EMILIANO ZAPATA
Y EL
AGRARISMO EN MÉXICO
General Gildardo Magaña
Colaboración del Profesor Carlos Pérez Guerrero
TOMO IV
CAPÍTULO XI
Primera parte
OCUPACIÓN DE MÉXICO POR LAS FUERZAS CONSTITUCIONALISTAS
El mismo día en que las fuerzas revolucionarias surianas tomaron Cuernavaca, 13 de agosto, se llevó a cabo el último acto trascendente del gobierno del licenciado Carbajal. Consistió en la firma de un convenio por el cual la plaza de México fue entregada a las fuerzas constitucionalistas y quedó disuelto el Ejército Federal.
Los Tratados de Teoloyucan
El convenio -generalmente conocido con el nombre de Tratados de Teoloyucan, por haberse iniciado en esa población- se firmó cerca de Cuautitlán por los generales Gustavo A. Salas, quien actuaba como subsecretario de Guerra y Marina en el gabinete del licenciado Carbajal, y don Alvaro Obregón, general en jefe de las fuerzas constitucionalistas que marchaban hacia la capital.
Conforme a ese convenio, la ciudad de México sería evacuada por las tropas federales el día 15, distribuyéndose los efectivos en las poblaciones que están a lo largo de la vía del Ferrocarril Mexicano, entre las ciudades de México y Puebla. La distribución se haría en grupos no mayores de cinco mil hombres, sin llevar artillería ni municiones de reserva, que dejarían en la capital. Comisionados especiales irían desarmando y licenciando a las tropas federales, y por lo que se refiere a las guarniciones de Manzanillo, Córdoba, Jalapa, Chiapas, Tabasco, Campeche y otros lugares, serían desarmadas y disueltas posteriormente, para lo cual se giraron órdenes por la Secretaría de Guerra y Marina del que hasta la noche anterior había sido gobierno del licenciado Francisco S. Carbajal.
Los buques de guerra que se encontraban en puertos del Océano Pacífico se reconcentrarían en Manzanillo; los que estaban en aguas del Golfo de México lo harían en Coatzacoalcos, y todos quedarían a disposición de la Primera Jefatura del Ejército Constitucionalista.
Vamos a hacer una breve reseña de los sucesos ocurridos previamente, para dar al final el texto de los documentos.
El día 8 de agosto se dirigió el general Obregón al licenciado Francisco S. Carbajal, desde la estación de El Salto, pidiéndole que dijese cuál iba a ser la actitud de las fuerzas federales con motivo de la marcha de las constitucionalistas hacia la capital, y que en caso de que se tuviesen intenciones de resistir se notificara a todos los extranjeros que abandonaran la ciudad, para evitarles los perjuicios inherentes al ataque.
El día 9, las posiciones de las fuerzas eran las siguientes: las avanzadas constitucionalistas llegaban hasta Teoloyucan; las federales ocupaban Cuautitlán y Barrientos. Las tropas surianas conservaban toda la línea que hemos descrito.
El día 10, el señor ingeniero Alfredo Robles Domínguez, a quien se había conferido la representación del Ejército Constitucionalista, envió al general Obregón una nota desde la ciudad de México dándole a conocer que las fuerzas federales estaban dispuestas a entregar la plaza y que para llevar a cabo los arreglos irían a conferenciar con él don Eduardo lturbide, gobernador huertista del Distrito Federal, y varios diplomáticos extranjeros. Las fuerzas federales reflejan la determinación tomada por el licenciado Carbajal, que veremos en el siguiente documento:
Manifiesto del licenciado Carbajal
En medio de la más penosa situación que atravesamos desde hace algún tiempo, enconados los ánimos al calor de la guerra civil que divide a la familia mexicana y personificada la contienda en un hombre -el general don Victoriano Huerta-, se imponía la separación de este señor de la Presidencia de la República como la única fórmula para calmar las pasiones en los dos bandos contendientes y que permitiera buscar una solución pacífica al grave problema político que tanto ha ensangrentado al país. El señor general Huerta comprendió, al fin, la necesidad de abandonar el poder, y, al efecto, se dirigió a mí, que desempeñaba la Presidencia, de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, haciéndome entrega de su alta investidura, previo el respectivo nombramiento de Secretario de Relaciones Exteriores.
Al aceptar las responsabilidades de la situación lo hice con el objeto de procurar, por todos los medios, terminar la contienda e impedir así la lucha entre hermanos y un derramamiento inútil de más sangre. Era, pues, mi misión puramente pacífica y me hallaba dispuesto a eliminarme desde luego, dado que no me guiaba ningún propósito personalista.
Convencido del triunfo de la Revolución, sin ánimo de contrariar sus ideales y creyendo de mi deber facilitar la instalación de un nuevo gobierno sobre bases que garantizasen su estabilidad y permitiesen la completa pacificación del país, seguí sin vacilaciones y sin cambiar en lo más mínimo la senda que me tracé desde un principio: entrar en negociaciones con la revolución, reconocer en ella a un solo jefe y convenir las bases para la transmisión del poder, garantizando vidas e intereses y procurando conservar del Ejército toda su parte noble y sana para que se incorporase al nuevo régimen como uno de sus futuros sostenes.
Con mi actitud y con todos mis actos he dado la plena confirmación de mi honrado proceder.
Desde que protesté el ejercicio de mi cargo puse en libertad a todos los presos políticos, prohibí el fusilamiento de los prisioneros de guerra, recibí a las personas de la revolución que de mí solicitaron entrevistas, acepté que un representante de la misma ejercitase acciones encaminadas a cimentar por medios pacíficos el nuevo régimen; dejé que la prensa tuviera su más amplia acción para opinar, dentro de los términos de la ley, en los asuntos públicos, y he dado toda clase de facilidades para llegar a una solución satisfactoria.
