Índice de Emiliano Zapata y el agrarismo en México del General Gildardo MagañaTOMO III - Capítulo VII - Cómo pensaban los intelectuales durante el huertismoTOMO III - Capítulo IX - Algunos actos del huertismoBiblioteca Virtual Antorcha

EMILIANO ZAPATA
Y EL
AGRARISMO EN MÉXICO

General Gildardo Magaña
Colaboración del Profesor Carlos Pérez Guerrero

TOMO III

CAPÍTULO VIII

EL ATAQUE A HUAUTLA


Desde julio se estaba preparando un ataque de las fuerzas federales al mineral de Huaútla, considerado por ellos como el baluarte inexpugnable de los surianos. Cuidadosamente estudiaron la región, el plan de ataque y los elementos que debían integrar las columnas que se puso bajo el mando del general Rasgado. El primero de agosto se anunció que la columna estaba formada y que en breve avanzaría sobre su objetivo para no dejar en él, como era costumbre, adobe sobre adobe.

Juvencio Robles tenía necesidad de llevar a cabo ese ataque, pues le era preciso hacer algo sonado ante el creciente impulso que la rebelión estaba tomando; mas para dar a las operaciones una importancia militar que no iban a tener, exageró las naturales dificultades que la región presentaba e inventó la versIón de que los surianos tenían allí reconcentrados sus mejores elementos, para decir más tarde que les habían asestado un golpe definitivo.

Robles y los suyos conocían la organización de las fuerzas rebeldes, sabían que su forma de combatir no consistía en presentar grandes masas y no ignoraban que el general Zapata no iba a decidir allí la suerte de su causa.

El Ejército Libertador luchaba contra un enemigo muy superior en armamento, municiones y dinero; los surianos carecían de todo, menos del apoyo y confianza populares. En esas condiciones, era natural que buscaran la manera de equilibrar sus recursos con los del enemigo. Esto explica por qué el objeto, constantemente perseguido, era el de fatigar a los federales, hacerlos gastar sus energías y su parque, apoderarse por sorpresa del que pudieran, y causar al enemigo el mayor daño con las caminatas, las vigilias y la estancia en lugares malsanos.

Es de llamar la atención acerca de que, una plaza caída en poder de las fuerzas revolucionarias surianas, aparece días más tarde amagada, atacada o tomada nuevamente. Ese hecho repetido con frecuencia, tiene una explicación. sencillísima: las fuerzas rebeldes, en la imposibilidad material de conservar una población, no ponían el menor empeño en retenerla, sino que conseguido el objeto inmediato, voluntariamente la abandonaban horas o días más tarde, para colocarse en la condición de atacantes que les resultaba ventajosa.

Y si en lo general no tenían empeño en conservar una plaza, en particular no era necesario sostenerse en Huautla. Bastaba con abandonarla en el momento oportuno, para ocuparla cuando las fuerzas federales se retirasen, como sucedía con frecuencia en otros lugares, con lo cual se tenían las mismas posiciones sin sacrificio de vidas y sin gasto de municiones de las que se careció, pues no hay que olvidar que el proveedor lo fue el enemigo, de quien no siempre se obtuvo con largueza lo que se necesitaba.


Impaciencia por el combate

Las fuerzas revolucionarias, que contaban con un magnífico servicio de información, supieron a tiempo los preparativos que se estaban haciendo para atacarlas y a tiempo también supieron que se movilizaba la columna que tenía por objeto cavar en Huautla la sepultura de la rebelión suriana. Pero cuando aún no se movilizaba esa columna, aparecieron las primeras noticias en la prensa capitalina, hablando de que los combates habían sido reñidísimos, que se les habían quitado sus más importantes parapetos en la sierra de Huautla y que todo hacía suponer que bien pronto serían totalmente aniquilados los rebeldes. El día 8 de agosto, Juvencio Robles informó telegráficamente a la Secretaría de Guerra, lo que sigue:

Hónrome participar a usted que coroneles Luis Cartón y Filibecco Matus, de Cuautla, dícenme lo siguiente:

Tengo la honra de poner en cdnocimiento de usted que cumpliendo con su respetable orden emprendí mi marcha el día 5 del actual a las 5 y media rumbo a Jonacatepec, llevando el jefe, 10 oficiales, 452 infantes, 2 oficiales y 48 dragones del 1er. regimiento, una sección de cañones Wickers a las órdenes del capitán primero Pedro Prida, con un oficial, dos secciones de ametralladoras a las órdenes del capitán Luis Alcorta y teniente Leonardo Carrillo y por último, una ametralladora a las órdenes del capitán segundo Angel Gil Romero, el servicio sanitario con dos ambulantes y un trenista, formando la extrema retaguardia 10 individuos de la Brigada Aguilar.

