EMILIANO ZAPATA
Y EL
AGRARISMO EN MÉXICO
General Gildardo Magaña
Colaboración del Profesor Carlos Pérez Guerrero
TOMO III
CAPÍTULO IV
Segunda parte COMISIONES ENVIADAS AL GENERAL ZAPATA El hecho de que el artículo tercero del Plan de Ayala designara como Jefe del movimiento al general Pascual Orozco, hijo, hizo suponer al usurpador y a sus consejeros que habían encontrado al hombre con la influencia decisiva que necesitaban, para que el general Zapata depusiera las armas. No cabe duda que la elección estuvo bien pensada y, para completarla, añadieron la respetabilidad del coronel Pascual Orozco, padre, a quien hicieron salir de México hacia Morelos, el 21 de marzo de 1913, en misión de paz. Acompañaron a don Pascual, su secretario particular, Amador Hermosillo y los señores Luis Cajigal, Emilio Mazari, de Jojutla y Juan Treviño Garnier. Como conocedor de la región y custodiándolos con una escolta de ex zapatistas, iba el general Simón Beltrán, quien acababa de rendirse al gobierno usurpador. Ramos Martinez, comisionado de Gobernación Antes de ocuparnos detenidamente de la misión que le fue confiada al coronel Pascual Orozco, padre, diremos que simultáneamente fueron enviadas otras personas con el mismo objeto de procurar la rendición del general Zapata. Entre esas personas señalaremos, desde luego, al señor licenciado Jacobo Ramos Martínez, de quien vamos a dar algunos de sus antecedentes relacionados con el movimiento suriano. El licenciado Ramos Martínez había desempeñado la Secretaría General del Gobierno en el Estado de Morelos, durante el tiempo en que fue gobernador el coronel Francisco Naranjo. Poco más tarde, fue comisionado por el gobierno del señor Madero para entrar en negociaciones de paz con los revolucionarios surianos, y con éSe motivo se le extendió nombramiento de Comandante de las Fuerzas Rurales de la Federación, el 12 de agosto de 1912, con el sueldo de ocho pesos diarios, que le servirían para ayuda de sus gastos en el desempeño de la comisión, y con las instrucciones de que, en el caso de no lograr el objeto principal, tratara de dividir a las fuerzas rebeldes, dirigiéndose aisladamente a los jefes y oficiales que le fuera posible. Para cumplir con su comisión, el licenciado Ramos Martínez estableció su base de operaciones en Tlancualpicán, en los límites de Puebla y Morelos, desde donde se puso en comunicación con varios jefes, entre ellos, don Eufemio Zapata, don Francisco Mendoza y Jesús Morales, quienes desecharon siempre los ofrecimientos de dinero, empleos y canonjías que a cambio de su rendición les ofreció Ramos Martínez. Habiendo fracasado rotundamente en su intento, volvió a México, y a raíz del cuartelazo regresó a Tlancualpicán, en esta vez con una carta credencial firmada por el ingeniero Alberto García Granados, Secretario de Gobernación de Huerta., El licenciado Ramos Martínez enfocó desde luego sus trabajos hacia el general Eufemio Zapata, con quien había tenido muy pasajeras relaciones en la ciudad de México. Apoyado en esas relaciones, le dirigió, en 20 de marzo, la interesante carta que copiamos a continuación y que revela todo el interés y las maquinaciones del huertismo, para lograr la imposible finalidad que perseguía. He aquí la carta (El original forma parte del proceso que se instruyó, por orden del general Zapata, contra Pascual Orozco y socios. De dicho proceso hemos tomado el texto de los documentos que damos a conocer. Anotación del General Gildardo Magaña): Tlancualpicán, marzo 20 de 1913. Estimado general a quien debo mis consideraciones: Quizás por sus múltiples ocupaciones, no debo pensar otra cosa dada la corrección que sé gasta usted para con todos, no obstante eso, vuelvo a ocupar su atención hoy, esperando de su cortesía y finura se sirva consagrar toda ella (su atención) a la verdad que entraña esta carta, en todo lo que contiene. Tanto en mi primera como en la segunda, me permitía decir a usted que se sirviera indicarme el lugar y tiempo en que pudiésemos vernos para conferenciar de una manera prudente, racional, pertinente y justa, acerca de los medios para llegar a realizar la paz en la región del Sur, donde operan usted y su hermano el general Emiliano. Por supuesto que si tal cosa me permitía llamar a usted, es porque cuento con las facultades especiales y omnímodas ad hoc, que me ha conferido el actual Ministro de Gobernación, que no hay posible comparación, dicho sea de paso, entre él y el ex Ministro Hernández, de la familia Madero, funestísima para nuestra pobre patria. Permítame usted, don Eufemio, que le asegure que el actual Ministro es una persona de tal manera aceptable, que basta tratarlo por unos momentos para estimarla, por comprender que están hermanadas en él todas las cualidades que un caballero debe tener para el desempeño de tan elevado puesto. Las frases que textualmente salieron de los labios de este señor, fueron éstas: - Licenciado (dijo dirigiéndose a mí), diga usted a Zapata y a todos los suyos que ... un velo sobre lo pasado y que estemos unidos todos los mexicanos para salvar a nuestra patria; que ya no quiero la matanza de hermanos con hermanos, como tan inicuamente la produjo el Gobierno de Madero; usted ha visto ya la Ley de amnistía general firmada y este es un broche de oro con que el actual Gobierno asegura las garantías de todos, llamándolos a su seno, como buenos hijos de México, y como hermanos ... No debe correr ya más sangre de los hijos de México, toda vez que el Gobierno déspota e inicuo, ya quedó derrocado. Pues bien, además de esto, en la conferencia íntima que tuvimos me indicó esto que en seguido expreso, para que vea usted hasta dónde está inspirado el Gobierno en nobles sentimientos; me dijo textualmente esto: - Dígale a Zapata que quedará con 800 a 1,000 hombres de los que él escoja de entre los suyos, a sueldo pagado por el Gobierno y dependiendo no de la Secretaría de Guerra, sino de la de Gobernación. Que él quedará con el carácter de Inspector General de las Fuerzas en el Estado de Morelos, con su Cuartel General en Cuernavaca, con su oficina respectiva. Todavía además de esto, don Eufemio, sucedió lo que en seguida voy a exponer a usted. En virtud de que algo había sabido el señor Ministro acerca de la impopularidad de Leyva, el Gobernador de Morelos, por una comisión que en los momentos de salir yo del Ministerio llegaba de Cuernavaca, en privada conferencia sobre el particular, me dijo el Ministro: - El señor Ramón Oliveros es una persona que está muy bien aceptada por todas las clases pobres y demás, en el Estado de Morelos; es un hombre correcto, sin vicios y sin necesidad de robar al Estado; es además, según sé, buen amigo de los hermanos Zapata, porque sus padres de ellos, es decir, el del señor Oliveros y el de los señores Zapata, fueron buenos amigos, así es que dígale usted en lo confidencial a Zapata, al general Emiliano, que se ponga de acuerdo con usted para que me pida que cambie a Leyva del Gobierno de Morelos y lo cambiaré dejando al señor Oliveros, siendo amigo como es del señor don Eufemio. Como yo veo en esas proposiciones del señor Ministro claramente la razón, la justicia, la pertinencia, y además, selladas con una buena intención de hombre leal, franco y honrado para cumplir todo cuanto ofrece, creo que merecen el honor de ser atendidas. Ocuparía una resma de papel (permítaseme la exageración) si tratara de decir por escrito a usted, todo lo que tengo para conferenciar con usted, pero sí puede estar seguro, se espera allá en México el telegrama que debiéramos poner su hermano Emiliano y yo para proceder en el acto en lo relativo al cambio de Gobernador de Morelos y así de lo demás que debiera contener el convenio acerca del punto relacionado con la paz del Sur. Una prueba perfecta de lo que acabo de decir a usted, es el telegrama que ayer recibí y que original le remito, para que se forme concepto del caso; en él me dice el señor Oliveros que ha puesto muy alto el nombre de su hermano Emiliano en el Gobierno y que se espera el telegrama para efectuar el cambio. Protesto a usted, amigo don Eufemio, que es esta una oportunidad no despreciable, pues hay otras muchas cosas que no juzgo prudente consignar aquí, pero que sí son de extremada importancia y todas ellas ya tendré el gusto de conferenciarlas con usted. Hay otra cosa, señor mío, la gran compañía que para resolver lo relativo al problema agrario se acaba de formar. Una noche antes de mi salida para ésta, me llegó la constancia escrita que original tengo el gusto de remitir a usted también, para que se sirva usted informarse de ella. Esa sociedad está compuesta de personajes de alta significación y honorabilidad y está inspirada en los mejores sentimientos para cumplir lo que está firmado por su gerente, que es un anciano honorable por mil títulos. Y no se diga que todas mis gestiones llevan por móvil la esperanza de recibir esos cien mil pesos que se me ofrecen allí, no; pues desde luego (y sirva de constancia escrita para ello, calzada con mi firma, esta carta que es un documento) ofrezco que, con toda la ingenuidad de mi corazón, los dividiré todos entre tales y cuales personas de las que más méritos hayan adquirido en el sostenimiento de la causa asiduamente representada por su hermano y por usted. Así es que como usted se servirá considerar, no puede decirse (justamente hablando) que lleve el interés de recibir esa suma de que hago mérito. El mismo señor gerente me confió en lo privado, muchas cosas perfectamente favorables a usted. La orden que me entregó el señor Ministro de Gobernación para venir yo acá, también tengo el gusto de enviarla a usted y su simple lectura le hará comprender a usted que tengo amplísimas facultades para que esto quede definitivamente arreglado. Usted comprenderá lo que significa el hecho de entregar documentos originales y confiar por escrito confidencias que de palabra se han recibido personalmente, pero, al llegar a este punto, lo hago confiado en que usted es hombre leal, y como leal honrado y siendo honrado, tengo yo asegurado lo que el delicado caso presente demanda de discreción y demás para no quedar en descubierto en asuntos de trascendencia como los que tratamos en ésta. Por tal razón, señor don Eufemio, suplico a usted muy encarecidamente que, después de impuesto de todo y de comunicado al señor su hermano, se sirva devolverme los documentos que acompaño, esperándolo así de su amabilidad, lealtad y honradez. Cuando usted fue a México a entregarme una carta de don Emiliano en que me daba las gracias porque había yo sacado de la prisión a Jesús Morales, a Margarito Martínez, a Daniel Andrade y no recuerdo a quién más, entonces tuve el gusto de conocer a usted y comprendo que es usted un hombre con las cualidades necesarias para considerarme yo seguro en el punto de que hablo en el párrafo anterior. La prisión en que estaban los arriba citados, era ocasionada por el tal Ambrosio Figueroa, como recordará usted. Ahora que se trata de Jesús Morales, diré a usted que yo le indiqué mi opinión en el sentido de que había hecho muy mal en