Índice de Emiliano Zapata y el agrarismo en México del General Gildardo MagañaTOMO IV - Capítulo XI - Primera parte -Ocupación de México por las fuerzas constitucionalistasTOMO IV - Capítulo XII - Constitucionalistas comprensivos y un zapatista michoacanoBiblioteca Virtual Antorcha

EMILIANO ZAPATA
Y EL
AGRARISMO EN MÉXICO

General Gildardo Magaña
Colaboración del Profesor Carlos Pérez Guerrero

TOMO IV

CAPÍTULO XI
Segunda parte

OCUPACIÓN DE MÉXICO POR LAS FUERZAS CONSTITUCIONALISTAS


Carta del señor Carranza al general Zapata

Posiblemente el mismo día en que fue visitado por los generales Gallegos y Cal y Mayor, el señor Carranza dirigió al general Zapata una carta cuyo contenido puede reducirse a estos tres puntos: primero, que se habían acercado a él unos representantes del guerrillero suriano; segundo, que la causa del pueblo había triunfado; tercero, que lo invitaba a tener una conferencia en México.

Plausible fue la invitación y bello el gesto, que de haberlos inspirado la comprensión y un sincero deseo de acercamiento hubieran marcado firmemente el rumbo de los acontecimientos.

Veamos cómo llegó esa carta a manos del general Zapata. Desempeñaba un puesto de confianza en los trenes de la Primera Jefatura el joven Daniel Lecona Soto, hijo de don Reynaldo Lecona, quien se había incorporado a las filas surianas al mismo tiempo que el licenciado Antonio Díaz Soto y Gama, pues lo ligaban lazos ideológicos y de amistad.

Aunque deben de haber contribuído las cualidades personales de actividad y desenvoltura del joven Lecona Soto, probablemente la circunstancia de que el señor Lecona padre estuviera en las filas del sur y cerca del general Zapata determinó que el señor Carranza se fijara en él para hacerle portador de la carta. Le dió las indispensables instrucciones y lo proveyó de un salvoconducto que dice:

Ejército Constitucionalista
Primer Jefe

Sírvanse ustedes dar toda clase de garantías en su persona e intereses al señor don Daniel Lecona Soto, que marcha al desempeño de una comisión que le ha sido conferida por esta Primera Jefatura.

Constitución y Reformas.
Cuartel General en Tlalnepantla, Méx. Agosto 17 de 1914.
El Primer Jefe del E. c., Venustiano Carranza.

A los jefes y oficiales del Ejército Constitucionalista.
Donde se encuentren.

Sin dificultades llegó a Yautepec el portador del pliego y se limitó a ponerlo en manos del general Zapata. El mismo día se dió la respuesta, que fue enviada por otro conducto, pues el joven Lecona Soto estaba cansado por el rápido viaje y, además, deseaba permanecer un lapso razonable con su señor padre. El día 21 se le entregó un salvoconducto para que saliera de la zona revolucionaria suriana y volviese a ella si era necesario. También se le entregó, para que la pusiera en manos del señor Carranza, una orden a los jefes, oficiales y soldados del Ejército Libertador, a fin de que se le diesen todas las facilidades debidas, en el caso de que dicho señor determinara ir al Estado de Morelos. Dice el salvoconducto:

República mexicana
Ejército Libertador

Recomiendo a ustedes den las facilidades debidas al señor Daniel Lecona Soto, que tiene autorización de esta Superioridad para transitar libremente de la ciudad de México a este Cuartel General, al arreglo de asuntos que se relacionan con la causa que se defiende, y nadie absolutamente dejará de obedecer esta orden superior, y será severamente castigado aquel que la viole.

Y lo comunico a ustedes para su inteligencia y demás fines.

Reforma, Libertad, Justicia y Ley.
Cuartel General en Yautepec, agosto 21 de 1914.
El General en Jefe del Ejército Libertador de la República, Emiliano Zapata.

A los Cc. jefes, oficiales y soldados insurgentes.
Presentes.

Vamos a reproducir el otro documento; pero note el lector que no se habla de garantías y seguridades, que serían amplísimas, sino de facilidades, que nadie podría negar por lo terminante de la orden:

República mexicana.
Ejército Libertador

Recomiendo a ustedes proporcionen las facilidades debidas al señor Venustiano Carranza, que va a marchar a este Cuartel General, para tratar asuntos que se relacionan con la causa revolucionaria que sostiene el Plan de Ayala, en el concepto de que nadie absolutamente dejará de respetar esta orden superior y será severamente castigado aquel que la viole.

Y lo comunico a ustedes para su inteligencia y demás fines.

Reforma, Libertad, Justicia y Ley.
Cuartel General en Yautepec, agosto 21 de 1914.
El General en Jefe del Ejército Libertador de la República, Emiliano Zapata.

A los Cc. jefes, oficiales y soldados insurgentes.
Presentes.

Era el momento en que pudo darse a los futuros acontecimientos un rumbo satisfactorio, pues si plausible fue la invitación y bello el gesto del señor Carranza, sincera y revolucionaria también fue la actitud del general Zapata, a pesar de que acababa de recibir muestras muy elocuentes de incomprensión.


Posición de dos hombres

Hemos dicho cuáles eran los puntos esenciales de la carta del señor Carranza. Vamos a comentarlos ligeramente. El general Zapata nada sabía aún del resultado de la comisión que confirió al coronel Serratos, y como en la carta se habla no de un enviado, sino de representantes suyos en la ciudad de México, tuvo que hacer la aclaración necesaria. Ya hemos calificado el gesto y la invitación del señor Carranza; nos resta, pues, examinar lo que se llamaba triunfo de la causa del pueblo.

No se puede denominar así a lo que la crítica ha dado el nombre de Revolución Mexicana, porque esa denominación es el resultado del examen filosófico de las manifestaciones habidas en el violento oleaje revolucionario, en función de sus causas. Ese examen ha dado la concepción, como un todo, del fenómeno histórico cuyas primeras manifestaciones aparecen en los albores del presente siglo.

No es posible admitir que la expresión abarque el objeto perseguido por los luchadores del sur, porque el señor Cárranza no concebía el problema de la tierra como una necesidad nacional. Si llegó a pensar en la disolución de los latifundios, fue como un medio político para una finalidad política; pero no entró en juego el beneficio de la clase campesina, que ninguno obtendría con el cambio de amos.

La causa, pues, a que aludió el señor Carranza no pudo ser otra que la política del movimiento constitucionalista: el derrocamiento del huertismo y la substitución señalada en el artículo quinto del Plan de Guadalupe.

