EMILIANO ZAPATA
Y EL
AGRARISMO EN MÉXICO
General Gildardo Magaña
Colaboración del Profesor Carlos Pérez Guerrero
TOMO IV
CAPÍTULO XII
CONSTITUCIONALISTAS COMPRENSIVOS Y UN ZAPATISTA MICHOACANO
Hemos dicho que simultáneamente a los actos hostiles hacia las huestes surianas, el general Zapata estaba recibiendo muestras de comprensión por parte de elementos constitucionalistas. Añadiremos que esas muestras no fueron pocas; pero más que su número importa la significación que tuvieron.
Uno de los comprensivos fue don Gerardo Murillo -Doctor Atl-, de quien dijimos en páginas anteriores que fue, en unión del general Manuel N. Robles, al encuentro de don Venustiano Carranza cuando supusieron que estaba en Teoloyucan. Pues bien; el señor Murillo dirigió al general Zapata una carta que fue contestada con la prontitud que permitían los acontecimientos.
Carta del general Zapata al Doctor Atl
La contestación dice así:
República Mexicana.
Ejército Libertador.
Cuartel General en Yautepec, agosto 21 de 1914.
Señor Dr. Atl. México, D. F.
Muy estimado señor:
Recibí la carta de usted de fecha 18 del presente y le manifiesto que con gusto recibiré al señor general Lucio Blanco para tratar asuntos relacionados con la causa del pueblo, y cuando lo desee puede pasar al Cuartel General de la Revolución en Yautepec, en donde tendré el gusto de estrechar su mano y hablar con toda franqueza con él, pues siempre lo he considerado hombre patriota y honrado desde que se levantó en armas.
Ha sido muy satisfactorio para mí que los señores generales Blanco, González y otros jefes estén dispuestos a ayudar con su contingente a la realización de la gran obra popular que se está emprendiendo, por lo que puede usted darles mis más sinceras felicitaciones, pues vuelvo a repetir a usted que si no se realiza el programa del Plan de Ayala, la guerra tiene que seguir hasta su fin.
Agradezco a usted que se haya molestado al proporcionar a las tropas del C. general Pacheco los víveres de que me habla.
Deseo que usted se conserve bien y soy su afmo. atto. y S. S.
El General Emiliano Zapata.
Probablemente, lo que más llame la atención en la carta preinserta es que varios generales y otros jefes constitucionalistas estuvieran dispuestos a prestar su ayuda en la realización de lo que en el documento se llama gran obra popular. Aclararemos que se trataba del contingente personal, y no de fuerzas, pues fue natural que hombres bien intencionados buscaran los medios para acabar con la tirante situación que existía. Por otra parte, sería insultante para el señor Murillo pensar que estaba sirviendo como intermediario para fines distintos del expresado.
Carta del general Lucio Blanco
Dos días más tarde, el general Zapata dirigió al general Lucio Blanco la siguiente carta:
República Mexicana.
Ejército Libertador.
Cuartel General en Yautepec, agosto 23 de 1914.
Señor general don Lucio Blanco.
México, D. F.
Muy estimado señor general y buen amigo:
He recibido a su enviado de usted, el señor Ramón R. Barrenechea, quien me expuso de una manera verbal los deseos de usted de que los Ejércitos se unan y que se llegue a un arreglo satisfactorio para que termine la guerra, a lo cual contesto para conocimiento de usted lo que sigue:
La Revolución que sostiene el Plan de Ayala está dispuesta a entrar en arreglos con los constitucionalistas y que se llegue a un acuerdo satisfactorio, pero que esos arreglos se ajusten estrictamente a los principios contenidos en el Plan de Ayala, mediante las siguientes bases:
Primera. Que el señor Venustiano Carranza y jefes del norte se adhieran al Plan de Ayala, firmandó su acta de adhesión.
Segunda. Que el Presidente Provisional de la República sea electo en una convención que formen todos los jefes revolucionarios de la República tal y como lo dispone el artículo doce del expresado Plan de Ayala.
Tercera. Que los elementos revolucionarios del norte y sur de la República designarán las personas que formen el gabinete de! Presidente Interino y que los secretarios del mismo duren en sus funciones todo el interinato, debiendo tener amplias facultades y obrar libremente los de Agricultura, Fomento, Gobernación, Justicia e Intrucción Pública, así como también que en cualesquiera circunstancias aquéllos serán removidos de acuerdo con los principales jefes del sur y norte de la República.
Cuarta. Que el Ejército del Norte permanecerá en la zona que domina, y que el Ejército del Sur militará también en la región que ocupa.
Quinta. Que las hostilidades quedarán rotas con la sola violación de cualquiera de las cláusulas o bases mencionadas anteriormente.
Estas son las condiciones para que cese la guerra y las pondrá usted a la consideración de sus compañeros, a efecto de que, para bien de la patria, quede solucionado el conflicto, porque los sostenedores del Plan de Ayala estamos dispuestos a no transigir en lo absoluto, y crea usted que apenas obramos con toda justicia, pues no se trata de asuntos particulares, sino del porvenir del país, y de no hacerlo así, ¿qué cuentas rendiría yo a los pueblos que tanto se han sacrificado para sostener esta prolongada lucha?
Espero que el patriotismo que lo anima le inspirará a secundar mis ideas sobre este asunto de tanta trascendencia.
Deseo a usted todo género de felicidades y que se conserve bien.
Su afmo. atto. amigo y seguro servidor.
El General Emiliano Zapata.
En nuestro concepto, las bases que acabamos de leer no son inaceptables, puesto que tampoco son deprimentes, sino razonables y justas, porque se trataba de grandes intereses revolucionarios. El general Zapata no había creado la tirante situación; sin embargo, nada indica que no estuviera dispuesto a oír contraproposiciones, puesto que deseaba solucionar el conflicto. Si lo importante para él era que se reconociera la justicia de la lucha suriana y que se llevara a cabo la reforma agraria, sobraban procedimientos que proponer y que seguir si el de la firma del acta de adhesión no se estimaba conveniente. Todo hubiera sido cuestión de voluntad y de una discusión bien intencionada y serena.
Siendo el Plan de Ayala más antiguo que el de Guadalupe, y, sobre todo, por su contenido social innegable, podía substituirse la forma del acta, como dijimos antes, por la pública aceptación de sus principios medulares y su incorporación al meramente político Plan de Guadalupe. Al decir lo anterior no damos rienda suelta a nuestra imaginación, pues, como veremos a su tiempo, el señor Carranza tuvo que apelar a este procedimiento el 12 de diciembre del mismo año 1914.