entrar en arreglos sin antes haber acordádolo con usted como jefe superior. Cuando el señor Ministro de Gobernación me habló sobre el particu1ar, le dije que era improcedente e impertinente la conducta de Morales, toda vez que le faltaban los detalles razonables para haberse acercado al Gobierno, diciéndole que se me han acercado varios soldados de las fuerzas revolucionarias, quejándose de que Morales los persigue y los molesta. Dije también al Gobierno que si los jefes de destacamentos mililares no le mueven para nada por la orden que hay para ello (como efectivamente es cierto, pues tienen orden de no estorbar para nada el libre paso de todos los jefes y soldados revolucionarios que deseen hablar conmigo) con más razón debe estar Morales en condiciones de no perjudicar a nadie de los que van a Chietla por tal o cual motivo. Entiendo que para esta fecha ya debe habede venido la orden respectiva. Yo aseguro a usted, don Eufemio, que en el juicio de la mayor parte de las personas sensatas y de significación de la capital, está la creencia segura de que tanto en usted como en su hermano hay buen fondo moral, hay nobles sentimientos y, por consiguiente, son buenos patriotas. Y siendo esto así, yo no vacilo ni por un momento en apelar a ese reconocido patriotismo de usted, para que, teniendo en cuenta los delicadísimos momentos porque atraviesa nuestra pobre Nación, nos unamos todos para hacer desaparecer el grave peligro que entraña la prolongación de la revolución ante los torcidos deseos del extranjero que no espera más que un pretexto para intervenir en nuestros destinos nacionales. Ahora, si pensamos que la causa principal de todo ya desapareció, cuya causa era la presencia en el Poder del Gobierno de Madero, Gobierno déspota, intrigante y falso, sin otra tendencia que la protección del nepotismo o sea el sostenimiento de los parientes en todo y por todo; cuando éste desapareció, parece justo, parece equitativo, parece patriótico oír el llamamiento que el nuevo Gobierno hace a sus hermanos para quedar en paz y que no corra ya la sangre mexicana inútilmente. Por otra parte, la presencia del señor Huerta en el Poder es transitoria; pues ya en estos momentos se preparan las cosas para llamar a los mexicanos para que elijan Presidente de la República, en el concepto de que se quiere que sea un civil y no un militar quien rija los destinos de nuestra pobre Nación. ¡Cuánto tengo que decir a usted! ¡Ojalá muy pronto pudiéramos hablar! J. Ramos Martínez. Texto de un anexo Antes de comentar ligeramente la extensa carta del licenciado Ramos Martínez, consideramos pertinente reproducir la que al citado señor envió Mr. H. L. Hall, en su condición de gerente de la compañía que iba a llevar a cabo el fraccionamiento de terrenos. El texto de ese documento es el siguiente: México, marzo 7 de 1913. Muy Sr. mío y amigo: La compañía a que se refieren los documentos que me permito adjuntar a Ud., deseosa de contribuir de una manera moral y significativa en todo aquello que se relaciona con la pacificación de la Nación y muy especialmente con lo que respecta al Estado de Morelos, me ha autorizado para que haga saber a Ud., como tengo el honor de hacerlo, que: tiene la mayor satisfacción en ofrecer a título gratuito, esto es, como un obsequio la cantidad de cincuenta mil pesos en acciones de las fundadoras, de la misma compañía para el Sr. general Emiliano Zapata; así como la cantidad de diez mil pesos en acciones de la misma naturaleza para cada uno de los jefes principales que están con él en la actualidad; en el concepto de que tengo las mismas facultades para ofrecer a Ud. en iguales circunstancias, en su papel de intermediario en las negociaciones de paz, la suma de cien mil pesos en acciones de las mismas fundadoras. Tengo el honor de suscribirme de Ud. atto., affo. S. S. H. L. Hall. La carta, sin fondo revolucionario, del licenciado Ramos Martínez, debe ser examinada desde dos puntos de vista: sus fanfarronerías y los ofrecimientos que contiene. Nada faltó a la sofística del abogado. Se presentó como una persona de las confianzas del Ministro de Gobernación y quiso deslumbrar narrando la conferencia privada que ambos habían tenido. Dijo estar investido de facultades omnímodas, ad hoc, aunque confidenciales, y ponderando su influencia, expresó que en México, para proceder, se esperaban sus informes telegráficos. Tan amplias eran sus facultades, que el general Zapata podía estar seguro de que cuanto convinieran, estaba resuelto en firme; desde el cambio de gobernador, hasta la inspección general de las fuerzas rurales que se le ofrecía. El Caudillo tendría honores y consideraciones, pues además de que la opinión de connotadas personas le era favorable, su nombre se estaba poniendo muy en alto, nada menos que por el pretendiente al gobierno local. Habría dinero, mucho dinero, y para principiar, Ramos Manínez se desprendía, generosamente, de los cien mil pesos que por su mediación le obsequiaba el gerente de la empresa que para resolver el problema agrario se había formado con personas de alta significación y gran honorabilidad, quienes pensaban dar comienzo a sus trabajos haciendo capitalistas al general Zapata y a los suyos. Para el licenciado Ramos Martínez pudieron ser muy poderosos argumentos las acciones liberadas de la compañía que iba a resolver el problema agrario desde el plano mercantil. Igualmente debió ser una razón de gran peso, para el abogado sin bufete, el ofrecimiento de una oficina en Cuernavaca; mas para el general Zapata nada de ello tocaba el fondo del movimiento suriano, ni desvanecía una sola de sus causas eficientes. Creyó el letrado que arrojando unos cuantos insultos al señor Madero, dando un pincelazo al general Ambrosio Figueroa y desaprobando la conducta de Jesús Morales, iba a captarse la voluntad del general Zapata. Ni el mismo Huerta escapó; pues como acabamos de ver, el profesional aseguró enfaticamente que ya se estaban preparando las elecciones y se deseaba -no dijo por quién- que un civil asumiera la Presidencia de la República. Incapaz de haber visto el fondo del problema suriano, creyó que tras la lectura de su extensa y melosa carta, se dispondría el general Zapata a aceptar las proposiciones, como sin duda el licenciado Ramos Martínez lo hubiera hecho, de haberse hallado en el lugar del Caudillo. En esa creencia, se desprendió de documentos originales para comprobar lo que decía con su ingenua sinceridad, no sin darse cuenta de que era demasiado hacer; pero confiaba, no tanto en la hombría de don Eufemio Zapata, sino en el efecto que supuso iban a causar sus palabras. En cuanto a las proposiciones, la primera de ellas consistió en correr el velo sobre todo lo pasado. Muy bien podía haberlo corrido el Ministro de Gobernación, que tal cosa propuso; mas nunca el hombre de convicciones que del dolor campesino había formado su pendón de lucha. A cambio de la rendición, se le ofrecía la inspección general de las fuerzas rurales en Morelos. Esas fuerzas se formarían con los mil hombres que el guerrillero eligiese para pasar de la condición de rebeldes a la de asalariados del gobierno usurpador. La proposición en sí, y teniendo carácter oficial, pues provenía del Ministro de Gobernación, era ya lo suficientemente tentadora para un hombre sin la firmeza, desinterés e ideales del general Zapata, pues colocaba la situación militar de la región en sus manos. Veamos cuál podía ser esa región. Para ello, vamos a suponer por un momento que el jefe suriano hubiera aceptado, en principio, los ofrecimientos del huertismo y que, como consecuencia inmediata, se iniciaban las pláticas para fijar en definitiva las bases de la rendición. Pues bien: es seguro que habría pedido, como lo había hecho al señor Madero, y por las mismas razones que entonces tuvo, la inmediata salida de las fuerzas federales. Admitamos que el general Zapata hubiera estado conforme en pasar a las filas de la usurpación, con sólo mil hombres de sus huestes; es seguro también que al elegirlos, no se habría fijado únicamente en los morelenses, pues jamás olvidaba a sus partidarios y conviene recordar que los tenía en diversos Estados; mas para el objeto que nos proponemos, sólo vamos a tomar en consideración a los que se hallaban en las Entidades que limitan Morelos. Veamos ahora que esos mil hombres resultában demasiados para guarnecer Morelos ya sin el problema de la campaña, y que, por la misma desaparición del problema, salían sobrando fuertes contingentes de tropas federales que se hallaban en los Estados de México, Puebla, Guerrero y el Distrito Federal, con el objeto, que no lograron, de localizar la rebelión. Ya con esos elementos de juicio podemos decir, sin exageración, que necesitando Huerta de la mayor suma de tropas de línea para atender otros problemas que se le presentaban y teniendo, como tenía, gran interés en dar el golpe moral que hubiera significado la rendición del rebelde suriano, en gran parte accedería a las peticiones que éste le hiciera. Se comprenderá, por tanto, que el radio de acción del general Zapata no se limitaría al Estado de Morelos. La otra proposición consistió en el cambio de gobernador, y, aunque se hablaba de don Ramón Oliveros, hemos visto que su candidatura estaba condicionada a la amistad que se le supuso con el general Zapata, de quien debía partir la proposición para el cambio; hecho éste que llevaba imbíbito el derecho de aceptar al candidato o presentar otro. Volvemos a suponer que el general Zapata hubiera aceptado las proposiciones de la usurpación. Es claro que se habría fijado en una persona de su absoluta confianza, y por muchos regateos que imaginemos, habrá que convenir en que a la postre, siempre se hubiera nombrado a una persona en quien el Caudillo ejerciera ascendiente, lo que equivalía a dejar también en sus manos la situación política. No hemos exagerado el alcance de las proposiciones; pues basta considerar que partieron del gobierno de Huerta como iniciales para los arreglos de paz, y sólo hemos supuesto lo mínimo que el general Zapata podía pedir, ateniéndose a lo que se le estaba ofreciendo. No era la primera vez que al jefe suriano se pretendía atraer con promesas; pero tampoco fue la última que él repudió indignado los ofrecimientos, expresando que la Revolución no arriaría su bandera, ni los revolucionarios rendirían sus armas hasta ver realizadas sus aspiraciones que los había empujado a la lucha. Credencial de Ramos Martinez El siguiente es el texto de la credencial que le fue extendida al licenciado Ramos Martínez, por el Ministro de Gobernación: A las Autoridades Civiles y Militares de los Estados de Puebla y Morelos. El Sr. Lic. Jacobo Ramos Martínez va a desempeñar una comisión de esta Secretaría con algunos jefes rebeldes, y con este motivo me permito suplicar a ustedes se sirvan impartirle la ayuda que él demande, facilitándole los trabajos que va a desempeñar y dándole escolta cuando fuere necesario, para que lo acompañe a los lugares a donde tenga que trasladarse. México, 7 de marzo de 1913. Un enviado de Huerta