Índice de Emiliano Zapata y el agrarismo en México del General Gildardo MagañaTOMO III - Capítulo I - Los primeros disparos contra la usurpación procedieron de los rifles zapatistasTOMO III - Capítulo III - Actitud de Carranza frente a HuertaBiblioteca Virtual Antorcha

EMILIANO ZAPATA
Y EL
AGRARISMO EN MÉXICO

General Gildardo Magaña
Colaboración del Profesor Carlos Pérez Guerrero

TOMO III

CAPÍTULO II

LA REVOLUCIÓN Y DON VENUSTIANO CARRANZA


Don Venustiano Carranza es una de las figuras prominentes de la Revolución Mexicana, a la que se unió casi desde su iniciación.

No habiendo intervenido en los sucesos hasta aquí narrados y que se relacionan con el movimiento suriano, sólo incidentalmente lo hemos mencionado; pero vamos a tener que ocuparnos de su obra y su persona, porque a partir de 1913 desempeñaba un importante papel en la lucha que por sus ideales y su libertad llevó a cabo el pueblo mexicano, y es entonces cuando la figura del señor Carranza adquiere un vigoroso perfil.

Por tratarse de quien ocupó la Primera Jefatura del Ejército Constitucionalista y después la Presidencia de la República, creemos que no deben pasarse por alto algunos de sus antecedentes que tienen íntima conexión con su vida de revolucionario y de gobernante. Vamos a ocuparnos de ellos, sin que por el hecho de haber combatido a su gobierno incidamos en el error de restar detalles a su personalidad, sino que reconociendo que tuvo grandes virtudes y aciertos, los presentaremos con toda su magnitud en el curso de nuestra narración, sin exagerar, en cambio, los errores que cometió.

Numerosos y grandes amigos, así como grandes y numerosos enemigos tuvo el señor Carranza, pues habiendo sido el jefe de un sector revolucionario que tuvo en sus manos el Gobierno de la República, fue natural que chocaran violentamente con él las ideas y los intereses; pero si sus enemigos no pueden negar lo brillante de su obra, tampoco sus amigos pueden desvanecer la sombra de sus errores. Queda a la historia la tarea de hacer un balance justiciero y dar a la personalidad del señor Carranza las proporciones que le corresponden. Mientras tanto, nosotros deseamos sinceramente que el pueblo mexicano le tenga toda la gratitud que por sus esfuerzos y aciertos merece; pues en lo que a sus equivocaciones se refiere, las reparables las ha ido enmendando el mismo pueblo.

Expresado nuestro deseo, podemos decir que no pocos de sus enemigos, al recordar la situación en que se hallaba en las postrimerías del gobierno maderista, dicen que fue un aprovechado de las circunstancias, puesto que el pueblo mexicano estaba dispuesto a sacudirse el yugo de la usurpación. Sobre este particular vamos a hacer algunas consideraciones.

La filosofía de la historia, al estudiar las fuerzas que actúan en la vida de los pueblos y de la humanidad, se plantea este problema: ¿personalidad o masa?

Al dilucidar si deben buscarse en las personas o en las multitudes las fuerzas que animan los hechos y estructuran la historia, se han formado dos corrientes: el individualismo que se declara por las primeras y el colectivismo que lo hace por las segundas.

Nietzsche, individualista, ve en la masa a la organización de la Naturaleza para llegar a un hombre. Schopenhauer va más allá y piensa que la personalidad es un gigante que llama a otro a través de los espacios vacíos de los tiempos y el elevado diálogo espiritual se reanuda, sin. que pueda interrumpirlo la charla petulante de los pigmeos que se arrastran a sus pies.

Los colectivistas, en cambio, sitúan en la masa el centro de gravedad de la historia. Comte, entre ellos, piensa que el individuo no es otra cosa que el producto de la capa social de la que proviene y Lamprecht opina que la colectividad tiene predominio sobre el individuo.

Como intermedio entre la masa y la personalidad, se ha colocado al séquito; pero en rigor todas las teorías no son sino ensayos para explicar, de alguna manera, los actos muy complejos del espíritu colectivo a través del tiempo y, hasta hoy, no existe un postulado histórico que por sí solo tenga valor absoluto.

Cabe, pues, pensar en la existencia de un principio unificador que mueva a la masa y a la personalidad, y si tal principio lo constituyen las ideas, pues los grandes movimientos los han realizado las masas y dirigido los caudillos; pero los han alentado las ideas.

Al decir ideas no estamos aludiendo a las causas, y así aclarado, diremos que si la personalidad es el elemento fuertemente impulsivo de los hechos históricos, la colectividad es el elemento creador y depositario de las ideas, pues en ella se forman, evolucionan y maduran.

Por esto quizás han existido personalidades solamente precursoras de grandes hechos, pues para su realización no habían llegado las ideas a su completa madurez. A estas personalidades, les siguen otras que saben actuar sobre la masa ya dispuesta y que brillan en la historia como representantes de las ideas y del momento.

En el caso del señor Carranza cabe decir que la Revolución se hallaba en marcha, las ideas que la habían impulsado estaban en sazón y la masa se hallaba dispuesta. Por esto pudo darse el fenómeno de que en cuatro puntos distintos y distantes entre sí, se levantara la protesta contra la usurpación en la forma de movimientos armados, sin que los diferentes núcleos hubieran podido ponerse de acuerdo. En Morelos se registraron las manifestaciones a que nos hemos referido en el capítulo anterior; en Coahuila se formó el pie del Ejército Constitucionalista; en Sonora se sublevó el gobierno local y puso sus fuerzas a las órdenes del entonces coronel Alvaro Obregón y en Chihuahua apareció Francisco Villa.

Es verdad que este último surgió cuando ya las otras manifestaciones estaban desenvolviéndose; pero es innegable que lo impulsó la misma idea y que la masa dió a su llamado una formidable respuesta.

El señor Carranza tuvo la suficiente habilidad para reducir a un denominador común a los núcleos de Sonora y Chihuahua, con el que había creado en Coahuila, y la suma de fuerza material con que pudo contar, hizo rápidamente vigorosa su personalidad revolucionaria.

No desconocemos que lo que confiere a una personalidad histórica un sello característico son las aptitudes naturales, la comprensión del problema, la influencia del medio, las condiciones del momento, la grandeza de los objetivos y la fuerza para vencer las dificultades. Muchas de esas características se hallaban en el señor Carranza y aunque no se puede conceder que tuviera la comprensión total del complejo problema revolucionario, sí tuvo la del problema político del momento. Con esas características surgió al necesitarlo las circunstancias y como encontró disposición en la colectividad, porque las ideas estaban en plena madurez, ese hecho favoreció la compenetración de su personalidad y la masa, compenetración que tan necesaria es para forjar un suceso histórico.


Porfirismo y reyismo del señor Carranza

Muchos anticarrancistas creen hacer un cargo formidable a don Venustiano Carranza cuando se refieren al hecho de que ocupó una curul en el Senado de la República en un lapso durante el gobierno del general Díaz. A este hecho atribuyen que no hubiera sido lo suficientemente radical para afrontar los problemas sociales de la Revolución cuando estuvo en sus manos hacerlo, pues si hubiera implantado las reformas económico-sociales más reclamadas, habría evitado la división de la familia revolucionaria y la continuación de la lucha armada que ensangrentó al país a partir de fines de 1914.

Los porfiristas, en cambio, lo califican de ingrato.

Nuestro juicio es justo y sereno: el señor Carranza fungió como Senador; mas no lo hizo por servilismo, que sería lo verdaderamente reprochable.

Pensamos que no fue un ingrato, porque el hecho de que hubiera disfrutado de una situación, no precisamente privilegiada, pero sí bonancible durante el gobierno del general Díaz, no lo obligaba a la incondicionalidad, y si abandonó voluntariamente su situación para colocarse en las filas revolucionarias, quiere decir que era hombre de ideas progresistas y tal cosa, lejos de ensombrecer su figura, la enaltece.

Fue enemigo, del Partido Científico, pues se dió cuenta de que por la conducta de sus componentes, la administración del Caudillo tuxtepecano se había hecho odiosa ante los ojos del pueblo.

Fue reyista; pero tal filiación política no es una afrenta. En aquel entonces el país deseaba cambios en la administración; buscó entre los más destacados, al hombre fuerte capaz de enfrentarse al general Díaz y que tuviera, además, el suficiente prestigio en el Ejército, pues no sin fundamento se supuso que esa institución iba a desempeñar un papel decisivo. Gran parte de la opinión nacional señaló al general Bernardo Reyes como su candidato a la Presidencia. de la República y todavía se recuerda la ostentación de claveles rojos en las solapas de los caballeros y en los tocados de las damas, pregonando su reyismo.

Don Venustiano Carranza disfrutaba de una posición económica desahogada, pues era hacendado; mas no obstante de que su persona y sus intereses corrieron peligro, se enfrentó como candidato antirreeleccionista al que sostuvo el Centro para el gobierno de Coahuila. Ese acto es muy de tomarse en cuenta, pues quienes vivimos en aquel tiempo, sabemos muy bien lo que significaba oponerse a los designios del Dictador.


Las ideas de don Venustiano Carranza

Al estallar la Revolución en 1910, el señor Carranza tuvo que expatriarse, pues se hallaba identificado con los grupos antiporfiristas. lo conocimos en San Antonio, Texas, Estados Unidos, en abril de 1911, cuando por haber fracasado el movimiento que se conoció con el nombre de Complot de Tacubaya, tuvimos que ir a dicha ciudad norteamericana en el desempeño de una comisión que nos confió el señor ingeniero Camilo Arriaga, jefe que había sido de la abortada tentativa.

