Índice de Emiliano Zapata y el agrarismo en México del General Gildardo MagañaTOMO V - Capítulo II - Segunda parte - Panorama durante el mes de agosto de 1914TOMO V - Capítulo III - Segunda parte - El conflicto con el Sur se convierte en definitivo distanciamientoBiblioteca Virtual Antorcha

EMILIANO ZAPATA
Y EL
AGRARISMO EN MÉXICO

General Gildardo Magaña
Colaboración del Profesor Carlos Pérez Guerrero

TOMO V

CAPÍTULO III
Primera parte

EL CONFLICTO CON EL SUR SE CONVIERTE EN DEFINITIVO DISTANCIAMIENTO


Para ocuparnos del conflicto del Sur con el señor Carranza es necesario retroceder hasta mediados de agosto, pues para no desviarnos del objeto de los anteriores capítulos dejamos de narrar algunos hechos importantes.

Simpatizadores del agrarismo radicados en la capital, y que deseaban evitar la efusión de sangre, iniciaron una acción tendiente a un entendimiento entre el señor Carranza y el general Zapata. De diversas maneras se pulsó la opinión del jefe suriano; una de ellas consistió en aprovechar la amistad del periodista Juan Sarabia con el señor licenciado Antonio Díaz Soto y Gama.

A nadie escapaba lo que sobrevendría en el caso de que no se zanjaran pronta y eficazmente las dificultades. La prensa capitalina, auspiciada por la primera jefatura, reflejó en algunos momentos el sentir general y acogió rumores que circulaban o algún hecho que dejaba vislumbrar el necesario acercamiento. El Liberal, en su edición del 18 de agosto, informó que el día anterior habían conferenciado unos delegados zapatistas con el señor Carranza. No mencionó los nombres ni dijo cuál fue el resultado; pero coincide la fecha con la primera entrevista de los generales Gallegos y Cal Y Mayor.

Dos días después, el mismo periódico informó que se sabía que una comisión del constitucionalismo, integrada por el señor licenciado Luis Cabrera -cuyos discursos parlamentarios en la época del señor Madero fueron celebrados- y el general Antonio I. Villarreal -cuyas ideas eran bien conocidas-, se entrevistaría con otra comisión del Sur, integrada por los señores licenciado Antonio Díaz Soto y Gama, ingeniero Angel Barrios, profesor Otilio E. Montaño, coronel Palafox y doctor Gaona -se refiere al entonces estudiante de medicina Guillermo Gaona Salazar-, para cambiar impresiones y estudiar concienzudamente la cuestión agrícola-socialista.

Aunque no era verdad que el movimiento suriano hubiera designado a la comisión no faltaba fundamento al rumor, pues, como dijimos, se había pulsado el sentir del general Zapata y se vió que estaba dispuesto a celebrar pláticas, así como que tenía un alto concepto de los señores licenciado Cabrera, general Villarreal y periodista Sarabia.

Nuestra aseveración de que la prensa capitalina reflejó en algunos momentos el sentir general puede verse comprobada no sólo por las informaciones que publicó, sino por artículos serios. En el mismo órgano citado, tercera plana de la edición del día 27, apareció un artículo intitulado: El primer acto de justicia revolucionaria debe ser restituir a los pueblos los terrenos de que fueron despojados.

Innecesario .creemos reproducir algunos párrafos, pues basta el título para darnos una idea del contenido y' que, con la seriedad merecida, se trataba el anhelo del movimiento suriano en la página editorial.


Comisionados del señor Carranza van a Morelos

Toda la prensa metropolitana informó el 28 que el día anterior salieron hacia Cuernavaca los señores licenciado Luis Cabrera y general Antonio I. Villarreal para conferenciar con el general Zapata. La nota periodística dice que no tuvieron tropiezo alguno en su camino, pues los amparaban amplios salvoconductos traídos a México por emisarios especiales, y agrega la misma nota que los viajeros gozaban de simpatías entre los surianos, por conocer éstos sus ideas agraristas.

Recordemos que el señor Carranza dice al general Genovevo de la O. en su carta del día 27:

Estimo ya debe usted saber que los correligionarios señores licenciado Luis Cabrera y general Antonio I. Villarreal fueron a ésa, donde deben enconttatse ya, con objeto de imponer al general Zapata y a todos sus jefes de los ideales que perseguimos, y que seguramente son los del pueblo mexicano, que nos ha secundado en la lucha y nos ha traído hasta el triunfo de nuestra causa.

Veremos después que la presencia de los comisionados tuvo un objeto distinto al señalado por el señor Carranza.


Jugosa entrevista con el Doctor Atl

Con motivo del viaje de las personas mencionadas, un reportero de El Liberal entrevistó a don Gerardo Murillo -Doctor Atl- para obtener su opinión, que expuso con toda franqueza, y que el periódico publicó el 29 con un título a todo lo ancho de la plana -siete columnas- y un subtítulo, que dicen así: La sinceridad del general Zapata y los ideales de la Revolución. El zapatismo tiene razón de ser, y nunca se le ha hecho justicia.