Otro comisionado de paz fue el ingeniero Blas Sobrino. Apenas sepultado el cadáver del señor Madero, ese profesional se presentó audazmente en el campamento del jefe zaptista Everardo González, titulándose coronel revolucionario y acreditando su comisión por medio de un documento calzado con la firma de Victoriano Huerta. Don Blas Sobrino tuvo mejores resultados que Ramos Martínez, pues logró la rendición del coronel José María Betancourt. He aquí la credencial de que fue portador: Correspondencia particular del Presidente de los Estados Unidos Mexicanos. El Sr. Blas Sobrino, portador de la presente, persona idónea que tiene el cargo como Comisionado de Paz y hacer cuanta gestión juzgue oportuna para el arreglo de su cometido, presentará ésta a las autoridades civiles y militares para que en todo evento le presten el auxilio que necesite, y procuren obrar de acuerdo con él en cualquier conflicto que se suscite, tendiendo todo a la mejor manera de llevar a cabo cuanto antes la completa pacificación del país. La presente servirá también como credencial para las fuerzas revolucionarias a quienes se presente, a fin de que traten con el portador todo lo relativo a la manera de presentarse al Gobierno. Victoriano Huerta. Animado e! ingeniero Sobrino con la fácil defección de Betancciurt, se dirigió al general Zapata en la siguiente carta llena de pedantería: Ayotzingo, febrero 22 de 1913. Muy querido compañero: Me cabe la satisfacción de ser e! primero que tengo la honra de comunicarle que habiendo triunfado nuestra causa, se sirva mandar sus emisarios para que conozcan nuestros. derechos, así como saber sus deseos. Me es grato ponerme a sus órdenes como su afmo, subordinado. Blas Sobrino. Llamamos la atención acerca de las fechas que llevan tanto la credencial firmada por Huerta, cuanto la carta enviadá por Sobrino. Como éste no obtuvo la contestación que esperaba del general Zapata, se trasladó a la hacienda de Temilpa, desde donde envió nueva misiva que firmó en unión del señor Ignacio Ocampo y Amézcua, corresponsal de guerra de El Imparcial. Dice así la nueva carta: Hacienda de Temilpa, marzo 8 de 1913. Señor de nuestra más alta consideración y respeto: Nos permitimos enviar a usted la presente, con objeto de suplicarle se sirva indicarnos si podría hacernos favor de recibir una comisión que tiene el encargo de acordar con usted el lugar y fecha en que se deba efectuar una conferencia que desea tener el señor coronel Pascual Orozco (padre) con usted. Esperando que usted, en beneficio de nuestra querida patria, accederá a los deseos de los revolucionarios del Norte y los de los revolucionarios surianos que esperan muchos de ellos sus órdenes para saber en qué forma deben reconocer al actual Gobierno, pues esto sólo dependerá del arreglo que tengan. No dudando que seremos honrados con su honorable contestación en sentido positivo, le anticipamos las más expresivas gracias y aprovechamos la oportunidad para ponemos a sus órdenes como sus más attos y Ss. Ss. Blas Sobrino, coronel revolucionario y enviado de paz. Ambos señores llevaron su audacia hasta proponer la rendición a varios jefes revolucionarios, entre ellos, a los generales Amador Salazar y Genovevo de la O. Reproducimos a continuación una de las cartas que desde Temilpa enviaron y aclaramos que todas ellas tuvieron idéntica redacción y que, sin dárseles respuesta, fueron a parar al Cuartel General del Ejército Libertador: Señor general Genovevo de la O. Respetable señor general: Tenemos el gusto de dirigirle la presente, para rogarle se sirva concedernos una entrevista, con el objeto de tratar el restablecimiento de la paz en nuestra amada Patria. Traemos la representación del señor general don Félix Díaz, Jefe de la Revolución triunfante; del señor don Pascual Orozco, jefe del movimiento revolucionario del Norte y del señor don Victoriano Huerta, Presidente Interino de la República, y exhortamos al patriotismo de usted para que nos ayude a encauzar de nuevo a nuestra amada Patria, en el sendero del progreso que solamente se consigue con la paz bendita. Suplicamos a usted se sirva contestarnos cuanto antes, señalándonos el lugar y la fecha en que podamos hablar con usted; la contestación debe entregarse al mismo correo que le lleva ésta, pues él se encargará que llegue a nuestras manos. Debemos informarle que ya estamos en tratos con varios jefes revolucionarios, entre otros, el mismo general don Emiliano Zapata. En espera de su apreciable contestación que suplicamos sea favorable, quedamos de usted attos. y Ss. Ss. Ignacio Ocampo y A. Empresa muy fácil creyeron la de rendir a los surianos, pues en su miopía, que por otra parte no era exclusiva de los señores Sobrino y Amézcua, no alcanzaron a ver las causas sociales del movimiento, ni siquiera en toda su extensión las políticas, y por ello se quedaron en la periferia del problema. Acabamos de leer en uno de los documentos insertos, la desfachatez con que Sobrino llama triunfo de nuestra causa a lo que el general Zapata, con muy justificada razón, había calificado de instantáneo cuartelazo. Pascual Orozco en acción Esperando quedaron la contestación del general Zapata; mas con un empeño decidido, recabaron en México nuevas instrucciones y volvieron a Temilpa, siendo en esta vez portadores de una carta que Pascual Orozco, hijo, enviaba al rebelde suriano. Dice así el documento: México, D. F., marzo 25 de 1913. Muy estimado señor y amigo: Supongo que a la fecha habrá tenido mi padre, el señor coronel Pascual Orozco, la satisfacción de saludarlo y de manifestarle el objeto de la comisión a que fue enviado cerca de usted, tanto en representación del Gobierno como de mí mismo. La presente será puesta en sus manos por los señores Ignacio Ocampo, Blas Sobrino y Fabián Padilla, qúienes llevan con más extensión, instrucciones para tratar con usted para que patriótica y dignamente deponga su actitud hostil y contribuya con su prestigio y con las fuerzas de su mando, a la reconstrucción de la nacionalidad. Espero que estos señores serán atendidos por usted y que los oirá con la calma y el detenimiento a que son merecedores, teniendo en cuenta el noble fin que los lleva. Soy de usted, afmo, amigo y S. S. Pascual Orozco hijo. Veamos ahora las actividades del señor coronel Pascual Orozco, padre, y por qué su hijo pensaba que ya había conferenciado con el general Zapata. Al mediar el mes de marzo, don Pascual dirigió una carta al jefe agrarista diciéndole lo que sigue: Hotel Lascurain. Muy señor mío: El Sr. portador, don Luis Cajigal, presentará a usted esta mi carta, suplicando a su respetable personalidad me conceda una entrevista para tratar lo relativo a la pacificación de nuestro país. Yo estaré con usted representando de acuerdo con mi hijo, la revolución del Norte, Estado de Chihuahua, a quien se han unido diferentes grupos revolucionarios en varios otros Estados. Nuestros déseos se reducen a conseguir las ventajas favorables a la revolución en general y las tenemos conseguidas con el Gobierno, y por lo tanto deseamos que usted esté unido a nosotros como lo espero según antecedentes. Espero me diga luego el lugar donde se encuentra para salir inmediatamente a hablar con usted. Soy su afmo, amigo y atto. S. S. Pascual Orozco padre. Después de enviar esta carta, salió el coronel Orozco a Cuernavaca, en donde fue muy bien recibido por los representantes de los hacendados y por el remanente del porfifismo, habiendo aceptado un banquete que le ofrecieron, pues sabedores del objeto del viaje, no podían sino celebrar anticipadamente, aunque en falso, lo que supusieron que era la terminación del movimiento revolucionario. Estando en Cuernavaca, don Pascual envió un telegrama que firmó Simón Beltrán y que dice así: De Cuernavaca, el 22 de marzo de 1913. Ruégole acérquese luego, a esta Hacienda de Temilpa, urgentísimo hablemos luego; la revolución triunfó con todas sus garantías. Si usted quiere retiro inmediatamente fuerza federal. Pascual Orozco padre. Fácilmente se comprende que había instrucciones para que se dieran todas las facilidades a don Pascual Orozco, padre, y entre ellas, que utilizara las vías telegráficas y se consiguiesen correos propios que llevaran sus mensajes hasta los campamentos rebeldes. La contestación del general, Zapata dice así: Telegrama recibido en Cuernavaca, marzo 23 de 1913. Recibido mensaje de ustedes de ayer, y manifiéstoles que como primera condición para conferenciar con ustedes es de alta necesidad que retiren de este Estado y la parte del Estado de México que linda con el de Morelos, las fuerzas del Gobierno que se hallan en los mismos puntos. El general Emiliano Zapata. Con el telegrama que acabamos de reproducir, don Pascual Orozco palpó el primer obstáculo que se le presentaba en el desempeño de su comisión, puesto que el general Zapata no acudió presuroso a su llamado, sino que ponía condiciones, siendo la primera de ellas el retiro de las fuerzas federales. Exagerada debió parecer al coronel Orozco; mas era la señal evidente de que no creía el luchador suriano que la Revolución hubiese triunfado, ni tenía interés en celebrar la conferencia pacifista. Por otra parte, no era limpio el juego de don Pascual Orozco. En su carta que ya conocemos, dijo que lo movía el interés de la Revolución; de haber sido así, el procedimiento correcto hubiera consistido en tratar única y directamente con el general en Jefe, dejando que éste consultara con sus colaboradores lo conveniente. Lejos de ajustarse a esta norma, don Pascual escribió cartas para algunos jefes revoluciónarios, y en ellas se insinúa con el propósito, que veremos muy claro, de tratar aisladamente, en el caso de que el general Zapata ofreciera resistencia para rendirse. De entre esas cartas vamos a reproducir la que fue dirigida al coronel Módesto Rangel, y que dice así: Cuernavaca, 2 de marzo de 1913. Estimado compañero: Me encuentro en el Hotel Morelos de esta ciudad (En esta carta don Pascual Orozco uso papel con el membrete del hotel Bella Vista donde se alojaba Simón Beltrán. Precisión del General Gildardo Magaña), al lado del señor general Simón Beltrán, trayendo comisión bastante amplia para tener la entrevista con el general Emiliano Zapata. Como de hoy a mañana saldremos, suplico a usted sirva reunir a toda la gente principal con quien yo pudiera tener una entrevista. Esperando su contestación en la cual le suplico me indique el lugar en que podemos vernos, por lo que le anticipa las gracias su atto. compañero y amigo. Pascual Orozco padre. Mucha confianza tenía el coronel Orozco, puesto que escribió a personas que no conocía, en la forma que acabamos de ver. Dirigiéndose al general Zapata, le dijo lo que sigue: Cuernavaca, 24 de marzo de 1913. Muy señor mío y amigo: Mi hijo, en unión de sus jefes compañeros en representación de la revolución del Norte, deseamos una unión absoluta con la revolución de otros Estados representados por usted y sus compañeros de armas en general. Con el movimiento armado del señor general don Félix Díaz, se derrocó al Gobierno del señor