En cambio de la aceptación de los principios medulares, podía proponerse la incorporación del Ejército Libertador al Constitucionalista, o la celebración de un convenio de mutuos compromisos y concesiones, pues los surianos representaban un ideal y eran, por ese solo hecho, genuinos revolucionarios.
Con respecto a la segunda base, nada podía temer el señor Carranza -como sinceramente lo dijo el general Zapata en su carta, que ya conocemos-, pues si la designación del Presidente Provisional quedaba encomendada a una convención revolucionaria en la que estuvieran representados los jefes del norte y del sur, es segurísimo que podía contar con una abrumadora mayoría que al ratificar por una especie de referéndum lo dispuesto en el Plan de Guadalupe, haría la elección democrática e intachable.
Decimos abrumadora mayoría, porque de haber visto los surianos en el señor Carranza buena disposición para llevar a la práctica su demanda hubieran sido los primeros en apoyarlo. Por desgracia, se les veía desde la cima de la Primera Jefatura como un hacinamiento humano despreciable.
Consideremos someramente la actitud del general Lucio Blanco. Por el documento transcrito se ve que buscaba la forma de llegar a un entendimiento entre las fuerzas del sur y las constitucionalistas, colocadas en ese momento frente a frente sin una razón poderosa.
El envío de un emisario al general Zapata, si se le juzga desde el punto de vista militar puede calificarse de indisciplina, pues el general Blanco no estaba autorizado por el Primer Jefe ni, muchísimo menos se ajustó a los lineamientos de su política; pero desde el punto de vista revolucionario -sin duda más importante-, ese envío fue una bienintencionada gestión para evitar el choque de dos sectores. Además, debe considerarse como una manifestación de la corriente ideológica en las filas del constitucionalismo, pues así como el general Blanco no era ajeno al ideal agrario, también había otros jefes para quienes el objeto de la lucha no se limitaba al derrocamiento del gobierno huertista.
Conviene decir por qué el general Lucio Blanco envió a su emisario; mas para ello tenemos que referir actos que motivaron una conversación que tuvo con el general Eutimio Figueroa en la ciudad de México. A su vez la presencia del general Figueroa en dicha ciudad requiere un relato que con gusto vamos a hacer, pues en el tomo anterior ofrecimos ocuparnos nuevamente de esa figura del movimiento agrarista michoacano.
Eutimio Figueroa, en la campaña de Michoacán y Jalisco
Dijimos en el tomo anterior que el general Eutimio Figueroa se levantó en armas abrazando la bandera de Ayala. en San Antonio de la Loma, Estado de Jalisco, el 6 de marzo de 1913, y que con anterioridad lo había hecho en apoyo de la causa maderista (Gran parte de este capitulo se debe a los datos que tomamos de la interesante obra que tiene en preparación el señor coronel Gustavo Izazaga Cárdenas sobre el movimiento revolucionario en el Estado de Michoacán. Hacemos constar nuestro agradecimiento por su gentileza al permitirnos tomar esos datos y darlos a la publicidad antes de que aparezca su obra. También hacemos constar nuestro agradecimiento al señor Antonio León Cifuentes por habernos proporcionado datos y documentos relacionados con la actuación de su señor padre, don Carlos León. Anotación del profesor Carlos Pérez Guerrero).
Su condición personal antes de lanzarse a la Revolución, era la de un ranchero acomodado. Su padre fue don Jesús Figueroa, originario de Guaracha, Michoacán, avecindado en Jalisco por haber adquirido la propiedad rural de San Antonio de la Loma; que no era una hacienda, pero que hizo florecer a fuerza de constancia y trabajo, pues llegó a producirle anualmente más de trescientas cabezas de ganado mayor. La vida que llevaban don Jesús y su hijo Eutimio, así como la personal inclinación de ambos, favorecida por los recursos pecuniarios de que disponían, los hizo buenos jinetes, poseedores de excelentes caballos. Don Jesús Figueroa era un ranchero desinteresado, íntegro y valeroso; por estas cualidades fue generalmente querido y respetado en toda la región de la tierra caliente.
Cuando su hijo Eutimio tomó las armas en favor de la causa maderista don Jesús puso a su disposición todos los elementos con que contaba; pero hubo un hecho doloroso: el gobierno mandó aprehenderlo y lo tuvo en prisión para obligar al joven Figueroa a que depusiera su actitud rebelde. Inútil fue el procedimiento, pues don Jesús, con gran entereza, sostuvo no estar dispuesto a hacer indicación alguna a su hijo, seguro como estaba de que no rendiría las armas.
Las cualidades del padre fueron heredadas en gran parte por el hijo, y unidas a la popularidad de que gozaba el primero hicieron que el joven maderista lograra en poco tiempo reunir una fuerza de más de quinientos hombres que acudieron a su llamamiento, especialmente de Peribán, Los Reyes, Tepalcatepec, Chilchota, Chavinda, Jiquilpan, Buenavista, Pareo, Tancítaro, Apatzingán, Tocumbo y Tingüindín, del Estado de Michoacán.
Ya lo hemos visto al lado del general Marcos V. Méndez, y dijimos que al acontecer la muerte de este revolucionario emprendió Figueroa un viaje a Morelos para hablar con el general Zapata. Al volver a su región llevaba el más firme propósito de luchar hasta el sacrificio por el Plan de Ayala, y aunque no pudo desde luego realizar su propósito, al hacerlo, que fue en breve, tuvo la satisfacción de que su padre abrazara la causa, en cuyas filas alcanzó el grado de coronel.
El ofrecimiento hecho por don Jesús cuando Eutimio Figueroa se levantó en armas a favor del señor Madero quedó en pie ahora que ambos tomaban la causa del Plan de Ayala.
La lucha en Jalisco
Al iniciar su nueva etapa revolucionaria, Eutimio Figueroa hizo pública su situación de integrante de las fuerzas agraristas. Su intención fue la de revolucionar en Jalisco, y para ello se internó hasta Jicotlán de los Dolores, en donde tuvo una entrevista con el jefe Julián Magaña. Al marchar a esa región dejó una pequeña fuerza en Michoacán para que no se entibiase el entusiasmo de sus amigos y simpatizadores, pues siendo éste su Estado natal en él deseaba llevar a cabo algunas operaciones y, al mismo tiempo, responder en forma efectiva al llamamiento que le había hecho el general Guillermo García Aragón, como vimos en el tomo anterior.
