EMILIANO ZAPATA
Y EL
AGRARISMO EN MÉXICO
General Gildardo Magaña
Colaboración del Profesor Carlos Pérez Guerrero
TOMO IV
CAPÍTULO III
EL ESTADO DE SONORA EN EL MOVIMIENTO REVOLUCIONARIO
Con alguna extensión nos hemos ocupado en esta obra de los esfuerzos hechos en el Estado de Coahuila, donde surgió el constitucionalismo, y en el de Tamaulipas, donde apareció un brote agrarista. Muy justo es decir algo sobre los esfuerzos que también hicieron los hijos del Estado de Sonora, quienes, desde el instante en que tuvieron noticias del cuartelazo que estalló en México, en febrero de 1913, pensaron que su deber estaba en atacar a Victoriano Huerta. Es preciso, por lo tanto, que narremos a grandes rasgos los acontecimientos, para que pueda apreciarse mejor la obra de los sonorenses.
Actitud de Maytorena
Era gobernador constitucional de Sonora don José María Maytorena, cuando en México estalló el cuartelazo de la Ciudadela. Las primeras noticias que se tuvieron, y a pesar de la grave situación, estaban llenas de optimismo, pues reflejaban el sentir del señor Madero, quien comunicó a los gobernadores que tenía confianza en que las fuerzas leales acabarían por sofocar el pronunciamiento; pero al optimismo siguió una gran agitación cuando se supo en público la aprehensión de los señores Presidente y Vicepresidente de la República.
Esas noticias abatieron el ánimo del señor Maytorena, por el estado de su salud en aquellos días y por la rapidez con que los sucesos se estaban desarrollando. Buscó entonces la opinión de algunas personas, entre ellas la del coronel Alvaro Obregón, a quien llamó con urgencia. Este señor, de paso por Navojoa, conferenció con los señores Fermín Carpio, Severino A. Talamantes, J. Obregón e I. Mendívil, quienes sintieron como obligación imperiosa la de tomar las armas, y decidieron acompañar al coronel Obregón en su viaje a Hermosillo para ofrecer sus servicios al gobernador del Estado. Así lo hicieron todos, a excepción de Mendívil, cuyas intenciones fueron las de salir desde luego a Sinaloa para levantar gente en el distrito de El Fuerte, en donde contaba con simpatías entre los trabajadores.
El gobernador Maytorena, por su parte, estuvo recibiendo adhesiones de casi todas las poblaciones del Estado. En vista de ellas, el coronel Obregón le expresó su sentir de que debía llevarse a cabo un movimiento armado, que bien podía principiar en Alamos, encabezado por las personas arriba mencionadas; pero el gobernador parecía inclinado a esperar nuevos sucesos que determinaran la actitud que debía asumir.
Sin embargo, a iniciativa de los coroneles Obregón, Benjamín G. Hill, Juan G. Cabral y mayor Salvador Alvarado, quienes pensaban que Sonora debía rebelarse inmediatamente, ordenó el gobernador Maytorena la reconcentración de las fuerzas irregulares del Estado en su capital, para impedir que los federales dispusieran de ellas.
La noticia del asesipato de los señores Madero y Pino Suárez produjo en Sonora una oleada de indignación y determinó que se sublevasen en Frontera el presidente municipal, don Aniceto Campos, y el regidor, Camilo Gastélum; en Cananea, el también presidente municipal, don Manuel M. Diéguez; en Nacozari, los señores Bracamontes y Macías, y en Agua Prieta, el comisario de policía, don Plutarco Elías Calles, el mayor Antúnez y el capitán Cruz Gálvez.
En vista de los cruentos sucesos de la ciudad de México, el señor Maytorena envió a una comisión para que conferenciara con el gobernador de Sinaloa, don Felipe Riveros, y designó al secretario general de gobierno, don Ismael Padilla, para que también conferenciara con el gobernador de Coahuila, don Venustiano Carranza.
El señor Padilla procedió en una forma dolosa, pues comunicó al señor Carranza que en Sonora se había reconocido al gobierno de Huerta, y dirigió al señor Maytorena, desde Piedras Negras, un telegrama informándole que el señor Carranza había reconocido al usurpador. El telegrama causó en el ánimo del gobernador Maytorena el más desastroso efecto, pues ignoraba el doble engaño de su enviado, y ante la presión que estaban ejerciendo algunas personas para que se rebelase, y en vista de los informes desfavorables que había recibido, optó por solicitar del congreso local una licencia para separarse de su puesto por el término de seis meses. Obtenida la licencia, salió de Hermosillo en compañía de algunos empleados de su confianza, entre los que estaba el señor Francisco R. Serrano, quien desempeñaba las funciones de secretario particular del gobernador.
Se desconoce a Huerta
Al conceder el congreso licencia al gobernador constitucional, llamó para substituirlo a don /Ignacio L. Pesqueira, con cuya presencia en el gobierno las cosas tomaron definitivo rumbo. Con mejores informes, y unificados con el nuevo gobernante los que hacían oposición al señor Maytorena, el Estado de Sonora definió su actitud, y he aquí el decreto, cuya importancia está fuera de toda ponderación:
Ignacio L. Pesqueira, Gobernador Interino del Estado Libre y Soberano de Sonora, a sus habitantes, sabed:
Que el Congreso del Estado ha tenido a bien decretar lo siguiente:
Número 122
El Congreso del Estado, en nombre del pueblo, decreta lo siguiente:
Ley que autoriza al Ejecutivo para desconocer al C. general Victoriano Huerta como Presidente de México.
Artículo primero. La Legislatura del Estado Libre y Soberano de Sonora no reconoce la personalidad del C. Victoriano Huerta como Presidente Interino de la República Mexicana.