Comienza el señor Murillo diciendo que cuando el señor licenciado Zubaran supo que venía a México al arreglo de un asunto personal, le indicó la necesidad de establecer relaciones entre los jefes constitucionalistas y procurar un arreglo directo con el general Zapata. Obsequiando las indicaciones del licencia<;lo Zubaran -quien representaba en Washington al constitucionalismo-, el 27 de julio logró el señor Murillo tener una entrevista con el general Zapata. Luego dice:

Hace tiempo tengo la convicción de que el zapatismo es uno de los movimientos populares que tienen mayores razones de ser y al cual debemos llevar toda nuestra ayuda de hombres civilizados y sin prejuicios. Pero cuando a través de las cordilleras del Ajusco y por los montes del Estado de Morelos y del Estado de México yo he palpado las necesidades de esta raza, que por siglos ha sido sometida a la opresión religiosa, política y social, me he convencido todavía más de que cada uno de los hombres que se levantaron en armas para defender sus derechos es una encarnación latente de todas las miserias y de todos los males que sufre nuestro país y de que el general Zapata, tenaz e invencible, es un símbolo de las justas aspiraciones del pueblo.

Las dificultades materiales para llegar a! general Zapata en los momentos en que Carbajal asumía la Presidencia interina, eran verdaderamente grandes. Por un lado la barbarie de los federales, que no respetaban convenios ni Cruz Roja ni banderas blancas, y por otro, la desconfianza de las avanzadas zapatistas en la cordillera del Ajusco, hacían peligroso el acercamiento al Cuartel General del jefe suriano.

Vencidos los obstáculos para llegar al fin que me proponía, en la vieja iglesia de San Franciscó tuve una larga conferencia con el general Zapata. En ella le expuse la necesidad existente de llegar a un acuerdo entre él y el C. Primer Jefe, don Venustiano Carranza, en pro de la paz y del progreso del país.

Las disposiciones de Zapata para entrar en estos arreglos fueron, desde entonces, muy grandes y sinceras. Escritas y condensadas en breves frases, yp las envié al C. Primer Jefe cuando estaba en San Luis Potosí.

La lentitud de las comunicaciones hizo que no llegase a una conclusión satisfactoria inmediata; pero este primer acercamiento dió origen a que todos los hombres -y hasta las mujeres- de buena voluntad iniciasen una serie de conferencias con los jefes surianos, conferencias que han tomado un carácter de día en día más importante, a medida que los peligros han desaparecido.

En todas estas complicadas tentativas de acercamiento el público no ha percibido más que rastros de intrigas, y es justo hacer conocer quiénes son los hombres a los que se debe muy especialmente la favorable solución de este asunto.

Uno de ellos es el coronel Hernández, del Estado Mayor del general Zapata, quien me acompañó en todas las excursiones al Cuartel General y a las avanzadas de Contreras, Xochimilco, San Gregorio y Chalco, y cuya buena voluntad y arrojo han servido de verdadero puente a los buenos deseos de todos los demás.

El otro es el ingeniero Manuel N. Robles, que desde hace mucho tiempo trata de acercar las partidas que están bajo las órdenes del general Pacheco, de Contreras hacia arriba, logrando, tras de muchos esfuerzos, establecer un contacto pacífico entre los hombres del Ejército del Sur y los del Ejército Constitucionalista.

El tercero es el general Lucio Blanco. Este heroico soldado del pueblo, con su sinceridad y con su inteligencia, no sólo ha llegado a ser el verdadero trait d'union entre Zapata y su Ejército y los hombres de la Revolución del Norte, sino que con su extraordinaria prudencia ha evitado en estos últimos días una catástrofe que hubiera tenido consecuencias irreparables en la marcha de nuestra vida nacional.

Yo tengo la firme convicción de que el general Antonio I. Villarreal y el licenciado Luis Cabrera podrán traer mañana a los habitantes de la capital y a la conciencia de toda la nación la palabra que es necesaria, no sólo para nuestra paz, sino para cumplir con la justicia.

De la interesante exposición del señor Murillo resaltan algunos puntos:

Primero: entre elementos del constitucionalismo se tenía por muy justa la causa del Sur y se pensaba en la necesidad de acercar a los señores Zapata y Carranza.

Segundo: por la indicación recibida, el señor Murillo hizo esfuerzos para entrevistarse con el general Zapata. Sin convicciones y sin carácter no hubiera vencido las dificultades.

Tercero: el general Zapata mostró grande y sincera disposición para entrar en arreglos, lo que fija su exacta posición.

Cuarto: el señor Carranza, por la circunstancia apuntada o por otra, no llegó a una solución satisfactoria e inmediata.

Quinto: entre las personas que se interesaban en que hubiera un acercamiento figuraba el general Lucio Blanco. La prudencia de este general evitó, como dijimos oportunamente, el inmediato choque armado cuando el señor Carranza aisló a las huestes del Sur.