Madero, habiéndose reconocido la Revolución en toda la República por lo que consideramos un verdadero triunfo para todos. Nuestro acercamiento al Gobierno del Centro, es con el objeto de obtener las garantías proclamadas en principio de nuestro levantamiento sin haber definido aún nuestro arreglo esperando unirnos con usted que es el representante de la revolución del Sur, para de este modo formar un núcleo más poderoso que dará ocasión de obtener resultados más satisfactorios. Yo no tengo la representación del Gobierno, sólo traigo una carta de mi hijo para usted procurando todas las ventajas en favor de la revolución y me acompaña el general Beltrán, subalterno y compañero de usted. También tengo carta firmada por el Presidente de la República, autorizándome para ver a usted y entrar en conciliación sirviéndome como un salvoconducto para mí y todos los que me acompañan. Ruego a usted me facilite a la mayor brevedad posible entrevistarlo. Yo me dirijo hoy mismo a Temilpa y desalojaremos la fuerza federal si usted lo juzga conveniente o saldré solo a ver a usted donde se sirva indicarme. De usted afmo. amigo y compañero. Pascual Orozco. Es notable la contradicción que existe entre la carta de Pascual Orozco, hijo, y la del padre, pues mientras que éste afirma no tener la representación del gobierno, aquél asegura que la lleva, así como la suya personal. Pronto veremos que el coronel Pascua! Orozco, padre, mintió en este punto, así como cuando dijo que no existían arreglos con la usurpación. Muy equivocado estuvo al asentar que el movimiento de Félix Díaz había reconocido a la Revolución, y en esto reflejó la torcida creencia de su hijo, pues una cosa fue que en el pacto Díaz-Huerta, que íntegro aparece en páginas anteriores, se hubiera estipulado, por conveniencia, hacer un llamamiento a todos los revolucionarios, y otra muy distinta era pensar que se había reconocido la justicia del movimiento armado. Precisamente esto último fue lo que el general Zapata, con más visión que los Orozco, demandó de Félix Díaz en el importante documento que ya conocemos, y si este último señor hubiera tenido intenciones de aceptar los principios revolucionarios, es clarísimo que lo habría manifestado así desde luego. Actitud de Simón Beltrán Vamos a abrir un paréntesis para ocuparnos del general Simón Beltrán. Sometido en esos días al gobierno usurpador y hallándose en contacto con los señores Orozco, siguió el ejemplo del coronel y se dedicó a enviar cartas a sus antiguos compañeros de lucha, invitándolos a que secundaran su actitud y hablándoles infladamente de las muchas consideraciones que tenía dentro del gobierno emanado de la Revolución. Alardeaba de una íntima amistad con el general Zapata y de que su intervención en las comisiones pacifistas iba a ser trascendental y decisiva. No podía faltar la carta del sometido al incorruptible guerrillero, y he aquí lo que tuvo la osadía de escribirle. Cuernavaca, 24 de marzo de 1913. Señor general don Emiliano Zapata. Los trabajos hechos por mí ante el Gobierno, han sido basados en un arreglo que tuvimos con el general Orozco y demás compañeros para que unidos los revolucionarios del Norte y Sur, formen un núcleo principal y a quienes el actual Gobierno reconoce como compañero y tiene éste la mejor buena voluntad para arreglar en bases prudentes que redunden en beneficio de la Nación y de la paz. A mí jamás me ha llevado en la revolución y al entrar en tratos con el Gobierno, ningún interés personal y en atención a que la causa que perseguimos ya está terminada por la caída de Madero, por un lado, y deseando de buena voluntad el propio Gobierno cumplir hasta donde sea posible con el Plan de San Luis y Villa de Ayala, yo creo conveniente que para entrar en arreglos con el Gobierno, sea en forma que lo hicieron los del Norte. El general Orozco vehementemente desea una paz consolidada en toda la República y hecha de común acuerdo con el elemento revolucionario. Los revolucionarios del Norte están arreglados con el Gobierno como consta en una copia del arreglo que obra en mi poder, y como en mi concepto, usted también desea una paz para la Patria que tanto amamos y por la cual se han perdido tantos de sus hijos, yo desearía que para tratar una conferencia con Pascual Orozco, Sr., medie una buena voluntad como buen mexicano y no una exigencia que pueda dar origen a que se piense que se llevan miras personales para lucrar con la Revolución, cosa de la que a usted lo creo incapaz porque sería desvirtuar el buen nombre que lleva como defensor de una buena causa. De usted afmo. atto. amigo y S. S. Simón Beltrán. Claras se ven la perniciosa influencia de los Orozco y la infiltración de sus torcidas opiniones. Inútil es decir que el cúmulo de dislates que contiene la carta indignó al general Zapata, siempre inflexible con los traidores; y si antes no había perdonado las claudicaciones, menos lo hizo en aquellos momentos de verdadera prueba para la Revolución. Llovían, pues, sobre el Caudillo y sus colaboradores las misivas tendientes a que se sometieran al gobierno de Huerta, a cambio de lo cual tendrían el reconocimiento de sus grados militares, dinero, consideraciones y honores. Peligrosa para la Revolución era aquella ofensiva de paz que la usurpación había enfocado hacia el Sur, valiéndose, con refinada hipocresía y redomada astucia, de hombres que algunas ligas tenían con los revolucionarios, y aprovechando la buena fe de unos y el prestigio de otros. La culminación de la obra estaba encomendada al coronel Pascual Orozco, al padre del guerrillero fronterizo, cuyas proezas le habían conquistado el renombre que le valió ser designado Jefe de la Revolución por el artículo tercero del Plan de Ayala. Porque así como lo habían hecho Ramos Martínez, Sobrino y Beltrán, así también don Pascual Orozco, padre, desplegó sus actividades para tentar la vanidad y las ambiciones, muy humanas, qe los jefes y oficiales del Ejército Libertador, con
el señuelo de las dádivas cuantiosas y el miraje del reconocimiento de sus grados militares. Ostensiblemente se había presentado en Morelos, y para que llegara a conocimiento de los luchadores surianos, estaba haciendo gala de su condición económica, muy distinta de la que sobrellevaban los defensores de la Revolución Agraria, que no tenían más riqueza que la de sus ideales, ni otro sostén que el esfuerzo de los paupérrimos trabajadores del campo. Pero en aquella tierra de sol, rodeado de sus huestes abnegadas y estoicas; alentado y querido por los humildes, se erguía severo, férreo, incorruptible, Emiliano Zápata; sordo a toda insinuación, impasible ante las tentaciones, desdeñoso de las riquezas y dispuesto, como siempre estuvo, a continuar en su demanda, con fe en el porvenir y en la justicia de su ideal. ¿Cuál fue el verdadero móvil que impulsó a los Orozco para llegar hasta el general Zapata, con la embajada de una rendición increíble en un hombre que luchaba por principios y cuya firmeza de convicciones estaba fuera de duda? ¿Por qué se hablaba de patriotismo a aquel hombre en quien sobraba esa virtud, que los Orozco hacían consistir en que se uniera al gobierno usurpador? ¿Creían efectivamente en el triunfo de la Revolución tan sólo porque el señor Madero había caído bajo el puñal asesino? ¿Eran sinceros al decir que el gobierno usurpador de Victoriano Huerta haría suyos los ideales de la Revolución? ¿O eran -como los consideró el general Zapata- tránsfugas de la Revolución, traidores a los principios de la misma, y habían trocado sus timbres de luchadores por el brillo de unos entorchados y por la comodidad de hallarse bajo la protección oficial? Nosotros los condenamos. Aun queriendo ser benignos, tendríamos que aceptar, cuando menos, una equivocación; pero una equivocación trascendental, pues tratándose de una doctrina tan clara como lo es la de la Revolución Mexicana, no era posible admitir que con la presencia de Huerta en el poder se habían conseguido todas las ventajas favorables. Enarbolando el general Zapata como bandera esos principios, robustecidos por los muy diáfanos del Plan de Ayala, tendríamos que aceptar, cuando menos, que hubo irreflexión en el paso que dieron los Orozco, suponiendo que el primero, por haber hecho armas en contra de la administración maderista, daría por concluída su obra con la caída del Caudillo de 1910, y dejaría a voluntad de un advenedizo la resolución del hondo problema de la tierra. Equivocación e irreflexión -benignamente calificadas- eran los puntos de soporte de un tejido de compromisos que tenían por objeto desviar la corriente revolucionaria y convertida en una fuerza material y moral que se pensaba poner en las manos del usurpador. Y como en todos los trabajos salían a flote mezquinos y personales intereses, tenemos que concluir que los Orozco habían ido a la Revolución como tantos otros: sin ideales, sin principios, sin un fin noble. Orozco ante el general Zapata El 24 de marzo, fecha de la carta de don Pascual Orozco, padre, llegaron éste y sus acompañantes a la hacienda de Temilpa, en donde, por indicaciones del Cuartel General, fueron recibidos por el coronel Alberto Estrada con toda clase de consideraciones, a excepción de Simón Beltrán, a quien se hizo prisionero y se le sujetó a un consejo de guerra que lo declaró culpable del delito de traición y lo sentenció a sufrir la pena de muerte. Ya en el Cuartel General, el coronel Orozco presentó dos documentos que acreditaban su comisión oficial. El texto de uno de ellos es el siguiente: México, D. F., marzo 19 de 1913. Muy estimado señor y amigo: Mi padre, el Sr. don Pascual Orozco, a quien tengo el gusto de presentar a usted, va acompañado de los señores Ibarra, Simón Beltrán y Ramón Oliveros, con el objeto de entregar a usted esta carta y hacerle presentes mis sentimientos de compañerismo y afecto por usted, por el señor su hermano don Eufemio y por todos sus compañeros. De acuerdo con lo manifestado por usted a los señores comisionados, estoy a su disposición para tratar todos los asuntos que deseen, relativos a la pacificación de los Estados en que ejercen mando, y, plenamente confiado en su patriotismo, en su rectitud y en la firmeza de sus convicciones encaminadas únicamente al bien de la Nación, espero tener la satisfacción de conferenciar con usted y el señor don Eufemio, para llegar cuanto antes al fin que me he referido y que es urgentísimo para la salud de la Patria. Desde luego, ruego a ustedes se sirvan tener presente que el actual Gobierno ha emanado de la revolución y está identificado con nosotros por su espíritu y por sus deseos de llevar a cabo las reformas exigidas por nuestro estado social; además, personalmente y en varias conferencias que he tenido con sus miembros y con los representantes del movimiento revolucionario efectuado en la ciudad de México, he podido ratificar esta opinión y la de que están lealmente unidos y ligados con nuestros propios intereses. No se trata pues de una misión, sino de un acuerdo entre amigos y con este propósito ruego a usted se sirva pasar a esta ciudad de