No puede señalárseme un acto personal por el cual se sospeche, aun en parte mínima, que haya pretendido ser jefe de una nueva bandería para mantenetme en el poder, ni que me haya prestado como continuador de la política del señor Huerta.
Rodeado de funcionarios públicos sin color político, desarrollando una labor puramente administrativa, sirviéndome de rectos y probos magistrados para que me representasen ante la revolución, he tratado tan sólo, con todos mis esfuerzos, con toda mi buena voluntad, usando del raciocinio y de la persuasión, de que el advenimiento de la revolución al poder se efectuase cuando ya hubieran desaparecido las zozobras, convertidas a veces en pánico.
Se me dieron seguridades de que el Primer Jefe de la revolución recibiría a los delegados que yo nombrase para tratar con él, guardándoles las consideraciones debidas a su encargo; y entonces designé una comisión formada por los señores general Lauro Villar, presidente del Tribunal Militar, y el magistrado de la Suprema Corte licenciado David Gutiérrez Allende, la cual salió con dirección a Saltillo, lugar convenido para la celebración de las conferencias.
Desgraciadamente, la revolución no correspondió a mis esfuerzos. Desde que los delegados llegaron a Tampico han estado incomunicados de hecho con esta capital, sin poder dirigirse a mí o a sus familias, y en todo el tiempo que han permanecido en el campo revolucionario sólo recibí de ellos un mensaje que dejó pasar, con su aprobación, la censura revolucionaria, en el cual se me manifestaba que a las proposiciones amistosas que llevaban, la revolución contestó con exigir una rendición absoluta e incondicional. Ninguna voz conciliadora ha salido de los campos revolucionarios. A mis deseos de quitar a la revolución todo lo que pudiera tener de vengadora, para hacerla sencillamente justiciera y, si posible, humana, la revolución respondió con una intransigencia absoluta, amenaza de daños graves y de posibles perturbaciones futuras en el país. Por eso, desgraciadamente, el resultado no ha correspondido a mis esfuerzos, pero sí ofrezco a la Nación la seguridad de que éstos han sido patrióticos y bienintencionados.
Viniendo a ser irrealizables mis propósitos, estaría yo dispuesto a continuar la lucha si representara con elementos políticos alguna idea, sistema o forma de conducir a la Patria a su salvación. Pero mi situación es distinta; mi papel es otro. la sociedad lo ha comprendido así y mi actitud debe reducirse a la del hombre que, separado de las turbulencias de la política, y teniendo en su alta investidura la fuerza moral que permite esperar fundadamente el éxito, pone los medios que le sugiere su razón para conciliar todos los intereses y salvar de las violencias los restos de nuestra nacionalidad, acaso amenazada, mas sin apelar a las armas, que acarrearían muy graves daños a la capital.
En tales condiciones, el gobierno que represento no debe subsistir; para ello tendría que tomar el camino que deseaba evitar, consumando una obra de resistencia armada que la administración anterior creyó inútil desde el momento en que puso en mis manos el gobierno de la República.
Me separo del elevado puesto que ocupo, en la creencia de haber cumplido con mis deberes para la Patria, confiando la vida e intereses de los habitantes de esta capital al gobernador del Distrito Federal. Queda por entero a la revolución la responsabilidad del futuro, y si en un plazo más o menos lejano viéramos con pena reproducirse la situación a que trato de poner término, se pondrá una vez más de manifiesto la verdad de que con la violencia no puede reconstruirse una sociedad.
México, agosto 10 de 1914.
Francisco S. Carbajal.
Sigamos ocupándonos de los sucesos. El día 11, por la mañana, se presentaron al general Obregón los señores Eduardo Iturbide, ingeniero Alfredo Robles Domínguez y los diplomáticos anunciados. Con todos ellos se tuvo la primera plática sobre la entrega de la plaza. Por la noche llegó a Teoloyucan don Venustiano Carranza, a quien se informó de lo sucedido.
El día 12, el señor Carranza autorizó verbalmente al general Obregón para seguir tratando y convenir en definitiva la entrega de la plaza de México. En la noche del mismo 12, el señor licenciado Francisco S. Carbajal abandonó la capital, y con ese acto quedó epilogada su transitoria administración.
El 13, don Venustiano Carranza, al saber la salida del licenciado Carbajal, ratificó por escrito la autorización verbal de la víspera y facultó al general Obregón para asumir la autoridad política de la ciudad y para nombrar al comandante militar de la plaza. El mismo día 13 volvió a presentarse al general Obregón el señor Eduardo Iturbide, acompañado esta vez por el general Gustavo A. Salas y del vicealmirante Othón P. Blanco. El general Salas iba plenamente autorizado por el secretario de Guerra y Marina, que lo era el general José Refugio Velasco; en cuanto al vicealmirante Blanco; llevó la representación de la Armada Nacional.
