Índice de Emiliano Zapata y el agrarismo en México del General Gildardo MagañaTOMO III - Capítulo IV -Tercera parte- El general Zapata expone sus puntos de vistaTOMO III - Capítulo VI - Otra vez la campaña de terrorBiblioteca Virtual Antorcha

EMILIANO ZAPATA
Y EL
AGRARISMO EN MÉXICO

General Gildardo Magaña
Colaboración del Profesor Carlos Pérez Guerrero

TOMO III

CAPÍTULO V

LA LUCHA CONTRA EL HUERTISMO


Habiendo fracasado las diversas gestiones de la administración huertista cerca del general Emiliano Zapata, e indignado el usurpador por la tremenda requisitoria que por conducto de sus emisarios le envió el inquebrantable revolucionario suriano, fue natural que se le declarase oficialmente bandido y que sobre su persona y actuación, volvieran a llover los epítetos y denuestos, de los que no se había echado mano mientras se creyó que rendiría sus armas.


Huerta comunica su exaltación a don Porfirio Díaz

La lucha se recrudeció, como no podía dejar de suceder; mas antes de ocuparnos de ella, conviene recordar ciertos hechos desarrollados inmediatamente después de que Huerta escaló la Presidencia.

Uno de sus primeros actos fue el de dirigirse a don Porfirio Díaz, participándole su encumbramiento, a lo que el caudillo tuxtepecano contestó:

40 Minia S8.-H.
Presidente República.
México.

La consideración que usted me dispensa en mi alejamiento de la vida pública, es de inestimable valor para mí, y más aún la delicada forma y las frases benévolas con que se sirve participarme su exaltación a la Presidencia Interina de la República.

Acepte usted los testimonios de mi profunda gratitud, y mis votos porque su abnegación y patriotismo lleven a la conciencia del pueblo el convencimiento de que sólo a la sombra de la paz podrá prosperar nuestra patria y ser feliz y respetable.

Porfirio Díaz.

Por su parte, el Subsecretario de Guerra y Marina, a nombre del Ejército Federal, envió el siguiente cablegrama:

Febrero 24 de 1913.
Señor general Porfirio Díaz.
Hotel Astoria.
París.

Siendo usted una de las más grandes glorias de la Patria, el Ejército se sentiría orgulloso si usted se sirve acceder al servicio activo.

Manuel M. Velázquez, Subsecretario de Guerra y Marina.

Del incensario de la prensa conservadora salieron entonces los más cálidos elogios para el llamamiento que se calificó de acto justiciero y que en verdad no fue sino un golpe teatral del usurpador para atraerse la voluntad de quienes soñaban con la restauración del régimen de don Porfirio.

Debió estar seguro de que el general Díaz no aceptaría volver a la patria, pues dada su penetración política, no eran una garantía para él la situación creada por el cuartelazo de su sobrino y la felonía de Huerta; ni la presencia de un puñado de ambiciosos en el gobierno; podía destruir las ideas, las causas y las aspiraciones del pueblo, que habían determinado el movimiento de 1910.


Revolucionarios asesinados por el huertismo

Algunos revolucionarios surianos, ya sea por ignorancia, por ligereza o por debilidad de carácter, acudieron al llamado que les hicieron los jefes militares huertistas; mas pagaron demasiado caro su error.

Antonio Limón, quien se había distinguido luchando denodadamente en defensa del Plan de Ayala, en el Estado de México, fue invitado a pasar a Toluca y allí mismo se le pasó por las armas.

Ireneo Vázquez, quien se había distinguido también en la lucha a favor del Plan de Ayala, tuvo la debilidad de acudir a una invitación que le hizo el jefe huertista de guarnición en Atlixco, y fue asesinado en unión de quienes lo acompañaban.

Camerino Mendoza, prestigiado revolucionario maderista. encontró también la muerte en unión de sus hermanos Cayetano y Vicente, así como de algunos otros revolucionarios, en su propia casa, en Orizaba, Ver.

Y a todos estos asesinatos sobresalió y puso la nota de barbarie, el que justificadamente llamó la atención pública en los últimos días de marzo del fatídico año de 1913, perpetrado en el general revolucionario Gabriel Hernández, que se llevó a cabo en el interior de la cárcel de Belén, ordenado personalmente por el gobernador huertista del Distrito Federal, ingeniero Enrique Cepeda, quien mandó incinerar el cadáver de su víctima, sin duda con el fin de aparecer muy radical ante su jefe y asegurar así toda su confianza.

Mas contrastando con la actitud de Huerta y del gobernador del Distrito Federal, así como con la de jefes militares a su servicio, en el Sur los bandidos zapatistas -como ya los llamaba nuevamente la prensa mercantilista- procedían contra sus enemigos en forma enérgica, pero noble, pues se les enjuiciaba, como hemos visto, para esclarecer el grado de su responsabilidad, dándoles los medios de defensa compatibles con su situación.

No porque hoy sea generalmente execrado Victoriano Huerta, sino por seca justicia, conviene llamar la atención sobre los procedimientos de respeto a la vida humana que seguían los bandoleros, mientras que el gobierno hería arteramente a sus enemigos.


Acción vigorosa de los revolucionarios

Pero si algunos revolucionarios reconocieron al gobierno de Huerta, en cambio una gran mayoría apretó las filas y rodeó al general Zapata, secundando resueltamente su viril actitud, que se vió apoyada por diversos grupos que se habían significado como agraristas en distintas regiones del país.

Entre esos grupos figuraron primerísimamente el de los hermanos Cedillo, en San Luis Potosí; el de Máximo Castillo, en Chihuahua; el de Calixto Contreras, en Durango. De este jefe y de Orestes Pereyra, se hacían la siguiente pregunta quienes no entendieron de ideales ni estaban capacitados para sentir las causas de su rebelión: ¿por qué esos hombres desconocen a todos los gobiernos?

Pero a la vez que con la acción de esos luchadores que ya estaban en la brega, se manifestó con nuevos y formidables brotes armados el muy justo anhelo del pueblo mexicano.

Ya hemos visto cómo don Venustiano Carranza enarboló en Coahuila su pendón, en torno del cual se agruparon entusiastas jefes de extracción maderista.

Jesús Agustín Castro, con su cuerpo de rurales, lanzó el grito de rebelión en Tlalnepantla, del Estado de México, muy cercana a la capital de la República.

Los carabineros de Coahuila, al mando de Francisco Cosío Robelo, se sublevaron en San Angel, en pleno Distrito Federal, y se incorporaron a las filas revolucionarias.

Alfredo Elizondo desconoció al gobierno de la usurpación y se unió, con sus carabineros, a don Genovevo de la O, en Santa Marta, del Estado de México, el 23 de febrero. Más tarde lo veremos al lado del general Gertrudis Sánchez en Michoacán.

Camilo Gastélum se alzó en armas en Agua Prieta, Sonora. El gobierno de este Estado desconoció al usurpador, y bajo sus auspicios Obregón, Calles, Cabral, Alvarado, Hill, Bracamontes y otros, formaron el compacto y bien organizado núcleo que, procediendo con gran actividad, llegó a dominar militarmente una extensa zona que muy pronto fue el baluarte del movimiento constitucionalista.

Francisco Villa entró en acción y organizó en Chihuahua su pujante grupo.

Cándido Navarro y Angel Barrios, revolucionarios idealistas de la vieja guardia, que se hallaban presos en la penitenciaría del Distrito Federal, se incorporaron a las filas del Sur tan pronto como obtuvieron su libertad.

Cuatro fuertes núcleos se formaron en Michoacán. Uno de ellos estuvo integrado por los señores Gertrudis Sánchez, Joaquín Amaro, Juan Espinosa y Córdova, Tranquilino Mendoza y Alfredo Elizondo, quienes se habían sublevado en distintos lugares y bajo la jefatura del primero se unieron para batir al huertismo con diligencia y energía. Al paso del entonces coronel Gertrudis Sánchez por el Estado de Guerrero, se le unieron los hermanos Héctor, Alfredo, Lionel y Homero López, José Hurtado, Cipriano Jaimes, quien pertenecía a las fuerzas del general Jesús H. Salgado, y Andrés Figueroa.

