EMILIANO ZAPATA
Y EL
AGRARISMO EN MÉXICO
General Gildardo Magaña
Colaboración del Profesor Carlos Pérez Guerrero
TOMO III
CAPÍTULO VI
OTRA VEZ LA CAMPAÑA DE TERROR
Interesante entrevista
El primero de mayo de 1913 la prensa dió la noticia de una interesante entrevista llevada a cabo por un enviado especial de un diario capitalino con el general Zapata, en el Estado de Morelos.
Los puntos que el enviado especial tocó en busca de quien deseaba entrevistar, fueron los siguientes: de Xochimilco salió hacia Oacalco, de allí continuó a Cuautla y luego a la villa de Ayala; prosiguió su marcha hacia San Rafael, donde encontró las primeras avanzadas surianas; siguió a Chinameca y San Pablo Hidalgo, y allí se le confinó en una pieza en espera de la determinación del general Zapata, a quien se puso en conocimiento de la presencia del periodista en el campo rebelde. El general contestó que al día siguiente estaría con el reportero y que mientras llegaba, se le guardasen todas las consideraciones.
A preguntas que le hizo el enviado especial, contestó el Caudillo:
La Revolución que encabezo y que comprende el Sur y Centro de la República, está ligada con el movimiento armado del Norte en todo lo que se refiere a los ideales inscritos en el Plan de Ayala, toda vez que tanto Carranza, como Maytorena, Villa y demás jefes, luchan por principios, no teniendo, como la prensa ha dicho, la intención de segregar del territorio nacional ningún Estado de los que comtituyen actualmente la República Mexicana.
La República de Sochiloa
Es oportuno llamar la atención del lector sobre la muestra de solidaridad revolucionaria que el guerrillero suriano dió con el rotundo mentís a la especiosa versión que entonces circulaba. Para apreciar el alcance del mentís y el de la actitud del general Zapata, conviene recordar que el huertismo había lanzado la versión de que los revolucionarios del Norte deseaban segregar los Estados de Sonora, Chihuahua y Sinaloa, para convertirlos en una República independiente, con el nombre de Sochiloa.
Esa versión tuvo por objeto crear animosidad para los revolucionarios norteños; y para hacerla verosímil, se ideó hasta la denominación de la nueva y fantástica República, formando el nombre con las sílabas iniciales de los dos primeros Estados de referencia y la final del último de ellos: So-chi-loa.
También es oportuno llamar la atención sobre lo aseverado por el general Zapata acerca de que los señores Carranza, Maytorena, Villa y demás jefes, estaban de acuerdo con los principios del Plan de Ayala. Fácilmente, en la declaración, puede verse la idea de presentar al movimiento revolucionario como un todo homogéneo y por lo mismo, poderoso desde el punto de vista moral. El Plan de Ayala fue una bandera de legítimas aspiraciones de orden social, y aunque por desgracia se vió por algunos con olímpico desprecio, no por esto podrá negarse que en la declaración del general Zapata vibraban los más justos y nobles deseos de un cabal entendimiento y una completa unificación que, de haberse realizado entonces, habría ahorrado sangre y sinsabores al país.
A otras preguntas del reportero dió las debidas contestaciones el entrevistado; mas como no tienen la importancia de la que acabamos de comentar, estimamos innecesario reproducirlas.
Huerta condecorado
Mientras tanto, las sublevaciones continuaban y los combates se repetían. En Cañada Morelos, Pue., se levantaron en armas los comerciantes Francisco Vera e Higinio Marín, el primero de mayo, a la vez que Felipe Neri atacó Ozumba, del Estado de México. En la estación de Nepanda fue volado un tren militar el día 3, por fuerzas del mismo Felipe Neri, quedando muertos alrededor de cien federales y sin que la prensa pudiera ocultar el desastre. El mismo día, los federales al mando de los coroneles Cartón, Gamboa y Alatriste lograron apoderarse de Chinameca, tras de reñidos combates, en que los surianos defendieron palmo a palmo el terreno. Al mismo tiempo, los colorados atacaron Los Amates, cerca de Iguala, de donde había salido una columna al mando del coronel Tamayo, y cuya vanguardia, de doscientos hombres, fue sorprendida, con pérdidas, en la cuesta de Tecamiyo.
Desde el día 4 se anunció que Huerta sería condecorado con la cruz del mérito militar. El acto se llevó a cabo el día 6 en la tribuna monumental de Chapultepec, donde también se impuso la misma condecoración a Félix Díaz, a Manuel Mondragón y a otros jefes y oficiales.
Posiblemente Huerta rió de las bajezas de sus paniaguados; pero al día siguiente declaró con toda solemnidad, en Consejo de Ministros: El zapatismo está siendo batido y será exterminado cueste lo que cueste, mas ese movimiento, como si se hubiera propuesto contestar las bravatas del usurpador, y aun anticiparse a ellas, desde el día 5 atacó la ciudad de Cuernavaca, aproximándose hasta La Carolina, como ya lo hemos dicho antes. El día 8 se combatía en las lomas de Santa Catarina, en San Andrés de la Cal, en Tepoztlán y en el Texcal. Hacia el lado Sur de la capital morelense, Modesto Rangel libró combate en Temixco; y en el Estado de Guerrero, Rómulo Figueroa atacó Iguala.
La reconcentración
El día 10 se anunció oficialmente que a partir de esa fecha iba a comenzar la verdadera campaña contra los rebeldes. Juvencio Robles lanzó un decreto, señalando a los habitantes de los pueblos y ranchos del Estado, el improrrogable plazo de diez días para reconcentrarse en Cuernavaca, Cuautla, Jojutla, Jonacatepec y otros lugares, entendidos de que al fenecer el plazo, serían arrasados los pueblos y rancherías, aprehendidos y juzgados como rebeldes los hombres y mujeres que no acataran la disposición. Inútil es decir que se aplicaría a los prisioneros la ley de suspensión de garantías que se hallaba vigente desde el 5 de marzo.
En las filas rebeldes no causó la menor sorpresa esta medida; pero nunca como en ese caso se vió plenamente comprobada en el orden social, la ley física que dice que la acción es igual a la reacción. La que produjo el inicuo decreto de Robles fue, por brutal, contraria a los fines que buscaba, pues hizo estallar los odios, enardeció los ánimos, acrecentó la acometividad de las fuerzas rebeldes y por último, decidió a muchos de los que hasta entonces habían sido partidarios platónicos del movimiento, a que franca y definitivamente se unieran a él.
