Índice de Emiliano Zapata y el agrarismo en México del General Gildardo MagañaTOMO III - Capítulo II - La revolución y don Venustiano CarranzaTOMO III - Capítulo IV -Primera parte- La inquebrantable firmeza del General Zapata ante las proposiciones del huertismoBiblioteca Virtual Antorcha

EMILIANO ZAPATA
Y EL
AGRARISMO EN MÉXICO

General Gildardo Magaña
Colaboración del Profesor Carlos Pérez Guerrero

TOMO III

CAPÍTULO III

ACTITUD DE CARRANZA FRENTE A HUERTA


No por un morboso placer reprodujimos, en el capítulo precedente, los ataques enderezados al señor Carranza por un intelectual representativo del huertismo, sino para que el lector, comparando lo que se dijo en el campo enemigo con la verdadera actuación, pueda formarse un mejor juicio de esa prominente figura de la Revolución Mexicana.

Antes que los ataques al señor Carranza, hemos reproducido en los tomos anteriores algo de lo mucho que en la tribuna y en la prensa se expuso en contra del general Emiliano Zapata, y a nadie se le habrá ocurrido pensar que con ello nos hicimos eco de la reacción, pues el procedimiento fue tan claro como nuestro propósito: presentamos las calumnias vertidas junto al relato de los hechos reales, comprobándolos con una documentación irrefutable, para que la verdad histórica resplandezca, que es lo que por encima de todo nos interesa.

Nuestra intención, tratándose del señor Carranza, no varía y es tanto más sincera y honrada, cuanto más se tenga en cuenta que habiéndolo combatido por lo que en nuestro concepto le faltó de revolucionario, no por ello nos hemos regocijado jamás con los ataques que le hizo la reacción por lo que de revolucionario tuvo.

No pocas personas -y entre ellas algunas de las que prestaron su contingente a la Revolución- pensaron y dijeron que el movimiento acaudillado por el señor Carranza, tuvo como objetivo vengar la sangre de Madero. El crimen cometido por Huerta es repugnante, execrable y punible; pero desde el punto de vista histórico, la venganza no pudo ser la fuerza que movió a las multitudes y animó el hecho, también histórico, del levantamiento del pueblo mexicano en contra del usurpador, mayormente cuando el señor Madero había perdido gran parte de su prestigio.

El verdadero objetivo -o mejor dicho, los objetivos- hay que buscarlos en los que tuvo desde su principio la Revolución, que se hallaba en marcha. La presencia del señor Madero en la Primera Magistratura del país había contenido muchos impulsos, pues se esperaba que desde la cumbre del Poder resolviese los problemas que habían sido causas eficientes de la Revolución; pero asaltada la Presidencia de la República, nada podía esperarse de Huerta; fue entonces cuando la Revolución llegó a una crisis y las fuerzas se desbordaron determinando el impulso derrocador del régimen que pretendía anularlas.

Entre los que se movieron por el impulso de esas fuerzas, unos captaron el aspecto político y por ello enfocaron su actividad hacia la restauración del orden constitucional. Objetivo de carácter legal, puesto que se buscaba que a la Nación se diera un nuevo mandatario de acuerdo con los preceptos de la ley escrita.

Otros fueron más allá. Pretendieron que en esa ocasión y para siempre, se resolvieran los problemas de fondo económico. Objetivo social, puesto que se buscaba el mejoramiento de la colectividad.

Ese fue el caso del general Zapata, pues hallándose en plena lucha y no existiendo una fuerza capaz de variar su trayectoria, los procedimientos para usurpar el Poder tuvieron que hacer el efecto de un reactivo que agudizó sus demandas. Desde el ángulo en que se encontraba tuvo que ver la designación de un nuevo mandatario, como uno de tantos accidentes que sobrevendrían; pero lo esencial era que se resolviese el hondo problema de la tierra y con él, la situación del sector campesino, el más numeroso del país y el menos comprendido en todos los tiempos.

Pero todos obedecieron a la energía causal revolucionaria y coincidieron en uno de los objetivos: el derrocamiento del régimen huertista, por antagónico a la Revolución.

Pronto veremos la gallarda actitud que asumió el movimiento del Sur, actitud de la que hemos apuntado algo en páginas anteriores; veamos ahora cuál fue la génesis del movimiento acaudillado por don Venustiano Carranza.


Carranza inicia ante el Congreso el desconocimiento de Huerta

Con motivo de una circular telegráfica que Victoriano Huerta envió a todos los gobernadores participándoles haber asumido el Poder Ejecutivo de la Nación, el señor Carranza remitió al Congreso del Estado de Coahuila la siguiente iniciativa que mucho lo honra:

República Mexicana.
Gobierno del Estado de Coahuila de Zaragoza.
Sección tercera.
Número 5,565.

Con fecha de ayer y procedente de México, recibí el siguiente telegrama del general Victoriano Huerta:

Autorizado por el Senado, he asumido el Poder Ejecutivo, estando presos el Presidente y su Gabinete.

Victoriano Huerta.

El telegrama preinserto es por sí solo insuficiente para explicar con claridad la delicada situación por que el país atraviesa; mas como el Senado, conforme a la Constitución, no tiene facultades para designar al Primer Magistrado de la Nación, no pudo legalmente autorizar al general Victoriano Huerta para asumir el Poder Ejecutivo, y en consecuencia, el expresado general no tiene legítima investidura de Presidente de la República.

Deseoso de cumplir fielmente con los sagrados deberes de mi cargo, he creído conveniente dirigirme a esta Honorable Cámara para que resuelva sobre la actitud que deba asumir el Gobierno del Estado en el presente trance, con respecto al general que, por error o deslealtad, pretende usurpar la Primera Magistratura de la República.

Esperando que la resolución de este Honorable Congreso esté de acuerdo con los principios legales y con los intereses de la Patria, me es grato renovar a ustedes las seguridades de mi distinguida consideración y particular aprecio.

Libertad y Constitución.

Saltillo, 19 de febrero de 1913.

Venustiano Carranza.
E. Garza Pérez, Secretario.

A los ciudadanos secretarios del H. Congreso del Estado.
Presentes.


Decreto del Congreso

Es indudable que hubo un acuerdo previo entre el gobernador y la legislatura de Coahuila sobre lo que iba a hacerse; pero la última contestó, oficial y resueltamente, con un decreto cuyo texto es el siguiente:

Venustiano Carranza, Gobernador del Estado Libre y Soberano de Coahuila de Zaragoza, a sus habitantes, sabed:

Que el Congreso del mismo ha decretado lo siguiente:

El XXII Congreso Constitucional del Estado Libre, Independiente y Soberano de Coahuila de Zaragoza, decreta:

Número 1,495

Artículo 1° Se desconoce al general Victoriano Huerta en su carácter de Jefe del Poder Ejecutivo de la República, qpe dice él le fue conferido por el Senado, y se desconocen también todos los actos y disposiciones que dicte en ese carácter.

Artículo 2° Se conceden facultades extraordinarias al Ejecutivo del Estado en todos los ramos de la administración pública, para que suprima los que crea conveniente y proceda a armar fuerzas para coadyuvar al sostenimiento del orden constitucional de la República.

Económico. Excítese a los Gobiernos de los demás Estados y a los jefes de las fuerzas federales, rurales y auxiliares de la Federación, para que secunden la actitud del Gobierno de este Estado.

Dado en el Salón de Sesiones del Honorable Congreso del Estado, Saltillo, Coah., a los 19 días del mes de febrero de 1913.

A. Barrera, Diputado Presidente.
J. Sánchez Herrera, Diputado Secretario.
Gabriel Calzada, Diputado Secretario.

Imprímase, comuníquese y obsérvese.

Saltillo, Coah., 19 de febrero de 1913.

Venustiano Carranza.

E. Garza Pérez, Secretario.


Circular a los gobernadores

Como consecuencia del decreto que antecede, el señor Carranza giró una circular a los gobernadores y jefes militares, haciéndoles conocer la actitud asumida por el gobierno de Coahuila e invitándoles a unirse al movimiento legalista. He aquí el texto de ese documento:

El Gobierno de mi cargo recibió ayer, procedente de la capital de la República, un mensaje del señor general D. Victoriano Huerta, comunicando que, con autorización del Senado, se había hecho cargo del Poder Ejecutivo Federal, estando presos el señor Presidente de la República y todo su Gabinete, y como esta noticia ha llegado a confirmarse, y el Ejecutivo de mi cargo no puede menos que extrañar la forma anómala de aquel nombramiento, porque en ningún caso tiene el Senado facultades constitucionales para hacer tal designación, cualesquiera que sean las circunstancias y los sucesos que hayan ocurrido en la ciudad de México, con motivo de la sublevación del brigadier Félix Díaz y generales Mondragón y Reyes, y cualquiera que sea también la causa de la aprehensión del señor Presidente y sus Ministros, es al Congreso General a quien toca reunirse para convocar inmediatamente a elecciones extraordinarias, según lo previene el artículo 81 de nuestra Carta Magna; y, por tanto, la designación que ha hecho el Senado, en la persona del señor general v. Huerta, para Presidente de la República, es arbitraria e ilegal, y no tiene otra significación que el más escandaloso derrumbamiento de nuestras instituciones, y una verdadera regresión a nuestra vergonzosa y atrasada época de los cuartelazos; pues no parece sino que el Senado se ha puesto en connivencia y complicidad con los malos soldados, enemigos de nuestra Patria y de nuestras libertades, haciendo que éstos vuelvan contra ella la espada con que la Nación armara su brazo, en apoyo de la legalidad y el orden.

