Índice de Emiliano Zapata y el agrarismo en México del General Gildardo MagañaTOMO IV - Capítulo IX - La caida de Victoriano HuertaTOMO IV - Capítulo XI - Primera parte- Ocupación de México por las fuerzas constitucionalistasBiblioteca Virtual Antorcha

EMILIANO ZAPATA
Y EL
AGRARISMO EN MÉXICO

General Gildardo Magaña
Colaboración del Profesor Carlos Pérez Guerrero

TOMO IV

CAPÍTULO X

LA TOMA DE CUERNAVACA


Porque la exaltación del licenciado Carbajal fue consecuencia inmediata de la dimisión de Victoriano Huerta, nos adelantamos un poco en la narración de lo que simultáneamente estaba sucediendo en Morelos.

Vamos a ocuparnos ahora de los hechos que culminaron con la toma del último reducto de los federales en el sur; pero estimamos pertinente hacer la aclaración de que esos hechos abarcan los últimos meses del gobierno usurpador y la administración toda del licenciado Carbajal, como se irá viendo por las fechas que citaremos.

Conectamos nuestra narración con la del capítulo VII, suspendida hasta la toma de Jojutla, y diremos que mientras las fuerzas revolucionarias batían a las federales en suelo morelense, las del Estado de Guerrero que se hallaban en la región de Iguala, así como algunas de Puebla que ya no tenían enemigo al frente, recibieron órdenes de marchar a Morelos para tomar participación en las operaciones que se estaban desarrollando.

Fuertes contingentes se movilizaron entonces, siendo el primero de ellos el que capitaneaba el general Jesús Capistrán, a quien, entre otros, se unió el general Benigno Abúndez. A continuación marcharon las fuerzas del general Encarnación Díaz, arrogante figura revolucionaria que hemos visto iniciar el asalto a la plaza de Chilpancingo.


Sitio de Zacatepec y Treinta

Cuando las fuerzas del general Encarnación Díaz llegaron a Morelos ya los huertistas habían salido de Jojutla y estaban en Zacatepec sitiadas. Allí, las primeras sufrieron serio descalabro al atacar, pues las tropas del general Flavio Maldonado tenían sobre sus adversarios la superioridad que les daba el conocimiento del terreno.

El 2 de mayo se comenzó a hostilizar a los federales en Zacatepec; pero tras el descalabro de las fuerzas del general Díaz, y para evitar que el hecho se repitiera, a los atacantes se unieron elementos nativos de la región al mando del general Lorenzo Vázquez. Esos elementos fueron aumentando con los de los generales Pedro Saavedra, Jesús Capistrán, Ignacio Maya, Amador Salazar y Julio A. Gómez.

Estrechándose cada vez más el sitio, los federales tuvieron que romperio y se replegaron a la hacienda de Treinta, en donde se hicieron fuertes. Contaban con un cañón, que emplazaron a la entrada de la finca, y el cual estuvo haciendo fuego con pérdidas para los revolucionarios; pero fue inutilizado por individuos que se deslizaron por entre las huertas que están frente a la casa de la hacienda.

El principal problema de Maldonado, según pudo observarse en seguida, era la falta de provisiones de boca para sus soldados y de pastura para la caballada. Para obtener la pastura, los sitiados estuvieron haciendo salidas que les reportaban pérdidas, pues el corte y la conducción debían hacerse con la mayor rapidez, lo que reclamaba buen número de hombres. Para protegerlos era necesario emplear tiradores y emplazar ametralladoras; pero siempre quedaban muertos y heridos en el campo. Además, el fuego de fusilería y el de las ametralladoras iba mermando la existencia de parque con el que contaban los sitiados de Treinta.

Con otras maniobras se estaba obligando a la tropa de Maldonado a que consumiera sus municiones, a fin de que los sitiadores se apoderasen de la posición con el menor número posible de bajas. No era urgente llevar a cabo un asalto, y sí había necesidad de economizar vidas. Sabían los sitiadores que era imposible que los federales resistieran muchos días; por lo tanto, les bastaba con sostener el sitio y llevar a cabo algunos movimientos que dieran la impresión de que comenzaba un asalto, pues los sitiados abrían un fuego desesperado.

En una de las simulaciones de asalto cayeron prisioneros algunos revolucionarios, a los que se acribilló en el interior de la finca, y luego sus cadáveres fueron pasados sobre el muro, donde quedaron pendientes de unas cuerdas, para que los viesen sus compañeros. Entre los acribillados estuvo un hermano del coronel Nicéforo Taboada, originario de Tlaxmalac, Estado de Guerrero, y que pertenecía a las fuerzas de Francisco Castro.

Otra de las crueldades de Maldonado consistió en ordenar que sus heridos fueran rematados. Cualquiera razón que haya tenido, no disminuye lo inhumano de su proceder.

No sabemos si con autorización del general Zapata o procediendo por su propia cuenta, el general Palafox envió a Flavio Maldonado un emisario con un pliego en el que le sugería rendirse, en vista de que la resistencia era completamente inútil. A cambio de la rendición se le ofreció respeto para su vida y la de sus oficiales. El general Maldonado contestó, al reverso del escrito, diciendo que un general federal jamás se rendía. La respuesta, más que proveniente del valor, parecía hija de la ignorancia del general Maldonado con respecto a la situación en que estaban las tropas federales en el Estado.


Los federales rompen el sitio

No pudiendo sostenerse por más tiempo, el general Maldonado rompió el sitio en la mañana del 19 de mayo. La salida la llevó a cabo por la parte posterior de la finca y sus hombres tomaron una vereda con dirección ,al pueblo de Atlacholoaya. De pronto, los federales tropezaron con sus contrarios, quienes, habiéndose dado cuenta de la maniobra dejaron que se realizara con el fin de atacar a campo raso y con todas las ventajas que no podía ofrecerles un asalto a la posición sitiada. Al principio los federales no contestaron el fuego; pero tuvieron que hacerlo para abrirse paso.

En la confusión que se produjo quedó aislado el grupo de mujeres que iba en el centro de la fuerza. Los federales, desentendiéndose de los atacantes, dirigieroh el fuego sobre aquel grupo, con las muy claras intenciones de matar a las mujeres para que no cayeran con vida en poder de los revofucionarios. Los primeros disparos hicieron blanco en dos señoras, a quienes se recogió y llevó a Tlaltizapán, en donde quedaron encamadas en el puesto de socorros que estaba al cuidado del general Prudencio Casals. Una de ellas dijo a este general que era esposa del oficial Emilio Orozco, a quien suponía combatiendo en la tierra caliente del Estado de Guerrero.