Otro elemento de valía se unió en Michoacán a Gertrudis Sánchez: fue don José Rentería Luviano, a quien sorprendió el cuartelazo de febrero en la ciudad de México formando parte de un cuerpo de rurales. De México salió hacia la región de Huetamo, del Estado de Michoacán, donde comenzó febrilmente a levantar hombres, de modo que cuando el coronel Sánchez pasó por esa región, sumó su contingente de cuatrocientos individuos, con ese desinterés y falta de ambición de los michoacanos, pues debemos decir que Gertrudis Sánchez no era de ese Estado.

Un segundo núcleo se formó simultáneamente con Cenobio Moreno, quien se había levantado en armas en Parácuaro; Benjamín Ruiz Gorostieta, sublevado en Arteaga; Miguel Villaseñor, quien se pronunció en Tancítaro y el coronel maderista Sabás Valladares, quien se había rebelado en Los Reyes.

Entre los integrantes del grupo encabezado por Benjamín Ruiz Górostieta, figuraba como capitán primero el hoy general de brigada José Tafolla Caballero; con los hombres de Miguel Villaseñor, estaban José Méndez (a) El Indio, Pablo Tortoriel y Juan Vega.

Habiéndose unido en Tancítaro, marcharon hacia un punto cercano a Coalcomán, donde se sumaron al núcleo los señores Rafael Sánchez Tapia, Jesús y Rafael Ordorica, Benigno Serratos y Sabás Valladares. Todos estos elementos atacaron y tomaron la importante plaza de Apatzingán.

Pero en el combate sostenido en la barranca de La Rueda, el 13 de mayo, murieron Miguel Villaseñor y Benjamín Ruiz Gorostieta, así como un hijo del coronel federal Gordiano Guzmán, contra cuyas fuerzas pelearon; el núcleo se fraccionó entonces, uniéndose sus integrantes al ya general Gertrudis Sánchez, con excepción de don Rafael Sánchez Tapia que lo hizo al núcleo encabezado por Eutimio Figueroa, tercero de los que se formaron en Michoacán.

Eutimio Figueroa se rebeló en San Antonio de la Loma, del Estado de Jalisco, en los límites con Michoacán, el 6 de marzo de 1913, siendo quinientos hombres el número inicial de sus fuerzas. Como este dato puede parecer exagerado, vamos a dar antecedentes que estimamos necesarios.

Es originario de Los Reyes, Estado de Michoacán; se rebeló contra e! gobierno de Porfirio Díaz, al lado de don Marcos V. Méndez, en San Francisco Peribán, el 24 de noviembre de 1910. Marcos V. Méndez, de quien brevemente nos ocupamos en e! tomo anterior, abrazó la causa maderista y en su manifiesto lanzado en Peribán de Ramos, para dar a conocer su actitud, expresó que el objetivo de su lucha era el cumplimiento del artículo tercero del Plan de San Luis Potosí, con lo que definió desde un principio su posición agrarista. En breve tiempo logró dominar en la tierra caliente y en la sierra de Uruapan, habiendo tomado esa ciudad el 14 de mayo de 1911. La suspensión de hostilidades y el Pacto de Ciudad Juárez inmovilizaron a don Marcos V. Méndez en Uruapan, donde se hallaba cuando recibió órdenes de licenciar sus fuerzas, lo que hizo con verdadera pena, como la mayoría de los maderistas. Sólo quedaron sin licenciar los componentes de su estado mayor y una pequeña escolta.

Habiendo recibido instrucciones de presentarse en la ciudad de México, tuvo oportunidad de conocer al general Emiliano Zapata, con quien celebró varias conferencias en e! hotel Coliseo, conferencias que sirvieron para reafirmar su credo agrarista, y en una de ellas presentó a Eutimio Figueroa, por quien tenía gran estimación. Los simpatizadores del general Méndez lo postularon como gobernador del Estado, y habiendo ofrecido que si triunfaba implantaría reformas de carácter agrario, pero que si se burlaba el voto se levantaría en armas tremolando como bandera el Plan de Ayala, que para entonces ya se había proclamado, cumplió su ofrecimiento y se lanzó a la lucna. Perseguido tenazmente, murió combatiendo el 14 de febrero de 1912 en el rancho de El Pino, del distrito de Apatzingán, a manos del teniente coronel Eutimio Díaz y del teniente Martín Barragán. Aunque las fuerzas sufrieron una casi total desintegración, todos sus componentes reconocieron como sucesor del general Méndez a Eutimio Figueroa, quien hizo un viaje a Morelos para ponerse en contacto con el general Zapata. A su regreso, Figueroa no pudo utilizar aquella fuerza inmediatamente, porque en su ausencia se creó un estado de cosas muy poco favorable que lo hizo permanecer a la expectativa; pero cuando supo los acontecimientos de febrero de 1913, convocó desde luego a sus simpatizadores y con ellos se lanzó a la contienda, proclamándose sostenedor del Plan de Ayala y reconociendo como Jefe Supremo al general Emiliano Zapata. En el curso de esta obra volveremos a ocuparnos del general Eutimio Figueroa, gallarda figura agrarista del Estado de Michoacán.

El cuarto núcleo se formó con el general Guillermo Garda Aragón, como jefe. Se hallaba en el Estado de Guerrero al acontecer el cuartelazo de la Ciudadela; pero dados sus antecedentes maderistas, desconoció a Huerta, como lo hicieron también los generales Rómulo y Francisco Figueroa.

Aunque existía un profundo distanciamiento entre estos tres señores y el general Zapata, ahora las circunstancias los aproximaban lo suficiente para abrir un paréntesis en sus diferencias; así lo demostraron no sólo el hecho de que no se atacaran las fuerzas, sino que tomaran parte en distintos combates, elementos de los señores Figueroa en combinación con los zapatistas. Citaremos, por vía de ejemplo, el ataque a Huitzuco -en que el continuador de esta obra estuvo-, llevolo a cabo el 12 de diciembre, y en el que tomaron parte don Rómulo Figueroa y Jesús Capistrán, defensor, el último, del Plan de Ayala.

Habiéndose puesto García Aragón en contacto con el general Zapata, recibió la comisión de marchar a Michoacán para revolucionar allí, pues al Caudillo le interesaba sobremanera aquel Estado en el que contaba con partidarios de su causa, como lo eran los elementos que habían estado a las órdenes del extinto general Marcos V. Méndez. Además; conocía personalmente a Eutimio Figueroa, sabía cuál era la actuación de Miguel de la Trinidad Regalado y deseaba, por tanto, que todos esos valores revolucionarios entraran en plena actividad.

Con una fuerza de cuatrocientos hombres bien armados y llevando como inmediatos subalternos a los coroneles Rutilo Torres y Prócoro Porcaya, guerrerenses, salió García Aragón a Michoacán, donde llegó a fines de abril. Desde luego procuró ponerse en contacto con Figueroa, quien a su vez se puso bajo sus órdenes, ofreció unírsele bien pronto y desde luego prestarle toda la ayuda necesaria, en virtud de la comisión que llevaba conferida por el general Zapata. Figueroa se disponía a incorporarse a las fuerzas de García Aragón; pero se lo impidió un desastre del que luego hablaremos.

Mientras tanto, García Aragón comenzó a actuar bajo muy buenos auspicios y tuvo la fortuna de que se le incorporaran elementos de valía, como Miguel de la Trinidad Regalado, Luis Santoyo y el entonces muy joven, pues tenía 17 años de edad, y hoy general de división Lázaro Cárdenas, quien haciendo honor a su origen revolucionario, ha sido un ardiente agrarista y el más alto exponente de ese credo que ha ocupado la Presidencia de la República.

Miguel de la Trinidad Regalado merece capítulo aparte; pero vamos a hacer de él breve recuerdo. Era conocido como el apóstol del indio por su infatigable labor en pro de su raza. En el año de 1906 hizo un viaje a la ciudad de México para gestionar, ante la administración del general Díaz, la devolución de las tierras que se habían arrebatado a las comunidades indígenas de Michoacán. Por su posición agrarista, se adhirió al Plan de San Luis Potosí, combatió en las filas maderistas y nuevamente requirió las armas para luchar contra Victoriano Huerta. Selló con su sangre la doctrina que sustentó durante su vida, pues en 1917 fue asesinado por órdenes de terratenientes de la región de Zamora y su cabeza fue paseada en una pica por las calles de esa ciudad.