México, sin cuidado de ninguna especie, pues la garantía de su seguridad la da la presencia de mi padre, o bien se sirvan indicarme el lugar en que pueda yo tener el gusto de ver a ustedes, lo que haré con beneplácito; pero creo mucho mejor, más rápido y conveniente que ustedes se sirvan venir a esta ciudad como he indicado antes, trayendo la escolta personal que estimen necesaria. Reitero a ustedes mi profunda estimación por la constancia de sus esfuerzos, por su abnegación y su valor y me es grato repetirme de ustedes su afmo., atto. servidor y amigo. Pascual Orozco hijo. El otro documento, quizás más importante por su origen oficial, dice así: Correspondencia particular del Presidente de los Estados Unidos Mexicanos. El Gobierno ha tenido a bien nombrar a usted para que se traslade al Estado de Morelos y procure por todos los medios conducentes conferenciar con el general Emiliano Zapata, a quien se servirá usted exponerle la necesidad que existe para que todos los hijos del país nos unamos para establecer la paz en la República. Espero del patriotismo de usted, así como de las personas que lo acompañan y del general Zapata, que la conferencia tendrá los resultados prácticos y patrióticos que todos buscamos. Soy con todo respeto su afmo. y buen amigo. Victoriano Huerta. Por el documento que acabamos de reproducir, documento sui generis, pues participa de la forma de un nombramiento, de una credencial y de una carta, vemos que el coronel Orozco sí llevaba la representación del gobierno usurpador, aunque la hubiera negado en la carta del día 24, escrita poco antes de salir de Cuernavaca hacia Temilpa. Además, Huerta le había dirigido un telegrama que dice así: Telegrama Núm. 43. Enterado de su mensaje en que asegura éxito. Ya esta mañana se le envió carta relativa autorizándolo ampliamente par tratar el caso como conviene. Victoriano Huerta. A nombre del gobierno y de su hijo, el coronel presentó las proposiciones para la rendición del general Zapata. Aun cuando podríamos sintetizarlas desde luego, preferimos que se conozcan íntegras en el acta que reproduciremos adelante. Al preguntársele cuál era la situación del general Orozco, hijo, el coronel exhibió un tercer documento que es el pacto de su rendición, en el que puede verse a qué término relegaba el guerrillero fronterizo los problemas vitales de la Revolución. El pacto dice así: BASES Primera. Se considera como punto fundamental para satisfacer las aspiraciones de los revolucionarios, que el Gobierno Federal demuestre desde luego su decisión de resolver la cuestión agraria en la forma que lo crea más conveniente, es decir, adquiriendo tan pronto como le sea posible terrenos apropiados a la agricultura para subdividirlos en parcelas y adjudicarlos a los agricultores de preferencia revolucionarios en actividad y que carezcan de propiedad raíz deseen adquirida mediante el pago de su precio en condiciones fáciles en varias anualidades y restringiendo el derecho de enajenación y gravamen en los términos que se consideren adecuados para conseguir la subdivisión permanente de la propiedad. Segunda. El personal de las Fuerzas Revolucionarias que desee seguir prestando sus servicios al Gobierno será organizado en Fuerzas Rurales que operarán en las zonas más adecuadas y reconociéndose por el Gobierno los despachos legítimamente otorgados por la Jefatura de la Revolución del Norte, de conformidad con bases que se estipularán. Tercera. Los ex revolucionarios que deseen separarse del servicio de las armas se les pagarán los haberes devengados que no hayan percibido entregando sus armas y equipo. Cuarta. Reponer en sus puestos a todos los soldados ex revolucionarios que hayan sido separados por causas meramente políticas y darles preferencia en igualdad de circunstancias y aptitudes para cubrir los puestos públicos. Quinta. El reconocimiento y pago de las deudas contraídas por la revolución e indemnizar a los revolucionarios en servicio activo de los gastos hechos con motivo de la guerra abonándoles desde luego un venticinco por ciento del monto de los gastos y el resto en las condiciones que permitan las circunstancias del Erario Federal, en el término de un año contado desde esta fecha. Sexta. Decretar de preferencia a cualquiera otro gasto pensiones para las viudas y huérfanos de las víctimas de la revolución. Séptima. No dudando de la buena fe del Gobierno y como la más completa garantía para satisfacción y tranquilidad de los revolucionarios del Norte, aquél dará a éstos la participación que corresponda, tanto en el personal de la administración
del Gobierno del Centro, cuanto en la Jefatura o Gobierno interior de los Estados Revolucionarios Fronterizos y por designación de personas hecha por los Jefes Revolucionarios de! Norte, en consonancia con las tendencias políticas del Gobierno General. Villa Ahumada, Chih., marzo 7 de 1913. No dejaremos sin un brevísimo comentario el pacto del general Pascual Orozco, hijo, porque el contenido de ese documento confirma nuestro juicio, que ya expusimos, acerca de este guerrillero. Aunque del problema agrario se trata en la primera cláusula. del pacto y se pide a ese gobierno usurpador demuestre su decisión de resolverlo, vemos que se deja a ese gobierno en absoluta libertad. para elegir la forma que crea más conveniente. Lo asentado equivale a nulificar por completo el Plan de Ayala y aun el artículo tercero del de San Luis Potosí. Como si lo dicho no fuera un garrafal disparate, se hace la aclaración -que hubiera sido preferible no se hiciese- de que tan pronto como le sea posible al mismo gobierno, compre terrenos adecuados y los fraccione para entregarlos preferentemente a los revolucionarios que carecieran de una propiedad raíz. La sola frase tan pronto como sea posible era el pleno consentimiento para que Huerta aplazara indefinidamente la compra de terrenos, suponiendo que tal fuese el mejor modo de resolver el problema. La repartición debería hacerse de preferencia entre los revolucionarios que hallándose en actividad no tuvieran una propiedad raíz. Este nuevo disparate autorizaba al usurpador para que como acción máxima formara unas cuantas colonias, y dejando satisfechos los intereses personales de quienes se hallaban levantados en armas, quedaran los pueblos -la masa campesina oprimida y explotada- en las mismas condiciones que habían originado el movimiento suriano y la expedición del Plan de Ayala. Con más precisión se habló de que los armados ocuparan puestos en la administración pública, de que se les indemnizara por los gastos que hubieran hecho -sin duda que no se refería a la tropa-, y de la formación de cuerpos rurales, todo lo cual gira en torno del signo de pesos. Cabe pensar que don Pascual Orozco, hijo, procedió con mala fe o con inaudita torpeza; y en ambos casos es imperdonable su conducta, puesto que comprometió los intereses y finalidades de la Revolución. Bien pudo vender su primogenitura por un plato de lentejas y enviar al usurpador, junto con sus bases, la soga para que lo ahorcaran, pues lo mereció; pero lo que no pudo ni debió hacer jamás, fue pretender que el general Zapata lo siguiera en su ignominia. Afortunadamente la Revolución contaba con la integridad y desinterés del general Zapata, y por ello los acontecimientos no siguieron el curso que Pascual Orozco, hijo, les hubiera dado. Lo que propusieron los comisionados de paz En las actas que a continuación reproducimos, se verá lo que propusieron los comisionados de paz a los revolucionarios surianos, tanto a nombre del general Pascual Orozco, hijo, cuanto en el del usurpador. He aquí la primera de dichas actas: En el campamento revolucionario del C. general Emiliano Zapata, en el Estado de Morelos, a los treinta días del mes de marzo de mil novecientos trece, reunidos por una parte el señor coronel Pascual Orozco (padre) originario del Distrito de Guerrero, Estado de Chihuahua y vecino accidental de la ciudad de México, de cincuenta y un años de edad, casado, ex jefe revolucionario defensor del Plan de San Luis reformado en Tacubaya y Villa Ayala, y de la otra parte el expresado general Emiliano Zapata, Jefe de la Revolución de los Estados del Sur y Centro de la República, general Otilio E. Montaño y representantes del núcleo revolucionario cuyos ideales políticos están basados en el Plan de Ayala, el señor coronel Orozco expuso: que como se verá por la carta particular que exhibe, el Presidente Provisional de la República, general Victoriano Huerta, lo ha comisionado para venir a este campamento para hacer proposiciones de paz fundadas en las siguientes condiciones, que no figuran ni en parte mínima de la carta-poder que le acredita en la misión que trae: 1° Que el Jefe de la Revolución, general Emiliano Zapata, designará Gobernador Interino en el Estado de Morelos; que con las fuerzas revolucionarias se formarán varios Cuerpos Rurales que estarán a su mando para resguardar el Estado de Morelos, y 2° Que el problema agrario será resuelto por el Gobierno en la forma que lo crea conveniente, sin estar de acuerdo, conforme a lo prescrito en el Plan de Ayala; que el Gobierno está dispuesto a pagar indemnizaciones a los revolucionarios que no hayan percibido sueldos, pero que no sabe si pagará el Gobierno los demás empréstitos o gastos erogados por la revolución; que también, lo que sí está dispuesto a pagar el referido Gobierno es: pensiones a las viudas de los revolucionarios muertos en campaña. El exponente manifiesta: que estas condiciones le fueron comunicadas verbalmente por el Presidente y son las mismas que aceptó su hijo, el general Pascual Orozco, y una fracción de revolucionarios del Norte, manifestando que el juramento que su hijo, el referido general Pascual Orozco, hizo el 6 de marzo de 1912 (mil novecientos doce) en la Casa Empacadora de la ciudad de Chihuahua, ante el Ejército Revolucionario, en favor de los ideales del Plan de San Luis Potosí reformado en Tacubaya y Villa Ayala, queda satisfecho con las condiciones que viene a proponer. Agregó que aun cuando no están conformes él y su hijo con el Gobierno del general Victoriano Huerta, se han sometido a él, porque ha sido aceptado por el general Félix Díaz, quien también, según le ha manifestado, lo aceptó para no seguir destruyendo la ciudad de México y porque Huerta se puso al lado del cuartelazo felixista, a cambio del puesto que ocupa, aseveración que confirmó la comisión de paz que fue al Estado de Chihuahua. Hace constar el propio coronel Pascual Orozco, que tiene la conciencia de que el Gobierno Provisional del General Huerta no es emanado de la revolución del Norte ni de la revolución del Sur, porque fue constituído por un convenio que sólo conocieron los autores del movimiento armado de la ciudad de México, sin consultar ni atender para ello a los principios de la revolución general del país; pero que ellos lo han aceptado como último recurso para vivir en paz. A nombre de la revolución del Norte el coronel Orozco expuso, por último, que si el gobierno no cumple con las promesas que ellos han hecho a los pueblos de