Por esto, el Gobierno de mi cargo, en debido acatamiento a los soberanos mandatos de nuestra Constitución Política Mexicana, y obedeciendo a nuestras instituciones, fiel a sus deberes y animado del más puro patriotismo, se ve en el caso de desconocer y rechazar aquel incalificable atentado a nuestro Pacto Fundamental, y en el deber de declararlo así, a la faz de toda la Nación, invitando, por medio de esta circular a todos los Gobiernos y a todos los Jefes Militares de los Estados de la República, a ponerse al frente del sentimiento nacional, justamente indignado, y desplegar la bandera de la legalidad, para sostener al Gobierno Constitucional, emanado de las últimas elecciones, verificadas de acuerdo con nuestras leyes de 1910.

Saltillo, Coah., febrero 19 de 1913.

Venustiano Carranza.


Un empréstito

Es curioso, pero así sucedió, que dos días antes de la expedición del decreto y de la circular que acabamos de reproducir, el Congreso de Coahuila autorizara la contratación de un empréstito, y aun cuando no se expresa a qué fines se destinaba, el señor Carranza lo aplicó a los primeros gastos originados por la campaña en contra de Huerta. Veamos el texto del documento:

Venustiano Carranza, Gobernador Constitucional del Estado Libre y Soberano de Coahuila de Zaragoza, a sus habitantes, sabed:

Que el Congreso del mismo ha decretado lo siguiente:

El XXII Congreso Constitucional del Estado Libre, Independiente y Soberano de Coahuila de Zaragoza, decreta:


Número 1,487

Artículo 1° Se faculta al Ejecutivo del Estado para que contrate un empréstito fraccionado o en conjunto, hasta de trescientos mil pesos, en las mejores condiciones de pago e intereses que las circunstancias se lo permitan.

Artículo 2° El Ejecutivo del Estado dará cuenta en el próximo período de sesiones ordinarias del Congreso, del uso que hubiere hecho de la autorización que se le concede en el artículo anterior.

Dado en el Salón de Sesiones del H. Congreso del Estado, en Saltillo, a los 17 días del mes de febrero de 1913.

El Presidente, A. Barrera.
Primer secretario, J. Sánchez Herrera.
Segundo secretario, Gabriel Calzada.- D. S.

Imprímase, comuníquese y obsérvese.

Saltillo, 18 de febrero de 1913.

Venustiano Carranza.

E. Garza Pérez, Secretario.

El 21 de febrero reunió el señor Carranza en el palacio de gobierno de Saltillo, a los banqueros, a algunos comerciantes y a particulares adinerados, con el objeto de hacerles conocer que estaba autorizado por el Congreso para la contratación de un empréstito cuyo monto se iba a emplear en los gastos que las circunstancias estaban reclamando.

Fue natural que las instituciones bancarias, los comerciantes y los particulares ofrecieran la mayor resistencia para cubrir el empréstito, y por ello las pláticas se prolongaron hasta el 3 de marzo. Mientras tanto, el señor Carranza debió de haber ejercido la mayor presión posible, las sucursales de los bancos han de haberse puesto en comunicación con sus matrices y éstas, así como algunos particulares, informarían a Huerta, quien dirigió al gobernador de Coahuila el telegrama que dejamos copiado en páginas anteriores.

Al fin quedó cerrado el convenio el 3 de marzo; pero por sólo la cantidad de setenta y cinco mil pesos, pagaderos en seis meses, al ocho por ciento anual y pudiéndose refrendar los documentos por otros seis meses, si no podían hacerse efectivos a su vencimiento.

Las casas que suscribieron el empréstito fueron: la sucursal en Saltillo del Banco Nacional de México, que aportó veinticinco mil pesos; el Banco de Coahuila, que exhibió igual cantidad; la sucursal en Saltillo del Banco de Nuevo León, que contribuyó con doce mil quinientos pesos y la casa Purcell y Cía., que participó con otros doce mil quinientos pesos.

Para recibir las cantidades y otorgar los comprobantes respectivos, el señor Carranza, quien se hallaba en Arteaga, autorizó a la Tesorería General del Estado, por medio de la siguiente comunicación:

El Gobierno de mi cargo, de acuerdo con el decreto número 1,487, fechado el 18 de febrero de 1913, dado por la Legislatura del Estado, en que se le autoriza para contratar empréstico hasta por la suma de $ 300,000.00, ha conseguido con los representantes del Banco de Coahuila y algunas otras instituciones y casas de crédito de esa plaza de Saltillo, obtener de ellos mismos un empréstito de setenta y cinco mil pesos, por cuyo motivo este Gobierno de mi cargo autoriza a esa Tesorería General para que reciba la suma referida y otorgue las constancias de recibo correspondientes, separadamente, por las cantidades que faciliten cada una de esas casas de crédito. Al otorgar esa Tesorería General los recibos, tendrá cuidado de expresar en su texto que el Estado pagará las cantidades facilitadas, dentro del plazo de seis meses, prorrogables por otros seis meses, reconociendo el interés del ocho por ciento anual hasta que verifique el pago.

Libertad y Constitución.
Arteaga, Coah., marzo 2 de 1913.
Venustiano Carranza.

A la Tesorería General del Estado, a cargo del señor Contador D. Gustavo Villarreal.
Saltillo.


Se retarda el avance de los federales

Veamos ahora lo que, no exento de hipérbole, dice el señor general Alfredo Breceda, en su obra México Revolucionario, sobre la situación militar en Coahuila, durante aquellos días:

Don Venustiano Carranza pudo detener el avance de tropas federales durante catorce días, con una habilidad extraordinaria, que no será fácil repetir en los anales de nuestra Historia. Sólo con telegramas, conferencias, pláticas y con polvaredas que mandó hacer con unos cuantos soldados a las órdenes del capitán Jacinto B. Treviño, en el punto llamado Santa María, que es el límite de Coahuila y Nuevo León, para que ese polvo, agitando ramajes fuertemente en los caminos públicos y las lomas, hiciera creer el general Blázquez que éramos un número considerable, y sus trenes militares, con elementos de las tres armas, regresaran a Monterrey, con el espanto y la impresión de que nuestros ejércitos eran numerosos, toda vez que grandes nubarrones de polvo cubrían la luz del sol en pleno meridiano.

Hasta llegó a conferenciar don Venustiano, de Ramos Arizpe a Monclova, con su hermano el coronel Jesús Carranza y el teniente coronel Pablo González, manifestándoles que habiéndose arreglado con el Gobierno del Centro, les ordenaba que suspendieran toda operación militar y hostilidad al Gobierno Federal; lo que ya comunicaba oficialmente al Presidente del Congreso Local que residía en Monclova.

Parece contradictorio que el señor Carranza hubiera tratado de contener los ímpetus de su hermano don Jesús, existiendo ya el decreto y la circular que conocemos, pues alguno de los gobernadores o jefes militares, a quienes iba dirigido el último de dichos documentos, debió haberlo dado a conocer a Huerta; sin embargo, el señor general Breceda nos da una explicación que es la siguiente:

Don Venustiano puso estos mensajes -a don Jesús Carranza y a Pablo González- con el objeto de que los telegrafistas, a lo largo de la línea hasta Piedras Negras, se dieran cuenta de ellos, y llegara esta noticia, pasando por territorio americano, hasta la capital de la República, para que Huerta confiara en un arreglo, ganando con esto más tiempo.


Conferencia con Trucy Aubert

El mismo señor general Breceda nos da la versión de una conferencia telegráfica celebrada entre el señor Carranza y el general Trucy Aubert, jefe entonces de las fuerzas federales en la región lagunera. Los telegramas intercambiados son los siguientes:

Torreón, Coah., 23 de febrero de 1913.
Gobernador del Estado, Sr. V. Carranza.
Saltillo, Coah.

Saludo a usted afectuosamente y le ruego dispensarme lo moleste, pues me urge tratar con usted asunto que en breve conocerá.

F. T. Aubert.

La contestación del señor Carranza fue la que sigue:

Saltillo, Coah., 23 de febrero de 1913.
Señor general F. Trucy Aubert.
Torreón, Coah.

Correspondo su afectuoso saludo y tan pronto como termine conferencia con cónsul americano, que en estos momentos se presenta, lo atenderé en seguida.

Venustiano Carranza.

Mientras el señor Carranza conferenciaba con el cónsul norteamericano, envió este otro telegrama al general Trucy Aubert:

Torreón, Coah., febrero 23 de 1913.
Gobernador del Estado, Sr. V. Carranza.
Saltillo, Coah.