Los comisionados del señor Carranza se declaran inoficiales

Mientras en la capital sucedía lo que acabamos de narrar, los señores licenciado Luis Cabrera, general Antonio I. Villarreal y don Juan Sarabia tuvieron en Cuernavaca dos cambios de impresiones y una junta con el general Zapata.

La presencia de estos señores despertó curiosidad, primero, e inquietud, después, porque se supuso que las conversaciones que con ellos iban a tenerse darían la fórmula para la solución del conflicto. Con vivo interés se siguió el desarrollo de las juntas y abundaron los comentarios, pues las reuniones no fueron secretas.

El general Zapata no estaba en Cuernavaca. En su ausencia, don Manuel Palafox, personas por él invitadas y algunos miembros del Cuartel General tuvieron un informal cambio de impresiones, en la noche del 27 de agosto, con los señores Villarreal, Cabrera y Sarabia, pero sin cerciorarse previamente del carácter con que se presentaban. Procedieron así por buena fe, por la confianza que inspiraban sus ideas agraristas. y por la suposición de que eran incapaces de jugar una mala pasada a quienes de ellos tenían un alto concepto.

Los motivos para proceder así en nada disminuyen el error cometido, pues los señores Cabrera y Villarreal siguieron una inesperada línea de conducta. Comenzaron por aprovechar la circunstancia de que no se les pidió la presentación de credenciales, y como el cambio de impresiones giró sobre el Plan de Ayala, hábilmente llevaron la conversación hasta puntos que sin duda les interesaba conocer a fondo; pero eludieron externar sus opiniones en cuanto les fue posible. No necesitaron habilidad ni esfuerzo para enterarse de la firmeza con que los surianos sostenían sus principios ni de su estado de ánimo para con el señor Carranza.

Como inmediato resultado del primer cambio de impresiones, los señores Villarreal y Cabrera meditaron, sin duda, en la posición más conveniente y nada comprometedora que debían adoptar, pues, como veremos en su informe, decidieron oír las opiniones ajenas sin objetarlas. Además, el 28, al celebrarse la segunda junta informal y pedírseles que acreditaran su personalidad, dijeron que aun cuando tenían ciertas autorizaciones verbales del señor Carranza habían ido a Morelos como simpatizadores del problema agrario, como partidarios inoficiales, debido a una sugestión hecha por conducto de don Juan Sarabia.

Aclaremos este punto. Al sondearse el sentir del general Zapata, expresó su buena voluntad para solucionar el conflicto, así como su preferencia de tratar por intermedio de los señores licenciado Luis Cabrera y general Antonio I. Villarreal, de quienes tenía un alto concepto, y por la conveniencia de entenderse a través de personas con ideas afines, que además gozaban de la confianza del Primer Jefe. Pero es clarísimo que el deseo no era tener pláticas con simples particulares que, por excelentes simpatizadores que fuesen de la causa agraria, nada pudieran resolver u ofrecer.

Se esperaba, pues, en el Cuarrel General del Ejército Libertador a enviados del señor Carranza con quienes tratar formalmente la situación, a quienes presentar los puntos de vista del movimiento suriano y de quienes recibir proposiciones más o menos firmes.

En verdad, era necesario discutir la situación y resolverla revolucionariamente. Los hombres del Sur veían en serio peligro sus ideales, y de aquí que su actitud no fuera apacible ni el ambiente tranquilo. A los señores Cabrera y Villarreal no afectaba personalmente la actitud de los hombres ni lo caldeado del ambiente; pero se sorprendieron al oír fogosas exposiciones.

En la segunda junta se acentuó su reticencia; oyeron las opiniones de sus interlocutores y continuaron callando las suyas. Con acuciosidad observaron cuanto les fue posible, inclusive el ascendiente que unas personas ejercían sobre las otras, como lo veremos expuesto en el informe que rindieron al señor Carranza.


Los surianos observan a los recién llegados

Pero también fueron observados en sus actitudes, en sus expresiones y en el efecto que les causaban el medio y las personas. En la mañana del 28, antes de la segunda junta informal, se integró un grupo por quienes en la víspera habían puesto en juego su astucia para enterarse de las discusiones. Cada quien informó lo que había visto y oído.

Por lo que allí se dijo, fue sincera y demasiado franca la participación de los surianos en la junta. Muy explícito, y a la vez vehemente, fue don Manuel Palafox. Esa actitud contrastó con la del señor Cabrera, quien, como buen abogado y mejor político, estuvo parco, excepto en sus preguntas, que con frecuencia desviaron la discusión, y de este modo logró saber cuanto quiso, sin soltar prenda. Sin embargó, llegó un momento en que no pudo menos que conceder la razón a los surianos y calificar duramente al señor Carranza.