En el mes de mayo de 1913, Guillermo García Aragón ocupó la plaza de Apatzingán, que había tomado el núcleo de Cenobio Moreno. Allí comenzó a reunir a los revolucionarios que pudo, con el fin de trasmitirles las instrucciones que llevaba del Cuartel General del Ejército Libertador. Poco después dejó la tierra caliente y marchó a la sierra, librando diversos combates con resultados satisfactorios; pero el 15 de junio tuvo uno en Purépero contra fuerzas del coronel federal Rodriga Paliza, mandadas por un jefe de apellido Fernández Lara, y siendo el resultado de esta acción desastroso, García Aragón abandonó el Estado de Michoacán.

Su núcleo se desarticuló, habiéndose unido algunos de sus elementos al general Gertrudis Sánchez, otros a Eutimio Figueroa, mientras que el joven Lázaro Cárdenas buscó el contacto de Eugenio Zúñiga, quien procedía del Estado de Jalisco.

Por lo que se refiere a Prócoro Porcayo, continuó luchando aisladamente con 180 hombres que lo seguían; mas habiendo desoído las indicaciones que le hizo el general Eutimio Figueroa, se internó en Jalisco, donde recibió la muerte a manos de elementos de Santa María del Oro. Al saberlo Figueroa, marchó violentamente al lugar y castigó con severidad a los matadores del valiente Porcayo, después de lo cual reunió a la mayor parte de los hombres que el desaparecido tenía y los incorporó a sus fuerzas.

Y así, en distintas regiones del país, diariamente se registraban levantamientos con los que fue robusteciéndose la Revolución.


Actividades en el Sur

Por lo que respecta a las fuerzas surianas, el 3 de marzo atacaron en el Ajusco un tren militar que iba con destino a Cuernavaca. El combate tuvo serias proporciones, pues los atacantes hicieron setenta y cinco muertos a las fuerzas federales que iban en el tren. Al ocuparse la prensa capitalina de esta acción, tuvo que confesar las bajas y dar algunos detalles no sin el acostumbrado elogio a los federales y los cariñosos epítetos para los rebeldes.

El mismo día llegaron los surianos hasta Santa Ursula, en las inmediaciones de Tlalpan, produciendo su presencia la consiguiente alarma en esta última población, aun cuando las intenciones no fueron las de atacarla, sino simplemente recordar a Huerta que estaban muy cerca de la capital.

Con la misma intención se presentó otra fuerza en San Lucas Xochimanca, cerca de Xochimilco, el día 4, y como la única resistencia que se le hizo fue la de los empleados del departamento de bosques, pusieron fuego a la oficina e hicieron que la noticia de su presencia se comunicara con toda prontitud y como desafío, a la Secretaría de Fomento.

El mismo día 4 el general Eufemio Zapata ocupó Chietla, del Estado de Puebla, guarnecida por fuerzas de Jesús Morales. Aunque dichas fuerzas se pusieron inmediatamente a las órdenes de don Eufemio, pues no estaban enteradas de que sin consentimiento del Jefe de la Revolución del Sur se había rendido Morales, se les desarmó, recogió el parque y dejó en libertad para seguir o no en las filas surianas.

A la vez, el general Francisco Mendoza entró en las haciendas de Rijo, Colón. y Matlata, del Estado de Puebla.

Cuando las fuerzas de Jesús Morales se enteraron de que su jefe se había rendido sin la anuencia del Caudillo del Sur, y que éste había reprobado su conducta, desconocieron a Morales, se incorporaron nuevamente a la Revolución y, bajo el mando de Clotilde Sosa, se posesionaron de la importante población de Chiautla, del Estado de Puebla, llegando a un efectivo de mil hombrés aproximadamente, que desde luego libraron combates contra Javier Rojas, quien trataba de recuperar a toda costa la plaza.

Todos los jefes guerrerenses habían entrado en inusitada actividad, desde Balsas hasta Tlapa y desde Copalillo a San Marcos. En esa vasta extensión, los generales Jesús H. Salgado, Julio A. Gómez, Jesús Capistrán, Encarnación Díaz, Heliodoro Castillo, Jesús Navarro, Guillermo Santana Crespo y otros más, al mismo tiempo que libraban combates, se iban preparando para la lucha que suponían iba a ser dura ...

Naturalmente que don Genovevo de la O no se hallaba inactivo. El 5 de marzo tuvo una junta en San Simón el Alto, con el general Alfredo Elizondo y otros jefes, para acordar los planes de ataque a Tenancingo, del Estado de México, que se llevó a cabo a partir de las once de la mañana del día 6, habiéndose prolongado hasta que las sombras de la noche hicieron imposible la lucha para ambos contendientes. Se reanudó a las cinco de la mañana del día 7, hasta la una de la tarde, en que los atacantes se retiraron en perfecto orden, pues el enemigo recibió considerables refuerzos; pero sufrió pérdidas de importancia, entre ellas, la del jefe político de la población. Tomaron parte en el combate, además de los generales De la O y Elizondo, los jefes Francisco V. Pacheco, Salatiel Alarcón y Marcos Pérez.


Juvencio Robles vuelve a Morelos

Para batir a los surianos, Huerta envió nuevamente a Morelos al incendiario Juvencio Robles, quien fue nombrado jefe de las armas el 2 de marzo, sabiéndose desde luego que sería gobernador del Estado, para que su sola voluntad imperase allí. Robles ofreció reanudar su campaña de exterminio, lo que cumplió exactamente; pero los agraristas se aprestaron a la lucha que fue activísima en la extensa zona en que operaban, logrando sonados triunfos de sus armas, que la misma prensa gobiernista se vió obligada a confesar, si bien disminuyendo las proporciones de los hechos, debido a la consigna que tenía de negar siempre las victorias de los revolucionarios.

El verdugo Juvencio Robles llegó a Cuernavaca a mediados de abril, y a las bravatas que lanzó, respondieron los surianos con su presencia en la fábrica La Carolina, en las inmediadones de Cuernavaca, donde resistieron desde las nueve hasta las once de la mañana del día cinco de mayo. La toma de Jonacatepec fue otra de sus respuestas inmediatas y, por la trascendencia moral y militar de este hecho, conviene hacer un somero relato.


Toma de Jonacatepec

El 18, a las cinco y media de la mañana, fue sitiada la plaza por 800 hombres al mando de los generales Francisco Mendoza y Felipe Neri. La defendía el general Higinio Aguilar con 490 individuos y dos ametralladoras. En ayuda de los atacantes, el 19 llegó a Tlayecac, a las seis y media de la mañana, el general Eufemio Zapata, con 200 hombres, y una hora más tarde entabló combate con igual número de federales mandados por el coronel Cartón, que de Cuautla habían salido para auxiliar á lós de Jonacatepec. Fueron rechazados tres veces y obligados a parapetarse en una eminencia cercana. En su auxilio salieron de Tenextepango 50 dragones que lograron reunirse con los que estaban en la eminencia, a la que se había puesto cerco y donde permanecieron hasta las cuatro de la tarde, en que rompieron el cerco y se batieron en retirada rumbo a Cuautla.

El 20, a las nueve y media de la mañana, tras de una lucha continua de treinta y seis horas, se rindieron los defensores de Jonacatepec, entregando 330 carabinas mauser, 310 caballos ensillados, dos ametralladoras y el parque de que disponían. Higinio Aguilar, 47 jefes y oficiales así como los soldados que no estaban heridos, fueron hechos prisioneros y se les condujo a Tepalcingo, por orden del general Emiliano Zapata, que dijo a Aguilar:

- Usted y toda su gente quedan en libertad. Se les perdona la vida con la sola condición de que no vuelvan a tomar las armas en contra de la Revolución. Dígale a su jefe Huerta que los bandidos del Sur, como él nos llama, ponen en libertad a sus prisioneros de guerra, mientras que él y los suyos, que se titulan gobierno constituído, asesinan a los revolucionarios. Dígale también que me mande más gente, pues necesito armas; ya se las quitaremos.

No esperaba Higinio Aguilar esa actitud del general Zapata, por lo que desde luego protestó su adhesión a la causa del Sur, y más tarde, cuando se le condujo a Chinameca, dijo conmovido:

- Señor General en Jefe: estoy altamente agradecido por la magnanimidad de usted para mí y mis jefes, oficiales y soldados subordinados, y ante usted vuelvo a protestar en nombre mío y de mis subalternos, mi adhesión a la causa justa y noble que usted y sus soldados defienden con tanto denuedo, y juro por mi honor y el de mis hijos, que sin descanso lucharé por el triunfo de la causa que desde ahora a mí también pertenece.