Con motivo de la renuncia de los cc. Presidente y Vicepresidente de la República, y prisión de los mismos, y con relación al atento telegrama de usted, en el que se sirve indicarme su desconocimiento al Gobierno del Centro, deseo me manifieste su opinión en el nuevo giro que ha tomado la cuestión política.

F. T. Aubert.

Al anterior, contestó el señor Carranza como sigue:

Saltillo, Coah., 23 de Febrero de 1913.
Señor general F. T. Aubert.
Torreón, Coah.

Ya tengo noticias del atentado que se ha cometido con deponer de su investidura a los cc. Presidente y Vicepresidente de la República, así como con la prisión de los mismos; acto que no puede ser sancionado por el Congreso ni por el Senado, suponiendo se ha ejercido violencia con ambas Cámaras.

Respecto a mi opinión, manifiesto a usted, así como lo acabo de hacer del conocimiento del cónsul americano en esta capital, que mi actitud desde este momento queda definida ante el mundo entero, y dentro de los límites de la legalidad, como ciudadano y como Gobernador de este Estado, me honro en respetar y hacet respetar la Constitución, protestando enérgicamente contra el usurpador general Victoriano Huerta y los causantes directos Félix Díaz y Mondragón, y demás que lo hayan secundado, así como exigir responsabilidades ante la Patria a todos los que lo ayudan. Juzgo ya inútil todo arreglo y lucharé con todos los buenos ciudadanos hasta restabler el orden constitucional de la República suspendiendo desde luego las comisiones que formáronse para los Tratados de Paz, que ya no tienen razón de ser.

Venustiano Carranza.

Ignoramos por qué, ante un mensaje tan contundente, el geperal Trucy Aubert no corto la conferencia que había iniciado, sino que en nuevo telegrama pidió informes al señor Carranza, siendo que de antemano estaban dados al definir el gobernador de Coahuila su posición. Veamos lo que dijo el general Trucy Aubert:

Torreón, Coah., 23 de febrero de 1913.
Señor Gobernador del Estado, V. Carranza.
Saltillo, Coah.

Quedo enterado de todo y sinceramente me permito manifestar a usted, con todo respeto, que como militar estoy sujeto por mi honor, a la disciplina militar, y como patriota y amigo, siempre estaré a su lado. Pasando a otra cosa, le suplico a usted se sirva informarme. si las fuerzas dependientes del Gobierno de su cargo han recibido órdenes de concentración a esa ciudad; pues sin excepción han quedado desguarnecidos todos los puntos de la zona de mi mando, y esas fuerzas están concentradas en Avilez.

F. T. Aubert.

El señor Carranza contestó a este nuevo mensaje con el siguiente:

Saltillo, Coah., 23 de febrero de 1913.
Señor general F. T. Aubert.
Torreón, Coah.

Enterado con satisfacción de su anterior, y respecto a la concentración de fuerzas, ignoro de quién proceda esa orden; y para tratar sobre el mismo asunto, dígame usted con sinceridad qué garantías puede dar a mi hermano Jesús Carranza, para tratar asuntos muy importantes con usted, verificando una conferencia a inmediaciones de Viesca.

Venustiano Carranza.

La siguiente fue la contestación del general Trucy Aubert, con la cual quedó cerrada la conferencia telegráfica:

Torreón, Coah., 23 de febrero de 1913.
Señor Gobernador V. Carranza.
Saltillo, Coah.

Puede venir mi amigo D. Jesús Carranza al lugar que usted me indica, y le prometo bajo mi palabra de honor que respetaré su vida y le daré cuantas garantías se merece.

Su amigo,

F. T. Aubert.


El señor Carranza abandona Saltillo

Así como estamos seguros de que el general Trucy Aubert hubiera respetado la vida de don Jesús Carranza, de haberse llevado a cabo la entrevista en las inmediacIones de Viesca, también lo estamos de que procedió a informar a Huerta, por el conducto de sus superiores, de la conferencia con don Venustiano, y quizá con su informe envió copias de los mensajes cruzados.

Sin embargo, dos días después -el 25 de febrero, según la versión del general Breceda-, el señor Carranza envió al ingeniero Alberto García Granados, Secretario de Gobernación de Huerta, el telegrama que en seguida insertamos:

Saltillo, Coah., 25 de febrero de 1913.
Señor ingeniero Alberto García Granados.
México, D. F.

Hasta ahora recibí mensaje del 22 del actual, al cual me refiero. Para coadyuvar al restablecimiento de la paz en la República y solucionar la delicada situación de las relaciones existentes entre el Gobierno Federal y el de este Estado, que pudiera originar un conflicto, me permito proponer a usted una conferencia telegráfica para el día y hora que usted se sirva fijar.

Venustiano Carranza.

Hay la circunstancia de que el mismo señor general Breceda -a quien estamos siguiendo en este relato- consigna otro telegrama importante enviado por el presidente municipal de Saltillo, en el que da cuenta de haber salido el señor Carranza de la población, el día 24 de febrero. No nos explicamos la inconsecuencia en las fechas de los documentos, pues como acabamos de ver, se propone a García Granados una conferencia para la hora y día que la quisiera, siendo que, el 25, ya estaba el señor Carranza ausente de Saltillo.

Lo cierto es que don Venustiano abandonó la capital de su Estado y he aquí el aviso del presidente municipal:

Saltillo, Coah., 24 de febrero de 1913.
Señor general F. Trucy Auben.
Torreón, Coah.

Suplícole trasmitir siguiente telegrama al señor Presidente:

Esta tarde me honré telegrafiándole a usted la evacuación de esta plaza por Gobernador Carranza. Inmediatamente dicté disposiciones para conservar el orden, lo que hasta ahora he conseguido, ayudado eficazmente por los señores Francisco Arizpe y Ramos, licenciado Praxedis de la Peña, por todo el comercio y clases sociales sin distinción. Señor Carranza pretendía hoy, desde Ramos Arizpe, en donde está situado, exigir un préstamo de cuarenta mil pesos, que hemos conseguido aplazar.

El presidente municipal, A. Rodriguez.

Ni duda cabe de que el texto del telegrama copiado llegó a conocimiento de Huerta. Sin embargo, el señor Carranza había enviado a la capital de la República al licenciado Eliseo Arredondo, para conferenciar con el usurpador, debiendo unírsele en la comisión el ingeniero Rafael Arizpe y Ramos.

Para acreditar a ambos, el señor Carranza dirigió a Victoriano Huerta un telegrama que lleva la fecha del 22 de febrero y que no reproducimos porque ya quedó copiado en páginas anteriores, al ocuparnos de la documentación que dió a la publicidad el licenciado Nemesio García Naranjo.

El señor general Breceda no niega la existencia de dicho telegrama, antes por el contrario, lo completa, al reproducirlo íntegramente, con el dato de que se dió en él a Huerta el tratamiento de Presidente de la RepÚblica; pero hace esta previa explicación:

Por otra parte -dice el general Breceda-, y en los últimos días de febrero, don Venustiano mandaba al licenciado Eliseo Arredondo a la capital de la República, diz que a informarle cuál era la verdadera situación de la capital, y cuál la actitud de Victoriano Huerta y los suyos, y este enviado hacía concebir a Huerta algunas esperanzas para entrar en convenios con Carranza.

Nosotros vemos que fue muy peligroso para los señores Arredondo y Arizpe y Ramos, haberse presentado al usurpador cuando ya existían el decreto de la legislatura de Coahuila desconociendo al gobierno de la usurpación, la circular del gobernador, el empréstito en plenos arreglos, el aviso del presidente municipal y las declaraciones que hizo el señor Carranza en su conferencia con el general Trucy Aubert.

Pero veamos lo que dice el general Breceda a este respecto:

El licenciado D. Eliseo Arredondo, diputado al Congreso General, acababa de desempeñar una delicada comisión en el Estado de Nuevo León adonde fue con el fin de conferenciar con el general Treviño, Gobernador interino de dicho Estado, y con el general D. Fernando Mier, Jefe de la Tercera Zona Militar, con quien estaba en muy buenas relaciones el Gobernador de Coahuila. Lo que principalmente motivó el viaje del diputado Arredondo, fueron las jnstrucciones muy especiales que recibiera del señor Carranza, para sondear el ánimo no sólo de los personajes mencionados, sino del pueblo en general.

El general Treviño recibió cordialmente al licenciado Arredondo; pero ya prevenido. Se limitó a decir que era una vergüenza lo que había sucedido en la capital, qué no sabía lo que iba a hacer, que tal vez el señor Carranza tenía razón, etcétera, etcétera. Siempre sin comprometerse, con evasivas, sin justificar el cuartelazo; pero sin definir la actitud que observaría en adelante.

Fue después de haber desempeñado esta comisión, cuando el licenciado Arredondo recibió del señor Carranza la delicada misión a que alude el telegrama dirigido al general Victoriano Huerta el día 22 de febrero.

El licenciado Arredondo, en representación del Gobierno Constitucional del Estado, y acompañado por el ingeniero Rafael Arizpe y Ramos, explicaría, al llamado Gobierno creado por el cuartelazo, la situación a que dió origen en Coahuila el primer telegrama de Huerta, en el que decía que con autorización del Senado había asumido el Poder Ejecutivo, teniendo presos al Presidente y a su Gabinete.

