EMILIANO ZAPATA
Y EL
AGRARISMO EN MÉXICO
General Gildardo Magaña
Colaboración del Profesor Carlos Pérez Guerrero
TOMO IV
CAPÍTULO VI
LA BATALLA DE ZACATECAS
La División del Norte se movilizó hacia Zacatecas el 17 de junio, y para ello las tropas tomaron asiento en los trenes desde muy temprano. La artillería ocupó cuatro; en uno más iban el Estado Mayor del general AngeleS, la proveeduría y el magnífico servicio de sanidad militar, bajo la dirección del doctor Miguel Silva.
La marcha fue lenta por el número de hombres que la emprendían, por las dificultades que presentaba la vía recientemente reparada y por las lluvias, que hacían difícil y peligroso el rodar de los carros. Las primeras fuerzas que salieron de Torreón emplearon los días 17, 18 y 19, en que llegaron a Calera, situada como a veinte kilómetros de Zacatecas, e inmediatamente bajaron de los trenes y acamparon, listas para las maniobras que iban a emprenderse.
El general Angeles principia el reconocimiento
El general Angeles recibió instrucciones de reconocer el terreno y distribuir convenientemente a las tropas atacantes. Para hacer el reconocimiento, el general Chao ofreció una escolta de treinta hombres y voluntariamente se agregó al primero, quien salió, desde luego, a la hacienda de Morelos. Al pasar por San Vicente, ranchito abandonado y distante como tres kilómetros de la hacienda, fueron alcanzados por la escolta, que se dividió en tres grupos para explorar las lomas de la izquierda, las de enfrente y una hondonada, así como el resto de la hacienda.
Algunos vecinos que iban huyendo informaron al general Angeles que los federales acababan de llegar a Morelos pretendiendo quemar los forrajes y provisiones; señalaban las siluetas de jinetes sobre las crestas de los cerros, explicando que algunos disparos que se oían a la derecha eran del enemigo, que pasaba por terrenos de la hacienda. Como dicho enemigo se diera cuenta de la presencia del grupo villista, hizo fuego y avanzó al galope en un movimiento envolvente.
El general Angeles y los suyos se retiraron a San Vicente, en donde, parapetados, contestaron al fuego; mas habiéndose oído en Calera, el general Urbina destacó en auxilio de sus camaradas al general Trinidad Rodríguez, con fuerzas de la brigada Cuauhtémoc, que batieron a los federales y los desalojaron de las lomas, a las que poco después subió el general Angeles para continuar su reconocimiento.
Allí se unió el coronel Angel Ordóñez, quien formaba parte de la escolta y que, además de contribuir a desalojar al enemigo, le había hecho algunos prisioneros, de los que se tomaron informes. El coronel Ordóñez, como se recordará, fue quien dinamitó los acumuladores de San Pedro de las Colonias.
Desde la eminencia en que se hallaba el general Angeles pudo hacer una fructuosa observación, pues el panorama abarcaba el cerro de Veta Grande y los de la derecha, llenos de fortificaciones. Facultado para distribuir las tropas, dispuso que las del general Rodríguez se posesionaran de lá hacienda de Morelos y que se destacaran puestos avanzados para proteger la artillería, que iba a quedar acampada.
Regresaron' a Calera, adonde acababa de llegar el general Maclovio Herrera, quien pidió órdenes para situar sus fuerzas, señalándosele Cieneguillas, que contaba con forrajes y agua suficiente para la caballada.
Natera aporta sus observaciones
El día 20, muy de mañana, el general Pánfilo Natera entrevistó al general Angeles, a quien deseaba acompañar en su recorrido y ayudado con las observaciones que había hecho. Escoltados por fuerzas del alto, broncíneo y valiente Natera -quien montaba un caballo chico, pero de mucha ley-, salieron ambos hacia el rumbo del mineral de Veta Grande. Tomando como punto de observación la cima de una eminencia cercana pudieron ver: a la derecha, el valle de Calera y la población de Fresnillo; al frente, un extremo de la ciudad de Zacatecas, entre los fortificados cerros de El Grillo y de La Bufa.
El general Angeles observaba minuciosamente. El y Natera iban a pie, seguidos discretamente por los jefes González, Trillo, Silva y Bracamontes, mientras los oficiales del Estado Mayor y de la escolta estaban al pie de sus caballos y ocultos convenientemente.
- Sería bueno -dijo el general Angeles- que trajeran nuestros caballos, que la escolta avanzara hasta ese caserío (se refería a la mina de La Plata) y que se apoderara de él para que veamos más de cerca y con mayor precisión al enemigo.
Así se hizo. Al avanzar la escolta fue vista por los federales, quienes le enviaron disparos de artillería desde el cerro de La Bufa; pero muy pronto se oyó un tiroteo en el caserío, que, al fin, tomaron los revolucionarios, al frente de los cuales iban Caloca y Ordóñez.
Hicieron nuevas observaciones, tan minuciosas como las anteriores, y al mediodía volvieron a Morelos, donde el general Angeles ordenó al mayor Bazán que por la tarde saliera con algunas piezas de artillería hacia cierto lugar de Veta Grande, para emplazarlas durante la noche y batir, en el momento oportuno, los cerros de El Grillo y de La Bufa. A continuación, el reconocimiento se reanudó por el rumbo de Cieneguillas, en donde se encontraban los generales Chao y Herrera.
De Cieneguillas marcharon a Calera para informar al general Urbina, en ausencia del jefe de la División, sobre lo que habían observado. Se convino entonces que las fuerzas de Natera, Triana y Contreras, con las de Bañuelos, Domínguez y Caloca, irían a Guadalupe a tomar posiciones. Por esta causa el general Natera no acompañó al general Angeles en sus observaciones de la tarde.
Al dar cuenta el último de que habían mandado algunas piezas de artillería hacia Veta Grande, pues, a su juicio, se iba a desarrollar allí la fase más importante de la batalla, pidió tropas que protegieran dichas piezas. El general Urbina mandó una parte de su brigada, a las órdenes del general Ceniceros, y un regimiento de la brigada Villa.
Herrera, en el reconocimiento
El general Angeles regresó a la hacienda Morelos, en donde lo esperaba un enviado del general Maclovio Herrera. Ambos se unieron en San Antonio y emprendieron la marcha hacia una lomita que señaló Herrera y que ascendieron a pie, pues fueron vistos por el enemigo, que abrió el fuego inmediatamente. Frente a esa lomita existe otra más baja y luego otra alta, dominada ésta por los cerros de La Bufa y El Grillo y ocupada entonces por los federales. Hacia la derecha se veía el cerro de El Clérigo, fortificado y coronado de puntitos negros, que así parecían los federales.
El general Herrera contestó a las preguntas de su acompañante, dando nombres y detalles de algunos lugares que le interesaban; informó que desde la posición ocupada por sus fuerzas se podía ir con más rapidez a Guadalupe que por Veta Grande y, además, ofrecía mayores seguridades para la artillería.
Por el cerro de La Sierpe se oyó un tiroteo y se vió que de Zacatecas se elevaba una gruesa columna de humo que bien podía ser indicio de que los federales tomaban providencias para el caso de evacuar la plaza, pues los incendios habían precedido, casi siempre, a las evacuaciones. Se pensó entonces que si los federales abandonaban Zacatecas posiblemente intentarían salir por Guadalupe, lo que hacía necesario que el general Herrera tuviese artillería suficiente para batirlos en el momento oportuno. Con ese fin, y al pasar por Las Pilas, el general Angeles orden6 a Carrillo que se pusiera a las órdenes del general Herrera.
Interrogación del general Natera
El día 21, el general Angeles se mostró muy preocupado por no saber si las tropas que protegían la artillería enviada la noche anterior estaban bien situadas y eran suficientes. Para informarse, salió muy de prisa, seguido de su Estado Mayor.
En el camino encontró a un enviado del general Natera, quien le preguntaba, por escrito, si el ataque iba a llevarse a cabo ese día y qué misión le correspondía a sus fuerzas. El general Angeles contestó, también por escrito, que, en su concepto, no era tiempo de comenzar el ataque porque no había llegado el general Villa, quien iba a dirigirlo; que tampoco había llegado toda la fuerza disponible, que, sin duda, se utilizaría eh su totalidad, según la costumbre táctica seguida siempre por el general Villa; que, además, no llegaban aún las municiones de reserva. Por cuanto a la misión de las tropas del general Natera, opinaba que sería doble: impedir, por una parte, que de Aguascalientes llegaran refuerzos a los federales, por lo que se hacía necesario destruir la vía férrea; por otra parte, impedir que las fuerzas de Zacatecas escaparan por el rumbo de Guadalupe, para todo lo cual debían escogerse posiciones convenientes.
Los federales baten las posiciones revolucionarias
La batería del capitán Quirós estaba destinada a ocupar la cima de Guadalupe. La pendiente del terreno exigía dobles tiros de mulas; pero la ascensión era lenta. Próximos a la cima se veían dos cañones con sus sirvientes obrando sobre las conteras y las ruedas para llevarlos a sus posiciones; mas el enemigo, que había visto la maniobra, cañoneaba la batería con ardor. Los soldados que la proregían estaban pecho a tierra y los artilleros trabajaban recelosos, porque ya habían sufrido algunas bajas.
Del otro lado del cerro, en la dirección de Guadalupe y sobre el lomerío de la mina de La Plata, se veían cinco baterías con sus artilleros, inmóviles detrás de las corazas; algunos hacían trincheras para protegerse del persistente fuego del enemigo. Todos habían recibido órdenes de no disparar.