Muy distinto era el ángulo en que se encontraba el general Zapata. Sus actos, como insurgente maderista, habían hablado muy claro de la finalidad que lo empujó a la lucha. Desde el Plan de Ayala hasta el decreto firmado en Milpa Alta, todos los documentos de importancia hablan persistentemente del mismo objetivo social.

No desconocía el valor de la victoria sobre el huertismo, puesto que había contribuído a ella; pero pensaba que la sola substitución del gobierno, sin derribar el sistema social, era una obra incompleta. Creía que era incurrir en la equivocación que llevó al señor Madero al sacrificio tras de haberlo alejado de la Revolución; estimaba que era erróneo apuntalar el sistema social con el trabajo del campesino sin modificar su condición de esclavo y su opacidad cultural.

No pensaba que la sola caída de Huerta modificaría profunda y radicalmente la situación, porque era atribuir una fuerza incontrastable a la escena política y era olvidar que las ideas del sistema social imperante se hallaban ancladas en las concreciones del pasado. Contra esas ideas y las formas del sistema se alzaba el anhelo suriano de crear otras más justas y humanas, que dieran fin a las hondas desigualdades económicas y a las opresiones ejercidas sobre la clase trabajadora.

No se equivocaba al pensar que ese anhelo era la base de la Revolución, pues al generar inquietudes y determinar la rebeldía del pueblo mexicano, buscaba la manera de manifestarse en las mismas filas del constitucionalismo.


Carta del general Zapata al señor Carranza

Si después de lo anterior tomamos en cuenta que el relevo de los federales era un hecho positivo que vibraba en el ánimo del general Zapata, no extrañaremos que la carta del señor Carranza haya tenido la siguiente respuesta:

Republica mexicana
Ejército Libertador
Cuartel General en Yautepec, agosto 17 de 1914.

Señor Venustiano Carranza. Tlalnepantla, Méx.

Muy estimado señor:

Recibí la carta de usted de fecha 17 del presente mes, la cual he leído detenidamente y con profunda meditación, pasando a contestar a usted lo que sigue:

Que las personas que se han acercado a usted con carácter de representantes míos no lo son, y no tengo ningún representante en la ciudad de México.

Efectivamente, el triunfo, que dice usted ha llegado, de la causa del pueblo, se verá claro hasta que la Revolución del Plan de Ayala entre a México dominando con su bandera, y para lo cual es muy necesario, y como primera parte, que usted y los demás jefes del norte firmen el acta de adhesión al referido Plan de Ayala y lealmente se sometan a todas las cláusulas del mismo, porque de lo contrario no habrá paz en nuestro país.

Si usted obra de buena fe no debe temer a ninguna de las cláusulas del mencionado Plan de Ayala, sino que con todo desinterés y patriotismo dejará que la grandiosa obra del pueblo que sufre, siga su curso que tiene trazado, sin ponerle obstáculos de ninguna especie.

Con respecto a la conferencia que desea usted tener conmigo, estoy en la mejor disposición de aceptarla y sinceramente la acepto, para lo cual le recomiendio se sirva pasar a esta ciudad de Yautepec, en donde hablaremos con toda libertad, asegurando a usted que tendrá amplias garantías y facilidades para llegar hasta este Cuartel General.

Deseo que usted se conserve bien y soy de usted afmo. atto. y seguro servidor, que espera terminen las dificultades que al parecer se presentan en la grande obra social que tiene que implantarse en nuestro país.

El General Emiliano Zapata.


Comentario del general Barragán

Antes de analizar la carta preinserta conviene que veamos lo que sobre ella dice uno de los hombres que rodearon al Primer Jefe y que está escribiendo la historia del movimiento constitucionalista.

El señor general Juan Barragán, a quien aludimos, jefe que fue del Estado Mayor del señor Carranza, en un artículo de la serie intitulada De las Memorias de don Venustiano Carranza, publicado en El Universal, edición del domingo, 14 de septiembre de 1930, comenta así la carta del general Zapata:

La carta anterior no puede producir, en cualquier espíritu imparcial, sino profunda extrañeza, al considerar las pretensiones que animaban al general Zapata de que la Revolución Constitucionalista, que había vencido al Ejército Federal, tras larga y sangrienta lucha, conquistando palmo a palmo el territorio nacional, inclusive la capital de la República, se subordinara a la causa de Zapata y aceptara a éste como jefe supremo. Sólo se explican estas pretensiones por la desconfianza que a los surianos les inspiraba el movimiento constitucionalista, al que consideraban como una restauración del régimen maderista, contra el cual se pronunciaron, alegando que el Presidente Madero se había rehusado a cumplir las promesas estipuladas en el Plan de San Luis. Pero en el terreno de la realidad salta a la vista que las condiciones para cooperar al triunfo definitivo de la Revolución eran no sólo inaceptables, sino imposibles de llevar a cabo, ya que ninguno de los jefes revolucionarios hubiera consentido que el movimiento triunfante se supeditara a la causa de Zapata, por más altos que fueran los ideales por éste proclamados y que, en esencia, se identificaban con los que traía inscritos en su bandera la Revolución Constitucionalista. Además, militarmente, el movimiento zapatista distaba mucho de haber tenido un éxito efectivo, pues apenas si había traspasado los límites del Estado de Morelos y era, en concepto de muchos jefes constitucionalistas, un movimiento enteramente local.

Efectivamente, en tres años de lucha nunca había logrado ningún triunfo de trascendencia y no fue sino hasta que los federales, debido al avance de las fuerzas constitucionalistas, abandonaron la ciudad de Cuernavaca para reconcentrarse en México cuando pudieron los zapatistas apoderarse de esa plaza, que evacuó el general Pedro Ojeda el 13 de agosto, víspera de la entrada del general Obregón a la ciudad de México.


Nuestras rectificaciones

La pasión con que el señor general Barragán hizo su comentario le impidió ver que el documento era una respuesta inmediata; que la daba quien había defendido su causa con tenacidad; quien no era subordinado del Primer Jefe; quien nada le debía y, en cambio, acababa de recibir una agresión, como fue la barrera militar. La respuesta, además, no era, en modo alguno, la última palabra, sino que, señalado el tema, dejaba expedito el camino para un intercambio de cartas o de notas en las que se fijaran conceptos definitivos sobre un asunto por demás importante, de trascendencia revolucionaria e interés nacional.