Estas palabras constan en el acta que se redactó en Chinameca y que firmó Aguilar, quien más tarde dió instrucciones a sus subalternos para que unos marcharan al Estado de Veracruz y otros al de Puebla, con el fin de levantar gente, mientras que él, con algunos otros, permaneció en Morelos.


Así paga el diablo

Mientras tanto, Jesús Morales fue aprehendido en la ciudad de México, con 112 hombres que continuaban bajo su mando y a quienes se incorporó a la columna del coronel Medina Barrón que salió hacia el Norte.


Elogios y apoyo a Huerta

Aun cuando tengamos que retroceder en las fechas de nuestra narración, es conveniente asentar que el Embajador de los Estados Unidos, Mr. Henry Lane Wilson, cuya participación en los asuntos interiores de nuestra República era ostensible, hizo a la prensa, el 10 de abril, la indebida y bochornosa declaración de que la paz, el orden y el trabajo habían ganado más en México en los días que llevaba de funcionar el gobierno de Huerta, que en los últimos años transcurridos. Cuando esta declaración se conoció en los campos revolucionarios del Sur, reavivó la muy justa indignación que había en contra del citado Embajador y del gobierno de la usurpación que permitía, hiriendo la dignidad nacional, la intromisión de un Ministro extranjero en nuestros asuntos domésticos.

Los hacendados morelenses, por su parte, ofrecieron a Victoriano Huerta. el 23 del mismo abril y en el Jockey Club, un banquete durante el cual ratificaron, en todos los tonos, su determinación de prestarIe apoyo para el exterminio del zapatismo; pero al día siguiente, los surianos se aproximaron a Cuautla.


Actitud de la familia Madero

Don Ernesco Madero, ex Ministro de Hacienda, se encontraba en Nueva York el 10 de marzo e hizo allí declaraciones a la prensa, en el sentido de que todos los miembros de la familia Madero habían resuelto abstenerse de toda participación en la política mexicana, pues tenían esperanzas de que pronto se restablecería la paz en la nación. Desmintió categóricamente que alguno de los miembros de dicha familia tratara de organizar movimientos armados en contra de Huerta, o que simplemente tomara participación en alguno de los que habían estallado con ese fin. Dijo que todos los miembros de su familia tenían los más ardientes deseos de que pronto se restableciera la paz en México, para lo cual esperaban la cooperación de los elementos sanos del país.

A su vez, el ex Ministro de Gobernación, licenciado Rafael Hernández, también familiar de Madero, aprobó las declaraciones de don Ernesto y las hizo suyas. Afortunadamente para la nación, el elemento sano, el de ideales, el revolucionario, cuya era la sangre que se había derramado generosa en los campos de batalla, no pensaba como las personas que acabamos de mencionar; tampoco pensaba así la totalidad de la familia del señor Madero, pues algunos de sus componentes se lanzaron a la lucha desde luego.

No estaba conforme el elemento sano con la usurpación, ni con los crímenes del llamado gobierno, ni con la presencia, en éste, del soldadón hipócrita y sanguinario de Victoriano Huerta.

Y una de las muchas viriles manifestaciones de desagrado, apareció publicada al mismo tiempo que las declaraciones de don Ernesto Madero. De El Paso, Tex., se comunicó que José Inés Salazar había enviado a los periódicos una nota manifestando que jamás prestaría su apoyo a Huerta para sofocar los levantamientos que estaban apareciendo en Sonora, pues no reconocía al gobierno y anhelaba el cumplimiento del artículo tercero del Plan de San Luis Potosí, que se refiere al asunto de las tierras.


Un armisticio de honor

Las declaraciones de don Ernesto Madero causaron la más desastrosa impresión en el ánimo del general Zapata, y cuentan quienes a su lado estuvieron en los momentos en que se le informó de ellas, que consideró traicionada la memoria del Presidente caído, como lo había sido su persona por sus francos enemigos, y con este motivo recordó un incidente qué precisó la posición caballerosa del movimiento suriano en los días aciagos del cuartelazo. Para narrar ese incidente dejamos la palabra a don Manuel Bonilla, Jr., quien en su libro que hemos citado varias veces en esta obra, dice así:

El gobernador Leyva era popular en Morelos y como tanto él como el general Angeles habían desarrollado una campaña de benevolencia, completamente opuesta a la del terror y de barbarie llevada a cabo por Huerta y los otros jefes que allí habían estado y que querían acabar con el zapatismo procediendo según los crueles sistemas del general Valeriano Weyler, que según parece, era el que les servía de modelo cuando el remedio era dar de comer y de vestir a aquellos pobres esclavos, sacándoles en seguida de las garras de los hacendados, no les fue difícil conseguir quién fuera a hablar con el jefe de la rebelión, general Emiliano Zapata, para proponerle que se mantuviera neutral durante el combate que se estaba desarrollando en México, y que, según los proyectos de Madero y de Angeles, iba a intensificarse mucho al llegar ellos y tratar de resolver de un golpe la situación, eliminando a Huerta del mando.

Zapata accedió, dando pruebas de una nobleza desconocida entre los llamados cultos, a aquel extraño armisticio y dejó salir a Madero libremente, así como a las tropas sin darles la menor molestia, no obstante que todo el camino estaba lleno de emboscadas.

Tuvo sobrada razón el general Zapata para haber visto con desagrado las declaraciones de don Ernesto Madero, quien menos que nadie debió haber llamado elemento sano al que doblegara la cerviz ante la usurpación.

Había habido, pues, un convenio transitorio y caballeroso, un armisticio, como lo llama el señor Bonilla; pero un armisticio de honor que pone de relieve lo elevado de las miras del rebelde suriano y la rectitud en sus procedimientos para conseguir el triunfo de su causa; Ún pacto no escrito que honra a Madero y a Angeles, pues no se equivocaron en su proposición, porque el general Zapata era un enemigo, pero no un traidor.

Y he aquí al bandido a quien iba a combatir Huerta por medio de Juvencio Robles; a combatirlo feroz, salvaje, encarnizadamente; por el asesinato, por el incendio, por la reconcentración usada por Weyler en Cuba y por Lord Kitchener en la colonia del Cabo; pero haciendo más inhumano el procedimiento al trasplantarlo, a Morelos.


Juvencio Robles, dictador de Morelos

Como llevamos dicho, llegó Juvencio Robles a Morelos para hacerse cargo de la campaña. Encabezaba una poderosa columna, la que fue distribuída en el Estado y a la cual se agregaron mil hombres más, de las tres armas, que llevó el general Alberto T. Rasgado, a quien se designó comandante de la plaza de Cuernavaca.

Aunque aparentó que sólo iba a ocuparse de la campaña, los rumores seguían insistentes en el sentido de que se haría cargo del gobierno civil, como desde un principio se dijo.

Era gobernador del Estado el señor don Benito Tajonar, por una licencia que la Legislatura había concedido al ingeniero Patricio Leyva, para ocupar temporalmente su curul en la Cámara de Diputados del Congreso de la Unión.

El 16 de abril de 1913, al iniciar el segundo período de sesiones el congreso de Morelos, el gobernador Tajonar confirmó los rumores que circulaban, diciendo que por disposición de Huerta asumiría la Primera Magistratura del Estado el general Juvencio Robles e hizo público, en candente discurso, su propósito de sostenerse en su puesto hasta morir, antes que plegarse a la voluntad del dictador que pretendía consumar inicua violación a la soberanía de Morelos.

El presidente del congreso, diputado Leopoldo Fandiño, contestó el discurso del gobernador, afirmando que la legislatura estaría con el Ejecutivo en quien tenía fe de que sabría cumplir con su deber, si llegaba a consumarse el atentado.

Los discursos fueron el pretexto que Huerta esperaba, pues horas más tarde se aprehendió por los esbirros de Juvencio Robles al gobernador Tajonar, al presidente del congreso, Leopoldo Fandiño y a los diputados Octaviano Gutiérrez, Nicasio M. Sánchez, Francisco Balbuena, Mariano Cedeño, Domingo Díez, León Castresana y Julio L. Segura, así como al presidente municipal, señor Felipe Escarza, habiéndoseles remitido a México, al siguiente día, acusados de complicidad con el general Zapata.