El telegrama es tan extenso como mentiroso; pues en él se asienta qúe los federales obtuvieron victoria tras victoria en los diversos encuentros habidos, inclusive en el ataque a Huautla. No se omite decir que los revolucionarios habían sufrido considerables bajas, lamentando los federales, por su parte, haber tenido sólo dos muertos, con la circunstancia de que uno de ellos había perecido de apoplejía.

Cuando la prensa, el día 12, dió la estupenda noticia, lo hizo con este rumboso encabezado:

Huautla fue tomado y arrasado por los federales, furiosa anticipación de lo que se pensaba hacer.


La superstición, parte en los planes

Pero dos días más tarde fue necesario rectificar la noticia, diciendo que el general Robles habia mantenido en secreto (?) el último y definitivo golpe que se pensaba dar a los surianos, y que, aun cuando era verdad que se atacaría Huautla, por ser el último reducto de los forajidos, los preparativos se habían hecho y se mantenían en la más absoluta reserva. Lo cierto era que Juvencio Robles necesitaba publicidad, pues de otro modo no habría tenido el ataque sino la importancia de cualquier hecho de armas insignificante.

Hasta la superstición entró en juego, pues se informó que aun cuando la columna pudo haber avanzado sobre las posiciones rebeldes con algunos días de anticipación, tal cosa no se llevó a cabo porque el general Rasgado, a cuyo mando estuvieron las fuerzas, esperó la llegada del día 13 por ser ese número de buen agüero para él ...

En seis columnas se fraccionó la fuerza que atacó Huautla. Llevaron el mando los generales Rasgado, Olea y Gaudencio de la Llave; los coroneles Gamboa y Pradillo, y el teniente coronel García Lugo. Con suma ptudencia avanzaron los federales, pues los primeros combates se tuvieron hasta el día 16, en lugares muy distantes de Huautla y con núcleos revolucionarios que de ordinario se hallaban en esos lugares. A las dos de la tarde, Alatriste atacó el cerro de Los Dormidos, en el que se encontraban como cuatrocientos surianos que se replegaron al de Santa María, donde se hicieron fuertes. Protegida por el fuego de la artillería, otra fuerza federal avanzó hacia el cerro de Los Hornos. Olea atacó por el rumbo de Nexpa, mientras que Rasgado se hallaba en la hacienda de Treinta.

En el parte que rindió Alatriste se lee que como resultado de los combates en Los Dormidos, Santa María, El Jilguero y El Pachón, se recogieron a los surianos dos mulas ensilladas, dos fusiles Mausser y dos Remington, así como un tubo lanza-bombas en malas condiciones, siendo ese el botÍn de guerra.


¡Apareció el peine!

Por fin, el día 19, los federales entraron a Huautla, el pomposamente llamado Cuartel General zapatista, donde, como se verá muy luego, no cavaron la sepultura del movimiento revolucionario. En el extenso parte que Rasgado rindió sobre esta acción, que naturalmente lo cubrió de gloria, se afirma que conforme se fue haciendo el avance sobre las posiciones enemigas, se destruyeron los pueblos y rancherías, así como los víveres que fueron hallados, pues los primeros eran el refugio de las hordas y los segundos su sostén.

Con el parte, Rasgado envió una larga lista de generales, jefes y oficiales, para quienes pidió el ascenso al grado inmediato. ¡He aquí lo que se buscaba! Y para ello fue necesario preparar el ambiente por medio de la publicidad periodística y luego incendiar pueblos en una vasta región.

La prensa agotó el repertorio de sus epítetos elogiosos para los federales y denigrantes para los revolucionarios. Exaltó cuanto pudo la bravura de las tropas, la pericia de la oficialidad y la habilidad para la preparación del golpe formidable, decisivo, único, pues era la terminación de la pesadilla zapatista, la conclusión de la lucha del Sur.

El mismo día 19, Juvencio Robles se dirigió al usurpador por la vía telegráfica, diciéndole:

c. Presidente de la República.
Gral. Victoriano Huerta.
Palacio Nacional
México, D. F.

