EMILIANO ZAPATA
Y EL
AGRARISMO EN MÉXICO
General Gildardo Magaña
Colaboración del Profesor Carlos Pérez Guerrero
TOMO IV
CAPÍTULO I
EL ESTADO DE GUERRERO EN PODER DE LA REVOLUCIÓN
Dijimos en el tomo anterior que con la caída de Chilpancingo, capital del Estado de Guerrero, inician las huestes surianas la cadena de sus más sonados triunfos sobre el huertismo. Veremos en este capítulo cuáles fueron las consecuencias inmediatas de la toma de la plaza.
Prisioneros de guerra
Durante el ataque a Chilpancingo y los combates habidos desde esa ciudad hasta El Rincón, en donde quedó deshecha la columna federal, se hicieron al enemigo más de seiscientos prisioneros de la clase de tropa, a quienes se dejó en libertad después de haberlos desarmado, pues se tuvo en cuenta que en su mayoría habían ido a las filas por medio de la leva. No corrieron la misma suerte los generales, jefes y oficiales prisioneros, porque sin tener la condición de forzados habían combatido a la Revolución, distinguiéndose algunos como enemigos irreconciliables.
Desarmados, se les condujo a Tixda, en donde se había establecido el Cuartel General del Ejército Libertador, y he aquí la lista de ellos:
Generales: Luis G. Cartón y Paciano Benítez;
Tenientes coroneles: Leandro peza y Pablo Muñoz;
Mayores: doctor José Canseco y Pablo Salguero;
Capitanes primeros: Marcelino Mendoza, Gil Jiménez Arévalo, Avelino Gatica, Agustín Bravo, Arturo de los Reyes, Arturo Martini e Ignacio Zamora Flores;
Capitanes segundos: Baltazar González, Rafael Apome, Efrén Avendaño y Manuel Velasco;
Tenientes: telegrafista Francisco Zamora, Eloy Alcaraz, Alfredo Pineda, Joaquín Rosell, Román Muñoz, Odilón Castañón, Roberto L. Ortega, Elías Modet, José Castañeda, Eliseo Pacheco, Neftalí R. Carreón y Andrés Gutiérrez;
Subtenientes: Juan Morales, Ernesto de la Rosa, Silverio Santamaría, Martín Santillana, Eduardo Ortega, Benjamín Ortega, Pantaleón Aguilar, Guillermo Torres, Sofío Hernández y Samuel Ortiz;
Cadetes: Juvencio Sánchez, Elías Reyes Moyao, Nicolás Arellano y Roberto Sepúlveda;
Pagador general: Luis Berdejo.
Como el general Luis G. Cartón fue de los que más encarnizadamente habían combatido a los surianos, pudieron éstos haberlo pasado por las armas inmediatamente después de su captura, como hacían los huertistas no sólo tratándose de jefes revolucionarios, sino de simples soldadós, a quienes, tras de acribillar a balazos, dejaban colgados de los árboles para señalar a los rebeldes la suerte que les esperaba.
Si en aquellos momentos el general Ignacio Maya, que fue el aprehensor, enardecido por el combate, hubiera ordenado el fusilamiento del general Cartón y de sus subalternos, el procedimiento se habría justificado plenamente, pues era el seguido contra los revolucionarios que caían en poder de los federales; pero la Revolución no imitó a sus enemigos; iba a dar un ejemplo de energía y, a la vez, de respeto a las normas legales. Por esto trasladó a sus prisioneros a una plaza, les abrió proceso y les dió los medios de defensa. Iba a someterlos al fallo de un consejo de guerra extraordinario, no tan sólo como enemigos de la causa, sino por incendios y saqueos a los pueblos, por asesinatos perpetrados en las personas de vecinos pacíficos y por otros actos que habían ejecutado valiéndose de su investidura militar y de la situación que prevalecía.
Consejo de guerra extraordinario
El general Emiliano Zapata dispuso que juzgara a los prisioneros un consejo de guerra, del cual formaban parte las siguientes personas:
Presidente, general e ingeniero Angel Barrios;
Primer vocal, coronel Leandro Arcos;
Segundo vocal, general Modesto Lozano;
Tercer vocal, coronel José Hernández;
Cuarto vocal, general Aurelio Bonilla;
Quinto vocal, teniente coronel Adalberto Dorantes Pérez;
Agente del Ministerio Público, general Enrique E. Villa;
Secretario, coronel Santiago Orozco.
En los originales que existen en nuestro poder se ve que la instrucción del proceso comenzó el 27 de marzo de 1914 con la declaración del general Luis G. Cartón, quien dijo ser originario de Guanajuato y tener cuarenta y ocho años de edad. Amonestado por su juez para que se condujera con veracidad al contestar las preguntas que iban a hacérsele, protestó hacerlo así, y al ser interrogado sobre los elementos de guerra que había tenido en su poder, dijo que eran: una sección de artilIería, seis ametralladoras, dos fusiles rexer y armas de diversos sistemas y calibres, con la suficiente dotación de parque, pues fuera del que existía en la plaza a su llegada se aumentó con doce mil cartuchos para máuser. En lo referente a elementos pecuniarios, dijo que al salir de Iguala estaban en poder del pagador general veintiocho mil pesos, de los cuales sólo quedarían unos quince mil al abandonar Chilpancingo.
A nuevas preguntas de su juez, contestó que prestaba sus servicios en el Ejército Federal desde el año 1884, sin interrupción; que durante el movimiento revolucionario había operado en los Estados de Puebla, Morelos y Guerrero; hizo una relación de los lugares en que había residido, expresando las fechas de llegada y el tiempo de permanencia. Al interrogársele cuántos y cuáles pueblos había incendiado, respondió que no recordaba el número ni tenía presentes los nombres de todas las poblaciones, pero mencionó a Moyotepu, Villa de Ayala, San Rafael Zaragoza, San Juan Chinameca y Huautla, quemada cuatro veces consecutivas.
No negó el incendio de los pueblos; pero dijo que se habían llevado a cabo por órdenes superiores, a las que también se debieron los fusilamientos de vecinos pacíficos. Al interrogársele sobre los saqueos, dijo que él no los había ordenado, sino que se hicieron por sus soldados a iniciativa, muchas veces, de Justo García. Sobre este punto se le hicieron preguntas complementarias.