Allí nos dimos cuenta de su manera de pensar que resultaba la mejor orientada y en contraste con aquel ambiente de tibiezas. Se opuso a que se transara con el gobierno del general Porfirio Díaz; optaba por la continuación de la lucha hasta eliminar completamente la influencia del elemento corrompido de aquella administración y emitió su franca opinión de que el Ejército Federal debía ser disuelto para formar el de la Revolución. Fue deplorable que no se hubieran aceptado sus ideas.

Recordamos qué don Gustavo A. Madero, en una ocasión y ante un grupo de correligionarios, se expresó en términos despectivos del señor Carranza, pues dijo que era un reyista en quien no se debía tener mucha confianza, toda vez que no se había resuelto a incorporarse a la causa revolucionaria hasta que obtuvo la aquiescencia del general Reyes. Efectivamente, habiendo tenido ligas políticas con ese divisionario, como ya lo hemos dicho, quiso terminar caballerosamente sus compromisos antes de aceptar otros; pero esa actitud, en nuestro concepto, lo favorece, pues con nada riñe la caballerosidad.

Y francamente, entre el reyismo razonable del señor Carranza y el limanturismo de algunos personajes que intervinieron en el movimiento de 1910, los revolucionarios teníamos que estar con el primero.

Hemos querido señalar la actitud orientada del señor Carranza en contraste con la vacilante de algunos colaboradores del señor Madero, porque está íntimaménte ligada con las determinantes de la lucha entre el elemento revolucionario y el conservador, que se infiltró en el nuevo orden de cosas, con la anuencia, por desgracia, del entonces Jefe de la Revolución.

Al celebrarse los convenios de paz en Ciudad Juárez, en mayo de 1911, don Venustiano Carranza, a quien el señor Madero confió la cartera de Guerra, sostuvo sus puntos personales de vista durante las pláticas. Derrocado a medias el porfirismo, el señor Carranza fue designado gobetnador de Coahuila, tras de vencer algunos obstáculos que se presentaron, y pugnó porque su Estado tuviera una fuerza militar de origen revolucionario, que al fin se organizó y fue sostenida temporalmente por el Gobierno Federal.


Desacuerdo entre el Presidente de la República y el gobernador de Coahuila

Las dificultades que para el pago de esa fuerza tuvo con el Gobierno Federal, siendo ya gobernador constitucional del Estado de Coahuila, están narradas, en parte, en los documentos cruzados con los señores Presidente de la República y Secretario de Hacienda. He aquí el primero de ellos:

Telegrama número 7.
Saltillo, 18 de febrero de 1912.
D.- 10:10 p. m.
Don Francisco I. Madero, Presidente de la República.
Chapultepec.

El coronel Zurita lleva además de su fuerza, compuesta de cien hombres de infantería, 60 soldados de la Fuerza de Seguridad del Estado. Sé que son muy cortas las partidas rebeldes por la vía que lleva; pues hasta Hacienda de Hornos no había encontrado obstáculo. Después del paso del tren militar por Viesca, entró a dicha población una partida de 40 rebeldes, que desalojó Roberto Rivas, Jefe de Seguridad de Parras, y la persiguió una legua fuera. El tren militar del general Téllez continuará, a su llegada a ésta, la ruta que usted le ha ordenado al expresado jefe. Ya está ordenado lo conveniente para que no tenga obstáculo en su camino.

Respecto a que las fuerzas del Estado queden al mando del general Treviño, siento manifestar a usted que no me es posible declinar el mando de ellas en el expresado general, ni en ningún otro jefe; pues el Congreso, a solicitud mía, me ha autorizado para ponerme al frente de las expresadas fuerzas cuando fuere preciso para conservar el orden en el Estado. Por lo cual, si la situación porque atraviesa se hiciere más crítica, tendría yo que asumir personalmente el mando de las dichas fuerzas. Espero, por esto que he manifestado a usted, que en lo sucesivo ordene al jefe de las fuerzas federales que operan en este listado, que se ponga de acuerdo conmigo para los movimientos combinados de ambas fuerzas, para hacer con éxito la campaña contra los rebeldes y para que podamos restablecer más pronto el orden en el Estado.

Venustiano Carranza.

Al anterior telegrama contestó el señor Presidente de la República, dos días más tarde, en la siguiente forma:

Palacio Nacional, 20 de febrero de 1912.
Sr. D. Venustiano Carranza, Gobernador del Estado.
Saltillo, Coah.

Muy apreciable amigo:

Recibí ayer su mensaje en el que me dice desea que las fuerzas federales se pongan de acuerdo con usted para sus movimientos. Lo primero no es posible, pues el jefe de las fuerzas es el Jefe de la Zona Militar, el general Treviño, en quien mi Gobierno tiene absoluta confianza, y sería hacerle una inconsecuencia injustificada; en cuanto a que obre de acuerdo con usted, también tiene grandes inconvenientes, pues sería entorpecer todas las operaciones militares.

Ya ve usted en el lamentable caso del movimiento de las fuerzas del general Téllez, cómo la diversidad de opiniones de usted y el general Treviño entorpeció de tal manera las operaciones, que pudo haber tenido fatales consecuencias, si no ha sido por la entereza de Emilio y de los soldados que estaban a sus órdenes, que lograron dominar por completo la situación. Si usted insiste en no poner las fuerzas del Estado a las órdenes del Jefe de la Zona, está usted en su derecho; pero eso va a entorpecer indudablemente las operaciones y va a ser motivo de disgusto y fricciones de todas clases, pues esas tropas operando sin concierto con las federales, no serán de gran eficacia, por cuyo motivo espero desista usted de ese propósito y convenga en que todas las fuerzas operen bajo el mando del jefe militar. Deseo que el cuerpo de 1,000 hombres, cuya organización en ese Estado ha dispuesto, sea mandado por oficiales de línea federales, a fin de que en todo y por todo ese cuerpo dependa de la Federación. Si no fuera posible que el cuerpo sea mandado por oficiales federales, entonces es preferible que no se forme, pues los cuerpos indisciplinados nos han dado mucho qué hacer.

Sin otro particular, quedo como siempre de usted afectísimo amigo y atento S. S.

Francisco I. Madero.

Ante los conceptos de la carta preinserta, el señor Carranza creyó conveniente contestar al señor Madero con la misiva que sigue:

Correspondencia particular del Gobernador de Coahuila.
Saltillo, 23 de febrero de 1912.
Señor D. Francisco I. Madero, Presidente de la República.
México, D. F.

Muy apreciable amigo:

Me refiero a su grata fecha 20 del corriente. Interpretó usted mal mi mensaje a que se refiere su ya citada, pues no dije yo a usted que se pusieran bajo mi mando las fuerzas federales, sino que estando autorizado, por el Congreso del Estado, para ponerme en caso necesario al frente de las fuerzas de él, no me era posible declinar el mando en el Jefe de la 3a. Zona Militar, ni en ningún otro jefe federal, y que sería conveniente que el jefe de la fuerza federal y yo camináramos de acuerdo para las operaciones contra los sublevados en este Estado. Esto último no lo creo imposible, y aun lo creo conveniente, para lo cual bastaría que se cambiara a esta población el Jefe de la 3a. Zona Militar, pues es muy indispensable proteger a los pueblos del Estado, que lo necesitan, con las fuerzas del Estado, o combinadas con las federales; lo que no podría hacerse dependiendo esas fuerzas de un jefe extraño al Gobierno que desempeño.

Precisamente la intervención casual del general Treviño, indicando una disposición militar a Alberto Guajardo, por informaciones que de los enemigos de éste recibiera, hizo que se retardara el auxilio a Parras y Viesca, debido a que Guajardo, acatando lo indicado por el general Treviño, dispersara sus fuerzas sin saberlo yo, y cuando lo llamé para mandarlo violentamente a Parras, tuvo que emplear tres días para poder reunir las fuerzas y venir a ésta. En cuanto al caso que se refiere usted a la discrepancia de opiniones entre el general Treviño y yo, respecto del movimiento del tren militar que conducía al general Téllez, creo que más bien esa discrepancia fue por la opinión de usted; pues directamente no me entendí a ese respecto con el general Treviño, y el telegrama relativo a este asunto, de usted, que me trasmitió el general Treviño, lo recibí veinticuatro horas después que la orden dada por usted al expresado general Téllez para que regresara por Viesca. El resultado de la movilización de la fuerza del general Téllez no fue el que usted esperaba; pues como lo comuniqué, ayer en la tarde aún no llegaba a San Pedro el tren que lo conducía, y aun ahora no sé todavía si ha llegado, mientras que el tren militar del Coronel Zurita, no obstante de haber caminado solo y de los obstáculos en la vía por puentes quemados, llegó el 19 en la tarde a Torreón, y habría llegado el 18, en que salió de aquí, si la contraorden de usted para los dos trenes no hubiera detenido a éste haciéndolo regresar a Viesca y perder allí una noche, cuando había llegado ya a la Hacienda de Hornos y compuesto los puentes hasta allí quemados; así es que la falta de auxilio a San Pedro, no se debe a disposiciones mías ni a mi opinión, pues si se hubiera seguido la que yo emití a usted, y de conformidad con la cual usted había ordenado que el general Téllez, siguiendo la vía de Coahuila y Pacífico, bajara en Viesca su caballada y se dirigiera a San Pedro, habría sido auxiliada aquella plaza el día 19 para mediodía; lo que entiendo apenas anoche sucedería, pues en mensaje de ayer en la tarde se me avisaba que el general Téllez estaba a cinco leguas distante de San Pedro.