Sólo en la mente oscurecida de Juvencio Robles pudo caber el disparate de la reconcentración como medida represiva de un movimiento justo y con raigambres sociales muy profundas; sólo en la mente turbia del usurpador pudo caber la aberración de apoyar esa medida que, por otra parte, aplaudieron todos los conservadores, desde los latifundistas hasta los sabios de gabinete y los políticos sin conciencia. Nadie se detuvo a pensar que los efectos de la determinación se harían sentir exclusivamente en la población pacífica; nadie pensó en que los reconcentrados eran seres, ya no digamos humanos sino vivientes que, como todos, tenían imprescindibles necesidades; que no habría trabajo ni alojamientos para ellos; y que, por encima de todo esto, no tenían culpa alguna que mereciera la pena a la que se les iba a someter.
Batir al zapatismo cueste lo que cueste había dicho el amo y era lo único en que se pensaba; ¿para qué asomarse al fondo del problema? Batir al zapatismo, aunque el precio fueran las lágrimas, el hambre y las vidas de la población pacífica que no tenía más culpa -si culpa puede llamarse- que haber nacido bajo el cielo de Morelos.
Reconcentrar a los vecinos de los pueblos y rancherías, representaba para los hombres de gobierño de aquella nefanda época, quitar a los rebeldes los medios de subsistencia, atacarlos por hambre; pero fueron incapaces de comprender que la rebelión contaba con otros muchos medios de defensa, y entre ellos, la extrema movilidad que le permitía su organización en guerrillas; no se acordaron de que nuestra raza es sobria y que basta un poco de maíz tostado para que un hombre pueda sostenerse durante varios días.
Muchos de los tranquilos moradores de los puebíos y ranchos, acataron la disposición y soportaron resignadamente las penalidades que les trajo: la quema de sus casas, la destrucción de su pobre mobiliario, el sacrificio de sus animales, la falta de trabajo, el hambre, la enfermedad. Otros, que fueron la mayoría, resuelta, decididamente, francamente se rebelaron y con ellos la Revolución aumentó considerablemente sus filas.
Para quienes se reconcentraron estaba reservado otro procedimiento infame: la leva. Piadosamente fueron instalados en los cuarteles, por falta de alojamientos; pero no salieron de aquéllos sino para que se les enviara como carne de cañón a distintos lugares de la República, donde por las bajas en los cuerpos del Ejército, se necesitaban hombres.
Sólo en los meses de mayo y junio salieron de Morelos dos mil novecientos sesenta y tres hombres consignados al servicio de las armas y que llegaron a la ciudad de México en la siguiente forma: 400 el día 12 de mayo; 243 el día 26; 300 el primero de junio; 45 el día 5; 1,075 el 22 y 1,000 más el día 28 del mismo junio.
A familias enteras, por serio de los revolucionarios o de quienes se suponía simpatizadores del movimiento, se les redujo a prisión, se les sujetó a humillaciones y se les obligó a salir de su tierra natal. Entre esas familias se contó, indefectiblemente, a la de la señora Guadalupe S. de Espejo, madre política del general Zapata.
Justa correspondencia
Si la reacción producida en el Estado de Morelos fue intensa, no era menos el descontento que existía fuera de dicho Estado. Cerca de Valles, S. L. P., un grupo organizado por Antonio Noriega se levantó en armas el día 11, reconociendo como jefe al general Zapata y como bandera el Plan de Ayala. El día 12 se sublevó el 19 cuerpo rural, en San Rafael, Mor., y el 16 se levantó en armas el comandante Cándido Aguilar en Córdoba, Ver., aun cuando ese levantamiento no estuvo ligado con el movimiento suriano. Tuvo menos fortuna que los anteriores, el 24 cuerpo rural, pues al sublevarse. en Tlalnepantla, Méx., el día 26, fue sitiado su cuartel por la gendarmería montada y hechos prisioneros los doscientos hombres que lo componían.
Entre las estaciones de Cascada y Retorta, fue detenido un tren y puesta en fuga la escolta que en él viajaba, formada por voluntarios; igualmente fue detenida en Nepantla, el día 16, el tren de reparación que había salido de Cuautla. Al día siguiente, tanto el tren militar como el de pasajeros que lo seguía, fueron detenidos entre las estaciones de Tres Marías y Parres. Un convoy militar procedente de Iguala detuvo su marcha en Tetecalita, cercana a Cuernavaca, debiéndose a una circunstancia casual que no hubieran estallado las treinta y cinco bombas de dinamita con las que se minó la vía. A todo esto, los tíroteos nocturnos a la capital de Morelos demostraban a Robles la ineficacia de la reconcentración, y fuera de Morelos, se hablaba a Huerta muy claro sobre cuál era la voluntad del pueblo mexicano.
En Huauchinango entraron los zapatistas el día 18 y allí se les unió la policía. Otro grupo se acercó a San Angel, D. F., ese mismo día y un tercero entró en San Nicolás, también del Distrito Federal, de donde marchó a la hacienda de Eslava. En Taxco, Atzacualoya y Buenavista de Cuéllar, hubo combates de alguna significación, como lós hubo en las cercanías de Puebla, en Tlalyehualco, Tonatitlán, San Pedro Cuaco, Tetela y Zacatlán, entre los días 25 y 31 de mayo, teniendo las fuerzas surianas la iniciativa.
Al finalizar este mes cayó en poder de José Rentería Luviano, quien no pertenecía a las filas surianas, la importante plaza de Zamora, en el Estado de Michoacán.
Actividades de los hacendados
Los hacendados morelenses no perdían el tiempo, pues entablaron pláticas con el Ministro de Gobernación, pidiéndole que los autorizara para formar cuerpos de voluntarios que los mismos hacendados pagarían para defender sus propiedades y servir de auxiliares en la campaña. Es de suponerse el agrado con que la administración de Huerta recibió el ofrecimiento, pues las fuerzas voluntarias darían a los trabajadores de las haciendas la debida protección, mientras que el general Robles iría con sus columnas de ataque destruyendo todos los pueblos; que no eran sino nidos de bandidos,
LA ACCION Y LA REACCION
No cabe duda que las ideas del licenciado José María Lozano, expuestas en la Cámara de Diputados, habían caído en terreno fértil. Por otra parte, la actitud de los hacendados morelenses rehuyó en los demás latifundistas de la República, pues al sentirse también amenazados, trataron de defender sus intereses.
Junta de latifundistas
Magna fue la asamblea de los latifundistas que a iniciativa y convocatoria de la Cámara Agrícola Mexicana se reunió el 28 de mayo en el cine Bucareli de la ciudad de México, a la que asistieron más de doscientas personas, presididas por el ingeniero Alberto García Granados, Secretario de Gobernación.
La exposición de motivos que se tuvieron para la convocatoria, fue hecha por el señor licenciado Manuel de la Peña y en ella se dijo que la Cámara, en vista de las penalidades por las que estaban atravesando los hacendados, y queriendo poner a salvo la propiedad rural, había determinado citar a la reunión para que en ella se propusieran los medios más adecuados.