En un espíritu imparcial el documento no causa, pues, la sorpresa que dice el general Barragán, porque nada tiene de sorprendente que el signatario se expresara con calor y radicalismo de su causa; lo extraño hubiera sido que acudiese solícito al llamamiento del Primer Jefe sin tener la seguridad de un entendimiento, porque tal proceder significaría que la simple satisfacción de obsequiar un deseo se colocaba por encima de los altos intereses republicanos a que íntegramente se debía el general Zapata.

Hemos dicho que si plausible fue la invitación y bello el gesto del señor Carranza, sincera y revolucionaria fue la respuesta del general Zapata. Agregaremos que la situación quedó completamente en manos del primero, para quien se presento la disyuntiva de hacer del guerrillero suriano un enemigo más, o con un poco de voluntad, puesta en la obtención de un entendimiento, hacerlo un decidido colaborador, ya que no tenía ambiciones y sólo buscaba, con lealtad y firmeza, la realización de sus principios revolucionarios.

El señor general Barragán dice que el Ejército Constitucionalista había vencido al Ejército Federal y conquistado palmo a palmo el territorio nacional, inclusive la capital de la República. Descartada la hipérbole, ¿quién niega los esfuerzos del sector constitucionalista?; ¿quién discute sus triunfos? Pero es erróneo escatimar los obtenidos en otro jirón del suelo patrio por elementos tan mexicanos como los constitucionalistas.

Es innegable que contribuyeron al triunfo los esfuerzos realizados en ese jirón y por esos elementos; es innegable que tuvieron un valor militar e histórico, del que no es posible desentenderse sin caer en una censurable parcialidad. Es erróneo, por unilateral, hacer a un lado la digna actitud asumida por el movimiento del sur desde el principio de su lucha y al través de toda ella.

Porque los rifles surianos fueron los primeros en hacer fuego contra la usurpación cuando ni se sospechaba que surgiría el movimiento constitucionalista; porque el movimiento del sur frustró los planes del usurpador en los momentos en que el constitucionalismo era incipiente y, por lo mismo, débil; porque el jefe de ese movimiento asumió una actitud gallarda, decidida y firme, cuando una sola flaqueza hubiera sido funesta, pues habría hecho variar muchísimo el rumbo de los acontecimientos; porque los hombres del sur soportaron solos y sin recursos el peso de las tropas enviadas para aniquilarlos, y porque, cambiando armas y municiones por sangre -por hirviente sangre revolucionaria-, llegaron a tomar la ofensiva, cuyos resultados hemos narrado.

Es erróneo callar o negar los méritos ajenos, pues con ello no se consigue ocultar la verdad. Si el Ejército Constitucionalista era respetable, también lo era el Ejército Libertador por los principios medulares que sustentaba, por el sacrificio de los pueblos y por cuanto de bueno pusieron sus hombres al servicio de la Revolución.

Pero debemos recordar que muy otro era el concepto que el Primer Jefe tenía de los luchadores surianos. De ahí que su poca voluntad al hacer la invitación fuese barrida por la sobreestimación a su persona cuando vió que un Zapata, un hombre de la gleba, un don Nadie, le expresaba sus ideas con cálida verdad y con absoluta independencia de criterio. Es un error juzgar de un documento por la extracción social de su firmante; pero así se hizo. Por ello, a pesar de la habilidad política del señor Carranza, dió de mano lo que significaba en aquellos momentos contar con el movimiento del sur, ya no digamos como aliado, sino como simple neutral. Porque la situación del Primer Jefe era la del vencedor, aunque no único, del huertismo; pero su victoria estaba amenazada especialmente por la actitud del general Villa, en Chihuahua, y la del gobernador José María Maytorena, en Sonora.

El general Barragán dice que se trataba de que el constitucionalismo triunfante se supeditara a la causa del general Zapata y a su jefatura. No vacilamos en decir que en el sur no se había luchado por jefaturas, sino por la implantación de una reforma social, y debe tenerse muy en cuenta que el general Zapata había dicho hasta la saciedad que estaba despojado de ambiciones de mando y de poder; pero nadie pensará que debía sacrificarse el ideal agrario en aras de quien había ocupado la capital. Si lo urgente era salvar ese ideal, no se estimará descabellada la pretensión de que se firmara el acta de adhesión al Plan de Ayala; es decir: que se reconociera la jústicia reclamada. Cobardía hubiera sido dar por concluída la empresa ante la fuerza militar del constitucionalismo.

Sí, había desconfianza en el sur, y muy justificada, por la actitud hostil del señor Carranza; pero no se juzgaba de todo el movimiento por esa actitud, puesto qué se estaban recibiendo demostraciones de comprensión de algunos jefes. Por esa actitud hostil se presentían dificultades; pero no se incurrió en el absurdo de temer la restauración del gobierno maderista sin el caudillo; se temía la persistencia del régimen latifundista.

Los principios proclamados por el general Zapata no eran idénticos a los que traía inscritos en su bandera el constitucionalismo. No negamos afinidad en las tendencias personales de algunos jefes; pero rechazamos la afirmación de que en la bandera del movimiento, en el Plan de Guadalupe, hubiera identidad, pues ninguno de sus artículos deja entrever siquiera un principio económico-social.

No es cierto que el movimiento suriano fuera solamente local ni que en tres años apenas si había traspasado los límites de Morelos. La afirmación equivale a proclamar el desconocimiento de los hechos; pero suponiendo que sólo a ese Estado se hubiese limitado el agrarismo, bastaría su clamor para analizar la razón de su actitud. Suponiendo al movimiento limitado a Morelos, es grave e injusto menospreciar los esfuerzos de un pueblo y es ilógico valorizar las demandas por la extensión territorial que ocuparan las fuerzas.

Sin negar que todos los empujes revolucionarios tuvieron necesarias repercusiones, afirmamos que no fue determinante para la evacuación de Cuernavaca el avance de las fuerzas constitucionalistas. La suposición equivale a confesar ignorancia de los hechos, pues Cuernavaca era el último reducto de los federales en el sur, y no abandonaron la plaza en el sentido pasivo que el general Barragán da a esta palabra, sino que rompieron el sitio; no se reconcentraron en México, sino que batidos en todo su trayecto, se dirigieron al Estado de México y en Tenango se entregó prisionero el general Ojeda con el resto de sus derrotadas tropas. El sitio fue consecuencia de otras operaciones realizadas con anterioridad por las fuerzas surianas.

Pequeño e intrascendente es otro error del general Barragán al afirmar que Cuernavaca fue ocupada la víspera de que entrara el general Obregón a México. De mayor importancia es la omisión de que las fuerzas del sur tenían establecido un frente de combate en el Valle de México y que los federales fueron relevados por constitucionalistas.