Artículo segundo. Se excita al Poder Ejecutivo del Estado para que haga efectivas las facultades que le concede la Constitución Política del mismo.
Transitorios
Primero. Comuníquese al Ejecutivo la presente Ley para su sanción y promulgación.
Segundo. Asimismo, comuníquese, con inserción de la parte expositiva del dictamen, y por conducto del propio Ejecutivo, al Tribunal Superior de Justicja y a las prefecturas y ayuntamientos de esta Entidad Federativa, así como a los Poderes Federales y a los demás Estados.
Salón de sesiones del Congreso del Estado.
Hermosillo, 5 de marzo de 1913.
Alberto B. Piña.
D. P. Garduña.
D. S. M. F. Romo.
D. S.
Por tanto, mando se imprima, publique, circule y se le dé el debido cumplimiento.
Palacio del Gobierno del Estado.
Hermosillo, marzo 5 de 1913.
I. L. Pesqueira.
El Secretario de Estado, Interino, Lorenzo Rosado.
Preparativos para la lucha
En la misma fecha que tiene el decreto, el gobernador Pesqueira ascendió a coronel al mayor Salvador Alvarado y lo nombró jefe de las operaciones en el centro de Sonora; designó al coronel Benjamín Hill jefe de operaciones en el Sur; dió igual comisión en el Norte al coronel Juan G. Cabral, y expidió nombramiento como jefe de la sección de guerra del gobierno al coronel Alvaro Obregón, quien quedó autorizado para salir a campaña donde las circunstancias lo exigieran.
Más que a las labores de oficina y siguiendo su impulso a la campaña, el coronel Obregón tomó como primer objetivo la plaza de Nogales, guarnecida por cuatrocientos federales al mando del coronel Emilio Kosterliski. Aquél salió de Hermosillo el 6 de marzo, y habiéndosele incorporado en el trayecto el coronel Cabral, al llegar al punto denominado Las Lomas pidió la rendición de la plaza por medio de los señores Carlos Montague, Juan Serrano y Pedro Trelles, a quienes Kosterliski contestó que estaba dispuesto a resistir hasta quemar el último cartucho y derramar la última gota de sangre, lo que no sucedió, pues tras un ataque vigoroso, los federales pasaron la línea divisoria y se internaron en el vecino país, entregando sus armas a las fuerzas americanas, que estaban a la expectativa en la población de Nogales, del Estado de Arizona.
Durante el combate, las fuerzas federales hicieron fuego sobre esa población norteamericana con objeto de provocar la intervención de los soldados yanquis; pero el jefe de éstos estuvo observando el combate y se dió cuenta de que los disparos de los revolucionarios no se habían hecho perpendicularmente a la línea divisoria, por lo que se abstuvo de entorpecer las maniobras y, ocupada la plaza, felicitó al coronel Obregón por la prudencia con que había procedido al colocar sus efectivos de modo que no causaran daños a las personas e intereses de los habitantes de la población norteamericana. Con la captura de la plaza de Nogales, el gobierno del Estado tuvo una vía de aprovisionamiento y la Revolución dió el primer golpe al general Pedro Ojeda, jefe de las fuerzas federales en aquella región.
Combate tras la primera victoria
Inmediatamente después de ocupado Nogales, donde se incorporó el coronel Salvador Alvarado, se hicieron los preparativos para la marcha a Cananea. A las fuerzas revolucionarias en marcha se unió el coronel Manuel M. Diéguez, quien se había posesionado de la estación del Río.
Lleno de incidentes fue el ataque, el cual tuvo una duración de tres días, quedando, al fin, la plaza en poder de los revolucionarios, a los que se rindieron dos jefes, ocho oficiales y trescientos individuos de tropa, quienes entregaron sus armas y municiones.
En la población fronteriza de Naco estaba el general Pedro Ojeda, a quien habían atacado ya los jefes revolucionarios Calles y Bracamontes en un arranque de entusiasmo muy encomiable; pero que no les dió el triunfo por la superioridad numérica del enemigo y las ventajosas posiciones que ocupaba. En ese ataque los federales capturaron algunos heridos revolucionarios, y llevados a la plaza el general Ojeda ordenó que se les diera muerte en forma cruel, pues se les trituraron las cabezas con grandes piedras. Más aún: enfurecido Ojeda por el ataque, ordenó la aprehensión de algunos vecinos simpatizadores del movimiento revolucionario y dispuso que se les diera muerte públicamente, atándoles al cuello un pañuelo y retorciéndolo por medio de un garrote. Los cadáveres se dejaron a la expectación pública durante varios días.
Se hallaba guarnecida la plaza de Naco por quinientos federales, y su jefe, Ojeda, había preparado la defensa durante varias semanas. Abrió fosos y construyó trincheras, tanto en la población como en sus alrededores; acondicionó las alturas; horadó paredes y levantó muros con el fin de que las fuerzas defensoras pudieran circular sin ser vistas por los atacantes. Lo bien fortificado de la plaza hizo que los primeros empujes fueran infructuosos y que causaran alguna desmoralización entre los atacantes, especialmente en los de un grupo encabezado por Bracamontes, quien pretendió deponer del mando y fusilar al coronel Obregón, en la errónea creencia de que estaba llevando a todos a un estéril sacrificio.
Afortunadamente, los demás jefes no participaron de la misma opinión, y pudo el de la columna imponerse y proseguir el ataque, cuya mayor dificultad estaba en que la plaza sólo podía ser atacada por los flancos, pues de hacerlo de frente, por el lado sur, algunos disparos hubieran ido a parar al territorio norteamericano, ocasionando perjuicios a personas e intereses extranjeros, lo que era necesario evitar, como en Nogales.