Con fecha de hoy han sido destruídas por completo las hordas de Zapata y propiamente hablando, la campaña de Morelos ha concluido. Las posiciones y elementos de guerra, que durante dos años consecutivos conservó Zapata en su poder, manteniendo en justa alarma a toda la parte Sur del país, se ha apoderado de ellos el Ejército Federal. Este mismo ha tomado las últimas posiciones después de un sangriento combate que como arriba se dice, ha puesto fin a la campaña de Morelos. El botín recogido, los prisioneros hechos y todos los demás detalles concernientes a esta señalada victoria, tienen una importancia tal, que me reservo darlos a conocer en detalle en su oportunidad.

El general en jefe, Juvencio Robles.

La siguiente fue la respuesta que el usurpador dió al sanguinario mílite:

Enterado de su mensaje de hoy relativo a conclusión de campaña Morelos, mis felicitaciones por sus valientes soldados y por el ascenso de usted a general de división y el de los demás generales, oficiales y tropa que ya ha acordado el Ministro de la Guerra.

Victoriano Huerta.

Con la misma prontitud con que Robles comunicó al usurpador la toma de Huautla, lanzó un manifiesto al pueblo morelense, en el que anunció el reinado de la paz, por la extinción del Atila del Sur. Días más tarde se llevaron a México algunos documentos que se dijo eran el archivo del Atila. Para llevar esos papeles se comisionó al ya coronel García Lugo, quien los puso en manos del usurpador.

Se dijo entonces que causaría sensación lo que iba a revelar el archivo del general Zapata, pues se hallaban las pruebas de la participación de muchos personajes. Nada de esto sucedió, porque el archivo estaba bien guardado, como lo demuestra el hecho de que hoy, años más tarde, estamos dando a conocer algunos de sus importantes documentos.

Todavía el 30 de agosto se dijo oficialmente que una comisión de militares estaba descifrando los documentos del archivo. Nunca el Sur usó claves, ni tuvo necesidad de ellas.

Mas a pesar de los ascensos y de la cuidadosa preparación que se había hecho para conseguirlos, el movimiento revolucionario del Sur estaba en pie. El 28 de agosto, Rasgado, desde Axochiapan, envió una columna que se fraccionó en tres, nuevamente sobre Huautla.

Allí el teniente coronel Quiñones tuvo que enfrentarse con los surianos al hacer un renocimiento de la mina La Peregrina. La Revolución estaba incólume a pesar del ataque a Huautla, a pesar del incendio de los pueblos de aquella región, incendio cuyos resplandores hacían brillar los nuevos entorchados de los federales ascendidos.


REPERCUSIONES DEL ATAQUE A HUAUTLA

El ataque a Huautla tuvo sus consecuencias en el Distrito Federal y en los Estados de México, Puebla y Tlaxcala, principalmente, pues el general Zapata ordenó a los núcleos que se hallaban en esas entidades, que entraran inmediatamente en acción. De la región atacada se retiró el infatigable Felipe Neri para hacer saber al usurpador que el movimiento del Sur no se hallaba circunscrito a la Zóna que Juvencio Robles había dicho. Los generales De la 0, Pacheco, Salazar, los hermanos Sánchez y otros emprendieron la ofensiva en la extensa zona que veremos a continuación.


La ofensiva zapatista

Núcleos rebeldes entraron los días 7 y 9 de agosto a las poblaciones de Santa Ana Tlacotenco y Eslava, en las cercanías de Contreras, permaneciendo en El Pedregal. Para justificar la presencia de estas fuerzas en el Distrito Federal, se dijo oficialmente que eran las expulsadas de Morelos, con la batida activísima que se había emprendido. También se atribuyó a la misma causa la presencia de Neri, Mendoza y Zenteno en las inmediaciones de San Martín Texmelucan, Pue., que, amagaron seriamente después de entrar en varias haciendas comarcanas y de tomar la población de El Verde, cuya guarnición fue aniquilada, pues sólo pudo salvarse un subteniente de apellido Leal, quien llegó a Texmelucan a la medianoche del 9 para contar lo que había sucedido.