De la junta debía salir un Congreso Agrícola que estudiara la forma de lograr que la propiedad rural fuese respetada, y para llevar a cabo los trabajos preliminares del Congreso, había que nombrar una Gran Comisión que integrarían dos representantes de los hacendados por cada uno de los Estados de la República.
Integrantes de la Gran Comisión
Tras de las proposiciones y discusiones de rigor, la Gran Comisión, preparatoria del Congreso Agrícola, quedó integrada en la siguiente forma:
Aguascalientes, José María Dosamantes y Francisco Vélez;
Campeche, Joaquín Baranda Mc Gregor y licenciado Miguel Lanz Duret;
Coahuila, Antonio Hernández y Feliciano Cobián;
Colima, Felipe Arteaga y Enrique Schondube;
Chihuahua, José María Luján y Eduardo J. Creel;
Chiapas, VÍctor Manuel Castillo y Bernardo Mayén;
Durango, Angel López Negrete y Francisco Asúnsolo;
Distrito Federal, Remigio Noriega y Javier Algara;
Guanajuato, Nicandro del Moral y Melchor Ayala;
Guerrero, Miguel Montúfar y José Arce;
Hidalgo, Luis Fernández Castellot y Abel Guillén;
Jalisco, Carlos F. Landero y Pedro L. Corcuera;
Michoacán, licenciado Francisco C. García y Pedro Arce;
Morelos, Manuel Araoz y Luis García Pimentel;
México, doctor Francisco Capetillo y Antonio Pliego Pérez;
Nuevo León, José Armendáriz y Manuel Amaya;
Oaxaca, Esteban Maqueo Castellanos y licenciado Eleazar del Valle;
Puebla, Jesús Suinaga y Angel Caballero de los Olivos;
Querétaro, Carlos Cosío y Manuel de la Peña;
San Luis Potosí, Luis Espinosa Cuevas y Jesús J. García;
Sonora, Ignacio Castell y Jesús Almada;
Sinaloa, Luis Martínez de Castro y Joaquín Redo;
Tabasco, Jesús M. Balboa y doctor Nicasio Melo;
Tamaulipas, Iñigo Noriega y licenciado José A. Cosío;
Tepic, Frumencio Fuentes y Jacinto Pimentel;
Tlaxcala, Vicente Sánchez Gavito e Ignacio Torres Adalid;
Veracruz, Tomás Braniff y Jacobo Rincón;
Yucatán, Miguel Peón y Alfonso Regil;
Zacatecas, Juan Rincón y Rodolfo Elorduy.
En relación con el apoyo que a la junta prestó el gobierno usurpador, la prensa le dió una crecida importancia y auguró la pacificación nacional como resultado de sus trabajos.
Junta revolucionaria
Mientras en México se esperaba que brotara de la luminosidad cerebral de los hacendados el conjuro para deshacer la tormenta, en el Sur se instalaba otra junta de carácter revolucionario, como si el movimiento de esa región quisiera devolver golpe por golpe. El general Zapata trató de realizar siempre, con especial empeño, el deseo propio de no concentrar en su persona la resolución de todos los asuntos concernientes al movimiento que acaudillaba. Su idea fue la de que sus principales subalternos tuviesen, a la vez que la parte de responsabilidad, la oportunidad de proponer y sostener iniciativas suyas, y puede verse en esa idea la tendencia del Jefe de alentar a sus lugartenientes, llamándolos al conocimiento de los asuntos trascendentales en justa correspondencia a sus servicios.
A iniciativa, pues, del general Zapata, se instituyó en Morelos una Junta Revolucionaria del Sur y Centro de la República, larguísima denominación con la que Montaño bautizó al organismo que debía de conocer y resolver los más interesantes problemas que la situación estaba creando.
La Junta deberá integrarse con personas de la masa insurgente -escribió Montaño en el Reglamento a que debía sujetar sus actos- procurando que sean de los generales que hayan estado ya en las filas revolucionarias al expedirse el Plan de Ayala.
Esa Junta debería estar en contacto con otra que se formaría en la ciudad de México, con los correligionarios que por diversos motivos no pudieran abandonar la capital.
El acta constitutiva de este organismo -que de hecho funcionaba desde algunos meses antes- fue firmada el 2 de junio por el general Zapata, como Jefe del Ejército Libertador y Presidente nato de la Junta; por los generales Otilio E. Montaño, Eufemio Zapata, Francisco V. Pacheco, Genovevo de la 0, Amador Salazar, Francisco Mendoza, Felipe Neri, Bonifacio García y Mucio Bravo; por el coronel Camilo Duarte, por el teniente coronel Trinidad A. Paniagua, como integrantes, y; por Manuel Palafox como secretario.
Las vicisitudes de la campaña dificultaron mucho los trabajos de la Junta que pudiéramos llamar de gobierno zapatista, pues como algunos de sus componentes eran altos jefes del Ejército Libertador, las necesidades de la lucha los llamaban constantemente a distintos lugares y con frecuencia les impedían reunirse en el Cuartel General -cuya residencia no podía ser fija-, para tratar en pleno los asuntos y a tomarse importantes acuerdos de los que nos ocuparemos en su oportunidad.
¿Ultimas convulsiones?
Son espantosas las últimas convulsiones del zapatismo en Morelos -dijo la prensa huertista-, pero ni eran las últimas convulsiones, porque el movimiento no estaba en agonía, ni las manifestaciones de actividad eran sólo en Morelos, pues por enésima vez los rebeldes se acercaban a Tlalpan y Xochimilco, el primero de junio, en justa correspondencia a la leva de doscientos vecinos pacíficos que el día anterior fueron reconcentrados en Cuernavaca.
El mismo día primero se tuvo un combate en San Vicente, cerca de Cuernavaca, estando las fuerzas al mando dei general Eufemio Zapata; y en las inmediaciones de la estación de Retorta, del F. C. Interoceánico, hubo otro encuentro con los incansables Felipe Neri y Francisco Mendoza, quienes encabezaban más de mil hombres.
El día 5, los generales de la O y Elizondo prepararon su ataque a Tenancingo, del que hemos hablado en páginas precedentes; el día anterior, las fuerzas del primero detuvieron un tren militar en Joco.
En las esferas gobiernistas comenzaba a sentirse el efecto de la política sanguinaria de Juvencio Robles, pues se anunció el día 5 que el general Eguía Lis tomaría a su cargo la campaña de Morelos. El nombramiento de dicho general como jefe de las armas no se llevó a cabo; pero el general Alberto T. Rasgado llegó a Cuernavaca con una columna de las tres armas, fuerte en mil hombres.