La discusión giraba en torno de la firma del acta de adhesión al Plan de Ayala. El señor licenciado Cabrera admitió que era razonable el punto; pero señaló el artículo 12 como el mayor obstáculo que podía presentarse, y razonó:

- Como ese artículo llama a una junta de los principales revolucionarios del país para designar al Presidente interino de la República, no será aceptado por don Venustiano Carranza, cuya terquedad es de todos conocida.

Al grupo que hacía los comentarios acababan de sumarse los doctores Aurelio Briones y Alfredo Cuarón. Como habían tomado parte en la junta de la noche anterior, ratificaron la versión y aclararon que precisamente para allanar el obstáculo se había pensado en proponer que el señor Carranza admitiera en su gobierno a un representante del Sur, pero no como figura decorativa.

Otro grupo más numeroso se había formado, y en él estaban Rodolfo Magaña y los inseparables Santiago Orozco y Enrique Villa. Como el último había estado en la reunión se le acosaba a preguntas, que satisfacía ratificando o rectificando algunos datos, pero sin emitir opinión alguna; sin embargo, estaba pesimista.

En este grupo se dijo que los señores Villarreal y Cabrera sólo habían hablado de la conveniencia de que se unieran la Revolución del Norte y la del Sur, así como que debía unificarse el criterio revolucionario; pero todo esto en tesis general, sin hacer proposiciones concretas, sin decir qué podía esperarse del Primer Jefe y qué exigía de los surianos. Era posible que todo esto se supiese en una nueva junta si los comisionados no optaban por presentar las proposiciones directamente al general Zapata, pues en este caso se conocerían en la reunión formal que se tuviese. En ella, también, se daría forma a los puntos de vista del Sur esbozados hasta entonces. Como lo más probable era que se hiciesen objeciones por ambas partes, serían necesarias nuevas juntas para llegar a un acuerdo definitivo.

Se preguntó a Enrique Villa si era cierto que los señores general Villarreal y licenciado Cabrera se habían sorprendido al oír la vehemente exposición de don Manuel Palafox. Contestó que tan notable fue la sorpresa, que para nadie pasó inadvertida. Obligado por nuevas preguntas, dijo que, en su concepto, no era la vehemencia, sino la exposición, la causante de la sorpresa, pues sin duda en México, olvidándose que el movimiento del Sur tenía principios que sostener y una trayectoria que defender, se había pensado que bastaban la presencia de los estimables correligionarios y unos cuantos argumentos que esgrimieran para que se diese por terminado el conflicto, sin exigir el cumplimiento de las demandas.

Siguieron las preguntas y los comentarios. El éxito o el fracaso de las pláticas no dependían del Sur, sino del señor Carranza. Si aceptaba en principio los puntos que se habían expuesto sería factible un acuerdo con transacciones mutuas que no afectaran a los postulados agrarios; pero si persistía en la pretensión de que el Ejército Libertador se le sometiese incondicionalmente, salían sobrando las juntas informales y las que se tuvieran con el general Zapata. El éxito o el fracaso también dependían, en gran parte, de los comisionados, pues al informar al señor Carranza podían influir en pro o en contra con sus personales opiniones.

Así estaban las cosas cuando, por no haber llegado el general Zapata a Cuernavaca, se llevó a cabo la segunda e informal reunión.


La segunda junta

Al pedirse a los señores Cabrera, Villarreal y Sarabia que presentaran sus credenciales, dijeron que habían ido a Morelos como partidarios inoficiales. Fuertemente se sorprendieron los surianos; pero la junta continuó porque aquellos señores dijeron también que tenían ciertas autorizaciones verbales del señor Carranza que expondrían al general Zapata.

La noticia cundió rápidamente por la ciudad y ahora los comentarios se hacían en todas partes. Los grupos se hicieron más nutridos y las opiniones, algunas de ellas explosivas, se fueron emitiendo con cada informe obtenido de lo que sucedía en la junta.

No eran partidarios oficiosos que sólo tuvieran ciertas autorizaciones verbales. Tampoco parecía haberlos guiado la noble finalidad de intervenir amistosamente en el conflicto, pues no estaban procediendo con espíritu abierto. Lejos de que como simpatizadores de la causa hicieran sentir su intervención, llevando sugestiones amistosas y prácticas para allanar dificultades y acercar voluntades, estaban procediendo con la reserva de quien no tiene libertad de acción y debe plegarse a instrucciones recibidas y a un criterio ajeno. Lejos de que con buen ánimo y franqueza señalaran exageraciones o equivocaciones muy humanas, estaban siguiendo una línea de conducta que si en un principio se tenía como prudente ahora podía considerarse como bien calculada.

Esa línea de conducta no podía explicarse sino porque se les hubiera impuesto o por una fuerte inclinación haéia el señor Carranza. Como quiera que fuese, había una profunda diferencia entre los anteriores actos abiertamente agraristas de los enviados y su proceder actual en el medio agrarista de Morelos. El juego no era limpio, puesto que su misión parecía ser la de oler para estornudar; esto es: sondear, auscultar, escudriñar e informar ampliamente a su regreso.