Durante su ausencia, uno de sus subalternos, Margarito Sánchez, realizó la audaz toma de Buenavista Tomatlán, a fines de 1913. Con sólo diez hombres y atacando por sorpresa desarmó a ochenta federales que guarnecian la plaza, con lo que, además de hacerse de los elementos que necesitaba, se atrajo las simpatías de los habitantes de la región, a quienes sorprendió lo atrevido de ese hecho. Margarito Sánchez murió en 1920 con el grado de general brigadier, con la bien asentada fama de valiente y leal a su causa.
Mientras tanto, Figueroa siguió su marcha hacia la región de Pihuamo, en Jalisco, y allí conferenció con el jefe revolucionario José Bueno. Diremos, de paso, que este jefe tomó Colima en 1911 y que en el año 1917 se retiró a la vida privada. Refiere el general Figueroa que esta conferencia, como la tenida con Julián Magaña, le dejó gratísima impresión, pues encontró afinidad de ideas en dichos jefes. A esta impresión debe agregarse lo satisfactorio que le fue el recorrido por tierras jaliscienses, pues las acordadas de los lugares por donde tuvo que pasar eludieron su presencia al darse cuenta del número de hombres que lo seguían.
En Jalisco permaneció poco menos de tres meses, al cabo de los cuales, y en una reunión que tuvo con los elementos revolucionarios, acordaron que volviese a Michoacán, mientras que José Bueno se uniría al general Julián Medina para cooperar en la campaña jalisciense.
Combates en Michoacán
A fines de junio regresó Figueroa a San Antonio de la Loma, y sin pérdida de tiempo se internó en Michoacán, en donde tuvo conocimiento del desastre que había sufrido el general Guillermo Gacela Aragón. El 22 de agosto entabló combate en la sierra de Tingüindín contra las fuerzas del coronel Rodrigo Paliza, y como el resultado le fue adverso, se retiró a La Pedregoza, en el cerro de Tancítaro, en donde logró rehacerse. Unido al coronel Rafael Olivares Izazaga, de las fuerzas del general Gertrudis Sánchez, inició una travesía por la sierra y la cáñada, logrando tomar Corupo, Zacán y Chilcota, después de lo cual se retiró porque el coronel Olivares Izazaga tenía encomendado operar en esa región, en donde se sostuvo hasta que por ambiciones fue sacrificado por el teniente coronel Carlos Equihua. Conviene decir que al lado de su hermano y en la misma región luchaba el hoy general brigadier retirado Miguel Olivares Izazaga, quien más tarde prestó muy buenos servicios en el Ejército Nacional.
Interesantes documentos
A La Loma fueron a verlo Cenobio Moreno y Miguel de la Trinidad Regalado para invitarle a que se pusiese de acuerdo con el general Gertrudis Sánchez, quien bajo muy buenos auspicios estaba revolucionando en Michoacán.
Pero es necesario abrir un paréntesis para decir algo acerca de las tres personas que acabamos de mencionar: Cenobio Moreno, Miguel de la Trinidad Regalado y Gertrudis Sánchez. Con respecto al primero, y como en el volumen anterior solamente lo mencionamos al referirnos a uno de los núcleos que se formaron en Michoacán, conviene decir cómo fue su levantamiento y con quiénes estaba comprometido. Para ello reproduciremos un importante documento en el que, de paso, veremos el singular desinterés con que todos sus firmantes procedieron, sin olvidar lo importante y arriesgado de la empresa. Dice así el documento:
En la Villa de Parácuaro de Morelos, a los veintiún días del mes de abril de mil novecientos trece, los suscritos, reunidos en la casa habitación de don Daniel Pacheco con el objeto de formalizar las pláticas que desde hace más de un mes han tenido con respecto a la conveniencia de desconocer al actual gobierno del centro que preside el indigno general Victoriano Huerta y que antipatrióticamente están apoyando los de igual título y calificativo Félix Díaz, Manuel Mondragón y Aureliano Blanquet, y;
Considerando: que los medios violentos y atentatorios por los cuales Huerta asumió el poder de la República Mexicana violan palpablemente nuestra Constitución Política y nos desprestigian ante las naciones cultas, toda vez que el C. Presidente Constitucional, don Francisco I. Madero, y Vicepresidente, don José María Pino Suárez, fueron mandados asesinar, por personajes ambiciosos que antes se mencionan; y que la renuncia del C. Presidente de la República don Pedro Lascuráin se obtuvo por medio de la presión mediante la fuerza brutal y, por otra parte, tomando en cuenta la opinión pública, que es enteramente adversa a los inicuos asesinatos cometidos y a las frecuentes persecuciones injustificadas que actualmente se hacen a los hombres que fueron partidarios, y lo son todavía, del gran apóstol de la democracia, Madero, han resuelto constituirse en Junta Revolucionaria que apoyará, aun a costa de su sangre, el movimiento actual en contra de Huerta y de todo poder que sea creado bajo la administración, iniciado por los partidarios Maytorena y Carranza y secundado en nuestro Estado por los valientes generales Gertrudis Sánchez y Joaquín Amaro; porque los suscritos juzgan denigrante para el pueblo mexicano que la traición de unos cuantos ilusos en quienes la Patria había depositado su confianza la hagan regresar a épocas dictatoriales, y que el ejemplo de la inmoralidad que con su conducta han dado sufra el castigo por el poder de ese pueblo al cual pertenecemos, y que sólo anhela la reivindicación de sus derechos y de su soberanía, para cuyo fin no omitirán sacrificio alguno hasta derramar la última gota de su sangre, ni caerá en las falsas promesas de los reaccionarios porfiristas, cubiertas de hipocresía y dolo.
Por lo expuesto, la Junta Revolucionaria que se constituye por los suscritos deberá funcionar bajo las siguientes condiciones:
Primera. Los suscritos quedan solemnemente comprometidos, bajo su palabra de honor, a guardar las reservas debidas a este asunto, a trabajar con toda actividad por la reunión de elementos propicios a los fines que se persiguen, y si las circunstancias precipitan los planes, reunirse a iniciativa de cualquiera de los miembros de la Junta con los elementos que hayan podido reunirse para determinar lo que deba hacerse y acordar previamente quién debe asumir el mando, en la inteligencia que la designación de un jefe supremo para el movimiento se hará, respecto de los suscritos, por medio de disciplina para el mejor éxito de la empresa, pues todos nos consideramos con igual carácter de iniciadores.