Como antes hemos mencionado el nombre del general Casals R. y dijimos que estableció en San Pablo Oxtotepec el hospital de sangre, y que para hacerlo entregó al doctor Aurelio Briones el puesto de socorros que tenía en San Vicente, debemos aclarar que el hecho que estamos narrando es anterior al establecimiento dei puesto de socorros y más aún a la instalación del hospital en Oxtotepec.


Captura de Maldonado

Al comenzar a descender de las lomas, y a la vista de Atlacholoaya, fue herido el caballo que montaba el general Maldonado, quien, sin requerir otra cabalgadura, siguió corto trecho a pie, presenciando el espectáculo, que nunca imaginó, de que sus hombres iban dispersándose unos, rindiéndose los máa, mientras que un grupo, cada vez más reducido, continuaba combatiendo alentado por las voces de los oficiales que se oían claramente en la campiña.

Desmoralizado por los efectos del combate; cansado por la muy prolongada lucha que había sostenido desde Puente de Ixtla; agotado por las vigilias que esa lucha le había impuesto, el altivo general que no aceptó las proposiciones de rendición se sentó a la vera del camino mirando cómo sus subalternos se alejaban cada vez más de él.

Uno de los elementos del general Ignacio Maya reconoció el caballo de Maldonado y por él a su jinete. Dió aviso inmediatamente a su jefe, quien acercándose al derrotado federal le interrogó si su nombre era de Flavio Maldonado. Sin inmutarse, contestó afirmativamente, y al oír que se diera por preso, entregó al general Maya su pistola, que llevaba al cinto, y una cartera con billetes de banco. El general Maya la rehusó diciendo al vencido que la cartera no era una arma, y ordenó que se le proporcionara un caballo. Ante un impulso que estuvo a punto de convertirse en impetuosa acción vengadora de quienes habían sido testigos de las últimas crueldades de Maldonado, el general Maya tuvo que imponerse y decir a sus compañeros y subalternos que sería un consejo de guerra el que juzgaría al prisionero por todas sus infamias.

Se le condujo a Atlacholoaya, en donde lo rodearon mujeres del pueblo, y hubieran ejercido su venganza a no impedido el general Maya, por lo que tuvieron que conformarse con dade algunos tirones a su barba y bigote.

En la población estaba el general Zapata, quien oyó el parte verbal que le rindió el general Ignacio Maya, y por lo que hace al prisionero, dispuso que fuera llevado a Tlaltizapán, donde un consejo de guerra lo juzgó y sentenció a sufrir la pena capital. El mismo consejo juzgó también a once oficiáles, que en su mayoría quedaron en libertad por haber sido absueltos.

Así terminó sus días el implacable perseguidor de revolucionarios y azote de pueblos. Así, también, quedó exterminada la fuerza que, por integrarla voluntarios en su mayoría, llegó a ser temible entre los pueblos. No obstante, fueron puestos en libertad, y con la sola condición de no levantarse en armás contra el movimienio revolucionario, ochocientos prisioneros de la clase de tropa hechos entre la hacienda de Treinta y el pueblo de Atlacholoaya. Los heridos, muertos y dispersos pasaron de esa cantidad a juzgar por las armas que dejaron tiradas en el campo. Sólo veintiocho individuos lograron llegar a Cuernavaca para relatar el desastre final de las fuerzas que en los distritos de Tetecala y Jojutla habían ido de derrota en derrota.


Asedio a Cuernavaca

Con la total destrucción de las fuerzas del general Maldonado no quedó en Morelos más problema que la ciudad de Cuernavaca, Ocupada, con algunas poblaciones de sus contornos, por los federales. Para liquidar ese problema, el Cuartel General envió, en los últimos días de mayo, Una circular a los jefes morelenses, poblanos y guerrerenses en la que se les citaba a una junta. El mismo Cuartel General se trasladó de Tlaltizapán a Yautepec, pues la idea del general Zapata era la de atender las operaciones sin dejar por ello los asuntos que de toda la zona revolucionaria suriana llegaban constantemente. No habiendo podido concurrir todos los jefes llamados, se les giraron órdenes para que colaboraran en las operaciones, y se indicó a cada uno el lugar que le correspondía. Pronto los veremos entrar en acción; pero conviene decir cómo quedarón distribuídas las fuerzas revolucionarias.


Algunos datos necesarios

Es sabido que la ciudad de Cuernavaca está situada en el valle de ese nombre, en la pronunciada inclinación de norte a sur que se prolonga hasta la confluencia de los ríos del Pollo y de Apatlaco. Hacia el oriente está la barranca de Amanalco, que por su profundidad y anchura es muy difícil de atravesar, salvo en cinco puntos, en los que hay construídos sendos puentes a los que se conoce, siguiendo de norte a sur, con los nombres de El Diablo, Porfirio Díaz, Arcos de Gualupita, Amanalco y Acapantzingo. Este último fue destruído por los federales tan pronto como se dieron cuenta de que los revolucionarios se disponían a sitiar la plaza.

Hacia el poniente está la barranca de San Antón, más ancha que la anterior, la cual sólo podía cruzarse por tres puntos en los que existían puentes, que se encontraban: dos, al norte, y uno, al sur, del pueblecillo que da nombre a la barranca.

Por el sur, las últimas construcciones de la ciudad llegaban en aquel entonces hasta la Alameda y tocaban las de los barrios de Santo Cristo, Chipitlán y San Pablo, que materialmente se escondían en la espesa arboleda de sus huertas.

Por el norte, la ciudad parecía querer alcanzar al pueblo de Taltenango; hacia el noreste, la barranca de Amanalco dividía el barrio de Gualupita, la estación del ferrocarril y la colonia Miraval, que contaba con escasas construcciones, en su totalidad abandonadas.

Para mejor utilizar las excelentes defensas naturales que constituyen las barrancas mencionadas, los federales redujeron la amplitud de los puentes, colocando sacos de arena y alambre de púas, y para proteger a las fuerzas que se situaron en los puentes hicieron trincheras desde las cuales pudieran abrir un fuego cruzado de ametralladoras. Como los puntos vulnerables de la plaza estaban: hacia el norte, por Tlaltenango, y al sur, por San Pablo, Santo Cristo y la Alameda, es fácil suponer que los federales habían levantado trincheras y cavado fosos. También habían hecho otras obras, entre ellas, la de alambrar las huertas, elevar tecorrales -cercas de piedra- y obstruir las calles. Además, se posesionaron de los edificios elevados de la ciudad.