La noticia de que se estaba discutiendo la posibilidad de una entrevista del general Zapata con el señor Carranza, y el nombramiento de comisionados de ambos para discutir algunos puntos, llevó a los grupos un soplo de optimismo; pero nuevas noticias lo hicieron decaer.

Varios circunstantes expusieron algunas de sus observaciones. Los partidarios oficiosos u oficiales demostraban gran interés por conocer los procedimientos puestos en práctica, o en los que se pensaba, para solucionar el problema agrario. Acogieron con beneplácito la idea de hacer valedero lo realizado durante la lucha con la expedición de una ley y las reformas necesarias a la Constitución; pero recibieron con notable contrariedad el pensamiento de que los pueblos continuaran armados para garantizar el cumplimiento de la ley.

Durante el primer cambio de impresiones demostraron gran deseo de que el problema agrario se resolviera; pero no se notaba el mismo deseo en lo que se refiere a la solución del conflicto, por lo que podía pensarse que no estimaban indispensable la intervención de los surianos. La deducción surgió: sí son partidarios de los principios; pero no de los hombres que los han sostenido.

Este fenómeno se atribuyó a prejuicios de clase; al medio en que habían vivido, al fondo burgués de la preparación recibida y hasta a la influencia de la prensa venal, que tanto había denigrado a los hombres del Sur. Sobre este asunto, algunos dijeron haber notado la extrañeza de los visitantes al ver que jefes surianos se confundían con sus hombres vestidos con camisa y calzón de manta, cuando no vestían el traje de charro, el cual habían adoptado hasta personas acostumbradas a otras prendas de vestir; pero la extrañeza había sido mayor cuando al hablar con algunos de esos jefes se dieron cuenta de su sencillez, que denunciaba la humildad de su origen.

De la impresión que no habían podido disimular los enviados se dedujo que tomaban la adopción del típico traje como señal inequívoca de que el medio había absorbido por completo a las personas. Por las ropas de aquella masa, pero más aun por el humilde origen de sus jefes, sin duda suponían que el Ejército Libertador no estaba a la altura de sus ideales y que era incapaz de realizar la enorme transformación social que pedía.

El pesimismo sopló con más vigor. Si aquellos a quienes se tenía como sinceros partidarios de la causa pensaban realmente así, ¿qué podía esperarse de los hombres preparados? Con rarísimas excepciones habían sido instrumentos de la tiranía y se les había visto tirar del carro de la Dictadura vestidos de levita. Por eso, el Ejército Libertador desconfiaba de los intelectuales mientras no demostraran plenamente su lealtad a la causa.

Los comentarios se enderezaron contra los miembros del Cuartel General y demás personas llamadas a conferenciar. Se les reprochó su exceso de buena fe, sus amplias explicaciones y, sobre todo, que no hubieran suspendido la junta cuando los señores Cabrera y Villarreal dijeron ser partidarios inoficiales. Las opiniones se dividieron, pues algunos pensaban que era preferible la franqueza en todo para que se deslindaran los campos. Además, las pláticas podían tomar otro giro con la presencia del general Zapata.


Conferencia con el general Zapata

Al mediar el día 29 llegó a Cuernavaca el general Zapata, se le informó lo que había sucedido y decidió tener desde luego una junta con los señores Cabrera, Villarreal y Sarabia.

Si las pláticas informales habían despertado tan grande y vivo interés, mucho mayor fue el que produjo la noticia de que ya estaba celebrándose una conferencia formal. Los grupos de luchadores surianos se integraron con extraordinaria rapidez, aumentados en esta ocasión por algunas de las personas que habían tomado pacte en las dos juntas informales de los días anteriores.

Desde luego, se pensó que la discusión se encaminaría por mejor sendero, pues los señores general Villarreal y licenciado Cabrera dejarían el papel de partidarios inoficiales para dar a conocer la autorización recibida, que se supuso. era la de presentar proposiciones del señor Carranza. No llegó a saberse a qué estaban autorizados los señores Cabrera y Villarreal, pues extremaban su comedimiento y persistían en la reticente actitud, la cual contrastó con la franca del general Zapata, quien, por costumbre, no decía las cosas a medias; exponía su pensamiento con sencillez y naturalidad, sin eufemismos y sin atenuar la dureza de las verdades.

Para quienes ansiosamente deseaban que se llegara en la reunión a conclusiones definitivas fueron desesperantes los primeros informes de que la discusión giraba sobre los mismos puntos tratados en las juntas informales; pero una nueva noticia electrizó el ambiente: al tratarse de la adhesión al Plan de Ayala, uno de los partidarios inoficiales objetó la proposición y dijo que, en su concepto, se pedía que el movimiento constitucionalista, de mayor fuerza militar y significaci6n política, se sometiera al minoritario movimiento del Sur.