He tenido que referirme a este asunto, porque por la contraorden que usted dió, atribuía a malas informaciones que se me habían dado el haber tomado usted una determinación contraria a la que se debía tomar, considerando que el F. C. Central Mexicano estaba en corriente y no obstruído en una gran parte, como lo comuniqué a usted, y lo cual motivó que los trenes militares de referencia tomaran la vía del Coahuila y Pacífico; además, indirectamente venía a hacérseme una inculpación que no se confirmó, porque los hechos vinieron a justificar que debía de prócederse en este asunto como yo indiqué a usted.

Insisto en no declinar el mando de las fuerzas del Estado en un jefe federal, tanto porque no debo hacerlo, como porque, si lo hiciera, pronto los jefes y soldados que las componen se retirarían del servicio; pues unos y otros sirven únicamente por afectos personales, ya a mí los jefes, o ya los soldados a ellos, y no por inciinación al serviio de las armas.

Para que usted se convenza de que no se organizarían fuerzas aquí con oficiales federales, puede usted ordenar que vengan algunos a enganchar gente para las filas, a quienes les ayudaremos con toda voluntad, y estoy seguro de que no organizarán un cuerpo de cien hombres montados.

La organización de soldados que yo he estado haciendo no obedece a lá Ordenanza Militar, y en cada pueblo del Estado, principalmente en el distrito de Monclova, se han estado reclutando treinta o cuarenta hombres al mando de alguno de los jefes que strvieron a la Revolución pasada, o de algún hombre de prestigio entre ellos; de este modo tengo ya en Parras y en Viesca cerca de doscientos hombres, al mando de Alberto Guajardo, y anoche llegaron a ésta cien más, de los cuales sesenta y cinco son de infantería, los que mandaré mañana para Parras.

El mismo reclutamiento se está haciendo en el distrito de Río Grande para operar allá, y se podrán reclutar también soldados en gran número para mandar a la Región Lagunera.

Aun cuando usted me dice que de no ser los soldados reclutados mandados por oficiales federales, sería preferible no organizar ningún Cuerpo, creo de mi deber organizar las fuerzas como pueda, para restablecer la paz en la parte del Estado que se ha alterado y para sostener el Gobierno de usted, contra quien verdaderamente se han rebelado los ex revolucionarios que en apariencia zapatistas, han sido lanzados a las armas por los agitadores vazquiztas; pues por el recibo que transcribí en uno de mis mensajes, que expidió uno de los jefes rebeldes, confirmará usted mi opinión a este respecto.

Para concluir, repito a usted que sería conveniente que el jefe de la 3a. Zona Militar o el jefe a quien usted encomiende el mando de las fuerzas federales que van a operar en la Región Lagunera, situara su Cuartel General en ésta, en Parras o en Torreón; pues al empezar las operaciones, si los rebeldes interrumpen telégrafos y teléfonos, es imposible la dirección de ellas desde Monterrey, en donde actualmente reside el Jefe de dicha Zona.

No extrañe usted que no le esté informando a cada momento, ya sea por telégrafo o por carta, de los pasos que estoy dando para reprimir el movimiento revolucionario en el Estado; pues juzgo inútil aumentar a usted las atenciones que tiene. Esté usted seguro que procederé con actividad y energía, y que con indicaciones de usted o sin ellas, en cualquiera circunstancia, obraré como deba obrar para sostener el orden en el Estado y al Gobierno General, como he manifestado a usted antes.

Con más frecuencia me dirigiré a don Ernesto Madero, por depender de él que se me facilite adquirir pronto los elementos necesarios, como dinero, armas y demás, para operar con prontitud en la organización para combatir a la rebelión, así como para que, sin cansar la atención de usted, le informe someramente de aquello que interese a usted saber acerca de lo que pasa en el Estado.

Como espero que usted aprobará las determinaciones que pudiera tomar, ajenas a mi carácter de jefe de este Estado, en bien de la paz, evitaré, en cuanto me sea posible, quitar a usted tiempo que no debe perder en la difícil situación por que atraviesa la Nación.

Con el afecto de siempre, quedo su amigo y atento seguro servidor,

Venustiano Carranza.


En guardia contra el orozquismo

Veamos otra carta interesante del señor Carranza; pero antes, séanos permitido hacer un ligerísimo comentario sobre la anterior.

Aun habiendo pasado tanto tiempo desde que sucedieron los hechos y vistos con toda serenidad, cuesta gran trabajo admitir que el señor Madero tuviese tanta confianza en los elementos federales, al grado de entrar en conflicto con sus propios partidarios; cuyas proposiciones vió con inexplicable ligereza.

Por otra parte, las órdenes y contraórdenes a que se refiere el señor Carranza en su extensa carta, establecen la duda de si serían dictadas motu proprio por el Presidente o si fueron sugeridas aviesamente.

La nueva carta del señor Carranza dice así:

Correspondencia Particular del Gobernador de Coahuila.
Saltillo, 28 de junio de 1912.
Señor D. Francisco I. Madero.
Presidente de la República.
México, D. F.

Muy estimado y fino amigo:

En contestación a una carta anterior mía, recibí hoy una del señor Ernesto Madero; en la que me manifiesta que, de acuerdo con usted, juzga conveniente la suspensión del reclutamiento para las Fuerzas Auxiliares, lo cual se ha hecho, y además me expresa su deseo de procurar licenciar poco a poco las fuerzas ya organizadas, a lo que me he permitido contestarle lo que en la anexa se servirá usted ver.

Sin otro particular, quedo como siempre afectísimo amigo y atento seguro servidor.

Venustiano Carranza.

La carta anexa dice así:

Correspondencia Particular del Gobernador de Coahuila.
Saltillo, 28 de junio de 1912.
Señor D. Ernesto Madero.
Ministro de Hacienda.
México, D. F.

Muy estimado y fino amigo:

Hago referencia a su apreciable, fecha 24 del corriente.

Me he impuesto de las razones por las cuales juzga usted conveniente no sólo suspender el reclutamiento de fuerzas para el Gobierno, sino también ir reduciendo poco a poco el efectivo de las ya organizadas. Sobre este último particular voy a permitirme hacer a usted las siguientes observaciones: por diferentes conductos, que merecen mi confianza, he tenido conocimiento de que el jefe rebelde Pascual Orozco ha dado a conocer sus intenciones de dividir, en caso de ser derrotado en Bachimba, sus fuerzas en gruesas columnas, con las cuales invadirá algunos de los Estados vecinos. Que las intenciones que se dicen expresadas por aquel jefe rebelde sean ciertas, hacen creerlo las circunstancias de que el jefe revolucionario David de la Fuente salió hace algunas semanas de Chihuahua, dirigiéndose a Del Río, población texana, situada enfrente de Villa Acuña (antiguamente Las Vacas) y en cuyo lugar, juntamente con otros revolucionarios bien conocidos, ha estado desplegando gran actividad en la organización o reclutamiento de gente, con el objeto de cruzar el río Bravo e internarse en la región Norte de este Estado, asegurándose que sólo esperan la llegada de otra columna que debe venir de Chihuahua para obrar en combinación.

A esto hay que agregar que los revolucionarios, una vez derrotados en Bachimba, indudablemente discurrirán dirigirse con sus mejores elementos a la región Norte de este Estado; desde luego que no estimarían conveniente hacerlo con dirección a Sonora, por saber ellos que en aquel Estado se han estado reuniendo últimamente buen número de fuerzas federales. Tampoco lo harían hacia Durango, porque, en primer lugar, hay en aquel Estado buen número de fuerzas federales al mando del general Blanquet, entre las que pueden contarse cerca de mil soldados de Coahuila, y en segundo lugar, porque al dirigirse con gran número de gente hacia aquella región, les sería muy difícil proveerse de parque suficiente, por retirarse de la frontera del Norte, dejando a la retaguardia al general Huerta, quien les impediría sus comunicaciones con los Estados Unidos, y por lo mismo, el medio de proporcionarse aquel indispensable elemento de guerra. No les queda más recurso después de su próxima derrota, que dirigirse hacia la frontera de Coahuila, probablemente hacia Múzquiz, en donde como ellos saben bien, hay muy pocas fuerzas por haberse enviado las de aquella región, y que eran las Auxiliares del Estado, hacia la Región Lagunera y al Estado de Durango, en donde una gran parte de ellas opera bajo las órdenes del general Blanquet, de cuya columna forman parte.

Tienen conocimiento igualmente los rebeldes de Chihuahua, de que en aquella región de Coahuila encontrarán pueblos ricos y elementos suficientes para mejorar sus fuerzas, y tal vez aumentarlas, con los malos elementos que siempre abundan en los distritos mineros.

Además, esto es muy importante para ellos, saben que no les sería muy difícil apoderarse de Piedras Negras y tener una Aduana, si logran hacer su viaje a través de los desiertos, sin que el Gobierno se dé cuenta oportuna de ello y tenga tiempo de enviar a la frontera de Coahuila fuerzas suficientes para impedirles su aproximación a Piedras Negras, a Villa Acuña o a algún otro punto situado en la línea divisoria con los Estados Unidos, y por donde pueden proveerse de parque y otros elementos. Para la realización de este proyecto cuentan con la ayuda que el ingeniero David de la Fuente les prestará en momento oportuno con las fuerzas que está organizando en Texas, así como con las pequeñas partidas revolucionarias que se encuentran en las serranías cercanas a Múzquiz, y cuyas partidas, después de los descalabros que sufrieron por las fuerzas del Estado, en diferentes ocasiones, han permanecido escondidas y quietas durante las dos últimas semanas, esperando probablemente la aproximación de las citadas partidas de Chihuahua.