Con las amplias instrucciones que el general Obregón había recibido del señor Carranza se ultimaron los arreglos y se redactaron dos documentos: uno de ellos fue una acta que suscribieron don Eduardo Iturbide como gobernador del Distrito Federal y el general Obregón como representante del Ejército Constitucionalista. El otro documento lo firmaron, por una parte, el general Gustavo A. Salas, y por la otra, el general Obregón. A la firma del primero unió la suya el vicealmirante Othón P. Blanco, y a la del general Obregón unió su firma el general Lucio Blanco, quien había asistido a las pláticas. He aquí el texto del primero de los documentos mencionados:
Convenio sobre la entrada a la capital
Como consecuencia de la partida del señor licenciado don Francisco S. Carbajal, que fue hasta anoche depositario interino del Poder Ejecutivo de la República, he asumido la autoridad con mi carácter de Gobernador del Distrito Federal y Jefe de la Policía. Es mi deber principal procurar a todo trance que no se altere el orden de la ciudad y que todos sus pobladores gocen de tranquilidad y garantías. Para el logro de tales fines he pactado solemnemente con el señor General en Jefe del Cuerpo de Ejército Constitucionalista del Noroeste, don Alvaro Obregón, debidamente autorizado por quienes correspbnde para la ocupación de la capital por las fuerzas de su mando, las bases que en seguida se puntualizan:
1.- A la entrada. de dichas fuerzas en la ciudad de México se llevará a cabo tan luego como se hayan retirado los federales al punto de común acuerdo fijado entre el señor José Refugio Velasco, General en Jefe del Ejército Federal, y el señor general don Alvaro Obregón.
2.- Una vez ocupada la plaza haré entrega de todos los cuerpos de policía, quienes, desde luego, quedarán al servicio de las nuevas autoridades y gozarán de toda clase de garantías.
3.- El Ejército al mando del general Obregón consumará la entrada en la ciudad de México en perfecto orden, y los habitantes de la misma no serán molestados en ningún sentido.
El señor general Obregón se ha servido ofrecer, además, que castigará con la mayor energía a cualquier soldado o individuo civil que allane o maltrate cualquier domicilio, y advertirá al pueblo, en su oportunidad, que ningún militar podrá permitirse, sin autorización expresa del General en Jefe, solicitar ni obtener nada de lo que sea de la pertenencia de particulares.
Leída que fue la presente acta, y siendo de conformidad para ambas partes, firmamos, quedando comprometidos a cumplir las condiciones pactadas.
En las avanzadas de Teoloyucan, el día trece de agosto de mil novecientos catorce.
Eduardo Iturbide.
General Alvaro Obregón.
Convenio sobre la evacuación de la capital
Dice así el segundo de los documentos arriba mencionados:
Condiciones en que se verificará la evacuación de la plaza de México por el Ejército Federal y la disolución del mismo:
I. Las tropas dejarán la plaza de México, distribuyéndose en las poblaciones a lo largo del ferrocarril de México a Puebla en grupos no mayores de cinco mil hombres. No llevarán artillería ni municiones de reserva. Para el efecto de su desarme, el nuevo gobierno mandará representantes que reciban el armamento.
II. Las guarniciones de Manzanillo, Córdoba, Jalapa y Jefaturas de Armas de Chiapas, Tabasco, Campeche y Yucatán, serán disueltas y desarmadas en esos mismos lugares.
III. Conforme vayan retirándose las tropas federales, las constitucionalistas ocuparán las posiciones desocupadas por aquéllas.
IV. Las tropas federales que guarnecen las poblaciones de San Angel, Tlalpan, Xochimilco y demás, frente a los zapatistas, serán desarmadas en los lugares que ocupan, tan luego como las fuerzas constitucionalistas las releven.
V. Durante su marcha, las tropas federales no serán hostilizadas por las constitucionalistas.
VI. El jefe del Gobierno nombrará las personas que se encarguen de los Gobiernos de los Estados con guarnición federal, para los efectos de la recepción del armamento.
VII. Los establecimientos y oficinas militares continuarán a cargo de empleados, que entregarán, a quien se nombre, por medio de inventarios.
VIII. Los militares que por cualquier motivo no puedan marchar con la guarnición gozarán de toda clase de garantías, de acuerdo con las leyes en vigor, y quedarán en las mismas condiciones que las estipuladas en la cláusula décima.
IX. El general Obregón ofrece, en representación de los jefes constitucionalistas, proporcionar a los soldados los medios de llegar a sus hogares.
X. Los generales, jefes y oficiales del Ejército y la Armada quedarán a disposición del Primer Jefe de las fuerzas constitucionalistas, quien, a la entrada a la capital, quedará investido con el carácter de Presidente Provisional de la República.
XI. Los buques de guerra en el Pacífico se reconcentrarán en Manzanillo, y los del Golfo, en Puerto México, donde quedarán a disposición del Primer Jefe del Ejército Cbnstitucionalista, quien, como se ha dicho, a la entrada a la capital quedará investido con el carácter de Presidente Provisional de la República.
Por lo que respecta a las demás dependencias de la Armada de ambos litorales, como en el Territorio de Quintana Roo, quedarán en sus respectivos lugares, para recibir iguales instrucciones del mismo primer funcionario.
Sobre el camino nacional de Cuautitlán a Teoloyucan, a trece de agosto de mil novecientos catorce.
Por el Ejército Constitucionalista:
General Alvaro Obregón.
L. Blanco.
Por el Ejército Federal:
G. A. Salas.
Por la Armada Nacional:
Vicealmirante O. P. Blanco.
El general Obregón, en México
En la mañana del 15 salió de México el general José Refugio Velasco, ya sin el carácter de Secretario de Guerra y Marina, que había perdido con la caída del gobierno del que formaba parte; pero con el cargo accidental de comandante general del Ejército Federal, mientras éste quedaba disuelto de hecho. El general Velasco se dirigió a Puebla para esperar el licenciamiento de las fuerzas allí reconcentradas y el de las que iba encabezando, que eran laa últimas de las que había en la capital.
Hacia el mediodía hizo su entrada el general Alvaro Obregón, con lo que coronó su obra iniciada en Nogales. Al día siguiente se encargaron del Gobierno del Distrito Federal y de la Inspección General de Policía, respectivamente, los señores ingeniero Alfredo Robles Domínguez y general Francisco Cosío Robelo. El gobernador dispuso la clausura de los tribunales del Distrito Federal, que se realizó el día 17.