Más lejos, a la derecha, en la mina del cerro de Loreto, las brigadas Villa y Cuauhtémoc, tendidas a lo largo de una cresta, eran objeto del fuego del enemigo. Rugían los cañones de La Bufa y El Grillo; pero la artillería villista permanecía muda, acatando las órdenes recibidas. En cambio, en el extremo opuesto, los generales Chao y Herrera se batían en respuesta a la acción del enemigo.
En la tarde se eligieron los lugares para los puestos de socorro. Llovió furiosamente; mas a pesar de la lluvia se visitaron las baterías. Ya había bajas. Muy graves, algunos heridos se quejaban angustiosamente mientras se les atendía, o durante las intervenciones quirúrgicas a que con toda solicitud se les estaba sometiendo. Los muertos yacían en camillas, uno al lado de otro, cubiertos los rostros con pañuelos, que levantaban los médicos y que volvían a correr piadosamente las enfermeras cuando aquéllos declaraban que no podían ser ya objeto de sus atenciones.
Llega el general Villa
El 22 llegó la brigada Zaragoza al mando del coronel Raúl Madero; al saberlo, el general Angeles fue a entrevistar a Urbina para pedirle que enviara a la fuerza a Veta Grande, a lo que, de pronto, éste no accedió porque le había dado otro destino; pero más tarde modificó la disposición y mandó decir al general Angeles que podía disponer de la brigada.
Poco después del mediodía se hizo saber al general Angeles que acababa de llegar el general Villa y que se dirigía hacia donde el primero se encontraba. Se saludaron afectuosos, entusiastas. Angeles informó pormenorizadamente de cuanto había hecho y de lo que le sugerían sus observaciones personales.
Decidió el general Villa recorrer las posiciones y hacer, a su vez, un reconocimiento, por lo que se encaminaron hacia los lugares en que se hallaba emplazada la artillería. El coronel González, a quien encontraron en su puesto, ofreció guiarlos por caminos a cubierto. Examinaron los corralones de la mina de La Plata, y el general Villa dispuso que las baterías avanzaran durante la noche.
En la posición que ocupaba el capitán Quirós, el general Villa pudo observar el campo del futuro combate. Ordenó que la brigada Zaragoza relevara a la parte de la brigada Morelos que servía de sostén a la artillería, y se hizo desfilar a la primera por un camino oculto. Sólo al pasar por un portezuelo quedó a descubierto, lo que se contrarrestó haciendo que la tropa cruzara el portezuela a todo galope y en pequeños grupos.
El general Villa regresó a la hacienda Morelos, en donde dió las últimas órdenes para la batalla que iba a principiar al siguiente día, pocas horas después.
Principia el combate
En las primeras horas del día 23 todo estaba listo para el ataque. Con asombro vieron algunos que el general Angeles se bañó, cambió su ropa interior y se afeitó con esmero, como si tuviera que asistir a una fiesta. No era la primera vez que en campaña hacía lo mismo, causando extrañeza a quienes no comprendían que en esos actos había, por una parte, un hábito; por otra, una precaución higiénica para el caso de resultar herido.
Montó después, y seguido de su Estado Mayor se dirigió hacia donde estaba el general Ceniceros para transmitirle las últimas instrucciones. Este general y el coronel González, a quien todos llamaban cariñosamente Gonzalitos, debían tomar el cerro de la tierra negra, vecino al de La Bufa, protegidos por las baterías de Saavedra, mientras que el coronel Raúl Madero, al amparo de las baterías de Jurado, tomaría el cerro de Loreto, que iba a ser atacado por el flanco derecho por fuerzas en las que iría el general Villa. Veamos lo que dice el general Angeles en su diario:
Nuestra artillería había desaparecido de sus posiciones primitivas para tomar otras invisibles y muy próximas al enemigo; tres baterías -el grupo de Jurado- fueron colocadas en los corralones de las ruinas de la mina de La Plata; una de Saavedra, próxima a esas ruinas, sobre el llano, pero detrás de la cresta de una pequeñísima eminencia y frente a La Bufa; otra, en la extrema izquierda, también frente a La Bufa y bien cubierta detrás de una cresta; la tercera batería del grupo de Saavedra continuaba en el cerro alto de Veta Grande.
El enemigo debe de haberse sorprendido de la desaparición de nuestras baterías, emplazadas dos días sin combatir; su cañón callaba, pero las balitas de fusil silbaban como mosquitos veloces en vuelo rectilíneo.
Adentro de los corralones encontramos a Raúl Madero. Todo está listo, mi general; pero no son más que las nueve. A las diez debía comenzar el combate.
No faltaban más que veinte minutos; todos debían estar en sus puestos y empezar el fuego a las diez en punto.
Por allá, en la dirección de Hacienda Nueva, se oyó el primer tiroteo. Ahí venía el general Villa.
Los veinticuatro cañones próximos, emplazados entre Veta Grande y Zacatecas, tronaron; sus proyectiles rasgaron el aire con silbido de muerte y explotaron unos en el cerro de la tierra negra y otros en Loreto.
Las entrañas de las montañas próximas parecieron desgarrarse mil veces por el efecto del eco. Y las tropas de infantería avanzaron sobre el manto de esmeralda que cubría las lomas.
Por el lado de San Antonio, allá, por la alta meseta y por la Villa de Guadalupe, tronaron también cañones y fusiles y, silbaban millares de proyectiles; las montañas todas prolongaban las detonaciones, como si millares de piezas de tela se rasgaran en sus flancos.
De Zacatecas, de El Grillo, de La Bufa, del cerro del Clérigo y de todas las posiciones federales, tronaban también las armas intensificando aquel típico concierto.
Las granadas enemigas comenzaron a explotar en nuestra dirección; pero muy altas y muy largas.
Alguien dijo que nos creían demasiado lejos, detrás de los paredones; otro aseguró que tiraban sobre la caballería nuestra, que entraba en acción por la derecha. Otras granadas caían dertás de nosotros, tal vez tiradas sobre la más próxima batería de Saavedra.
Uno llegó corriendo y nos informó que la batería de la derecha de Jurado estaba siendo batida por la artillería enemiga; otro dijo que nos habían matado dos mulas de un granadazo; un tercero, que habían desmontado la primera pieza de la más próxima batería de Saavedra.
- Venga usted a ver, mi general, por aquí, por esta puerta; vea usted cómo casi todos los rastrillazos caen detrás de la batería. La primera pieza ya no tenía sirvientes, y en las otras estaban inmóviles detrás de sus corazas. Las granadas enemigas zumbaban y estallaban en el aire lanzando su haz de balas y rebotaban con golpe seco, y estallaban después lanzando de frente sus balas y de lado las piedras y tierra del suelo; era aquello un huracán trágico y aterrador.
El enemigo también sufría los efectos del fuego villista, pues sobre el cerro de Loreto explotaban las granadas disparadas por las baterías de Jurado. El Estado Mayor seguía con toda atención los efectos que iban causando los disparos, que, al fin, parecieron caer sobre parapetos abandonados, pues ya no se agitaban sobre el fondo oro unos como puntitos negros, que así se veía a los federales desde el lugar en que se les observaba.
Ocupación de Loreto
Sigamos al general Angeles en su narración.
- Mire usted a los nuestros, qué cerca están ya del enemigo. Vea usted: la banderita nuestra es la más adelantada.
- Vea usted, vea usted; véalos pasar; vea usted cómo se van ya.
Nuestros soldados lanzaron gritos de alegría; las piezas alargaron su tiro y nuestros infantes se lanzaron al ataque precipitadamente. La banderita tricolor flameó, airosa, en la posición conquistada. Eran las diez y veinticinco minutos de la mañana.
Poco tiempo después la falda de acceso al cerro de Lorero se pobló de infantes nuestros que subían lenta y penosamente; los caballos fueron llegando lentamente, también.
Después todos se veían bien formados y abrigados.
Era llegado el tiempo de cambiar posición. Ruego al mayor Cervantes que vaya a ordenar que traigan nuestros caballos para hacer el reconocimiento de Loreto y decidir el cambio y nuevo emplazamiento del grupo de baterías de Jurado.
El capitán Durón batía a la sazón la posición intermedia entre Lorero y El Grillo; aprobando, lo autoricé a que continuara.
Galopando con mi Estado Mayor hacia Loreto, encontramos al señor general Villa y su séquito; aquél venía en su poderoso alazán requiriendo la artillería para establecerla en Loreto. Ya viene, mi general, y proseguimos al paso hacia Loreto.
El enemigo observaba cuidadosamente, pues al unirse los generales Villa y Angeles, así como en todo su trayecto, recibieron un fuego persistente. Quizá no supo que en uno de los grupos iba el jefe de la División del Norte; pero quienes disparaban debieron de comprender que se habían encontrado dos Estados Mayores.
En las posiciones conquistadas del cerro de Loreto caía una lluvia de balas; pero la atención se concentró en apoyar a la infantería del general Servín, que en esos momentos ascendía penosamente por las faldas de La Sierpe. Para impedir que fuera rechazada, todas las tropas revolucionarias que estaban en Loreto hicieron fuego sobre la cima de La Sierpe. A los tiradores se unió una ametralladora que el general Villa estableció; pero ni ésta ni aquéllos favorecieron gran cosa el avance por los empinados flancos.
Ocupación de La Sierpe
La situación era a cada instante más comprometida, pues los que se hallaban en Loreto seguían recibiendo tiros ocultos del enemigo, que les hacían daño. Mientras tanto, la artillería no podía llegar para batir a los federales, que estaban en La Sierpe en condiciones ventajosas.