Igualmente amagadas estuvieron Huejotzingo y Tlaxcala, donde las fuerzas huertistas al saber que las revolucionarias se hallaban en Nativitas procedieron a fortificar la ciudad; mas como no era su objeto apoderarse de la capital de ese Estado, sino reanimar a los núcleos que se hallaban de ordinario en la región, llegaron hasta Texcoco, San Juan Teotihuacán, Tepexpan y Zumpango, donde tuvieron un encuentro serio con los federales, mientras que los grupos que estaban en el Ajusco entraron a El Rosario, La Escalera y Tepetates; otros de sus correligionarios amenazaron Amecameca y Ozumba, interrumpiendo totalmente la comunicación ferroviaria del Interoceánico.

A la vez, los jefes Enrique y Leandro Hernández, quienes tenían su centro de actividades en Villa Juárez del distrito de Huauchinango, hostilizaron a los voluntarios mandados por Gilberto Aragón y, al día siguiente, otros elementos atacaron la estación de Apasco, cerca de Tula.

El día 17, además de encontrarse las fuerzas rebeldes donde se ha dicho, aparecieron nuevas cerca de la Villa de Guadalupe, Xochimilco, Tlalpan, Milpa Alta, San Angel y Tizapán, habiendo llegado el arrojo temerario de Daniel Andrade, subalterno de Neri, a entrar a la primera de las poblaciones mencionadas montado y armado con unos cuantos hombres.

La víctima expiatoria de la presencia de las fuerzas revolucionarias en Texcoco y Teotihuacán fue el prefecto político de Otumba, a quien se atribuyó estar de acuerdo con los rebeldes y por ello se le internó en la Penitenciaría, el 26. El mismo día 17, por la tarde, los revolucionarios entraron a Topilejo y diezmaron a la guarnición del 5° regimiento que se batió en retirada hasta San Gregorio. El 19, fecha en que se tomó Huautla, los rebeldes se apoderaron del ramal del F. C. Interoceánico que corre de San Marcos a Teziutlán, en una extensión de 112 kilómetros, al mismo tiempo que otras fuerzas tomaron la hacienda de Metepec.

En la ciudad de Puebla hubo agitación por las actividades revolucionarias en Atlixco y Acatlán. La salida de fuerzas federales aumentó la agitación el día 20.

También hubo agitación en Michoacán, a cuya capital llegaron noticias, el 21, de que Coapa y Pátzcuaro habían sido teatro de combates con las fuerzas del coronel Paliza; se supo también la incomunicación en que se dejó a Uruapan.

En conexión con los movimientos que acabamos de señalar, en Guanajuato dieron también muestras de actividad los revolucionarios, pues el día 26 entraron a la hacienda de Colmac, a Santiago Bledo y a Ojuela. En esta población pereció combatiendo el jefe Cándido Navarro, quien poco antes había salido de la penitenciaría del Distrito Federal, y habiendo llegado a Morelos, se le proporcionaron elementos y fuerzas para que marchara al Estado de Guanajuato, donde se puso en contacto con los levantados en armas. Su cadáver fue enviado a Arriaga por las fuerzas del general federal Rómulo Cuéllar.

Merece especial atención el hecho de que el 20 se instaló en la ciudad de Mérida, Yuc., un consejo extraordinario de guerra para juzgar a elementos del 16° batallón, quienes en la madrugada de ese día intentaron llevar a cabo un levantamiento de carácter francamente zapatista. Pedro Izquierdo y Ramón Almazán; fueron semenciados a la pena de muerte; Raymundo Alegre, Genaro Lira, Vicente Terán y Francisco Olvera, fueron condenados a sufrir diez años de presidio.


Incendio de pueblos

La tea incendiaria paseó humeante por el Estado de Puebla y el Distrito Federal. Tenexcalco, La Compuerta, Don Roque, Buenavista y Tecolacio, de los distritos de Chiautla y Chietla, fueron quemados y arrasados por los federales durante la primera quincena de agosto por ser nidos zapatisras. Igual amenaza pesaba sobre Ayutla, Atzalá y Viborillas, sólo que los vecinos pudieron aplacar el incendio.

Los vecinos del pueblo de Ajusco recibieron la orden imperiosa de abandonarldo en plazo perentorio, pues un úkase de Juvencio Robles lo condenó a desaparecer. Llevando a cuestas algunos objetos de uso personal, con sus familiares y parte de sus ganados, los vecinos se trasladaron a Tlalpan, especialmente, en una dolorosa caravana.