Y como se esperaba, quedó Juvencio Robles al frente del gobierno de Morelos.


Protesta del ingeniero Leyva en la Cámara de Diputados

El gobernador constitucional del Estado, ingeniero Patricio Leyva, protestó desde la tribuna de la Cámara de Diputados por el atropello cometido por Juvencio Robles, y trajo a la discusión el debatido asunto del zapatismo, pues censuró la obra que principiaba a desarrollarse en Morelos. Entre otras cosas, dijo:

Si el gobierno federal trata de extinguir al zapatismo por medio de una campaña sin cuartel, esto es, arrasando pueblos enteros como ya lo ha hecho el señor general Robles, me explicaré esta resolución por las gestiones que han hecho los hacendados, que, poseyendo las dos terceras partes del territorio del Estado, no conviene a sus intereses que sean restiruídos a los pueblos los terrenos de que antes fueron despojados, pues de este modo faltarían brazos para las labores de las fincas rurales.

No se consideraba cimentada la dictadura huertiana y esta circunstancia salvó la vida del ingeniero Leyva; mas como era natural, se le tachó de zapatista agudo y no se le permitió que volviera al gobierno de su cargo cuando finalizó la licencia de dos meses que la legislatura morelense le había concedido para ocupar su curul en la Cámara de Diputados.

Pero Leyva, señalando la violación a la soberanía del Estado, descorrió el velo del bandidaje con el que se pretendía ocultar la causa del zapatismo y dió motivo a jugosos debates parlamentarios, en los que tomó parte principal el licenciado José María Lozano, de cuyo discurso tomamos los siguientes conceptos:


Discurso de José María Lozano

Cuando el señor general Díaz, en su vértigo de omnipotencia dictatorial, lanzó la célebre entrevista Creelman, fue el Estado de Morelos quien recogió primero las promesas del amo de la República, entrando en una lucha democrática, ardorosa y vehemente, de que fueron paladines adversos el señor don Pablo Escandón y don Patricio Leyva.

Cuando la revolución de noviembre hizo flamear sus estandartes en los campos de Chihuahua, donde tuvo su complemento más eficaz y decisivo fue en las montañas del Sur, y a no dudarlo, fueron las hordas de Figueroa, de Almazán, de Salgado y de Zapata, las que prendieron el espanto en los circulos cortesanos y precipitaron la abdicación el 25 de mayo. Cuando llegó a la capital de la República don Francisco I. Madero, después de un viaje triunfal y entusiástico, sin precedente en los fastos nacionales, cuando todas las clases sociales se agruparon alrededor de aquel hombre y se emulaban en la cooperación de aquella nueva era social, cuya aurora tenía los tonos fascinantes para la República Mexicana, cuando todo era júbilo en las almas o idilio en los corazones, la primera nube detonante que apareció en aquel horizonte de ensueños, fue la nube de Morelos, cuando don Francisco I. Madero pasó de esta vida en los macabros días de febrero, cuando se derrumbó su régimen, purgando propias faltas; pero faltas también de las administraciones anteriores y aun quizá de la Nación entera; cuando salimos de aquel cementerio que se llama la Semana Roja, cuando muchos vislumbraban una nueva época, lenta y paulatina, pero a la postre victoriosa, aparece de nuevo el Estado de Morelos, pero sólo qué hoy en forma grave e inusitada: ¡los que presiden el desastre son las autoridades de aquel pueblo!

¿Qué pasa con Morelos? Eso es lo que debe examinar vuestra sabiduría, señores diputados.

¿Qué pasa en Morelos, que hace fulminar la administración del general Díaz, que bambolea la de Francisco I. Madero y que hoy se yergue ante el nuevo orden de cosas? El problema constitucional que ha iniciado el señor Sarabia, es, sin duda, interesante; pero es menos grave que el estudio de la cuestión que provoca el Estado de Morelos. Y yo voy, con mis escasas luces, a abordarlo con sinceridad y con verdad, porque hoy como en las orillas del Eufrates podemos decir con Esdras: Sólo la verdad es eterna y vence siempre.


¿Qué es el zapatismo?

¿Qué explicación se da del zapatismo? Los hacendados y sus defensores no han visto en el zapatismo del Estado de Morelos sino un simple problema de bandidaje. Los defensores de Zapata -que los tiene abundantes-, no ven en él un simple bandido, sino que le ponen destellos de vengador, de redentor social y para separarlo del tipo lombrosiano con que lo califican los plutócratas, arguyen que Zapata ha resistido a las tentaciones del oro y del poder con que sucesivamente lo han solicitado los gobiernos.

Finalmente, de Zapata se da una explicación intermedia: no es un bandido, ni Tiberio Graco, sino un cómplice del gobierno pasado, para obtener pingües utilidades. El zapatismo fue mantenido en esa región para lucrar con las gentes de guerra y para preparar una vasta y gigantesca combinación que, haciendo deprimir los valores de las haciendas del Estado de Morelos, pasaran al poder de cierto sindicato de próceres.

¿Cuál de todas estas versiones es la aceptable? O bien, ¿no será que cada una de éstas tenga un fondo de verdad, que el problema no sea rojo, ni negro. ni blanco, sino como la vestidura de Florián, sea de todos los colores? Analicemos de cerca.

Mi opinión, señores, es que el zapatismo vive y ha renunciado a toda finalidad política; que hostiliza primero al general Díaz, después a Madero, sin secundar más tarde el movimiento de Orozco y el de la Ciudadela y que permanece en pie por una razón: porque la guerra en ese Estado constituye una industria más rica que la de las minas y más estable y próvida que la de las haciendas.

Voy a procurar demostrarlo. Se dice: no es posible que todo un pueblo sea zapatista, y el Estado de Morelos casi en masa lo es. Es posible, arguyen los que ven en Zapata un socialista de vagos contornos; es posible que él fuese bandido que tuviese una larga cuadrilla, que aun superara al Tempranillo por sus hazañas, pero, ¿cómo os explicáis que todo un pueblo lo secunde en esa tarea? Yo voy a explicarlo, tal vez en mi deseo, por móviles netamente humanos, económicos y morales.

El Estado de Morelos, señores diputados, es una exigua área territorial. Según Geografías hechas en la capital de la República, el Estado tiene alrededor de 9,000 kilómetros cuadrados; según estadísticas oficiales del Estado de Morelos, el área no pasa de 5,000 kilómetros cuadrados. Tenemos en una o en otra hipótesis, una escasa, una corta extensión territorial. Dentro de esa extensión territorial se ha desarrollado con abundancia y prosperidad la industria del azúcar, trabajada por procedimientos industriales, a tal grado, que tenemos en Morelos alrededor de cuarenta ingenios que elaboran azúcar y todos los productos que se pueden obtener de la caña, como aguardiente, melados y algunos otros. Cada una de las haciendas de Morelos, o la mayor parte, tienen instalaciones de maquinaria que representan centenares de miles de pesos; a su vez los campos poblados de caña representan sumas parecidas a la anterior. Las instalaciones industriales pueden volarse con pocas bombas de dinamita y hacer desaparecer en unos cuantos minutos una gran fortuna; los campos de caña puede incendiarse con una vela y hacer desaparecer otra inmensa fortuna.

Allí está el secreto del auge del zapatismo y voy a dar las explicaciones.

El jefe de la cuadrilla llega ante el mayordomo de la hacienda y con el poder del rifle le exige una cantidad; el mayordomo, prevenido por el legítimo miedo de los hacendados, regatea la cantidad, pero entrega una suma considerable. Supongamos, por hipótesis, que aún resulta reducida, que la hacienda de Santa Clara o la de Santa Inés pagan a cadá jefe de bandidos, todas las semanas, doscientos pesos; es decir, que Genovevo de la O, Amador Salazar, Eufemio y Emiliano Zapata, reciben la cantidad de mil o mil quinientos pesos.

¿Qué puede ofrecer el Gobierno a esos jefes de cuadrilla? ¿Qué les puede dar la Comandancia de un Cuerpo Rural? La desdeñan legítimamente porque aquello no es más que ocho pesos y veinticinco centavos diarios, inferior a la cantidad que reciben de los dueños de las haciendas. Así pues, económicamente, no les alienta la transacción a que los gobiernos del señor Madero y el actual, los han sucesivamente llamado; pero si no los alienta económicamente el cambio, menos aún les seduce el porvenir político y las satisfacciones morales.