El día 6 se hicieron declaraciones en el sentido de que los rebeldes ocupaban una zona en el corazón de Morelos y puntos limítrofes del Estado de Puebla, por lo que, a pesar de la reconcentración, tenían cuanto necesitaban para continuar la campaña. Esa zona, dijeron los periódicos gobiernistas, estaba comprendida desde Tenextepango, Jalostoc, Tlayecac y Axochiapan, hasta Tlancualpicán del Estado de Puebla; desde Huautla, Chinameca, Moyotepec y Villa de Ayala, hasta Coahuixtla, cercana a la ciudad de Cuautla. Fácil es comprender que los revolucionarios no se hallaban únicamente dentro de esa zona, como lo demuestran los combates habidos fuera de ella; pero aun cuando así hubiera sido, la vasta región comprendida dentro de los límites que le señaló la versión oficial, demostraba la ineficacia de la reconcentración y la impotencia de las fuerzas federales para extinguir el movimiento revolucionario.
Nuevo epíteto a Zapata
Siempre ha producido cierto efecto el calificativo de anarquista, no por las ideas que sustenten quienes así se consideran, sino por los procedimientos de violencia que algunas veces han empleado. Ese epíteto no podía faltar en la larga lista de los que la prensa mercenaria aplicaba al general Zapata, en su campaña de difamación. Para restarle simpatías entre personas timoratas y para que apareciese como extremista, se dijo que estaba en contacto con un grupo encabezado por el señor Juan Francisco Moncaleano, quien residía en Los Angeles, California, E. U., y del que se aseguró que tenía la pretensión de proclamar en México la revolución social.
Social era el movimiento del Sur, sociales sus principios y seguramente por esta circunstancia, el señor Moncaleano, que había estado en México, sintió simpatías por el movimiento y, como periodista, externó su sentir. Nada más oportuno, para el huertismo, que aprovechar la ocasión para presentar al general Zapata con la aureola del dinamitero terrorista.
Es inconcuso que la prensa mercenaria consiguió en gran parte lo que buscaba, pues como resultado de su campaña todavía hasta hoy, en el concepto de las personas que se tomaron la molestia de investigar la verdad, quedaron flotando las mentiras, y aparece la figura del general Zapata, y aun la de todos los zapatistas, con los sombríos tonos que les dieron los embustes periodísticos.
Junta de generales en México
Mientras la prensa comentaba las relaciones del general Zapata con el señor Moncaleano, se combatía encarnizadamente en Chiautla, del Estado de Puebla. Más de trescientos muertos por ambas partes fue el saldo de los combates que duraron del 7 al 10 de junio; pero mientras más refuerzos llegaban a la región suriana, mayores elementos se unían a la Revolución.
El general Rasgado salió de Morelos hacia México, llevando una comisión secreta que le confirió el jefe de la campaña y que originó que se reunieran Huerta, Mondragón, Félix Díaz, Blanquet, Rubio Navarrete, Ruelas, Eguía Lis y el coronel Felipe Alvírez, para tratar de un plan que daría muerte al zapatismo. Luminoso plan que pregonaba el fracaso del que hasta allí se había seguido y además, que a Huerta y a Robles no les bastaba con las llamas del incendio, pues querían el fuego del volcán, la lumbre del infierno para el infortunado Morelos.
Asesinato de Abraham Martinez
El día 11 fue hecho prisionero en la ciudad de Puebla el revolucionario Abraham Martínez en compañía de Francisco Ledesma, quien había desempeñado el puesto de jefe de la policía en dicha ciudad. La orden para aprehenderlo procedió de México, hacia donde aparentemente fue remitido el día 12; mas con el fin de darle muerte en el camino, aplicándole la ley fuga, lo que hicieron sus custodios en la estación de Zacatelco, del Estado de Tlaxcala.
Satisfacción de los hacendados
Los hacendados morelenses estaban satisfechos de la obra de Juvencio Robles, pues si se destruían los pueblos, se arrasaban los sembrados, se sacrificaba a los animales de labranza de los humildes, en cambio las haciendas estaban recibiendo toda la protección posible por parte de las fuerzas. A mayor miseria del campesino, mayores motivos y mayor firmeza para la esclavitud del peón.
Entrevistados por unos periodistas los señores Antonio Barrios y licenciado Fernando Noriega, el primero dijo que los hacendados tenían plena confianza en que, con los procedimientos seguidos por el gobierno y cuya eficacia estaba comprobada, era de esperarse que la campaña de Morelos terminaría en breve. En parecidos términos habló el licenciado Noriega, agregando que la dirección del general Robles en la campaña, había reducido a una región muy pequeña el zapatismo y aun cuando existían algunas otras gavillas en el Estado, eran de poca importancia. Pero es el caso que esas gavillas no sólo eran morelenses, sino de nativos del Estado de Guerrero, que llegaban a prestar ayuda a sus correligionarios, aumentando su número y empuje, como lo demostró el hecho de que el mismo día de las declaraciones -12 de junio- se libró un reñido combate entre fuerzas del general Julio A. Gómez y las huertistas al mando del jefe Benítez, en la serranía de Huautla. Se pretendía arrojar a los revolucionarios de Morelos y se conseguía atraer a los de igual credo que operaban en el vecino Estado. Conviene decir quién era el jefe revolucionario que había combatido en Huautla.
El general Gómez, cuyo nombre hemos visto entre los que, con el general Zapata, firmaron el documento dirigido a Félix Díaz el 4 de marzo, era originario de Comala, cerca de Atenango del Río, Gro., raza indígena pura y su nombre completo, Julio Astudillo Gómez. Abrazó la causa agrarista a raíz de la proclamación del Plan de Ayala, en ocasión en que el general Zapata hizo un recorrido hasta Huamuxtitlán. Se presentó al general Montaño pidiéndole ingresar a las filas revolucionarias y este señor lo condujo ante el Caudillo, quien le confirió el grado de capitán primero. Sus inmediatos ascensos los debió a su actividad para levantar buen número de hombres en los pueblos de Comala, Atenango del Río, Copalillo, Zicapa, Oztutla, Tlacozoltitlán, Tulimán y otros. Habiéndose distinguido en los combates que desde luego tuvo, siguió ascendiendo, y como si quisiera corresponder a los ascensos, extendió su radio de acción que pronto abarcó desde Temalac hasta Quechultenango, envolviendo Chilapa y desde Atenango del Río hasta Ahuacoutzingo, comprendiendo la región conocida con el nombre de Las Joyas. Esta zona se amplió considerablemente en la época del huertismo. Combatió no sólo en el Estado de Guerrero, sino en los de Puebla y Morelos; las veces que peleó en el Estado de Puebla, lo hizo al lado del general Fortino Flores y a invitación suya. Fortino Flores era otro elemento de la raza indígena, valiente en extremo y originario de Cohetzala, Pue., cuya zona limitaba con la del general Gómez. Julio A. Gómez era un hombre modesto, observador y valeroso, con una rara habilidad para disponer sus ataques; poseía agudeza de penetración, con la que suplía su escasa cultura; era amante de la justicia y de las tradiciones de su raza. Se hizo querer por los pueblos de su zona, debido a la atención que ponía para escuchar y resolver sus problemas; pero logró captarse mayores simpatías en Zicapa, Atenango y Almolonga.