Derroche de valor y actos de temeridad dieron el triunfo a las fuerzas revolucionarias, las que obligaron al general Ojeda a pasar la línea divisoria y entregarse a las autoridades americanas al mediodía del 13 de abril, no sin que antes pusiera fuego a la casa en donde guardaba las municiones, procedimiento que más tarde usó en Cuernavaca, como veremos en su oportunidad.
La toma de la plaza fue un clamoroso triunfo de las armas sonorenses, a cuyo frente estuvieron los jefes Obregón, Alvarado, Cabral, Diéguez, Calles, Bracamontes, Félix, Acosta, Urbalejo, Bule, Bacasegua, Arnulfo R. Gómez, Ignacio C. Enríquez, Miguel Ramírez, Eutimio Márquez y otros más. Con la captura, la zona fronteriza de Sonora quedó totalmente en poder de la Revolución, y al cuidado de esa zona quedaron los jefes Alvarado y Calles.
Combate de Santa Rosa
Con mayores elementos, más experiencia y alentados por los triunfos, se sostuvo después el combate de Santa Rosa en contra de fuertes contingentes federales que habían desembarcado en el puerto de Guaymas llevados por los cañoneros Mocelos, Guerrero y General Pesqueira. Con esas fuerzas y las que había en el puerto pensaban los federales hacer una marcha triunfal hasta Hermosillo.
A su vez, y con intenciones de atacar a Guaymas, las avanzadas revolucionarias llegaron a Empalme; mas como los cañoneros anclados en la bahía hicieron fuego sobre dichas avanzadas, retrocedieron éstas a Batamotal. El movimiento hizo creer al enemigo que los revolucionarios se retiraban por impotencia, por lo que aquél salió del puerto y avanzó hasta Empalme. Retrocedieron los revolucionarios a Maytorena y luego a Ortiz, lo que nuevamente engañó al enemigo y lo impulsó a la persecución, destacando sus avanzadas hasta Santa Rosa.
Los revolucionarios determinaron atacar y acordaron que entrara por el frente el coronel Juan G. Cabral con el 4° batallón irregular de Sonora, comandado por el mayor Francisco R. Manzo; los cuerpos de ex insurgentes y guardias nacionales del Estado al mando del mayor Francisco G. Manríquez, y una fracción del 3er. batallón de irregulares de Sonora, al mando del capitán primero Arnulfo R. Gómez. Por el flanco derecho atacarían: el coronel Manuel M. Diéguez con los voluntarios de Cananea, comandados por el capitán primero Pablo Quiroga; los voluntarios de Arizpe, al mando del mayor Francisco Contreras, y una fracción del cuerpo auxiliar federal, al mando del mayor Luis Bule, acompañado del de igual grado Francisco Urbalejo. Por el flanco izquierdo atacarían: el coronel Ramón V. Sosa, con una fracción del 48° cuerpo rural y otra de las guardias nacionales del Estado, al mando, respectivamente, de los mayores José M. Acosta y Jesús Gutiérrez; una fracción del 47° cuerpo rural, al mando del mayor Carlos Félix; otra, del 5° batallón de Sonora, mandada por el capitán primero Lino Morales, y los voluntarios de Mátape, al mando del capitán segundo Jesús Pesqueira. La sección de artillería estuvo al mando del capitán primero Maximiliano Kloss.
El día 9 de mayo, a las cinco de la mañana, principió el combate por el flanco derecho de los atacantes y se generalizó momentos después, llegando los combatientes a mezclarse a combatir cuerpo a cuerpo. Al sentir el ataque sobre sus avanzadas, el grueso de la columna federal, que se hallaba en Maytorena, forzó la marcha de sus mil quinientos hombres, trescientos de los cuales eran dragones, y toda la columna estaba dotada con doce ametralladoras y ocho cañones de grueso calibre.
Grandes esfuerzos tuvieron que hacer los revolucionarios, quienes estuvieron a punto de sufrir un fracaso, pues por la tarde del tercer día comenzó a faltar el parque. Por fortuna, el ánimo de los federales era pésimo y sus posiciones estaban minadas. Un empuje de los revolucionarios, a los que llegaron municiones, hizo que las tropas federales salieran de Santa Rosa en completa derrota, perseguidos hasta Maytorena, habiendo dejado en el campo más de cuatrocientos muertos y cerca de doscientos prisioneros.
Evidentemente, el triunfo correspondió a todos cuantos tomaron participación en este combate; pero los coroneles Alvaro Obregón y Salvador Alvarado fueron ascendidos a generales brigadieres, y el señor Carranza otorgó el nombramiento de general de brigada al gobernador Pesqueira.
Sonora se subordina al constitucionalismo
Tres días después de la ocupación de Cananea por las fuerzas sonorenses, que tras de su triunfo en Nogales atacaron dicho mineral, se firmó en la hacienda de Guadalupe el plan que proclamó a don Venustiano Carranza jefe del movimiento constitucionalista. En Sonora despertó ese hecho inusitado entusiasmo; el gobernador, el congreso y los jefes militares pensaron sumarse a aquel movimiento, lo que, en verdad, los honra.
Para felicitar al señor Carranza en nombre de los Poderes de Sonora fue designada una comisión, que integraron los señores Roberto V. Pesqueira y Adolfo de la Huerta. Contaba el general Obregón que hizo al Primer Jefe del Ejército Constitucionalista, por conducto de los comisionados, la sugestión de que lanzara un decreto inhabilitando a todos los militares que tomaran parte en el movimiento para ocupar, al triunfo, los puestos públicos, pues, en su concepto, esa puerta abierta constituía una de las más grandes desgracias nacionales.
La sugestión es reveladora de las ideas que los sonorenses sustentaban en aquellos momentos y explica la sed de triunfos, el ardor de la lucha y los sacrificios que estaban realizando para alcanzar lo que juzgaban necesario en bien del país, sin que la ambición orlara de negro los laureles que iban conquistando.