Se le interrogó si tenía conocimiento de un decreto de amnistía expedido por el Cuartel General del Ejército Libertador, a lo que contestó negativamente, por lo que el agente del Ministerio Público leyó el documento. Se le hizo saber que tenía dereoho de nombrar defensor, y pidió que se llamara al teniente coronel Antonio Ruiz; mas no hallándose didho señor en la plaza, el acusado se abstuvo de hacer otra designación y manifestó que' en sus declaraciones -que le fueron leídas y que ratificó- había expuesto cuanto podía servirle para su defensa.
Consideraciones sobre lo declarado por el general Cartón
Es de hacerse notar cómo el general Cartón pretendió eludir la responsabilidad que le resultaba por los asesinatos de vecinos pacíficos y por los saqueos a los pueblos, atribuyendo los primeros a órdenes superiores, y los segundos, a sus fuerzas y a la iniciativa de Justo García. El subterfugio resultaba infantil ante la sencilla severidad de los integrantes del consejo de guerra, pues estos hechos pudieron suceder una vez, pero no sistemáticamente, a ciencia y paciencia de un jefe militar con luengos años de servicio, durante los cuales había aprendido primero a obedecer y después a mandar; se trataba de actos evidentemente delictuosos de sus subalternos, a quienes no dijo que hubiera castigado o simplemente amonestado, como le imponían sus deberes, en el supuesto de que esos actos se hubieran ejecutado sin su consentimiento. Suponiendo que sólo hubiese existido una simple tolerancia por parte del superior, era punible, pues se trataba de personas inocentes que perdieron la vida; de saqueos a pueblos que, luego de sufrirlos desaparecieron entre las llamas sin que éstas fueran la consecuencia de combates, pues en muchos casos no lós hubo.
No intentamos justificar anticipadamente el fusilamiento del general Cartón, pues justificado se encuentra en el proceso; queremos señalar los procedimientos que se usaron para combatirnos. Si esfumáramos la persona del general Cartón y colocásemos en el escenario a otro de los jefes federales veríamos mayores atrocidades, pues, por justicia, debemos decir que el mencionado general no fue de los más sanguinarios entre sus colegas. Algunos de ellos han dicho después que no los retuvieron sus convicciones en las filas huertistas, sino su sentimiento del deber, y que si ejecutaron actos punibles fue debido a la fuerza de la disciplina, puesto que obedecían órdenes solamente.
Vivo ejemplo de los jefes de exaltado sentimiento del deber y de la disciplina fue el general Felipe Angeles, en quien no tuvo torcidas derivaciones el invocado sentimiento.
Arduo fue el trabajo del consejo de guerra, y considerando innecesario ocuparnos de las declaraciones de todos los prisioneros, vamos a resumir solamente algunas de ellas.
Declaraciones de algunos oficiales
El teniente coronel Leandro Peza dijo que en varias ocasiones, y bajo las órdenes de un jefe superior, salió de Cuernavaca en un tren con rumbo a la ciudad de México; pero que en el camino encontraba a otro tren, a cuya escolta entregaba prisioneros que de la capital traía, siendo testigo de que se les internaba en el monte para darles muerte.
Entre las víctimas, según los recuerdos del teniente coronel Peza, estuvieron algunos profesionales y políticos, de quienes sólo mencionó al licenciado Montoy.
El capitán primero Agustín Bravo dijo que a los vecinos pacíficos a quienes se hacía prisioneros en las entradas de las fuerzas federales a los pueblos, ordinariamente se les conducía a Cuernavaca, y que solamente en una ocasión le tocó preflenciar que el teniente coronel Zubieta ejecutara a tres vecinos de Yautepec; que en una ocasión, Huautla fue incendiada por órdenes directas del general Rasgado; que otros muchos pueblos también sufrieron el incendio, y que si fusilaron a vecinos pacíficos fue por disposiciones del general Olea. Cumpliendo órdenes de este general, transmiridas a las fuerzas que el declarante mandaba, se puso fuego a una cuadrilla de la tierra caliente del Estado de Guerrero. Confesó que había servido entre los que dieron el cuartelazo de la Ciudadela por deseos de elevar a la Presidencia de la República a Félix Díaz.
Efrén Avendaño, capitán segundo, había militado en las filas revolucionarias a las órdenes del general José Trinidad Ruiz y fue indultado con él a raíz del cuartelazo de la Ciudadela por simpatizar con Félix Díaz. Operó después a las órdenes del general Gaudencio de la Llave y confirmó que por órdenes de su jefe se había puesto fuego a Tepalcingo, al mismo tiempo que a Atotonilco y a otros pueblos de la región. Admitió que las fuerzas federales a las que pertenecía cometieron asesinatos de vecinos pacíficos e indefensos.
El subteniente Eduardo Ortega había operado en Morelos y Guerrero, a las órdenes de los generales Olea y Santiago Mendoza. Al ejecutar unos movimientos en combinación con las fuerzas del general Paciano Benítez entraron todos a Coacoyla, en donde las fuerzas de los primeros cometieron robos, violaciones a mujeres de todas las edades y otros abusos. Dijo que por órdenes del general Olea fueron incendiados Huitzuco y Mayanalán y que el incendio de Tilzapotla lo ordenó el general Luis G. Gamboa. También dijo que se habían llevado a cabo varios fusilamientos sin formación de causa, recordando entre ellos los del general Ambrosio Figueroa, Peñaloza y sus compañeros.
Por el número de prisioneros, cuyos nombres aparecen al principio, es de suponerse que muchos coincidieron en sus declaraciones; pero estimamos que basta con las anteriores para que se vean confesados o admitidos los hechos punibles de los federales.
El fallo del Consejo
Volvamos a la figura central del proceso, que lo era el general Luis G. Cartón.
Agotadas las averiguaciones, se corrió traslado de ellas al agente del Ministerio Público, quien las devolvió el 29 de marzo pidiendo la aplicación de la pena de muerte, en vista de lo actuado y con fundamento en el inciso cuarto del decreto de 30 de enero de ese mismo año, expedido por el Cuartel General del Ejército Libertador.
El 2 de abril se reunió el consejo de guerra, y después de las deliberaciones de rigor fue pronunciada la siguiente sentencia:
Es culpable Luis G. Cartón de haber sostenido, contra la voluntad del pueblo de los Estados de Morelos y Guerrero, según consta en autos, delitos de los que se halla convicto y confeso.
Es culpable Luis G. Alarcón de haber sostenido, contra la voluntad del pueblo mexicano, a un gobierno emanado de la violencia y la usurpación, siendo éste espurio e ilegal, atentatorio e inmoral desde todos los puntos de vista.