El 18 se llevó a cabo el incendio, poco antes de mediodía; en las primeras horas de la tarde, los resplandores rojizos y las gruesas columnas de humo que ascendían, fueron el pregón de que se estaba cumpliendo la infernal voluntad del sanguinario Robles. En la noche continuaba el incendio que pudo verse desde las azoteas de muchas casas de la ciudad de México y aun cuando a la mitad de esa fatídica noche no había casa en pie, se miraban aún los resplandores de las llamas que se habían propagado a las sementeras del pueblo. La prensa, sorda a sus deberes, indiferente al dolor humano, ciega ante lo que significaban esos actos de crueldad neroniana, dijo que la destrucción del pueblo era un alto ejemplo de severidad del gobierno para acabar con los últimos reductos del zapatismo. San Pablo Oxtotepec, Xicalco, San Andrés, La Magdalena, fueron otros tantos ejemplos de la severidad gubernativa.


Asesinatos de políticos

El día 4, tras innumerables gestiones hechas por el grupo renovador de la Cámara de Diputados, fue recibida una comisión que entregó a Huerta un memorándum proponiéndole un acercamiento del gobierno y la Revolución. Altivo, anteponiendo su sentir individual y su mezquina personalidad a los intereses generales, Huerta contestó: La dignidad nacional y la del Gobierno me indican que no debo transigir con la Revolución.

Sin duda que sintió que la dignidad nacional y la del gobierno eran su ruin amor propio; mas ya había entre Huerta y el Poder Legislativo un abismo, especialmente con el grupo renovador del que muy pronto iban a salir algunas víctimas.

El día 19 se supo que el señor profesor Adolfo C. Gurrión, diputado al Congreso General, había sido aprehendido en Juchitán, Oax., su tierra natal, por órdenes del jefe de las armas, quien le dió la población por cárcel, pues se le acusaba del delito de rebelión. No era la primera vez que sobre este profesional pesaba la misma acusación, pues en el año de 1906 había estado preso por el mismo delito; pero entonces, en pleno porfirismo, se siguieron los procedimientos señalados por la ley; ahora, siendo diputado, iba a castigarlo el jefe de las armas.

Conviene decir que el profesor Adolfo C. Gurrión fue uno de los precursores del movimiento de 1910; uno de los jóvenes de la generación de intelectuales enamorados de la libertad. Cuando en unión de otros seis miembros del Partido Liberal Mexicano fue detenido y procesado por conspiración y rebelión, en la ciudad de Oaxaca, en 1906, se publicaron unos versos que vamos a reproducir, pues en ellos se mencionan los nombres de otros precursores que en aquellos días bregaban por la libertad y por ella sufrieron persecuciones. Dicen así los versos:


SINFONÍA DÓRICA

De la Antequera en las cárceles,
debido a asuntos políticos,
se encuentran algunos jóvenes
que son inocentes víctimas
de las iras de la época:
Gaspar Allende el ibérico,
Odriozola el diplomático,
don Adolfo el impertérrito
y Gallegos el demócrata,
Caballero el aristócrata,
Pérez Guerrero el intrépido
y Maraver el indómito.
Estos son los nobles mártires
que en siete mazmorras húmedas,
soportan sus penas álgidas
con resignación didáctica.
Se les acusa de cómplices
de un delito periodístico
que, según cuentan las crónicas,
se dió a conocer a México
por las columnas lumínicas
de un batallador periódico,
que desde el Norte de América
cauterizó muchas úlceras,
flageló a todos los déspotas,
impugnó a todos los cómitres,
vapuleó a todos los sátrapas,
abofeteó a los científicos
y desprestigió a Calígula ...
... Mas la simiente fructífera
arrojada en surcos fértiles,
germina, crece, y por último,
producirá frutos ópimos.
Que siga el tirano autócrata
en su tarea antipatriótica;
que mañana un sol espléndido
de libertades benéficas,
iluminará este tártaro
con resplandores olímpicos.

(Los nombres completos de los procesados en Oaxaca por conspiración y rebelión fueron, en el orden en que se leen en los versos; Gaspar Allende, Rafael Odriozola, Adolfo C. Gurrión, Plurarco Gallegos, lsmael Caballero, Carlos Pérez Guerrero y Miguel Maraver Aguilar. El periódico a que se alude fue Regeneración, editado en Saint Louis Missouti por el grupo que encabezaba don Ricardo Flores Magón. El Calígula de quien se habla al fin de los versos, era don Porfirio Díaz, entonces Presidente de la República. Precisión del General Gildardo Magaña).