TRIUNFOS MORALES Y DE LAS ARMAS SONORENSES
Las fuerzas sonorenses tomaron un descanso merecido después del combate de Santa Rosa, que los jefes supieron aprovechar para pertrecharlas. Los federales, a su vez, recibieron de Guaymas nuevos contingentes, a cuyo frente se puso el general Pedro Ojeda, quien reconcentró en el puerto a la totalidad de los destacamentos de la región del Yaqui.
Nuevo desastre de Ojeda
El fracaso que sufrió en Naco el general Ojeda y la reciente derrota de Santa Rosa hicieron que procediese con cautela. Dispuesto a marchar sobre Hermosillo, mandó construir góndolas blindadas, emplazó en ellas cañones y ametralladoras y, con todas las precauciones, salió de Guaymas el 29 de mayo.
La columna se componía de cuatro mil hombres, con diez cañones y doce ametralladoras; la extrema vanguardia estaba formada por doscientos dragones y la vanguardia constaba de seiscientos individuos del cuerpo Serranos de Juárez. A los flancos marcharon grupos de cien jinetes; la vanguardia contaba con un tren blindado, en el que iban dos cañones y otras tantas ametralladoras; delante de ese tren iba, despacio, un grupo de zapadores, que se ocupaba de reconocer cuidadosamente la vía.
A medida que los federales avanzaban los revolucionarios iban retrocediendo, hasta que los primeros llegaron a la estación Ortiz, en donde se determinó atacarlos, para lo cual tomaron posiciones los siguientes jefes: el coronel Jesús Chávez Camacho se situó en Cruz de Piedra; el general Salvador Alvarado se apoderó del Aguajito, para impedir que la columna enemiga usara del líquido que tanto necesitaba; el coronel Ochoa ocupó Chinal; los coroneles Diéguez e Hill se situaron en la hacienda de Santa María, donde se incorporaron varios jefes, entre ellos el yaqui Mori, quien había atacado y destruído a la guarnición que estaba en Maytorena.
Desde el 19 de junio hasta el 26 del mismo mes hubo encuentros diversos; ataques de los revolucionarios a los federales; cañoneos de éstos, y tentativas de asaltos a las posiciones. Pero la situación de los huertistas fue haciéndose más comprometida por el empuje de los sonorenses, a quienes alentaba la significación que tenía para las futuras operaciones la destrucción de aquella columna enemiga.
El 26 hicieron los federales un esfuerzo para romper el cerco y contramarchar a Guaymas; así lo informaron los prisioneros hechos en un asalto a las tres de la mañana, agregando que una parte de la columna había salido durante la noche, por el rumbo de Santa María. Ya para la hora en que se hicieron esos prisioneros la retirada de los federales era franca. Horas más tarde el teniente Jesús Ochoa aprehendió al coronel Francisco Criapa, quien, conducido por el coronel Hay a Santa María, fue ejecutado a las cinco de la mañana. Mientras tanto, el general Alvarado había hecho doscientos sesenta prisioneros; el coronel Jesús Chávez Camacho tenía en su poder a ciento veinticinco, y el jefe yaqui Sibalaune había capturado ochenta.
Por lo que respecta a los muertos que los federales dejaron al retirarse, bastará decir que sólo en Santa María y sus alrededores fueron incinerados trescientos, entre ellos, dos coroneles.
Digna respuesta de Obregón
Consecuencia de la nueva derrota infligida al general Ojeda, sin que le valieran las precauciones tomadas, fue una proposición que el teniente coronel Eleazar C. Muñoz hizo al general Obregón, de quien era amigo por haber militado juntos a las órdenes del general Sanginés en la campaña contra el orozquismo en Chihuahua. El documento que vamos a reproducir expresa con claridad la proposición y la respuesta, muy digna, del jefe revolucionario a quien se hizo. Dice así:
Campamento Conscitucionalista en Estación Maytorena, julio 19 de 1913.
Señor teniente coronel Eleazar C. Muñoz. Campamento Federal.
Muy señor mío:
He quedado impuesto de su nota, que dice: Autorizado por el señor general en jefe hago esta proposición: véngase usted con su gente a nuestro lado y le será reconocido su grado de general, teniendo a su mando la gente que a su grado corresponde, en la inteligencia de que, para mayor seguridad, puede conferenciar con el mencionado general en jefe a la hora que usted lo indique. No será quien milite en defensa de un gobierno criminal quien ha estado dispuesto a sacrificar su vida defendiendo la dignidad nacional; pero si por una monstruosidad me arrastrara a tal degradación, no me pondría bajo las órdenes de un hombre que sin ningunos conocimientos militares ha llevado siempre a sus tropas al desastre y a la vergüenza para dejarlas luego abandonadas a la hora del peligro y a quien sólo conozco por la espalda, pues dondequiera lo he vencido, y tengo la seguridad de vencerlo. Réstame sólo significarle mi pena por que usted, a quien aprecio, milite en un ejército que, por pundonor nacional, no debía existir ya. Lo saludo atentamente.
General Alvaro Obregón.
Sitio de Guaymas
Con la derrota comenzada en Ortiz y terminada en Santa María, el enemigo se retiró a Batamotal y luego a Empalme, que evacuó para replegarse a Guaymas; pero todavía fue necesario que se le disputaran algunas eminencias, como la de Batuecas, sobre la que abrió fuego el cañonero Tampico, que se hallaba en la bahía.
Dadas las condiciones en que se retiró la columna del general Ojeda, quizá hubiera sido fácil la captura del puerto si las fuerzas revolucionarias hubiesen hecho un empuje inmediato; pero si los federales se hallaban agotados, también en las filas sonorenses había fatiga. Esto hizo que los jefes pensaran en no exponerse a perder lo que hasta esos momentos habían logrado, si bien no se les ocultaba que toda tregua al enemigo lo fortificaría y retardaría la ocupación de la plaza, a la que se puso sitio el 28 de junio.