Segunda. La misión de los suscritos se limitará a obtener el triunfo de la causa justa que se persigue, que consiste en el derrocamiento del Presidente Victoriano Huerta, a no admitir cualesquiera otro poder que surja bajo la administración y que se restablezca legalmente el poder constituído bajo las condiciones que los señores Carranza y Maytorena lo expresen ampliamente de acuerdo con los jefes principales que secunden el movimiento.
Tercera. Los suscritos respetarán al señor gobernador de Michoacán, doctor Miguel Silva, porque estamos convencidos de que su elección fue popular y de que reúne las dotes necesarias para hacer que el Estado prospere bajo su administración, siempre que el centro no ejerza presión alguna, a lo cual nos opondremos enérgicamente con las armas, puesto que ya las tenemos en la mano, desconociendo el gobierno de Huerta, que conceptuamos ilegal.
Cuarta. Careciendo la Junta Revolucionaria de elementos pecuniarios y de guerra para los fines que se propone, recurrirá a préstamos forzosos, al decomiso de parque, caballada y cualquiera otro elemento necesario a los fines que se persiguen, previo acuerdo de la Junta; pero en ningún caso se harán saqueos ni se permitirán asesinatos u otras depredaciones que desprestigien la causa, porque el fin que se persigue es enteramente patriótico, y al disponer de elementos extraños que no puedan aportar los miembros de la Junta se limitarán estrictamente a los indispensables para el sostenimiento de la misma Junta y de sus fuerzas.
Quinta. Logrado el triunfo de la causa, no pediremos al gobierno que le constituya legalmente ningún grado militar ni honores, puesto que nuestra recompenza más tarde será la satisfacción de haber sido útiles a nuestra Patria y de regresar a nuestros hogares dispuestos a reanudar los trabajos que nos producen el sustento para nuestras familias.
Sexta. Como las peripecias de la lucha que vamos a emprender pueden privarnos de la existencia a algunos de los miembros de esta Junta, y como todos tenemos numerosa familia, nos comprometemos solemnemente que todos los supervivientes prestarán auxilio pecuniario y moral, o en cualquiera otra forma necesaria, a los padres, hermanos, viudas e hijos de los que desgraciadamente sucumban en la lucha en bien de la Patria.
Séptima. Salvo caso de fuerza mayor, los miembros de la Junta determinan que el día 5 de mayo próximo se dé el grito de rebelión en este heroico pueblo con los elementos que se hayan podido reunir, bajo el concepto de que el descubrimiento de estos planes o cualquiera otra circunstancia imprevista obligan a todos y cada uno de los miembros a obrar en el sentido que mejor convenga a los intereses comunes, siempre que no sea contra el fin que buscamos.
Nicasio Villaseñor.
Carlos León.
Emigdio Sandoval.
José María Álvarez.
Delfino Torres.
Arnulfo B. García.
José L. Méndez.
Benjamín Yepez.
Nicolás Ortíz.
A pesar de las precauciones que se tomaron, se descubrió la conspiración y los conjurados tuvieron que reunirse con toda rapidez el 27 de abril, en la casa del señor Antonio Gutiérrez, en Parácuaro, donde acordaron nombrar jefe a Cenobio Moreno y llevar a cabo el levantamiento al día siguiente, a las doce horas.
Veamos ahora algo que concierne a las otras dos personas que motivaron este parentesis.
Con respecto a Miguel de la Trinidad Regalado, ya hemos dicho que con justicia se le llamó el apóstol del indio; añadiremos que tras el desastre del general Guillermo García Aragon, del que nos ocupamos en el tomo anterior, buscó aproximarse a los jefes que estaban operando en Michoacán, y siguiendo la trayectoria que se había trazado se dirigió al general Gertrudis Sánchez pidiéndole que en cumplimiento del artículo tercero del Plan de San Luis Potosí, y aprovechando el movimiento revolucionario, se procediera a deslindar los ejidos de los pueblos pertenecientes a la raza indígena. Su petición dió la oportunidad de que el general Sánchez expresara su sentir, como vamos a verlo en el siguiente documento:
Ejército beligerante
División Sur
Sufragio Efectivo. No Reelección.
Junio 23 de 1913.
Quedo enterado por el atento ocurso de ustedes, de fecha 16 del presente mes (junio), que piden el deslinde de los ejidos de los pueblos que ustedes representan, aprovechando el estado revolucionario del país para favorecer a la raza indígena de un modo práctico y conforme al artículo tercero del Plan de San Luis Potosí, y ayuda al Ejército Beligerante.
En respuesta, manifiesto a ustedes que yo, como todos los jefes principales de la Revolución, tenemos el firme propósito de cumplir las promesas del expresado Plan de San Luis que sustentó la gloriosa Revolución de 1910, y, por tanto, me satisface que los indígenas de los pueblos que ustedes representan estén dispuestos a prestar su ayuda a la patriótica causa que defendemos contra un poder usurpador, el que a su vez, está sostenido por los despojadores de terrenos que pertenecieron a las antiguas comunidades indígenas.
En este concepto, el suscrito General en Jefe de la División del Sur del Ejército beligerante de los Estados Unidos Mexicanos espera que ustedes y sus representados acudan a las armas sin pérdida de tiempo, a fin de que en breve término se consiga el triunfo de la Revolución y en seguida se inicien ante las Cámaras colegisladoras las leyes referentes al problema agrario, declarando expropiables por causa de utilidad pública los terrenos que fueren necesarios para la constitución de los ejidos y estableciendo comisiones inspectoras de títulos que amparen las propiedades raíces, que dictaminarán acerca de su validez y fuerza para los efectos correspondientes, pues los ideales de la Revolución comprenden no sólo la libertad y la justicia, sino también la equidad y la fraternidad.
Lo que comunico a ustedes para su conocimiento y demás fines.
El General en Jefe de la División del Sur. General Gertrudis Sánchez.
A los ciudadanos Miguel de la Trinidad Regalado y Jesús González Zacapu.
Significativas entrevistas
Cerramos el paréntesis y volvemos al punto de nuestra narración, en que Cenobio Moreno y Miguel de la Trinidad Regalado fueron a ver al general Eutimio Figueroa con objeto de que en sus operaciones se pusiera de acuerdo con el general Gertrudis Sánchez.