Nuevo enemigo al frente
La ocupación de la ciudad de México y la disolución del Ejército Federal fueron motivos de regocijo entre los revolucionarios, pues hacía suponer que la lucha había terminado con la completa victoria de la Revolución; pero entre las fuerzas del sur que operaban en el Valle de México causó grande y desagradable sorpresa el hecho de que los constitucionalistas fueran ocupando, a partir de la noche del 13 al 14, las posiciones que en toda la línea de combate dejaban los federales.
El inesperado relevo, además de sorpresa causó inquietud, pues tenía un evidente objeto militar: contener a los surianos, que de este modo se vieron frente a un nuevo enemigo que no esperaban tener. Desde cualquier punto en que nos coloquemos para examinar este hecho, no cabe sino admitir que fue la primera agresión del constitucionalismo a las huestes del sur.
Estas conocían la aproximación de los constitucionalistas a la capital y deseaban sinceramente su llegada, pues creyeron que la ciudad sería el punto de convergencia de los dos sectores, y que al unirse la bandera social del sur con la bandera política del norte sellarían el esperado, firme y definitivo triunfo de la Revolución. Nunca imaginaron que los federales serían substituídos en todos los parapetos por constitucionalistas.
La substitución, intrínsecamente ofensiva, fue reveladora de un desprecio que no merecían los hombres del sur, que de perseguidos implacablemente, a fuerza de constancia pasaron a tomar la ofensiva y barrieron al enemigo en una vasta extensión de la República. Su presencia cerca de la capital era el resultado de su persistente actitud, y mientras unos sitiaban la ciudad de Cuernavaca, último reducto del huertismo en el sur, orros remontaron el Ajusco para reforzar a sus compañeros que en el Valle de México habían establecido un frente de combate en varios kilómetros de extensión. En ese frente no hubo proezas; pero se luchó tan intensamente como lo permitieron las siempre escasas municiones, las cuales era necesario quitar antes al enemigo. Pruebas de los esfuerzos eran el estado moral de los federales, así como las plazas ocupadas y la inutilidad de todas las tentativas realizadas por éstos para recuperarlas.
Mas por encima de los esfuerzos y de los resultados estaba la circunstancia de que las huestes del sur eran la auténtica representación de la clase campesina, sublevada por hondas causas de tipo económico, cuya fuerza las había mantenido en la brega sin haberes, sin vestuario, sin municiones casi.
Y porque habían sentido esas causas en su propia carne y habían luchado por ideales clara, concreta, repetidamente expuestos, tenían la firme convicción de ser genuinos revolucionarios que no iban a la zaga de otro alguno.
Estaban en razón al esperar que el inevitable desplome del huertismo traería el contacto con los constitucionalistas; mas no como enemigos, sino como revolucionarios. No era utópico creer que cuando enmudecieran las bocas de fuego, los altos jefes del norte y del sur tratarían en amigable junta los problemas de la nueva situación y la inmediata implantación de los principios sociales proclamados por el movimiento suriano.
Consecuencias inmediatas
Fuerte impresión causaron en el ánimo del general Zapata los partes rendidos por los jefes que operaban en el Valle de México. Ligeramente comentó lo sucedido y dispuso que las fuerzas permanecieran a la expectativa, dispuestas, eso sí, a repeler cualquier agresión.
Hubo la circunstancia de que algunas plazas, como San Angel y Xochimilco, fueran ocupadas por tropas del general Lucio Blanco y que algunos jefes constitucionalistas trataran de atenuar, de diversos modos, la situación. Por ello no sobrevino el inmediato rompimiento de hostilidades; pero necesariamente hubo desagradables incidentes, ya que es axiomático que dos elementos antagónicos, uno frente a otro, acaban por agredirse.
Aunque se hicieron disparos de parapeto a parapeto, no fue esto lo más común, sino el desarme de individuos o de grupos que se aventuraban a pasar de sus posiciones a las que tenían enfrente.
Para los constitucionalistas apareció pronto el problema de los forrajes, pues además de su caballada tenían ahora la que dejaron las tropas federales al evacuar la ciudad de México. Para resolver en parte ese problema, los jefes dispusieron que sus fuerzas se distribuyeran en poblaciones del Valle; pero la disposición tuvo algunos efectos como el que vamos a referir a grandes rasgos.
Ocupaban Chalco elementos surianos al mando del entonces coronel Antonio Beltrán, de las fuerzas de Everardo González, y hacia allí se dirigieron más de trescientos dragones del general Buelna llevando sendos animales de vacío. El coronel Beltrán dejó entrar en la población a los dragones, los desarmó y los remitió como prisioneros al Cuartel General, que estaba en Yautepec. El general Zapata ordenó que fueran puestos en libertad los individuos de tropa; la oficialidad quedó libre días más tarde.
Repercusiones de la actitud constitucionalista
Pero si los resultados materiales e inmediatos fueron los que en parte narramos, la repercusión moral fue tremenda: sería imposible entenderse con el señor Carranza.
Quienes mejor informados estaban dijeron lo que sabían sobre graves desavenencias con el Primer Jefe, atribuídas a sus actitudes excesivamente severas. En el caso del sur no se trataba de subordinados al señor Carranza; pero como había procedido en una forma asaz dura, se buscó la'causa y se encontró en su antiagrarismo, pues se habló del disgusto que le causó la repartición de tierras en la hácienda de Los Borregos y se citó el caso de que cuando uno de los elementos surianos conversaba en Ciudad Juárez con el general Villa, éste indicó al jefe de su Estado Mayor que dijese lo que opinaba el señor Carranza sobre el problema agrario. El coronel Medina refirió que al interrogar al Primer Jefe, en nombre del general Villa, lo que debía hacer con respecto a las solicitudes de tierras que estaban haciendo los pueblos, obtuvo la rígida respuesta de que el asunto no era de la incumbencia de los jefes militares, por lo que debían abstenerse de hacer reparticiones.