Arredondo averiguaría, además, la verdad de lo ocurrido durante la decena anterior, a fin de que el señor Carranza supiera cómo obrar. A este propósito hay que hacer constar que el señor Carranza, consciente, como siempre, en todos sus actos, dijo al licenciado Arredondo estas palabras, poco más o menos:

Necesito saber la verdad de lo ocurrido en México, en mi carácter de Gobernador Constitucional de un Estado de la República. Un Gobernador que ha protestado cumplir y hacer cumplir la Constitución Federal, no puede, no debe permitir que se violen de este modo las instituciones de su país; pero si el señor Madero y el licenciado Pino Suárez han renunciado libre y espontáneamente a sus altos cargos, por debilidad o cobardía, no hay remedio: Huerta es el Presidente de la República por ministerio de ley. Naturalmente que yo no podré estar de acuerdo con el nuevo Gobierno, emanado de un acto de violencia, y me retiraré del Gobierno del Estado; pero el pueblo no puede negar o desconocer al nuevo Presidente, elevado a la Primera Magistratura porque los señores Madero y Pino Suárez no hayan estado a la altura de las circunstancias. Si, como creo, las renuncias de que me hablan son apócrifas, arrancadas por la coacción y la violencia, o del todo falsas, y llegan a hacer desaparecer al Presidente, porque éstos son capaces de todo, iremos a la Revolución. Yo no debo eludir el compromiso que he contraído con el pueblo al protestar como Gobernador. Necesito, pues, conocer la verdad, a la mayor brevedad posible, de aquellos sucesos. No quiero aparecer como un revolucionario vulgar, sin causa justificada, y que solamente porque en lugar de Madero está otro que no es de mi agrado personal, se lanza a la Revolución, que acarreará muchas desgracias y peligros.

Instruído ampliamente el licenciado Arredondo, salió de Saltillo, acompañado del señor Gustavo Espinosa Mireles, a quien a última hora agregó el Sr. Carranza a la comisión. Se dirigieron por Monterrey y Tampico a la capital de la República, por haber cortado, al Sur, la línea de Saltillo las fuerzas de Argumedo. En Monterrey volvió a hablar Arredondo con el general Mier, suplicándole, por encargo del Sr. Carranza, que no enviara fuerzas a Coahuila mientras se decidía la dificultad que había con el Centro. El general Mier ofreció complacer nuevamente al Gobernador Carranza.

Al llegar a Tampico supieron la muerte del Presidente Madero y del Vicepresidente Pino Suárez, como la contaron los periódicos en aquellos días. En vista de esta noticia regresó el Sr. Espinosa Mireles a Saltillo, a comunicársela al Sr. Carranza. También corría en Tampico el rumor de que había sido asesinado el Gobernador de Chihuahua, D. Abraham González.


La comisión ante Huerta

El 25 de febrero, por la noche, llegó el licenciado Eliseo Arredondo a la capital de la República. Inmediatamente habló por teléfono con el señor ingeniero Rafael Arizpe y Ramos, quedando citado para el día siguiente, a las diez de la mañana, en el domicilio de dicho señor. Después de cambiar impresiones, se dirigieron ambos al Ministerio de Gobernación, con el fin de ver a D. Alberto García Granados, que era el Ministro. Este señor los condujo en el acto al Palacio Nacional, en donde los recibió Huerta acompañado de D. Francisco León de la Barra. El licenciado Arredondo expuso el objeto de la comisión, insistiendo sobre la situación creada en Coahuila por el famoso telegrama de Huerta, fechado en la capital de la República el 18 de febrero.

Contestó Huerta, entre incrédulo y confiado -refiere el licenciado Arredondo-, que los informes que tenía decían que Carranza había enviado aquella comisión sólo para ganar tiempo y poder prepararse a la Revolución. Que se veía que no expresaba ni pedía nada en concreto; pero que, al mismo tiempo, les manifestaba que sus informes estaban de acuerdo en considerar al Sr. Carranza como una persona honorable. Esperaba, pues, que llegarían a un acuerdo. Y agregó, para terminar, que ya había ordenado al jefe de la guarnición en San Luis Potosí que avanzara sobre Saltillo, con el fin de definir la verdadera actitud del Gobernador de Coahuila.

Ante la amenaza de enviar fuerzas sobre Saltillo, replicó el licenciado Arredondo que le parecía muy bien. Si, como suponía, el general Casso López era persona razonable y prudente, averiguaría que el Sr. carranza se encontraba en la capital de su Estado, esperando el resultado de la comisión y Huerta se convencería de que había sido enviado lealmente, para cerciorarJe de la verdadera situación y obrar en consecuencia.


Un paréntesis

Seguimos pensando que fue muy peligrosa la comisión que el señor Carranza confió a los señores Arredondo y Arizpe y Ramos. Añadiremos que fue bastante atrevido tratar de engañar a Huerta diciéndole que el gobernador de Coahuila esperaba pacientemente en Saltillo el resultado de la comisión, pues además de su astucia, contaba el usurpador con los informes que por diversos conductos debieron llegarle. El telegrama del presidente municipal de Saltillo era uno de esos informes, y no sólo habla de la evacuación de la ciudad, sino de un préstamo de cuarenta mil pesos que le había logrado aplazar.

No sabemos si el presidente municipal procedía de acuerdo con el señor Carranza; pero su telegrama tiene los caracteres de una información dada por una autoridad que no secundaba la conducta del gobernador.

Ese solo elemento de acusación -que no puede llamarse de otro modo-, contra el señor Carranza, hubiera bastado a Huerta para confundir a los comisionados y aun para perjudicarlos. Es verdad que el señor licenciado Arredondo gozaba del fuero constitucional, pues desempeñaba el cargo de diputado al Congreso de la Unión; mas para Huerta nada significaba esa circunstancia, si se toma en cuenta que había pasado por encima de todo para realizar su objetivo, que fue la Presidencia de la República.

No estamos impugnando la versión del general Breceda. La aceptamos; pero eso no nos impide expresar nuestro sentir que seguramente no difiere del de otras personas que hayan leído los documentos que dejamos transcritos. Hubiéramos querido que quienes pueden hablar de los sucesos de Coahuila con pleno conocimiento de causa, arrojaran más luz sobre algunos hechos que han atraído los ataques al señor Carranza. Nuestro deseo no puede ser más sincero y conviene recordar lo que dijimos antes -véase nuestro comentario al final del capítulo precedente--, que la actitud de don Venustiano Carranza en aquellos momentos, es el punto menos vulnerable que tiene.

Como no hallamos una explicación satisfactoria para hechos absolutamente contradictorios, como lo fueron el envío de la comisión ante Huerta, el mensaje solicitando una conferencia telegráfica con García Granados y todos los de la muy complicada situación en Coahuila, tenemos que atribuirlos a dudas, vacilaciones e incertidumbres muy naturales en aquellas circunstancias, como lo asentamos en el capítulo precedente.

En apoyo de nuestra opinión, están las instrucciones que el señor Carranza dió al licenciado Arredondo. No sabía exactamente si los señores Madero y Pino Suárez habían presentado las renuncias de su cargos espontáneamente, por debilidad o cobardía, o bien si se las habían arrancado por medio de la violencia. Consecuentemente, no hallaba si considerar a Huerta como Presidente de la República por ministerio de la ley o como un usurpador. Admitía llegar hasta un movimiento armado; pero deseaba hacerlo con causa justificada, y con respecto a su situación personal, ya la había definido: se retiraría del gobierno de su Estado, en caso de que Huerta hubiese llegado legalmente a la Presidencia, pues pensaba que no estarían de acuerdo.

Si tenemos en cuenta que comprendía muy bien que la aventura revolucionaria encerraba peligros e iba a traer desgracias inevitables; si además consideramos que deseaba, en caso de levantarse en armas, no aparecer como un vulgar rebelde, ya tenemos al hombre razonable que nos da los elementos de juicio suficientes para afirmarnos en nuestra suposición de que los actos evidentemente contradictorios, tienen su origen y se explican por las dudas que embargaban al señor Carranza.

No comprendemos por qué algunos elementos del constitucionalismo han querido hacer aparecer al señor Carranza, en tan críticos momentos, fuera del marco de la muy delicada situación en que se hallaba, pues con sus versiones han oscurecido hechos bastante sencillos y muy lógicos.

Así como razonando en páginas anteriores no hemos admitido que el objetivo de la lucha hubiera sido vengar la sangre de Madero, así también no admitimos que algunos de los actos del gobernador de Coahuila hubieran tenido como fin el de ganar tiempo y prepararse para el golpe que dió. Al envío de la comisión ante Huerta, se da esa finalidad; mas a la penetración del señor Carranza no se escapaba que el precio de la maniobra podía ser el sacrificio de los comisionados, quienes, por su parte, no eran personas adocenadas para dejarse conducir al matadero.

Por el análisis sereno de los hechos y de los documentos, pensamos que la comisión fue lealmente a hablar con Huerta para penetrarse de la verdad, arrostrando un peligro; verdad que el señor Carranza no podía saber por los telegramas oficiales que recibía, por las versiones muy contradictorias que circulaban y por las informaciones de la prensa que ya estaba de rodillas ante el usurpador.