Entre sinceros revolucionarios no podía haber discrepancias de fondo, y por ello la entrevista fue cordial. Figueroa expuso que iba a proceder como lo había hecho cuando el general Guillermo García Aragón llegó a tierra michoacana y en nombre del general Zapata lo invitó a unirse a las fuerzas que llevaba. Estando ahora, como entonces, despojado de toda ambición, y teniendo su actitud revolucionaria un objeto bien definido, lo diría así al general Gertrudis Sánchez, y lealmente se pondría de acuerdo con él, subordinándose si para la unidad de mando así convenía, siempre que, a su vez, estuviera dispuesto a cooperar a la reivindicación de la tierra; pero que en todo caso debía entenderse que seguiría considerándose parte integrante de las fuerzas del general Zapata, cuyas órdenes acataría sobre cualesquiera otras.
Días más tarde tuvieron una entrevista los revolucionarios Gertrudis Sánchez y Eutimio Figueroa. El primero demostró, para el problema de la tierra, la misma disposición de ánimo que en su nota preinserta hemos visto, y como resultado de la entrevista lanzó su manifiesto a la raza indígena michoacana, en el que la invitó a levantarse en armas contra el gobierno de Huerta e hizo el ofrecimiento de que al triunfo de la Revolución se devolverían, por el nuevo gobierno, las tierras de que habían sido despojados los pueblos.
El documento, de singular importancia por su contenido social, honra mucho a quien lo firmó; pero también honra al general Figueroa, pues la exposición franca de su posición ideológica determinó que el manifiesto se lanzara. Mas no debemos olvidar al pueblo michoacano, pues respondió generosamente al llamamiento que se le hizo, bien dispuesto como estaba para sacrificarse por la resolución del problema agrario.
Cómo cooperaron los dos generales
Como parte del acuerdo entre los dos generales, Sánchez y Figueroa, se convino en que el último haría cuanto estuviera de su parte para mantener a raya a las fuerzas irregulares mandadas por el jefe federal Gordiano Guzmán, así como a las también irregulares que encabezaba el teniente coronel Jesús Cíntora. Diremos, de paso, que Gordiano Guzmán alcanzó el grado de general de división en las fuerzas reaccionarias.
En cumplimiento de lo convenido, Figueroa permaneció en plena actividad en la región de la tierra caliente de Michoacán hasta fines de 1913.
Mientras tanto, Gertrudis Sánchez llevó a cabo su campaña en el centro del Estado, pues luego de tomar Huetamo emprendió la batida sobre las plazas de Tacámbaro, Pátzcuaro y Uruapan, plaza que atacó el general Joaquín Amaro el 6 de junio y que tomó el 24 del mismo mes, en que llevó a cabo su segundo ataque. En agosto de ese mismo año las fuerzas del general Sánchez tuvieron un fuerte tiroteo en las inmediaciones del pueblo de Santa María, que en esos momentos celebraba su fiesta anual, a la que tradicionalmente concurren muchos de los habitantes de la cercana ciudad de Morelia.
La importante plaza de Zamora también cayó en poder de las fuerzas del general Sánchez, al mando del general José Rentería Luviano; pero fue necesario abandonarla y retirarse a Guaracha, en donde las fuerzas federales dieron alcance a las revolucionarias, haciéndoles perder hombres, caballada y municiones. Los derrotados revolucionarios marcharon a San Antonio de las Huertas, en donde el general Sánchez tenía establecido su cuartel general, y allí lograron rehacerse.
Eutimio Figueroa siguió combatiendo a Gordiano Guzmán, a cuyas fuerzas no dejó pasar de la región que se le había señalado hasta que, tras de no pocos esfuerzos y diversas alternativas, logró dominarlas.
Entre los combates que tuvo debemós mencionar, por su trascendencia, el de Corral de Piedra contra los elementos al mando del teniente coronel irregular Octavio de la Peña, uno de los más déspotas y sanguinarios huertistas, verdadero azote de los pueblos, a quien Figueroa derrotó.
Hallándose éste en Guaricha, marchó hacia las cercanías de Tancítaro, donde combatió y derrotó a las fuerzas federales que había; pero no entró en la plaza porque estimó conveniente dirigirse a Peribán, una vez deshecho el enemigo. La marcha tuvo por objeto ayudar al coronel Gregario Casillas. Ocupada la plaza, marcharon a Los Reyes, que tomó Casillas con parte de las fuerzas que Figueroa le proporcionó.
Ya sin enemigo en la región de la tierra caliente, siguió combatiendo en el centro del Estado. Para entonces, el efectivo de las fuerzas del general Figueroa ascendía a tres mil quinientos hombres.
Hacia Jalisco
Estando en La Loma se le presentó Julián Magaña, quien, por encargo del general Julián Medina, fue a pedirle su cooperación en la campaña de Jalisco. Dejó en Michoacán a los coroneles Salvador Alvarez hijo, Pedro Torres y Gregorio Casillas, bajo la jefatura del primero, y llevó consigo a los tenientes coroneles Miguel Valentón, Margarito Sánchez, Francisco Barajas y José Magaña. Con ellos, y con una parte considerable de sus fuerzas, cooperó en la campaña de Jalisco durante tres meses, al cabo de los cuales regresó a Michoacán en donde siguió combatiendo hasta mayo de 1914, marchando nuevamente a Jalisco para ponerse al lado del general Julián Medina. Por esta circunstancia tomó parte en los preparativos y en el combate de Orendáin, que se efectuó el 7 de julio.
Destruído el enemigo en esa acción y en la del Castillo -en la que perdió la vida el general federal José Mier, jefe de las tropas federales en Jalisco-; ocupada la ciudad de Guadalajara por el general Obregón, y en poder del Ejército constitucionalista todo el Estado, Figueroa marchó con la columna que tenía como objetivo final la ciudad de México, incorporado a las fuerzas de caballería que comandaba el general Lucio Blanco, fuerzas que formaban parte del Cuerpo de Ejército del Noroeste, bajo la jefatura del general Alvaro Obregón.
Las circunstancias de que el general Figueroa fuera un buen jinete y que sus fuerzas estuvieran integradas por bien montados rancheros; que el general Lucio Blanco también fuera un excelente caballista y que comandara tropas de caballería, hicieron que entre ambos se estableciese muy pronto una corriente de amistad.
Actitud de los generales Figueroa y Blanco
Estando ahora en la ciudad de México, el general Figueroa recibió órdenes de salir con sus fuerzas a diversos puntos del Valle para ocupar posiciones frente a las surianas.
Se hallaba contrariado desde que supo que los constitucionalistas habían relevado a los federales, como si las huestes del sur fueran enemigas. No alcanzaba a comprender el por qué de esa inesperada actitud, pues el ideal agrario, con tantos sacrificios sostenido por las fuerzas del general Zapata, era, en su concepto, un objetivo grandioso de la lucha, y así lo habían reconocido distintos jefes constitucionalistas con quienes había tratado.