Por su parte, los revolucionarios tenían suficientes datos acerca de estas obras, pues su servicio de información, sin estar organizado como tal, funcionaba admirablemente, porque los morelenses que no estaban levantados en armas eran, en su inmensa mayoría, simpatizadores del movimiento revolucionario. No ignoraban que los federales habían acumulado municiones suficientes para un largo sitio; pero en contra tenían el inevitable agotamiento de las provisiones de boca y la posible supresión del servicio de agua, recurso que los surianos esperaban usar en caso extremo, pues tenían en consideración que en la plaza había mujeres y niños entre los no combatientes. Quien conozca el túnel y haya recorrido el acueducto, convendrá con nosotros en que bastaba el arrojo de unos cuantos hombres y el empleo de explosivos, que no faltaban, para haber dejado sin el líquido a la ciudad.


Distribución de las fuerzas

Veamos ahora cómo dispuso el Cuartel General que se situaran las fuerzas revolucionarias de que disponía.

En Atlacomulco se estableció el Cuartel, General de las operaciones, con el general Emiliano Zapata al frente, dos miembros de su Estado Mayor y su escolta.

Hacia el flanco derecho fueron ocupando posiciones las fuerzas de los generales Antonio Barona, Marino Sánchez, Timoteo Sánchez -de Tepoztlán, pues tuvo un homónimo que vive y radica en Tlancualpicán-, Pedro Salazar, Eustaquio Durán, Eleuterio Bueno, Romualdo Cortés, Gabriel Mariaca, Amador Salazar y Jesús Capistrán.

Hacia el flanco izquierdo fueron situáhdose las fuerzas de los generales Francisco Mendoza, Ignacio Maya, Modesto Rangel, Cliserio Alanís, Alberto Estrada, Bonifacio García, Vicente Rojas, Diego Ruiz, Perfecto Iriarte y Timoteo Sánchez -homónimo del anterior, quien tenía el grado de coronel.

Al norte, ocupando Huitzilac, se situó con sus fuerzas el general Francisco V. Pacheco. En los pueblos de Santa María, Ahuatepec, Chamilpa y más tarde en la eminencia de La Herradura, se situaron las fuerzas del general Genovevo de la O.

Hacia el poniente fueron ocupando posiciones las fuerzas de los jefes Luciano Solís, Juan Cruz, Domitilo Ayala, Pablo Brito e Ignacio Fuentes.

Por el sur fueron situándose las fuerzas de los generales Lorenzo Vázquez, Leandro Arcos, Leopoldo Reynoso Díaz, Pascual Barreto, Pedro Saavedra, Heliodoro Castillo, Encarnación Díaz, Julio A. Gómez y Jesús Navarro.

Finalmente, el puesto de socorros se estableció en la hacienda de San Vicente, de donde se trasladó más tarde a la de Atlacomulco, y estuvo primeramente a cargo del general Prudencio Casals R. y después al cuidado del doctor Aurelio Briones.

A todas las posiciones fueron sumándose otros jefes y también de ellas se retiraron algunos por necesidades del servicio, como veremos más tarde; pero conviene aclarar que al iniciarse el sitio no estuvieron en su totalidad las fuerzas de los jefes mencionados, sino que fueron llegando paulatinamente y se turnaban con las que se habían distribuído en las poblaciones de la comarca, pues, por una parte, su presencia no era indispensable frente al enemigo, y por otra, resultaba bastante difícil sostener a todos en sus posiciones. Aludimos a las provisiones de boca.

Desde el momento en que los federales tuvieron como un hecho que serían sitiados, pues sintieron aproximarse por todos los rumbos a los revolucionarios, trataron de mantener expedita una vía, ya fuera la del ferrocarril o la carretera, para que les sirviese de aprovisionamiento y de comunicación con la capital de la República, así como de escape en caso necesario. Hicieron, pues, todos los esfuerzos imaginableS que determinaron combates casi diarios, siempre enconados y adversos las más de las veces.


Comienzan las operaciones

Las operaciones propiamente dichas sobre la plaza de Cuernavaca, comenzaron con él mes de julio, pues aun cuando había habido combates en diversos rumbos y tiroteos en los alrededores no tuvieron un fin específico, sino que fueron acciones de la campaña general. El día 19 del citado junio se atacó la estación de El Parque para desalojar al enemigo, al que convenía reducir a la ciudad y cortarle la vía del ferrocarril. En ese combate resultó herido el general Amador Salazar y murió el coronei Nicéforo Taboada, cuyo hermano también había muerto en la hacienda de Treinta.

Tras de ese hecho de armas, las fuerzas revolucionarias se extendieron a Coajomulco y Santa Catarina, mientras que una parte se dispuso a atacar la eminencia conocida con el nombre de La Herradura, posición dominante que los federales tenían artillada. El mismo día hubo un tiroteo en Cuernavaca, desde las seis hasta poco después de las ocho de la mañana, pues el general Zapata, con su escolta, llevó a cabo un reconocimiento por el lado oriente. Al fuego de fusilería de los federales que ocupaban posiciones por ese rumbo, se unió el de los cañones emplazados en el mogote de Tepanzolco. Más tarde fue vista otra fuerza revolucionaria que se movía por el sur, y fue objeto de un rabioso fuego de fusilería y de ametralladoras de las posiciones enemigas del rumbo.

El día 2, antes del amanecer, las fuerzas que se encontraban al norte se desplegaron desde Tlaltenango hasta la fábrica de La Carolina y el Dínamo Viejo. Cuando la luz del día hizo visibles a los surianos recibieron el fuego del enemigo, al que se contestó en toda la línea, sobre la cual hicieron los federales varios émpujes; pero fueron rechazados en todos ellos hasta las primeras casas de la ciudad. Durante el combate funcionó la artillería emplazada en Tepanzolco, Miraval y San Antón. El hecho de armas terminó a las siete y media de la noche, con una duración de catorce horas y media; pero los revolucionarios conservaron las posiciones que habían tomado desde el principio. Sus pérdidas fueron dieciocho muertos y treinta heridos; pero fueron mayores las de los federales, pues dejaron en poder de sus atacantes cien armas y diez mil cartuchos.