Nuestra opinión sobre la carta

Si la carta del general Zapata se examina con detenimiento, despojándose de todo partidarismo, y teniendo en cuenta el momento en que fue escrita, se encontrará que el contenido es justo y que está en armonía con la actuación revolucionaria del firmante, con sus convicciones y con su lealtad a los principios.

No era el general Zapata subordinado del Primer Jefe, sino jefe, también, de un movimiento revolucionario que seguía su propia trayectoria hacia objetivos bien determinados. En consecuencia, lo único que puede y debe pedirse es que el documento esté redactado en los términos que la decencia impone.

No admitía como triunfo de la causa del pueblo la ocupación de la capital por fuerzas constitucionalistas, pues para él dicha causa era fundamentalmente económica, y examinando el Plan de Guadalupe había encontrado que su fondo era político y transitorio. Como ya podía darse por cumplida la cláusula quinta de ese plan, sólo faltaba que se realizara la sexta, que disponía que se convocara a elecciones generales, y la séptima, que ordenaba convocar a elecciones locales.

De acuerdo con esas cláusulas, la administración del señor Carranza tendría como finalidad suprema llevar a cabo las elecciones generales y entregar el Poder Ejecutivo al Presidente Constitucional, en cuya gesti6n se designaría a los gobernadores, para dejar liquidado el Plan de Guadalupe.

El final no era para entusiasmar al general Zapata. ¿Qué esperaba el pueblo como resultado de su cruenta lucha? La elección de sus mandatarios, y nada más. Si con esa perspectiva el movimiento suriano hubiera aceptado la ocupación de la capital como triunfo de la Revolución, ¿qué habría sido de sus postulados?; ¿qué garantizaba su implantación y cumplimiento?; ¿acaso la presencia del Primer Jefe en el supremo poder ejecutivo? No, porque nada había demostrado que estuviese dispuesto a llevar a cabo la reforma agraria; por el contrario, todos los datos eran adversos y hacían presumir que sin el compromiso de implantar esa reforma la situación económico-social quedaría intacta.

¿No es verdad que admitir la ocupación de la capital como triunfo de la Revolución hubiera sido plegarse sumisamente al constitucionalismo sólo porque era fuerte militarmente? ¿No es verdad que también hubiera sido supeditar los ideales a las conveniencias transitorias de una situación política? ¿No es verdad que supeditar los ideales hubiera sido una traición a los mismos?

Pues si todo esto es verdad, como indiscutiblemente lo es, he aquí la razón que asistía al general Zapata. Si a sus principios los había colocado siempre por encima de todas las conveniencias, no es posible exigir que siguiera una conducta distinta en el caso que comentamos.

No ignoraba que los Tratados de Torreón pedían al Primer Jefe que convocara a una Convención Militár que estudiase el programa de gobierno, así como otros asuntos en los que estaba incluído el problema agrario; mas para el movimiento del sur todo esto equivalía a colocar sus demandas en una situación problemática. De ahí que pensara el general Zapata, y que dijese en su carta, que el triunfo de la causa del pueblo se vería claro cuando la bandera de Ayala entrase a la capital.

De dos maneras podía suceder: por la fuerza o pacíficamente. Si sólo quedaba el procedimiento de la fuerza, júzguese temeraria, si se quiere, la aceptación de la consiguiente lucha; pero téngase presente que no se había provocado y que habría sido indigno rehuirla, puesto que se trataba de la razón de ser del movimiento suriano. Mas para que llegase pacíficamente se invitó al señor Carranza a suscribir el acta de adhesión al Plan de Ayala. Este es uno de los puntos que se tuvieron como inaceptables. Veamos si lo era.

Si colocamos a los hombres por encima de los principios, no cabe duda que era ofensivo para el Primer Jefe pedirle que hiciese causa común con quienes llamaba horda zapatista; pero si aceptamos que los intereses revolucionarios estaban sobre los hombres y sus puntos de vista individuales, es innegable que con el hecho de reconocer los postulados del Plan de Ayala se llenaba el vacío del Plan de Guadalupe. No era cosa despreciable aportar el contenido social de un programa revolucionario.

Si se supone que con la firma del acta de adhesión se pedía entregar al Ejército Libertador la situación alcanzada por el Constitucionalista, responderemos que en el análisis, que escudriña y desmenuza, no tiene fuerza esa suposición ante el objeto perseguido por el guerrillero suriano de que se reconociera la justicia de su causa y se aceptaran sus demandas. Aceptarlas era hacer que el Ejército Libertador llegara a su meta y, consiguientemente, al fin de la lucha. Quedaría entonces en las condiciones más justas y razonables: como un organismo amigo, ni absorbente ni eliminado.

Pensamos que no era necesario que se firmara el acta de adhesión, pues de mucho valor hubieran sido unas declaraciones del Primer Jefe haciendo suyos los principios medulares del Plan de Ayala; pero es evidente que para tales declaraciones se necesitaba, en primer lugar, voluntad, comprensión y deseo de atraer al movimiento del sur; en segundo lugar, un pacto bien intencionado, como lo reclamaban los intereses revolucionarios. No bordamos en el vacío al hablar de esas declaraciones, pues más adelante veremos que fue necesario hacerlas, aun cuando sin confesar que los principios aceptados procedían del Plan de Ayala.

En cuanto a que el señor Carranza pasara a Yautepec, y no el general Zapata a México, no es una condición rígida, porque tampoco es de fondo; pero, ¿qué otra cosa podía decir quién estaba sintiendo que se le trataba como a un elemento antagónico?


Tercera entrevista

Sigamos el curso de los acontecimientos y veamos cómo se realizó la entrevista del general Manuel N. Robles con el señor Carranza.

En una de las ocasiones en que visitó al general Lucio Blanco, estando ya en México, llegó a su despacho el general Antonio I. Villarreal, quien, al enterarse del asunto y sin aplazar su ejecución, en compañía del general Robles se dirigió al Palacio Nacional para hablar con don Venustiano Carranza.

El general Robles explicó que procedía por propio impulso y que buscaba un acercamiento, cuanto más sincero mejor, de los dos sectores revolucionarios, porque estimaba que era en bien de los intereses generales. El señor Carranza oyó con notable frialdad la exposición y contestó que no tenía inconveniente en celebrar una entrevista con el general Zapata, siempre que con ese motivo viniera a verlo a la capital. Repuso el general Robles que no se atrevía a llevar esa indicación al jefe suriano porque, en su concepto, nada se aventajaba, pues por la prolongada lucha en el sur, por los esfuerzos de las tropas, por los sacrificios que la campaña había impuesto a los pueblos todos de la región y por la actitud asumida contra Huerta, consecuencia de los principios proclamados, podía decir el general Zapata que asístiéndole idénticas razones y motivos a los que tenía el señor Carranza, también él estaría dispuesto a celebrar la entrevista si dicho señor iba al Estado de Morelos.