esa región, ellos las demandarán pór medio de la fuerza de las armas. A continuación el general Emiliano Zapata manifestó al comisionado de paz del Gobierno del general Huerta, coronel Pascual Orozco, que él no está de acuerdo en tratar con el Gobierno Provisional de Huerta, por no ser emanado de la Revolución, por haberse colocado fuera de la ley y de los principios revolucionarios que ha enarbolado la Revolución General del país; por tener la investidura de la traición y del crimen contra la Patria y la bandera que ha jurado la Revolución; por haber dado un espectáculo lúgubre ante el mundo que nos pone en parangón con los pueblos bárbaros de la tierra; que no puede reconocer a un Gobierno que mata y asesina sin formación de causa en las sombras de la noche, o a los rayos de la luz del día, sin más ley que su voluntad o su capricho; el cual no tiene más doctrina ni más programa que el engaño, el maquiavelismo y la política porfiriana; que no puede entrar en convenios de paz con un Gobierno que amordaza a la prensa independiente y amaga a los periodistas que hablan de política dentro de la órbita constitucional; que él no puede convenir con el militar, hoy gobernante, que traiciona a su amo y hace un pacto vergonzoso para adueñarse del poder y promueve una tragedia que crispa los nervios de la civilización. Si el general Orozco se desliga de los compromisos que ha contraído y de los principios que ha jurado para adherirse a los que nos ofrecen cadenas y nos salpican de ignominia, con falaces subterfugios y pueriles ofrecimientos, nosotros continuaremos firmes en la defensa de nuestros ideales, hasta obtener el triunfo de la Revolución y arrojar del poder a los usurpadores de los frutos de ella y de la soberanía del pueblo mexicano. A continuación el general Otilio E. Montaño interrogó al coronel Pascual Orozco, por qué causa su hijo, el general Pascual Orozco, había entrado en negociaciones de paz sin tener antes ningún acuerdo con los centros revolucionarios de todo el país, a lo que contestó: que lo hizo así su hijo, el general Orozco, porque creyó que todos los revolucionarios aceptarían lo que él hiciera, y además ha protestado su hijo que no lucharán ni él ni sus fuerzas contra los revolucionarios que en lo sucesivo sigan persiguiendo los mismos ideales que él también persiguió y juró. Además, agregó: Hasta hoy, todavía no se firman los convenios de paz con el Presidente Huerta, porque mi hijo, el general Orozco, pretende que se llenen las aspiraciones de los revolucionarios que tiendan a someterse al Gobierno. Interrogado si ignora el Presidente Huerta que las condiciones para hacer la paz están contenidas en el Plan de Ayala, contestó: que juzga que no lo ignora y le parte difícil al general Huerta cumplirlo en todas sus partes, primero: porque la reforma política de los poderes aun cuando no representaran la soberanía de la Nación, sino la consigna de las dictaduras, es necesario conservar esos poderes, aunque sean ilegales, para hacer la paz; y segundo, porque el Gobierno no cuenta con fondos necesarios para resolver el problema agrario conforme a lo preceptuado en el Plan de Ayala. Preguntado por qué el Gobierno del general Huerta en vez de hacer proposiciones y promesas privadas a los jefes revolucionarios para que se sometan, no las hace públicamente a la Revolución por medio de la prensa, concretando sus promesas y condiciones para que la opinión pública y la Nación juzguen de sus actos y de los nuestros, el comisionado de paz, señor coronel Orozco, manifestó: que le extraña que el Gobierno no lo haya hecho, siendo éste el paso de trascendencia nacional para inspirar confianza en las promesas que hace a la Revolución. Interrogado el comisionado de paz, coronel Orozco, por qué el Presidente Huerta en vez de darle un poder amplio, cumplido y bastante para tratar acerca de los principios e intereses de la Revolución, le daba un poder estrechísimo en una carta particular, como si se tratara de embaucamiento o transacción mercantil de persona a persona, contestó: que no sabe por qué causa el Gobierno diera ese poder fuera del orden diplomático, que no contiene los requisitos para tratar con la Revolución, que es un poder emanado del pueblo y no de un simple particular. Preguntado nuevamente el referido comisionado de paz, respecto a por qué habían entrado en convenios de paz al ser derrocado Madero, siendo que no habían triunfado los principios revolucionarios sino la defección del Ejército y los hombres que la prepararon, contestó: que él, su hijo y otros revolucionarios lucharon por obtener el derrocamiento de Madero, y que los comisionados de paz del Gobierno los precipitaron a una transacción en que figuran promesas que se les tienen hechas de una manera particular y privada que hasta hoy no publica la prensa por no estar el asunto definido. El Jefe de la Revolución, Emiliano Zapata, y el general Otilio E. Montaño, en representación de la Revolución del Sur y Centro de la República, resuelven, para conocimiento del pueblo mexicano, compañeros de armas de toda la República y para conocimiento del Gobierno ilegítimo del general Victoriano Huerta: que son y serán fieles a la bandera que han jurado, que no están dispuestos a desligarse del evangelio de redención cristalizado en el Plan de Ayala; que son incapaces de hacer traición a la causa del pueblo que han defendido, para hacer causa común con la tiranía y los traidores a nuestras instituciones; que si algunos malos mexicanos han violado los principios juramentados, sugestionados por vanas promesas y los treinta dineros de Pretorio; nosotros no queremos paz de esclavos ni paz de sepulcro que nos brindan los incondicionales y los científicos; nosotros queremos la paz basada en la libertad, en la reforma política y agraria prometida por nuestro credo político; somos incapaces de traficar con la sangre de nuestros hermanos y no queremos que las osamentas de las víctimas nos sirvan de peldaños para ocupar puestos públicos, prebendas o canonjías; sobre nuestra conciencia de libertarios está el cumplimiento de las promesas por las cuales nuestros compañeros arrostraron los sacrificios y la muerte. En los principios que defendemos está el bienestar, la paz y la salvación de la República, de la Patria y de nuestras instituciones. La historia vendrá a probarlo. Si Félix Díaz y el Presidente Victoriano Huerta estuvieran inspirados en el más puro patriotismo, en las más sanas tendencias, en el más acrisolado desinterés; si tuvieran más apego al credo de salvación de la Patria y menos ambición; si no tuvieran esa sed de mando que les devora y el hambre de dominar que les produce el suplicio de Tántalo, muy fácilmente puede desligarse el nudo gordiano de la paz; con poco esfuerzo se obtendría la solución de este problema, complicado por la tremenda oleada del despotismo pretoriano; no hay más que un sendero para llegar fácilmente a la pacificación: que Huerta renuncie al puesto que por evento de la defección del Ejército llegó a ocupar; que Félix Díaz y sus camaradas de cuartelazo abdiquen de sus absurdas pretensiones de querer usurpar los derechos de la Revolución, de falsear y conculcar los principios de ella, que vuelvan sobre sus pasos y encaucen sus propósitos en los ideales trazados por los elementos revolucionarios de todo el país; que se establezca el Gobierno Provisional de la Revolución, por la misma Revolución, para que ese Gobierno sea una garantía de los intereses y principios proclamados por la propia Revolución. Solamente así podrá laborarse por la concordia, la paz, la prosperidad y el bienestar del pueblo mexicano, que ha sido pródigo en sacrificios, en sangre, para ir a la conquista de su redención basada en tierras y libertades. Hoy más que nunca, el pueblo y la Revolución empuñan la espada de la justicia,. mientras la tiranía se prepara con mano de hierro para abofetear una vez más a la civilización, a los principios, a lo más caro y sagrado que palpita en el alma mater del Pueblo de México: la Patria. Terminada la conferencia de que se trata, se levanta la presente acta, la cual leída, fue aprobada y firmada por las personas que en el acto intervinieron, así como por las personas testigos presenciales, ordenándose se saquen copias de este documento original: una para el comisionado de paz, coronel Pascual Orozco, y las necesarias para la prensa de México. Pascual Orozco. Cátedra de revolucionarismo Incuestionablemente gallarda fue la actitud del general Zapata, y la crítica histórica tendrá que estimarla en todo lo que significó para la Revolución Mexicana. Hagamos a un lado el estilo ampuloso, muy propio de quien redactó el acta que acabamos de copiar, y fijémonos en la luminosidad de las ideas que contiene. Verdadera cátedra de revolucionarismo fue dada por el general suriano al exponer su inquebrantable resolución de continuar la lucha; al dar a conocer el concepto que se había formado de la situación política del momento; al mostrar su visión acerca de los problemas sociales y la prioridad que les concedía; al poner de relieve sus convicciones y el desinterés de que dió inequívoca e inesperada muestra. Orozco había creído que al influjo de su presencia y con el peso de la representación de su hijo, iba a doblegar al guerrillero, a deslumbrarlo con promesas y a sumarlo al número de los que se habían sometido al usurpador. Pero encontró que no lo inclinaba la condúcta seguida por otros hombres, ni quería entrar en arreglos de paz, porque su espíritu rebelde rechazaba la paz del silencio, la de los sepulcros, la que consistía en doblar la espalda, la paz de los esclavos. Aspiraba a lá que emanara de la libertad y de la reforma política y agraria, que Huerta no podía ofrecer, ni estaba en condiciones de garantizar. No pasó por alto que Orozco hubiera faltado a sus compromisos revolucionarios y que falseando los principios que había jurado sostener, fuese ahora un aliado del usurpador. Solemnemente le señaló el camino que iba a seguir -camino del deber, de la dignidad, del honor-, y apeló, sereno, al fallo de la historia. Rechazó la situación política y militar que se ponía en sus manos, porque no resolvía la situación militar y política de la nación, y añadió sentencioso, que no deseaba hacer, con los huesos de sus correligionarios, los escalones que le permitieran llegar a los puestos públicos, ni estaba dispuesto a traficar con la sangre de sus hermanos. Ni siquiera se refirió a la indemnización ofrecida para las fuerzas, a título de haberes no cobrados durante el tiempo de la campaña; no le interesó la formación de cuerpos rurales con los que quisieron trocar su condición de labriegos por la de soldados de la usurpación. Aunque todo esto representaba un inmediato beneficio para sus hombres armados, no eran éstos los únicos luchadores, ni encarnaban los intereses por los que el general Zapata se consideraba obligado a velar. Detrás de ellos estaba la masa campesina, cuyo interés radicaba en la resolución del problema agrario. Mas he aquí que se ofrecía resolver ese problema a la mayor