El día 4 se combatió durante toda la mañana en La Herradura, posición que atacó el general Antonio Barona. Fuerzas del general Genovevo de la 0, con éste a la cabeza, acudieron en ayuda de los atacantes, como a las once, y una hora más tarde ocuparon la posición apoderándose de dos cañones y ciento cincuenta granadas. Uno de los cañones quedó en poder del general Barona; el otro lo llevó consigo el general De la O.

A partir del día 5, los tiroteos por el lado oriente fueron haciéndose más frecuentes y prolongados, hasta tomar algunos los caracteres de combates, pues el general Zapata encabezó muchos de los empujes que se hicieron. En uno de ellos, al atacar simultáneamente las posiciones federales de Cantarranas y Acapantzingo, fue muerto el coronel Plutarco Gutiérrez -de las fuerzas del general Ignacio Maya-, quien se hallaba combatiendo al lado del jefe del Ejército Libertador.

En cuanto a las fuerzas que estaban al occidente, habían recibido órdenes de entrar en acción tan pronto como se dieran cuenta de que se combatía en el lado opuesto. Independientemente, sus ataques los llevaban a cabo con especialidad durante la noche.

El día 10, y en uno de los empujes que por el lado sur hicieron las fuerzas del general Pedro Saavedra sobre las posiciones de Chipitlán, La Casahuatera y la Casa Colorada, sufrieron serio descalabro, pues hábilmente fueron llevadas hasta las huertas de Chipitlán, que estaban alambradas, y se les recibió de improviso con el fuego de ametralladoras.

El 12 rindió parte el general Francisco V. Pacheco comunicando estar sólidamente posesionado de todos los puntos estratégicos desde Huitzilac a Tres Marías, al mismo tiempo que el general Barona comunicó que continuaba en las posiciones de La Herradura, San Juanito y Coajomulco.

El día 13 fue quitada al enemigo la posición de Las Trincheras, de Santa María, tras un reñido combate que tuvo dos horas y media de duración. Los federales perdieron cinco piezas de artillería, doscientas carabinas máuser y todo el parque de que disponían. Se tomó prisioneros a los sirvientes de las piezas y a la oficialidad. Llevados ante el general De la O, ofrecieron solemnemente no hacer armas en contra de la Revolución, por lo que se les dejó en absoluta libertad.

En la misma fecha se sostuvo un combate en Chamilpa contra fuerzas que habían salido de Cuernavaca. La acción comenzó a las diez de la mañana y terminó a la una de la tarde, con la dispersión del enemigo. Mientras tanto, las fuerzas que estaban en el sur, al mando de los generales Velázquez, Castillo y Navarro, tomaron la revancha, atacaron vigorosamente y se apoderaron de varias de las ametralladoras que habían causado el descalabro del general Saavedra. Al mismo tiempo fueron atacadas las posiciones federales del oriente con resultados satisfactorios, pues se rindieron algunos puestos avanzados.

El día 15 fue batida en la estación Alarcón una fuerza procedente de Cuernavaca, la cual llevaba orden de avanzar sobre la vía férrea cuanto más pudiera. Tres cuartos de hora se sostuvieron los federales, y al fin, se batieron en retirada hacia Cuernavaca.


Llegada del general Pedro Ojeda

El 17 pudo llegar a Cuernavaca el general federal Pedro Ojeda para hacerse cargo del gobierno civil y de la División del Sur, ambos reducidos a la sitiada plaza. La nota que dió la prensa capitalina del día 18 dice, textualmente:

Su viaje -el del general Ojeda- fue muy retardado porque en todo el trayecto tuvo que reparar la línea férrea.

Así fue, pues necesitando avanzar a toda costa, sus hombres combatÍan, mientras la numerosa cuadrilla de trabajadores se ocupaba apresuradamente de las reparaciones a la vía; pero quedaron muchos tramos destruídos después del paso del convoy, ya por la acción de los revolucionarios, ya por la misma cuadrilla de trabajadores, que utilizaba los materiales en nuevas reparaciones.

El convoy del general Ojeda conducía tropas, municiones y víveres, que ya comenzaban a escasear en la plaza. Con la llegada de este militar se hicieron nuevas obras de defensa, se modificaron algunas de las existentes, se establecieron nidos de ametralladoras en puntos en que no los había y se reforzaron todos los puestos avanzados.


Deserciones y tentativas

Desde el principio de las operaciones habían ido desertando individuos de la clase de tropa, quienes aprovechaban todas las oportunidades para dejar las filas en las que se hallaban en calidad de forzados; los desertores pedían incorporarse a las fuerzas revolucionarias o simplemente entregaban sus armas y solicitaban facilidades para ir a los lugares de su origen. Naturalmente que se aceptaron los servicios de algunos; pero siempre con las reservas necesarias y en casos excepcionales.

El día 18 se presentaron los capitanes Enrique Piñeiro, Javier García Monasterio y el teniente Juan García Vázquez, pidiendo incorporarse a las filas revolucionarias. Debemos decir que al capitán Piñeiro se le quitó la posición de La Herradura.

Una nueva tentativa hicieron los federales el 19, sobre la carretera de México a Cuernavaca. Llegaron hasta Santa María, donde combatieron durante seis horas -desde las diez de la mañana hasta las cuatro de la tarde-, y se retiraron con pérdidas considerables, pues en esta ocasión funcionaron las piezas de artillería poco antes quitadas al enemigo y ahora emplazadas en El Madroño.

El 20, la artillería federal batió las posiciones revolucionarias del oriente, sin duda para distraer o inmovilizar a las fuerzas, pues poco después la mayoría de los disparos se hicieron sobre las posiciones del sur para proteger el avance de una fuerza de infantería, que entabló un combate cuya dúración fue desde las diez y media hasta la una y media, hora en que los federales se replegaron. La maniobra, sin los disparos hacia el oriente, se repitió el 2l.

El 22, los federales se acercaron hasta la fábrica de Buenavista, al norte de la ciudad, con intenciones de apoderarse de la posición. El combate duró desde las ocho hasta las nueve y media, sin resultado positivo para los atacantes.