Esta gente es vulgar, está cerca de la tierra, es hija de la tierra. El poder, como en todos, es un instrumento de embriaguez que turba a los espíritus más fuertes. Un Gobernador de Distrito, en la ciudad de México (Alusión al asesinato del General Gabriel Hernández que acababa de cometer el gobernador Enrique Cepeda, del que nos ocupamos en este capítulo. Puntualización del General Gildardo Magaña), fusila bajo locura momentánea a un hombre y al día siguiente está arruinado su prestigio, su porvenir, comprometida su libertad; en cambio, Genovevo de la O quema en Ticumán y se eleva ante sus partidarios como el Satán de Milton, hasta tocar los cielos. ¿Cómo el Gobierno puede darles el goce que tienen como bandidos, si como bandidos queman, matan, violan sin tener detrás de sí las sanciones de las leyes sociales? Así pues, desde el punto de vista moral y de las ambiciones, tampoco los tienta venir hacia el poder.

Pero esto, me diréis, explica que los jefes en armas no se rindan. La complicidad del pueblo es producto de causas económicas. El Estado de Morelos lleva hace tiempo a su bolsillo el contingente que le dan las fuerzas federales con su estancia en ese lugar. Allí ha habido de tres a cinco mil hombres que aumentan el caudal circulatorio; el soldado, el oficial, el jefe, dejan allí parte de su pre; aquello enriquece al pequeño comercio; tiene interés pues, el vendedor, en que eso continúe, pero a su vez los zapatistas, que no se ensañan con el pequeño sino que explotan al grande, alimentan ese estado económico, próspero para la clase submedia y baja de la sociedad. Allí tenéis el principio de la simpatía por el zapatismo.

Pero hay más. El zapatismo puede decirse que es una industria mutua, lucran con él los jefes zapatistas, pero no pocos jefes de las fuerzas irregulares obtienen también pingües ganancias porque viven sobre campo enemigo y economizan las pasturas de los caballos, cuyo precio pasa, indudablemente, al boslillo de muchos jefes de fuerzas rurales. Están, pues, interesadas todas las fuerzas que nosotros, en nuestra mesa de estudio, vemos como adversarias, en sostener aquel ajetreo, que tan útil les es. Hay también otra industria intermedia, rica, preciosa, como filón de La Valenciana, y es la venta de parque. Esto no es hipotético, es confidencia que recibí de un jefe revolucionario: en el Norte, carentes de parque los rebeldes acudían a las soldaderas, las cuales les vendían cinco, diez o quince cartuchos a fuerte precio y esa industria se ha generalizado en Morelos y de ella viven muchos. Veis, entonces, señores, cómo hay una urdimbre de intereses que permite el desarrollo del zapatismo. Después indicaré los medios de combatirlo enérgicamente, pero interesa al desarrollo de mi tesis demostrar que hay una llaga en Morelos, que parte de las reclamaciones de esa gente es justa.


Acaparamiento de los medios de producción

Decía yo -y lo dicen los hechos- que Morelos ha fomentado de manera extraordinaria la agricultura industrial, es decir, ha puesto en unas cuantas manos los instrumentos de producción de aquel Estado.

Por un lado, señores, se encuentra el terrateniente industrial que todo lo posee; por otro, está el jornalero que carece de todo. ¿Qué males provoca esta situación? Males tan graves que una situación intermedia no ha producido en otros Estados donde el salario es menor, como en Tlaxcala, Querétaro y toda la Mesa Central, donde tienen sueldos menores que los que disfruta el peón de Morelos. ¿Por qué, pues, ante esta evidente contradicción hay una rebeldía indomable en ese Estado, y no aparecen los gérmenes de la anarquía en Jalisco, cuyo Estado conozco de cerca? Por una explicación económica, señores; en Jalisco el peón sólo trabaja -en la región de donde yo soy- en Los Altos, cinco meses del año menos que en Morelos, donde trabaja alrededor de ocho meses.

A diferencia de lo que sucede en Morelos, donde en la época de trabajos percibe un jornal de un peso, doce reales y dos pesos, allá en mi querida tierra de Jalisco, en la región que más amo, allá donde yo nací, el jornalero sólo recibe de dos a tres reales y el almud de maíz. ¿Por qué, pues, el jornalero de Jalisco y con el de Jalisco el de Guanajuato, el de Querétaro, el de Puebla y el de tantos Estados tan valientes como los hijos de Morelos, no se levantan con el gesto de la ira y de la desesperación a pedir un poco más de justicia? Porque el propietario no es allá grande industrial, porque no se ha efectuado en aquellos lugares la ley que llaman los economistas de concentración del capital, y porque allá el peón generalmente es aparcero, es decir, que se le da una yunta a medias -tal es la jerga- de maíz; la siembra, la cosecha y aquello le produce junto con su jornal, treinta o cuarenta fanegas de maíz al año, con las cuales vive y es copropietario, podemos decir virtual y forzoso, de las tierras; por eso aquel mediero, aquel aparcero de aquellos lugares, no se levanta con gesto de reivindicación, como el de Morelos, donde ha pasado a la categoría exclusiva de peón enfrente de los grandes capitalistas.

Así pues, el remedio para Morelos es el remedio que han buscado los economistas para la ley de concentración, para los grandes industriales; yo conozco algunos de esos medios, los conocen todos los que hayan hojeado economía política; pero espero que el Ministro preconizado de Agricultura nos dé a saber las medidas redentoras que tiene para resolver el problema agrario.

Tal es la situación de Morelos, no hay que hacernos ilusiones, señores diputados; cualesquiera que sean nuestras tendencias, Zapata secundó incidentalmente el movimiento de Madero, siguió después pronunciado antes que Pascual Orozco, después los jefes beligerantes creyeron que podrían atraerse a Zapata y ya vemos que no se lo atrajeron ni Pascual Orozco ni más tarde Félix Díaz (Felíx Díaz, en efecto, envió una carta al General Zapata con el objeto indicado por el licenciado Lozano, pero la regresó con el mismo portador, escribiendo en la cubierta, de su puño y letra, estas palabras: Señor Félix Díaz ... vaya usted al ... Japón. Precisión del general Gildardo Magaña), como no se lo atraerán en el futuro los Vázquez Gómez: Zapata vive allí porque allí vive bien.

¿Cuáles son, pues, los medios para conjurar ese terrible problema?

Uno solo que aconsejan la Historia y la Topografía. A la guerra hay que ir después de haber agotado todos los términos de paz, después de haber exprimido todos los recursos conciliatorios; pero una vez que se acepta la guerra, hay que hacerla de manera implacable. Sólo así se logra el más humanitario de los fines que puede tener la guerra: evitar sangre y dinero. La campaña zapatista puede hacerse de manera eficaz concentrando fuerzas en Morelos, vigilándoles atentamente para expulsar a los zapatistas de los ingenios donde medran; porque ellos medran indudablemente en las ciudades que asaltan, en los pueblos que sorprenden, pero donde está el foco de sus mayores utilidades, es en las haciendas. Que se organicen milicias ciudadanas en las poblaciones, que se organicen columnas volantes que los expulsen del territorio de Morelos, pues no en toda la República los hacendados tienen instalaciones industriales de esa magnltud, o campos de caña cuya desapariciÓn está en las manos de esos bandidos, y entonces el zapatismo se verá condenado a la agonía, como se ha visto, aunque fuera más brava esa gente, en el Estado de Guerrero, donde muchos cabecillas se rinden, mientras que en Morelos, ninguno ...

Hasta aquí lo que dijo en la tribuna parlamentaria el señor licenciado José María Lozano.


Rectificaciones al discurso

Es muy lamentable que individuos de la talla de José María Lozano hayan puesto su talento y su cultura al servicio de una mala causa, y por otra parte, asombra ver cómo la fuerza de los prejuicios pone en los ojos de los hombres -aun en los de elevada mentalidad- una tupida venda que les impide penetrar a la médula de los problemas sociales de clase, aunque posean y dominen la sonda de la lógica.