A fin de estar prevenido para rechazar la invasión de que hablo, ordené que de Monclova saliesen para Piedras Negras cien soldados de caballería, lo cual se efectuó hoy. Indiqué al Jefe Guajardo ordenase el regreso a Piedras Negras de cerca de doscientos hombres de caballería, que fueron organizados en aquella región y que, por lo mismo, la conocen perfectamente. Pronto saldrán de esta ciudad, también con la misma dirección, otros noventa o cien soldados de la misma arma que los anteriores y, por último, hoy mismo he dado instrucciones al jefe Guajardo, que actualmente se encuentra en Durango, para que vaya preparando la movilización hacia Piedras Negras de la mayor parte de las Fuerzas Auxiliares que tiene en aquel Estado, para lo cual se pondrá de acuerdo con el señor general Blanquet, a fin de que no haya trastornos en el desarrollo del plan de campaña que tenga ideado aquel señor general.

Verá usted, por lo anterior, que quizá no sea esta ocasión la más a propósito para licenciar parte de las fuerzas de este Estado, como se sirve recomendarme en su citada, que contesto. Sin embargo, si después de considerado este asunto por usted y por el señor Presidente de la República, se insiste en la misma idea, suplícole se sirva comunicármela, para atender sus deseos.

Adjunto original una carta del señor Teódulo R. Beltrán, agente de este Gobierno en San Antonio (Texas), recibida hoy, así como también un telegrama del jefe de las Fuerzas Auxiliares, Gregorio Osuna, recibido igualmente hoy, cuyos documentos están de acuerdo con otros que he estado recibiendo últimamente, y todos los cuales confirman la idea que tengo de que los revolucionarios de Chihuahua proyectan hacer una incursión en este Estado.

Sin otro asunto, y saludándolo, quedo como su muy afectísimo amigo y atento seguro servidor.

Venustiano Carranza.

Poco influyó esta carta en el ánimo del señor Madero, pues sin duda pesaban más las opiniones de sus más allegados colaboradores, quienes participaban de la idea de que fueran disueltas las fuerzas del Estado.


Decepción del señor Carranza

Con motivo de las continuas derrotas que sufrieron los orozquistas que se habían internado en Coahuila, y posesionado Huerta de la casi totalidad del Estado de Chihuahua, creyó el Presidente Madero que toda amenaza contra su gobierno estaba conjurada y de nuevo dispuso que las fuerzas auxiliares que dependían de la primera de esas Entidades fueran disueltas. A ello volvió a oponerse el señor Carranza, después de haber celebrado una junta en Saltillo con los principales jefes, quienes opinaban que si el peligro había desaparecido en el Norte, no sucedía lo mismo en el Centro de la República.

En vista del resultado de esta junta, el señor Carranza emprendió un viaje a la ciudad de México, en diciembre de 1912, para hablar detenidamente con el señor Madero.

El general don Alfredo Breceda, en su libro intitulado México Revolucionario, expresa la impresión que don Venustiano Carranza tuvo de la entrevista que llevó a cabo con el Presidente de la República.

Llegado a México el señor Carranza -dice el general Breceda- se presenta en el corredor del segundo piso del legendario castillo de Chapultepec, para tener una conferencia con el señor Madero, quien sale repentina e incidentalmente de una de las piezas interiores y se encuentra de improviso con el mandatario coahuilense, a quien interroga jovialmente:

- ¿Qué tal, qué dice Coahuila?

Casualmente se encontraban en la misma terraza el general de división Victoriano Huerta y el coronel de artillería Guillermo Rubio Navarrete, a quienes también intempestivamente saluda el señor Madero. Huerta, señalándole un periódico que lleva en la mano, le dice:

- Señor Presidente, vengo a enseñar a usted El País, para que lea usted mis declaraciones de esta mañana, en que protesto una vez más mi lealtad y subordinación a usted, y quiero que me permita darle un abrazo.

El señor Madero fue levantado cincuenta centímetros del piso, entre los corpulentos brazos de Huerta, a quien contesta:

- Si yo nunca he dudado de usted, mi general -y le da unas palmaditas suaves en la espalda.

- Yo no tengo -respondió Huerta- otra herencia que dejar a mis hijos, que mi honor militar y mi palabra de hombre honrado.

- Tengo el honor de presentarle -dice el señor Madero a Huerta-, al señor gobernador del Estado de Coahuila, don Venustiano Carranza, que se encuentra por ahora entre nosotros, y a usted, señor Carranza, al coronel de artillería Rubio Navarrete, valiente soldado del Ejército Federal.

Era habitual en los labios del señor Madero el continuo elogio de las personas que lo rodeaban.

Sin mediar otras palabras, el señor Carranza se despidió de todas las personas que le habían sido presentadas, y triste y grave, con esa tristeza de los hombres que ven las desgracias sin poderlas remediar, se retiró al Hotel del Jardín donde casualmente se encontró al risueño José María Maytorena (Quien en ese entonces fungía como gobernador del Estado de Sonora. Precisión del Profesor Carlos Pérez Guerrero), y mutuamente se comunicaron sus impresiones sobre la situación política y el ambiente malsano que se respiraba en la metrópoli.

Don Venustiano decía:

- Estoy muy disgustado, pues no se puede tratar en serio con el señor Presidente, porque antes de hablar de asuntos trascendentales que aquí me traen, recibió a Mondragón y a otras personas, que nada bueno podrán traerle al país; no me ha concedido que la Federación pague las tropas irregulares de Coahuila, únicas en quienes tengo confianza; ni que se me facilite una pieza de artillería, que tanto he solicitado, y me ha ordenado el licenciamiento de las tropas que me quedan en Coahuila (Aunque en condiciones bien distintas, señala el general Gildardo Magaña, nótese la analogía con lo sucedido en Morelos. Anotación del profesor Carlos Pérez Guerrero).

Más tarde, el mismo día de su onomástico, llegaba el señor Carranza a la capital de su Estado, profundamente desilusionado y con la consigna de disolver las tropas irregulares; pero a la vez llegaba nuevamente a Saltillo el teniente coronel Luis G. Garfias, a organizar el 25° regimiento, y le acompañaban el capitán de artillería y de Estado Mayor Presidencial Jacinto B. Treviño, capitán Antonio Delgadillo, capitán segundo Aldo Baroni, y otras personas más, que con gran actividad y ayuda efectiva de don Venustiano Carranza, principiaron sus trabajos de organización.

Lo anterior da una idea de la situación en el Estado de Coahuila a fines de 1912.


CARRANZA OFRECE AYUDA AL SEÑOR MADERO

El 9 de febrero de 1913, día en que se inició en México el movimiento militarista encabezado por Mondragón, llegaron a Saltillo las noticias de lo que estaba sucediendo, aunque en forma un tanto favorable para el gobierno del señor Madero.

El lunes 10, a hora temprana, se encontraron en una de las calles de la capital coahuilense los señores Francisco J. Múgica y Alfredo Breceda; éste dijo:

- ¿Ya sabes lo que está sucediendo en México?

- Nada sé -respondió Múgica- ¿qué hay?

- Pues que ha estallado un movimiento muy serio en contra del gobierno. Se sublevaron algunas fuerzas federales y están combatiendo en las calles de la capital.

Y se despidieron después de hacer los obligados comentarios sobre el suceso.

Desde la lucha contra la Dictadura, Múgica había conocido al señor Carranza con motivo de una delicada comisión del servicio y su trato con que Venustiano le despertó por él simpatías, especialmente por su actitud al defender los intereses de la Revolución en contra del Partido Científico al que sinceramente odiaba. Esas simpatías dieron como resultado que el entonces capitán primero Francisco J. Múgica se uniera al señor Carranza, quien a su vez correspondió guardándole siempre merecidas consideraciones.

En el gobierno. de Coahuila, que al estallar el cuartelazo de febrero estaba a cargo del señor Carranza, Múgica desempeñaba el puesto de director de estadística.


Francisco J. Múgica enviado ante el Presidente

A media mañana del 10 de febrero, el capitán Múgica fue llamado por el gobernador, quien le dijo:

- En México ha estallado un movimiento militarista. Se han sublevado algunas fuerzas federales y están posesionadas de una parte de la ciudad. Aunque el Presidente, en las noticias que me envía, está muy optimista, yo creo que el asunto es más serio de lo que él supone y como es posible que todo el Ejército vaya a defeccionar, me parece muy conveniente que una persona de mi absoluta confianza hable con el señor Presidente y me informe desde México sobre la verdadera situación.

- Es muy acertada la determinación -repuso Múgica-, ¿y en quién se ha fijado usted, señor?

- En usted -dijo secamente el señor Carranza.

- Para mí es muy honrosa la comisión, señor gobernador -dijo el aludido-; pero temo que por mi situación especial resulte contraproducente. Usted sabe que la mayoría del elemento maderista, entre el que me encuentro, está postergada, y quizá no resulte la designación del agrado del señor Presidente.

- Como usted dice -replicó don Venustiano-, casi todos los revolucionarios se encuentran en esa condición; pero no creo que el señor Madero tenga algo que reprocharle y menos cuando se trata de ofrecerle el contingente que se pueda reunir para la defensa de su gobierno y de la Revolución. ¿Tiene usted algún otro motivo?