El 23 se libró combate en Tlaltenango, desde las ocho hasta las diez de la mañana. La posición quedó en poder de los federales. Al día siguiente volvió a combatirse desde las dos y media de la tarde hasta las cinco, en que la disputada posición quedó en poder de los revolucionarios. De esta posición se destacaron fuerzas hacia el Dínamo Viejo. La posición quedó en poder de los federales al retirarse sus contrincantes a las seis y media de la tarde. Un nuevo ataque se llevó a cabo el 26, con idénticos resultados que el anterior; el hecho de armas duró desde la una hasta las cuatro de la tarde. Al mismo tiempo, los federales atacaron la fábrica de Buenavista. El ataque se prolongó hasta las cinco de la tarde, en que se retiraron los federales sin conseguir el objeto de apoderarse de la posición.

El 27, los federales avanzaron nuevamente hasta la estación Alarcón y entablaron combate desde las once hasta las dos y media, en que se les obligó a retirarse.

El 28, mientras los revolucionarios atacaban simultáneamente por el oriente y poniente de la plaza, los federales hicieron empujes hacia el norte y sur. Seguros los revolucionarios de que los federales no podían pasar los puestos bien defendidos, se limitaron a contenerlos, mientras que sus esfuerzos se concentraron en el oriente y occidente.

Continuando el empuje de la víspera, los federales lograron rebasar Tlaltenango, se apoderaron de Buenavista y avanzaron resueltamente sobre Santa María, donde fueron detenidQs. Reforzados los revolucionarios, se sostuvieron hora y media e hicieron retroceder al enemigo, primero hasta Buenavista y luego hasta Cuernavaca.

Tres columnas salieron de la ciudad hacia el norte el día 30, con la visible intención, que ratificaron los prisioneros, de apoderarse de puntos dominantes dé la carretera. Una de esas columnas logró tomar Buenavista; otra avanzó hasta las trincheras de El Madroño; la otra se dirigió a la posición de Cruz de Piedra. Rechazadas en los dos puntos, se reconcentraron en Buenavista, que fue objeto de un vigoroso ataque desde las diez de la mañana hasta las cuatro de la tarde, quedando la posición en poder de los surianos.

Nuevamente hicieron los federales un empuje hacia el norte de la ciudad el 1° de julio, pues una columna más numerosa que la que actuó el día anterior y mejor municionada llegó hasta las inmediaciones de Santa María, pero la columna se replegó a Cuernavaca tras un combate sostenido desde las dos hasta las cuatro de la tarde.

El 2 de julio, todas las fuerzas revolucionarias que rodeaban a Cuernavaca, excepto las del norte, acometieron a las posiciones que tenían al frente. Se combatió desde el amanecer hasta bien entrada la noche.


Situación de los sitiados

Según los informes que se tenían en el campo revolucionario, la situación no era favorable a los sitiados. Abundaban las municiones; pero los víveres se estimaban suficientes para menos de un mes. Había, sin embargo, algunas esperanzas de que salieran fuerzas de la ciudad de México en auxilio de las de Cuernavaca.

El día 3, una nueva columna federal trató de tomar posiciones en la carretera; pero se le detuvo en el lugar conocido con el nombre de Tepetzala y se le atacó desde las once de la mañana hasta las cuatro de la tarde. La columna aparentó retirarse, volvió a acometer una hora más tarde y, derrotada al fin, se replegó a Cuernavaca en completo desorden.

El día 5 regresó el general Zapata al Cuartel General, del que se había ausentado temporalmente para informarse de lo relativo al aprovisionamiento, pues resultaba un verdadero problema para los pueblos de la comarca el sostenimiento de los combatientes y el de quienes se retiraban de la línea de fuego para tomar un descanso.

Los federales avanzaron durante la noche hasta Santa Catarina con la clara intención de producir una salida que se les frustraba por la carretera. Los jefes Antonio Barona y Marino Sánchez detuvieron el avance, y a las cinco de la mañana, auxiliados por algunos otros que estaban en las inmediaciones, atacaron al enemigo, haciendo que se retirara después de un combate de siete horas. En esta acción prestó valiosos servicios la artillería que, ya en poder de los revolucionarios, se había emplazado nuevamente en el cerro de La Herradura.

En modo alguno estamos queriendo presentar el sitio de Cuernavaca como una de las grandes acciones guerreras ni muchísimo menos colocarlo junto a la batalla de Santa Rosa o la de Torreón, por ejemplo. No. Nada extraordinario tuvo desde el punto de vista de la táctica militar y, en cambio, sí pudo adolecer de graves defectos, porque fue simplemente una acción del pueblo armado contra soldados de línea mandados por una oficialidad preparada en las escuelas militares. Nosotros carecíamos de los más elementales conocimientos del arte de la guerra; nuestros jefes eran obscuros ciudadanos a quienes obedecíamos con toda lealtad porque nos daban ejemplo con su valor personal y porque confiábamos en su experiencia obtenida en la azarosa vida de rebeldes. Nuestro armamento era deficiente; nuestras municiones, escasas. Y si combatíamos contra un enemigo que de sobra tenía esas municiones, era porque nos impulsaba la fuerza de un ideal; porque nos empujaba la convicción de que se hacía necesario aniquilar al Ejército Federal, que de sostenedor de las instituciones nacionales se había convertido én el poderoso apoyo de un régimen social de injusticia que era necesario modificar a costa de esfuerzos, de sangre y de vidas.

Ahora bien: hasta aquí hemos reseñado día a día las acciones de mayor importancia llevadas a cabo en todos los rumbos de la plaza sitiada. Creemos que de continuar narrando los sucesos pormenorizadamente no haríamos sino repetir lo dicho, con la sola variante de que los empujes, tiroteos y encuentros fueron haciéndose más frecuentes y reñidos, pues la tendencia de los federales era la de buscar una salida, con preferencia hacia el norte, mientras que los revolucionarios trataban de reducir al enemigo a la plaza para hacerlo capitular por el inevitable agotamiento de los víveres o para dar un asalto así que estuviera completamente quebrantado.

Hubo una pausa, por la que los federales creyeron que se había levantado el sitio, y no pocos revolucionarios llegaron a pensar que el general Zapata había desistido de la empresa. Pronto unos y otros se convencieron de lo contrario.