- No sólo no estoy de acuerdo -agregó el señor Carranza- con que se repartan tierras a los pueblos, sino que diga usted al general Villa que hay que devolver a sus dueños las que se repartieron en época de don Abraham González.
- Eso no puede ser aunque lo quera el señor Carranza - comentó el general Villa.
Y no podía ser, porque para devolverlas era necesario quitárselas a viudas de revolucionarios.
Estos hechos eran suficientes para juzgar la posición del Primer Jefe con respecto al ideario suriano. Había otros actos ignorados entonces por los hombres del sur, pero que hoy, a la luz de lo publicado, robustecen el criterio que se formaron.
Vamos a ocuparnos de algunos de esos hechos porque debemos poner en daro la causa del incidente y desvanecer toda sospecha de que estamos haciendo un comentario apasionado o que damos al asunto una importancia que no tuvo. Oigamos lo que dice el señor licenciado José Vasconcelos en su obra La tormenta:
A la mesa nos sentábamos más de catorce personas. Aparte de Carranza, Villarreal, Cabrera, recuerdo a los Arrieta, generales durangueños posesionados de una vasta zona agraria, que acudieron a Monterrey para cumplimentar al Primer Jefe. Lo más notorio de la cena fue el instante en que Carranza expuso sus ideas agrarias: no existía problema de tierras; había más tierras que gentes y no procedía ningún reparto. Convenía, sí, fraccionar el latifundio, pero eso se lograría por medio de una ley de impuestos progresivos. A mi lado, uno de los Arrieta dijo, por lo bajo:
- En esto sí no estoy de acuerdo yo, y lo que es mi gente de por allí de Durango, la tierra que han tomado no la devuelven ... o tendrán que batirnos.
Pero, ¿cuál era el propósito que perseguía el señor Carranza? Sigamos oyendo al señor licenciado Vasconcelos, quien dice a continuación:
- Ya Zubaran me lo había dicho en Washington:
El jefe quiere destruir económicamente enemigo y que se forme una nueva aristocracia agraria. Crear intereses que lo sostengan; esa es su táctica (Tomado de Vazconcelos, José, La tormenta, quinta edición -1937- pag. 120-121. Cita del profesor Carlos Pérez Guerrero).
La cuestión de fondo
He aquí, pues, la causa: la profunda divergencia ideológica; lo más lamentable que pudo suceder; lo que hizo incompleto al político, al jefe del movimiento constitucionalista. Si algo había pensado con respecto al problema de la tierra no era en el aspecto social, sino como medio político para llegar a una finalidad política, por incomprensión de las hondas razones que llevaron al pueblo mexicano, y especialmente a la región suriana, a una lucha de tipo económico y francamente clasista.
De la incomprensión nació fatal e ineludiblemente el olímpico desprecio para los hombres del sur y su bandera. Podríamos remitir al lector a un trozo que dejamos copiado en el tomo precedente; pero preferimos repetirlo para dar claridad al asunto que comentamos. El generál Alfredo Breceda, quien por haber estado muy cerca del Primer Jefe refleja su pensamiento y su sentir, dice en la obra México revolucionario:
El doctor Vázquez Gómez vino, al fin; conferenció con el Primer Jefe, y desde luego demostró el descabellado empeño de influenciar ante el señor Carranza para que se uniera a todos los grupos que Vázquez Gómez llamaba revolucionarios, Intentaba que los Ejércitos ya unificados, que estaban bajo el mando supremo del Primer Jefe, se unieran en abominable maridaje con las chusmas de Zapata y con las turbas que en Palomas había levantado don Emilio Vázquez Gómez. Ante esas proposiciones absurdas, el señor Carranza no pudo menos que expresar a su antiguo amigo, el doctor Vázquez Gómez, su más rotunda negativa.
Llevando su fracaso a cuestas, alejóse el doctor Vázquez Gómez, en tanto que el Primer Jefe hacia constar, por medio de la prensa, que se había desligado para siempre de los Vázquez Gómez y que jamás aceptaría contubernios con ningún elemento que no fuese estrictamente honrado y limpio (Breceda, Alfredo, México revolucionario, Madrid, 1920, pág. 435. Nota del profesor Carlos Pérez Guerrero).
Hay ofensa y ligereza en lo copiado. Ofensa, porque el vocablo chusma significa conjunto de gente soez. Ligereza, porque la aplicación de ese vocablo acusa la formación de un juicio sin los elementos suficientes o, lo que sería peor, que se prescindió de ellos.
El excluyente, el signo de diferenciación, habría consistido en que los surianos no fueran revolucionarios; pero no daba ese signo el término chusma; ni siquiera lo daba el concurso en las filas armadas, porque la mera presencia de una persona o de un grupo en cualquier ambiente social nada dice de su filiación ideológica; lo que claramente la determina es la convicción personal, la exteriorización del pensamiento y el esfuerzo constante e inquebrantable para realizarlo, De esto sí debió asegurarse el señor Carranza antes de mandar enhoramala al doctor Vázquez Gómez, porque su actitud no se funda en razones de índole revolucionaria. Luchar en una guerrilla o en los ejércitos ya organizados de que habla el general Breceda era circunstancial; lo importante, lo esencial, era luchar por una causa justa.