Hubo otra circunstancia que impidió el avance inmediato sobre el puerto: la insolación que postró al general Obregón durante cinco días, en los que no permanecieron inactivos sus subalternos; pero quedaron a su propia iniciativa, sin la cohesión necesaria para un ataque a Guaymas. Al retablecerse el general Obregón, pudo estudiar todos los datos que se tenían con respecto a las posiciones y elementos del enemigo; estableció entonces dos hipótesis: un asalto o un ataque general y prolongado. Considerando las ventajas y desventajas en uno y otro casos, descartó el asalto, pues podía mermar considerablemente los efectivos revolucionarios y debilitarlos al grado de hacer posible el avance de los federales, o se recibían refuerzos y fracasaba el empuje. Optó, pues, por sitiar la plaza y reducir a ella al enemigo, imposibilitando sus movimientos sobre el campo que los revolucionarios iban conquistando.
Ya para entonces las fuerzas sonorenses se elevaban a siete mil hombres, sin contar los destacamentos en el norte y centro del Estado; pero el general Ojeda había recibido refuerzos, con los que estaba llevando a cabo diversos ataques a las posiciones de los sitiadores del puerto. Llegó un momento en que la situación se hizo peligrosa para los revolucionarios, pues los federales se robustecían constantemente contando con una franca comunicación marítima y con barcos que podían llevarles pertrechos y refuerzos de cualquier punto de la costa. Las fuerzas llegaron a equilibrarse y el peligro aumentó con la posibilidad de que se hicieran superiores los federales, pues las autoridades americanas decretaron un embargo de armamento y municiones en toda la extensión; de la frontera, por lo que se vieron obligados los revolucionarios a usar con extrema prudencia el parque con que contaban.
Repercusión de la actitud del general Zapata
No por vano alarde, sino por estricta justicia, diremos al lector que juzgue ahora de la trascendente actitud del general Emiliano Zapata al negarse a reconocer a Victoriano Huerta. Recuérdese el esfuerzo hecho por el gobierno de la usurpación y con cuánta energía fue rechazado por el jefe morelense el ofrecimiento de poner en sus manos la situación política y militar del sur. Recuérdese también el juicio del ingeniero Bulnes, en su artículo que dejamos copiado en el tomo anterior de esta obra y que reproducimos en su parte relativa para probar la afirmación que estamos haciendo: ·Huerta era un malvado -dijo Bulnes-, pero militar, y si Zapata lo reconoce, su plan consistía en enviar los ocho mil hombres al Norte, tomarle dos o tres mil a la División que estaba en el Estado de Chihuahua, cortar a los revolucionarios sonorenses sus comunicaciones con los Estados Unidos, tomarles Hermosillo y al mismo tiempo presentar en Guaymas una División Federal de cinco a seis mil hombres.
Reanudamos nuestra narración. En las condiciones en que se encontraban los sonorenses se imponían las siguientes actividades: primera, prestar ayuda inmediata a los revolucionarios de Sinaloa para extender el radio de su acción y, a ser posible, capturar algún puerto de ese Estado, menos bien defendido que Guaymas, restando así una base de aprovisionamiento a las fuerzas federales; segunda, extenderse hasta la Baja California. A ese Territorio se había mandado una expedición que estuvo a las órdenes del coronel Luis S. Hernández, y que se vió obligada a hacer marchas penosísimas a través de la zona desértica que une Sonora con la Baja California. Allí se libraron combates muy desiguales con los huertistas; en uno de ellos salió herido el jefe de la expedición. En otros combates resultaron muertos el mayor Gaspar R. Vela y un teniente de apellido Montoya, por lo cual los supervivientes se reconcentraron a Hermosillo. En cambio, no tuvo los mismos resultados el avance a Sinaloa, como veremos oportunamente.
El regreso de Maytorena
Estando por expirar la licencia que la legislatura había concedido a don José María Maytorena, éste se dispuso a reasumir su cargo y anunció esta disposición tras una conferencia que tuvo con don Venustiano Carranza; pero sus opositores le habían formado un pésimo ambiente, explotando la circunstancia de que en momentos difíciles se había separado del gobierno, y dieron a su separación los caracteres de una huída cobarde y egoísta. No podían, sin embargo, desconocer su carácter de gobernante legítimo ni la legalidad de la licencia que la legislatura le había concedido, por lo que se resignaron a que ocupara su puesto al expirar el término de la licencia.
Al finalizar el mes de julio el señor Maytorena tuvo una junta en Nogales con los señores Ignacio L. Pesqueira, gobernador interino, el general Alvaro Obregón, el coronel Benjamín G. Hill, el teniente coronel Plutarco Elías Calles y don Roberto V. Pesqueira, con quienes discutió su regreso. Como resultado de esa junta, salió de Nogales a Hermosillo el día 31 para hacerse cargo del gobierno; pero desde los primeros días tropezó con grandes dificultades.
El señor Carranza, en Hermosillo
Al finalizar agosto se supo que don Venustiano Carranza había dispuesto ir al Estado de Sonora haciendo una travesía por la Sierra Madre hasta salir al norte de Sinaloa. Para encontrar al primer jefe del Ejército Constitucionalista salió el general Obregón con una columna de seiscientos hombres al mando inmediato del coronel Hill. La columna llegó a San Blas y allí acampó, pues el general Obregón siguió hasta El Fuerte, a donde había arribado el señor Carranza con su Estado Mayor y una escolta de ciento cincuenta hombres.