- No, señor -repuso Múgica-, es el único inconveniente que encontraba; pero si no lo es, voy a prepararme para salir mañana mismo.

- No mañana -indicó el gobernador-, disponga usted todo para salir hoy en la noche, pues el asunto es urgente. Le dirá usted al señor Madero -continuó- que si necesita del pueblo para la defensa de las instituciones, puede contar absolutamente con el de Coahuila, así como con las escasas fuerzas de que disponemos; pero si esto no fuere bastante, puede venir al Estado a establecer aquí su gobierno, que si se hace necesario, haremos una guerra como la de Tres Años. No deje de tenerme al tanto de la situación.

Cumpliendo con las instrucciones recibidas, el capitán Múgica salió de Saltillo en la misma noche. Ya en territorio de San Luis Potosí, el tren en que viajaba iba a ser detenido por una fuerza irregular que se había sublevado adhiriéndose al movimiento de la Ciudadela.

Al pasar el tren por la capital potosina, lo abordó el señor ingeniero Manuel Bonilla, Secretario de Fomento en el gabinete del señor Madero. Se dirigía a la ciudad de México e iba acompañado por un señor de apellido Roqueñí.

Procedente del que venía de Tampico, subió al mismo tren un hombre grueso, a quien su indumentaria y sus maneras daban el aspecto de un ranchero. Llevaba en los brazos sendas canastas cubiertas con manta fuertemente cosida.

- Señor ingeniero -dijo el recién llegado a don Manuel Bonilla-, ¿qué anda haciendo por acá?

- De regreso a México, mi coronel. ¿A dónde va usted y qué noticias tiene?

- También a la capital; me llama el Supremo Gobierno, y respecto a las noticias que circulan, creo que no hay que alarmarse; nada pasará.

El ingeniero Bonilla hizo las presentaciones de rigor:

- El señor capitán Francisco J. Múgica. El señor coronel Garza González ...

- ¿Es usted capitán del Ejército? -interrogó Garza González interrumpiendo al ingeniero Bonilla.

- Soy capitán de las fuerzas maderistas -respondió el aludido.

- Entonces, no se puede decir que sea usted capitán; no es conveniente usurpar cargos que no se tienen. Sé es militar cuando realmente se pertenece al Ejército y se puede uno identificar como tal.

Lleno de fatuidad, Garza González no tuvo en cuenta que el ingeniero Bonilla había presentado como capitán a Múgica, sin que éste hubiera hecho ostentación del grado, por lo que tomó las palabras del primero como un injustificado e hiriente reproche. Sin embargo, por respeto al ingeniero Bonilla guardó silencio.

Discretamente don Manuel Bonilla comunicó al capitán Múgica las noticias que tenía sobre la situación en la ciudad de México y lo autorizó para tomar su nombre y recabar informes durante el viaje. Los que pudo tomar fueron en extremo contradictorios.


Penoso incidente

El interés que el ingeniero Bonilla demostraba por las informaciones que el capitán Múgica le iba comunicando, fue tomado por el coronel Garza González como puerilidad, y narró un cuentecillo que resultó hiriente para el Secretario de Fomento.

El señor Roqueñí, a su vez, refirió otro cuento como réplica al anterior y por cuyo final Garza González se sintió ofendido. Echando mano a su pistola, se dirigió al narrador en términos duros, con visibles intenciones de gólpearlo y provocando con su actitud el consiguiente escándalo entre los pasajeros del carro en que viajaban.

Intervino Múgica. Rogó al coronel que por respeto al señor Secretario de Fomento se contuviera, y logró su objeto no sin algunos esfuerzos del propio ingeniero Bonilla. Múgica y el enfurecido militar, pasaron a ocupar un asiento lejano al lugar en que se había desarrollado el incidente y transcurrido un buen rato, el coronel expresó a su acompañante que a no haber sido por él, habría matado a Roqueñí.

Conforme se iban acercando a la capital, las noticias que se recogían eran a cual más contradictoria y hasta absurdas. Por fin, al llegar a Tacuba, descendieron del tren los señores ingeniero Bonilla y Roqueñí.


Actitud de un revolucionario

Garza González y Múgica continuaron su viaje hasta la estación de Colonia, la que encontraron completamente desierta. Un oficial registraba y hacía que se identificaran los viajeros, especialmente quienes manifestaban que tomarían el rumbo del Paseo de la Reforma y de la Ciudadela, que era la zona considerada como de mayor peligro.

- ¿Qué rumbo lleva usted? -preguntó secamente el coronel a Múgica.

- El que usted siga, mi coronel -repuso el aludido-; voy también a presentarme al gobierno, pues lo considero de mi obligación y si usted no tiene inconveniente, lo acompañaré.

- Yo voy a la zona de peligro -dijo enfáticamente Garza González.

- Y yo voy con usted, si me lo permite, mi coronel -repuso resueltamente Múgica.

- Empiezo a creer que es usted capitán. Bueno, consiga por allí alguno que nos ayude a llevar la impedimenta.

Múgica sólo pudo encontrar a un muchacho como de diez años a quien se le encomendó que cargara una de las canastas que el coronel llevaba; y los tres echaron a andar por el Paseo de la Reforma. En el trayecto se les detuvo e interrogó y al contestar que eran militares, un oficial federal, viendo que iban vestidos con trajes de civiles, los reconvino duramente.

- No me grite mucho -dijo enérgicamente el coronel. Y se identificó en el acto, con lo cual se les dejó pasar.

No habían andado mucho, cuando oyeron un tiroteo y sintieron que algunos proyectiles caían cerca.

- No te asustes, no te espantes, chamaco -dijo Garza González al muchacho que llevaba la canasta y que, por su edad, no se daba cuenta del peligro.

En vista de lo bromoso que resultaba ir llevando las pesadas canastas en aquellas circunstancias, Múgica creyó conveniente indicar a Garza González:

- Mi coronel, ¿es indispensable llevar estos bultos? ¿No sería conveniente dejarlos encomendados por aquí, en alguna casa?

- No, compañero, ¿no ve usted que estamos en una plaza en estado de sitio y que los alimentos van a escasear? Son chivos los que traigo; chivos que me preparó mi esposa; y el militar que se desprende de los alimentos en estas circunstancias, no puede llamarse militar.

El tiroteo arreciaba y a poco andar les fue marcado el alto.

Garza González, tras de identificarse, pretendía que se les dejase continuar su camino hacia el rumbo que llevaban; pero a ello se opuso el jefe de la fuerza quien manifestó tener órdenes de impedir el paso de militares o civiles. Se encaminaron entonces al Palacio Nacional donde, al llegar, se permitió la entrada al coronel, pero no a Múgica, quien se dirigió a las oficinas de la inspección de los cuerpos rurales, de la que era jefe el general De la Vega. Un joven vestido con traje civil salía de allí, cerró tras de sí la puerta y con él entabló Múgica el siguiente diálogo:

- ¿Podría usted informarme a qué hora es posible ver al señor general De la Vega?

- ¿Qué desea usted?

- Soy capitán y vengo a ofrecerIe mis servicios.

- ¿Es usted del Ejército Federal?

- Soy capitán primero maderista en depósito y deseo incorporarme y prestar mis servicios al gobierno.

- Querrá usted decir cabo; ya no son capitanes y tampoco existe el depósito.

- Es la situación de quienes prestamos nuestros servicios y tuvimos que retirarnos después. En cuanto al nombre es lo de menos. Lo esencial es que vengo a ofrecerme como soldado revolucionario porque es mi deber en las actuales circunstancias. ¿Y usted, señor, es militar?

- Soy teniente coronel.

- Pues estoy a sus órdenes, mi teniente coronel. Le ruego que me dé facilidades para incorporarme.

- Veo que tiene usted deseos de pelear. ¿No se ha dado cuenta de lo que sucedió a los cuerpos rurales?

- Precisamente, mi teniente coronel, porque sé que hay muchas bajas, vengo a ofrecer mi contingente personal; en las horas de prueba es cuando estamos listos los revolucionarios ... Lo hemos demostrado con hechos cuando, sin ser soldados, fuimos a la lucha y derrocamos a la Dictadura, derrotando al Ejército Federal.

- ¡Ah!, ¿usted -dijo interrumpiendo bruscamente a Múgica- es de los que creen que el Ejército Federal fue derrotado?

- No es cuestión de creencia, mi teniente coronel -respondió con firmeza-, no es asunto de fe; son los hechos que todo el mundo conoce, porque sucedieron.

Molesto por lo que acababa de oír, el joven teniente coronel dijo cortante:

- ¿Lo que usted quiere es pelear? ¿No es así?

- Exactamente, mi teniente coronel; es lo que deseo.

- ¡Acompáñeme!

Y fue llevado ante el jefe de una fuerza federal que combatía a los de la Ciudadela, con quien el teniente coronel habló algo que Múgica no pudo oír.


Inútiles gestiones para hablar con el señor Madero

El enviado del señor Carranza hizo cuanto pudo, en las horas libres de que disponía, para acercarse al señor Presidente y cumplir la comisión que se le había conferido. Primero se puso al habla con el ingeniero Bonilla, a quien suplicó lo ayudara a obtener una audiencia del señor Madero. El Secretario de Fomento le indicó que aun a él le era bien difícil entrevistar al Primer Magistrado, por lo anormal de la situación; pero le ofreció que en la primera oportunidad trataría de que fuese recibido.

Por teléfono habló con don Juan Sánchez Azcona, secretario particulár que era del señor Madero. Le ofreció que en la oportunidad más propicia trasmitiría al Presidente sus deseos de hablarle pára cumplir su misión; pero falló el conducto, sin duda por el torbellino de asuntos que en aquellos días debió de tener el señor Sánchez Azcona.