Por fin -dice el general Angeles- llegó un cañón y luego otros, al mando de Durón. El primer cañonazo sonó alegremente en los oídos nuestros, y probablemente con mucho desagrado en los de los defensores de La Sierpe. Los primeros tiros que hicieron blanco regocijaron a toda nuestra tropa en Loreto, y al cabo de quince minutos el enemigo comenzó a evacuar la posición; nuestra banderita tricolor flameó en la cima y nuestros soldados lanzaron frenéticos hurras de entusiasmo.
La infantería toda de Servín subió a la anhelada cima.
Los cañones que batían La Sierpe no podían ser utilizados en la misma posici6n para tirar sobre El Grillo; había que pasarlos al frente de las casas, en un patio limitado hacia el enemigo por un muro en arco de círculo que tenía aberturas utilizables como cañoneras. Pero de ese lado de las casas soplaba un huracán de muerte; las balas de fusil zumbaban rápidas y las granadas estallaban estruendosamente. Pocos cuerpos se quedaban erguidos; pocas frentes se conservaban altas.
Di orden al capitán Durón de que mandara traer los armones y entrara en batería frente a las casas, pasando por la derecha, por donde estuvo establecida la ametralladora, y me dirigí en seguida a hacer entrar las demás piezas que apercibí por la izquierda.
Había por ese lado, detrás de las casas, un amontonamiento desordenado de soldados, de caballos, de carruajes, de artillería con los tiros pegados, pero sin sirvientes ni oficiales.
Costó mucho trabajo conseguir que reaparecieran los trenistas y los oficiales, y que éstos condujeran los cañones al patio de que se ha hecho mención, pasando por un camino estrecho, muy visible del enemigo y perfectamente batido por su artillería.
Bajo el mismo impulso que movió la artillería avanzó también parte de nuestra infantería, que se había rezagado; avanzó con el dorso encorvado y quiso ponerse al abrigo dei muro circular, de donde la empujamos hacia el enemigo mostrándole el ejemplo del resto de la infantería nuestra que se batía a mil metros adelante. Era interesantísimo el pseudoavance de nuestra infantería rezagada; parecía que soplaba delante de ella un viento formidable que muy a su pesar oblicuaba su marcha y la hacía retroceder cuando quería avanzar. ¡Queridos soldados del pueblo, obligados por deber a ser heroicos cuando sus almas tiemblan y sus piernas flaquean!
Una batería quedó emplazada en aquel patio; una batería que tiró sobre El Grillo mientras recibía no sólo el fuego de la artillería de esa posición, sino también, y sobre todo, de La Bufa.
El enemigo reconcentró su fuego sobre las posiciones de Loreto y las batió desesperadamente, pues si lograba neutralizar la acción de la artillería y rechazar a las fuerzas que allí estaban, la infantería villista quedaría imposibilitada para seguir sobre El Grillo. Por fortuna, al terror de que llegaron a estar poseídos los artilleros sucedió bien pronto una febril actividad que protegió el lento y penoso avance de la infantería. El general Villa, en pie sobre un montón de piedras, observaba cuidadosamente los movimientos de sus hombres y los esfuerzos que para contenerlos hacía el enemigo.
Doloroso accidente
Sigue diciendo el general Angeles en su diario:
De repente, una gran detonación; a tres metros de nosotros, una nube.
Creímos que un torpedo enemigo había hecho blanco sobre la pieza más próxima a nosotros y que tal vez había matado a todos los sirvientes.
Cuando el humo y el polvo se disiparon vimos varios muertos: uno, con las dos manos arrancadas de cuajo, mostrando al extremo los huesos de los antebrazos, la cabeza despedazada y el vientre destrozado y con las ropas ennegrecidas; yacia inmóvil, como si hiciera horas que estuviese muerto. Otro de los que más impresionaban era un herido que tenía cara de espanto y un buche de sangre en la boca, de la que se escapaba un hilo por los entreabiertos labios, temblorosos de dolor.
No había sido un torpedo enemigo, sino una granada nuestra que, al prepararse, había estallado. Era necesario no dejar reflexionar a nuestros artilleros; que no se diesen cuenta del peligro que había en manejar nuestras granadas; era necesario aturdirlos, cualquiera que fuese el medio.
- ¡No ha pasado nada -les grité-, hay que continuar sin descanso; algunos tienen que morir, y para que no muramos todos nosotros es necesario matar al enemigo! ¡Fuego sin interrupción!
El fuego continuó más nutrido que antes. El general Villa se retiró algunos pasbs y se acostó en un montón de arena.
- No sabe usted -me dijo- cuánto dolor me causa una muerte semejante de mis muchachos. Que los mate el enemigo, pase; pero que los maten nuestras propias armas, no lo puedo soportar sin dolor.
- ¿Qué haremos -continuó- para que nuestra infantería siga avanzando? Me parece que está ya un poco quebrantada.
- Está ya muy cansada -contesté-; de un solo empuje no se puede desalojar al enemigo de todas sus posiciones. ¿Quiere usted que Cervantes vaya a dar la orden de que la infantería avance?"
La derrota
Partió Cervantes al galope de su alazán y muy pronto se le vió acercase a las fuerzas para las que llevaba la orden. El coronel Raúl Madero solicitó fuerzas de refresco, pues las suyas se habían batido mucho, estaban cansadas y quería lanzarlas al asalto de El Grillo.
Se separaron los generales Villa y Angeles. Este fue a dar órdenes para que su artillería se trasladara del cerro de Veta Grande al de El Grillo, que estaba a punto de caer. Ahora, los soldados se batían con los de La Bufa. Para protegerlos, una batería de Saavedra fue destacada hacia una colina, desde la cual abrió el fuego contra los defensores de La Bufa. Mientras tanto, las fuerzas de los generales Berrera y Chao y las del coronel Ordóñez habían quitado importantes posiciones al enemigo y se hallaban posesionadas de una casa y de un corralón que les servían de parapeto, al otro lado de Zacatecas.
Poco después se vió que eran rápidos los progresos que por todas partes estaban haciendo los revolucionarios. En La Bufa y en El Grillo había ya una débil resistencia, lo que daba a comprender que el enemigo se sentía irremisiblemente derrotado. Del centro de Zacatecas se elevó repentinamente una columna de humo y polvo, precedidos de una explosión. Eran exactamente las cinco y cincuenta minutos de la tarde.
A la explosión siguió un grito unánime de todas las fuerzas que cercaban y estréchaban al enemigo, pues había dado ya la inequívoca señal de su derrota: el incendio de edificios, que había precedido a las evacuaciones de las plazas.
¡Ya ganamos, mi general!
El ingeniero Valle -dice el general Angeles en su diario-, el mayor Cervantes, mi hermano y yo, veíamos muchas tropas en el camino de Zacatecas a Guadalupe y nos alegrábamos de verlos tan distantes.
A medida que el tiempo transcurría se veían más soldados; pero agrupados y como si trataran de formarse. Luego percibimos una línea delgada de infanter!a que precedía a los jinetes, estando estos últimos formados en columna densa. ¿Qué intentaban? ¿Acaso una salida? ¡Pero en ese orden! Los vimos avanzar hacia Guadalupe; después, retroceder desorganizados, sin distinguir bien a la tropa nuestra, que los rechazaba.
En seguida se movieron hacia Jerez y retrocedieron. Intentaron después salir por Veta Grande, del lado donde estábamos, y mandamos a cazarlos a los infantes rezagados que estaban con nosotros.
- No tengan miedo -les dije-, no han de combatir; van ya de huída; no se trata más que de exterminarlos. Volvieron a retroceder.
Finalmente, nos pareció ver que hacían el último esfuerzo desesperado para lograr salir por donde primero lo intentaron, por Guadalupe. Y presenciamos la más completa desorganización. No los veíamos caer; pero lo adivinábamos. Lo confieso sin rubor: los veía aniquilar en el colmo del regocijo, porque miraba las cosas desde el punto artístico, del éxito de la labor hecha.
Y mandé decir al general Villa: ¡Ya ganamos, mi general!
Y, efectivamente, ya la batalla podía darse por terminada aunque faltaban muchos tiros por disparar.
Por el Sur, del lado de los generales Herrera, Chao y Ortega, allá, en la casa blanca con su corralón inmenso, se veían los resplandores de los fogonazos del cañón como cardillos de espejitos diminutos.
De El Grillo empezaban a descender poco a poquito los puntitos negros rumbo a la ciudad.
A las seis y cuarenta y cinco minutos de la tarde, las fuerzas revolucionarias que momentos antes habían coronado el cerro de El Grillo descendieron para entrar triunfantes en Zacatecas, iluminadas por un estupendo ocaso.
Reflexiones del general Angeles
Y así concluye el general Felipe Angeles sus impresiones de ese día:
Mi excitación del principio de la lucha se había disipado a la hora del crepúsculo, y ahora, en las tinieblas, estaba yo tranquilamente tendido en mi catre de campaña y volvía a ver las fases de la batalla, adivinada, dada con tropas revolucionarias que se organizaban e instruían a medida que crecían.