Pero estaban desfigurados en la mente del señor Carranza los hombres del sur, y más concretamente el general Zapata. A todos los veía desde la cima de la Primera Jefatura como un hacinamiento humano despreciable, y tanto, que la ruptura con los señores Vázquez Gómez se debió, en gran parte, a la pretensión del doctor de que se tuviera un acercamiento con las huestes del sur.
Y como llegó el día en que las fuerzas constitucionalistas estuvieron cerca de las surianas, se las aisló con la barrera militar. Fue natural que sucediese; ilógico hubiera sido lo contrario; pero en contraste, el general Zapata recibió simultáneamente muestras de comprensión dadas por particulares y por constitucionalistas.
Una de esas muestras tuvo su origen en las declaraciones hechas por el señor Carranza el día de su arribo a la ciudad de México.
Para que se conozca algo del efecto que produjeron, vamos a presentarlas en un estudio que el señor licenciado Conrado Guati Rojo dedicó y envió al general Zapata. Dice así el primer párrafo:
El Primer Jefe del Ejército Constitucionalista, don Venustiano Carranza, declaró el día de su arribo a esta capital que la Revolución no había hecho ningunas promesas, y que el único compromiso era derrocar a la dictadura de Huerta, lo cual está hecho. Esto es evidente, y de ello convence la lectura del Plan de Guadalupe; mas hay un problema importantísimo que resolver para que el triunfo de la Revolución sea completo, ya que ésta fue la continuación de la de 1910, y para que se consolide el gobierno restableciéndose la paz, bajo cuya égida volverán a florecer la industria, las artes, el comercio, etcétera: el problema agrario.
Basta lo transcrito para que se vea que cuando el señor Carranza daba por concluída la obra revolucionaria, había inconformidad entre quienes esperaban resoluciones de fondo a la situación nacional. Si así pensaban los que no habían tomado parte en el movimiento suriano, ¿qué diremos de los actores de la lucha?
El señor Carranza en México
En la mañana del día 20 hizo su entrada a México don Venustiano Carranza. Fue vitoreado en todo su trayecto al Palacio Nacional; pero no tuvo el alegre, inolvidable y único recibimiento popular que se dispensó al señor Madero, quizá por la activa propaganda del gobierno huertista en contra de todos los revolucionarios. Desde luego, asumió el Poder Ejecutivo de la Nación, conforme al Plan de Guadalupe; pero no tomó la denominación de Presidente Interino, sino que a la jerárquica de Primer Jefe del Ejército Constitucionalista añadió la de Encargado del Poder Ejecutivo.
El mismo día comenzó a integrar su gabinete. Designó a los señores Isidro Fabela, Elíseo Arredondo, Ignacio Bonillas, Felícitos Villarreal y Alberto J. Pani, respectivamente, oficial mayor encargado de la Secretaría de Relaciones Exteriores; subsecretario encargado de la Secretaría de Gobernación; oficial mayor encargado de la Secretaría de Comunicaciones y Obras Públicas; subsecretario encargado de la Secretaría de Hacienda y Crédito Público y tesorero general de la Nación.
El 21 tomó posesión de la presidencia del Tribunal Superior de Justicia Militar el general Ignacio L. Pesqueira. Al día siguiente se hizo cargo de la comandancia militar de la plaza de México el general Juan G. Cabral. Ese mismo día se confirió delicada comisión en el norte del país al general Alvaro Obregón, pues las relaciones del Primer Jefe y del general Francisco Villa seguían siendo tirantes, y en Sonora persistía en su actitud el gobernador Maytorena.
El gobernador del Distrito ordenó, el 24, la clausura del periódico católico El País, que se publicaba desde el día 19 de enero de 1899. Antes se había seguido igual procedimiento con el diario La Nación, de la misma filiación dominaria, pero que no había tenido la vida del anterior. La misma autoridad ordenó la clausura de los juzgados de paz que funcionaban en las ocho demarcaciones de policía en que estaba dividida la ciudad.
El 25 fue nombrado oficial mayor encargado de la Secretaría de Instrucción Pública y Bellas Artes el ingeniero Félix F. Palavicini.
El 26, nombró el señor Carranza oficial mayor encargado de la Secretaría de Fomento al ingeniero Pastor Rouaix, quien, para ocupar ese puesto, dejó el cargo de gobernador provisional de Durango. En la administración anterior funcionaban la Secretaría de Agricultura y Colonización y la de Industria y Comercio, en las que se había bifurcado la antigua Secretaría de Fomento, que ahora resurgía con el nombre de Fomento, Colonización e Industria.
La supresión de la Secretaría de Agricultura es una inequívoca muestra de la ninguna importancia que el Primer Jefe concedía al problema de la tierra.
Para terminar el mes, el señor Carranza destituyó a todos los ministros y cónsules mexicanos acreditados en el extranjero. Con este motivo informó que en el futuro sólo sostendría el gobierno a dos representantes diplomáticos en Europa. Uno de ellos tendría a su cargo las legaciones de Alemania, Bélgica, Holanda, Inglaterra, Noruega, Suecia y Rusia; el otro ministro se encargaría de las legaciones de Austria, España, Francia, Italia y Portugal. Para ocupar esos dos puestos fueron designados los señores Miguel Covarrubias y Juan Sánchez Azcona, a quienes se dió, por lo pronto, el carácter de agentes confidenciales.
Un generoso impulso
El general Manuel N. Robles refiere que pocos días antes de que las fuerzas constitucionalistas ocuparan la capital fue invitado por don Gerardo Murillo -generalmente conocido por su seudónimo de Doctor Atl- a salir al encuentro de dichas fuerzas y ponerse al habla con don Venustiano Carranza. Aceptada la jnvitación, ambos se encaminaron a Teoloyucan, adonde sólo habían llegado las fuerzas de caballería del general Lucio Blanco.