Para impedir que pudieran llegar refuerzos de la ciudad de México se mandaron destruir algunos puentes, se levantaron tramos de vía, se minaron otros y se situaron fuerzas en lugares convenientes; pero se tuvo buen cuidado de llevar los materiales a lugares seguros y no muy distantes, pues se creyó que con la caída de la plaza habría necesidad de proceder a las reparaciones para establecer la necesaria comunicación. No se dudaba del resultado del sitio, fuera cual fuese la fase final; pero no se esperaba de un modo inmediato, y, por ello, las diversas acciones tenían por objeto principal fatigar a los federales.

Si la férrea voluntad del general Ojeda se había hecho sentir en la tropa, en camblo las provisiones iban faltando. La situación del elemento civil y la perspectiva de que llegara a ser angustiosa en pocos días más, hizo que varias comisiones se acercaran al general Ojeda para pedirle que rompiera el sitio, tanto más cuanto que se estaban registrando deserciones diarias que demostraban el estado de ánimo de la tropa, que bien podía llegar hasta la entrega de algún punto importante de la plaza. Según se supo después en el campo revolucionario por algunos desertores y prisioneros, el mencionado general rechazó la proposición y dijo que si las circunstancias no le permitían otra cosa él resistiría con sus asistentes hasta el último momento. Valerosa determinación que no llevó a cabo.


Salida de jefes hacia el Valle de México

Mientras tanto, y habiendo elementos que no eran indispensables para las operaciones del sitio, dispuso el general Zapata que algunos jefes se trasladaran con sus fuerzas, o parte de ellas, a la línea de fuego que se había establecido en el Valle de México, en donde ya estaban combatiendo algunos otros. Pensaba liquidar el único problema que tenía en Morelos para marchar con el grueso de sus fuerzas a la región mencionada, ya sin enemigo a la retaguardia.

Pero debemos decir que la movilidad del general Zapata en aquellos días era extraordinaria, pues con frecuencia se presentaba en diversos puntos del Distrito Federal o del Estado de México, en que combatían las fuerzas surianas.


Los federales rompen el sitio

Así las cosas, llegamos a la segunda decena del mes de agosto. La situación en la plaza de Cuernavaca era ya angustiosa y no tardaría en ser desesperante, pues los sitiados habían agotado sus provisiones.

El día 11, en todos los rumbos de la ciudad hubo fuertes tiroteos que, con intervalos, se prolongaron toda la noche y continuaron hasta el obscurecer del día 12. Ya entrada la noche, los federales lanzaron cohetes luminosos hacia todas las posiciones revolucionarias. Al mismo tiempo se percibieron grandes fogatas, que se creyeron debidas a la incineración de objetos de los que deseaban desprenderse los sitiados. Aunque los cohetes se usaban durante los combates nocturnos para iluminar momentáneamente el campo revolucionario, la cantidad empleada esta vez y las fogatas hicieron comprender que se preparaba un movimiento de importancia, por lo que en toda la línea se recibieron, poco después de la medianoche, órdenes del Cuartel General a fin de que las fuerzas estuvieran dispuestas para cualquier evento.

A partir de esa hora se oyeron claramente varias explosiones, algunas de ellas demasiado fuertes. Posteriormente se vieron los efectos y se supo la causa: el general Ojeda había mandado quemar las municiones que había almacenadas en la casa que ocupaba su Cuartel General, situado en la esquina de las calles de Morelos y Arista.

La casa quedó inservible; no voló hecha añicos porque no todas las municiones hicieron explosión.

Al amanecer del día 13, las posiciones federales estaban en absoluta quietud. Hacia las siete de la mañana se observó, desde las posiciones revolucionarias del norte, que los federales estaban formados en las calles. Se supuso que se disponían a atacar algún punto, como tantas veces lo habían hecho, por lo que se dieron inmediatas órdenes para resistir el empuje en caso de que fuera sobre las posiciones desde las que se estaba haciendo la observación, o para prestar ayuda donde se hiciera necesaria.

A las siete y media los observadores comunicaron que la tropa federal comenzaba a moverse hacia el norte, al parecer en una fuerte columna. Las tropas revolucionarias se dispusieron a resistir; pero inmediatamente después los mismos observadores volvieron a comunicar que la columna había dado media vuelta y que ahora se dirigía hacia el sur, hecho que no tardó en confirmar un nutrido tiroteo por la Alameda.

Quienes estaban en las posiciones del norte las dejaron inmediatamente para avanzar hacia la ciudad. Al aproximarse a los lugares en que los federales tenían sus puestos avanzados, cerca de Tlaltenango, vieron que no había tropas. Siguieron adelante, y al llegar a las primeras casas de la ciudad recibieron informes de que el enemigo había emprendido la salida llevando consigo a familiares de los empleados, de comerciantes y de algunos particulares que no quisieron quedarse en la plaza.

En El Calvario se entabló un tiroteo con un grupo rezagado que trataba de incorporarse a la retaguardia de la columna. Fácilmente se le redujo y quitó un carro con municiones que poco antes se habían recogido de los puestos avanzados. En las lomas de Miraval también se había entablado otro tiroteo, que terminó con la rendición de los federales. Otro grupo de éstos pretendió avanzar por el puente Porfirio Díaz, en la calzada Leandro Valle. Se le intimidó a la rendición, hizo resistencia y fue aniquilado, pues sólo un individuo quedó con vida.

Estos hechos detuvieron necesariamente a los surianos, quienes, ya provistos del parque obtenido del enemigo momentos antes, se bifurcaron por las calles de Morelos y Matamoros. Al unirse en el jardín central tomaron contacto con la retaguardia de la columna que iba por la plazuela de El Zacate.

El general De la O, quien marchaba a la cabeza de sus fuerzas, envió al general Zapata informes de lo que estaba sucediendo y le pidió órdenes, que no tardaron en llegar. Una de ellas fue la de que se procurase no dañar a los civiles que habían salido con la columna federal. Mientras tanto, el mismo general De la O dió instrucciones a las fuerzas que estaban al poniente de la plaza, para que atacaran por su flanco derecho al enemigo en marcha. A su vez, el general Bonifacio García y el coronel Modesto Rangel, quienes estaban en el lado oriente, fueron los primeros en atacar a la columna por su flanco izquierdo.


Primeras pérdidas de los federales

Abriéndose paso, con fuertes pérdidas, entre los revolucionarios que estaban al sur, y que replegándose ofrecían la mayor resistencia posible; atacados por los flancos y la retaguardia, apenas salidos de la plaza, los federales perdieron su artillería y los carros de municiones que llevaban, pues cayeron en poder de sus atacantes en la cuesta de La Muerte, entre Cuernavaca y Temixco.