Los amigos, correligionarios y colegas del profesor Gurrión, acudieron a todas las fuentes en busca de informaciones; pero encontraron hermetismo, inclusive en la Secretaría de Gobernación, que dijo ignorar lo sucedido. Un telegrama de la angustiada madre del diputado oaxaqueño, trajo la infausta noticia de que durante la noche fue sacado de su domicilio y se le fusiló. Entero, resuelto, sabiendo que iba al sacrificio, el profesor Gurrión se despidió de su hijo y delante de sus verdugos le dió los nombres de quienes lo habían empujado a la muerte.

La Comisión Permanente del Congreso pidió entonces al Secretario de Gobernación que se respetara el fuero constitucional de los miembros del Poder Legislativo y solicitó especiales garantías para el diputado Origel, quien estaba preso. Días más tarde se renovó la petición en favor del diputado Crisóforo Rivera Cabrera, quien era objeto de persecuciones en Juchitán.

El día 21 se tuvieron detalles horripilantes del asesinato del profesor Gurrión: treinta hombres, al mando del capitán Alberto Canseco, arrancaron al diputado de su hogar y lo fusilaron en presencia de su señora madre, quien presa de terrible angustia siguió a su hijo para saber su suerte.

No se había amortiguado el sentimiento que causó este asesinato, cuando Huerta contestó la solicitud de respeto al fuero Constitucional hecha a su Secretario de Gobernación, con el sacrificio del diputado Serapio Rendón. Los detalles de este nuevo crimen, por haber ocurrido en la capital, son bien conocidos, y por ello nos creemos relevados de narrarlos; pero no dejamos de señalar el hecho como lo hizo en aquellos días la opinión pública, en la que repercutieron dolorosamente las palabras del hijo de la víctima, quien expresó el 24: Tenemos tal certeza de su muerte, que por hoy no nos quedan más gestiones qué hacer, que solicitar ante las autoridades competentes la entrega del cadáver.


Sigue la leva

Oigamos ahora lo que dice el profesor Carlos Pérez Guerrero, respecto de un hecho del que fue testigo presencial:

Era un lunes, día de mercado en Cuernavaca, y los vecinos de los barrios y pueblos inmediatos habían acudido para hacer sus transacciones de costumbre.

Como a las once me llevaron un recado de mi madre diciéndome que no saliera del plantel porque había una leva atroz. Las fuerzas federales sitiaron el mercado y todos los varones útiles para el servicio de las armas que allí se encontraban, fueron enviados a la cárcel y luego a los cuarteles; la misma suerte habían corrido quienes tuvieron la desgracia de encontrar a las fuerzas en la calle.

Comentaba lo sucedido con el profesor Porfirio Z. Sánchez, quien fungía como prefecto de la escuela, cuando varias profesoras llegaron a decirme que por la puerta que daba acceso al patio bajo del edificio, habían entrado unos soldados buscando precipitadamente a los alumnos de mayor edad y estatura. Inmediatamente dispuse que fuera cerrada la puerta de comunicación de los dos patios y que los alumnos de los años quinto y sexto, se escondieran en la bodega.

Por la puerta principal irrompió un piquete a cuyo frente iba el capitán Leandro Peza. Me separé del grupo que formaban los profesores, salí al encuentro del capitán para enterarme de lo que deseaba y pedirle que retirase a los soldados que estaban en el edificio; pero mi sorpresa no tuvo límites al saber que su presencia obedecía al mismo objeto: llevarse a los alumnos más grandes de la escuela.

A las palabras que dirigí al señor Peza, me respondió en forma insolente, por lo que me vi obligado a hacerle ver mi condición de director del plantel. Frases gruesas dijo entonces y a ellas unió la acción de desnudar su espada.

Rápidamente di unos pasos hacia atrás y gané la puerta de la dirección. Peza estaba furioso; pero sus soldados no se movían.

La señorita profesora Carlota Román salió a la calle sin decir palabra, mas con una violencia que demostraba claramente que había concebido una idea salvadora. Yo no podía saber cuál fuera ella, y aun sabiéndolo, habría dudado de su eficacia, pues las súplicas de los profesores no lograron contener cuyos lentes aparecían iluminados por las llamas que despedían breados por el sarakoff.