Sin dejar su fría actimd, don Venustiano dijo al general Robles que podía comunicar a Zapata que él no tenía inconveniente en llevar a cabo la entrevista en un lugar que previamente se determinara, al que irían ambos escoltados por igual número de hombres y, dejando las escoltas a conveniente distancia, avanzarían para hablar solos.

Dice el general Robles que no quiso objetar la proposición, y se retiró firmemente convencido de que no se tendría la entrevista, pues el señor Carranza había hablado como jefe único e indiscutible, y le faltaba voluntad para tratar con quien no siendo subordinado suyo tenía antecedentes revolucionarios que era preciso tomar en cuenta. Reservándose su opinión, transmitió al general Zapata el resultado de la entrevista.


Cuarta entrevista

Una nueva entrevista de luchadores del sur con el señor Carranza se llevó a cabo en el Palacio Nacional. Veamos cómo.

El general e ingeniero Angel Barrios, de quien hemos dicho que estaba en Milpa Alta, llamó al hoy doctor Guillermo Gaona Salazar para decirle que estaba satisfecho del resultado de las comisiones que le había conferido; pero que faltaba ejecutar la más importante. Como en esos momentos el ingeniero Barrios iba a salir a Oxtotepec, invitó a don Guillermo Gaona Salazar a que lo acompañara, para darle en el camino las instrucciones del caso. Minutos después emprendía la marcha.

El ingeniero Barrios explicó que se trataba de visitar a don Venustiano Carranza para saber a punto fijo qué grado de disposición tenía hacia los principios sociales sostenidos por el Ejército Libertador, pues por informaciohes de la prensa capitalina y por otras fuentes particulares sabía que la posición del Primer Jefe era diametralmente opuesta a los anhelos del sur; pero que podía existir un punto de buena voluntad, dado el origen revolucionario del gobierno que acababa de establecer el señor Carranza. Además, para las fuerzas agraristas que estaban acampadas en el Valle de México era necesario saber a qué atenerse, pues ni se combatía francamente ni se compartía el triunfo sobre el huertismo. En cambio, la presencia de los constitucionalistas en las posiciones que habían tenido los federales era altamente ofensiva, por la innegable condición revolucionaria de las huestes del sur.

El señor Gaona Salazar manifestó al ingeniero Barrios que estaba dispuesto a cumplir la nueva comisión; pero por la experiencia adquirida en la anterior, creía prudente que se estudiasen bien los pormenores para no tropezar con dificultades, pues si la vez anterior se había tratado con un gobierno agonizante, ahora iba a tratarse con otro que iniciaba su gestión.

El ingeniero Barrios dijo que por haber desempeñado eficazmente la anterior comisión se había fijado en las mismas personas, y que, esbozado el objeto, iba a entrar en los pormenores. Hablaron ampliamente. Al llegar a Oxtotepec, el general Barrios expidió el pliego de comisión y recomendó que cada uno de los integrantes llevara consigo su nombramiento para exhibirlo en caso necesario.

La comisión, formada por el general Guillermo Gaona Salazar, el coronel Gustavo Gaona Salazar, el teniente coronel Antonio Oropeza y el mayor Primitivo de Gante, salió de Milpa Alta hacia Chalco, en donde tuvo que dejar sus cabalgaduras con la esperanza de encontrar por el camino un medio menos molesto que el ir a pie.

- Nuestra juventud -dice el doctor Gaona Salazar- nos hacía ir muy contentos al desempeño de la comisión, y nuestra inexperiencia nos velaba los peligros que podíamos correr.

Al llegar a la altura de la que más tarde fue propiedad del general Plutarco Elías Calles, con el nombre de hacienda de Santa Bárbara, encontraron un carruaje de bandera azul que regresaba a México, el cual abordaron satisfechos de que su buena suerte se lo hubiera deparado. Pasaron por algunos puestos avanzados; pero no se les detuvo, ya en la capital se dirigió cada uno a la casa de sus familiares para vestir ropas adecuadas, aun cuando las que traían puestas no denunciaban la condición zapatista de sus dueños.

A la mañana siguiente se presentaron en las oficinas de la Presidencia de la República y solicitaron audiencia de! Primer Jefe; pero no se les tomó en cuenta por el número de civiles y militares que ya se habían anunciado. Sin arredrarse por el tropiezo fueron a la droguería Cosmopolita, en la esquina noroeste del mercado de El Volador. Don Guillermo Gaona Salazar usó e! teléfono, y comunicándose con la Presidencia de la República dijo que una comisión de jefes zapatistas deseaba hablar con el Presidente y Primer Jefe; pero que le había sido imposible inscribirse en la lista de la audiencia. Probablemente se consultó el caso, pues se pidieron los nombres de la integrantes de la comisión, y al fin se les dijo que podían pasar al Palacio Nacional y que, en una puerta que se les indicó, estaría un ayudante para introducirlos.

Correspondió hacerlo al más tarde abogado y entonces estudiante de leyes Gustavo Espinosa Mireles. Amablemente recibió a los comisionados, extremó sus atenciones al enterarse de que en su mayoría eran también estudiantes y los acompañó ante el señor Carranza tan pronto como salió de su despacho una persona con quien hablaba. Siguiendo su costumbre, el Primer Jefe estaba delante de una cortina obscura y en la penumbra, para que sus visitantes quedasen frente a la luz y fueran observados sus movimientos y expresiones.

Después de identificarse y de presentar al señor Presidente y Primer Jefe los saludos del ingeniero Barrios, dijo don Guillermo Gaona Salazar que las fuerzas surianas se felicitaban y felicitaban al señor Carranza por el triunfo sobre el huertismo, y que esperaban una era de paz, trabajo y concordia. Siguió diciendo que la región del sur había hecho grandes sacrificios, pues durante la campaña se habían inmolado muchas vidas y destruído muchos pueblos; pero que obtenido el triunfo por la acción conjunta de las fuerzas del norte y las del sur deseaban éstas compartirlo como habían compartido la lucha, y pedían el retiro de las tropas constitucionalistas que tenían al frente, así como que se les señalaran alojamientos para un número no menor de doce mil hombres, ya fuera en la capital o en las poblaciones circunvecinas, lo cual sería el principio de un cabal entendimiento entre los jefes superiores.