Es culpable Luis G. Cartón de haber cometido los delitos que constan en las cláusulas anteriores, a conciencia plena y con la idea de las consecuencias desastrosas que no podían escapar a su experiencia.
Es culpable Luis G. Cartón de haber permanecido en armas defendiendo al gobierno ilegal, después de haber expirado el término del decreto lanzado por la Revolución, ofreciendo indulto a Victoriano Huerta y a sus defensores militares.
Por consecuencia, el Consejo de Guerra Extraordinario, en cumplimiento de sus obligaciones contraídas para con la causa y el deber de hacer estricta justicia: sentencia al reo militar Luis G. Cartón a sufrir la pena de muerte en la plaza pública de Chilpancingo, capital del Estado de Guerrero.
Tixtla de Gro., abril 2 de 1914.
El Presidente del Consejo: Ingeniero Angel Barrios.
1er. Vocal: Coronel Leandro Arcos.
2° Vocal: General Modesto Lozano.
3er. Vocal: Coronel José Hernández.
4° Vocal: General Aurelio Bonillas.
5° Vocal: Teniente coronel Adalberto Dorantes Pérez.
El Secretario del Consejo: Coronel Santiago Orozco.
El general Cartón pide indulto
Al notificarse al general Cartón el fallo del Consejo interpuso el recurso de indulto, pues se le informó que tenía derecho de hacerlo; pero en cumplimiento de la sentencia dictada se le trasladó a la ciudad de Chilpancingo a disposición del jefe militar de la plaza, coronel Trinidad A. Paniagua, a quien, al mismo tiempo se enviaron los autos.
Ante dicho jefe, el general Cartón presentó solicitud escrita de su puño y letra, la cual dice textualmente:
Chilpancingo de los Bravos, abril 4 de 1914.
Sr. Coronel Don Trinidad A. Paniagua.
Luis G, Cartón, ante usted expone: que habiéndosele notificado por el Consejo de Guerra quedar sentenciado a la pena capital por los delitos de violación, incendio y asesinato, y habiéndosele notificado también que podía hacer uso del recurso de indulto en la persona del coronel Trinidad A. Paniagua, quien se halla investido de amplias facultades, ante usted, con todo respeto, interpongo el recurso de indulto,. fundándome:
Primero, en no haber violado a nadie ni estar en la causa comprobado dicho delito.
Segundo, jamás he asesinado a nadie, pues nunca he ordenado el fusilamiento, y la mejor comprobación es que dos correos que se tomaron prisioneros no quise que los fusilaran, antes bien, les protegí, mandando únicamente detenerlos en la cárcel pública de esta ciudad.
Tercero y último, no soy incendiario, porque cuando tomé Petaquillas la tropa tomó más de 80 prisioneros y quemaron una casa; ordenando y oponiéndome a los deseos de esa misma tropa puse en libertad a todos los prisioneros y ordené que se apagara el incendio; igualmente llamé a la mujer dueña de la casa y de mi propio peculio le regalé cinco pesos, ordenando al presidente municipal que reedificara la casa quemada y que los gastos serían por mi cuenta.
Por las razones expuestas mereceré a usted, si a bien lo tiene, se digne concederme el indultb que solicito, por lo que recibiré especial gracia y favor.
Luis G. Catón.
Al c. coronel Trinidad A. Paniagua. Presente.
Un bello incidente
La solicitud que acabamos de copiar pudo haberse inspirado en el procedimiento justiciero del consejo para con el general Paciano Benítez, pues debemos explicar que no a todos los prisioneros se les condenó.
Habiendo tocado su turno al general Benítez, le interrogó el ingeniero Barrios, como presidente del consejo, sobre los mismos puntos que a los demás procesados. Fue contestando las preguntas con evidente sinceridad y dió cortas, pero significativas, razones de su dicho.
Al preguntársele si había mandado fusilar a vecinos pacíficos, respondió negativamente, y como prueba adujo que no sólo no se había manchado las manos con sangre inocente, sino que ni a los mismos prisioneros que había hecho durante los combates les había aplicado la pena capital, no obstante las instrucciones superiores que tenía y a pesar de estar suspendidas las garantías individuales. Añadió que ajustándose a los procedimientos señalados en la ley de suspensión de garantías bien pudo haber mandado fusilar a diversos revolucionarios; pero que siempre los había puesto en libertad, tras de amonestarlos para que abandonaran las filas rebeldes por exigírsele así su condición de jefe en el Ejército Federal.
El presidente del consejo exhortó al declarante para que probase su dicho, y el acusado mencionó algunos nombres de los que hubo dejado en libertad e indicando lugares y fechas en que los había tomado prisioneros.
El general Benitez dijo que no podía, y menos en aquellos momentos, recordar con exactitud lo que deseaba el presidente del consejo; pero que iba a referirse a un individuo cuyo nombre y apodo no tenía presentes, quien dijo, al caer prisionero en un combate en unión de algunos compañeros suyos, ser coronel de las fuerzas del general Chón Díaz. Mandó Benítez que desarmaran a todos y que llevasen a su presencia únicamente a quien con toda entereza se decía coronel. Lo amonestó para que abandonara las filas revolucionarias y se dedicase a trabajar en sus habituales ocupaciones y ordenó que fuera puesto en libertad en unión de sus compañeros, con el visible asombro de los subalternos del general Benítez, quienes no se explicaban el porqué de esa determinación cuando el prisionero había confesado ser un jefe en las filas rebeldes. Oída la declaración, el ingeniero Barrios preguntó:
- ¿Conoce usted al general Encarnación Díaz?
- No lo conozco - respondió el general Benítez.
- Pues aquí está - dijo el presidente del consejo señalando al general Díaz, quien se hallaba en un asiento cercano al estrado que ocupaba el consejo. Luego, dirigiéndose al mismo general le preguntó:
- ¿Es cierto lo que asegura el señor Benítez en su declaración?
- Es rigurosamente cierto -repuso el interrogado, levantándose de su asiento-, y se me dió cuenta en su oportunidad.
Un murmullo se oyó en el salón y se notó cierto desaliento entre los procesados que habían contestado con arrogancia al interrogatorio. El consejo de guerra deliberó breves momentos en voz baja. Luego, el presidente, levantando la voz, dijo sentencioso:
- El consejo de guerra extraordinario que tengo a honra presidir dispone que, desde luego, quede usted en absoluta libertad. Puede usted retirarse del salón, si así lo desea.
La disposición del consejo fue recibida con beneplácito, pues una sola prueba había bastado para que la justicia revolucionaria se manifestara.