Se le explicó que no se trataba de mayorías ni de minorías ni se buscaba el dominio de un grupo sobre el otro, sino de que el constitucionalismo, que sólo había proclamado normas de carácter político, reconociera las de tipo económico y social contenidas en el Plan de Ayala. Este razonamiento fue apoyado por el general Zapata.

El general Villarreal tuvo el pésimo tino de refutar lo expuesto en forma dura e irónica, pues refiriéndose al Plan, dijo que era totalmenre desconocido, y como prueba, agregó enfáticamente que él mismo no lo conocía.

Contrariado el general Zapata por lo deleznable del argumento y por la ironía con que fue expuesto, repuso inmediatamente que no se explicaba el agrarismo del general Villarreal cuando ningún interés había puesto para enterarse del contenido revolucionario del Plan de Ayala, que servía de bandera a un movimiento fundamentalmente agrarista.

Quiso el general Villarreal enmendar lo dicho; pero no consiguió desvanecer la impresión que causó. Después de este incidente, las discusiones tuvieron poco interés para quienes de ellas estaban pendientes; pero esta circunstancia favoreció los comentarios y pronósticos pesimistas.


Los comisionados informan al señor Carranza

Al regresar a México los señores licenciado Luis Cabrera, genetal Antonio I. Villarreal y don Juan Sarabia, los dos primeros dieron cuenta de su comisión al señor Carranza, primero amplia y verbalmente; después en un escrito, que dice así:

Resumiendo por escrito el informe verbal que hemos rendido a usted sobre la misión que nos llevó a conferenciar con el general Emilianó Zapata, manifestamos a usted lo siguiente:

Llegamos a Cuernavaca la tarde del jueves 27 del pasado agosto. Estando ausente de esa ciudad el general Zapata, fuimos informados de que llegaría al día siguiente.

Entre tanto, en esa misma noche fuimos invitados por el coronel don Manuel V. Palafox, secretario del general Zapata, para cambiar ideas sobre el asunto que motivaba nuestro viaje. Tuvimos una primera reunión de carácter inoficial, en la que estuvieron presentes los señores Manuel V. Palafox, Alfredo Serratos, general Enrique S. Villa, licenciado Antonio Díaz Soto y Gama, doctor (sic) Genaro Amezcua, doctor Antonio (sic) Briones, doctor Alfredo Cuarón, Reynaldo Lecona, y algunas personas más. De nuestra parte, el señor Juan Sarabia, el licenciado Cabrera y el general Antonio Í. Villarreal.

En esta primera entrevista, que casi asumió los caracteres de discusión, pudimos comenzar a darnos cuenta del espíritu que anima al grupo, ya en favor, ya en contra del acuerdo que nosotros procurábamos alcanzar entre la Revoluclón del Norte y la del Sur, así como el correlativo predominio de unas personas de ese grupo sobre otras.

Al día siguiente, viernes 28, como no llegara aún el general Zapata, fuimos nuevamente invitados por su secretario, el señor Palafox, para continuar la discusión comenzada. Concurrieron a esta segunda junta aproximadamente las mismas personas que a la de la víspera. Esta junta se redujo a tratar de nuestra personalidad como representantes del Primer Jefe del Ejército Constitucionalista, de la posibilidad de una entrevista personal en terreno neutral entre el general Zapata y el Primer Jefe del Ejército Constitucionalista y de las posibles condiciones de una conferencia en la que estuvieran representados ambos jefes por sendas comisiones.

Las observaciones que pudimos hacer respecto de las personas con quienes celebramos estas dos conferencias son de poca importancia, fuera de la del predominio absoluto de las opiniones de los señores Palafox y Serratos sobre las de todos los demás. Durante esta segunda conferencia pudimos enterarnos de que las opiniones de estas dos personas se imponían con criterio dominante en el resto de la concurrencia y eran tomadas como la más probable anticipación de la opinión del general Zapata, cuando llegara el caso de tratar con él el asunto.

Merece especial mención el hecho que pudimos observar de que la mayor parte de las opiniones que el señor Palafox nos expresó en la segunda conferencia fueron aceptadas después por el general Zapata.

Por lo que hace a nuestra personalidad como representantes de usted, expusimos que habíamos ido a Cuernavaca aprovechando una invitación que el señor Sarabia nos había transmitido interpretándo la buena voluntad que el general Zapata tendría para recibirnos; por lo tanto, íbamos más bien como revolucionarios altamente simpatizadores del problema agrario contenido en eí Plan de Ayala, y por tal motivo no habíamos creído necesario proveernos de credenciales firmadas por usted, tanto más cuanto que, de enviar usted representantes propiamente dichos, éstos habrían tenido que ser escogidos libremente por usted y no siguiendo la sugestión hecha por conducto del señor Sarabia.

No obstante esta explicación, pareció causar cierta sorpresa y no poca decepción el saber que íbamos como partidarios inoficiales.

Manifestamos, sin embargo, llevar ciertas autorizaciones verbales de usted, que nos reservamos hacer conocer personalmente al general Zapata.