Volvía a ver el ataque principal hecho sobre la línea de La Bufa, El Grillo, de frente por las tropas de Ceniceros, Aguirre Benavides, Gonzalitos y Raúl Madero apoyadas por la artillería, y de flanco por las tropas de Trinidad y José Rodríguez, de don Rosalío Hernández, Almanza y toda la infantería; en suma, diez mil hombres. Rechazada la defensa de este frente principal, la guarnición no podía continuar la resistencia, por estar la ciudad ubicada en cañadas dominadas por El Grillo y La Bufa, y pretendería salir por el sur o por el este. La salida por el sur era imposible, porque la línea de comunicaciones estaba al este, por Guadalupe, hacia Aguascalientes. Bastarían, pues, tres mil hombres nuestros, que atacando por el sur taparan la salida de ese rumbo. En cambio, en Guadalupe era necesaria una fuerte reserva, siete mil hombres con el centro en Guadalupe y las alas obstruyendo la salida para Jerez y Veta Grande. Allí se daría el golpe de masa al enemigo desmoralizado por el ataque principal y dispuesto a abandonar la ciudad.
Y en el desarrollo de esa acción, ¡qué corrección y qué armonía en la colaboración de infantería y la artillería! La artillería, obrando en masas y con el casi exclusivo objeto de batir y neutralizar a las tropas de la posición que deseaba conquistar la infantería, pues apenas si se empleaba una batería como contrabatería, y la infantería marchando resueltamente sobre la posición desde que la neutralización se realizaba. ¡Qué satisfacción el haber conseguido esta liga de armas, apenas iniciada en San Pedro de las Colonias con Madero y Aguirre Benavides, después del desconcierto de Torreón, ganado a fuerza de tenacidad y de bravura! Y haberla realizado con tanta perfección, al grado de que todo el mundo siente la necesidad de esa cooperación armónica.
Y volvía a ver la batalla condensada en un ataque de frente de las dos armas en concierto armónico: la salida al sur, tapada, y la reserva, al este, para dar el golpe de masa al enemigo en derrota.
Y sobre esa concepción teórica que resumía en grandes lineamientos la batalla, veía yo acumularse los episodios que más gratamente impresionaron: la precisión de las fases; el ímpetu del ataque; el huracán de acero y plomo; las detonaciones de las armas multiplicadas al infinito por el eco, que simulaba un cataclismo; el esfuerzo heroico de las almas débiles que marchaban encorvadas contra la tempestad de la muerte; las muertes súbitas y trágicas tras las explosiones de las granadas; los heridos llenos de espanto que, con horror inmenso, ven venir a la implacable muerte; los heridos heroicos que, como Rodolfo Fierro, andan chorreando sangre, olvidados de su persona, por seguir colaborando en el combate, o los heridos que de golpe quedan inhabilitados para continuar la lucha y que se alejan tristemente del combate, como el intrépido Trinidad Rodríguez, a quien la muerte sorprendió cuando la vida le decía, enamorada: No te vayas; no es tiempo todavía. Y tantas cosas hermosas.
Y finalmente, la serena caída de la tarde, con la plena seguridad de la victoria que viene sonriente y cariñosa a acariciar la frente de Francisco Villa, el glorioso y bravo soldado del pueblo.
LOS TRATADOS DE TORREON
Vamos a referirnos a los Tratados de Torreón, como se llamó al documento firmado como remate de unas conferencias celebradas entre los representantes del Cuerpo de Ejército del Noreste y los de la División del Norce, para llegar a un avenimiento entre dicha División y la Primera Jefatura del Ejército Constitucionalista.
La importancia que las conferencias tuvieron nos obliga a ocuparnos de ellas, a pesar de que nos hemos detenido bastante en los sucesos de que fueron actoras las fuerzas villistas. En el documento que se firmó, veremos que se pide al señor Carranza que atienda los problemas sociales y se le sugiere que convoque a una asamblea, que después se llamó Convención Revolucionaria. Como la Convención jugó importante papel relacionado con el movimiento del sur, es necesario que veamos por qué se propuso la integración de ese organismo en determinado momento de la vida revolucionaria.
Para ello es preciso traer nuevamente a colación las dificultades entre el general Francisco Villa y el señor Carranza, dificultades que no quedaron zanjadas por la toma de Zacatecas.
Lo que dice el general Angeles
La situación que prevalecía después de la toma de la plaza puede verse descrita por el general Felipe Angeles, quien, refiriéndose al día 25 de junio, dice:
Sobre mi Turena, que saltaba deliciosamente los muros y las zanjas, fuí a pedir al general Villa que me diera cuatro brigadas de caballería para ir a tomar Aguascalientes.
- Le voy a dar siete, mi general - contestó Villa, y dió las órdenes a los jefes de ellas y yo las mías de marcha para el día siguiente. Gozosísimo, me frotaba las manos; el domingo entraríamos, seguramente, en Aguascalientes.
Pero la suerte o el destino dispuso las cosas de otro modo.
El general Villa se había desvelado pensando en la situación de la División del Norte.
Confiados en que, como nosotros, todos los demás guerreros constitucionalistas no tendrían más afán que marchar hacia el sur, sobre México, nos íbamos yendo muy adelante. Pero no teníamos municiones sino para dos grandes batallas; por Ciudad Juárez no podíamos introducir municiones ni nuestros amigos las dejaban pasar por Tampico, ni sacar carbón de Monclova.
El licenciado Miguel Alessio Robles, enviado del Cuerpo de Ejército del Noreste, para iniciar pláticas con nosotros se había informado de que nuestra actitud era enteramente de armonía; que si nosotros desobedecimos la orden para que el general Villa dejara el mando de la División del Norte se debió a que esa orden traería como consecuencia males incalculables para la causa y para la patria, que estábamos en la obligación de evitar; que no teníamos más deseo que marchar rápidamente hacia México y que invitábamos al Cuerpo de Ejército del Noreste a marchar, desde luego, sobre San Luis Potosí.
Debemos aclarar los renglones que dejamos subrayados. El señor Carranza, no habiendo podido impedir que el general Villa tomara Zacatecas, y persistiendo en su idea de opacarlo, había dado órdenes terminantes para que de las minas de carbón de Coahuila no se le remitiera cantidad alguna, y había gestionado que no se le vendieran municiones en los Estados Unidos. De este modo la División del Norte estaba imposibilitada para marchar al Sur pisándole los talones al amedrentado enemigo, que huía después de sufrir tremendo cástigo en Zacatecas. Era la respuesta de la Primera Jefatura a la actitud asumida por la División del Norte; pero que abrió un abismo entre el señor Carranza y el general Villa.
Estaba lastimado porque los generales, en conjunto, lo habían desobedecido, pero no tuvo en cuenta la parte de culpa que le correspondía; tampoco tuvo en cuenta que esa División no se disolvió, como estuvo a punto de suceder, con grave perjuicio para la Revolución; no tomó en cuenta que esa formidable unidad militar no se rebeló ni se sustrajo a la obediencia de la Primera Jefatura sino para que no se le privase del jefe querido que la había formado y que la llevaba de victoria en victoria.
Como el señor Carranza se vió fuertemente contrariado en sus planes, que ya conocemos, no valió que los hechos le demostraran que el general Villa tenía plena razón cuando pidió ir al frente de sus fuerzas al ataque de la plaza; no valió que la realidad hubiera puesto de relieve que eran completamente descabelladas las órdenes y del todo errónea la creencia de que con un refuerzo de cinco mil hombres y unos cuantos cañones caería la plaza de Zacatecas; no bastó que se patentizara que habría sido imposible para el valiente y disciplinado Natera dominar aquella plaza, a la que Huerta había enviado cuantos elementos pudo; ni que para la derrota de los federales allí reconcentrados habían sido necesarias la intuitiva estrategia y la astucia del general Villa, la preparación técnica y el espíritu algebraico del general Angeles, unidos a la bravura de todos los jefes y al número y arrojo de las tropas.
Para el señor Carranza había sólo una idea y un hecho: el general Villa era un peligro, y la División del Norte lo había desobedecido.
Si las disposiciones del señor Carranza hubieran sido acertadas, sería condenable la actitud de la División del Norte y más aún la de su jefe; pero cuando las órdenes nacían de un recelo personal y desde el punto de vista militar eran erróneas -pues mandaban al fracaso y al desprestigio a jefes revolucionarios y al matadero a sus tropas-, no cabe relevarlo de la torpeza cometida ni invocar el principio de autoridad, pues la del señor Carranza era más política que militar, toda vez que los jefes operaban conforme a las circunstancias y no bajo la dirección de un alto mando.
Génesis de tos Tratados
Las dificultades se ahondaron por el hecho de que mientras el general Villa se preparaba y se batía, la prensa sostenida por el señor Carranza atacó acremente a los generales de la División, a los que llamó traidores. El mismo señor Carranza, en un banquete que se le ofreció en Monterrey, al referirse al incidente, y en particular al general Angeles, se expresó en términos durísimos, diciendo que no podía ser menos que un Judas, pues había sido un federal.
Imposibilitado el general Villa para continuar su marcha, tuvo que retroceder con todas sus fuerzas a Torreón. Lamentable retirada, no por su significación militar, pues el enemigo estaba quebrantado, por fortuna; pero sí porque la escisión que la motivó había llegado a ser un doloroso desgarramiento en las filas revolucionarias.
¿Cuál debía ser la actitud del general Villa, la de los jefes que le estaban subordinados y la de toda la División? Detenida a golpe de autoridad en su marcha victoriosa, ¿qué papel iba a desempeñar y qué suerte le esperaba? En Zacatecas, donde se había hecho todo el esfuerzo para cavar la sepultura del huertismo, ¿iba a dejar la División del Norte su vida y sus glorias?
Esto deseaba el señor Carranza; pero, ¿convenía a la Revolución? Por fortuna en aquellos momentos, y dándose cuenta el general Pablo González de la trascendencia de la escisión, asumió el papel de mediador entre la Primera Jefatura y la División del Norte. Comisionó al señor licenciado Miguel Alessio Robles para entablar pláticas con los villistas y, aceptada la mediación, se convino en que una delegación del Cuerpo de Ejército del Noreste se entendiera con otra de la División del Norte, para que las conclusiones a que se llegara fuesen presentadas al señor Carranza por conducto del mediador.