El epílogo
El coronel Trinidad A. Paniagua negó, el 5 de abril la gracia de indulto solicitada por el general Cartón, y el antes poderoso militar fue ejecutado en la mañana del día 6 en la plaza pública de Chilpancingo.
El certificado correspondiente lo expidió el médico cirujano A. Catalán Ceballos, y es el último de los documentos que figuran en el expediente.
Así quedó epilogada la toma de Chilpancingo.
ULTIMOS COMBATES EN GUERRERO
Simultáneamente a los trabajos del consejo de guerra extraordinario que juzgó a los prisioneros de la deshecha fuerza federal, se integró en la ciudad de Tixtla la junta de principales jefes revolucionarios que, conforme al artículo 13 del Plan de Ayala, debía nombrar gobernador provisional del Estado.
El general en jefe del Ejército Libertador presidió la junta, y como ésta se ocupó de nombrar al primer gobernante conforme a las disposiciones del Plan de Ayala, tuvo crecida importancia y extraordinario interés, no sólo entre los revolucionarios guerrerenses, sino entre los de otras entidades, que asistieron como simples espectadores.
Hemos afirmado que los jefes guerrerenses -y podemos decir lo mismo de todos los que militaron en las filas surianas- estaban despojados de ambiciones y que la política no enturbió sus pensamientos ni torció sus actos. Pues bien: nunca como entonces pudo verse tan claramente lo que dejamos asentado. De antemano se sabía que como remate de las operaciones militares, a las que concurrieron elementos de varios Estados, iba a designarse al gobernador provisional de Guerrero y que éste surgiría de entre los jefes, varios de los cuales tenían sobrados méritos para ocupar ese puesto; nadie, sin embargo, hizo propaganda en favor de candidato alguno ni llevó a cabo trabajos preliminares siquiera de orientación general; todos se reservaron sus opiniones para exponerlas el día de la elección, sin presiones por parte de los superiores ni sugestiones de sus camaradas.
En aquella asamblea, vibrante de entusiasmo y libérrima por excelencia, que se reunió el 28 de marzo, nada opacó la espontaneidad de los actos ni la camaradería franca y rebosante de los concurrentes. Se propusieron dos candidatos: los generales Julián Blanco y Jesús H. Salgado; pero en la votación triunfó el segundo por abrumadora mayoría, y hecha la declaración correspondiente se hizo cargo, desde luego, de su elevado puesto.
Quién fue el gobernador
Es éste el momento de decir unas cuantas palabras acerca del señor general Jesús H. Salgado.
Era originario de Los Sauces, población de la municipalidad de Teloloapan, distrito de Almada. Para dar una idea de sus condiciones de vida diremos que en un principio fueron las de un ranchero acomodado; pero dejó las labores del campo para dedicarse, en Balsas, a la compra, venta y transporte de mercancías, actividad que le permitió vivir con desahogo.
Simpatizador del movimiento maderista, se levantó en armas a fines de marzo de 1911, en la Villa de Apaxtla, acompañado de los señores Fidel Pineda, Leovigildo Alcaraz y Alfredo Domínguez. Sus relaciones comerciales y sociales, así como el conocimiento práctico que tenía de la región, le dieron rápidamente partidarios, por lo que en menos de mes y medio logró tener bajo sus órdenes a más de dos mil hombres, al frente de los cuales estuvo en la toma de Iguala.
Al triunfar el señor Madero, fue llamado a la ciudad de México por el Caudillo, con quien tuvo varias conferencias; pero volvió a su Estado natal profundamente contrariado por el apoyo tan decidido que el señor Madero estaba dando al general Ambrosio Figueroa. Esa contrariedad tomó bien pronto los caracteres de un alejamiento definitivo, y puede señalarse como uno de los puntos de coincidencia entre los generales Zapata y Salgado.
Durante la estancia de este último en la ciudad de México entabló relaciones de amistad con el señor licenciado Emilio Vázquez Gómez, de quien fue ardiente simpatizador.
El licenciamiento de sus fuerzas, primero en Iguala y luego en Teloloapan, acrecentó su contrariedad, pues en ese hecho encontró falta de visión en el Caudillo e injusticia para los revolucionarios, como también lo estimaron otros maderistas. El licenciamiento no lo alejó de quienes habían sido sus subalternos, pues comprendió que muy pronto iba a ser necesario recurrir, a ellos para un nuevo movimiento armado.
Con toda atención siguió el curso de los acontecimientos de Morelos y la actitud del general Zapata, por lo que, rotas las hostilidades con el gobierno del señor Madero, se unió al movimiento y abrazó la causa del Plan de Ayala con tanta prontitud y entusiasmo que no es exagerado decir que la sublevación en Guerrero fue casi simultánea con el levantamiento en Morelos.
Muohas fueron las acciones bélicas del general Salgado y muchos los sacrificios que se impuso en su larga carrera de rebelde. Querido por los pueblos y respetado por sus fuerzas, hizo sentir su empuje al enemigo de diversos modos, ya atacándolo francamente, ya haciéndolo recorrer largas distancias. El general Olea había ofrecido capturar al general Salgado, y para ello organizó una columna que marchó al diStrito de Aldama. Al saberlo algunos de los adictos al general Salgado, le preguntaron qué pensaba hacer, suponiendo que sería la formación de otra columna que fuera llevando al enemigo a los lugares más convenientes para batirlo; pero ordenó que nadie se moviera de sus posiciones, y pues lo deseado por Olea era perseguirlo y capturarlo, iba a darle el gusto de que hiciera lo primero, para lo cual le bastaba un reducido número de sus hombres.
Procuró que su perseguidor se diera cuenta del número casi insignificante de quienes lo acompañaban. De este modo llevó a toda la columna federal por escarpadas cuestas y por pésimos caminos. Fue una peregrinación penosa la que impuso a las tropas enemigas, a la que engañó constantemente con el señuelo de su captura, hasta que, cansado, el general Olea desistió de su empresa y determinó regresar a su base de operaciones.
De paso, y habiendo tocado la población de Ixcateopan, el general Olea se alojó en el curato del pueblo, en donde fue atendido por el párroco, quien, después de la cena, interrogó al militar sobre la expedición, a lo que contestó con visibles muestras de cansancio moral, mayor que el físico que experimentaba en esos momentos:
- Salgado no es un hombre; es un venado que me ha hecho perder tiempo, hombres y elementos, sin combatir siquiera.
Así era la verdad, según el testimonio del párroco, a quien debemos este dato.