Por lo que hace al cambio de ideas, comenzamos a efectuarlo con entera franqueza y libertad, procurando hacer conocer nuestro modo de pensar, el de usted y el de la mayoría de elementos revolucionarios; pero a poco andar, pudimos convencernos de que la prudencia aconsejaba este cambio de ideas solamente en el sentido de oír las ajenas sin rebatirlas.

Puede resumirse el criterio del grupo revolucionario con que discutimos, en la forma siguiente:

Violado el Plan de San Luis por don Francisco I. Madero, la Revolución de Ayala debe considerarse como la continuación legítima de la de 1910.

La Revolución de Guadalupe no es más que un incidente en el movimiento, que debe considerarse supeditado al de Ayala.

La Revolución de Ayala, tiene principios y tendencias bien definidos, los cuales están consignados en el Plan de Ayala, mientras que el Plan de Guadalupe no es más que un plan para un cambio de gobierno, siendo esta otra razón por la cual el movimiento del Norte debe considerarse supeditado al del Sur.

El Plan de Ayala contiene diversos artículos cuyo conocimiento es interesante:

El artículo primero es un considerando sobre las condiciones políticas existentes en noviembre de 1911.

El artículo segundo desconoce a don Francisco I. Madero como Presidente de la República.

El artículo tercero dice lo siguiente: Se reconoce como jefe de la Revolución libertadora al ilustre. C. Pascual Orozco, segundo del caudillo don Francisco I. Madero, y en caso de que no acepte este delicado puesto, se reconocerá como jefe de la Revolución al C. general Emiliano Zapata.

En la actualidad, y en virtud de una acta de ratificación del Plan de Ayala, el jefe de esa revolución es el general Zapata.

El artículo cuarto dice: La junta revolucionaria del Estado de Morelos manifiesta a la nación, bajo formal protesta: Que hace suyo el Plan de San Luis Potosí con las adiciones que a continuación se expresan, en beneficio de los pueblos oprimidos, y se hará defensora de los principios que defiende, hasta vencer o morir.

El artículo quinto dice: La junta revolucionaria no admitirá transacciones ni componendas políticas hasta no conseguir el derrocamiento de los elementos dictatoriales de Porfirio Díaz y don Francisco I. Ma&ro, pues la nación está cansada de hombres falaces y traidores que hacen promesas como libertadores, pero que al llegar al poder se olvidan de ellas y se constituyen en tiranos.

El artículo sexto dice: Como parte adicional del Plan que invocamos, hacemos constar: que los terrenos, montes y aguas que hayan usurpado los hacendados, científicos o caciques a la sombra de la tiranía y la justicia venal, entrarán en posesión de estos bienes inmuebles desde luego, los pueblos o ciudadanos que tengan sus títulos correspondientes a esas propiedades, de las cuales han sido despojados por la mala fe de nuestros opresores, manteniendo a todo trance, con las armas en la mano, la mencionada posesión, y los usurpadores que se consideren con derecho a ellas lo deducirán ante los tribunales especiales y que se establezcan al triunfo de la Revolución.

El artículo séptimo dice: En virtud de que la inmensa mayoría de los pueblos y ciudadanos mexicanos no son dueños más que del terreno que pisan, sufriendo los horrores de la miseria sin poder mejorar en nada su condición social ni poder dedicarse a la industria o a la agricultura, por estar monopolizadas en unas cuantas manos las tierras, montes y aguas, por esta causa se expropiarán, previa indemnización de la tercera parte de esos monopolios, a los poderosos propietarios de ellas, a fin de que los pueblos y ciudadanos de México obtengan ejidos, colonias, fundos legales para pueblos o campos de sembradura o de labor y se mejore en todo y para todo la falta de prosperidad y bienestar de los mexicanos.

El artículo duodécimo dice: Una vez triunfante la Revolución que hemos llevado a la vía de la realidad, una junta de los principales jefes revolucionarios de los distintos Estados nombrará o designará un Presidente interino de la República, quien convocará a elecciones para la nueva formación del Congreso de la Unión y éste, a su vez, convocará a elecciones para la organización de los demás poderes federales.

El artículo décimotercero. Provee a las gubernaturas de los Estados por medio de una junta de jefes revolucionarios locales.

Tales son los principales artículos del Plan de Ayala, de los cuales se consideran como declarativos de principios el cuarto, el sexto, el séptimo y el octavo, y como procedimientos. para ia realización de esos principios, los demás, entre los cuales merecen atención el segundo, el tercero, el duodécimo y el décimotercero.

Según la opinión dominante en el grupo con quien discutimos la cuestión, el Plan de Ayala está tan profundamente incrustado en la conciencia de los revolucionarios surianos que cualquier cambio que en él se efectuara sería difícil de aceptar. Su derogación o fusión con otro plan sería imposible y no bastaría que el jefe del Ejército Constitucionalista garantizara el cumplimiento de los principios agrarios que contiene, sino que sería necesario que aquél aceptara o suscribiese y elevara a la categoría de principio constitucional el Plan de Ayala íntegro, sin modificación alguna.