La intervención del general González fue oportuna y atinada; pero estuvo a punto de fracasar por las represalias del señor Carranza, que veremos narradas por el licenciado Alessio Robles en un artículo que intituló Un mensaje comprometedor, publicado en El Universal del lunes 1° de marzo de 1948.
Artículo del licenciado Alessio Robles
De cuando en cuando mandaba el general Villa detener el convoy para cazar algunos animales que se ocultaban entre los matorrales, o para disparar al blanco. Era un magnífico tirador. Ortiz Rodríguez y yo contemplábamos el espectáculo desde la plataforma del tren. Después de haber caminado varias horas ya no se pudo seguir adelante. Se estaba combatiendo, en la ciudad de Zacatecas. Tres o cuatro millas antes de llegar a esta plaza se detuvo el convoy. El general Villa montó su hermoso caballo negro, y la célebre escolta de Los Dorados siguió al famoso guerrillero, que iba a dar el asalto a la ciudad sitiada.
Nos quedamos en el tren Ortiz Rodríguez y yo. Los Episodios nacionales, de Pérez Galdós, eran mis inseparables compañeros. Acababa con Trafalgar, y seguía con El diecinueve de marzo y con Gerona. No nos dábamos cuenta completa del grave peligro que corríamos. ¿Era inconsciencia o teníamos una seguridad absoluta de que las fuerzas consritucionalistas capturarían la ciudad de Zacatecas? Porque si el general Villa hubiera sido derrotado, lo primero que capturan los enemigos es el tren donde permanecíamos nosotros. Pero ni siquiera nos dábamos cuenta de la situación. A lo lejos escuchábamos el fragor de la batalla. El ruido ensordecedor de los cañones, de los fusiles y de las ametralladoras atronaban el espacio. El cocinero del general Villa nos atendía con esplendidez y con solicitud, A la hora del almuerzo nos daba deliciosas rebanadas de melón y de sandía, que mitigaban nuestra sed en medio de aquel campo ardoroso y desolado.
El día 29 de junio, al mediodía, llegó un capitán del Estado Mayor del general Villa a decirnos que sus fuerzas habían capturado ya Zacatecas, y que podíamos pasar a lo barrido para conferenciar con los jefes de la División del Norte. Emprendimos a pie la larga caminata de tres millas. Llegamos a Zacatecas cuando todavía no se levantaba el campo de batalla. En mi libro Historia política de la Revolución describo este cuadro dantesco. Era un horror contemplar aquel espectáculo pavoroso. La calzada de Guadalupe estaba materialmente sembrada de cadáveres de soldados federales. No se podía caminar. Por dondequiera había caballos muertos, uniformes tirados aquí y allá, que los soldados sitiados arrojaban desesperadamente para poder escapar de una muerte segura. Ni la pluma de Edgar Poe ni la de Dostoyevski hubieran podido describir este cuadro horrendo que crispaba los nervios y nublaba la vista. Manchas de sangre en las aceras, y en medio de la calle los grandes hacinamientos de cadáveres, que ya entraban en descomposición debido al calor de los ardientes rayos del sol del mes de junio. Él cerro de La Bufa extendía su crestón erizado bajo un cielo azul y resplandeciente. Refulgen los rayos del sol sobre las desnudas rocas del cerro. Las puertas y ventanas de las casas, cercadas a piedra y lodo después de varios días de rudo y sangriento combate. Las calles principales, desiertas. En las plazas, grupos de soldados ebrios que celebraban la victoria. Ruinas y escombros se veían en varias partes, porque los soldados federales, antes de abandonar la plaza, habían volado con dinamita unos edificios. La bella catedral de Zacatecas ostentaba sus filigranas en medio de la tragedia.
Al día siguiente nos presentamos al Cuartel General. El jefe de la División del Norte estaba rodeado por todos sus generales y, además, por los militares más destacados de Pánfilo Natera, que habían participado en la lucha. Estaban también el doctor Miguel Silva, jefe de los Servicios Sanitarios de la División del Norte y que tanto nos ayudó con sus consejos en nuestra misión. El era el amigo providencial que nos guiaba y nos orientaba en esos momentos difíciles.
No encontrábamos la manera de cómo empezar a cumplir nuestra comprometida y delicada misión. Felicitamos a los jefes militares allí reunidos por la victoria que acababan de obtener, y yo les sugerí la conveniencia de que le dirigieran un telegrama al Primer Jefe, que estaba en Saltillo, participándole esa victoria. En el acto accedieron, y fueron comisionados el general Angeles y el coronel Roque González Garza para que redactaran el mensaje. El señor Carranza contestó en el acto ese telegrama, felicitando a los jefes, oficiales y soldados por esa espléndida victoria que acababan de obtener.
En esa conferencia sostuvimos la conveniencia de que la División del Norte volviera a reconocer la autoridad de la Primera Jefatura del Ejército Constitucionalista. Todos aprobaron nuestra proposición. Pero señalaron ciertas bases. Delegados de la División del Norte y del Ejército del Noreste deberían reunirse en la ciudad de Torreón para celebrar unas conferencias. En ellas discutirían los términos del reconocimiento al Primer Jefe de la Revolución.
En el acto comunicamos esa proposición al Ejército del Noreste, y contestarón aceptándola. Los jefes de la Divisióh del Norte estaban animados de los mejores propósitos. Vibraban sus pechos al noble impulso del patriotismo. Ortiz Rodríguez y yo estábamos felices. Nuestra misión había tenido un éxito completo. Esa noche invitamos a cenar al doctor Miguel Silva y a Roque González. Garza para celebrar el triunfo rotundo. El doctor Silva nos cautivó con su charla animada y deliciosa. Su bondad era infinita. No hablaba mal de nadie. Sólo de vez en cuando se refería a la aragonesa terquedad de don Venustiano. Pero lo hacía en términos suaves. Roque González Garza, Ortiz Rodríguez y yo procurábamos atenuar la crítica envuelta en palabras delicadas.
Después de la cena recorrimos las calles de Zacatecas, notablemente quebradas. Recordamos su historia y sus tradiciones. Por allí pasaron Hidalgo, Allende y Aldama después de haber sido arrojados de Guadalajara por las fuerzas virreinales; de Zacarecas marcharon a Saltillo para continuar su peregrinación rumbo al norte. Hablamos del general González Ortega, ese romántico de la Reforma y de la Intervención. Recordamos sus triunfos de Silao y Calpulalpan y de la epopeya gloriosa del sitio de Puebla. La tierra zacatecana meció también la cuna de ese artista singular, cuyas canciones comenzaban entonces a entonar todos los labios. ¿Cómo no recordar también a ese otro zacatecano eximio, Ramón López Velarde, que ya comenzaba a descollar como un exquisito poeta y que más tarde sacudió los ámbitos de México con sus versos llenos de genio y de inspiración? Nació en Jerez e inició su educación en el Seminario de Zacatecas, cantada por él en estrofas lapidarias que serán recordadas eternamente por su belleza y armonía. Recordando a todos los hombres ilustres de Zacatecas, dieron las doce de la noche. A esa hora entramos a la casa para dormimos tranquilamente. Ortiz Rodríguez y yo comentamos la jornada de ese día. Estábamos contentos y satisfechos.
Al día siguiente se presentó en nuestra casa un oficial de Estado Mayor del general Villa. Iba a decirnos que el jefe de la División del Norte quería hablar con nosotros. El doctor Silva y Ortiz Rodríguez habían salido desde temprano. Así, pues, yo solo me dirigí al Cuartel General. Entré contento. Creí que el general Villa me iba a dar buenas noticias. Pero todos los jefes que lo acompañaban estaban hoscos, con el ceño fruncido y sin poder ocultar su contrariedad y su enojo. El general Villa asió un telegrama que estaba sobre la mesa y me mostró ese mensaje. El general Villa estaba furioso, frenético. Parecía un jaguar. Daba vueltas en la sala con una rapidez asombrosa y de su boca se escapaba un impetuoso torrente de improperios encendidos contra el señor Carranza. Yo no podía explicarme semejante actitud. Pero leo el telegrama. Estaba firmado por el Primer Jefe del Ejército Constitucionalista. Destituía al general Angeles del cargo de Subsecretario de Guerra, Encargado del Despacho, porque no supo corresponder a la confianza en él depositada. Yo quería que la tierra me tragara, como suele decirse. No sabía qué hacer. Estaba anonadado. Entretanto, el general Villa gritaba con todas las fuerzas de sus pulmones: ¡Pancho Villa es hombre, y ese viejo es un ... El jefe de la División del Norte movía los ojos de una manera terrible. Yo no encontraba qué hacer ni qué decir. Un capitán permanecía en el umbral de la puerta. Hago un esfuerzo sobrehumano para poder hablar, porque mi boca estaba seca como una yesca y, al fin, le dije:
- Capitán, vaya usted a buscar al doctor Silva, y dígale que me haga favor de venir.
El capitán me obedeció en el acto y salió volando en busca del doctor Silva. Pero yo me sentía impotente para calmar a ese hombre, que continuaba rugiendo como una fiera enjaulada.