El general Jesús H. Salgado murió como rebelde en la barranca de Los Encuerados, en la Sierra Madre del Sur, entre las poblaciones de Tecpan de Galeana y Petatlán, en 1919. Tuvo, como todos los hombres, sus defectos; pero entre las cualidades más relevantes que poseyó deben señalarse el desprendimiento y la honradez.
Cuando en las diversas alternativas de la campaña llegaron a sus manos algunas cantidades de dinero, siempre dispuso que se repartieran equitativamente entre sus fuerzas, no siendo pocas las ocasiones en que tuvo que pedir un modesto préstamo a sus subalternos. Uno de los revolucionarios surianos que presenció en cierta ocasión cómo el general Salgado distribuía entre sus colaboradores lo que poseía, y habiéndosele informado que esa era su costumbre, dijo:
- El general Salgado, como Alejandro, se reserva para sí la esperanza.
Este fue, descrito a muy grandes rasgos, el hombre por quien votó la Junta de Tixtla. Veamos ahora las primeras providencias que tomó como gobernante.
Acuñación de pesos zapatistas
Desde luego, no quiso tomar la denominación de gobernador provisional del Estado, sino que adoptó la de director del Gobierno Provisional, pues le pareció que aquélla era contraria a sus principios democráticos y que no expresaba la acción revolucionaria que iba a llevar a cabo. Su primer acto fue nombrar secretario general del gobierno al señor general Brígido Barrera, a quien dió instrucciones para que organizara todos los ramos de la administración y los numerosos ayuntamientos del Estado. Consultó con el general Zapata la forma de cubrir los gastos que demandaban tanto los servicios pÚblicos cuanto las fuerzas, pues, como jefe de ellas en el Estado, se propuso cubrirles sus haberes.
Obtuvo la aprobación para emitir billetes a condición de que fueran canjeados cuanto antes por moneda de plata, para lo cual ya había formado su plan. El canje, para honra del movimiento suriano y de la administración guerrerense, fue hecho en su totalidad poco tiempo después, redimiéndose en plata y oro la deuda que momentáneamente contrajo el Gobierno Provisional del Estado.
Se acuñaron entonces las monedas de plata con ley de oro, que se conocieron con el nombre de pesos zapatistas, cuyos valores de uno y dos pesos estuvieron en relación con la moneda nacional que circulaba.
Ultimos combates
El general Salgado, como jefe de las armas, dió sus disposiciones para que fueran atacadas diversas plazas guerrerenses en las que había fuerzas huertistas. En acatamiento a las instrucciones del general Zapata, y dejando al frente de la guarnición de Chilpancingo al general Juan Villa, marchó a Iguala para atacarla, destacando a los jefes Heliodoro Castillo, Epigmenio Jiménez, Pedro Aranda y Adrián Castrejón hacia las inmediaciones de esa plaza, en donde se encontraban los generales Epifanio Rodríguez, Alejo Mastache y Pedro Guzmán, en cumplimiento de la comisión que les confirió la Junta de Cuetzalá.
A todos ellos se unieron, poco después, los generales licenciado José Inocente Lugo, Nabor Mendoza, Baltazar Ocampo, Francisco Mota, Rafael Valenzuela y Custodio Hernández, quienes el 2 de abril fueron atacados por el enemigo en Cocula, que salió de Iguala, y el cual, al ser derrotado, tuvo que replegarse al lugar de su procedencia.
En vista del número de fuerzas que estaban preparándose para atacar a Iguala, el general Olea se vió obligado a pedir refuerzos con urgencia, por lo que en su ayuda llegó de Toluca Leovigildo Alvarez ai frente de novecientos dragones. Con ese refuerzo volvieron los federales a bacer un empuje, tratando de contener a los revolucionarios. El 6 de abril tuvieron un combate en El Paso de la Luna o El Organo, como indistintamente es conocido el paraje, que se encuentra entre Iguala y Cocula. El combate duró seis horas y el general Olea fue completamente derrotado, habiéndosele quitado cañones, ametralladoras y cerca de ochocientos fusiles, además de hacérsele más de seiscientos prisioneros, pues presentó combate al frente de dos mil hombres.
Ocupación de Iguala y de Acapulco
El día 8 fue ocupada Iguala por las fuerzas revolucionarias, pues los federales abandonaron la plaza precipitadamente después de su derrota en El Paso de la Luna, siendo el jefe Adrián Castrejón quien primero entró al frente de sus hombres. Ya en la plaza, el general Salgado nombró como jefe de la guarnición al general Epigmenio Jiménez.
Mientras tanto, el general Julián Blanco se había dedicado a disponer a fuerzas, cuyo grueso se hallaba en El Rincón, y marchó a atacar a Acapulco, cuya guarnición se le rindió.
De Iguala salió una columna para atacar a Taxco, al mismo tiempo que lo hacía otra columna del Estado de Morelos; pero no hubo combate en esa población porque la evacuaron los huertistas, y fue ocupada el día 10 por las fuerzas que mandaban los jefes Pedro Saavedra, de Morelos; Adrián Castrejón, y Pedro Guzmán, de Guerrero. El enemigo tomó el rumbo de Zacualpan, del Estado de México, hacia donde se destacaron contingentes que pusieron sitio a la plaza y que avanzaron hasta Tonatico al mando de los generales Mastache, Guzmán y Heliodoro Castillo.
Fuerzas guerrerenses hacia los Estados de México y Michoacán
La ofensiva, como se ve, fue rápida y vigorosa. Con la ocupación de Acapulco y la simultánea de Buenavista de Cuéllar, en donde tampoco se combatió, quedó el Estado de Guerrero, en su totalidad, en poder de la Revolución.
Dispuso entonces el general Salgado que sus fuerzas se dividieran en dos columnas: una que siguió combatiendo en el Estado de México; otra, que marchó a Huetamo, del Estado de Michoacán, en la que figuraron los jefes Epigmenio Jiménez, Baltazar Ocampo, Nabor Mendoza. Custodio Hernández, Francisco Mota, José Inocente Lugo, Cipriano Jaimes, Telésforo Gómez, Felipe Armenta, Rómulo Figueroa y Adrián Castrejón, quienes fueron a cooperar en la toma de esa plaza con los generales Gertrudis Sánchez y Joaquín Amaro.