Al morir en Zicapa, a fines de 1917, tenía el grado de general de brigada y bajo su mando estaban los generales Cenobio Mendoza, Desiderio García y Fidel Pineda, así como varios coroneles que operaban independientemente de los primeros. Todas sus fuerzas pasaron al mando del general Benigno Abúndez, por determinación de una asamblea de jefes que se llevó a cabo el primero de enero de 1918 en Temalac, y que fue presidida por el coronel Carlos Pérez Guerrero, en representación del Cuartel General del Ejército Libertador.
Prosigamos con lo que estaba sucediendo en Morelos. Con nuevas fuerzas, ametralladoras y cañones, regresó a Cuernavaca el general Rasgado el día 16, acompañándolo el de igual grado Gordillo Escudero y siendo portador de instrucciones para Robles en el sentido de que activara la campaña. No necesitaba de esa recomendación, pues el mismo día y tras un combate en Juchitepec, se hicieron en ésta y otras poblaciones comarcanas 120 prisioneros entre la población pacífica, y se les destinó al servicio de las armas; el 18, los federales redujeron a cenizas varios poblados cercanos a Chinameca, y el mismo día se combatió en Tepalcingo contra fuerzas huertistas mandadas por el coronel Cartón, habiendo tomado el mando de las fuerzas revolucionarias, el general Zapata.
Una nueva manifestación de descontento entre los maderistas vino a sumarse a las muchas que ya había: el comandante de rurales, periodista don Alfonso Zaragoza, se levantó en armas entre los días 10 y 11; mas por desgracia fue efímera su actuación, pues tres días más tarde pereció cerca de Temaxcaltepec.
El 16, otro maderista se unió a las filas rebeldes; al general De la O se presentó en Toto, del Estado de México, el general Cándido Navarro. Sucedió que el primero de los citados supo, el día 9, que una columna federal había salido de Tenancingo hacia Tecomatlán y San Simón el Alto, con intenciones de atacar a los rebeldes en Malinalco. El general De la O marchó a dar encuentro al enemigo hasta Totoltepec donde lo sorprendió e hizo que se retirara en desorden, perseguido por el coronel Eulalio Terán. El 15, tuvo conocimiento el general De la O, por un parte que le rindió Timoteo Flores, de que el enemigo, procedente de Morelos, se había presentado en Mexicapa, donde se le hizo resistencia, no obstante la cual, puso fuego a varias casas. El 16 volvió a presentarse en la misma población, pretendiendo incendiar otras casas. Mientras tanto, el general De la O había salido en auxilio de la población; en Ocuilan tomó los informes necesarios y continuó hasta Toto, donde se le unió el general Cándido Navarro, prosiguiendo con él su camino. Habiendo encontrado al enemigo, trabó combate desde las cinco hasta las siete de la tarde, en que los federales se retiraron abandonando sus muertos y heridos. El 17 contramarchó por haber sabido que las fuerzas de Tenancingo habían vuelto a salir con rumbo a Malinalco. Las atacó en dos puntos distintos de su camino; pero las dejó llegar a la plaza a la cual puso sitio a las 4 de la tarde. El 18, a las 5 de la mañana, abrió el fuego, limitándose los sitiados a contestar con disparos de cañón. A las 6, se ordenó el ataque general que resistieron los federales debido a su buena doración de parque; a la una de la tarde se ordenó el asalto a las posiciones que el enemigo conservaba, y una hora después la plaza estaba en poder de las fuerzas revolucionarias, pues los federales se retiraron hacia Palpan, dejando municiones que fueron bien aprovechadas.
Mentirosa versión oficial
Capciosamente se hizo circular por el gobierno, el día 15, que habían solicitado su rendición los generales Emiliano y Eufemio Zapata, y con ese motivo quedaban suspendidas las hostilidades en el Sur. Se afirmó que la rendición iba a ser incondicional, pues los guerrilleros estaban cansados de una lucha infructuosa y habían comprendido la pujanza del gobierno de Huerta.
Cuando los periodistas acudieron al Ministro de Gobernación en solicitud de datos, no se les negó la especie, sino que para darle mayor fuerza, se les informó que también el funcionario tenía noticias de la rendición; mas como transcurrieron los días y no se llevó a cabo, el gobierno usurpador se vió en el caso de decir la verdad, si bien cubriéndola con una nueva bravata, pues declaró que el gobierno había resuelto no entrar en trato alguno con los surianos.
En el Ministerio de Gobernación se dijo oficialmente en esta vez que los zapatistas que están en el campo no son los verdaderos y se señaló a seis diputados renovadores como partícipes en el movimiento suriano. Más tarde se declaró que quienes ayudaran de cualquier modo a los rebeldes del Sur serían fusilados sin miramientos y con ese motivo, en las haciendas, todas ellas guarnecidas por tropas federales, se formaron listas y se dotó a todos los trabajadores de libretas de tiempo, para que en cualquier momento pudiera verificarse el empleo que de él hacían.
El día 27 quedaron suspendidas todas las comunicaciones: ferroviarias, telegráficas y postales. Por las vías férreas sólo corrieron trenes militares; por los caminos, sólo circularon las columnas federales y por los hilos telegráficos sólo fueron trasmitidas las órdenes para la campaña.
Ni siquiera se echó mano de la censura, sino que se impuso la total suspensión de todas las comunicaciones. Hasta ese extremo llegó la mano brutal de Juvencio Robles, robustecida por la del usurpador.
TREINTA MIL JAPONESES PARA MORELOS
Prisión de unas damas
El mes de julio se inició con la prisión de las señoritas Dolores Jiménez y Muro, María Gallegos y Susana Barrios, prima esta última del general e ingeniero Angel Barrios. Fueron consignadas al juez primero de Distrito en la ciudad de México, licenciado Adalberto Torres, y quedaron formalmente presas el día 8.
Un día antes habían llegado a la capital, procedentes del Estado de Morelos, la madre política de! general Zapata, cuatro de sus hijas llamadas Felícitas, Juana, Carlota e Ignacia Espejo, así como un familiar de ellas de nombre Gabriela Gadea. Todas quedaron a disposición de la Secretaría de Guerra y fueron internadas en e! cuartel de San Ildefonso, por el delito de ser familiares del rebelde suriano y bajo el cargo de ser espías.