De El Fuerte salieron a San Blas, en donde se encontraban los poderes del Estado que la Revolución reconocía, y permanecieron allí hasta el día 17, en que emprendieron el viaje a Sonora, deteniéndose en Navojoa. De esta población se dirigieron a Cruz de Piedra, y de aquí a Santa María, en donde los esperó el gobernador constitucional don José María Maytorena, acompañado de varias comisiones. Continuaron el viaje haciendo escala en la estación Maytorena y llegaron por fin a Hermosillo, y en todo el trayecto recibía el señor Carranza muestras de simpatía tanto de las fuerzas que se hallaban acampadas como de la población pacífica.
En Hermosillo fue objeto de una cariñosa recepción. Las manifestaciones populares conmovieron al señor Carranza, pues pudo darse cuenta de la fuerza moral que apoyaba al movimiento revolucionario. Habló durante una manifestación pública, y al final de su peroración anunció que en reconocimiento a los esfuerzos realizados, y para corresponderlos de algún modo, designaba jefe del Cuerpo de Ejército del Noroeste al general Alvaro Obregón.
La designación provocó un desbordante entusiasmo, pues la figura de ese jefe era la más destacada, y a su valor, astucia, iniciativa y tenacidad se debían los más sonados triunfos de las armas sonorenses, sin que ello quiera decir que las personas que estaban a sus órdenes no tuvieran esas y otras relevantes cualidades.
Con el nombramiento del general Obregón como jefe del Cuerpo de Ejército del Noroeste se le dió jurisdicción militar en Sonora, Sinaloa, Chihuahua, Durango y la Baja California. Fue un triunfo moral de Sonora y un acto de justicia para los sonorenses; pero también de habilidad política del señor Carranza, pues con el nombramiento aseguró su ascendiente sobre aquella falange de luchadores.
El general Angeles se une a la Revolución
Estando en Hermosillo, el señor Carranza supo que el general Felipe Angeles se encontraba en los Estados Unidos procedente de Europa y que se qirigía al país con objeto de incorporarse a la Revolución. Así lo comunicó a los jefes revolucionarios y al gobernador Maytorena, causando la noticia recelo en unos y entusiasmo en otros.
El general Angeles entró al territorio nacional por Nogales y llegó a Hermosillo, en donde inmediatamente se puso a las órdenes del señor Carranza.
LA MARCHA HACIA SINALOA y TEPIC
El primer objetivo del jefe del Cuerpo de Ejército del Noroeste fue el avance hacia Sinaloa, para el cual se presentaban no pocas dificultades: entre otras, la destrucción de la vía férrea, que aun cuando no hubiera estado como estaba tampoco habría sido posible utilizar eficazmente porque no se disponía de carros y locomotoras suficientes para transportar a las fuerzas. En esas condiciones, el avance equivalía a una marcha lenta y a pie.
Situación política y revolucionaria de Sinaloa
El gobernador constitucional de Sinaloa, don Felipe Riveros, a quien el señor Maytorena había enviado un comisionado para pulsar su ánimo, como dijimos antes, cometió la torpeza de reconocer al gobierno de Huerta; pero bien pronto pagó caro su desvío, pues el usurpador lo separó del puesto y lo redujo a prisión. Pudo el señor Riveros evadirse y se puso en contacto con el señor Carranza, quien lo reconoció como gobernante legítimo y le prestó apoyo moral para que estableciera su gobierno en territorio del Estado, con lo cual Sinaloa tuvo dos gobernadores: el huertista y el legítimo que reconocía la Revolución.
En esa Entidad se habían levantado en armas numerosos grupos, siendo los principales los que encabezaban los señores José María Cabanillas, Herculano de la Rocha, Juan Carrasco y Angel Flores, quienes obedecían órdenes del general Ramón F. lturbe, cuyo cuartel general estaba en San Blas, población en la que el señor Riveros estableció su gobierno. Fue por esta circunstancia por la que el señor Carranza, en su viaje a Hermosillo, se detuvo en San Blas los días 16 y 17 de septiembre.
El hecho de que estuvieran en San Blas los poderes reconocidos por la Revolución, así como que fuera el asiento de la jefarura de las operaciones, hizo a la población objetivo de los federales. Sobre ella se destacaron fuerzas de Guaymas; pero el general Obregón envió, a su vez, una columna a las órdenes del general Benjamín G. Hill, quien acababa de ascender. La columna prestó valiosa ayuda en el combate de Los Mochis, en donde fue derrotada la fuerza procedente de Guaymas, que mandaba el coronel federal Rivera.
El general lturbe había tenido un combate en el puerto de Topolobampo, en donde escarmentó al enemigo; después de ese hecho de armas se atacó la ciudad de Sinaloa, que los federales consideraban inexpugnable, pero que fue tomada por los revolucionarios tras un empuje que duró tres días.
Después de la ocupación de esa plaza, el general Obregón salió de Sonora con las fuerzas del ya general Manuel M. Diéguez, a las que se agregaron otras. Al llegar a la población de Sinaloa nombró segundo jefe al general lturbe, quien se encontraba en compañía del general Hill.
Toma de Culiacán
Allí dispuso el ataque a la capital del Estado, para el cual las fuerzas revolucionarias se movieron hasta las inmediaciones de Guamúchil, deteniendo su marcha el 25 de octubre, por estar destruído el puente del río Mocorito. Mientras reconstruían dicho puente se reconcentró en la estación de Guamúchil el tercer regimiento de Sinaloa, al mando del general Lucio Blanco, mientras los regimientos primero y segundo, que estaban en Angostura y Mocorito, marcharon a la hacienda de Pericos, hacia donde también se dirigió con sus fuerzas el mayor Herculano de la Rocha.
Penoso es hallar al general Lucio Blanco en el litoral opuesto, como resultado del reparto de tierras que llevó, a cabo en Matamoros; pero hasta allí lo envió el señor Carranza para que no siguiera ocupándose del problema agrario.