El señor Carranza callaba. Su mirada iba de uno a otro de los comisionados, mientras que con la mano derecha acariciaba su barba. Gaona Salazar siguió hablando sobre el mismo tema; pero en visra del silencio que guardaba don Venustiano, le preguntó:

- ¿Qué nos dice usted, señor Presidente?

El señor Carranza continuó callado, observando a quienes tenía frente a sí, por lo que Gaona Salazar optó por callar también. Lenta, autoritaria, sentenciosamenre, dijo don Venustiano:

- Los zapatistas no pueden entrar a la capital porque son bandidos y no tienen bandera. Antes necesitarían someterse incondicionalmente a mi gobierno, reconociendo el Plan de Guadalupe.

La contestación fue desconcertante. Gaona Salazar, midiendo sus palabras y sin dejar el tratamiento de Presidente que estaba dando al señor Carranza, le dijo que la lucha en el sur había sido ruda y desigual, pues las fuerzas jamás habían tenido haberes ni otro proveedor de municiones que el gobierno; pero que contaban con el decidido apoyo de los pueblos. Para subsistir, había sido necesario que unos combatieran y otros cultivaran la tierra, alternando esas actividades. Así habían caído íntegramente los Estados de Guerrero y Morelos, como también vastas regiones de otras entidades, entre ellas, Puebla, y que los esfuerzos de los armados y de los pueblos tenían por objeto la reivindicación de la tierra, para que pasase a manos de los productores. El señor Carranza escuchaba. Gaona Salazar concluyó:

- Señor Presidente: los hombres armados y los pueblos del sur verían con agrado que el Presidente de la República y Primer Jefe del Ejército Constitucionalista, en un acto de gran comprensión y de plena justicia, firmara el documento que les ha servido de lábaro. Su firma en este ejemplar impreso del Plan de Ayala sería de gran aliento y a usted le atraería la unánime estimación, el gran cariño y el profundo respeto de los luchadores.

El señor Carranza continuó impávido, sin hacer el más leve movimiento para tomar la hoja que le mostraba Gaona Salazar. Este siguió diciendo que la República anhelaba la paz y que la Revolución pedía tierras para acabar con la esclavitud campesina. El Primer Jefe cortó aquí la exposición, y dijo en tono incisivo:

- Lo que ustedes deben hacer es abandonar el zapatismo, quitarse de la cabeza las ideas de devolución y reparto de tierras, sumarse al Ejército Constitucionalista, y recibirán el ascenso al grado inmediato.

Calló en seguida. Embarazoso fue el momento, porque ni era posible rechazar el ofrecimiento, pues les hubiera costado muy caro, ni podían los comisionados fingir aceptarlo porque ignoraban cuáles serían las órdenes que en ese caso diera el Primer Jefe. Dice don Guillermo Gaona Salazar que, procurando disimular la fuerte impresión recibida, quedó un momento pensativo. El señor Carranza resolvió la situación:

- Lo mismo haré -dijo- con quienes abandonen las filas del zapatismo, antes de que sea tarde.

- ¿Quiere usted decir, señor Presidente, que serán batidos? -interrogó Gaona Salazar.

- ¡Exactamente! -repuso el señor Carranza-. Voy a dar órdenes para que se les bata como a bandidos.

- ¿Podemos comunicar esto a los compañeros? - añadió Gaona Salazar.

- Pueden hacerlo - repuso secamente el señor Carranza.

Y quedó terminada la entrevista. El señor Espinosa Mireles acompañó a los comisionados, se mostró más amable, más atento, y les recomendó meditar en la proposición hecha por el señor Carranza.


Nueva entrevista

Considerando los generales Julián Gallegos y Rafael Cal y Mayor que era tiempo de acudir al Primer Jefe, como se les había indicado en Tlalnepantla, solicitaron ser recibidos y lo fueron; mas se les dijo secamente que transmitieran a Zapata la indicación de que o reconocía incondicionalmente al gobierno del señor Carranza o sería batido de modo implacable.

Se retiraron sin hallar respuesta, pues vieron desvanecerse la esperanza de servir de enlace, y se dieron cuenta de la magnitud de los sucesos que sobrevendrían.

Interesante narración del coronel Torices Mercado

Un nuevo intento cerca del señor Carranza se hizo por el general Genovevo de la 0, a quien hemos interrogádo sobre los motivos que tuvo, y nos ha dicho que jefes subordinados suyos que acampaban en el Valle de México lo instaron para que procurase definir la situación.

En una junta celebrada en el hotel Moctezuma, de Cuernavaca, y por mayoría de opiniones, se resolvió redactar una carta y hacerla llegar a manos del señor Carranza por medio de una comisión, que integraron el coronel Miguel C. Zamora y el entonces capitán primero Juan Torices Mercado.

Veamos cómo cumplieron su cometido y cuáles fueron los resultados, según la siguiente versión, que ya fue publicada (Sánchez Escobar, Rafael, Episodios de la revolución Mexicana en el Sur, México, D.F., 1934, pág. 173 y siguientes. Nota del profesor Carlos Pérez Guerrero), mas como se le hicieron algunas supresiones, nosotros nos atenemos al original, que calza la firma de don Juan Torices Mercado, quien dice así:

Ocupada la ciudad de Cuernavaca el 13 de agosto de 1914 por las fuerzas surianas, y aniquilada la última columna federal que sostenía al usurpador y que tenía como último reducto la capital de Morelos, se estableció el Cuartel General del Ejército Libertador en el edificio del Banco de Morelos.

Entretanto, el general Genovevo de la 0, que se distinguió en el ataque y persecución de las fuerzas federales, estableció su Cuartel General en el Hotel Moctezuma y nombró comandante de la plaza al jefe de su Estado Mayor, coronel Antonio Silva.

Desde luego, tuvimos conocimiento, tanto por la prensa de México que nos era enviada por simpatizadores de nuestra causa como por las comisiones de información existentes en la capital, de lo relativo al licenciamiento de las fuerzas federales y de otros sucesos que allí se estaban desarrollando.

Comprendimos que el señor Carranza no tomaba en consideración la lucha emprendida por nosotros, que defendíamos y deseábamos llevar a la realidad las aspiraciones del pueblo, cristalizadas y hechas bandera en el Plan de Ayala, toda vez que estableció un cordón de tropas constitucionalistas ante las zapatistas que en esas fechas se encontraban frente a la capital.