Si la comisión llevó plenos poderes para comprometerse con Huerta, en caso de que hubiera obtenido la Presidencia de la República por la vía legal, es cosa que no nos interesa esclarecer, puesto que, conocida la verdad, se siguió el único camino que debía seguirse: el de la lucha armada.

Cerramos el paréntesis para seguir al general Breceda en su interesante narración.


Resultado de la comisión

Terminada la entrevista -dice el general Breceda- se acordó telegrafiar al Gobernador de Coahuila, diciéndole que el Centro estaba dispuesto a llegar a un acuerdo con él y evitar el conflicto.

Mientras que D. Rafael Arizpe y Ramos redactaba dicho mensaje, en la propia mesa del Salón de Acuerdos del Gabinete, D. Francisco León de la Barra mostraba al licenciado Arredondo las huellas, aún recientes, de los proyectiles, y la sangre de la tragedia desarrollada allí mismo días antes, en la que perdieron la vida el infortunado Marcos Fernández y los oficiales Izquierdo y Riveroll.

De la Barra se excusaba de lo ocurrido diciendo que él no había sabido nada sino hasta las altas horas de la noche del 22 al 23, cuando lo despertaron en su domicilio, llamándolo por teléfono a Palacio.

El licenciado Arredondo aprovechó ese flirteo y cuando lo consideró oportuno, dijo al Sr. De la Barra:

- Quizás sea peligroso el envío del general Casso López sobre Saltillo, porque como el Gobernador Carranza está tranquilo y confiado, esperando el resultado de esta comisión, y como las fuerzas que debe tener en las fronteras de Coahuila no pueden saber los propósitos que llevan las de Casso López, van a oponerse a su paso al interior del Estado. Y usted comprende que, disparado el primer tiro, Carranza entrará en desconfianza y tomará medidas de defensa, lo que complicaría la situación.

De la Barra contestó:

- Yo estaba pensando en lo mismo; también creo, como usted, que quizás sea un acto imprudente el envío de tropas. Voy a hablar con el Presidente, para ver si retira aquella orden.

Y corrió a buscar a Huerta, que se había quedado en el Despacho de Gobierno.

Pronto regresó con aire de triunfo, diciendo:

- Conseguido. Lo felicito, o mejor dicho, nos felicitamos. El señor Presidente ha redactado en mi presencia el telegrama suspendiendo el avance de Casso López.

En estos momentos se aproximó el ingeniero D. Rafael Arizpe y Ramos, dando lectura al mensaje dirigido a Carranza, diciendo que acababan de celebrar una primera entrevista con el señor Presidente, habiendo sido muy cordial (estas palabras se pusieron por indicación de De la Barra), y que tenían grandes esperanzas de llegar a un acuerdo.

Carranza había dicho a Arredondo que no se daría por recibido, ni contestaría ningún telegrama mientras él estuviera en México; pues su correspondencia estaba sujeta a la censura, así como vigilado por Huerta en todos sus actos.

Transcurrieron las horas del segundo y tercer día sin que se recibiera contestación alguna de Carranza, y ante la incertidumbre y la inquietud que causaba este silencio, habló Rodolfo Reyes, Secretario de Justicia, a Arredondo, diciéndose autorizado por Huerta, con el fin de saber si tenía noticias de Coahuila, y como indicándole, muy veladamente, que Huerta seguía recibiendo informes en los que le decían que Carranza se preparaba para combatir al Gobierno emanado del Pacto de la Ciudadela; que la situación se agravaba por momentos, y que qué sería conveniente hacer.

Arredondo, que contaba las horas de los diez días de plazo que le había señalado Carranza, para salir de la capital, encontró una oportunidad para salvarse y volver al lado de Carranza, proponiendo a Reyes que iría él mismo a hablar con el Gobernador de Coahuila, para ponerlo al corriente de la situación. Reyes, político ambicioso, que conocía lo que valía Carranza, y lo importante que era atraérselo, aprobó inmediatamente la idea.


Detención de un diputado

Arredondo salió esa misma noche, por San Luis y Tampico, a Monterrey, en donde conferenció con D. Nicéforo Zambrano, quien acababa de recibir una carta, en clave, de Carranza, participándole que ya había roto hostilidades con el llamado Gobierno del Centro; que contaba con tantos más cuantos hombres; que en Sonora secundaban su movimiento y que en Chihuahua D. Abraham González lo seguiría indudablemente, así como Rafael Zepeda, etc., etc.

En Monterrey había gran excitación por las noticias que llegaban de Coahuila. Se exageraban los sucesos y se contaba que las fuerzas de Carranza, mandadas por el capitán Jacinto B. Treviño, habían derrotado y rechazado en Santa María, Coah., al general Blázquez, que avanzaba sobre Saltillo a tomar la plaza.

No había comunicación ferroviaria con la capital de Coahuila, y Arredondo tuvo que dirigirse a buscar al Sr. Carranza por Laredo, San Antonio, Eagle Pass y Piedras Negras. Llegó a Monclova la misma noche que nosotros, acompañando al señor Carranza; llegábamos de Anhelo, donde se había disparado, en ese mismo día, el primer tiro de la Revolución constitucionalista -dice el general Breceda; pero lamentablemente se olvidó de señalar la fecha de ese acontecimiento-. Allí conferenció con el señor Carranza -sigue diciendo el general Breceda-, y como le informara del desconcierto y la expectación que existía en Nuevo León, y sobre todo de la actitud favorable del general Treviño, lo comisionó nuevamente para que fuera a Monterrey a explicar a ambos generales su verdadera actitud, recomendándoles que reflexionaran y examinaran con patriotismo los acontecimientos registrados en México, por los que verían que él tenía razón al desconocer a Huerta, en su carácter de Gobernador de un Estado; que no dictaba su actitud la ambición o la vanidad, sino los principios del deber y las obligaciones sagradas contraídas al aceptar ser Gobernador Constitucional de Coahuila; que de dispensar a Huerta su atentado, se destruirían para siempre nuestras instituciones, quedando el Poder a merced del primer usurpador audaz, y que, finalmente, para que se viera la pureza de su proceder, estaba dispuesto a ceder al general Treviño, que también era Gobernador de un Estado, la bandera de la Revolución, si se elevaba a la altura del deber, y que entonces, dado el prestigio de que gozaba él, Treviño, en la frontera, la lucha concluiría en tres o cuatro meses, derribando a Huerta y constituyendo el Poder Legítimo, ahorrandó de este modo al país el derramamiento de sangre y los daños y males inherentes a toda Revolución.

Arredondo marchó a Monterrey, en donde se encontró con la mala noticia de que el general Mier, que hasta entonces había sido Jefe de la Zona Militar, acababa de entregar el mando al general Emiliano Lojero.

A pesar de esto le visitó y expuso la delicada situación de Carranza. Mier justificó, una vez más, la conducta del Gobernador de Coahuila, y agregó estas palabras:

- Es el único que está en su puesto; pero no vea usted a Treviño, se comprometería en vano; ya está envenenado por el grupo de Andrés Garza Galán, quien le ha hecho creer que en esta crisis será el candidato de transición. Se le ha metido en la cabeza que él será el Presidente.

Mientras tanto, Lojero vigilaba al licenciado Arredondo, haciéndolo prisionero y encarcelándolo en el cuartel del primer batallón de infantería. Gracias a la intervención del licenciado Santiago A. Suárez, de gran prestigio e influencia en Nuevo León, y a la enérgica actitud de Arredondo, a quien no pudo hacérsele ningún cargo concreto, quedó en libertad; pero obligado por Lojero a dirigirse a México, en vez de a Saltillo, como lo quería el licenciado Arredondo.

En la capital de la República desarrolló Arredondo una buena propaganda carrancista, no sólo en la Cámara, en la que era diputado, sino fuera de ella, hasta que la entrevista que tuvo con Félix Díaz, a fines de abril de 1913, le proporcionó una oportunidad para volver a reunirse con Carranza.

Félix Díaz, que entonces creía aún que Huerta le entregaría el Poder, deseaba saber si Carranza estaría dispuesto a deponer las armas y a entenderse con él en caso de ser electo Presidente de México. Al efecto nombró una comisión para que se acercara al Gobernador de Coahuila, integrada por los señores Martínez y González. A esta comisión se agregó Arredondo, con el fin de volver al lado de Carranza, que se encontraba en Monclova.

El jefe de la Revolución se limitó a decir a los enviados de Félix Díaz que no podía transigir con un Gobierno inmoral, emanado del crimen, que había asesinado al Presidente y Vicepresidente de la República.

Finalmente, en vista de ser Arredondo diputado al Congreso de la Unión, volvió a comisionario Carranza para que regresara a México, con objeto de que se pusiera de acuerdo con los diputados de la oposición (grupo renovador), para obstruccionar al Ejecutivo, hasta obligarlo ¿disolver el Congreso. En el seno de la Cámara se puso Arredondo en contacto con los diputados Francisco Escudero, Luis Manuel Rojas, Gerzayn Ugarte, Alardín, etc., con los que trabajó discretamente hasta la disolución de las Cámaras, escapándose una semana antes del 10 de octubre, que fue la fecha en que Huerta hizo aprehender a los diputados.