La contrariedad que ya experimentaba subió de punto al recibir órdenes de colocar a sus elementos frente a los agraristas, con quienes estaba ligado. Acudió, pues, al general Lucio Blanco para exponerle su situación y su ya probada actitud de fidelidad a su bandera.
El general Blanco oyó con interés la exposición del general Figueroa, quien le recordó que había tomado parte en el combate de Orendáin como colaborador zapatista, pues se hallaba en la región y siempre había prestado su brazo y el contingente de sus fuerzas a los jefes revolucionarios que lo habían solicitado sin tomar en Cuenta que se denominaran constitucionalistas, pues para él las denominaciones eran circunstanciales y jamás supuso que significarían, precisamente en el momento del triunfo, una divergencia como la que existía. Siguió recordando al general Blanco, que después del combate de Orendáin continuó hacia la capital unido a las fuerzas de su interlocutor, por la sincera amistad que entre ellos había y porque tuvo la seguridad de que en México estaría el general Zapata como consecuencia del triunfo de las armas; pero que de haber supuesto siquiera la situación que iba a sobrevenir no hubiera tomado. parte en el combate y, en todo caso, habría regresado inmediatamente después a Michoacán.
El general Blanco elogió la actitud leal del general Figueroa y le ofreció intervenir para que se revocara la disposición que tanto le había disgustado. Agradeció el general Figueroa la solución de su asunto y siguió diciendo que dadas las condiciones que prevalecían entre constitucionalistas y surianos creía indebido continuar entre aquéllos, por lo que le suplicaba interponer su influencia para que se le dejase regresar con sus tropas al lugar de su origen.
El general Blanco explicó que consideraba muy difícil que se accediera a su pretensión, al menos mientras durase la tirantez que había; pero que estaba tratando de encontrar una base que le permitiera intervenir, en unión de otros jefes, a tomar una actitud decorosa, para lo cual había enviado en aquellos días un emisario al general Zapata.
Figueroa deseaba salir a todo trance de la capital, por lo que, después de discutir ampliamente el punto, convino en que sus fuerzas quedarían incorporadas a las del general Blanco, bajo la solemne promesa de no utilizarlas en contra de las surianas. Así pactado, el general Figueroa saldría a Morelos con una pequeña escolta, y al ponerse al habla con el general Zapata le anunciaría el pronto arribo de un nuevo emisario del general Blanco para seguir tratando el asunto que al primero de sus enviados le había confiado.
El general Figueroa sale a Morelos
El general Eutimio Figueroa salió entonces hacia el Estado de Morelos; pero sucedió que en El Capulín fue detenido por el general Vicente Navarro, a quien pareció muy sospechosa la presencia de un hombre acompañadó de una reducida escolta y que diciéndose defensor del Plan de Ayala procedía, sin embargo, del campo constitucionalista.
Afortunadamente estaba entre las fuerzas de Navarro el coronel Albino Ortiz, originario de Zamora, Estado de Michoacán, y que por conocer ampliamente al general Figueroa terció en su favor. Hubo la explicación del caso; siguió la plática ya franca entre camaradas y, finalmente, en compañía del coronel Albino Ortiz prosiguió el general Figueroa hasta Cuernavaca. Allí conferenció con el general Zapata, quien aprobó la conducta seguida por Figueroa en la ciudad de México, y posteriormente le dió amplias instrucciones para que marchase a Michoacán a continuar la lucha en pro del ideal agrario. Al despedirlo, le entregó el nombramiento de general de brigada y denominó a sus fuerzas Brigada Eutimio Figueroa, que fue el pie de la División que organizó en la tercera etapa de la lucha llevada a cabo por este jefe.
Hacia Michoacán
El ahora general de brigada Eutimio Figueroa regresó a Michoacán sin pérdida de tiempo para dedicarse con febril actividad a organizar las fuerzas que allí había dejado, con las cuales se extendió por los distritos de Uruapan -donde estableció su Cuartel General-, Zamora, Los Reyes, Jiquilpan, Apatzingán, Coalcomán y Aneaga así como Tecatitlán, Pihuamo, Manzanilla y Santa María del Oro, del Estado de Jalisco, cuya jefatura encomendó al coronel Celso Reynaga.
Por su parte las fuerzas del general Gertrudis Sánchez ocupaban los distritos de Pátzcuaro, Tacámbaro, Huetamo, Zinapécuaro, Maravatío, La Piedad y Morelia, en donde estableció su Cuartel General.
El general Figueroa hizo que en toda la zona ocupada por sus fuerzas se publicara por bando el Plan de Ayala y que se fijasen ejemplares impresos en los parajes públicos. Como consecuencia, los pueblos fueron tomando posesión de las tierras de que se consideraban despojados, si bien tal cosa fue haciéndose lentamente, pues los latifundistas apelaron a todos los recursos, inclusive el de la explotación de las creencias religiosas, pues llamando robo a la acción restitutoria de la Revolución, amenazaron a los sencillos campesinos con la condenación eterna. El general Figueroa respondió prestando todo su apoyo para que los pueblos entraran en posesión de las tierras y la mantuvieran con las armas en la mano, de conformidad con lo dispuesto en el Plan de Ayala. Además, dictó disposiciones de carácter administrativo para el mismo objeto, siendo Atacheo el primero de los pueblos favorecidos con esas disposiciones.
Así las cosas, sobrevino la ruptura de hostilidades entre surianos y constitucionalistas.
Michoacán, revolucionario
En la narración que a muy grandes rasgos acabamos de hacer sólo hemos mencionado algunos nombres de quienes tomaron parte en la lucha como elementos armados; pero no hemos podido siquiera referirnos a los simpatizadores y partidarios no armados que de diversas maneras prestaron su valiosa ayuda. La omisión no ha sido voluntaria.
La fustigada clase campesina, que hondamente sentía la necesidad de la tierra, de la libertad y la justicia, dió, generosa, la mayoría de los combatientes. La clase obrera también aportó su contingente, y de la clase media surgieron muchos elementos que con orgullo pueden ostentar el título de revolucionarios.
De esta clase media, entre los que había muchos profesionales, hubo personas que se apresuraron a unirse al movimiento revolucionario. Citaremos tan sólo al profesor de farmacia Carlos Pérez Gil y al doctor José Pilar Ruiz, quien más tarde figuró entre los que, como constituyentes, suscribieron la Carta de Querétaro.