En el discurso que acabamos de reproducir, descontados los errores de información, puede verse que el espíritu ágil y analítico del jurisconsulto jalisciense extrajo de la situación todos los datos que necesitaba para formar un juicio; pero la flexibilidad de sus inducciones se vuelve rigidez cuando llega al fondo del asunto; se detiene entonces el tribuno como atemorizado frente a la verdad que no tiene expresión en su cultura, y tuerce el camino por el que lo empujaba la füerza de su lógica, porque en ese momento pesan sobre él todos los prejuicios de su clase.

Es que la cultura de Lozano, como la de tantos otros, abarcó planos muy superiores; pero estuvo desvinculada de la realidad en lo que respecta a los problemas del trabajador del campo; faltó el conocimiento íntimo -real y no especulativo- del medio en que mal vive y se agita ese trabajador; faltó el contacto con las necesidades, aspiraciones, sufrimientos, lacras y virtudes de esa clase de la que no se había ocupado la ciencia oficial.

Sin los prejuicios de clase que le estorbaban, y teniendo en cambio el conocimiento exacto del campesino, muy firmes, muy justas y muy humanas hubieran sido las apreciaciones de Lozano, a menos que una conveniencia criminal las hubiera desviado; como fueron humanas y justas y firmes las apreciaciones de otros hombres que llegaron a sentir el problema y lo expusieron sin temores.


Errores de información

Pasaremos a señalar algunos errores de información. El zapatismo vivió siempre en una penuria extrema que mucho honra a los luchadores de sus filas (Nos cabe la honda satisfacción de decir que ningún zapatista hizo fortuna, y que ni después de terminada la lucha han enriquecido los supervivientes del movimiento. Contados son los que tienen una posición relativamente desahogada que se debe a los emolumentos que perciben por sus efectivos servicios. Forman inmensa mayoría los que viven modestamente de su personal y honesto trabajo; y es que todos hemos seguido el ejemplo que nos legó el general Emiliano Zapata, quien vivió pobre y pobre le sorprendió la muerte. Precisión del General Gildardo Magaña). A diferencia de los grupos revolucionarios que se organizaron en el Norte, el movimiento del Sur careció siempre de dinero para pagar a sus soldados; más aún: no pensó en adquirirlo, porque sus hombres fueron a la lucha en una generosa y desinteresada ofrenda de vidas y de sacrificios; nunca para percibir un haber. A este respecto, el coronel zapatista, profesor Carlos Pérez Guerrero, en su obra Emiliano Zapata y la Escuela del Pueblo, dice:

En el Ejército Libertador no hubo sueldos; por esto no tuvieron cabida quienes pretendían hacerse pagar sus consejos y su ayuda. En el Ejército Libertador todos fuimos combatientes; por esto desertaron quienes pretendían que sus conocimientos los relevaran de exponer sus pechos a las balas enemigas. En el Ejército Libertador no se sabía si el bocado que se tomaba hoy, abriría un paréntesis de uno o varios días; por esto huyeron quienes no podían prescindir de las comodidades.

Sólo a título de gratificaciones, de auxilio momentáneo, se repartió -esta es la palabra- alguna cantidad de dinero a raíz del triunfo maderista y en esa misma forma los jefes ayudaron a sus subalternos cuando recibieron algún dinero que, en algunas ocasiones, sí fue proporcionado por ciertos empleados de las haciendas.

Pero esas dádivas pequeñas no fueron frecuentes ni se prolongaron por mucho tiempo; los administradores de las haciendas, de su motivo u obedeciendo órdenes de sus amos, pretendieron contener con ellas los ímpetus vengadores de los rebeldes que operaban en las cercanías, pensando que el movimiento acabaría con la caída del señor Madero; mas pronto salieron de su error al ver que el general Zapata era ajeno a esas componendas, que las castigaba enérgicamente y que dieron resultados contraproducentes.

No existía, pues, el negocio de que habla el inteligente tribuno jalisciense, y menos en la proporción necesaria para sostener al numeroso ejército agrarista. Suponiendo que cada hacienda hubiera donado doscientos pesos semanariamente a cada jefe de los contornos, la codicia de los demás se habría despertado y se pueden imaginar los resultados con sólo decir que eran muchos los jefes y pocas las haciendas para soportar la carga.

La venta clandestina de parque y el ahorro del pago de los forrajes, son otras erróneas informaciones que tuvo el licenciado Lozano. Por lo que se refiere a los forrajes, sí produjo utilidades pingües a los jefes federales y pudo ser un motivo para que ellos desearan la prolongación de aquel estado de cosas; pero al zapatismo no lo favoreció directa ni indirectamente, ni pudo ser una de las causas de su vida, porque las utilidades fueron para sus enemigos. La venta de parque fue siempre en una escala reducida, como si dijéramos al menudeo, pues el zapatismo careció de dinero, como hemos dicho, y no pudo hacer fuertes compras por imposibilidad material. Oigamos lo que a este respecto vuelve a decir el profesor Pérez Guerrero en su obra citada:

La frecuencia de esos ataques -a las guarniciones y destacamentos pequeños- era reveladora de la carencia de municiones en el campo rebelde, pues como no tenían dinero ni otros medios de adquirirlas, era ese su principal sistema de aprovisiondmiento. También lo era, aunque en menor escala, el trueque llevado a cabo, con extrema prudencia, por algunas mujeres en los cuarteles o cuando las fuerzas federales llegaban a una población, pues entonces les ofrecían licor y marihuana a cambio de cartuchos y admitían en numerario tan sólo el pago de comestibles, refrescos y fruta.

Tales cosas hacían decir a los revolucionarios que el gobierno era su proveedor y esto dió lugar a que personas mal intencionadas, o que juzgaban los hechos superficialmente, dijeran que el señor Madero, según confesión de los rebeldes, enviaba solapadamente parque y armas, para sostener así un estado de cosas que le convenía.

Por lo que respecta a la circulación de dinero debida a la presencia de las fuerzas federales, creó, en efecto, una situación satisfactoria, aunque no del todo, para el comercio; pero quien vivió en el medio tan agitado y peligroso de Morelos en aquellos días, no puede pensar, como el señor Lozano, que esa situación fuese una de las causas económicas de las simpatías por el movimiento rebelde. Además, igual fenómeno ha aparecido en todas las épocas y en diversos lugares con motivo de nuestras guerras intestinas, y ningún movimiento rebelde se presentó tan firme y desafiante a cuatro administraciones sucesivas: a la del general Díaz, que sin discusión alguna fue poderosa; a la del señor De la Barra, que se distinguió por transitoria y melosa; a la del señor Madero, que fue eminentemente popular, aunque muy luego combatida, y por último a la de Huerta, que parecía pujante.

Las simpatías tuvieron otra causa más honda y más arraigada en el sentimiento innato de justicia del pueblo.


Lo que no vió el licenciado Lozano

Pero vamos a suponer momentáneamente que todo lo señalado por el señor Lozano tuviera el alcance que le atribuye. No podremos negar, sin embargo, que la guerra sin cuartel, el incendio, el asesinato, la reconcentración y en suma todos los medios de terror que se emplearon, no dieron resultado; de haberlo dado, hubiésemos visto la desaparición simultánea del zapatismo y la de todos los negocios de que habla el tribuno; lo mismo que habría sucedido si hubiesen sido eficaces los medios tentadores que se propusieron a granel, como ya hemos visto.

Con la desaparición del zapatismo hubiera dejado de existir el negocio del forraje; la venta de parque ya no habría tenido razón de ser; la salida de las fuerzas federales de Morelos hubiera reducido el comercio, grande y pequeño, a sus ordinarias proporciones y, por último, las haciendas, tan generosas solamente en el fuego oratorio del licenciado Lozano, habrían dejado de hacer las aportaciones de dinero.

Resulta, pues, que todo lo señalado, eran efectos y no causas. Eran las consecuencias de la existencia del zapatismo, y no las fuentes de su vida y aliento.

He aquí lo que no vió el formidable tribuno por habérselo impedido la tupida venda de los prejuicios que llevaba. Esos prejuicios le hicieron pensar en negocios cuando lo que existía era un problema social.

Hay que buscar la firmeza del zapatismo en un estado de injusticia y que ligarlo a todos los fenómenos económicos producidos por ese estado social.