El manifiesto de Tixtla
Considerando el general Zapata que no era ya necesaria su presencia en el Estado de Guerrero, salió con rumbo al de Morelos para continuar la ofensiva. A su paso por la región de Chiautla, del Estado de Puebla, arrolló a las fuerzas federales que allí había; pero antes de salir de Tixtla, e inmediatamenté después de la designación de gobernador provisional, tuvo una junta con algunos jefes, de cuyos acuerdos surgió un manifiesto que no reproducimos por lo transitorio de su contenido (El general Juan Barragán, en las páginas 341 y 342 del primer tomo de la obra Historia del Ejército y de la Revolución Constitucionalista, alude a la toma de Chilpancingo, que atribuye a imaginarias fuerzas constirucionalisras, y asegura que cuando dicha plaza fue tomada ya estaba dominado el Estado de Guerrero, con excepción de Iguala y Acapulco. A la columna constitucionalista que dice haber tomado Chilpancingo le señala, en la página 339, el siguiente derrotero: Chilapa, Tixtla, Chilpancingo. Por la narración hecha en este capítulo e iniciada en el capítulo XIII del tomo anterior, se verá la grave inexactitud en que incurre el general Barragán. Lo mismo podemos decir del movimiento constitucionalista por él imaginado en Guerrero, movimiento del que se ocupa desde la página 339, pues se desvanece la afirmación con sólo ver que menciona como constitucionalistas a jefes muy destacados del Ejército Liberrador. Anotación del profesor Carlos Pérez Guerrero).
ESBOZO GEOGRÁFICO-HISTORICO DEL ESTADO DE GUERRERO
En nuestra narración sobre los acontecimientos del Sur durante su lucha tenaz, firme y resuelta, no tuvimos oportunidad de aludir al Estado de Guerrero de modo especial, porque los nombres de los jefes que surgieron y las acciones bélicas allí desarrolladas se enlazan lógicamente al movimiento general, cuyo centro se hallaba en el Estado de Morelos. En modo alguno hemos querido que la atención se concentrara en esta última entidad, y menos aun opacar los esfuerzos llevados a cabo por los valientes hijos de aquel Estado, que tanto se distinguieron en las luchas del pasado histórico y que, como recuerdo de ellas, tiene el nombre de un preclaro lnsurgente.
Pero habiendo reseñado la breve y fructífera campaña que se inició con el ataque a Chilpancingo, con gusto cerramos este capítulo dedicando unas páginas a todo el Estado de Guerrero y a los luchadores nativos de ese bello rincón del solar patrio que supieron responder al llamamiento que les hizo el Plan de Ayala.
Situación y límites
El Estado de Guerrero se encuentra situado al sur de la República, entre los 16° 18' y 18° 48' de latitud, y los 89° 3' y 112° 12' de longitud oeste del meridiano de Greenwich. Tiene por límites: al norte, el Estado de México; al norte y nordeste, el de Morelos; al norte y este, el de Puebla; al este y sureste, el de Oaxaca; al sur y oeste, el Océano Pacífico, y al oeste y norte, el Estado de Michoacán.
Los límites del Estado de Guerrero son sumamente irregulares por los entrantes y salientes que presentan, sobre todo en la parte norte, en donde se marcan dos apéndices correspondientes a los municipios de Cutzamala de Pinzón y Buenavista de Cuéllar, que se internan en los Estados de México y Michoacán.
Orohidrografia
La superficie, de 64,458 kilómetros cuadrados, es sumamente montañosa, con alturas que llegan a 3,500 metros sobre el nivel del mar. Lo escarpado y abrupto de su suelo se debe a que la Sierra Madre del sur lo inclina fuertemente en dirección aproximada de este a oeste. Sólo en la región del noroeste y en el apéndice de Cutzamala hay extensiones más o menos planas; las mesetas se desconocen casi¡ en la extensa superficie del Estado, y los valles son profundos y alargados. Existen numerosas barrancas y cuestas empinadas por donde los caminos de herradura serpentean, presentando verdaderos problemas para las comunicaciones.
En aquella diversidad de alturas, existiendo buen número de corrientes fluviales y con una abundante precipitación pluvial, hay exuberante vegetación, que luce sus matices bajo un cielo extremadamente límpido.
El Estado de Guerrero se halla, en su totalidad, en la vertiente del Pacífico, y la Sierra Madre del sur lo divide en dos grandes zonas hidrográficas: la del norte, por la cual atraviesa la caudalosa corriente del río Balsas, y la del sur, en la que existen diversas venas fluviales, entre las que sobresale el río del Papagayo.
El Balsas tiene su origen en el Estado de Tlaxcala; entra al de Guerrero por el noreste, en los límites de Puebla, con el nombre de Atoyac, que en suelo guerrerense cambia por el de Mexcala; pero en terrenos de la población de Balsas toma este nombre, que no abandona hasta su desembocadura en el mar. La longitud de esta hermosa vena fluvial es de 750 kilómetros; su anchura llega a ser de 20Ó metros, y su profundidad varía entre 19 metros y cincuenta centímetros que tiene en algunos vados.
Litoral
El Océano Pacífico baña al Estado de Guerrero en una extensión aproximada de 500 kilómetros, en los que hay detalles múltiples y extordinariamente pintorescos. El litoral es más o menos levantado, por la inclinación del plano austral de la Sierra Madre al hündirse en aguas del Pacífico; pero también existen regiones bajas y arenosas en las que se forman albuferas que localmente reciben el nombre de lagunas, en las que se encuentran fondeaderos con seguro abrigo y algunos puertos de importancia, entre los que descuella Acapulco, al oriente del cual se extiende la llamada Costa Chica y al occidente la Costa Grande, que se diferencia de la primera por convenirle propiamente la denominación de costa.
Clima
Debido a las diferentes alturas, existen en el Estado de Guerrero todos los climas, desde los fríos hasta los que corresponden a la zona torrida. En algunos picos, como en el de Tlacotepec, hay nieves desde noviembre hasta febrero; pero, en general, puede decirse que a más de 2,000 metros sobre el nivel del mar la temperatura se eleva muy poco de los 10° centígrados; de 2,000 a 1,000 metros hay una temperatura alrededor de 20° centígrados, y en esta región puede considerarse el clima templado, benigno y saludable; el cálido corresponde a las alturas de menos de 1,000 metros sobre el nivel del mar y no sólo existe en las costas, sino¡ también en algunas regiones interiores, como la de Iguala, en donde la temperatura alcanza 42° centígrados. A esa diversidad de climas corresponden una flora y fauna variadas.