Mientras tanto, estuvo informando al señor Carranza sobre el giro que tomaban los acontecimientos y para ello tuvo que salir, varias veces, hasta la estación de Lechería, desde donde telegrafiaba.

Hizo otras tentativas para acercarse al Presidente; pero ninguna dió resultados. Convencido de la inutilidad de sus esfuerzos, salió a Querétaro, desde donde se puso en comunicación con el señor Carranza, a quien pidió nuevas órdenes y fondos. La contestación no se hizo esperar; el gobernador de Coahuila contestó diciendo que le llamaba mucho la atención que las noticias que Múgica le había enviado, estuvieran en abierta contradicción con las que había recibido del Presidente, y que en caso de que las primeras fueran las verídicas, debía regresar a la ciudad de México e insistir tenazmente en hablar con el señor Madero.

Tras de manifestar que todas sus informaciones estaban ajustadas a la verdad, y que las ratificaba, Múgica regresó a la capital pero se halló con la infausta nueva de que el Presidente había sido aprehendido por los infidentes.

En esta ocasión tuvimos la oportunidad de hablar extensamente con el capitán Múgica, quien nos refirió el objeto de su viaje a la capital. Comentando los sucesos de aquellos días, nos dijo que tenía la seguridad de que el señor Carranza iba a enarbolar en el Norte la bandera de la insurrección. A nuestra vez le manifestamos que no obstante las melosas invitaciones que los infidentes estaban haciendo para atraerse al Caudillo del Sur, jamás conseguirían que entrara en arreglos con ellos, ni con cualquiera otro que no le asegurase plenamente el triunfo de la Revolución, que no podía esperarse de aquellos señores.

Al día siguiente de nuestra conversación, Múgica regresó a Querétaro, donde nuevamente se puso en comunicación con el señor Carranza, de quien recibió un telegrama indicándole que entrevistara al gobernador Loyola, por cuyo conducto le giraba ciento cincuenta pesos para su regreso. Pero Múgica no se presentó al mandatario queretano, porque al recibir e! telegrama vió que estaba a la cabeza de una manifestación, celebrando públicamente el triunfo del usurpador Huerta.

Tuvo entonces que recurrir a los servicios de un correligionario, el doctor José Siurob, para que lo ayudase a pignorar algunos objetos personales, entre ellos su reloj, y con el dinero que así pudo reunir, emprendió su viaje a Saltillo, teniendo que hacer un largo rodeo.

En Monterrey solicitó hablar con don Bibiano I. Villarreal, no sólo gobernador del Estado de Nuevo León, sino allegado a los señores Madero. Después de reiteradas súplicas, lo recibió el mandatario en su casa; pero rodeado de todos sus familiares.

Múgica solicitó hablar en lo privado; mas el funcionario contestó que para los suyos no tenía secretos y que podía hablar en presencia de todos. Se vió, pues, obligado a manifestar que había ido a México en el desempeño de una comisión conferida por el señor Carranza; le narró brevemente las peripecias de su viaje y terminó pidiéndole ayuda pecuniaria para proseguir a Saltillo y dar cuenta con el resultado al gobernador. Don Bibiano I. Villarreal le dijo enfadado:

- A mí no me hable, ya de Revolución, joven. Estamos hasta el copete con esas andanzas que mucho nos cuestan. Le aconsejo que se retire y que no piense más en tales cosas. Yo no puedo ayudarlo en nada. Váyase, no sea que lo perjudiquen; nosotros estamos con el gobierno del general Huerta.

Múgica quemó su último cartucho al decir algo muy en su lugar al funcionario y se retiró, encaminándose a la residencia de uno de los señores Madero, radicado entonces en la capital neoleonesa y a quien habló después de vencer muchas dificultades.

Como respuesta, el visitado sacó un peso de! bolsillo y lo entregaba generosamente a Múgica, quien, como era natural, lo rechazó, manifestando al mismo tiempo que era un revolucionario, no un mendigo, que trataba de obtener ayuda de quien él creía obligado en aquellas circunstancias.

Casualmente encontró en las calles de Monterrey a otro correligionario, quien parecía huir de su presencia. Con dificultades obtuvo la ayuda necesaria, para continuar su viaje a Coahuila, donde rindió un pormenorizado informe al señor Carranza.


ATAQUES DE LA REACCIÓN AL SEÑOR CARRANZA

Variados comentarios se han hecho con motivo de los telegramas que, a raíz del triunfo de Huerta, se cambiaron el gobernador de Coahuila, el usurpador y el ingeniero Alberto García Granados.

Aun cuando en nuestro poder existen las copias de tan importantes documentos -y de otros de no menor importancia de aquellos días-, al reproducirlos hemos creído conveniente hacerlo con la glosa del señor general Alfredo Breceda, que aparece en su obra México Revolucionario, pues lo conceptuamos capacitado para opinar con pleno conocimiento de causa, por haber acompañado al señor Carranza desde sus primeras jornadas.

He aquí lo que dice el señor general Breceda:


Del campo enemigo

Lo más granado de la reacción, al triunfo del constitucionalismo se refugió en San Antonio, Texas, y desde allí ha tratado por todos los medios habidos y por haber, de combatir al Gobierno ya legalmente constituído. Habiendo fracasado por medio de las armas, ha recurrido a todo, pero muy especialmente a dividir las convicciones de los revolucionarios, que es el medio más sabio para ellos, empañando la actitud del Jefe de la Revolución, combatiendo la rectitud que asumiera en los orígenes de la misma, y que es algo de lo que los revolucionarios tienen como sus más legítimos y sonoros timbres de gloria y orgullo.

Con tal objeto, la bandada de ex huertistas fundó en aquel pueblo americano muchos periódicos diarios, bisemanarios, quincenales, mensuales, semestrales y anuales, ilustrados y no ilustrados; pero en todos ellos el objetivo principal era poner de relieve y en ridículo, o por lo menos en duda, la patriótica actitud del caudillo de Coahuila. Abrieron concursos, pagaron premios y ofrecieron grandes cantidades por adquirir los primeros y más preciados documentos para ellos, especialmente aquellos que de alguna manera, aunque fuera tenuemente, comprobaran la indecisión de Carranza. Y después de mucho buscar, de muchas idas y venidas, de muchas vueltas y revueltas, produjeron en el menos desprestigiado de sus periódicos (Revista Mexicana) un artículo, para ellos el más famoso, no solamente por haber sido escrito por el licenciado Nemesio García Naranjo, literato de grandes vuelos, ex ministro de Instrucción Pública, etcétera, etcétera, sino porque lo consideraban como el más nutrido, el más contundente y el menos indestructible. Y aun cuando no corresponde, por adelantada, la fecha en que fue publicado en San Antonio, Texas, el susodicho artículo (24 de junio de 1917), a la que estoy describiendo en estos apuntes históricos, y aun cuando parezca digresión, creo comprobatorio para este trabajo insertarlo imparcialmente, para que el lector juzgue cómo es el enemigo en su grande afán de hacer que el Gobernador coahuilense aparezca ante la historia sin los timbres de su principal actitud. Solamente consigue, con esos mismos argumentos y documentos, reforzar de un modo muy amplio la verdad y la opinión pública, comprobando que la justicia siempre se abre paso. El artículo lleva por tópico lo siguiente:


El verdadero origen de la Revolución Constitucionalista

En nuestro número pasado ofrecimos hacer revelaciones sensacionales, relativas al verdadero origen de la Revolución de 1913, acaudillada por don Venustiano Carranza. Hoy, de acuerdo con esa promesa, publicamos el texto de algunos telegramas que hemos logrado adquirir, y los cuales donamos desde luego al Museo Nacional de Arqueología, Historia y Etnología de México. Naturalmente, como enviar dichos documentos en la actualidad sería tanto como ponerlos en manos de quienes los pueden destruir, hemos procedido a depositarios en un Banco de esta localidad, en donde permanecerán hasta que en México existan autoridades que no tengan interés especial en hacerlos desaparecer.

El principal documento es, sin duda alguna, el telegrama cuyo facsímil publicamos en nuestra carátula. También son interesantes los mensajes de los licenciados Cárdenas y Dávila y el telegrama depositado por los representantes de Carranza, después de haber conferenciado con el Presidente. Por último, el mensaje del general Huerta, cuyo facsímil publicamos, da a conocer el verdadero motivo de la revolución carrancista.

Hagamos un poco de historia para analizar estos importantes documentos.


Los cuerpos regionales

Desde que Venustiano Carranza se hizo cargo del Gobierno de Coahuila, el año de 1911, organizó unos Cuerpos regionales, compuestos de familiares, amigos y partidarios, dispuestos a sostenerlo por medio de las armas en cualquier evento que se presentase. De esos Cuerpos regionales salieron los que después fueron apóstoles y caudillos del constitucionalismo. Entre otros nombres recordamos los de Jesús Carranza, Pablo González, Santos Coy, Lucio Blanco, Francisco Coss y Eulalio Gutiérrez. No obstante que el servicio de estos batallones estaba reducido al Estado de Coahuila, don Venustiano había conseguido que el Erario Federal sufragase todos los gastos, para lo cual, mes por mes -según el decir del público-, la Secretaría de Hacienda remitía al Gobierno de Coahuila la cantidad de doscientos mil pesos.