La marcha era lenta por la resistencia ofrecida y por los civiles, de los que muchos iban a pie cargando bultos, y otros en carretelas, a caballo o en burros.

Al llegar a Temixco, el general Ojeda se apartó de la columna, que continuaba siendo objeto de rudo ataque, y con un pequeño grupo siguió hacia Tetlama.

Una parte de las fuerzas que atacaban a la retaguardia tuvo que regresar a Cuernavaca, pues el general De la O recibió informes de que algunos vecinos de los barrios estaban saqueando varias casas de la ciudad. Establecidos los servicios de patrullas por el entonces capitán Juan Torices Mercado, y teniéndose conocimiento de que las fuerzas del general Francisco V. Pacheco estaban por llegar a la plaza, se les encomendó la vigilancia de la misma.

Como las fuerzas revolucionarias habían atravesado la ciudad sin detenerse persiguiendo al enemigo, el doctor Alfonso Martínez no tuvo oportunidad de presentarse en su condición de jefe de la brigada de la Cruz Blanca; pero al darse cuenta de que el capitán Torices Mercado estaba dando disposiciones para establecer el orden, se acercó a él y le ofreció los servicios de la brigada, la cual entró en acción inmediatamente con el mencionado profesional y doce ayudantes con que contaba.

Sigamos a la columna federal. Los generales Amador Salazar, Maurilio Mejía, Lorenzo Vázquez y Marino Sánchez, con parte de sus fuerzas, fueron uniéndose a quienes atacaban a la columna federal que, siempre combatiendo, había pasado Temixco y Xochitepec. A las cinco de la tarde se logró cortar la columna, y como resultado de esa maniobra se rindieron trescientos sesenta individuos de tropa, el teniente coronel médico militar don Leobardo Martínez, el doctor Francisco Venegas, un mayor y veintinueve oficiales. Es conveniente apuntar el dato de que el doctor José Cuarón había entregado, pocos dias antes, la dirección del Hospital Militar de Cuernavaca al doctor Leobardo Martínez. También conviene decir que la ideología de ambos no era contraria al movimiento suriano. El general Zapata, quien con su escolta iba atacando a la columna, dispuso que los individuos de tropa, una vez desarmados, quedaran en liberrad, y que los jefes y oficiales fueran llevados a Cuernavaca, en donde quedarían a disposición del Cuartel General. Sin embargo, a petición del general Encarnación Díaz, el doctor Martínez pasó a incorporarse a sus fuerzas.


Muerte del general Ignacio Maya

Al llegar a las lomas de Coatetelco, los federales tomaron posiciones y abrieron el fuego sobre los revolucionarios. Entre quienes iban atacando el flanco izquierdo formaban grupo los generales Emiliano Zapata, Ignacio Maya, Bonifacio García y Pedro Saavedra. Por el flanco derecho atacó en un principio el general Juan Cruz; pero adelantándose cuanto pudo, y sin dejar de atacar en unión de otros jefes, se unió a los mencionados antes, cuando los federales tomaron las posiciones que hemos dicho.

Por esa circunstancia fueron los primeros en recibir el fuego enemigo, resultando inmediatamente heridos de muerte los generales Ignacio Maya y Bonifacio García, a quienes se retiró del campo y más tarde se les llevó a Tlaltizapán, en donde recibieron sepultura.

La muerte de ambos luchadores, pero principalmente la de Ignacio Maya, a quien todos estimaban por sus grandes cualidades, causó en las fuerzas la consiguiente confusión, que hubiera sido de alguna trascendencia de no estar presente el general Zapata. De esa confusión se aprovecharon los federales para replegarse a Coatetelco.

Detengámonos breves momentos para decir quién era el general Ignacio Maya.

Nativo de la ciudad de Iguala, Estado de Guerrero, había crecido en la hacienda de San Juan Chinameca, del Estado de Morelos. El 10 de marzo de 1911 se incorporo a las filas maderistas, bajo las inmediatas órdenes del general Emiliano Zapata. Al triunfo de la lucha maderista se le licenció; pero su retiro fue corto, pues volvió a tomar las armas poco después de proclamado el Plan de Ayala.

Sus rasgos fisonómicos eran los de un indígena puro, y como en sus actitudes había mucho ae los hombres de su raza, por todos sus correligionarios se le tuvo como un representante de ella.

Formal en sus compromisos, moderado en toda su conducta, modesto en extremo, gustaba de confundirse con sus hombres y eludía figurar entre los jefes en cuanto las circunstancias no se lo impedían.

Activo en el cumplimiento de cuantas comisiones se le conferían era, sin embargo, prudente al iniciar su cometido y al dar disposiciones a sus subalternos; pero una vez emprendida una obra no desmayaba ni retrocedía ante peligro alguno, por lo que realizó actos de valor temerario que ampliamente le reconocían sus compañeros y subordinados.

Dotado de gran fuerza de atracción, había reunido un considerable número de hombres, que lo seguían con fidelidad y secundaban con entusiasmo y orgullo. Ninguno de ellos recuerda un acto que demostrara que el recio espíritu de Ignacio Maya flaqueara; pero tampoco recuerdan una sola acción de crueldad, no obstante que varios connotados enemigos de la Revolución cayeron en sus manos. Debemos recordar a los generales Luis G. Cartón, en Guerrero, y a Flavio Maldonado, en Morelos.

Con la muerte de los generales Ignacio Maya y Bonifacio García perdió el movimiento suriano dos vigorosos elementos, y el general Zapata, dos leales subordinados y dos sinceros amigos.


El segundo día de la marcha

El día 13 no pudo avanzar el enemigo sino hasta Miacatlán, adonde llegó casi de noche, pues a las fuerzas que hemos mencionado se fueron uniendo las de otros jefes que no pudieron emprender la marcha inmediatamente debido a la distancia en que estaban sus posiciones sobre Cuernavaca. A medianoche partió el general De la O hacia Palpan, por donde todo hacía indicar que pasarían los federales.

Antes del amanecer del día 14, el coronel Domitilo Ayala inició una maniobra que, al advertirla, fue secundada inmediatamente por los generales Pedro Saavedra y Leopoldo Reynoso Díaz. Consistió en forzar un punto y llegar al centro de la plaza para sembrar la confusión en la tropa y el pánico en los civiles, entre los que fueron hechos muchos prisioneros.