Caminos
Entre los caminos amplios con que cuenta el Estado, debe citarse la hermosa carretera México-Acapulco; la de la región costera que comunica ese puerto con Coahuayutla, prolongándose hasta el Estado de Michoacán, y la que va de Coyuca de Catalán al Estado de México. De esas carreteras parten otras locales; pero fuera de ellas y de algunas otras de nueva construcción, las demás vías son de herradura y veredas que constituyen el medio general de comunicación entre los diversos municipios.
Habitantes
El número de habitantes se eleva a la cifra de 566,837, distribuídos en una superficie que ya hémoslo dicho, es de 64,458 kilómetros cuadrados, por lo que la densidad de población es de 8.79 habitantes por kilómetro cuadrado.
Resultante del complejo de la situación geográfica, del clima y de la falta de buenos caminos es el fenómeno de que muchos pueblos hayan podido mantener la pureza de su raza indígena y que los descendientes de los aborígenes conserven sus costumbres, lo que ha hecho que la evolución y la mezcla no hayan borrado las razas primitivas, como ha sucedido en otras entidades, y que figuren entre los habitantes del Estado 248,526 individuos de razas indígenas puras. Veremos adelante algunas de sus cualidades.
Datos históricos
No es muy conocida la historia de los aborígenes del hoy Estado de Guerrero. Se sabe que a la llegada de los españoles extendían los aztecas su dominio desde el hoy Estado de México a la parte norte de Guerrero, prolongándolo hasta Acapulco. Por el occidente y una región del norte, los tarascos dominaban una vasta extensiÓn que comprende los actuales municipios de Coahuayutla, Coyuca, Zirándaro y Cutzamala; por el oriente, los mixtecos ocupaban los hoy municipios próximos a la línea divisoria con Oaxaca.
Hasta mucho después de la toma de México por el conquistador, éste inició sus exploraciones en las zonas ocupadas por los aztecas; pero los reconocimientos se hicieron con más amplitud en el litoral y los españoles convirtieron el puerto de Acapulco en una base para armar y preparar las expediciones.
Cuando los españoles se adueñaron de la hoy entidad guerrerense, ésta quedó comprendida en las jurisdicciones de las provincias de Michoacán y Oaxaca. En Taxco residió un corregidor, y en Acapulco un alcalde y un comandante de la fortaleza de San Diego, subordinados a la Audiencia de México.
La Nueva España, utilizando el puerto de Acapulco, se puso en comunicación, por medio de las Naos, con la China, el Japón y las Filipinas, de donde se importaron riquísimos cargamentos de sedas, odebrería y porcelana a cambio de los productos de la región, muy estimados en los mercados del Oriente.
El suelo de Guerrero fue amplio escenario en el que se desarrollaron brillantes hechos militares y políticos de la Guerra de Independencia, siendo vivo testimonio el acta redactada en Chilpancingo. De sus montañas surgieron aquellos hombres llenos de fe, de bravura y de anhelos libertarios. Consumada la emancipación política, el Estado de Guerrero ha dado fuertes contigentes a todas nuestras luchas de pnncipios.
División política
El 18 de mayo de 1847 se erigió en Estado Libre, Soberano e Independiente, tomándose para ello porciones de las que habían sido provincias de México, Puebla, Oaxaca y Michoacán. Su primera Constitución Política fue promulgada el 25 de octubre de 1862, y la última, el 6 de octubre de 1917.
Conforme a ésta, se divide el Estado en 67 municipios, que comprenden 13 ciudades, 3 villas, 355 pueblos, 6 barrios, 9 congregaciones, 747 cuadrillas, 1 colonia, 79 haciendas, 38 rancherías, 674 ranchos, 6 minerales, 1 estación terminal de ferrocarril, 1 campamento, 8 parajes y 1 embarcadero, que en conjunto hacen un total de 1,945 localidades, en las que están incluídos, según su categoría política, los puertos.
Lo que dice del Estado un revolucionario
De una obra de la que hemos tomado algunos fragmentos Emiliano Zapata y la escuela del pueblo, por el profesor Carlos Pérez Guerrero, vamos a reproducir lo que sigue:
Nunca olvidaremos la cordial hospitalidad que recibimos en el Estado de Guerrero. Es para nosotros un ineludible deber consignar en estas páginas nuestro más vivo agradecimiento por las atenciones de que fuimos objeto por parte de los hijos del Estado, quienes, en su mayoría, tienen la sinceridad como norma y la hospitalidad casi como un culto.
Atentos, abnegados, humildes, sencillos, todo esto y más son los hijos del Estado de Guerrero, con especialidad los campesinos, pues, por desgracia, en las ciudades se siente un tanto modificado el carácter porque la lucha de intereses ha provocado la desconfianza y la fauna parásita ha introducido e! egoísmo.
Entre aquellos pueblos subcivilizados, olvidados, ignorados, pero en los que impera la sencillez de las costumbres, se siente que sus moradores son depositarios de todas las virtudes de nuestras razas aborígenes. Y ante la sobriedad, la fuerza, la destreza, el sentimiento artístico y la innegable inteligencia del indio, el espíritu se rebela por el punible abandono en que lo han tenido nuestros gobiernos nacionales. Ante las cualidades que puede descubrir quien se asome con interés y sin prejuicios al alma del indio, la razón se resiste a aceptar como ciertas las afirmaciones de inferioridad y decadencia en que se dice que están nuestras razas indígenas. Entre aquellos pueblos y sus moradores se piensa cuán grande sería la Patria si se buscara cimentarla ¡sobre las virtudes y el despertar de aquella fuerza latente.
Allí, y a todos los lugares, en que se encuentra el indio, deben ir nuestros educadores en una santa misión. Allí deben dirigir sus pasos nuestros sabios para estudiar en el libro de la realidad muchos de los factores que pueden contribuir al futuro de la Patria.
Allí debe ir la corriente de la educación nacional, sabiamente orientada, inteligentemente preparada, para despertar esa gran fuerza que la Conquista adormeció y que la incuria de nuestros gobiernos nacionales ha despreciado. Porque las ciudades han dado ya lo que podían dar y pasará mucho tiempo para que nuestros valores aumenten, mientras se busque su extracción en las urbes. En cambio, los campos están vírgenes; hay en ellos facultades adormecidas, energías acumuladas al través del tiempo, que sólo esperan el conjuro de la educación para surgir vigorosas.
Allí debe ir la corrjente de la educación nacional, sabiamente orientada, inteligentemene preparada, para desenvolver las aptitudes del indio y encauzarlas por el camino del progreso, que es la resultante del trabajo. Cuando se aspire verdaderamente al éngrandecimiento nacional, ha de ser fijando la mirada en el trabajador y especialmente en el del campo, que debe ser considerado como una esperanza.