EL PLAN DE GUADALUPE

Hemos tratado con bastante extensión la génesis del movimiento constitucionalista y hasta parece que estamos fuera de tono, pues no faltará quien piense que debemos concretarnos a narrar exclusivamente lo que con el movimiento suriano se refiere.

Explicaremos que para nosotros, la Revolución estaba en marcha; esto es: se desenvolvía el proceso histórico del gran acontecimiento. Por lo mismo, todos los hechos secundarios relacionados con ese gran acontecimiento, se encadenan de causa a efecto y en ellos se articula lo circunstancial para producir nuevos hechos -síntesis-, cuyo resultado general queremos que el lector vaya viendo en nuestra narración.

Además, el relato aislado de los sucesos del Sur sería sectarista; y fuera de que no queremos incidir en ese error, hay la circunstancia histórica de que el moyimiento suriano, aun cuando tuvo caracteres especialísimos, no fue ni en tiempo ni en causas un fenómeno distinto a la Revolución Mexicana, sino una manifestación popular de las fuerzas económicas que pugnaban por modificar la estructura social del país.

Y porque esas fuerzas operaban indefectiblemente, fue por lo que algunos e!ementós jóvenes, de elevada comprensión y que se habían afiliado al constitucionalismo, trataron de que al formarse el Plan de Guadalupe se incluyera en él una plataforma de principios sociales que, de acuerdo con las aspiraciones del país, fueran un compromiso de la Revolución para con el proletariado al que se llamaba a luchar contra el huertismo.

Los generosos y justificados intentos que se hicieron, así como las opiniones que en contrario tuvo don Venustiano Carranza, los verá el lector en las narraciones de los señores generales Francisco J. Múgica y Alfredo Breceda, entonces capitanes primeros y subordinados al gobernador de Coahuila.

El general Múgica dice así:


En la hacienda de Guadalupe

Serían las once de la mañana de un día caluroso, polvoriento y aburrido, cuando rodó por la llanura desértica el toque de llamada de jefes y oficiales con la contraseña del cuartel general, y casi al mismo tiempo se fue llenando el cobertizo del taller de la hacienda de oficiales jóvenes que se saludaban interrogando. Todos traían chamarras de campaña, paliacates al cuello, botas rancheras y las correspondientes pistolas en los cinturones no muy provistos de parque.

Aquella oficialidad era revolucionaria; aquella llanura la de la hacienda de Guadalupe, del Estado de Coahuila; aquella mañana la del 26 de marzo de 1913.

Como los anales de esta fecha pasaron definitivamente a la historia y son casi desconocidos: es conveniente escribir pormenorizándolos para darlos al público y para valorarlos en su justo precio.

Es bien sabido que el Gobierno de! Estado de Coahuila de Zaragoza, que presidía don Venustiano Carranza en aquellos tiempos, se negó terminantemente y de modo patriótico y enérgico a reconocer al Gobierno Federal que había emanado del vergonzoso cuartelazo de Huerta y que, en tal virtud, el Gobernador de Coahuila había agrupado en su torno a las milicias del Estado, así como a un grupo de jóvenes entusiastas que conocían sus honestos antecedentes de hombre público y la entereza de su carácter. Con esos elementos declaró en pie de guerra el territorio coahuilense, y activo y resuelto, presentó desde luego las funciones de armas necesarias para demostrar al país que la dignidad ciudadana y la majestad de hí ley, tenían resueltos defensores. Anhelo, Espinazo, Saltillo, Cuesta del Cabrito y otros lugares de La Laguna ya olvidados, habían sido teatro de recios combates y de alardes bélicos que aun cuando adversos al núcleo legalista del Gobernador Carranza, empezaban a contagiar a otras Entidades y a procurar al Usurpador y a sus camarillas la inquietud, pues habían creído destruir impunemente un régimen popular asesinando al Apóstol Madero, con refinamiento de maldad. Sonora siguió muy pronto la actitud legalista del señor Carranza y aunque con modificaciones importantes en su personal de gobierno, se alistó resuelto y patrióticamente a la lucha por la restauración del régimen constitucional interrumpido. En Durango y en Michoacán se iniciaron levantamientos de fuerzas maderistas organizadas en son de protesta contra el gran crimen, y el pueblo mexicano, a la expectativa, esperaba sólo una palabra conminatoria para engrosar las filas.

Entre tanto se definía la actitud, de las Entidades Soberanas que constituyen la Federación de los Estados Unidos Mexicanos frente al cuartelazo y se notaba con tristeza que la mayoría absoluta de ellas reconocían humildemente al Usurpador, el señor Carranza meditaba la forma de unir y coordinar los pequeños, pero valiosos elementos ya en acción y dispuestos a la lucha, pues con clara visión de estadista pensaba que una personalidad más vigorosa que la suya, podía asumir sin dificultad alguna la Suprema Jefatura del movimiento, y para dicho fin dirigió atenta carta al antiguo patriota y prestigiada personalidad del señor general don Jerónimo Treviño, que por aquel entonces vacilaba en secundar el cuartelazo de la Ciudadela, no obstante su personalidad militar y el mando de las fuerzas que guarnecían la extensa zona fronteriza.

Pero el general Treviño, ya caduco y claudicante por la influencia de la paz porfiriana y el espíritu opresivo del Ejército, rehusó de plano recibir la bandera de la Revolución tan generosamente ofrecida por el señor Carranza y definió su actitud en el sentido de secundar el cuartelazo.

Mientras esto sucedía, se habló mucho y largo entre la juventud que rodeaba al Gobernador coahuilense, de formar un plan revolucionario en que se proclamaran como razones de la lucha, los principios sociales que más tarde fueran la bandera de la Revolución. En Mesillas, en Acatita de Baján, en estación Monclova, en los más insignificantes campamentos que servían de vivac transitorio a la columna legalista, en las marchas polvorientas y angustiosas de aquellos desiertos fronterizos, en todas partes departían los jóvenes compañeros de aventuras con el Gobernador Carranza sobre los varios temas sociales que la Revolución debía de comprender en su plan y en su bandera; pero don Venustiano, con aquella prudencia y aquella solemnidad que caracterizó toda su vida de caudillo rebelde, replicaba a la impaciente juventud que lo seguía, con una prudente dilatoria que hiciera cristalizar antes que todo en la conciencia del país y en el juicio del exterior, el fundamento legal de la lucha. Pensaba, con la entereza del hombre cuerdo, que la ley ultrajada era el argumento menos discutible para justificar la lucha sangrienta iniciada por él e iba, así, emplazando nuestra fogosidad y nuestra impaciencia, sin negarnos la razón en la amplitud de nuestro ideal.

En esta constante pugna ideológica del sostenedor de la ley y de las aspiraciones juveniles, que no eran otra cosa que las necesidades del pueblo, la lucha continuaba siempre adversa y cada día más difícil.

El mes de marzo tocaba a su fin; el Gobierno usurpador reforzaba el Ejército de operaciones contra el Gobierno legalista concentrando fuerzas y elementos en la capital del Estado y allá fuimos, cuando menos se esperaba, a hacer una demostración de fuerza y de presencia. Dos días duró el ataque a Saltillo; se peleó en las mismas calles de la ciudad; los arrabales estuvieron en poder de las fuerzas insurgentes todo el tiempo del asedio; pero tan prolongado esfuerzo, tan desigual lucha, tanto sacrificio de sangre que no se reponía muy fácilmente, hicieron nuestra derrota, imponiéndonos violenta retirada y por distintas rutas, rumbo a Monclova.

Como si esto no fuera ya aniquilante, hubimos de luchar aún largas horas en la Cuesta del Cabrito contra una columna federal salida de Monterrey, que pretendió ocupar lugar tan estratégico, para evitarnos la retirada hacia nuestra base única de aprovisionamiento. La disputa de la posición fue dura y enérgica, quedando en nuestro poder a costa de muchos dispersos y de casi la pérdida absoluta de la moral de nuestro ejército.


Quiénes estaban en la hacienda

Desde aquella tarde azarosa y fatal se impusieron las grandes jornadas, por la estepa llena de cardos y lechuguilla; desposeída de todo oasis; llena de inmensidad y de penuria ... Pero el día 25 llegamos a la Hacienda de Guadalupe, colocada estratégicamente en el valle solitario que se inicia en las fecundas cañadas de Boca de Tres Ríos. La hacienda nos brindaba la seguridad estratégica de las cordilleras cercanas; el refrigerio de las escasas, pero apreciabilísimas aguas de sus arroyos; la reparación del extenuamiento físico de hombres y bestias que apenas habían probado el sustento y descansado lo indispensable a campo raso para proseguir las marchas, y por último, nos permitía el albergue de sus trojes y cobertizos destartalados, como una añoranza de mejores tiempos.