La detención de la familia Espejo no pudo causar sino curiosidad en los reporteros, por lo que obtuvieron permiso para entrevistar a doña Guadalupe, a quien pidieron les refiriese sus impresiones. Dijo esta señora, que en las dos ocasiones en que Robles había estado en Morelos, la había hecho objeto de persecución y que no era esta la única vez en que se le había aprehendido, si bien tuvo la suerte de quedar en libertad anteriormente. En su lenguaje sencillo, hizo un paralelo entre Robles y el general Angeles, de quien dijo que todos lo querían por amable, fino y justiciero. A propósito del general Angeles, conviene decir que tras una larga e injustificada estancia en la penitenciaría del Distrito Federal, quedó en libertad el 31 de este mes de julio, y por lo que hace a los familiares del general Zapata, detenidos, al llegar al cuartel de San Ildefonso les fue recogida una cajita conteniendo aretes, una pulsera, anillos y papeles como cuerpo del delito de espionaje. La cajita quedó en poder del jefe del batallón en calidad de depósito y para las averiguaciones correspondientes, según publicó la prensa. Ignoramos el paradero de los objetos; pero sí sabemos que no volvieron a las manos de sus dueños.
Sigue la leva
Al mismo tiempo que los familiares del general Zapata, llegaron a México 200 vecinos de Morelos, consignados al servicio de las armas; 500 más llegaron el día 11; 280 el 14 Y 300 el 28. En total, mil doscientos ochenta hombres, contingente de sangre que Morelos proporcionó forzadamente en un solo mes y que constituye un capítulo de maldición para la memoria de juvencio Robles.
Puebla también dió su contingente: de Tepetlaxco, fueron sacados 125 indígenas a quienes se internó en el cuartel de la Canoa. Todos pidieron amparo, por mediación del señor licenciado Antonio Fuentes, y es fácil suponer la suerte que corrió el recurso.
Nuevas aprehensiones
El día 11 fue aprehendido el señor licenciado Pablo Castañón Campoverde y nueve personas más, acusadas de connivencia y de proporcionar armas al general Zapata. La esposa de este profesional solicitó amparo, que ningún efecto surtió, pues a pedimento de Juvencio Robles fue trasladado a Cuernavaca. En todas partes en que se presentó la señora con la orden de suspensión del acto, le fue negado que estuviera el señor Campoverde, a quien se sacrificó villanamente, días más tarde, en La Carolina, cerca de la capital morelense.
Sin relación con el movimiento del Sur, pero sí con el descontento general, fue también aprehendido en Guadalajara el señor licenciado Roque Estrada, el día 31, acusado de complicidad con el movimiento rebelde de la República.
Junta de hacendados
La junta de hacendados a la que se dió el pomposo nombre de Congreso de Agricultura, en perfecta inteligencia con Huerta, recibió de éste la promesa de que proporcionaría armas y parque para que los latifundistas batieran también a los revolucionarios. Alarmados estaban los terratenientes, mas no sólo los de Morelos, sino de toda la República, que, como hemos visto antes, integraban el Congreso de Agricultura. El día 2 se discutió la formación de ligas de propietarios en cada uno de los Estados; el 4 se trató del reglamento a que debía sujetarse la acción que se iba a emprender con los elementos que proporcionaría Huerta.
La alarma de los hacendados, el objeto del Congreso y las ideas que allí se estaban exponiendo, tuvieron su repercusión inmediata fuera de la capital. El licenciado Francisco León de la Barra, como gobernador del Estado de México, informó el día 2 a la legislatura local que habían comenzado los trabajos para armar a los terratenientes a fin de que protegieran sus propiedades contra las hordas rebeldes.
El día 4, en Puebla, hubo una junta de hacendados con el jefe de las armas y el jefe político de Atlixco, habiéndose resuelto que se formara un cuerpo de infantería y otro de caballería, con la misión, el primero, de proteger las fincas, y de perseguir a los rebeldes, el segundo.
El 29, los hacendados morelenses se reunieron en la Secretaría de Gobernación, pues se había aceptado su iniciativa de formar cuerpos con los peones, para lo cual sólo se esperaba el resultado de la campaña de Juvencio Robles, quien aseguró que únicamente faltaba arrasar Huautla, que consideraba como la fortaleza máxima del general Zapata.
Pero contra las determinaciones de los amos y el apoyo que Huerta les prestaba, los esclavos continuaban sus actividades con ardor. En el Desierto de los Leones, en Cuajimalpa, Santa Fe y Milpa Alta, del Distrito Federal, existían grupos que por sus movimientos combinados que llevaron a cabo el día 2, alarmaron al gobierno. Nueva alarma le causaron el día 10 con su presencia en San Bartolo Naucalpan, Contreras y en la población de Ajusco.
En Santa María, del Estado de Morelos, las fuerzas del general Francisco V. Pacheco tendieron una emboscada a Rasgado, al emprender una jira en persecución del general De la O por Malinalco, Ocuilan y Jalatlaco, donde también cayeron en otra emboscada.
Yecapixtla, que estaba en poder de los revolucionados, fue teatro de sangriento combate el día 3, en que los federales dejaron el recuerdo de esa acción destruyendo varias casas y las torres de la iglesia con su artillería. En la misma fecha los sublevados se presentaron en Yautepec, y a la vez que la plaza, atacaron a la columna del huertista Gordillo Escudero.
En inusitada actividad entraron los federales el día 15. Alatriste dió principio a una excursión desde Ticumán hasta Tepoztlán, para batir a Felipe Neri. Pradillo avanzó hacia Axochiapan y Rasgado se dispuso a atacar Tilzapotla, para lo cual dividió en dos su columna que debía operar en combinación con los colorados de Maldonado y Ruiz Meza. Llevaba esa columna una sección de artillería de 60 milímetros y dos baterías con cañones Vickers; el combate principió al cruzar los federales el río, habiendo llegado las ametralladoras a ponerse al rojo blanco, según el decir de los federales. El resultado fue la destrucción del pueblo, o sea un nido de zapatistas, como dijeron.
Reveladora fue la determinación de artillar los cerros de Ticumán, Cruz de Piedra y La Herradura, colocando en ellos potentes reflectores para impedir las sorpresas nocturnas en que los surianos eran duchos. Mas no sólo en Morelos se combatía con intensidad, pues un fuerte núcleo rebelde tomó el día 23 la importante población serrana de Zacapoaxtla, de la que hicieron huir a la guarnición de rurales y al jefe político Rafael Bonilla.