El hasta aquí de don Ernesto

Comenzaron a circular muchos chismes relativos a la distribución de los $ 200,000.00. Unos decían que los Cuerpos eran imaginarios y que la mensualidad se repartía entre algunos jefes de consideración. Se empezó a rumorar que don Jesús Carranza había mejorado muchísimo de condiciones económicas, y se habló también de algunos molinos pertenecientes a uno que después ha sido general de división, y en los cuales se decía que tenía interés directo el propio don Venustiano. Ciertos o falsos estos rumores, lo cierto es que don Ernesto Madero, Ministro de Hacienda en aquel entonces, decidió poner un hasta aquí a aquella donación mensual de $ 200,000.00, de cuya distribución no quedaba huella en la Tesorería de la Federación.

Don Venustiano protestó y don Francisco I. Madero estuvo a punto de ceder en favor del Gobernador de Coahuila. Don Ernesto Madero se mantuvo firme, y a fines de 1912, Carranza recibió la notificación de que ya no percibiría aquella cantidad.

No se conformó Carranza con aquella decisión, e hizo un viaje a México, con el objeto de obtener el refrendo de la donación. Movió todas sus influencias, amenazó el Gobernador y hasta dejó entrever probables desórdenes en el Estado. Los detalles de este asunto habrán de saberse más tarde, pues don Ernesto Madero los ha de saber perfectamente, y si no los ha expuesto, debe ser por razones tan obvias, que no vale la pena insistir en ellas. El Gobernador de Coahuila regresó a su ínsula, vencido, sin los $ 200,000.00 Y con la tristeza de aparecer ante todo el mundo como un caído de la gracia presidencial.


El complot contra Madero

Entonces fue cuando don Venustiano decidió levantarse en armas en contra del Gobierno de Madero, a quien juró odio eterno. La persecución ejercida después en contra de toda la familia, y el encono que siempre ha demostrado a don Ernesto, hacen suponer que estos rumores tengan un fondo indiscutible de verdad.

Parece que estaban inodados en aquel complot antimaderista el ex Ministro de Gobernación ingeniero Alberto García Granados y los Gobernadores de San Luis Potosí y Aguascalientes, doctor Rafael Cepeda y Alberto Fuentes D. La rabia y la crueldad desplegadas en contra del primero, en septiembre de 1915, confirman hasta cierto punto el rumor, pues se demostró gran interés en hacerlo desaparecer, seguramente con el objeto de impedir que alguna vez hiciera revelaciones de peso.

En cuanto al doctor Cepeda, hizo un viaje a Coahuila a fines de 1912, y don Venustiano lo recibió con gran cordialidad, y en un banquete que fue memorable, al calor de las copas, y en el momento fogoso de los brindis, se dijeron cosas imprudentes, que los comensales interpretaron como el anuncio de un próximo pronunciamiento.


¡Y yo para lo que usted mande!

Don Venustiano brindó, desafiando a todo el mundo y diciendo que los Cuerpos regionales de Coahuila no se licenciarían; que continuarían sirviendo al Estado, a pesar de todo, y que no serían responsables de lo que ocurriera si la Federación se obstinaba en negar el subsidio mensual. El doctor Cepeda aprobaba con inclinaciones de cabeza todo lo que Carranza decía, y Pancho Coss coreaba los períodos del brindis con las siguientes palabras:

- ¡Y yo para lo que usted mande!

Don Venustiano terminó diciendo que él no se detendría ante ningún obstáculo, y que sería el mismo con este Presidente o con cualquier otro.


El golpe de la Ciudadela

A esta altura se hallaban las cosas, cuando estalló en México la revolución militar de febrero de 1913. Don Venustiano vió que le habían madrugado y se puso frenético. Su primer impulso fue desconocer al Gobierno emanado del Pacto de la Ciudadela.

Luego reflexionó, quiso entrar en tratados, y después de diez días de conferencias sobrevino el rompimiento. A estos días obscuros se refieren los telegramas que hoy podemos publicar y que aclaran mucho el misterioso nacimiento de la revolución carrancista, y dejan en el alma la convicción profunda de que obedeció a cálculo e intereses.


El vengador de Madero

Don Venustiano siempre ha procurado presentarse ante el mundo como el reivindicador de las instituciones mexicanas. La propaganda de sus amigos lo hace aparecer como un Gobernador electo popularmenté, que en el momento en que una revolución militar derrocó al Presidente de la República, levantó el estandarte de la rebelión, sin admitir componendas ni transacciones con aquellos que, en su concepto, habían usurpado el Poder.

Conforme a las versiones propaladas por los carrancistas, don Venustiano jamás vaciló un segundo. Recibir la noticia de que Madero estaba preso, y levantarse en armas, fue todo uno. La leyenda asegura que supo del golpe militar y no quiso saber más.

Ni preguntó detalles, ni midió al adversario. Escogió el camino que le señalaban sus convicciones, y se precipitó a luchar con heroísmo.

Y sin embargo, ¡qué distintos aparecen los acontecimientos, después de leer los telegramas que hoy publicamos!


La falsedad de la leyenda

Desde luego resulta falso de toda falsedad que Carranza desconociese en absoluto al Gobierno emanado de la revolución de febrero. Se limitó a guardar una actitud dudosa y amenazante, a fin de hacerse pagar bien caro el reconocimiento. Llegaron a Saltillo las noticias del golpe militar; se ignoraba la actitud de las Cámaras; se desconocía la opinión de los Gobernadores; la opinión pública se manifestaba destanteada e incierta, y don Venustiano, en aquel torbellino de rumores, se limitó a guardar una actitud expectante. Lejos de desconocer al Gobierno del general Huerta, quiso tratar con él, y al efecto nombró dos representantes que arreglaran la situación.


Carranza quería arreglar un asunto

El 24 de febrero -seis días después de la caída de Madero y dos días después de su muerte-, don Venustiano le decía al general Huerta las siguientes palabras, en un telegrama que fue depositado en Ramos Arizpe, y que para mayor seguridad de que llegase a su destino, fue insertado en otro mensaje que los licenciados Miguel Cárdenas y Encarnación Dávila pusieron al mismo Presidente:

Su atento mensaje ayer. Para tratar los asuntos a que me referí en mi mensaje anterior (véase cómo Carranza le dirigió varios mensajes al general Huerta), saldrá mañana para ésa en representación de este Gobierno, el señor licenciado Eliseo Arredondo, diputado al Congreso General, y estimo conveniente lo acompañe con el mismo carácter el ingeniero Rafael Arizpe y Ramos, que reside en esa capital, y a quien hoy me dirijo con ese objeto. Espero que se arreglarán satisfactoriamente los asuntos que los expresados señores tratarán con usted.

Como se ve, el 24 de febrero Carranza no se sentía héroe ni vengador, ni apóstol constitucional. En aquella fecha (y conste que la sangre de Madero estaba fresca), lo único que le preocupaba era arreglar satisfactoriamente los asuntos. ¿Cuáles eran ellos?


Un préstamo forzoso

Carranza se encontraba entonces en Ramos Arizpe. El Presidente Municipal de Saltillo telegrafiaba, por conducto del general Trucy Aubert, al Presidente Huerta, las siguientes palabras:

Señor Carranza pretendía hoy desde Ramos Arizpe, donde está situado con su fuerza, exigir un préstamo de cuarenta mil pesos, que hemos conseguido aplazar .,,

El día 25 de febrero (la sangre de Madero no se había aún secado), don Miguel Cárdenas ponía al general Huerta el siguiente telegrama:

El señor Gobernador Carranza encuéntrase ya en esta ciudad bien dispuesto a solucionar conflicto, y para ello va a ponerse en directa comunicación con usted ...

La seriedad del licenciado Cárdenas hace presumir que sus buenos oficios se interponían de acuerdo con Carranza, y que éste autorizaba las negociaciones. La clave del asunto consistía en arreglar satisfactoriamente los asuntos. ¿Cuáles eran ellos? Los señores Arredondo y Arizpe y Ramos lo habrían de decir personalmente al Ministro de Gobernación.


Se dirige a García Granados

>Don Venustiano Carranza, que el 24 de febrero había telegrafiado al Presidente Huerta, anunciándole que Arredondo y Arizpe lo representarían en la capital de la República, puso a don Alberto García Granados un mensaje, en el que le daba el tratamiento de Ministro de Gobernación y le proponía una conferencia telegráfica.

Dicho mensaje aparece en facsímil en la carátula de este número, y demuestra que don Venustiano solicitaba parlamento una semana después del derrocamiento del Presidente Madero y tres días después de su muerte.

Por fin hablaron los comisionados: el día 27 de febrero, a las cuatro y tres cuartos, pusieron el siguiente mensaje a Carranza:

Acabamos tener conferencia del todo satisfactoria con señor Ministro de Gobernación, y mañana la celebraremos con el señor Presidente de la República ...

Como se ve, no concretan absolutamente nada. Se limitan a decir que la entrevista fue satisfactoria, sin concretar la causa.


Las fuerzas auxiliares

Al día siguiente vieron los señores Arredondo y Arizpe y Ramos al general Huerta, y enviaron a Carranza el siguiente mensaje:

Celebramos cordial conferencia con señor Presidente y señores Ministros Relaciones y Gobernación, habiendo convenido conservarse actual orden constitucional nuestro Estado; que Federación pague Fuerzas Auxiliares, quedando éstas a las órdenes de la misma, por conducto de la Secretaría de Gobernación. Los otros puntos acordados también de conformidad.

De los términos de este mensaje se infiere que fueron dos las condiciones que Carranza impuso al general Huerta para reconocerlo como Presidente de México:

1° Que se le dejaría seguir gobernando Coahuila.
2° Que la Federación pagara las Fuerzas Auxiliares, que iban a ser licenciadas por orden del Gobierno de Madero.