En las inmediaciones de Culiacán se encontraba ya el general durangueño Mariano Arrieta, quien recibió instrucciones de permanecer inactivo, mientras que el general Blanco las recibía en el sentido de apoderarse de Navolato. No sólo fueron cumplidas esas órdenes, sino que capturó un tren que corría entre Navolato y Altata, puerto que poco después ocupó, al evacuarlo la guarnición federal.
La columna a cuyo frente estaba el general Obregón, y en la que iba el gobernador Riveros, llegó el 7 de noviembre a Palmito, distante como un kilómetro de la ciudad de Culiacán, y estuvo haciendo reconocimientos para fijar las posiciones del enemigo, durante ese día y el siguiente, en cuya tarde el general en jefe discutió el plan de ataque con el gobernador Riveros, con los generales Iturbe y Diéguez y así con otros jefes de inferior graduación.
Se acordó que el asalto se llevara a cabo el día 10, a las cuatro de la mañana, y para ello se dividieron las fuerzas en cinco grupos: el primero estuvo bajo las órdenes del general Hill; el segundo, bajo las del general Diéguez; el tercero, formado por fuerzas del Estado de Durango, quedó a las órdenes de su jefe, el general Arrieta; el cuarto se puso a las órdenes del general Blanco; el quinto, a las del coronel Gaxiola. La sección de artillería con que se contaba quedó independiente y a las órdenes del mayor Mérigo.
No pudo llevarse a cabo el asalto en la fecha fijada porque el día 9 arribó al puerto de Altata el cañonero Morelos conduciendo fuerzas federales. El general Blanco recibió instrucciones de batir al enemigo en Altata y simuló que sus fuerzas retrocedían, para atraer a los federales fuera del alcance del fuego del barco, que cañoneó la costa; pero las tropas que había transportado el Morelos no se aventuraron hasta los puntos que deseaban los revolucionarios, sino que, al fin, reembarcaron. Hubo otros incidentes el día del ataque: el general Obregón fue herido en una pierna, pues ciento cincuenta federales llegaron hasta la posición que ocupaba, logrando apoderarse de los cierres de dos cañones.
Definitivamente se fijó el día 12 para el asalto, que dió principio a las cinco de la mañana con el avance simultáneo sobre las posiciones enemigas. Entre las pérdidas habidas debe contarse la del coronel Gustavo Garmendia, quien vió llegar la muerte serenamente.
El fuego continuó el día 13, en que los revolucionarios duplicaron sus esfuerzos y fueron abatiendo a los federales, que también pelearon con arrojo, y cuyos empujes de mayor intensidad los hicieron a la entrada de la noche. Mediaba ésta cuando los federales comenzaron a retirarse de algunas posiciones, las cuales fueron ocupadas por sus adversarios. Se internaron, entonces, a la ciudad, siendo los coroneles Gaxiola y Mestas, los tenientes coroneles Muñoz, Félix y Antúnez y el mayor De la Rocha, los primeros que con sus fuerzas penetraron en la plaza.
El general Diéguez tomó La Capilla al amanecer, y horas más tarde las fuerzas atacantes hacían su entrada triunfal, mientras que el enemigo se encaminó a Mazatlán, plaza que se encontraba amagada por el general Carrasco. El mismo general Diéguez salió a perseguir a los federales, y el día 15 alcanzó a una parte de ellós en Quilá, derrotándolos. Los generales Arrieta y Blanco, así como el coronel Laveaga, también persiguieron al enemigo, dándole alcance Arrieta y Laveaga en La Cruz y San Dimas. Contestando débilmente al fuego, la tropa federal tomó rumbo a Las Barcas, en donde un buque la esperaba, y no siendo posible impedir el embarque de esa fuerza, los revolucionarios vieron levar anclas al buque llevándose, en la tarde del 22, los restos de la deshecha columna que había defendido Culiacán, de donde salieron mil doscienttos hombres y sólo llegaron a Las Barcas cerca de seiscientos, pues los demás se dispersaron. Así quedó en poder de la Revolución la casi totalidad de Sinaloa, pues por lo que hace al puerto de Mazatlán, continuó amagado por fuerzas del general Carrasco y del coronel Flores.
Actividades del general Villa
Por aquellos días estaba aún en Sonora el señor Carranza, y allí recibió el parte de la toma de Ciudad Juárez, hecho audaz del general Villa, que al ser conocido por los revolucionarios encendió sus bríos.
No cabe duda que a la organización, disciplina y arrojo de las fuerzas sonorenses, así como al valor y táctica de sus jefes, se debió la extraordinaria rapidez que tuvo la campaña de Sinaloa. Gran aliento recibieron las fuerzas de ese Estado con la presencia de sus correligionarios; pero también contribuyó mucho al feliz desarrollo de las operaciones el auge que tomó el movimiento en Chihuahua y la excepcional pujanza de las fuerzas que con rapidez organizó el general Francisco Villa, quien, por lo inusitado de sus movimientos, absorbió la atención del gobierno usurpador. A los destellos de la victoriosa espada del general Obregón y con los arrestos de sus subalternos hubieran caído, de todos modos, las plazas sinaloenses que hemos mencionado; pero habría sido más dura la lucha, más cruentos los sacrificios y más cara la victoria.
Un barco se une a la Revolución
El 26 de febrero de 1914 salió el señor Carranza de Hermosillo con rumbo a Chihuahua, habiendo emprendido el viaje hasta Naco por ferrocarril. Durante el camino, y estando en Santa Ana, recibió la halagadora noticia, comunicada por el general Iturbe desde Sinaloa, de que el cañonero Tampico había desertado de Guaymas y se presentó el 19 de marzo en el puerto de Topolobampo, ofreciéndose a las órdenes de la Revolución. Dispuso entonces que el barco y su capitán, don Hilario Rodríguez Malpica, quedaran a las órdenes del general Obregón para ayudar en las operaciones sobre los puertos de Guaymas y Mazatlán, únicos lugares de Sonora y Sinaloa que estaban ocupados por federales.