Dos días más tarde se movilizaron mil quinientos hombres para recuperar la plaza y la de Tetela que también había caído en poder de los revolucionarios; pero a la movilización de esa columna que debía unirse a las fuerzas que se encontraban en la comarca y a otra que de Puebla había salido, consistente en 700 hombres, contestaron los rebeldes amagando Huauchinango y el día 27 se dió por hecho, oficialmente, que Juan Francisco Lucas, el Patriarca de la Sierra, apoyaba decididamente el movimiento revolucionario.
De un singular combate dieron cuenta los federales que operaban en Morelos, llevado a cabo el 22 en un punto denominado El Tinacal. He aquí cómo lo refieren los mismos federales:
Se entabló el combate en los momentos en que una terrible tempestad se desataba. Las descargas eléctricas, el fuego de las ametralladoras, cañones y fusiles producían un ruido ensordecedor, el espectáculo era imponente, todas las alturas estaban coronadas de revolucionarios y una verdadera lluvia de balas caía sobre nosotros.
Hemos querido señalar estos combates, no para presentar a los surianos como a unos leones, sino para que se les vea en su ardor, tenacidad y firmeza, cuando fueron perseguidos por todos los medios y con todos los elementos de que podía disponer el gobierno, mientras que ellos sólo contaban con las municiones de que podían apoderarse por sus sorpresas al enemigo. Si las ametralladoras llegaron a ponerse al rojo blanco en Tilzapotla, fue por la innegable resistencia que ofrecieron los revolucionarios y si sobre los federales caía una verdadera lluvia de balas en El Tinacal, esa lluvia. era la consecuencia de los esfuerzos que habían hecho los surianos para adquirir los proyectiles que dispararon.
El 27 se libró en El Texcal un encuentro cuya duración e intensidad pierden su importancia ante los procedimientos incalificables de las fuerzas huertistas que capturaron a varios varones, tres mujeres y un niño, todos los cuales fueron fusilados.
El incendio de los pueblos
Al informár Rasgado el día 9 sobre su recorrido, dió cuenta con la reconcentración que hizo de los vecinos de Cocoyotla y Coatlán del Río, a la cabecera del distrito de Tetecala, siguiendo las instrucciones que le habían sido dadas, y que Tetlama y Coatepec los había incendiado por ser nidos de zapatistas.
Igual suerte corrió Xochitlán el día 12, donde la tea incendiaria fue empuñada por Cartón y Gordillo Escudero, para castigar otro nido de zapatistas.
Haciéndose eco del sentir de sus superiores, un mílite que operaba a las órdenes de Robles declaró el día 15 que el zapatismo estaba siendo combatido sin tregua ni descanso, que se empleaba la reconcentración y se destruían los pueblos; que se estaba aprehendiendo a todos los trabajadores morelenses, para que comprobaran, de manera evidente, que no estaban con los rebeldes y que aquellos que no podían hacerlo, eran enviados a México para ser deportados o consignados al servicio de las armas.
Nada de extraño hay que un inferior viese con naturalidad lo mandado por su jefe; pero la prensa, desvergonzada, informó el 26 que entre los pueblos destruidos se podían citar Yecapixtla, Xochitepec, Tepalcingo y muchos de los caseríos de las haciendas inmediatas.
Treinta mil japoneses para Morelos
La inhumana reconcentración de los vecinos, que paralizó la vida agrícola del Estado, en lo que no fue la producción de las haciendas; la inicua destrucción de los pueblos que sembró de ruinas su extensión territorial; la odiosa leva que sacó de Morelos miles de trabajadores y llenó de luto los hogares; la deportación de familias que indignó hasta a los más indiferentes; la detención de campesinos con el pretexto de que comprobaran plenamente -difícil comprobación- que eran ajenos al movimiento revolucionario, y con la mira real de aumentar el contingente de forzados para el Ejército; la completa paralización de la vida comercial; y todos los demás procedimiento de terror, no fueron sino motivos para que el pueblo se enardeciera.
Pero Robles y Huerta tenían un objetivo ya madurado. Al quedar cegadas todas las fuentes de trabajo -flagelo máximo que los morelenses recibirían por estar contaminados con la gangrena zapatista-, tendrían que acudir a los hacendados y someterse a las condiciones y modalidades que les impusieran; mas como las haciendas no podían dar ocupación a toda la masa campesina del Estado, tendría ésta que apelar a un extremo recurso: la emigración.
Para cuando esto sucediera -y se dijo que iba a ser muy pronto-, ya se tenía una solución en consonancia con los medios hasta aquí empleados; una solución muy digna de los hombres que la idearon y de la cual se ocupó la prensa el 20 de julio: traer del Japón treinta mil colonos que vinieran a substituir a los nativos en los trabajos de campo. Hasta ese extremo llegó el plan de la campaña contra el agrarismo.
Era insuficiente la drástica medida de no dejar piedra sobre piedra, ni ladrillo sobre ladrillo; y por esto, al mismo tiempo que la destrucción de los pueblos, se procuraba por cuantos medios se tuvieron a mano, hacer salir a los habitantes del Estado hasta exterminar la semilla zapatista para que no volviese a germinar, según dijo el gobierno y repitió servilmente la prensa.
Quitar a los nacionales de su suelo y entregar éste a los extranjeros, es una medida que a ningún gobierno autóctono se le ocurre para zanjar dificultades de carácter doméstico, mayormente cuando en Morelos hubiera sido facilísimo terminarlas con un acto de justicia. Entregar una porción del suelo patrio, es un acto que no tiene disculpa y no tiene perdón. Porque entrega y no otra cosa es la que había en el fondo del oscuro pensamiento del usurpador; y para colmar la medida, se estaba allanando cuidadosamente el camino de los extranjeros, a fin de que viniesen como a un festín.
No pudo pasar inadvertido para los que formaban parte del gobierno usurpador que la inmigración japonesa, en la forma y número en que se pensaba, traería muy hondas repercusiones, enormes compromisos de carácter internacional, aunque los inmigrantes protestaran todas las lealtades al país, todas las sumisiones a nuestras leyes e hicieran todas las renuncias que por el momento les conviniese. Los japoneses seguirían siendo japoneses aun cuando se nacionalizaran mexicanos, pues las cartas de nacionalización no modifican lo que se lleva en la sangre, ni tuercen el espíritu de raza. Además, el ojo vigilante de su gobierno estaría atento a todo lo que afectara la vida y desarrollo numérico y económico de sus nacionales.
Pero nadie protestó, porque la actividad del movimiento suriano deslustraba los entorchados del usurpador y tal cosa era imperdonable. Había que castigar a ese movimiento severamente aun cuando fuese pasando sobre los intereses nacionales, pues de mayor valor eran el brillo de los entorchados y la gloria oropelesca del Vencedor de Rellano.