Ya limpios los cuerpos y tranquilos los nervios por las condiciones del lugar, el Jefe Carranza y su secretario particular, el capitán Breceda, se encerraron en la oficina de raya de la finca. Todos presentimos algo grato; conjeturamos que una nueva marcha se anunciaría en breve o que se trazaría un nuevo y más halagüeño plan de campaña. Pero no; el encierro del Gobernador, de don Venus, como le decían abreviando, los rudos fronterizos, fue largo y como siempre solemne, dando por resultado aquella voz imperativa del trompeta de órdenes del cuartel general, llamando a jefes y oficiales.

En el panorama del recuerdo pasan lista de presente los oficiales y jefes del segundo de Carabineros de Coahuila, al mando del modesto y sencillo teniente coronel Cesáreo Castro; los oficiales y jefes del primer regimiento Libres del Norte, al mando del apuesto y atractivo teniente coronel Lucio Blanco; los contados elementos del deshecho y aniquilado segundo regimiento de Carabineros de San Luis, cuyo jefe, el teniente coronel Andrés Saucedo, había quedado enfermo en Monclova; los contados oficiales del 28° regimiento federal en organización, que había venido casi íntegro a nuestras filas, al mando de su jefe el teniente coronel Luis Garfias, que cobardemente había desertado de las filas legalistas, después del rudo combate de Anhelo; los contados y modestos oficiales de la pequeña escolta del señor Carranza, que aunque al mando nominal de un italiano desertor, mandó siempre a la hora del peligro y de la refriega, el humilde, pero bravo capitán Gaspar Cantú; la oficialidad indomable y el jefe heroico del primer cuerpo de Carabineros de Coahuila, al mando del muy serio, seco y bizarro teniente coronel Francisco Sánchez Herrera, y por último, los jóvenes ayudantes que bajo las órdenes del Jefe del Estado Mayor, teniente coronel Jacinto B. Treviño, estaban ansiosos de nuevas aventuras y del encauzamiento social de la Revolución.

Todos risueños, alegres, firmes, fueron pasando al pequeño cuarto en que horas antes se encerrara solemnemente con su secretario particular el Jefe Carranza. La habitación era pequeña, cuadrangular, con una diminuta ventana en el centro del muro hacia el campo y una puerta angosta que daba acceso a una especie de vestíbulo medianero, con los cobertizos donde estaban los talleres de herrar y de carpintería y los aperos rudimentarios del rancho. Dos mesas mugrientas y apolilladas y dos sillas eran todo el ajuar de aquella oficina, en que la oficialidad descrita, de una columna inferior a setecientos hombres, iba a firmar un pacto con el Gobierno Constitucional de Coahuila y con el pueblo todo del país para defender y hacer triunfar el plan revolucionraio que por arcanos y desconocidos decretos del destino, debía llamarse Plan de Guadalupe.


Lo que anhelaban que contuviera el plan

El secretario particular del señor Carranza puso en nuestras manos un pliego haciéndonos saber qué era aquello, el plan esperado que debíamos firmar aquella mañana memorable. Se hizo el silencio, se leyó el documento. Era conciso, breve, e iletrado como su autor, En todo él sólo campeaba la idea legalista, motivo y principio de aquella campaña.

¿Qué pensaron aquellos jóvenes luchadores que habían seguido a Madero, al impulso de grandes anhelos económicos, educacionales y sociales? No podría decirse y sería aventurado interpretar hoy lo que aconteció en el cerebro de aquel núcleo de hombres incultos y semi ilustrados; pero pasada la ofuscación producida por las palabras trasmitidas como procedentes del Jefe, empezaron las propuestas para agregar al proyecto lineamientos agrarios, garantías obreras, reivindicaciones y fraccionamiento de latifundios, absolución de deudas y abolición de tiendas de raya. La algarabía hizo confuso el ambiente de aquel cuarto histórico; las ideas se perdían en el espacio por el desorden con que eran emitidas, y entonces se propuso método, orden, serenidad y el nombramiento de una directiva que encauzara aquel entusiasmo. Un aplauso subrayó la idea y sonaron los nombres del teniente coronel Jacinto B. Treviño, del teniente coronel Lucio Blanco y de otros más para presidir la asamblea. Blanco fue aclamado unánimemente y pasó a una de las sillas, al centro de la mesa, junto a la ventana ruin. Faltaba un secretario; el capitán Múgica fue designado y ocupó la otra silla en la cabecera de la mesa.

La asamblea organizada tuvo un movimiento tumultuoso de acomodación dentro del estrecho recinto y empezó serena, reflexiva y patriótica a dictar principios y los fundamentos filosóficos que habían de explicar a la opinión de aquel entonces y a las generaciones futuras el fundamento de la lucha y las aspiraciones de los iniciadores.

Todo anhelo popular sonó en las palabras de aquellos modestos oficiales y jefes en aquella memorable asamblea, pues significaba el deseo fervoroso de acabar con aquel carcomido, egoísta y torpe organismo que había creado la dictadura porfiriana y el grupo de favoritos que disfrutaron el país como una propiedad privada y exclusiva. Todos queríamos que aquel documento abarcara la historia de las generaciones que iban a rebelarse y los anhelos que perseguían. Naturalmente que estas manifestaciones fueron hechas en forma nebulosa, con la confusión de gentes poco instruídas; pero con la videncia del que ha sufrido y con la sabiduría que da la expoliación interminable.

Y pusimos manos a la obra. Enderezamos alambicados considerandos que expusieran nuestra filosofía y nuestros pensamientos, para concluir con resoluciones firmes y enérgicas. Pero ... el secretario Breceda velaba por los pensamientos del señor Gobernador Carranza, puestos en el documento en proyecto, y salió a rendir parte de nuestras pretensiones.

Don Venustiano se presentó luego en el recinto de la asamblea, pidiendo informes de nuestra actitud. Fueron amplias las explicaciones; claros los conceptos; dignas las actitudes. Deseábamos hablarle al pueblo no sólo de la razón legal de la guerra, sino de la oportunidad, de la necesidad de vindicar todas las usurpaciones, desde la de la tierra, hasta la del poder y desde la económica, hasta la política.

Ya sereno el caudillo de la legalidad, contestó así a nuestro entusiasmo:

- ¿Quieren que la guerra dure de dos años o cinco años? La guerra será más breve mientras menos resistencias haya que vencer. Los terratenientes, el clero y los industriales, son más fuertes y vigorosos que el gobierno del usurpador; hay que acabar primero con éste y atacar después los problemas que con justicia entusiasman a todos ustedes; pero cuya juventud no les permite exigir los medios de eliminar fuerzas que se opondrían tenazmente al triunfo de la causa.

La asamblea objetó que había juventud para luchar no sólo cinco años, sino diez si era preciso para llegar al triunfo; pero prevaleció la opinión del Jefe, y con el agregado de los considerandos ya escritos, y la promesa de formular el programa al triunfo de la lucha, se suscribió el documento histórico que rememoro, por todos aquellos jóvenes que han vivido una epopeya con la modestia de los iniciadores de todas las causas y el desinterés firme y sincero de todos los patriotas.

En una página anterior dijimos: Cabe, pues, pensar en la existencia de un principio unificador que mueve a la mala y a la personalidad, y tal principio lo constituyen las ideas, pues los grandes movimientos los han realizado las masas y dirigido los caudillos; pero los han alentado las ideas.

En lo que sucedió en la hacienda de Guadalupe vemos la confirmación de nuestro aserto, pues en el momento preciso, oportuno y necesario, se manifiestan esas ideas. No importa que se expresaran en forma nebulosa y que procedieran de gente poco instruída, como dice el general Múgica; la forma y el origen es lo de menos, pues el mismo señor general, con bastante acierto, asegura que quienes las expusieron tenían la videncia del que ha sufrido y la sabiduría del expoliado. Esto sí es fundamental, pues la verdad no es patrimonio de los sabios, de los doctos, sino que ha nacido frecuentemente del contacto del alma con el dolor de la vida.

Quienes quisieron que se inscribiesen postulados de carácter societario en el que iba a ser el pendón de su lucha, estaban completamente en lo justo, porque la oportunidad no podía ser más brillante para señalar rumbos y precisar objetivos. Atinadísimo está el señor general Múgica cuando dice que todo el anhelo popular sonó en las palabras de aquellos modestos oficiales y jefes, que no por modestos -añadimos nosotros- habían dejado de captar la aspiración nacional que trataba de hacer profundas modificaciones en la estructura de la colectividad mexicana.

Aquí volvemos a encontrar confirmación para otro de nuestros asertos. Dijimos antes que la presencia del señor Madero en la Primera Magistratura del país, había contenido muchos impulsos. Pues bien: ahora vemos algunos de ellos tratando de conectarse con los que habían tenido la fuerza suficiente para hacer que la Revolución estallara en 1910. A los jefes y oficiales que se hallaban en la hacienda de Guadalupe, no les parecieron razones suficientes para su lucha, las contenidas en el mínimo político que el señor Carranza les presentaba.

Prevaleció la opinión del jefe, no por justa, sino porque estaba impregnada de la autoridad que ejercía; sin embargo, tuvo que prometer la formación posterior de una plataforma de objetivos sociales, lo que fue una transacción, puesto que dejó en pie la esperanza de realizar las ideas que se expusieron.