Instrucciones y facultades al general Obregón
El señor Carranza dió instrucciones al general Obregón para continuar su avance hacia Tepic -en donde se encontraba operando el general Rafael Buelna-; el señor Francisco Elías, a su vez, recibió órdenes para activar el envío de armas y parque, pues dicho señor desempeñaba la comisión de agente comercial del Ejército Constitucionalista en los Estados Unidos. Naturalmente que el general Obregón no se detendría en Tepic, sino que seguiría hacia Colima, Jalisco y Aguascalientes, debiendo comunicar todas las operaciones que fuera realizando y especialmente cuando un Estado entrara al dominio de la Revolución, para que el señor Carranza designara gobernador provisional.
El general Obregón quedó autorizado para imponer préstamos de guerra; para sumar a sus efectivos las fuerzas que se hallaran en las regiones en que se fuese extendiendo; para organizarlas como estaban las suyas, y para expedir nombramientos y conceder ascensos, sujetos a la ratificación del Primer Jefe.
Con estas instrucciones y facultades, el general Obregón dispuso su salida, que cada día lo iría alejando más de Sonora, por lo cual dejó al coronel Plutarco Elías Calles como comandante militar de la plaza de Hermosillo y jefe de las fuerzas que permanecerían en el Estado. No pudiéndose tomar el puerto de Guaymas, por las dificultades que desde un principio existían. y las que posteriormente se fueron presentando, nombró al general Alvarado jefe de las fuerzas sitiadoras. Ya para entonces había sido relevado del mando de la plaza de Guaymas el divisionario Pedro Ojeda y substituído por el general Joaquín Téllez, quien llevó nuevos contingentes a la plaza.
Otro barco se une a la Revolución
El 23 de marzo entró al puerto de Altata, en Sinaloa, el vapor Bonita, llevando a bordo al teniente coronel federal Gregario Osuna, procedente del Distrito Sur de la Baja California, en donde había fungido como comandante de las fuerzas federales, e iba con objeto de sumarse a la Revolución. Con ese militar llegaron los capitanes Carlos González y Urbano Angula, los licenciados Enrique Kératry y Enrique Pérez Arce, el periodista Enrique Bañuelos Cabezut y el señor Mareta Cruz, este último en calidad de prisionero, pues como prefecto político de Guaymas había prestado ayuda al general Ojeda, extralimitándose en sus atribuciones. El Bonita quedó incorporado a la Revolución, desde luego.
Grande fue el revuelo que levantó la defección del Tampico, por lo que los cañoneros que se hallaban en aguas del Pacífico recibieron órdenes de atacarlo, habiéndole hecho el 19 de abril tan serias averías que lo obligaron a ganar la barra de Topolobampo y a encallar en ella a la altura de Punta de Copas; pero quedó en condiciones de una fortaleza fija y, por lo mismo, en posibilidad de combatir, especialmente con su cañón de proa.
Preparativos en Sinaloa
Mientras tanto, en Sinaloa se había despertado gran entusiasmo. El general Iturbe nombró jefe de su Estado Mayor al coronel Eduardo Hay, quien con toda actividad se dedicó al reclutamiento y preparación de las tropas que debían marchar al sur del Estado. El general Blanco, por su parte, había logrado la formación de una columna de caballería, fuerte en más de mil hombres, que estaba al mando inmediato del coronel Miguel M. Acosta.
El hecho de que mencionemos únicamente a los generales Iturbe y Blanco no quiere decir que los demás jefes estuvieran inactivos, pues todos se hallaban en espera de la llegada del general Obregón, con cuya columna marcharían, así como el biplano Sonora, tripulado por el capitán Gustavo Salinas y su ayudante Teodoro Madariaga.
Cuando el general Obregón arribó a Culiacán se inició el avance hacia el sur por las fuerzas de los generales Blanco y Diéguez, yendo el primero en la extrema vanguardia. A continuación marcharon las fuerzas de los generales Iturbe, Cabral y Hill; pero antes de salir las tropas de Culiacán se utilizó el vapor Bonita para conducir al Distrito Sur de la Baja California una expedición a las órdenes del ya coronel Camilo Gastélum, a quien acompañó el señor Miguel L. Cornejo, nombrado jefe político por el Primer Jefe.
La toma de Tepic
Ni Guaymas ni Mazatlán pudieron ser tomados; pero frence a la Isla de Piedra, de este último puerto, y en presencia de la guarnición federal, fue volado el cañonero Morelos, que se encontraba caído de una banda. La voladura se llevó a cabo a las ocho y media de la noche del 10 de mayo, tras un duelo de artillería que obligó a la tripulación a abandonar el barco. Fue necesaria esa medida para impedir que los federales desmontaran los cañones y artillaran algún punto de Mazatlán, lo cual les habría dado ventajas sobre las fuerzas sitiadoras.
Seis días después la plaza de Tepic cayó en poder de los generales Blanco y Buelna, después de veinticuatro horas de combate continuo contra dos mil federales.
Con positivo entusiamo hemos narrado, compendiando mucho, las más brillantes acciones del Cuerpo de Ejército del Noroeste (Véase, aquí en nuestra Biblioteca Virtual Antorcha, Obregón, Alvaro, Ocho mil kilómetros de campaña. Sugerencia de Chantal López y Omar Cortés). Si no hemos sido pródigos en los elogios que merecen el valor y la agilidad de espíritu de los jefes, así como el arrojo de las fuerzas, es porque todas sus acciones no necesitan de los pálidos tintes que pudiera prestárles nuestra pluma.