El odio es y será un mal consejero, así se trate de individuos, de colectividades o de instituciones; pero el odio que sentía el usurpador por el agrarismo tenía un coro de aduladores más perversos que Huerta; una legión que lo atizaba con el aplauso y el comentario.
Entre esa legión estuvo la prensa de esos días; la prensa que de Cuarto Poder se convirtió en eco de la usurpación; la prensa que dejó de ser la orlentadora de la Opinión Pública y se convirtió en la concubina del usurpador; la prensa que se escribe por intelectuales y por intelectuales se maneja, pero que dejaron el pensamiento y la pluma para tomar el incensario. He aquí lo que uno de sus órganos dijo con motivo de la inmigración japonesa:
Lo que dijo la prensa
30,000 japoneses colonizarán Morelos.
Los industriosos nipones irán a fertilizar los campos del rico Estado
Ya hemos explicado en estas columnas, que la idea del gobierno al proceder al sistema de concentración parcial en el Estado de Morelos, es después de haber agotado todos los recursos conciliatorios con los bandoleros que reclaman condiciones imposibles para rendirse, como es el reparto total de las hacienqas del Estado, que no sería posible para el gobierno, por bien dispuesto que estuviera, por el desembolso que la adquisición de ellas importaría y por otras consideraciones de gran importancia. Por estas causas bien conocidas, se ha procedido a la concentración de los habitantes pacíficos, escogiendo a los pueblos más importantes para concentrarlos, procediendo contra los alzados en una forma eficaz y violenta para exterminarlos, privándolos de los centros de aprovisionamiento, que son destruídos por las fuerzas. Como también gran número de habitantes que no puede probar que trabajan, son detenidos y enviados al Ejército para engrosar las filas en el Territorio de Quintana Roo, pronto el Estado de Morelos quedará con escasos y contados habitantes y por ende las industrias y los trabajos de campo especialmente, quedarán paralizados y todo el Estado sin movimiento. Esto es lo que ha meditado el gobierno, que tendrá que ocurrir dentro de pocos meses, y para el efecto ya ha tomado sus providencias para cortar el mal de raíz, exterminando la semilla zapatista para que no vuelva a germinar y enviando nueva gente a colonizar el antes rico Estado. Desde hace algún tiempo se acercaron al gobierno varios comisionados japoneses prominentes, para solicitar una parte del territorio en alguno de los Estados de la República, con objeto de que veinte o treinta mil japoneses lo colonizaran, dedicándose a trabajos de campo, asegurando al gobierno hacer progresar en poco tiempo, con sus esfuerzos, la región que se les destinara. Esta solicitud tan benéfica, puesto que son bien conocidas las aptitudes e inteligencia de los nipones en todas las industrias, la ha tenido en cuenta el gobierno y piensa acceder a ella dedicando el Estado de Morelos para dicha colonia, tan pronto como ya no se encuentre en él un solo bandolero, ofreciendo a los japoneses todas las seguridades del caso, puesto que ellos se someterán en todo a nuestras leyes.
Por el impulso de los japoneses industriosos y trabajadores, aun cuando el Estado de Morelos quede casi en ruinas y asolado por completo por la guerra que se ha librado durante tanto tiempo en sus tierras antes fértiles y productivas, en poco tiempo, en meses tal vez, los nipones harán que el Estado adquiera su antiguo prestigio y esplendor, figurando como siempre como una de nuestras más ricas Entidades.
Algunas consideraciones
¡El milagro de Lázaro iba a repetirse en Morelos!
Y bien: ¿qué importaba que el Estado llegara a figurar como el más rico de la Unión Mexicana, si su suelo se había entregado a una colonia extranjera? Sus hijos, en cambio, vagarían sin hogar, sin rumbo, y serían, a su vez, extranjeros en su propia patria.
¿Con la inmigración se salvaban los intereses de los hacendados? Indudablemente que sí; pero el precio de esa salvación sería la muerte de todo un pueblo; y en las sociedades no debe perseguirse el beneficio de un puñado de sus componentes, cualesquiera que ellos sean, sino el de las mayorías. Hasta en las comunidades subhumanas el interés individual nada significa frente a los intereses generales.
Los nipones, en meses quizá, iban a hacer resurgir el Estado. ¿Y por qué los nacionales no podían hacer otro tanto colocados en las condiciones que anhelaban? Se dirá: por falta de laboriosidad y de preparación. Por cuanto a lo primero, carguemos con el defecto valerosamente, porque es nuestro; por lo que respecta a lo segundo, el camino estaba firmemente señalado: la educación.
Para la colonización japonesa, el gobierno usurpador estaba limpiando de bandoleros el Estado; pero cabe preguntar: ¿por qué no lo limpiaba de hacendados?, ¿por qué allanar el camino a los extranjeros en vez de hacer justicia a los nacionales? Se estaba exterminando la semilla zapatista para que no volviera a germinar. Perecerán los hombres; pero la libertad y la justicia tienen su germen en la propia naturaleza humana, como lo demuestran todas las luchas de la especie. Por otra parte, no sólo en Morelos había el anhelo de la posesión de la tierra; si allí había brotado vigoroso y se sostenía con firmeza, también en diversas partes de la República había aparecido, y dada esa circunstancia, iba a ser imposible acabar con él, a menos que sucesivamente se siguiera el procedimiento de la colonización extranjera precedida del incendio, de la destrucción, si es que con ellos se extinguía en Morelos.
Gran número de habitantes que no podían probar a satisfacción de las autoridades, que trabajaban, eran detenidos y enviados al Ejército. Aquí callaron los que hablaban en nombre de la ley. ¿En cuál de ellas se apoyaba semejante monstruosidad?, ¿desde cuándo el Estado y con especialidad el usurpador era dueño de vidas? Es cierto que la leva fue una práctica de nuestros gobiernos, pero nadie negará que fue atentatoria de la libertad y de la vida humanas, sobre la cual ni la prensa ni los legalistas hablaron; por fortuna, la leva quedó abolida por la Revolución.
No queremos que la prensa hubiera estado con la Revolución; pero sí con sus ineludibles deberes patrióticos. En diferentes ocasiones faltó a toda ella el valor para decir la verdad; y en el caso de la nota que hemos insertado, con vergonzosa docilidad dió, comentó y razonó favorablemente la noticia de la colonización nipona. Pudo haberse refugiado en el raído manto de su patriotismo trasnochado que con frecuencia invocaba, para decir una verdad, una palabra serena al usurpador; y si las condiciones del momento no le permitían otra cosa, hubiera sido preferible que se encerrara en un silencio cobarde, antes que tratar de justificar lo que no tiene justificación; antes que descender de la altura de su misión, para aumentar el número de los castrados que coreaban los turbios pensamientos del usurpador.