Departieron con ese gentil revolucionario, quien al enterarse de que los llevaba la idea de sugerir al Primer Jefe que tuviera una conferencia con el del Ejército Libertador para conocerse, cambiar impresiones y ponerse de acuerdo sobre la solución de algunos problemas que la nueva situación planteaba, muy especialmente sobre los específicos del movimiento suriano, acogió la idea con visibles muestras de aprobación; pero hizo ver la conveniencia de visitar al señor Carranza una vez que se tomase la capital, pues, por el momento, los asuntos de carácter militar eran urgentes y abrumadores.
Convencidos de que tenía la razón su entrevistado y de que lo animaba una muy buena voluntad, se retiraron los señores Murillo y Robles. Este último habló varias veces con el general Blanco, según nos ha asegurado, para cultivar su amistad, mientras el señor Carranza llegaba a la capital y era posible hablar con él.
Primera entrevista con el señor Carranza
La primera entrevista con el señor Carranza córrespondió al entonces coronel Alfredo Serratos y se llevó a cabo en Tlalnepantla en condiciones que vamos a narrar, según la versión del citado jefe.
Refiere que los principales jefes que sitiaban Cuernavaca llegaron al Cuartel General del Ejército Libertador, en Yautepec, para recibir órdenes acerca del empuje final que se pensaba hacer sobre la plaza. Como entre los concurrentes estaba el coronel Serratos, cuya fuerza operaba en el Valle de México, preguntó al general Zapata si tenía instrucciones que darle. Se le dijo que también recibirían órdenes los jefes que actuaban en su región, para activar las operaciones, de las que se le pidieron algunos informes.
Dió los que tenía, y se aventuró a decir que estimaba conveniente que se hiciera un intento para que se rindiese el general federal Eduardo Ocaranza, pues sus fuerzas, que llegaban a diez mil hombres y tenían como centro a Xochimilco, estaban ofreciendo la mayor resistencia, ya que contaban con artillería y abundantes pertrechos.
El general Zapata pidió algunos datos sobre las tropas del general Ocaranza, y luego confirió al coronel Serratos la comisión de acercarse al mencionado federal para proponerle que se sumara al Ejército Libertador, en vista de la inutilidad de los esfuerzos que estaba haciendo.
Dice el hoy general Serratos que, ya en el desempeño de su comisión en compañía del teniente coronel Emilio Reyes, y con bandera blanca, se acercó a las avanzadas federales, quienes lo enviaron a la presencia del jefe del sector, general brigadier Victor Preciado, hijo de don Jesús H. Preciado, gobernador que fue del Estado de Morelos.
Al entonces coronel Serratos y al general federal Preciado los ligaba un parentesco político, y como, además, no tenía intenciones de mentir, expuso en qué consistía su comisión. El general Preciado, cumpliendo con un deber para con su pariente político, le advirtió el peligro que corría; mas como el coronel Serratos insistió en llevar a término la comisión, fueran cuales fuesen los resultados que le reportara, se le llevó ante el general Ocaranza.
Oyó éste la proposición y dió la inmediata respuesta de que, en efecto, eran ya infructuosos los esfuerzos, por lo que estaba dispuesto a sumarse a las huestes surianas, de cuya causa se dijo simpatizador; pero lo haría a condición de que en brevísimo tiempo le diera el general Zapata instrucciones acerca del camino por el que debían marchar sus tropas a Morelos. Nada hablaron de la entrevista celebrada con el general Barrios; pero es posible que hubiera influído en el ánimo del general Ocaranza. En cambio, insistió el último en que necesitaba conocer la resolución e instrucciones del general Zapata, porque las fuerzas constitucionalistas se estaban aproximando a la capital y era preciso actuar antes de que iniciaran el ataque o las negociaciones para ocupar la plaza.
El coronel Serratas regresó a Yautepec y puso en conocimiento del general Zapata el resultado de su comisión; pero escrúpulos de uno de los miembros del Cuartel General sobre la admisión de federales en tan crecido número hicieron que el jefe suriano retardara su resolución. Al fin la hizo saber, y nuevamente comisionó al coronel Serratos para que en unión de Emilio Reyes volvieran a Xochimilco a decir al general Ocaranza que marchara por Milpa Alta a Morelos; pero cuando el coronel suriano se presentó al general federal, ya la fatalidad había señalado el rumbo de los acontecimientos.
Gran sorpresa recibió el coronel Serratos al aproximarse. a las avanzadas que suponía federales, pues fue recibido con una lluvia de balas, a pesar de que portaba una bandera blanca. Los constitucionalistas estaban relevando, en todas sus posiciones, a los federales, y éstos se reconcentraban en Xochimilco para hacer entrega del armamento y de las municiones. El general Ocaranza se limitó a decir al enviado del sur que había llegado con seis horas de retraso.
El coronel Serratos tenía instrucciones de que, cumplida la primera parte de su comisión, entrevistara al señor Carranza en el lugar en que estuviese. Así, pues, se encaminó a la ciudad de México, y en el Palacio Municipal se puso al habla con el señor ingeniero Alfredo Robles Domínguez, de quien solicitó facilidades para llegar hasta donde estuviera el Primer Jefe y enterarlo de lo que, por su conducto, le hacia saber el general Zapata.