Veamos lo que pasaba cerca de Cuernavaca. El doctor Alfonso Martínez, jefe de la brigada de la Cruz Blanca, comunicó que a pesar de la ayuda de los pueblos por donde había pasado la columna federal no se pudo sepultar a todos los cadáveres, los cuales, expuestos al sol, estaban entrando en rápida descomposición. Se le dieron órdenes de incinerar a los cadáveres. A su vez, el doctor Aurelio Briones también comunicó serle imposible atender a todos los heridos que estaban llegando al puesto de socorros que tenía a su cargo.

Aligerado el enemigo con la captura de civiles, hizo una audaz maniobra para salir de Miacatlán y emprendió su marcha hacia Palpan, como lo había previsto el general De la O. La columna fue atacada en la cuesta, en donde a las bajas por heridos y muertos tuvo que sumar a más de la mitad del ya mermado efectivo, que cayó prisionero.


El desastre final

La columna llegó a Malinalco, donde pernoctó; pero fue atacada repetidas veces por las fuerzas del general De la O y las de algunos otros jefes que continuaron la persecución, pues con la derrota infligida en la cuesta de Palpan se creyó innecesario que las demás fuerzas siguieran batiendo a los federales, cuya suerte era perfectamente clara. En uno de los ataques pereció el director de la banda de música del tercer batallón, un señor de apellido Madrigal.

El 15 siguió la columna su ya muy penosa marcha hacia Tenango del Valle, en donde el general Pedro Ojeda se entregó prisionero a las fuerzas del general constitucionalista Francisco Murguía, quien pocos días antes había llegado a Toluca y diseminó parte de su tropa en el Valle. Pero antes, al atravesar los federales el llano de Doña Juana, sufrieron el desastre final al ser atacados vigorosamente. Por el número de heridos y muertos, así como por los que se rindieron, el efectivo quedó reducido al mínimo.


Curioso incidente

Poco antes de que el general Ojeda se entregara prisionero, al entonces muy joven capitán primero Rafael Castillo, que iba hostilizando a los federales, se le ocurrió adelantarse hasta un lugar conocido con el nombre de Tepetzoyucan, donde colocó a sus hombres convenientemente ocultos a los lados del camino para cortarlo y hacer que se rindiera un grupo que marchaba a cierta distancia del grueso de la fuerza. Cuando ese grupo se aproximó lo suficiente, los hombres de Castillo apuntaron sus armas y le intimaron a la rendición al mismo tiempo que varios exclamaban:

- ¡Es el general Ojeda!

Castillo quedó perplejo al oír este nombre. La cabalgadura del general Ojeda avanzó unos pasos y el militar, dirigiéndose a quien capitaneaba a los revolucionarios, le preguntó:

- ¿Quién es usted?

- Rafael Castillo, mi general.

- Ya no soy general. ¿Hay fuerzas en Tenango?

- Sí, señor - repuso el interrogado, que no salía aún de su asombro ni hallaba qué hacer en esos momentos.

De Tenango había salido una fuerza que se aproximaba; Castillo, señalándola, añadió:

- Esos hombres son del general Murguía.

Y dejó franco el paso para que el general Ojeda avanzara al encuentro de la fuerza.

El incidente, así como la sencillez de Rafael Castillo, impresionaron al viejo militar, quien más tarde, ya en plena lucha entre constitucionalistas y convencionistas, fue hasta el campamento del jefe revolucionario a ofrecerle su cooperación y experiencia. El campamento de Rafael Castillo estaba en San Luis Ayucan, municipio de Santa Ana Jilotzingo, del Estado de México, y allí permaneció el general Ojeda por algunos meses; pero careciendo de todas sus piezas dentarias sufrió tal recrudecimiento en sus enfermedades del aparato digestivo que lo hicieron abandonar aquel medio, en el que irremisiblemente hubiera muerto.


Comentarios finales

Por lo que llevamos dicho, se verá que el general Pedro Ojeda salió al encuentro de su derrota, pero no le quedaban sino dos recursos: capitular o sortear las dificultades que no debieron escapar a la penetración del viejo militar.

Bien enterados estaban los federales del número a que ascendían los sitiadores, pues a este respecto nos refirió el señor doctor Leobardo Martínez que fuera de las exploraciones que con frecuencia hacían en la no interrumpida observación que se llevaba a cabo, especialmente desde la torre de la catedral, se hicieron cálculos bastante correctos de los hombres que había en cada posición revolucionaria, y por sus movimientos y relevos se calcularon también los disponibles.

A no pocos ha parecido absurdo que la columna federal siguiera el camino que hemos señalado, pues suponen que la salida hacia el norte habría sido menos desastrosa. Nosotros opinamos lo contrario, pues por las diversas tentativas hechas se habían preparado los sitiadores que por ese rumbo estaban. Previeron un encuentro con las fuerzas del general De la O, seguido de otro inmediato con los hombres del general Francisco V. Pacheco. El primer encuentro hubiera atraído a quienes se hallaban al oriente, poniente y noreste de la plaza, y sus movimientos no hubieran tenido las dificultades que les presentaron los accidentes del terreno por el lado sur.

El general Ojeda, como después dijo a Rafael Castillo, ignoraba lo que sucedía en la República, pues quedó totalmente incomunicado en Cuernavaca. No pudo saber la desaparición del gobierno del licenciado Carbajal ni, mucho menos, la firma del convenio de Teoloyucan, por el cual quedó disuelto el Ejército Federal, pues cuando se firmó el documento -como veremos en el capítulo siguiente- la columna estaba en marcha. De haber tenido algunos informes quizá hubiera optado por la rendición en Cuernavaca, sin el estéril sacrificio de vidas y sin la dolorosa marcha, cuyo epílogo fue su entrega a muchos kilómetros del punto de partida.

En la marcha que hemos descrito perdieron los federales poco más de seis mil hombres entre muertos, heridos, prisioneros, rendidos y desertores.

La totalidad del Estado de Morelos quedó en poder de la Revolución al producirse el desastre de la columna del general Ojeda.

Índice de Emiliano Zapata y el agrarismo en México del General Gildardo MagañaTOMO IV - Capítulo IX - La caida de Victoriano HuertaTOMO IV - Capítulo XI - Primera parte- Ocupación de México por las fuerzas constitucionalistasBiblioteca Virtual Antorcha