No pasaremos por alto la destacada figura del doctor Miguel Silva, cuya ejemplar vida de laboriosidad y de filantropía hizo que estuviera muy cerca del corazón de su pueblo. Fue un sincero maderista de levantadas ideas a quien el voto limpio de sus conciudadanos llevó, en 1912, al elevado cargo de gobernador constitucional. Uno de sus primeros actos como gobernante fue la abolición de las jefaturas políticas, tan odiadas en Michoacán como en los demás Estados.
Un año más tarde, al estallar el cuartelazo de la Ciudadela, y viendo que el señor Madero corría inminente peligro en la metrópoli, envio al coronel Alberto Dorantes, a la sazón jefe de las fuerzas irregulares en el Estado, a que visitara al Presidente y le ofreciese ir a Michoacán, en donde el gobernador se esforzaría para darle todas las seguridades a fin de que sorteara la infidencia de los cuartelarios; pero el señor Madero, con esa confianza que nadie le hizo perder, declinó el ofrecimiento y dijo que se sentía seguro y capaz de dominar la rebelión.
Al ocupar la Presidencia de la República el usurpador depuso al doctor Silva, quien tuvo que salir furtivamente de Morelia para salvar la vida.
Meses más tarde el doctor Silva se presentó en Hermosillo al señor Carranza, poniéndose a sus órdenes; pero fue acogido con una cortés frialdad. Con motivo del caso Benton, el Primer Jefe lo comisionó, en unión del señor ingeniero Pascual Ortiz Rubio, para visitar al general Villa e investigar lo sucedido. Dándose cuenta del valimiento del doctor Silva, el general Villa lo retuvo a su lado y le dió todas las facilidades para que organizara el servicio médico, de que tanto necesitaba en la campaña.
La prudencia, discreción y tino del doctor Silva hicieron que el general Villa lo designara como uno de los representantes de la División del Norte en las pláticas que culminaron con la firma de los Tratados de Torreón.
A la memorable batalla de Zacatecas asistió el profesional como jefe del bien organizado servicio médico de la División del Norte.
Posteriormente, cuando la Revolución se dividió, el doctor Silva fue desterrado a La Habana por órdenes directas del señor Carranza, y no valieron todos los esfuerzos de sus conterráneos, amigos y simpatizadores para que se le permitiera volver al suelo patrio. La muerte sorprendió en el extranjero a este filántropo y revolucionario michoacano.
La sincera, y por sincera, inquieta, juventud estudiantil contribuyó con sus valores revolucionarios. A fines de 1913 era notable el grupo que se había formado en el Primitivo y Nacional Colegio de San Nicolás de Hidalgo. Dicho grupo, haciendo honor a la tradición de su casa de estudios, adoptó la más resuelta actitud, con el asombro de la aristocracia provinciana y el disgusto de las autoridades huertistas, que tacharon a los estudiantes nicolaítas de ingratos para con el gobierno, como si por el hecho de estar recibiendo educación en un plantel oficial, que, en último análisis, sostenía la sociedad, estuvieran obligados a doblar la cerviz ante el gobierno usurpador y a mirar con indiferencia la gigantesca lucha que sus conterráneos estaban llevando a cabo.
En el grupo de estudiantes se destacó Isaac Arriaga, cuyas tendencias sociales lo llevaron al sacrificio de su vida.
Volvemos a mencionar al general Gertrudis Sánchez, pues al asumir el cargo de gobernador provisional del Estado, quiso cumplir la promesa contenida en el manifiesto a la raza indígena michoacana que había lanzado inmediatamente después de su conferencia con el general Eutimio Figueroa, y por ello dictó disposiciones tendientes a iniciar la resolución del problema agrario. Por esta circunstancia, el general Figueroa siguió manteniendo cordiales relaciones con el ahora gobernante, cuya administración reconoció y apoyó.
Como no ha faltado quien asegure que el general Sánchez sólo contemporizó con los agraristas mientras podía conectarse con el jefe del Ejército Constitucionalista, vamos a reproducir tres documentos que fijan la posición del mencionado general con respecto al problema agrario. Pero, desde luego, llamaremos la atención del lector de que en los mencionados documentos ya no aparece el general Sánchez como jefe de una división del Ejército beligerante ni usa el lema Sufragio efectivo. No reelección, que vimos empleado en el documento transcrito en páginas anteriores, sino que firma como jefe de una división del Ejército Constitucionalista y adopta el lema de dicho Ejército: Constitución y Reformas.
En dos de los documentos anunciados nos adelantamos mucho a los sucesos que estamos relatando; pero hemos creído conveniente presentar al general Gertrudis Sánchez con la comprensión que tuvo, aunque su pensamiento haya sido el de que la resolución del problema agrario debía llevarse a cabo mediante la expedición de leyes adecuadas y, por lo mismo, como consecuencia de la consolidación del gobierno revolucionario. En este punto difería del general Eutimio Figueroa, quien, como todos sus correligionarios, pensaba que dada la complejidad del problema debía iniciarse la resolución de una de sus fases precisamente dentro de la lucha armada, para que con el advenimiento de la paz hubiera una situación de hecho que los nuevos gobernantes tuvieran que reconocer y que los obligara a modificar las leyes en el sentido de la demanda revolucionaria, pues se deseaba que la aspiración no quedase insatisfecha, como tantas otras por las que el pueblo mexicano ha dado, generoso, su sangre. Sin embargo, esa divergencia no fue suficiente para distanciarlo del general Sánchez, pues vió que había la suficiente comprensión del problema.
Antes de reproducir el primero de los documentos, diremos que lo obtuvimos de la señora viuda de Miguel de Trinidad Regalado, cuya gentileza agradecemos.
Dice así el documento:
Ejército Constitucionalista.
Cuerpo de Ejército de Occidente.
División del Sur.
Cuartel General.
Este Cuartel General autoriza ampliamente al coronel José Miguel Trinidad Regalado para que en todos los puntos del Estado que visite recabe y haga efectivos préstamos forzosos a los enemigos de la Causa Constitucionalista, dando cuenta del resultado de sus gestiones al jefe de la plaza más inmediata que se encuentre, y a quienes recurrirá en caso necesario para hacer efectivos los auxilios que necesite, para que no se interrumpa su marcha.