- Así corresponde ese viejo tal por cual a los esfuerzos de ustedes, decía el general Villa con gritos estentóreos, y estrujaba en sus manos el mensaje del Primer Jefe. Yo no podía hablar. Estaba entumecido de miedo, y, además, creía que mis palabras podían exacerbar la ira, la rabia del célebre guerrillero, que no cesaba un instante de lanzar denuestos contra don Venustiano. En esos instantes llegó el capitán acompañado del doctor Miguel Silva. En el acto lo enteré del grave asunto del telegrama. Y él, con su bondad, con su tacto, con su inteligencia, me ayudó a sortear esa grave dificultad. El doctor Silva movía su cabeza, y cuando el general Villa nos daba sus espaldas el esclarecido michoacano se oprimía la frente con su mano izquierda. Ese ademán era tan elocuente como la requisitoria más enconada y flamígera.
El doctor Silva estaba perplejo. No salía de su asombro. Cuando él hablaba, todos permanecíamos callados. La bondad se impone siempre. Recomendó la calma, la serenidad, la razón para resolver todos esos graves asuntos que afectaban a la nación misma. Aproveché ese instante supremo para hablar del asunto ya acordado: Si el telegrama que envió el Primer Jefe al general Angeles es motivo para suspender las conferencias de Torreón, les suplico me lo digan para que los delegados del Ejército del Noreste suspendan su viaje.
El general Villa expresó que ese mensaje no era motivo para suspender las conferencias de Torreón.
- Pero esa actitud de Carranza sirve para que todos conozcan a ese hombre terco, necio, el único culpable de esta situación, rugía el jefe de la División del Norte, rabioso, moviendo los ojos de una manera siniestra, rebosante de indignación y de coraje.
Sería el momento de decir unas palabras sobre la personalidad del señor doctor Miguel Silva; pero las reservamos para el capítulo en que nos ocuparemos de algunos destacados revolucionarios michoacanos. Proseguiremos, pues, el hilo del asunto.
Porque estuvimos viviendo en esos días aciagos la vida de los revolucionarios y captamos su sentir, creemos estar en condiciones de afirmar rotundamente que si el señor Carranza, con motivo de la toma de Zacatecas, hubiera abierto los brazos en un rasgo generoso que todos esperaban; si ahogando su excesivo amor propio y su aragonesa terquedad en los tangibles resultados de la batalla, hubiera pronunciado una palabra de cariño, ese gesto habría tenido los efectos de un paternal olvido, y esa palabra, los de un raudal de benevolencia que habría hecho renacer la estimación a su persona y la disciplina a su autoridad. A la nobleza del Primer Jefe habría correspondido con lealtad y con creces la División del Norte.
Mas no habiendo brotado esa palabra, sino descargado un golpe de autoridad, fue natural que los jefes que rodeaban al general Villa, y que este mismo, sintieran punzante la situación. Repasando sérenamente las causas, encontraron que por ambas partes había culpabilidad: en el señor Carranza, porque sus reiteradas órdenes eran absurdas; en el general Villa, porque se había apresurado a presentar la renuncia del mando, con la cual dió lugar a que el señor Carranza viese la mejor oportunidad para eliminarlo, como eran sus vehementes deseos.
Ahora, los generales de la División del Norte recordaban haber hecho lo que humanamente estuvo a su alcance para disuadir al señor Carranza; pero no lo consiguieron, ni los acontecimientos posteriores modificaron su actitud, porque en su ánimo pesaba más el desacato y que con él se hubiesen frustrado sus planes, que la trascendencia de la victoria alcanzada, con todas sus repercusiones militares, políticas y revolucionarias. En el torbellino de los acontecimientos había sufrido mengua la aureola de respeto con que se mira al Primer Jefe; pero los hechos estaban demostrando que sin esa mengua no hubiera sido posible asir el laurel recién conquistado para todo el movimiento constitucionalista.
Sin un nuevo factor que desviara la corriente de los pensamientos, y visto el hombre sin el respeto que se le había tenido, fueron apareciendo los defeCtos sin la compensación de las virtudes. Se le encontró injustificadamente severo y lleno de amor propio, y de defecto en defecto se fue ennegreciendo la figura hasta engendrar el pensamiento -que expresaron en el último telegrama- de que no era la persona en quien los revolucionarios debían cifrar sus más caras esperanzas.
Y así como no satisfizo el hombre, dejó sentir un vacío el Plan de Guadalupe, que hasta entonces había sido inobjetado.
Al torbellino de los sentimientos siguió la reflexión. Reconociendo las justas proporciones del desacato al Primer Jefe, se estimó necesario que el señor Carranza, a su vez, reconociera que no había faltado razón. Colocadas en ese plano ambas partes, los generales de la División del Norte estaban bien dispuestos a demostrar, con hechos positivos, que la momentánea inobediencia no significaba el continuo desconocimiento de la autoridad a la que de buen grado deseaban seguir subordinados hasta la victoria final, y más allá de esa victoria.
Pero relacionado con esa disposición de ánimo estaba el deseo de que no fuera separado del mando el general Villa, pues su separación significaba la pérdida de la cohesión, que había sido uno de los factores de los triunfos obtenidos.
El Primer Jefe y el de la División del Norte debían quedar en la misma situación que guardaban antes del penoso incidente. El general Villa, con las facultades que había tenido para sus operaciones, desde que las inició; con la amplísima libertad de acción que exigían aún las necesidades de la campaña.
Pero no eran estos los únicos problemas; el movimiento armado parecía tocar a su fin, y era preciso recordar que la Revolución tenía en sus filas a numerosos campesinos y obreros, cuyo evidente propósito, al sumarse a las filas revolucionarias, no era el solo derrocamiento del usurpador, sino que surgiese una mejoría de su situación económica, un estado social de equidad que se había esperado con la exaltación del señor Madero al gobierno de la República, y pues se invocaba su nombre, era natural pensar que con el nuevo régimen se implantarían reformas de acuerdo con los anhelos que habían agitado al pueblo mexicano cuando tomó al señor Madero por caudillo.
Resultaba justo enmendar las omisiones del Plan de Guadalupe y llevado del campo meramente político al económico y social; era indispensable dar una orientación definida a las tendencias del gobierno que surgiera de la Revolución, y que los intereses generales pesaran sobre los gobernantes.
Origen de la Convención Revolucionaria
Para dar esa orientación y señalar los derroteros precisos se pensó en que no había nada mejor que recoger los ideales dispersos, meditados y señalar los procedimientos para hacedos efectivos. Así surgió el pensamiento de una magna asamblea en la que estuviera representada la masa de los luchadores. En ese pensamiento tuvo su origen la Convención Revolucionaria.
La situación en que se deseaba quedara el Primer Jefe no impedía que se le viese como no inclinado a abordar y resolver los problemas sociales. Se recordaba su contestación a la pregunta que el jefe del Estado Mayor del general Villa le hizo acerca del problema agrario y se ligaba la contestación al hecho de que posteriormente ningún acto del señor Carranza había demostrado el deseo de ocuparse de ese y de otros problemas sociales. Si, como todo parecía indicarlo, el señor Carranza no se hallaba dispuesto a abordar esos problemas, salía sobrando recoger los anhelos dispersos de la masa de luchadores y trazar un excelente programa de gobierno; era necesario, en consecuencia, reducir al límite estrictamente indispensable su presencia en el Supremo Poder Ejecutivo, al que lo llamaba el Plan de Guadalupe.
Acta de las conferencias
Ahora bien: habiendo regresado el general Villa a Torreón con todos sus elementos, como hemos dicho antes, las conferencias entre las delegaciones del Cuerpo de Ejército del Noroeste y de la División del Norte se llevaron a cabo en esa ciudad durante los días 4 al 8 de julio.
Vamos a reproducir íntegra el acta de las sesiones, para que se vea cómo presentó la División del Nórte sus puntos de vista y cómo quedaron definitivamente al ser discutidos. En dicha exposición puede apreciarse el estado afectivo que dominaba en los elementos de esa División. He aquí el acta:
En la ciudad de Torreón, Estado de Coahuila de Zaragoza, a las diez de la mañana del día cuatro de julio de mil novecientos catorce, a iniciativa de los ciudadanos jefes de la División del Norte, se reunieron en la parte alta del edificio del Banco de Coahuila, situado en las calles de Zamora, número cuatrocientos veintitrés, los señores general José Isabel Robles, doctor Miguel Silva, ingeniero Manuel Banilla y coronel Roque González Garza, los tres primeros, delegados de la División del Norte; y el último, como secretario de estos señores delegados ... los señores generales Antonio I. Villarreal, Cesáreo Castro y Luis Caballero, como representantes de la División del Noreste, siendo secretario de ellos el señor Ernesto Meade Fierro, con el objeto de zanjar las dificultades surgidas entre los jefes de la División del Norte y el ciudadano Primer Jefe del Ejército Constitucionalista. Revisadas las credenciales extendidas por los ciudadanos generales de las dos mencionadas Divisiones, se procedió a elegir desde luego un presidente, habiendo resultado electo el doctor Miguel Silva. Abiertos los debates, y después de haber exhortado el presidente de la asamblea a los señores delegados para que en todas sus resoluciones sólo mirasen por el bien de la Patria, el señor ingeniero don Manuel Bonilla interrogó a los señores representantes de la División del Noreste para que explicaran cuáles eran sus facultades y si venían con la aquiescencia del señor Carranza. El señor general Antonio I. Villarreal contestó que, según se podía ver por las credenciales exhibidas, solamente venían en representación de los ciudadanos jefes de la División del Noreste. Acordóse después que los señores secretarios, durante las discusiones, tuvieran voz informativa. Acto continuo hizo uso de la palabra el señor ingeniero Manuel Bonilla, manifestando que la División del Norte no ha desconocido ni desconocerá al C. Venustiano Carranza como Primer Jefe del Ejército Constitucionalista; que dicha División sólo desea que el jefe supremo ejerza su autoridad justificadamente y sin poner obstáculo alguno a las operaciones militares. El ciudadano delegado José Isabel Robles apoyó lo asentado anteriormente por el ingeniero Bonilla, agregando que era conveniente que el ciudadano general Francisco Villa continuara como jefe de la División del Norte. Como resultado de esta discusión tomáronse los acuerdos siguientes:
Primero. La División del Norte reconoce como Primer Jefe del Ejército Constitucionalista al señor don Venustiano Carranza y solemnemente le reitera su adhesión.