Vistas así las cosas, simples como son, explican por sí solas por qué el zapatismo renunció a toda finalidad política; por qué fue sordo a las tentadoras proposiciones que se le hicieron; por qué hostilizó al general Díaz, luego a De la Barra y después a Madero; por qué fue indiferente al movimiento de Orozco; por qué permaneció frío ante el cuartelazo de la Ciudadela y de pie, erguido y altivo ante la usurpación; siempre con el asombro de mentalidades mediocres o elevadas, pero que no pudieron penetrar hasta la causa específica de su vida.

Lozano llegó a tocar esa causa, no la meditó porque no la sintió; no fijó su atención en la fuerza dinámica que tenía, porque no la comprendió; no le dió el valor que poseía, porque no tuvo expresión en su cultura.

Se preguntó por qué en Jalisco, en Guanajuato, en Querétaro, en Puebla, donde el peón tenía menor salario y donde existen tan valientes hijos como en Morelos, no se levantaba ese peón para pedir justicia. El mismo se contestó: porque el peón es allí copropietario y porque en Morelos estaba industrializada la agricultura, concentrados y acaparados los medios de producción.

¿Qué faltaba entonces para llegar a una conclusión lógica, a una solución justa, a una proposición humana?

Lozano decapita aquí su discurso y deja la solución en manos del preconizado Ministro de Agricultura. Más aún: tuerce rápidamente el camino, y en vez de aconsejar remedio social para un problema social, aconseja la guerra despiadada, implacable; aconseja la formación de milicias ciudadanas, o lo que es lo mismo, armar al pueblo para que combatiera al pueblo, para que se traicionara; para que se diera esclavitud, en vez de los medios de producción que necesitaba.

Porque Lozano, al llegar al momento de hacer justicia a una clase social, siente el peso de todas las taras de la educación burgúesa que desdeña al trabajador; siente todas las tradiciones de su clase, desligada de los problemas del campesino; siente que es intelectual y no forma parte de las bajas capas de la sociedad; alza entonces su vuelo de águila y se remonta y mira con desprecio la tierra que ha dejado.

Pero no todos pensaron como el tribuno jalisciense.

El zapatismo no es el bandidaje de que habla Lozano -dijo don Carlos Trejo y Lerdo de Tejada en la misma tribuna parlamentaria- sino un alto problema político; conflicto entre el pueblo bajo, al que han sido arrebatados todos sus derechos, y el acaparamiento industrial creado por los hacendados de Morelos, que forman una abominable plutocracia en ese Estado.


La conspiración de Xochimilco

El alma noble, sentimental y soñadora de la juventud, no podía permanecer indiferente a las demostraciones antihuertistas que se sucedían en toda la República.

Un grupo de universitarios de la capital, con el gesto airado y altivo, con la gallardía de sus años mozos, con la generosidad arrebatadora de quien sueña en la conquista de un ideal, decidió unirse a la Revolución y tras de celebrar varias juntas en la población de Xochimilco, Distrito Federal, acordó lanzar un manifiesto a la Nación y a su hermana juventud, en el que anunció su determinación y se despidió de sus compañeros de aula para entrar en la lucha, con la mente preñada de ensueños, con el pecho sano y descubierto, con la frente erguida que espera ver coronada con el laurel de la victoria, pero jamás humillada aunque tenga que soportar la derrota.

Y he aquí el manifiesto lanzado; mezcla de idealismo, de ira, de ensueños de gloria y libertad:


MANIFIESTO
Al pueblo mexicano, a la juventud

El año de 1910 debió marcar en nuestra historia el fin de la tiranía y el resurgimiento de la Libertad.

Pero no sucedió así, por desgracia. La gloriosa Revolución de 1910, al pactar en Ciudad Juárez, quedó trunca. El triunfo había sido aparente; la gloriosa Revolución no había terminado.

En efecto: fue el interinato de un porfirista rabioso e hipócrita, el período de tiempo que permitió a la luz del sol, que los esbirros de la tiranía diesen los primeros pasos en la organización del movimiento reaccionario que ha traído para México, la vuelta de la dictadura; sólo que para ello han debido recurrir al cuartelazo, han debido pasar sobre la Ley, han debido dar al traste con las vidas generosas y valientes de Francisco I. Madero y José María Pino Suárez, los gobernantes honrados y demócratas.

Las amplias libertades políticas de que disfrutara la Nación Mexicana al advenimiento del Gobierno Democrático dieron motivo para la aparición de los históricos partidos políticos, que durante la época dictatorial hubieron de desaparecer del tapete nacional. Mas esas mismas libertades dieron origen, a la vez, a la labor obstruccionista de la prensa. que dirigía el elemento porfirista que, merced a esas propias libertades, hubo de lograr introducirse en el sagrado recinto de las Cámaras Legisladoras. ¡Ironía cruel!

Turbadores y demoledores del derecho del pueblo, convertidos en representantes del pueblo. Así fue; comenzados los trabajos obstruccionistas, siguieron los trabajos reaccionarios.

La aristocracia entró en acción. Quería la vuelta de la tiranía y lo ha conseguido. Para ello hubo de volver al Cuartelazo; hubo de volver a la traición; hubo de volver al cohecho. El Ejército perdió el honor; el pueblo perdió sus libertades; México perdió su puesto entre las naciones civilizadas y su lugar al lado de los países libres de la América Latina. Una vez que hubo triunfado la Revolución Porfirista por medio de ese Cuartelazo sin nombre, que será vergüenza y deshonra de nuestra Historia; por medio de esa traición sin nombre, que será el estigma de nuestra raza; por medio de ese crimen sin nombre que será el dolor eterno y sin límites de la Patria heroica de Benito Juárez, surge la odiosa dictadura actual, atropellando nuestra sagrada Constitución, pero haciendo la bufa comedia de legalizarse conforme a esa Constitución, para recibir de esta suerte en sus espurias manos los destinos augustos del pueblo.

La Revolución de 1910 no ha terminado. Aún están en pie las causas y los problemas que la formaron. Nuestra Ley ha sido violada. Nuestra Constitución ha sido ultrajada. El Pueblo Mexicano aún no recobra su libertad. El Pueblo Mexicano aún está oprimido y martirizado por las cadenas de la Dictadura.

¡Pueblo! ¡Juventud! ¡La Libertad sufre en estos instantes un eclipse en el cielo de la Patria! ¡Los estudiantes que suscribimos esta proclama lucharemos por ella, por la Constitución y por los ideales de la gloriosa Revolución de 191O!

Al abandonar las aulas de nosotros tan amadas, al despedirnos de nuestros compañeros de estudio, hacemos formal protesta de que no ambicionamos un renombre ni una hoja de laurel; de que no buscamos el oro que quiere la codicia; de que anhelamos tan sólo la Libertad. Y si en la lucha obtenemos el triunfo que ahora soñamos, buen término habremos alcanzado; mas si en el campo revolucionario hallamos la muerte, nuestra sangre habrá corrido, siempre hirviente, por el suave sendero del ideal, y nuestras vidas habrán caído siempre firmes en aras de la Patria.

¡Pueblo Mexicano! ¡Juventud! ¡Viva México! ¡Viva la Constitución de 1857! ¡Viva la Revolución de 1910!

"México, 20 de abril de 1913
Juez de Paz de Santa Julia y estudiante de la Escuela N. Preparatoria, Jacobo Gámez.
Jefe, Abraham Martínez.
Salvador González.
Ezequiel Ríos.
Guadalupe Palma López.
Jorge Prieto Laurens.
José A. Inclán.
Sotero Jiménez.
Joaquin Aguirre Jiménez.
Julio Inclán.
Fabián García.
Modesto Montero.
Mateo González.
Alberto Flores.
Urón Zubieta.

Desgraciadamente la conspiración fue descubierta, y aprehendidos los jóvenes Palma, Zubieta, Inclán, Prieto Laurens, Gámez, Ríos, González, Soto, Flores, Cortés y Jiménez, fueron consignados a las autoridades judiciales por el prefecto político de Xochimilco, por el delito de rebelión, habiéndoseles recogido algunos elementos de combate.

Aunque por el momento se hubieran frustrado los deseos de los estudiantes, su gesto gallardo fue una lección para los que permanecían arrodillados ante el trono del usurpador.

Índice de Emiliano Zapata y el agrarismo en México del General Gildardo MagañaTOMO III - Capítulo IV -Tercera parte- El general Zapata expone sus puntos de vistaTOMO III - Capítulo VI - Otra vez la campaña de terrorBiblioteca Virtual Antorcha