brevedad posible. Por tanto, la finalidad suprema de la lucha, la razón del levantamiento en armas, la justificación de la sangre derramada, la aspiración de las multitudes que habían seguido al Caudillo, quedaba relegada para un mañana. ¡Ese mañana muy nuestro que núnca llega! Ramos Martínez en escena Veamos ahora lo que otro comisionado propuso al general Zapata, de conformidad con las instrucciones que llevaba. El documento que vamos a reproducir, es una segunda acta que dice así: En el campamento revolucionario del general Emiliano Zapata, en el Estado de Morelos, el día primero de abril de mil novecientos trece, reunidos por una parte el licenciado Jacobo Ramos Martínez, originario de Monterrey, Estado de Nuevo León, y vecino de Cuernavaca, Estado de Morelos, mayor de edad, casado y de profesión abogado, y de la otra parte el Jefe de la Revolución, general Emiliano Zapata y el general Otilio E. Montaño, defensores del Plan de Ayala, con el objeto de celebrar una conferencia política solicitada por el antes expresado licenciado Jacobo Ramos Martínez, y habiéndose dado principio a ella, este último expresó: que viene en calidad de enviado o comisionado del Ministro de Gobernación Alberto García Granados, para hacer proposiciones de paz a los jefes rebeldes de Puebla y Morelos, como se verá por la nota salvoconducto que exhibe, y deseando cumplir con el cometido que se le ha conferido expone: que el señor Ministro de Gobernación Alberto García Granados, con el fin de que la revolución cese, hace las siguientes promesas u ofrecimientos al general Emiliano Zapata: 1° Que solicite por medio de él, telegráficamente el cambio del Gobernador de Morelos ingeniero Patricio Leyva, para verificarlo inmediatamente, substiruyéndolo con la persona del señor Ramón Oliveros, de Cuernavaca; que como se sabe públicamente es su amigo y en caso de que no le conviniere el citado Oliveros, la persona que él designase, concediéndole las mismas facultades al mismo general Zapata para la designación de los presidentes municipales en todo el Estado. 2° Que el mismo general Emiliano Zapata quedará con el carácter de Inspector General de las fuerzas rurales en el Estado, con una fuerza no menor de mil hombres, escogidos de entre las personas que actualmente están bajo sus órdenes, dependiendo exclusivamente de la Secretaría de Gobernación, sin tener que ver con la Secretaría de Guerra. 3° Que el resto de su gente, para que no quede desalentada, se reputará como auxiliares del Ejército Federal, percibiendo sus sueldos desde luego. 4° Que el Cuartel General del señor general Emiliano Zapata se establecerá en Cuernavaca; teniendo como única obligación con las fuerzas de su mando, la de vigilar que no se interrumpa el tráfico de la capital de la República a Cuernavaca. 5° Que en cuanto a cuestión de tierras y aguas, a la presentación de títulos primordiales por los interesados, serán atendidos de una manera favorable para la obtención de lo que cada uno demande. Como final de estas proposiciones a título de confidenciales, le expresó al declarante el señor García Granados, lo siguiente: Sírvase decirle al general Zapata que echemos un velo sobre el pasado; que ya no queremos derramamiento de sangre mexicana y que quedando la situación de Morelos en sus manos en los momentos de la lucha de la elección presidencial, se pondría de acuerdo con él para que recayera en una persona del elemento civil, nunca en una persona del elemento militar;
que finalmente apelaba a sus sentimientos de buen mexicano y patriota para que tomara en consideración todo lo conveniente que era para el país en las actuales circunstancias por que atraviesa, trabajar todos los mexicanos unidos para hacer desaparecer el constante peligro de la intervención norteamericana que nos amenaza. El jefe de la Revolución, general Emiliano Zapata, enterado de las promesas que se le hacen por mediación del licenciado Ramos Martínez, contestó a éste: Las proposiciones que usted viene a hacerme de una manera privada, por parte del señor Garcia Granados, no satisfacen a los ideales de la Revolución General del país, ni tampoco creo que esté autorizado para hacer semejantes proposiciones; porque la nota del Ministro que le dió la comisión que desempeña, ni contiene el acuerdo del Ejecutivo ni le da poder para tratar con la Revolución a que represento; entienda usted que los intereses de una Revolución no se pueden tratar de una manera tan absurda e ilegal. La revolución representa un poder emanado del pueblo y como tal debe tratársele. Si el Gobierno de Huerta, surgido del Cuartelazo, no reconoce el poder de la Revolución, la Revolución no puede reconocer el poder del Gobierno que no tiene más investidura autoritaria que la que le dió la defección del Ejército. Me llama profundamente la atención que siendo usted una persona idónea, haya aceptado el mandato particular del Ministro de Gobernación, quien ni siquiera toma el nombre del Gobierno a quien sirve para darle una comisión que lo coloca en la picota del ridículo, empujándolo a una aventura que lo pone fuera de la misión diplomática que pudiera ejercitar; pero como quiera que sea, haga conocer al señor García Granados que nuestra Revolución no es local, sino que está ramificada en sus relaciones y principios en todo el país, estando condensados sus anhelos en el Plan de Ayala; que haga conocer al Gobierno a quien sirve que para hacer la paz nacional es necesario que Huerta renuncie el poder que sin derecho alguno usurpó a la Revolución, que todos nos unamos para que triunfen los principios, no los hombres, y que de conformidad con los principios se establezca el Gobierno Provisional de la República, al cual garantizará el cumplimiento de las promesas de la reforma política y agraria que proclamamos>; que si él, Huerta, y Félix Díaz, quieren evitar la efusión de sangre del Ejército y de nuestros hermanos, que se inclinen ante los principios de la Revolución abdicando de toda ambición personal, alejándose de la teoría de los hombres únicos para gobernar y del embrión rutinario creador de los hombres incondicionales. En cuanto a las proposiciones que se me hacen, refiriéndome a alguna de ellas como la de que yo designe Gobernador de este Estado, nunca usurparía esa facultad, que corresponde según nuestros ideales que defendemos, a la junta de los principales revolucionarios de esta Entidad. en la que yo tomaría parte; pero no con el carácter de Dictador, sino de simple miembro para emitir mi voto y en ese caso creo que no resultaría designado Ramón Oliveros por ser un autómata o maniquí de los hacendados y porque ya en otro tiempo pretendió ese puesto, que siempre ha sido el sueño dorado que le produce la fiebre de su ambición, pero que no ha llegado a él por ser un impopular y no contar con las simpatías del pueblo. Yo, en mi carácter de ciudadano y jefe revolucionario, nunca designaré mandatarios que deben designar los representantes de una colectividad. Por otra parte, no hemos tomado en nuestras manos la bandera revolucionaria para tener la triste solución de acaparar puestos públicos, ni de medrar a costa de tantas víctimas y mártires; nosotros no perseguimos el bienestar personal ni vamos en pos de satisfacer pasiones; nuestro objeto, me he cansado de repetirlo, está marcado con resplandores de luz meridiana en el Plan de Ayala. Me dice usted que en caso de haber arreglo, yo y mis fuerzas no dependeríamos del Ministerio de Guerra sino del de Gobernación y que como único radio de acción y de obligación tendríamos que cuidar no se interrumpiera el tráfico de México a Cuernavaca; no comprendo por qué el señor García Granados tiene la osadía de proponerme condiciones que, de ser aceptadas, un Gobierno que se precia de civilizado iría al desbarajuste y a la bancarrota de su administración. Por último, diga usted al Ministro de Gobernación Alberto García Granados, que no trato de atizar odios, ni de provocar represalias absurdas; que mis condiciones para hacer la paz son inalterables y que si pretende que echemos un velo sobre el pasado, que colabore para que Huerta y Diaz entreguen el poder a la Revolución y se sometan a sus principios; que si desgraciadamente surgiera la intervención americana, ellos serían los responsables por no respetar el derecho de todos y por el delirio de que el poder no se les escape de sus manos. Si éstos se encastillan en no respetar los derechos de la Revolución, haremos la guerra hasta someterlos a los ideales que defendemos; pues estamos seguros de que ni medio millón de soldados nos vencerán: México, el Pueblo, está con nosotros. A continuación el general Otilio E. Montaño interrogó al licenciado Jacobo Ramos Martínez, por qué antes de venir a este campamento se dirigió a los jefes subalternos del Jefe de la Revolución Emiliano Zapata, procurando cohecharlos para que se rindieran al Gobierno, a lo cual contestó: que primeramente se dirigió al general Francisco Mendoza, por medio de una carta en que le exponía que el Gobierno estaba inspirado en las mejores intenciones de que concluyese la guerra; que para el efecto el declarante traía de parte del Ministro de Gobernación proposiciones que en su concepto creía muy pertinentes; que no recuerda exactamente el contenido de esa carta; pero que sí fue con el exclusivo objeto de aproximarse a él como uno de los jefes de la Revolución para saber dónde se encontraba el general Zapata; que a continuación estuvo en Tlancualpicán y en ese punto se dirigió con dos o tres cartas al general Eufemio Zapata, encareciéndole se sirviera decirle el paradero de su hermano el general Emiliano Zapata, con quien deseaba conferenciar asunto de Gobierno; que a esto se redujo la gestión que hizo. Interrogado por qué durante un prolongado lapso de tiempo hizo conocer a la prensa de México que estaba gestionando la paz en este Estado, siendo que el general Emiliano Zapata le resolvió con oportunidad no estar dispuesto a entrar en convenios de paz con ningún gobierno que rechazara los principios de la Revolución, contestó: que en octubre de mil novecientos doce llegó a Tlancualpicán con el objeto de conferenciar con el general Zapata para exponerle a nombre del entonces Ministro de Gobernación, Jesús Flores Magón, que se sirviera hacer la paz en el sentido que entonces se le proponía bajo el concepto de que lo que se pretendía era que días después, con el objeto de celebrar la paz, se hubiera dado un banquete en la ciudad de Cuernavaca, a donde hubieran sido invitados con toda seguridad los entonces Presidente y Vicepresidente de la República, señores Madero y Pino Suárez, a quienes convenía eliminarlos del poder públicamente, por medio de venenos en los alimentos; que en cuanto a las noticias de gestión de paz atribuídas a él, que publicó la prensa, el declarante jamás autorizó ni la menor noticia sobre el particular; confiado además en el desprestigio en que está la prensa capitalina, no era necesario hacer ninguna observación en contrario, puesto que la gente sensata no da ningún crédito a la vocinglera noticiería de la prensa. El