Intentó acometerme. Varios profesores lo rodearon y yo me replegué hacia el lado izquierdo de la puerta de la dirección, tomé un madero que servía de tranca y resueltamente lo invité a que entrara. A las palabras fuertes que seguía diciendo, reiteré mi invitación, sin pensar ya en lo que hacía.

Vaciló un momento quizá porque se dió cuenta de la inconveniencia de su proceder, tal vez porque buscaba la manera de quitarse el estorbo que constituían los profesores, quienes seguían rodeándolo y le hablaban todos al mismo tiempo y en voz alta. Los alumnos que se hallaban en las puertas del aula que daba frente a la dirección, se lanzaron bruscamente al patio y esta circunstancia hizo más vacilante la actitud del capitán; mas se repuso luego y dirigiéndose a sus soldados les ordenó:

- ¡Aprehendan a ese ...!

La llegada del señor Oficial Mayor del Gobierno, quien se situó rápidamente en la puerta de la dirección, resolvió aquella situación comprometida. La señorita Román estaba jadeante, pero satisfecha, y en cuanto al capitán Peza, dió contraorden a sus soldados; pero insistió con el Oficial Mayor en detenerme porque me había opuesto al cumplimiento de la orden que llevaba. Aquel funcionario lo disuadió, asegurándole que daría cuenta al gobierno y que a su vez, Peza debía dar parte a sus superiores para que el caso se resolviese por quienes no habían intervenido en lo que calificó de un atentado.

Ni los alumnos mayores, ni los profesores varones, ni yo salimos ese día de la escuela, donde se puso una guardia de gendarmería (El capitán Leandro Peza, a quien se refiere el relato, era hijo del poeta Juan de Dios Peza. Cuando las fuerzas revolucionarias tomaron la ciudad de Chilpancingo, Gro., fue hecho prisionero, se le sujetó a proceso y se le aplicó la pena de muerte a que lo sentenció el consejo de guerra. Anotación del General Gildardo Magaña).


Fusilamiento de Orozco

Hemos dicho antes que el proceso que se estaba instruyendo al coronel Pascual Orozco, padre, siguió su secuela con las dificultades inherentes a la campaña que se recrudeció y con las que trajo el ataque a Huautla. Dijimos también que algunos de los procesados lograron escapar y que otros fueron puestos en libertad, habiéndoseles entregado copias de los documentos que conoceremos.

El día 19 los revolucionarios iniciaron su retirada de la zona, que no pudo haberse dejado antes porque fue necesario proteger la salida de los vecinos pacíficos hacia los Estados de Puebla y Guerrero. Esta salida fue lenta y difícil, por el número y condiciones de quienes se movieron aprovechando las sombras de la noche o el fuego de los revolucionarios, que no tenían sobre sus atacantes sino la superioridad de su perfecto conocimiento del terreno.

Cuando la soldadesca de Juvencio Robles, ebria de sangre y extremando el cumplimiento de las órdenes recibidas, incendiaba sin miramientos los pueblos de esa región; cuando salvajemente se estaba aplicando la pena de muerte a todo el que cayera en manos de los federales; cuando sin tregua y para proteger la salida de los vecinos pacíficos, se había combatido durante varios días; uno de ellos, en que el general Zapata hacía un recorrido por el rumbo de Las Escobas, encontró a los custodios de Orozco y sus compañeros de cautiverio.

En presencia de varias mujeres que huían -algunas heridas, embrazando sus pequeños hijos para salvarlos y salvarse de las tropas enfurecidas-, el general Zapata, dirigiéndose a Orozco y señalándole aquellos cuadros de dolor, le dijo:

- Vea usted a esta pobre gente que sufre por culpa del gobierno; a esta gente que trabaja para ganarse la miserable vida que lleva; a esta gente a la que se persigue porque quiere lo suyo, lo que le han arrebatado los hacendados en complicidad con los malos gobernantes; y vea usted cómo nos combate el gobierno ... quemando los pueblos y los sembrados, asesinando a los pacíficos sin respetar a las mujeres. ¿A este gobierno que usted representa, quiere usted -que se llama revolucionario- que yo me rinda?

Ordenó entonces que los prisioneros fueran pasados por las armas.

Y con el coronel Pascual Orozco, padre, fueron fusilados Luis Cajigal y Emilio Mazari, mientras densas columnas de humo, al ascender, pregonaban la obra de los federales que habían convertido aquella región en una inmensa pira.

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