Segundo. El señor general don Francisco Villa continuará como jefe de la División del Norre. Para ilustrar el criterio de los señores delegados, la secretaría dió lectura a los mensajes y notas cambiadas entre el ciudadano Primer Jefe del Ejército Constitucionalista y los señores generales de la División del Norte.
Con esto terminó la sesión, habiéndose señalado las cuatro de la tarde de este mismo días para reanudarla.
Reunidos los señores delegados a la hora antes mencionada, el presidente preguntó a la asamblea si no había inconveniente en poner a discusión este punto:
Que a la División del Norte se le suministre todo lo necesario para continuar sin entorpecimiento alguno sus operaciones militares.
Después de una amplia discusión, y no habiendo llegado a ningún acuerdo, se suspendió la sesión para continuarla al día siguiente.
Reunidos a las diez de la mañana, desde luego continuó discutiéndose la proposición de que se hace mérito. Habiendo tomado parte en la discusión todos los señores delegados, se llegó a este acuerdo, el cual fue aprobado por unanimidad de votos:
Las Divisiones del Ejército Constitucionalista recibirán de la Primera Jefatura todos los elementos que necesiten para la pronta y buena marcha de las operaciones militares, dejando a la iniciativa de sus respectivos jefes libertad de acción en el orden administrativo y militar cuando las circunstancias así lo exijan, pero quedando obligados a dar cuenta de sus actos con la debida oportunidad para su ratificación o rectificación por parte de la Primera Jefatura.
Con esto terminó la sesión de la mañana del día cinco de julio, habiéndose convocado para continuarla al día siguiente.
A las diez a.m. se abrió la sesión. Los señores delegados de la División del Norte, en concreto, hicieron la siguiente proposición:
Que el ciudadano Primer Jefe del Ejército Constitucionalista nombre un gabinete responsable, es decir, ministros con plena autoridad, indicados por los gobernadores, para el manejo de los negocios. Los señores delegados de la División del Noreste hicieron varias objeciones a la proposición anterior, alegando, entre otras cosas, la libertad constitucional que tiene el Ejecutivo de la República para designar a sus ministros. Por las razones que se expusieron, los señores representantes de la División del Norte modificaron su proposición, presentándola en este sentido:
Las Divisiones del Norte y Noreste se permiten presentar a la consideración del ciudadano Primer Jefe la siguiente lista de personas, entre las cuales estiman que podrían designarse algunas para integrar la Junta Consultiva de Gobierno: señores Fernando Iglesias Calderón, licenciado Luis Cabrera, general Antonio I. Villarreal, doctor Miguel Silva, ingeniero Manuel Bonilla, ingeniero Alberto Pani, general Eduardo Hay, general Ignacio L. Pesqueira, licenciado Miguel Díaz Lombardo, licenciado José Vasconcelos, licenciado Miguel Alessio Robles y licenciado Federico González Garza.
Los señores Villarreal, Bonilla y Silva suplicaron atentamente fueran retirados sus nombres de la lista anterior, haciendo presentes diversos motivos. Los demás señores delegados expusieron que habiendo sido los ciudadanos generales de la División del Norte, y no los interesados mismos, los que habían indicado sus nombres, no se podíá acceder a su solicitud. Por tal motivo, la lista de candidatos para integrar el Gabinete del ciudadano Primér Jefe del Ejército Constitucionalista quedó aprobada tal como fue presentada a la consideración de la Asamblea.
A continuación se pasó a discutir las siguientes reformas al Plan de Guadalupe, propuestas por los delegados de la División del Norte:
Segunda. Que se reforme el Plan de Guadalupe en sus cláusulas sexta y séptima, como sigue:
Sexta. El Presidente Interino de la República convocará a elecciones generales tan luego como se haya efectuado el triunfo de la Revolución, y entregará el poder al ciudadano que resulte electo.
Séptima. De igual manera, el primer jefe militar de cada Estado donde hubiere sido reconocido el gobierno de Huerta convocará a elecciones locales tan luego como triunfe la Revolución.
La misma delegación pidió que se adicione dicho Plan de la manera que sigue:
Octava. Ningún jefe constitucionalista figurará como candidato para Presidente o Vicepresidente de la República, en las elecciones de que trata la cláusula anterior.
Novena. Sin perjuicio de la convocatoria a que se refiere el artículo sexto, se reunirá, al triunfo de la Revolución, una Convención donde se formulará el programa que deberá desarrollar el Gobierno que resulte electo.
En esa Convención estarán representados a razón de uno por cada mil hombres.
Al ser discutida la primera cláusula se expusieron por los señores delegados varias consideraciones de orden constitucional, militar y político, habiéndose llegado al acuerdo que en seguida se expresa:
Al tomar posesión el ciudadano Primer Jefe del Ejército Comtitucionalista, conforme al Plan de Guadalupe, del cargo de Presidente Interino de la República, convocará a una Convención que tendrá por objeto discutir y fijar la fecha en que se verifiquen las elecciones, el programa de gobierno que deberán poner en práctica los funcionarios que resulten electos y los demás asuntos de interés general.
La Convención quedará integrada por delegados del Ejército Comtitucionalista nombrados en junta de jefes militares, a razón de un delegado por cada mil hombres de tropa. Cada delegado a la Convención acreditará su carácter por medio de una credencial, que será visada por el jefe de la División respectiva.
Levantóse la sesión, citándose para reanudada a las cuatro de la tarde, hora en que dió principio con la lectura de la proposición que en seguida se cita, presentada por los señores delegados de la División del Norte:
El conflicto de Sonora debe ser resuelto por el Primer Jefe sin que se viole la soberanía del Estado y respetando la persona del gobernador constitucional, C. José Maytorena.
Habiéndola discutido de una manera detenida y amplia por todos los señores delegados, fue aprobada por unanimidad de votos, como en seguida se transcribe:
Sexta. En bien del triunfo de las armas revolucionarias, y para calmar los ánimos en el Estado de Sonora, se sugiere respetuosamente al ciudadano Primer Jefe que obre de la manera que crea más conveniente para solucionar el conflicto que existe en dicho Estado, sin violar su soberanía ni atacar la persona del gobernador electo constitucionalmente, C. José María Maytorena. Se excitará el patriotismo del señor Maytorena para que se separe del puesto de gobernador del Estado, si estima que de esa manera puede ponerse fin di conflicto interior, proponiendo una persona prestigiada, imparcial y constitucionalista, para que se encargue del gobierno de Sonora y dé garantías al pueblo, cuyos sagrados intereses están en peligro.
Con esto se dió por terminada la sesión.
Reanudada el martes, siete, a las diez de la mañana, los señores delegados de la División del Noreste suplicaron a la asamblea que tuviera a bien aprobar, esta cláusula, que literalmente dice:
Séptima. Es facultad exclusiva del ciudadano Primer Jefe el nombramiento y remoción de empleados de la Administración Federal en los Estados y Territorios dominados por las fuerzas constitucionalistas, asignándoles su jurisdicción y atribuciones.
Como las veces anteriores, el punto se discutió detenida y ampliamente, habiendo sido aprobado en la misma forma en que se presentó. A continuación, los propios señores delegados presentaron otra cláusula, que dice:
Las Divisiones del Norte y del Noreste, comprendiendo que la acrual es una lucha de los desheredados contra los poderosos, se comprometen a combatir hasta que desaparezca por completo el Ejército ex Federal, substituyéndolo por el Ejército Constitucionalista; a impulsar el régimen democrático en nuestro país; a castigar y someter al clero católico romano, que ostensiblemente se alió a Huerta, y a emancipar económicamente al proletariado, haciendo una distribución equitativa de las tierras y procurando el bienestar de los obreros.
Puesta a discusión, los señores delegados de la División del Norre la aceptaron en principio, y con las adiciones y correcciones consiguientes, fue aprobada de esta manera:
Octava. Siendo la actual contienda una lucha de los desheredados contra los abusos de los poderosos, y comprendiendo que las causas de las desgracias que afligen al país emanan del pretorianismo, de la plutocracia y de la clerecía, las Divisiones del Norte y del Noreste se comprometen solemnemente a combatir hasta que desaparezca por completo el Ejército ex Federal, el que será substituido por el Ejército Constitucionalista; a implantar en nuestra nación el régimen democrático; y procurar el bienestar de los obreros; a emancipar económicamente a los campesinos, haciendo una distribución equitativa de las tierras o por otros medios que tiendan a la resolución del problema agrario, t a corregir, castigar y exigir las debidas responsabilidades a los miembros del clero católico romano que material e intelectualmente hayan ayudado al usurpador Victoriano Huerta ...
Con lo anterior, los señores delegados de la División del Norte dieron por terminadas las conferencias, habiendo aprobado por unanimidad de votos las cláusulas que se consignan en la presente acta, la cual se levantó por cuadruplicado y firmaron de conformidad en unión de los señores secretarios.
Constitución y Reformas. Torreón, Coahuila, julio 8 de 1914.
Antonio I. Villarreal.
Miguel Silva.
