órdenes del General en Jefe -dijo Chon Díaz-, pero yo he ofrecido cenar esta noche en Chilpancingo, y si gustas acompañarme, te invito.

Estas palabras eran una provocación para el valiente general Castillo, y como su interlocutor, sin esperar la respuesta, prendió las espuelas a su fogoso caballo y se dirigió hacia las fortificaciones de la plaza, seguido por sus soldados cuyas cabalgaduras venían sudorosas por la caminata que habían hecho, el géneral Castillo lo imitó con su gente enardecida por la actitud y presencia de sus camaradas.

Instantes después, los dos bravos jefes quedaron a descubierto y fueron saludados por el fuego de los federales que se generalizó en todo el sector de Occidente y mucho después en los demás, pues fue natural que ignorasen lo que en el primero acababa de suceder. Para las fuerzas sitiadoras, aquel empuje no era sino una de tantas acciones parCiales, un incidente cualquiera, cuya magnitud y resultados nadie esperaba, pues todo hacía suponer que el tiroteo se había hecho nutrido, se estaba prolongando y se intensificaba, por motivos muy distintos a los de un asalto a la plaza, toda vez que se había señalado el día 26 para llevarlo a cabo, como hemos dicho.

El fuego de aquella acometida no cesó sino hasta la madrugada del día 24, en que la plaza quedó en poder de los revolucionarios, tras de haber hecho prodigios de valor sobre las trincheras y cuarteles del enemigo, que inútilmente se esforzó en mantener sus posiciones.

Ya dentro de la plaza una parte de las fuerzas revolucionarias, y atacado el enemigo vigorosa y constantemente, como no lo esperaba, le fue imposible sostenerse y fue entonces cuando el general Luis G. Cartón, jefe de las fuerzas federales, ordenó una violenta salida que se hizo por el lado Sur, con precipitación y casi en desorden, para ganar el camino de Acapulco. A pesar de la precipitación de la salida, pudieron los federales sacar de la plaza muchos de los elementos con que contaban.

El general Julián Blanco sintió de pronto el empuje de las fuerzas enemigas en todo su efectivo, sobre el sector que le correspondía, por lo que tomó rápidas determinaciones entre las que estuvo la de hostilizar a los federales en su frente, suponiendo que en su precipitada salida eran atacadas vigorosamente por las tropas revolucionarias de los demás sectores, como en efecto sucedía. De este modo, las fuerzas que se hallaban al Sur, siempre combatiendo, fueron replegándose a medida que las de Cartón avanzaban.


Derrota de los federales

Al darse cuenta todos los atacantes de que el enemigo había evacuado la plaza por el rumbo de Petaquillas, se emprendió la persecución inmediata, teniéndose por seguro que el total aniquilamiento sería cuestión de poco tiempo. Uno de los perseguidores fue el valiente general Ignacio Maya, al frente de fuerzas del Estado de Morelos.

Petaquillas, Mazatlán, Acahuizotla, Palo Blanco y Los Cajones fueron lugares en los que se tuvieron combates, así como en todo el camino que liga a esas poblaciones, habiéndose rendido parcialmente diversos grupos de soldados federales, que entregaron sus armas y pertrechos.

En Los Cajones murieron el general Poloney y un hijo del general Cartón. A la tremenda y rápida derrota que le infligían las fuerzas revolucionarias -derrota que nunca esperó, al menos en las proporciones y en el lapso en que le fue dada- tuvo que unir el dolor, muy natural, que le produjo la desaparición de un ser para él muy querido.

Hostilizado en su frente por el general Julián Blanco y empujado con violencia por las demás fuerzas revolucionarias, el general Cartón se rindió en un punto llamado El Rincón, ante el general Ignacio Maya, a quien entregó todos los elementos que llevaban sus fuerzas, convirtiéndose en prisionero, junto con sus oficiales que lo acompañaban.

Se le permitió entonces que diera sepultura a su hijo y se le llevó a Tixtla con su oficialidad, de la que es justo decir que peleó con bravura.

Y así, un arrebato del general Encarnación Díaz precipitó los acontecimientos y anticipó el sonado triunfo de la ocupación de Chilpancingo. Los planes del General en Jefe habrían dado el mismo efecto; pero con mayor método y con diversas fases en el Combate.

Con la caída de Chilpancingo se inicia la ofensiva del Sur y la cadena de sus triunfos sobre el huertismo.

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