Lo que dice el general Breceda

La narración del general Múgica se completa admirablemente con la que hace el señor general Breceda, actor en aquellos acontecimientos y quien, como es sabido, desempeñaba las funciones de secretario particular del gobernador de Coahuila.

Dice así el citado general:

Esa noche, 25 de marzo, pernoctamos en la hacienda de Guadalupe de la propiedad de don Marcelino Garza, del Distrito de Monclova, en el Estado de Coahuila, ádministrada por don Francisco Parada.

El 26 por la mañana almorzamos barbacoa, carne asada, café caliente y tortillas de maíz. Después me llamó el señor Gobernador aparte. Entramos solos a una pieza que la hacienda destinaba para comedor, y con la venia del administrador hicimos uso de la mesa como escritorio. Era una cuestión íntima y delicada. Provisto de un poco de papel y tinta, me senté frente al señor Gobernador, con quien previamente había discutido el asunto de que se trataba, y éste, frunciendo el entrecejo, esforzábase en pensar la forma literaria de sus ideas, para que yo escribiera el plan de que habíamos hablado. Primero escribí algo que yo pensaba; no le gustó al señor Carranza, y tras de cambiar algunas palabras hubimos de producir el siguiente

Plan

Primero. Se desconoce al general Victoriano Huerta como Presidente de la República.

Segundo. Se desconoce también a los Poderes Legislativo y Judicial de la Federación.

Tercero. Se desconoce a los Gobiernos de los Estados que aún reconozcan a los Poderes Federales, que forman la actual Administración, treinta días después de publicado este plan.

Cuarto. Para la organización del Ejército encargado de hacer cumplir nuestros propósitos, nombramos como Primer Jefe del Ejército, que se denominará Constitucionalista, al ciudadano Venustiano Carranza, Gobernador del Estado de Coahuila.

Quinto. Al ocupar el Ejército Constitucionalista la ciudad de México, se encargará interinamente del Poder Ejecutivo el ciudadano Venustiano Carranza, Primer Jefe del Ejército, o quien lo hubiere substituído en el mando.

Sexto. El Presidente Interino de la República convocará a elecciones generales, tan luego como se haya consolidado la paz, entregando el Poder al ciudadano que hubiere sido electo.

Séptimo. El ciudadano que funja como Primer Jefe del Ejército Constitucionalista en los Estados cuyos Gobiernos hubieran reconocido al de Huerta, asumirá, el cargo de Gobernador Provisional y convocará a elecciones locales, después de que hayan tomado posesión de sus cargos los ciudadanos que hubieren sido electos para desempeñar los Poderes de la Federación, como lo previene la base anterior.

Firmado en la Hacienda de Guadalupe (Coahuila), a los veintiséis días del mes de marzo de mil novecientos trece.

Después díjome el señor Carranza:

- Ahora llame a los jefes y oficiales, mientras yo salgo de esta pieza, y manifiésteles este plan, para que lo discutan, y a ver si lo aprueban.

Así lo hice, y pronto se llenó el pequeño comedor de la hacienda, que nos había servido de salón de acuerdos. Les manifesté el plan y los deseos del señor Gobernador. Casi todos estuvieron de conformidad inmediatamente, con especialidad Portas, Millán, Lucio Blanco, Palacios, Ricaut y todos los jefes serios con mando de fuerzas. En cambio, Aldo Baroni, Francisco Destenave, Saldaña Galván y otros oficiales, se creyeron en el Parlamento español y discutieron hasta la saciedad el plan. Querían lanzar un manifiesto a la Nación, llepo de insultos a Huerta, al Clero, a la clase rica y a cuanto se atravesara a la Revolución reivindicadora y majestuosa. Tipos clásicos de demagogos, de una escuela de reciente creación en la República, implantada en 1911 en la lucha electoral para Presidente y Vicepresidente de la República.

Viendo yo que no me las avenía con oradores semejantes, salí del comedor; llamé en mi auxilio al señor Gobernador, suplicándole que entrara nuevamente para darles alguna explicación, que sin duda yo no podía, y, complaciente, volvió a la pieza el señor Carranza, explicándoles claramente su objeto al formular así el plan y sus ideas de honradez y de verdad para con el pueblo mexicano, volviéndoles a expresar lo que ya el día anterior nos había dicho a varios sobre los continuos engaños que ha sufrido el pueblo por sus caudillos y mandatarios, en nuestra larga y dolorosa historia. Se calmaron los ánimos, y Saldaña Galván y Múgica y Baroni hicieron, sin embargo, convenir al señor Gobernador en que el plan por él formado fuera precedido de un pequeño y no exaltado manifiesto, que redactaron ellos. El señor Carranza aceptó, y el pequeño manifiesto decía así:

Considerando: que el general Victoriano Huerta, a quien el Presidente Constitucional don Francisco I. Madero había confiado la defensa de las instituciones y legalidad de su Gobierno, al unirse a los enemigos rebeldes en armas, en contra de ese mismo Gobierno, para restaurar la última dictadura, cometió el delito de traición pata escalar el Poder, aprehendiendo a los cc. Presidente y Vicepresidente, así como a sus Ministros, exigiéndoles, por medios violentos, la renuncia de sus puestos, lo cual está comprobado por los mensajes que el mismo general Huerta dirigió a los Gobernadores de los Estados, comunicándoles tener presos a los Supremos Magistrados de la Nación y a su Gabinete.

Considerando: que los Poderes Legislativo y Judicial han reconocido y amparado en contra de las leyes y preceptos constitucionales al general Victoriano Huerta y sus ilegales y antipatrióticos procedimientos, y,

Considerando: por último, que algunos Gobiernos de los Estados de la Unión han reconocido al Gobierno ilegítimo impuesto por la parte del Ejército que consumó la traición, mandado por el mismo general Huerta, a pesar de haber violado la soberanía de esos mismos Estados, cuyos gobernantes debieron ser los primeros en desconocerlo, los suscritos, jefes y oficiales con mando de fuerzas constitucionalistas, hemos acordado y sostendremos con las armas el siguiente Plan.

Después de convenido el Plan y precedido de los considerandos que se anotan, fué firmado por los jefes y oficiales, según orden que a continuación se expresa:

Teniente coronel jefe de Estado Mayor, J. B. Treviño; teniente coronel del primer regimiento Libres del Norte, Lucio Blanco; teniente coronel del segundo regimiento Libres del Norte, Francisco Sánchez Herrera; teniente coronel del 28° regimiento, Agustín Millán; teniente coronel jefe del primer Cuerpo Regional, Cesáreo Castro; teniente coronel jefe del 38° regimiento, Antonio Portas; mayor jefe de Carabineros de Coahuila, Cayetano Ramos; mayor del regimiento Morelos, Alfredo Ricaut; mayor del primer Cuerpo Regional, Pedro Vázquez; mayor jefe de la Guardia, Aldo Baroni; mayor médico, doctor Daniel Ríos Zertuche; mayor Juan Castro; mayor Alberto Palacios; capitán primero Santos Dávila Arizpe, capitán primero Ramón Caracas, capitán primero S. Garza Linares, capitán primero Felipe Menchaca, capitán primero Alfredo Breceda, capitán primero Guada]upe Sánchez, capitán primero Gustavo Elizondo, capitán primero F. Méndez Castro, capitán primero Francisco J. Múgica, capitán primero T. Cantú, capitán primero Rafael Saldaña Galván; capitán segundo Nemesio Calvillo, capitán segundo Armando Garza Linares, capitán segundo Canuto Fernández, capitán segundo Juan Francisco Gutiérrez, capitán segundo Manuel Charles, capitán segundo Rómulo Zertuche, capitán segundo Carlos Osuna, capitán segundo José Cabrera; teniente H. T. Pérez, teniente Antonio Villa, teniente Manuel M. González, teniente B. Blanco, teniente Jesús R. Cantú, teniente José de la Garza, teniente Francisco A. Flores, teniente Jesús González Morín, teniente José E. Castro, teniente Alejandro Garza, teniente F. J. Destenave, teniente José N. Gómez, teniente Pedro A. López, teniente Baltasar M. González, teniente Benjamín Garza, teniente Cenobio León, teniente Venancio López, teniente Petronilo A. López, teniente Ruperro Boone, teniente Ramón J. Pérez, teniente Lucio Dávila; subteniente Alvaro Rábago, subteniente Luis Reyes, subteniente Luis Menchaca, subteniente Rafael Limón, subteniente Reyes Castañeda, subteniente Francisco Ibar, subteniente Francisco Aguirre, subteniente Pablo Aguilar, subteniente A. Cantú, subteniente A. Torres, subteniente A. Amézcua, subreniente Luis Martínez, subteniente Salomón Hernández.

Índice de Emiliano Zapata y el agrarismo en México del General Gildardo MagañaTOMO III - Capítulo II - La revolución y don Venustiano CarranzaTOMO III - Capítulo IV -Primera parte- La inquebrantable firmeza del General Zapata ante las proposiciones del huertismoBiblioteca Virtual Antorcha