Informado el ingeniero Robles Domínguez, advirtió al coronel suriano el peligro que había en el cumplimiento de su comisión; pero no sólo dió las facilidades solicitadas, sino que designó a los señores Alfredo Breceda y Tomás Piñeiro para que acompañaran al coronel Serratos y al teniente coronel Reyes, quienes, ya en camino, vieron que una fuerte columna militar apoyaba su cabeza en La Tlaxpana. A Tlalnepantla llegaron a las cinco de la tarde y se les condújo al carro pullman que ocupaba el señor Carranza, quien después de recibir al general Pablo González y a otros jefes constitucionalistas, desconocidos por los surianos, atendió a éstos, que fueron presentados por los señores Breceda y Piñeiro.
- ¿Qué quiere Zapata? - inquirió el señor Carranza.
Con todo comedimiento y mesura expuso el coronel Serratos que el jefe del Ejército Libertador le había conferido la comisión de decir al Primer Jefe del Ejército Constitucionalista que había visto con sorpresa que no se hubiera tomado en cuenta a las fuerzas del sur al aproximarse las constitucionalistas a la capital, ni para las operaciones que fueran a realizarse, siendo así que tenían en su poder algunas plazas del Distrito Federal como consecuencia de sus actividades, que no habían sido más intensas porque se estaba combatiendo en el último reducto de los federales en Morelos. Sugería al señor Carranza que pospusiera su entrada a la capital hasta que todos los jefes revolucionarios de la República se pusieran de acuerdo sobre asuntos importantes, así como para designar al Presidente Interino. Ignoraba el general Zapata el relevo de los federales; pero su enviado creyó oportuno señalarlo como uno de los asuntos que debían tratarse. El señor Carranza contestó:
- Dígale usted a Zapata que elija lugar, día y hora, así como el número de hombres que formen su escolta, para que yo, a mi vez, designe el número de soldados de la mía. Inmediatamente que nos avistemos mandaremos hacer alto a nuestras respectivas escoltas y avanzaremos solos para que al encontramos hablemos lo que sea necesario.
- Siento mucho, señor Carranza -repuso el coronel Serratos-, decir a usted que el general Zapata no va a aceptar la proposición.
- ¿Por qué?
- Porque el general Zapata tiene la costumbre de que cuando se trata de asuntos serios y de trascendencia se enteren de ellos los jefes a sus órdenes. Su norma es la absoluta franqueza y sinceridad para con los hombres que lo ayudan a lograr el triunfo del Ejército Libertador.
- Usted, comuníquele mi proposición - dijo ásperamente el señor Carranza.
- En ese caso, ruego a usted, señ6r, que me la dé por escrito - contestó el coronel Serratos.
- No hay para qué hacerla por escrito, y no olvide que soy el Primer Jefe.
- Efectivamente, señor -repuso el coronel Serratos-; pero el general Zapata es independiente del Ejército Constitucionalista.
- Pues usted dígale cuál es mi proposición -repitió el señor Carranza-, y si no la acepta, tengo sesenta mil rifles para someterlo.
- ¡Cuánto siento que usted se exprese de esa manera, señor Carranza! - volvió a decir el coronel Serratos.
- ¿Por qué?
- Señor, porque con sesenta mil rifles que usted tiene, y ponga usted que el general Zapata tenga diez mil, ¡cuánta sangre mexicana va a derramarse! Antes de que esa lucha fratricida se inicie.
- ¡Ya dije a usted mi única proposición! - repuso el señor Carranza, interrumpiendo a su interlocutor.
Este creyó que debía dar por terminada la entrevista y dijo:
- Con permiso de usted, señor Carranza, me retiro.
Al regresar a la ciudad de México fue en busca del periodista don Paulino Martínez, director de La Voz de Juárez, y le narró la entrevista, que, en su concepto, era el preludio de cruentos acontecimientos de los que culpaba al señor Carranza, desde luego, por su actitud hacia los hombres del sur. La narración y las opiniones del coronel Serratos se publicaron al día siguiente en el periódico mencionado.
Otro impulso generoso
Nos ha relatado el coronel José Gallegos -segundo en el mando de las fuerzas del general Julián Gallegos- que éste y el general Rafael Cal y Mayor, entusiasmados por los acontecimientos, sin dar importancia al relevo de los federales, sino tomándolo como una disposición transitoria de jefes subalternos, decidieron ir a Tlalnepantla para saludar al Primer Jefe y ofrecerse como portadores de alguna indicación verbal o escrita para el general Zapata.
El ofrecimiento, oficioso e ingenuo, era también sincero y explicable en esos momentos. En el fondo, si se quiere, hubo mucho de inexperiencia con ribetes de vanidad, pues debe de haberse buscado la notoriedad de servir de enlace a dos altos jefes revolucionarios.
Oyó el señor Carranza a los surianos, agradeció su atención y luego dijo que sólo transmitieran al señor general Zapata sus saludos, pues tenía la seguridad de que iría a verlo en México. Como inquirió cuál era la residencia del general Zapata, al contestar que estaba en Yautepec externaron su opinión de que un acercamiento de ambos sería de trascendencia para la Revolución, pues se alcanzarían los fines por los que tanto se había luchado en el sur.
El señor Carranza aludió entonces a la ocupación de la capital, hizo consistir en ese hecho el triunfo y ratificó su creencia de que el general Zapata iría a entrevistarlo.
Se aventuraron a decir los surianos, acostumbrados como estaban a exponer con entera franqueza sus pensamientos, que tuviera en cuenta el señor Carranza que el jefe suriano conceptuaba a la capital como nido de políticos y foco de intrigas, por lo cual no había ido, ni llamado por el señor Madero, sino cuando las circunstancias no permitían otra cosa, y siempre para permanecer el tiempo indispensable.
El señor Carranza cortó la conversación diciendo a sus visitantes que si en unos días no se realizaba lo que él suponía, podían volver a verlo en la ciudad de México.