Este solo hecho nos hacía considerar muy difícil que el señor Carranza estuviera dispuesto a la unificación revolucionaria, reconociendo la necesidad de dar cumplimiento a las promesas hechas por la Revolución desde que fue lanzado el Plan de San Luis -me refiero al párrafo tercero del artículo 3° de dicho Plan-, como a las hechas en el Plan de Ayala.

Así las cosas, nos reunimos en el Hotel Moctezuma y acordamos, con el celo propio de la gente de buena fe, nombrar una comisión que se acercara al señor Carranza a fin de conocer cuál era su actitud hacia la Revolución del sur.

Al obrar nosotros separadamente de lo que tratara el Cuartel General del Sur, lo hicimos guiados, repito, por nuestro celo revolucionario y porque nuestras fuerzas -las de la División de De la 0- estaban en las goteras de la capital y serían, en caso de romperse las hostilidades, las que se cruzaran los primeros tiros en la nueva lucha.

Fuimos designados para esta comisión el coronel Miguel C. Zamora y yo; salimos de Cuernavaca el 26, y al día siguiente nos presentamos en el Hotel St. Francis, habiendo hecho pasar previamente el anuncio de que dos comisionados zapatistas de las fuerzas del general De la O deseaban hablar con el señor Carranza.

Se nos recibió a eso de las once por el mismo señor Carranza, quien se encontraba sentado en el fondo de una pieza, teniendo tras de sí un cortinaje obscuro. Tomamos asiento a su izquierda el coronel Zamora y en seguida yo.


Carta del general De la O al señor Carranza

Después de los saludos de rigor y de brevísimos comentarios sobre la campaña, entregamos la carta que se nos encomendó, y que dice:

Ejército Libertador de la República Mexicana
Columna de De la O.
Cuernavaca, Mor., 25 de agosto de 1914.
Al señor don Venustiano Carranza, Jefe del Ejército Constitucionalista.
México, D. F.

Muy señor mío:

Antes de entregarme a la precisa necesidad de dirigir a usted mi presente, empezaré por presentarle por medio de ésta a los cc. coronel Miguel C. Zamora y capitán primero Juan Torices Mercado, ambos jefes de mi Estado Mayor y que llevan la comisión de entrevistar a usted para que usted se sirva hacerme el favor de darme a conocer, por conducto de ellos, su actitud clara y terminante acerca de nuestro gloriosísimo Plan de Ayala, que acaudilla nuestro no menos, Emiliano Zapata.

Si he decidido enviar a los jefes antes dichos es tan sólo con el único y firme propósito de saber directamente su actitud para con nosotros, y si usted comulga con nuestras ideas y principios, que no son otros, como usted ya los conoce, que el exacto cumplimiento del Plan de la Villa de Ayala. Deseo, como usted comprenderá, saber también si tendrá usted la suficiente energía para desligarse de ciertos individuos de que está usted rodeado y que tan sólo ambicionan el puñado de monedas en recompensa de sus servicios que a usted le hayan prestado y que es lo único que desean y que usted puede darles. Siempre creyente que abrazará usted nuestra causa, aun a pesar de las indicaciones de algunos individuos antipatriotas y criminales, quedo de usted su atento y S. S.

Reforma, Libertad, Justicia y Ley.
El General Genovevo de la O.


Conversación con el señor Carranza

Habiéndose enterado de la carta el señor Carranza, llamó a uno de los suyos, que tal vez sería su secretario particular o el jefe de su Estado Mayor, al que le entregó la mencionada carta ordenándole que le diera inmediata contestación, para lo cual, y en presencia de nosotros, hizo la indicación de los puntos que debía contener la respuesta.

Mientras tanto, los tres solos, el señor Carranza, el coronel Zamora y yo, hablamos sobre el objeto de nuestra presencia. En primer término le dijimos que se había visto con pena que al ocupar las fuerzas constitucionalistas la ciudad de México se habían colocado avanzadas frente a nuestras fuerzas, y que esa actitud se estaba tomando como desacuerdo entre los dos sectores revolucionarios, pues más parecía que se trataba de dos facciones antagónicas que de dos grupos que habían luchado contra la usurpación; que esa actitud nos obligaba a pedirle nos diera su opinión franca con respecto al movimiento del sur.

Luego le hicimos saber que en el sentir general había imperiosa necesidad de unificar a la familia revolucionaria mexicana, pues así se daría un absoluto y definitivo triunfo a la Revolución. Después le expresamos que en nuestro concepto, que era el de los revolucionarios surianos, había necesidad de cumplir al pueblo lo que la Revolución le había ofrecido desde 1910, ofrecimiento en que el general Zapata había constituído su bandera del Plan de Ayala, y puesto que el elemento campesino había ofrendado su sangre en aras de sus ideales (había formado en su gran mayoría las huestes revolucionarias con la mira palpable no solamente de ver derrocado al usurpador, sino devueltos a sus legítimos dueños los campos que los terratenientes, amparados por las bayonetas de la Dictadura, les habían arrebatado), creíamos de nuestro deber apoyar los postulados de ese Plan hasta ver satisfechas las aspiraciones. Si felizmente la unificación se llevaba a cabo, creíamos que debía hacerse sobre las bases que el Plan de Ayala marcaba.

El señor Carranza nos dijo que ya habían salido para Morelos unos comisionados para tratar con el general Zapata lo relativo a la unificación; pero que debíamos comprender que en la forma en que la deseábamos no era posible, porque él no estaba dispuesto a reconocer nada de lo que el Plan de Ayala enunciaba, pues el Ejército Constitucionalista había luchado por otro Plan, que era el de Guadalupe, en el que no se hacían más ofrecimientos al pueblo que luchar hasta el derrocamiento del gobierno usurpador encabezado por el traidor Huerta. Que la devolución de las tierras él la consideraba ilegal, porque era indudable que si a un terrateniente, como nosotros lo llamábamos, o a otra persona se le despojaba de sus propiedades, que de cualquiera manera, apegadas a la ley las había adquirido, tendría que protestar y con ello vendría nueva lucha.

Le hicimos ver cómo muchos latifundistas habían ensanchado sus propiedades por medio del despojo, valiéndose de las armas de la dictadura, de la violencia contra sus vecinos los pequeños propietarios, de las consignaciones al Ejército, de los abusos con las débiles familias, para provocar así el abandono de las tierras que tanto codiciaban los protegidos del dictador, abandono que hacían por temor a mayores males.

El señor Carranza cortó nuestra exposición para decirnos que él consideraba imposible cumplir con un ofrecimiento como el hecho por el Plan de Ayala sin que se ocasionaran nuevos trastornos armados.