En cuanto a los terrenos en litigio con los indígenas que pretenden su inmediata repartición, devolución, etc., se les manifiesta que una vez terminada la pacificación se procederá con toda equidad y justicia al cumplimiento del problema agrario; entretanto, exhibirán documentos y expresarán sus razones al señor coronel Regalado para que tome nota y en su oportunidad se proceda a lo conveniente.
Constitución y Reformas.
Morelia, agosto 11 de 1914.
El Genéral en Jefe, G. G. Sánchez.
El segundo de los documentos, de fecha posterior, deja ver que el general Gertrudis Sánchez estaba procediendo en forma un tanto más efectiva con respecto al problema de la tierra, quizá porque había meditado más acerca de él; tal vez porque en su condición de gobernante se había aproximado más a las necesidades de la clase campesina, o bien porque los pueblos, apoyados en las promesas que les había hecho, reclamaban ahora una pronta y eficaz intervención.
El texto del documento es el que sigue:
c. coronel Regalado:
He tenido a bien acordar quede usted comisionado para investigar todo lo relativo a comunidades de indígenas y la devolución de los montes, pastos y terrenos de que éstos han sido despojados, quedando facultado para dictar aquellas providencias de carácter estrictamente urgente y necesario, debiendo formar expedientes con el resultado de cada investigación, remitiéndolos a la Comisión Interventora de Bienes Rústicos y Urbanos en Morelia para que resuelva lo que proceda en Derecho.
Constitución y Reformas.
Uruapan, enero 8 de 1915.
El Gobernador y Comandante Militar de Michoacán.
General en Jefe de la División del Sur, G. G. Sánchez.
En el tercero de los documentos anunciados, y que sólo es posterior en veintitrés días al que acabamos de copiar, el general Gertrudis Sánchez se muestra más firme en su posición agrarista, pues además de mencionar algunas de las providencias que tomó como gobernante demuestra que ha penetrado en el problema para comprender sus causas eficientes.
Y porque las había comprendido, hay un dejo de amargura en sus palabras al referirse a los acontecimientos que se estaban desarrollando; esos acontecimientos lo hacen declarar lisa, llana, francamente, que no se levantó en armas por razones políticas, sino por la reivindicación de los derechos de los desheredados, y que en su obra no tuvo más apoyo que el del pueblo.
Habla de la creación de un tribunal en que sin tardías gestiones ni dificultades se atendieran las demandas y se alcanzara justicia. Ese tribunal no es sino uno de los señalados por el artículo sexto del Plan de Ayala, al que el general Sánchez se iba aproximando ideológicamente. Razón tenía el general Eutimio Figueroa cuando reconoció y apoyó al gobierno del general Gertrudis Sánchez, quien se expresa así:
MANIFIESTO AL PUEBLO DEL ESTADO
Michoacanos:
En estos momentos de crisis para nuestra Patria, cuando la mayor desorganización reina, por desgracia, entre nuestros elementos revolucionarios y la gangrena de los personalismos amenaza destruir la obra de los supremos ideales, he recordado que al levantarme en armas en 1913 y llevar por bandera la reivindicación de los derechos y libertades del oprimido no tuve más apoyo ni conté con más ayuda que el apoyo y ayuda del pueblo, y por esto quiero corresponderle decidido y tener, al mismo tiempo, la satisfacción íntima de llevar adelante mis ideales poniendo en práctica inmediatamente las promesas que la revolución ha hecho y que por atenciones de la campaña y organización del gobierno no se llevaron antes a la práctica.
Me dirijo principalmente a los indígenas michoacanos, noble raza vejada y robada por dictadores y caciques, y a los pobres trabajadores del campo, cuyas quejas en demanda de justicia se ahogan siempre entre los tesoros del potentado.
Para remover estos obstáculos expedí los decretos de 25 del actual, creando la Oficina de Reclamaciones en todo el Estado de Michoacán, y haciendo constar en ellos el objeto y las facultades de dicha oficina.
Mi empeño especial ha sido la creación de un tribunal en donde sean recibidas sin dificultades ni gastos de ninguna especie las quejas de los pobres, y en donde todos encuentren la más violenta y estricta justicia.
Quiero que haya en todo el Estado representantes míos que estudien las necesidades del pueblo, que atiendan sus peticiones y quejas para dictar yo, inmediatamente, los acuerdos que sean conducentes a su mejoramiento, y que se descubra a los enemigos de nuestra causa que han logrado sustraerse a la acción revolucionaria y seguir impidiendo que se lleven sus idiales a la práctica.
Finalmente, excito a todos los habitantes del Estado que se crean víctimas de injusticias, aun por parte de mi mismo gobierno, para que presenten inmediatamente sus reclamaciones, pues es mi mayor deseo ajustarme en todo a la ley y a la justicia.
Constitución y Reformas.
Morelia, enero 30 de 1915.
El Gobernador y General en Jefe de la División del Suroeste, Gertrudis G. Sánchez.
Hemos hablado en esta obra de una corriente ideológica no encauzada dentro del constitucionalismo, y buena prueba son los documentos que acabamos de copiar. En ellos vemos generosas disposiciones de un gobernador y levantadas ideas de un revolucionario que se había aproximado mucho al corazón del pueblo, que anhelaba no sólo el derrocamiento del huertismo, sino la resolución del hondo problema de la tierra.
Los documentos transcritos honran notablemente al general Gertrudis Sánchez; pero, bien miradas, son la trayectoria que había seguido hasta penetrar en los problemas sociales y proclamar la justicia de las demandas contenidas en el Plan de Ayala, al que sin mencionarlo, se iba acercando a gran prisa ese gobernador michoacano.
Mas no fue el único. Muy justo es recordar a otro revolucionario de tendencias agraristas: al general José Rentería Luviano, quien, cuando tuvo a su cargo el gobierno del mismo Estado de Michoacán, llevó a cabo, con mano firme, reivindicaciones de tierras, especialmente en la región de La Cañada.
Para cerrar esta narración, diremos que en la región de San Antonio de La Loma el general Eutimio Figueroa estableció con sus fuerzas una comunidad revolucionaria, tal vez de tipo precortesiano. Alternando sus actividades, los actores de la lucha armada fueron en esa comunidad trábajadores de la tierra y ganaderos que con su trabajo sin presiones crearon una fuerza económica que contribuyó eficazmente a la campaña.
¿Hablaron en aquellos hombres sus antepasados? ¿Por sus necesidades se coligaron? Ambas cosas pueden haber sucedido; pero aquella comunidad revolucionaria no se inspiró en prédica alguna. Nació, como las flores silvestres, en el ambiente libérrimo del campo.