Allí deben ir nuestros políticos, no como lo hacen hoy, para la obtención del voto, sino para estudiar lo que es el indio, y con él, uno de los más hondos problemas nacionales. Allí debe ir el legislador para ponerse en íntimo contacto con las necesidades, ideales y aspiraciones de nuestroS connacionales subcivilizados, por que mediante ese contactó hará magnífica labor.
No se piense que por las atenciones recibidas nos ciega la gratitud; pero si así fuese, no pagaríamos los favores recibidos diciendo que en el campo está la grandeza de la Patria, y en el despertar del indio, la fuerza nacional. Pruébelo el educador, inténtelo el político, inícielo el legislador.
Tenía razón el general Zapata cuando sentía la necesidad de un acercamiento de la escuela a las masas campesinas, porque ese acercamiento quiere decir nada menos que una revisión de todos nuestros valores educativos; un reajuste en el organismo de la enseñanza; una vindicación de derechos; una aplicación coordinada de impulsos. Estaba completamente en lo justo al opinar que la educación impartida a las poblaciones rurales era raquítica e ineficaz.
Fue en contacto con el indio, fue viviendo su vida, vistiendo su traje, como llegamos a hacernos rectificaciones y a despojarnos de muchos prejuicios. Fue apagando la sed en humilde jícara presentada por manos encallecidas como empezamos a entrever el problema. Fue comiendo la tortilla como único alimento como nos asomamos al alma del indio, y fue bajo los techos de palma de las humildes chozas como principiamos a pensar verdaderamente en la clase rural.
Llenos de fatuidad, y tan sólo porque habíamos tenido un ligero contacto con la clase campesina, habíamos creído sentir aquella plática que el general Zapata tuvo con nosotros en Tlaltizapán. Ahora veíamos que había sido necesaria una modificación, en nuestra vida para sentir lo que sentía el Caudillo, y posiblemente no llegábamos a sentirlo en toda su magnitud.
Y fue en el Estado de Guerrero en donde nos transformamos de simples partidarios de la Revolución en revolucionarios.
Principales jefes guerrerenses
En ese panorama que despertó las ideas y sentimientos que acabamos de reproducir fueron apareciendo, como estrellas en la caída de una tarde, los siguientes revolucionarios, con cuyos nombres engalariamos este capítulo.
Jesús H. Salgado, Encarnación Díaz, Heliodoro Castillo, Gustavo Hernández, Nabor Mendoza, Pedro Saavedra, Epigmenio Jiménez, Epigmehio Rodriguez, Abraham García, Julio A. Gómez, Sabás Crispín Galeana, Victorino Bárcenas, Guillermo Santa-Ana Crespo, Clemente Mora, Baltazar Ocampo, Francisco Mota, Celso Toledo, Jesús Navarro, Margarito Ocampo, Fortino Ocampo, Julián Blanco, Modesto Lozano, Rafael Moreno, Benigno Abúndez, Adrián Castrejón, Francisco Salgado, Valeriano Flores, Canuto Neri, Pedro Guzmán, Alejo Mastache, Pedro Aranda, Guillermo García Aragón, Cenobio Mendoza, Felipe Barrios, Pablo Cabañas, Ramón Bahena, J. Trinidad Deloya, Brígido Barrera, Cipriano Jaimes, Cecilio García, Alvaro Lagúnez, Juan del Río, Enrique S. Villa, José Inocente Lugo, Rómulo Figueroa, Francisco Figueroa, Rafael Valenzuela, Felipe Armenta, Héctor F. López, Ciriaco Gómez, Fidel Pineda, Desiderio García, Epigmenio García, Donaciano Astudillo, Hesiquio Román, Pedro Patrón, Luz Pantaleón y otros de quienes nos causa pena no escribir sus nombres.
Debemos hacer una pertinente aclaración con respecto a los señores generales Figueroa. A la caída del señor Madero quedaron en situación difícil, pues por una parte el movimiento suriano los consideraba enemigos, y por otra, sus convicciones y su destacada actuación maderista les impedíaria hacer causa común con el usurpador. El fusilamiento de don Ambrosio, en Iguala, agudizó la situación.
Dice el general Benigno Abúndez que por conducto del señor Eduardo Campos, vecino de Tehuixtla y simpatizador de la Revolución, fue invitado por el general Rómulo Figueroa, cuando estaba aún en Huitzuco, para tener una entrevista y llegar a un entendimiento con las fuerzas zapatistas. Desde luego aceptó la invitación, y días más tarde se llevó a cabo la entrevista entre Cacahuananche y Tlapala, en un paraje en que existe un amate grande y un ojo de agua, cercano a la barranca de Los Lavaderos.
Hablaron extensamente; mas como el general Abúndez no se sentía autorizado para resolver, dijo al general Figueroa que daría cuenta inmediatamente al Cuartel General. Así lo hizo, y como resultado inmediato el general Zapata envió a los generales Jesús Capistrán y Enrique Villa a que se entendieran con el general Figueroa.
De este modo se allanaron dificultades y los señores generales Figueroa, así como los jefes a ellos adictos, estuvieron en condiciones de combatir al huertismo en su Estado natal y al lado de las fuerzas surianas. Ignoramos si se pusieron en comunicación con el señor Carranza; pero de haberlo hecho, no por ello se proclamaron constitucionalistas durante la lucha contra Huerta. Más tarde combatieron a la causa agrarista; pero tal cosa no nos apasiona.
Todos los jefes que arriba mencionamos, distribuídos en la vasta extensión del Estado, operaron leal, sincera y entusiásticamente con los elementos más o menos numerosos que pudieron levantar en armas, siempre entre los campesinos, siempre entre la gente humilde. Tuvieron muchas acciones de armas ora favorables, ora adversas, pero siempre significativas por el esfuerzo que representaron.
La política no enturbió el ambiente ni manchó el pensamiento de la casi totalidad de aquellos luchadores, quienes no pensaban en los puestos del gobierno, modestos o elevados, ni en las utilidades que pudiera dejarles la administración pública. Muchos no llegaron a suponer que conservarían los grados militares que iban alcanzando en la lucha, sino que, tras ella, volverían a sus ocupaciones habituales, tan sólo con la estimación de sus conciudadanos y la satisfacción de haber hecho triunfar el Plan de Ayala, cuyos principios sociales sentían muy hondo.