El general Huerta aceptó la primera proposición sin taxativas. La segunda la aceptó; pero siempre con la condición de que las Fuerzas Auxiliares quedasen en calidad de tropas de la Federación.

Esto no le convenía a Carranza, porque lo dejaba sin los $ 200,000.00 mensuales que venía procurando desde diciembre, y que estuvieron a punto de lánzarlo a una revolución contra Madero.


Otra vez las fuerzas auxiliares

Al día siguiente, 1° de marzo de 1913, el general Huerta envió a Carranza el telegrama cuyo facsímil publicamos, y que se recibió en Saltillo en la madrugada del día siguiente:

Sírvase usted informar con qué objeto extrajo cincuenta mil pesos de los Bancos, por no tener conocimiento del hecho este Gobierno.

Entonces don Venustiano se acordó del orden constitucional, de la sangre de Madero, de la Revolución reivindicadora, y se lanzó francamente a la lucha. Se rompieron las hostilidades y empezó la revuelta con una incautación. Cinco días esperó Carranza que se comprase su fidelidad, y al cabo de ellos, viendo que el Gobierno Federal había hecho una oferta que no se podía rechazar, en lo que se refería a las Fuerzas Auxiliares, pero que tampoco era lo que él pedía, decidió convertirse en Primer Jefe de la Incautación. Así se tendría muchísimo más de los $ 200,000.00 al mes. Y comenzó para él una era de reparto de botín.

Naturalmente, siempre ha andado en la danza la famosa sangre de Madero.


El telegrama de Mr. Holland

Todo esto se desprende de los telegramas sensacionales que publicamos en este número. En apoyo de ellos transcribimos el que puso el cónsul americano en Saltillo, Mr. Holland, al Secretario de Estado Americano, Mr. Knox, que obra en los archivos de los Estados Unidos, y que últimamente fue publicado en el Congressional Record, de Washington. Fue depositado el día 21 a la una de la tarde, y dice así:

El Gobernador Carranza acaba de notificarme oficialmente que se someterá a la nueva Administración en la ciudad de México.

Se ha abandonado aquí toda oposición. Inmediatamente se restablecerá el tráfico ferrocarrilero. Hay completa tranquilidad. La Embajada ha sido informada.

¿Queda un átomo de duda, después de leer el anterior documento?

¡No! Al pasar los ojos por estos telegramas, se siente como si una venda se descorriera, dejando ver las purulencias de una llaga. Se ve que no hubo ideal, ni fiebre de justicia, ni ansias de mejoramiento social. No hubo fanatismo jurídico, sino cálculo de logrero. ¡Doscientos mil pesos mensuales! tal fue la exigencia, el precio de la fidelidad. No se consiguieron: pues entonces, a luchar por la Constitución. ¡Y también a asesinar a García Granados, que alguna vez podría revelar el secreto!


Iba a promulgar el decreto

Cuentan las gentes de Saltillo -y hasta nos han dado los nombres de las personas que intervinieron en el asunto, y que no publicamos por no comprometerlas- que el día 27 de febrero, después de recibir el telegrama de sus representantes, Carranza entregó a la Imprenta del Estado un decreto por medio del cual reconocía la legitimidad del Gobierno del general Huerta. Los cajistas lo pararon con toda precipitación, y hasta llegaron a corregir las pruebas. Al día siguiente se recibió el segundo telegrama de Arredondo y Arizpe y Ramos, y Carranza, viendo que no recibiría los $ 200,000.00 mensuales que solicitaba, mandó retirar el decreto y parar un Manifiesto revolucionario.

Es el viejo cuento del pintor aquel que empezó un retrato del general Reyes, cuando era Ministro de Guerra, y lo terminó cuando dejó de serlo. No se inmutó con la desgracia: filosóficamente le quitó la figura al copete, le acható la cabeza y las narices, le achicó el bigote y la barba, y después de unas cuantas horas de retoque, el retrato del general Reyes se había convertido en el retrato del general Mena.

Así fue como Carranza hizo la Revolución. Lo esencial eran los $ 200,000.00 mensuales.


La Constitución de 1857

Cuatro años han transcurrido desde aquellos acontecimientos y todo confirma la tesis de que la Revolución constitucionalista, sin ensueño ni ideal, se hizo exclusivamente para despojar al pueblo de México. Carranza, que dijo alzarse en armas para destruir las influencias pretorianas, ha establecido la tiranía de una soldadesca ignara y brutal; él, que se pronunció diz que para defender la Constitución de 1857, se ha convertido en el destructor de las instituciones mexicanas.

¡No! no hubo ensueño; faltó honradez; sobró espíritu de medro y el movimiento ha terminado en lo que tenía que terminar. Pasará a la Historia como el mejor compendio de robos que haya presenciado la Humanidad. Ocupación de casas ajenas, confiscación de cervecerías, emisión de bilimbiques, incautación de ferrocarriles y bancos, exportaciones de cueros; todas estas industrias, a las cuales se han dedicado los generales manumisos, según el decir de Luis Cabrera, no son sino la consecuencia necesaria del robo de $ 50,000.00 al cual se refería el general Huerta en su telegrama de 1° de marzo.


Despojo de un pueblo

El Gobernador de Coahuila se precipitó sobre el comercio de Saltillo, y al proclamarse jefe de los constitucionalistas, el público jugó graciosamente con las letras del nuevo ejército, y llamó a los revolucionarios con sus uñas listas. Y, efectivamente, las uñas estaban listas para caer sobre los $ 200,000.00 de la Federación. No los pudieron atrapar y se clavaron en todo el país. Y así fue como nació la Revolución.

¿Y la sangre de Madero?

¿Qué tiene de particular que don Venustiano la haya usado para encubrir escroquerías, cuando gentes que se encontraron más cerca de aquel Presidente, emplearon su nombre para acaparar toda clase de mercancías, desde las lucrativas pieles de res, hasta los deshilados que consumen las pestañas y quiebran las esbelteces de nuestras infelices mujeres?

El nombre de Madero ha sido el telón que ha cubierto este horrible escenario de inmoralidad y de dolor. Todo se ha escondido detrás de la memoria del revolucionario de 1910. Su retrato fue puesto en los bilimbiques, y con ello se realizó el mejor símbolo de la Revolución.


Ligero comentario nuestro

El señor licenciado Nemesio García Naranjo, después de confundir lamentablemente una revolución con un cuartelazo, deduce, con una lógica muy suya, que la determinante del movimiento que el señor Carranza inició en Coahuila, fue el telegrama de Huerta, fechado el primero de marzo, pidiéndole cuenta de la extracción de varios miles de pesos de los bancos de Saltillo, y que, el fracaso de las gestiones para percibir doscientos mil pesos mensuales para la organización y sostenimiento de las fuerzas auxiliares en aquel Estado, no dejó, al mismo señor Carranza, otro camino que el de la rebelión, para resarcirse con creces, de lo que se le había negado; pero sin existir una causa social eficiente y sin tener ideales ni principios.

Con el solo hecho de que el señor Carranza no hubiera acumulado una fortuna -que nosotros sepamos- ni como Primer Jefe del Ejército Constitucionalista, ni como Presidente de la República, bastaría para echar por tierra la aseveración del Secretario de Instrucción Pública de Huerta.

El conservador abogado ataca a don Venustiano por el punto menos vulnerable. El señor Carranza, como todo ser humano, tuvo pecados y flaquezas, de los que para nada se ocupa el equivocado escritor, pues el que le parece imperdonable es el de que se hubiera levantado en armas contra Victoriano Huerta.

Analizando cuidadosa y desapasionadamente la documentación que antecede, se deduce, a lo más, que don Venustiano Carranza, como gobernador de Coahuila, tuvo indecisiones, momentos de duda, incertidumbre y vacilación, pues otros gobernadores, quizá más obligados que él, se apresuraron a reconocer al régimen de la usurpación. Pero esa actitud se explica teniendo en cuenta que no se escapaba a su experiencia y penetración la magnitud y trascendencia de la empresa y que, para llevarla a cabo, se le estaban presentando dificultades indicadoras de otras muchas que sobrevendrían. La edad y hasta el género de vida del señor Carranza, debieron influir en su ánimo, pues no hay que olvidar que era persona acomodada, no un guerrillero avezado a la azarosa vida de campaña.

Y precisamente todas esas condiciones hacen, a nuestro entender, más meritoria la resolución que tomó.

El gobernador de Coahuila, tras de sus dudas e indecisiones, dió un paso trascendente y por ese solo paso tiene un haber en su vida revolucionaria, que lo coloca a una altura en la que no alcanza a dañado todo el veneno de García Naranjo, quien ni siquiera puede abonar en su favor la inconsciencia con que otros se arrodillaron ante Huerta.

Quien, como el intelectual García Naranjo, conscientemente se solidarizó con los crímenes del huertismo y formó parte de su espurio gobierno, está incapacitado para juzgar a los hombres de la Revolución; su voz carece de autoridad moral y sus opiniones no tienen validez cuando se trata de justipreciar los procedimientos de esos hombres.

Entre Venustiano Carranza y Nemesio García Naranjo, media un abismo.

Índice de Emiliano Zapata y el agrarismo en México del General Gildardo MagañaTOMO III - Capítulo I - Los primeros disparos contra la usurpación procedieron de los rifles zapatistasTOMO III - Capítulo III - Actitud de Carranza frente a HuertaBiblioteca Virtual Antorcha