Jefe de la Revolución general Emiliano Zapata y el general Otilio E. Montaño, en nombre de los principios contenidos en el Plan de Ayala, resuelven y hacen constar para conocimiento de los revolucionarios y habitantes de la República y para conocimiento del enviado del Ministro de Gobernación, licenciado Jacobo Ramos Martínez: que si nos vemos en el caso de continuar la guerra es porque Félix Díaz y Huerta nos señalan ese camino, puesto que de la defección del Ejército han hecho el escabel de la fortuna para llegar al poder. Huerta es el guardián del puesto que debe ocupar Félix Díaz y éste no espera más que el momento propicio para burlar el sufragio, como ha burlado a la Revolución para restaurar la dinastía del porfirismo. Si efectivamente se pretendiera hacer la paz, deberían comenzar por respetar los derechos y principios de la Revolución, y como preliminar de concordia, debían convocar a una convención formada por delegados civiles o militares que se hicieran representar por el núcleo revolucionario de cada Estado, y de la idoneidad de ese conjunto bien pudiera partir de una manera razonable y deliberada el Gobierno Provisional de la Revolución que podría garantizar las promesas que espera ver realizadas la República; nuestra manera de obrar y de pensar está condensada en este lema: Cúmplanse los principios de la Revolución y la paz será un hecho. Terminada la conferencia solicitada por el licenciado Jacobo Ramos MartÍnez, se levanta la presente acta, la cual fue leída, aprobada y firmada por los conferencistas y testigos presenciales que concurrieron al acto, ordenándose se expida copia de este documento al licenciado Jacobo Ramos Martínez y las copias para la prensa de México. J. Ramos Martínez. Intrigas y futurismo Causa repugnancia asomarse a las intrigas que se habían desarrollado y las que estaban desarrollándose. Repugna enterarse de que, en una de las ocasiones en que se propuso al general Zapata que depusiera las armas, y dándose la rendición como un hecho, se hubiese planeado celebrar el acontecimiento con un banquete, cuyo verdadero fin era el de envenenar a los señores Madero y Pino Suárez. Sin duda que fue parte del plan, atribuir al Caudillo del Sur la monstruosidad que se deseaba cometer, pues los interesados en eliminar a aquellos señores del Poder, también deben haber tenido no poco interés en suprimir, cuando menos de la política, al guerrillero. No era la primera vez que la reacción pretendía la desaparición del señor Madero, mezclando en ella al general Zapata. Recuérdese el imprudente avance de las fuerzas federales mandadas por Huerta, cuando en agosto de 1911 los dos primeros se hallaban conferenciando en la ciudad de Cuautla. Claramente se vió entonces que la acometida de las tropas federales tuvo el objeto de exasperar al rebelde suriano para que descargase sobre el señor Madero el peso de su enojo y que la Revolución quedara decapitada por uno de sus propios hombres. Afortunadamente, en 1911 la serenidad del general Zapata, su respeto hacia el Jefe de la Revolución, el sincero cariño que le profesaba y la confianza que en él tenía, evitaron que se realizara la criminal intriga que la reacción habría aplaudido hasta rabiar. En 1912, aquel respeto, aquel cariño -que eran lealtad-, se habían extinguido, así como la confianza en el señor Madero; mas se había proclamado el Plan de Ayala y su sostenedor desoyó las proposiciones que se le hicieron durante la administración maderista, porque no tenían como base la implantación de la reforma agrana. Y he aquí cómo la recta conducta de un hombre, en dos momemos distintos, dió al traste con las torcidas maniobras de la reacción. Las proposiciones que se le presentaban en 1913, a nombre del Ministro de Gobernación, tuvieron el mismo resultado negativo que las anteriores, con el agregado de que en esta vez echaron a perder los trabajos futuristas que desde su encumbrado puesto estaba realizando ese personaje. Porque claramente se ve que el ingeniero García Granados era el civil que se quería llevar a la Presidencia de la República, según leímos en la carta del licenciado Ramos Martínez al general Eufemio Zapata, y luego en el acta que dejamos copiada. El juego se descubre completamente cuando el comisionado de paz expone el pensamiento del Ministro para que en forma confidencial lo trasmitiera al general Zapata: un velo sobre el pasado, no más derramamiento de sangre, y quedando la situación de Morelos en sus manos, en los momentos de la lucha de la elección presidencial se pondría de acuerdo con él para que recayera en una persona del elemento civil, nunca en una persona del elemento militar. Mayor claridad no podía pedirse en lo que deseaba el señor Ministro de Gobernación; y en cuanto al licenciado Ramos Manínez, parece que el destino le había deparado el desempeño de tristes papeles, pues en el fondo del que representó en 1912 estaban la infamia y el crimen; en el que se hallaba desempeñando en 1913, estaban las ambiciones de un hombre que pretendía ganar la delantera a los mismos que le habían confiado el Ministerio de Gobernación. Ni un solo sentimiento generoso, noble, levantado. Sed de mando y hambre de dominio, había dicho el general Zapata, y esa era la verdad. Sin embargo, razonó cada punto al rechazarlo, para que se viese con toda claridad por qué no se hundiría en el fango quien buscaba la elevación de su clase y el destino de su patria. Más generalizado de lo que se piensa, existe en los hombres que llegan a ocupar un elevado puesto o a dirigir grandes masas, el error de suponerse investidos de las facultades que corresponden a la colectividad; pero el general Zapata, al rechazar la proposición de que designara gobernador de Morelos, dió claras muestras de que en su mente se hallaban bien demarcadas sus prerrogativas y las ajenas. Correspondiendo el nombramiento de gobernador provisional a una asamblea, según el Plan de Ayala, dijo con toda la naturalidad emanada de la conciencia de sus deberes, que en ella estaría, mas no para imponer su voluntad, sino para sumarla al conjunto. No puede darse mayor sentido democrático en quien pensaba que su figura como Jefe de la Revolución, debía esfumarse para que la genuina voluntad de una asamblea se expresara libremente en la pluralidad de la votación. Y como si no fuera suficiente lo que había dicho, recalcó su propósito con esta significativa expresión: Yo, en mi carácter de ciudadano y jefe revolucionario, nunca designaré mandatarios que deben designar los representantes de una colectividad. Errados esruvieron Huerta al querer hacerlo su aliado y García Granados al pretender que fuera el instrumento de sus ambiciones. ¿Qué pensaron del Caudillo? Todo, menos que habían tropezado con un demócrata sincero, un hombre de carácter y de firmes convicciones. Seguramente que lo consideraron un iluso, puesto que rechazaba una situación que muchos hubieran querido para sí, aun cuando se hubiesen hundido en la ignominia. Pero las opiniones de Huerta y de su colaborador, son lo de menos; infinitamente valen más las que se formen las generaciones futuras cuando conozcan la actitud gallarda del rebelde, cuando la mediten, analicen y comparen. Y ya se han emitido algunas opiniones. Del campo enemigo espigamos la siguiente que corresponde al ingeniero Francisco Bulnes, adversario de la Revolución Mexicana y, por esa circunstancia, insospechable de benevolencia. Mas antes de reproducir parte de un artículo suyo, intitulado El Culto a Zapata -y por el título puede colegirse lo que del Caudillo dice-, queremos anticiparnos a la suspicacia de algunos constitucionalistas, recordarles que nuestras ideas ya quedaron expuestas y que no podemos, sin mutilar el fragmento que sigue, suprimir algunas de sus frases. Lo que dijo Bulnes En febrero de 1913, el general don Victoriano Huerta procuró atraerse a Zapata, lo que no consiguió, causando a los cuartelarios febreristas la nulifcación de ocho mil soldados federales, ocupados en evitar que el zapatismo se desbordara sobre Puebla, Toluca y el Distrito Federal, hasta tirotear a la ciudad de México. Huerta era un malvado, pero militar, y si Zapata lo reconoce, su plan consistía en enviar los ocho mil hombres al Norte, tomarle dos o tres mil a la División que estaba en el Estado de Chihuahua y con diez mil hombres invadir a Sonora por el Estado de Chihuahua, cortar a los revolucionarios sonorenses sus comunicaciones con los Estados Unidos, tomarles Hermosillo y al mismo tiempo presentar en Güáymas una División federal de cinco a seis mil hombres. Era muy difícil que si el plan de Huerta se hubiera realizado, los constitucionalistas hubieran obtenido un triunfo tan brillante y tan rápido como el que ha causado la ruina del país. Debe afirmarse que los dos hechos que hicieron triunfar a la revolución de 1914 contra Huerta, fueron: la actitud de Zapata para enfrentarse con la nueva situación y el asesinato de Madero, crimen político de estupidez inconcebible y que sin él, el Presidente Wilson habría reconocido y apoyado a Huerta, porque el pueblo americano aplaudió el cuartelazo contra Madero y reprobó indignado su asesinato. A Zapata se debe, pues, la victoria llamada constitucionalista. Y no será torpe el orador, el escritor o el historiador que lo llame padre de la revolución (Tomado de: Bulnes, Francisco, Los grandes problemas de México, Ediciones de El Universal, México, 1927, pág. 161. Nota del General Gildardo Magaña).
Señor general Eufemio Zapata.
Donde esté.
Sr. Lic. Jacobo Ramos Martínez.
Presente.
A. G. Granados.
México, febrero 27 de 1913.
Sr. general Don Emiliano Zapata.
Revolucionario.
Señor general Don Emiliano Zapata.
El Jilguero.
Ignacio Ocampo y A.
Blas Sobrino.
Señor general don Emiliano Zapata.
Estado de Morelos.
México, D. F., marzo 15 de 1913.
Sr. general Emiliano Zapata.
Su Campamento.
Recibido en Tlaltizapán a las 8.40 p. m.
Sr. general Emiliano Zapata.
Su campamento.
Vía Hacienda de Temilpa.
Simón Beltrán.
R. 6.10 _P. M.
Del Campo Revolucionario (Vía Tlaltizapán).
Sres. Pascual Orozco y Simón Beltrán.
Señor coronel Modesto Rangel
Donde se encuentre.
Sr. general Emiliano Zapata.
Campamento.
Sr. general don Emiliano Zapata.
Estado de Morelos.
México, 22 de marzo de 1913.
Señor coronel Pascual Orozco, Sr.
Presente.
De Palacio Nacional, el 22 de marzo de 1913.
Recibido en Cuernavaca 24 Of.-H. D. 4.30.-H. R. 5.5 p. m.
Pascual Orozco Sr.
que para la pacificación definitiva del Norte de la República somete a la consideración del Gobierno la Comisión Oficial, de mutuo acuerdo con el señor general Jefe del Ejército Revolucionario del Norte Don Pascual Orozco, h., de conformidad con las opiniones de los demás Jefes Subalternos.
Es copia de la original.
P. Orozco, hijo.
Francisco Alamillo.
A. Hermosillo.
Blas Sobrino.
J. García Treviño.
E. Mazari.
Luis Cajigal.
J. Ramos Martinez.
El Gral. Emiliano Zapata.
El Gral. Otilio E. Montaño.
Luis Cajigal.
P. Orozco.
Francisco Alamillo.
S. Treviño Carranza.
A. Hermosillo.
Blas Sobrino.
J. García Treviño.
E. Mazari.
Gral. Otilio E. Montaño.
Gral. Emiliano Zapata.