Para desvanecer sus temores le dijimos que cada uno de los soldados de la Revolución podía quedar armado como en los momentos de la lucha; que las armas servirían para garantizar la propiedad adquirida en la Revolución, a la vez que cada individuo se constituiría de hecho en un defensor del gobierno emanado de la Revolución, puesto que ésta era la que, haciéndole justicia, le habría dado la tierra para ganarse el pan de sus hijos. Además, cada campesino, soldado leal, no sería ninguna carga para el Erario, porque igual que los campesinos que se habían levantado en armas no cobraría sueldo alguno, como hasta el momento io estaban haciendo en el sur.

El señor Carranza contestó que la unificación con esas bases no podía llevarse a cabo, pues que la capital de la República había sido tomada por las fuerzas constitucionalistas que habían luchado únicamente por el triunfo del Plan de Guadalupe, y que ese Plan lo había hecho Primer Jefe y lo encargaba del Poder Ejecutivo. Con este carácter nos hacía ver que la paz sólo se haría con la sumisión incondicional de las fuerzas zapatistas a las constitucionalistas.

Todavía le dijimos que el Plan de Guadalupe estaba totalmente consumado y que, por tanto, considerábamos una necesidad que se diera cumplimiento a los postulados del Plan de Ayala. Entonces, visiblemente contrariado, nos contestó:

- Yo no puedo reconocer lo que ustedes han ofrecido porque los hacendados tienen derechos sancionados por las leyes y no es posible quitarles sus propiedades para darlas a quienes no tienen derecho.

- Pero es, señor -le dijimos-, que no somos los primeros en haber hecho el ofrecimiento. El señor Madero lo hizo en el Plan de San Luis ...

- Eso de repartir tierras es descabellado -repuso con viveza-. Díganme qué haciendas tienen ustedes, de su propiedad, que puedan repartir, porque uno reparte lo que es suyo, no lo ajeno.

Viendo que había una profunda divergencia que hacía imposible todo entendimiento, y habiendo sabido lo que nos proponíamos saber, variamos de tema y hablamos sobre pequeños incidentes de la campaña, y como en esos momentos entró la misma persona que antes había recibido la orden de contestar la carta del general De la O, suspendimos la conversación. El señor Carranza firmó la respuesta, que nos entregó, y cuyo texto es el siguiente:


Contestación del señor Carranza

Palacio Nacional, agosto 27 de 1914.
Señor general Genovevo de la O. Donde se encuentre.

Muy señor mío:

Los señores coronel Miguel C. Zamora y capitán Juan Torices Mercado, miembros de su Estado Mayor, se sirvieron entregarme la atenta de usted, fecha 25 de los actuales, de la que me impuse con detenimiemo. Hablé extensamente con los expresados señores acerca del amplio programa de reformas sociales que desarrollará la revolución constitucionalista, tendiendo todo a mejorar a la mayor brevedad posible las condiciones de nuestro pueblo y procurarle un bienestar positivo.

Estimo ya debe usted saber que los correligionarios señores licenciado Luis Cabrera y general Antonio I. Villarreal fueron a ésa, donde deben de encontrarse ya, con objeto de imponer al general Zapata y a todos sus jefes de los ideales que perseguimos y que seguramente son los del pueblo mexicano que nos ha secundado en la lucha y nos ha traído hasta el triunfo de nuestra causa.

Sinceramente estimo el interés que usted y sus compañeros se toman por la pronta resolución de nuestros asuntos y espero que el patriotismo y desinterés que nos guía hará que un acuerdo mutuo venga a consolidar la paz de nuestra acongojada patria, cimentándola con la satisfacción de las necesidades del pueblo.

Me es grato ofrecerme de usted como su afectísimo correligionario y atento S. s.

Venustiano Carranza.

Pedí, y se nos entregó, para nuestro regreso, el salvoconducto que pudiera servirnos al cruzar las avanzadas constitucionalistas y nos despedimos del señor Carranza, llevando la muy fundada creencia de que con él no llegaríamos a obtener el triunfo de los ideales revolucionarios.

Haciendo visitas a nuestros correligionarios radicados en la ciudad, supimos que el general zapatista Enrique Villa había sido detenido e internado en la Penitenciaría por haber llevado una comisión análoga a la nuestra.

Al día siguiente obró la buena suerte de que el coronel Zamora amaneció enfermo y por ello no nos fue posible regresar. En su auxilio acudió mi distinguido amigo y pariente el doctor Marcos Juárez, quien logró que el enfermo estuviera en condiciones de volver a los campamentos surianos y dar cuenta de nuestra comisión.

Fuimos advertidos de que la policía nos buscaba; pero nos favoreció la enfermedad del coronel Zamora, que nos obligó a demorar la salida hasta el día 29, por la mañana.

Habrá llamado la atención del lector la extrema rudeza de la carta firmada por el general Genovevo de la O y la exposición de sus comisionados, que merece los calificativos de atrevida y sincera.

Tal vez por el atrevimiento impregnado de sinceridad no se encerró el señor Carranza en un mutismo impenetrable, sino que expuso lo que sentía sin encubrir su repugnancia por el problema de la tierra, que no aceptaba como demanda revolucionaria. A pesar de su carácter reservado y. de estar frente a dos desconocidos, fue bastante explícito, pues disipó la duda sobre su posición ideológica.

La contestación escrita es sobria e irreprochable en la forma; lógica en el fondo, con la manera de pensar del señor Carranza. Alude a ideales que perseguimos y al triunfo de nuestra causa; pero excluye al movimiento suriano. Dice haber hablado extensamente con los comisionados sobre el amplio programa de reformas sociales; pero la conversación giró en torno de otros asuntos, pues no podía ser objero de ella un programa que no estaba formado, y hasta sale sobrando el calificativo de amplio que dió a lo inexistente.

Ni una alusión hizo al Plan de Ayala y a la lucha del sur, porque no les concedía valor alguno. Por esto, en la conversación dijo que los surianos debían someterse incondicionalmente para que hubiera paz. Tremendo era el problema, pues los principios y los hombres debían quedar al arbitrio del señor Carranza, cuyo criterio les era completamente adverso.

Muy enamorados de la paz debían de estar los hombres del sur para aceptar el sacrificio de todas las renunciaciones.

Índice de Emiliano Zapata y el agrarismo en México del General Gildardo MagañaTOMO IV - Capítulo XI - Primera parte -Ocupación de México por las fuerzas constitucionalistasTOMO IV - Capítulo XII - Constitucionalistas comprensivos y un zapatista michoacanoBiblioteca Virtual Antorcha