Manuel Bonilla.
Cesáreo Castro.
Luis Caballero.
José Isabel Robles.
E. Meade Fierro.
R. González Garza.
Respuesta del señor Carranza
Como estaba convenido, los delegados del Cuerpo de Ejército del Noreste entregaron a su general en jefe el acta de las conferencias para que, como mediador, la hiciera llegar a manos del señor Carranza. Este señor hizo las observaciones que vamos a ver en el telegrama del mismo general en jefe:
De Saltillo a Torreón, 13 de julio de 1914. 5.50 p.m.
Señor ingeniero Manuel Bonilla, doctor Miguel Silva y general Isabel Robles, delegados de la D!visión del Norte:
Los tres delegados de esta División hiciéronme entrega del protocolo de las conferencias y del pliego con los acuerdos privados que se tomaron en dichas conferencias. Como dije a ustedes, le envié copia de los precitados documentos al Primer Jefe del E. c., quien en oficio de hoy, y que tengo el gusto de trascribir, me dice, textualmente:
Me es grato referirme al atento oficio de usted fechado ayer, al cual se sirvió acompañar adjunto copia certificada del protocolo de las conferencias celebradas en la ciudad de Torreón los días 4, 5, 6, 7 y 8 del actual, que tuvieron por objeto solucionar el incidente surgido entre la Primera Jefatura del E. C. que es a mi cargo y los generales de la División del Norte de este Ejército, habiéndome impuesto detenidamente de las actas de las conferencias celebradas en Torreón que se celebraron entre los señores general Antonio I. Villarreal, Cesáreo Castro y Luis Caballero, como representantes de la División del Noreste, y el señor Ernesto Meade Fierro como secretario, y los señores doctor Miguel Silva, ingeniero Manuel Bonilla y general José Isabel Robles, en representación de la División del Norte, y como su secretario, el coronel Roque González Garza, y habiéndome también enterado de las resoluciones a que los señores delegados llegaron para someterlas a la consideración de esta Primera Jefatura, debo manifestar a usted para que, a su vez, se sirva ponerlo en conocimiento de los señores generales del Cuerpo de Ejército que es a su digno mando y de los señores generales de la División del Norte, lo sigutente:
La Primera Jefatura del E. Constitucionalista a mis órdenes aprueba en lo general los acuerdos tomados en las conferencias de Torreón, por los señores representantes del Cuerpo de Ejército del Noreste y la División del Norte con motivo del incidente surgido entre esta Primera Jefatura y la citada División, como una consecuencia de los mensajes que nos cambiamos en los días 13, 14 y 15 del mes de junio próximo pasado. Considerando en lo particular cada una de las cláusulas aprobadas en las conferencias de Torreón, me refiero de un modo especial a aquellas que tuvieron que objetarse, en la inteligencia de que el resto de ellas se aprobarán o se tomarán en consideración, en su caso, por esta Primera Jefatura. Los señores reprentantes del Cuerpo de Ejército del Noreste y la División del Norte acordaron que al tomar posesión el C. Primer Jefe del Ejército Constitucionalista, conforme al Plan de Guadalupe, del cargo de Presidente Provisional de la República, convocará a una Convención que tendrá por objeto discutir y fijar la fecha en que se verifiquen las elecciones, el programa de gobierno que deberán poner en práctica los funcionarios que resulten electos y los demás asuntos de interés general.
La Convención quedará integrada por delegados del Ejército Constitucionalista nombrados en juntas de jefes militares a razón de un delegado por cada mil hombres de tropa. Cada delegado a la Convención acreditará su carácter por medio de una credencial, que será visada por el jefe de la División respectiva, y esta Primera Jefatura, después de prestar toda atención a la cláusula de referencia, ha resuelto que al tomar posesión de la Presidencia interina de la República, conforme al Plan de Guadalupe, convocará a una junta a todos los señores generales del Ejército Constitucionalista con mando de fuerzas, a la que asistirán también los señores gobernadores de los Estados, pudiendo, los que no concurran, nombrar delegados que al efecto los representen. La junta citada tendrá por objeto estudiar y resolver lo conducente a las reformas de distinta naturaleza que deben implantarse y llevarse a la práctica durarante el Gobierno provisional, así como también con el objeto de fijar la fecha en que deban llevarse a cabo las elecciones generales y locales en la República. Esto, sin perjuicio de que la Primera Jefatura del Ejército Constitucionalista tome desde ahora las medidas que crea convenientes para el mejoramiento económico de los habitantes de la Nación. Respecto a la cláusula octava que se aprobó en las conferencias, debo expresar que los asuntos emitidos en ella son ajenos al incidente que motivo las conferencias.
Lo más breve posible y por pliego certificado remitiré a ustedes otros puntos de no menos importancia que los anteriores. Espero que al considerar las proposiciones del C. Primer Jefe lo harán ustedes con igual patriotismo que el que demostraron en las conferencias, pues en todo ello se trata del bien de la Patria, que tanto anhelamos sus buenos hijos. Salúdolos afectuosamente.
El General en Jefe, Pablo González.
Peticiones privadas
Es fácil percatarse de que la respuesta del señor Carranza queda truncada. Ello se debe a que el mediador, general Pablo González, creyó prudente no confiar al telégrafo los puntos siguientes de la respuesta, pues se refieren a generosas y confidenciales gestiones o peticiones privadas, como se les llamó, y que por tener ese carácter no figuran en el acta de las conferencias. Sin necesidad de reproducir la nota que las contenía, vamos a conocerlas por la respuesta que a ellas dió el señor Carranza, y que comunicó el general González en pliego certificado:
Señores delegados de la División del Norte:
Como dije a ustedes en mi mensaje de ayer, hónrome transcribirles textualmente contestación que a los acuerdos privados que fueron tomados en las conferencias celebradas en Torreón, dió el C. Primer Jefe del Ejército Constitucionalista, en su oficio fechado ayer, y que, a la letra, dice:
Haciendo referencia a los acuerdos prindos a que se llegó en las mismas conferencias, manifiesto a usted, para que tenga a bien ponerlo en conocimiento de todos los interesados, que respecto al inciso primero, por el que piden se eleve a la categoría de Cuerpo de Ejército a la División del Norte actual, no me es posible hacer de esa División un Cuerpo de Ejército porque dicha División está comprendida en el Cuerpo de Ejército del Noreste y permanecerá independiente de dicho Cuerpo con el nombre y carácter que tiene actualmente. Al tomar esa resolución he considerado que estando próximo el triunfo de nuestra causa no tendría objeto la creación de un nuevo Cuerpo de Ejército, con tanta mayor razón que al terminar la campaña habrá que darse al Ejército Constitucionalista una nueva organización.
Por lo que respecta al segundo inciso, no creo, por ahora, el conceder el ascenso a General de División al de Brigada Francisco Villa, excusándome manifestar los motivos que tengo para tomar esa resolución, manifestando al propio tiempo que ese ascenso podré concederlo en su oportunidad.
Contestando a la petición contenida en la cláusula segunda, en la que solicitan los señores representantes de ambas partes ser repuesto en su cargo de subsecretario de Guerra el general Felipe Angeles, en la inteligencia de que presentaría en seguida su renuncia, debo manifestarle que no puedo acceder a tal solicitud.
Con la comunicación de usted a que tengo el gusto de hacer referencia recibí también las copias de los mensajes cambiados en los días 13, 14 y 15 de junio próximo pasado entre los generales de la División del Norte y usted, así como la copia de las cartas que por separado dirigieron a los señores general José Isabel Robles y doctor Miguel Silva los señores generales de la División del Norte, por medio de las cuales, los suscritos me dan amplia y cumplida satisfacción, retirando los términos del mensaje de 14 de junio próximo pasado y de su nota de 15 del mismo mes. Puede usted, general, haciendo referencia a esa carta, manifestarles a los señores generales de la División del Norte que la suscriben que acepto la satisfacción amplia y cumplida que me dan con motivo de los mensajes y nota del 14 de junio próximo anterior. Sírvase usted, general, expresar a los señores representantes del Cuerpo de Ejército del Noreste, a los de la División del Norte y a todos los señores generales de una y otra parte, que es altamente grato para esta Primera Jefatura el que el incidente surgido entre ella y la División del Norte haya terminado de un modo satisfactorio, pues todo redundará en beneficio de la causa Constitucionalista por la que estamos luchando. Reitero a usted mi atenta consideración.
Constitución y Reformas.
El Primer Jefe del Ejército Constitucionalista, Venustiano Carranza.
Al C. general don Pablo González, General en Jefe del .Cuerpo de Ejército del Noreste. Presente.
Lo que tengo el gusto de transcribir a ustedes para su conocimiento y demás fines, protestándoles las seguridades de mi atenta y distinguida consideración.
Constitución y Reformas.
Cuartel General en Saltillo, Coahuila, a 14 de julio de 1914.
El General en Jefe del C. de E. del N. E., Pablo González.
Dos impresiones deja la lectura de los documentos reproducidos: la primera, que hay más pasión que razones en la respuesta del señor Carranza, pues lo domina la repulsión que siente por los generales Angeles y Villa; la segunda, que el mismo señor no puede ocultar la repugnancia que le causan los problemas sociales, pues ni siquiera hace distingos entre ellos y los asuntos políticos que contiene la cláusula octava del acta, sino que los rechaza en conjunto por ajenos al incidente que motivó las conferencias, y evita así cualquiera palabra que pueda tomarse como una aceptación parcial.
Lamentable actitud la del señor Carranza, pues veremos a su tiempo que le fue necesario tomar en consideración esos problemas.