Según esa misma opinión, la única forma de entender el triunfo de la Revolución por los zapatistas es que el Plan de Ayala triunfe en todas sus partes; es decir: tanto en sus ideales como en sus disposiciones políticas.

El nombre mismo del Plan de Ayala es tan importante que se cree indispensable mencionarlo como admitirlo para convencer a los revolucionarios de que ha triunfado ese plan.

Las meras adiciones a ese plan sugeridas por nosotros encontraban fuertes objeciones. En el curso de las conferencias discutimos algunos puntos no incluidos en el Plan de Ayala, y encontramos que nuestras críticas, por defecto, al Plan de Ayala, se interpretaban en seguida como ataques a la substancia del plan mismo y a la Revolución del Sur.

La única base de paz que los revolucionarios del Sur admiten es, pues, la absoluta sumisión de los constitucionalistas al Plan de Ayala en todas sus partes, tanto en la relativa a los principios como en cuanto a los procedimientos políticos de su realización, y en cuanto a la jefatura de la Revolución.

Predomina en ellos la idea de que en el estado actual de cosas que priva en el Estado de Morelos y demás zonas dominadas por el zapatismo la cuestíón agraria está resuelta; es decir: las usurpaciones están ya reivindicadas, las tierras repartidas y las propiedades del enemigo confiscadas, y lo único que hace falta es legalizar lo hecho, para lo cual necesitan estar seguros de la sinceridad de propósitos del gobierno que se encargue de ratificar lo hecho por ellos.

Esto hace tomar importancia a los demás preceptos del Plan de Ayala (artículos 12° y 13°), que nosotros llamamos procedimientos políticos para realizar los principios, y que allá, en Cuernavaca, se llaman garantías de cumplimiento del Plan de Ayala.

En cuanto a la actitud de los revolucionarios del Sur respecto de los constitucionalistas, debemos confesar que es de completa desconfianza. Se interpreta como una muestra de falta de compañerismo el que las tropas constitucionalistas hubieran entrado a la ciudad de México sin procurar un acuerdo con Zapata; se considera un acto de abierta hostilidad el que las avanzadas federales que se encontraban frente a los zapatistas hubieran sido substituídas por tropas constitucionalistas; se interpreta como actitud sospechosa la de que el jefe del Ejército Constitucionalista no haya querido nunca hacer una declaración de principios políticos y agrarios, y se señala como indicio francamente antidemocrático el de que el jefe del Ejército Constitucionalista se haga cargo del Poder Ejecutivo de la nación sin acuerdo de todos los jefes revolucionarios del país.

Este acontecimiento de profunda desconfianza y de rivalidad se vió llevado a su máximo durante nuestra permanencia en Cuernavaca, a causa de las continuas fricciones entre las avanzadas de uno y otro lado, y este sentimiento está tan generalizado que allí no se puede ni siquiera intentar desvanecerlo por medio de argumentos favorables al Ejército Constitucionalista.

En esas condiciones llegó el general Zapata al mediodía del sábado 29 de agosto.

Poco después llegó a Cuernavaca el general Juan Banderas, que opera en el sur y en el este de la ciudad de México.

Habíamos tenido ocasión de conocer durante nuestra permanencia en Cuernavaca a los siguientes militares, que por coincidencia se encontraban en el Cuartel General: Genovevo de la 0, Juan Banderas, Enrique S. Villa, Otilio Montaño y Antonio Barona. En el camino de México a Cuernavaca conocimos al general Francisco U. Pacheco.

A las tres de la tarde del sábado fuimos llamados por el general Zapata para conferenciar con él personalmente.

De los elementos que pudieran llamarse civiles, estuvieron presentes su secretario, el señor Palafox, y el señor Alfredo Serratos, quien, después del primero, es el de mayor influencia en el ánimo del general Zapata.

De los elementos militares fue llamado el general Banderas, quien, aunque no tomó parte en la discusión, permaneció en la pieza donde se conferenciaba.

La conferencia se celebró propiamente, pues, entre el general Zapata y los señores Palafox y Serratos, por una parte, y los señores Villarreal, Cabrera y Sarabia, por la otra.

En el curso de la conferencia llevó la voz de la intransigencia el secretario, señor Palafox. El general Zapata habló poco.

El señor Serratos hizo algunas observaciones y sugestiones de interés y con espíritu de buscar soluciones, dirigiéndose al general Zapata.

Casi resumiendo las conferencias inoficiales, de las cuales tenía el general Zapata una idea, que en lo privado le había dado su secretario, expusimos cuáles eran nuestros propósitos; a saber: contribuir a fundir la Revolución del sur con la del norte, puesto que ambas habían perseguido el mismo objeto, no siendo necesario continuar la lucha que no tiene razón de existir entre grupos de idénticas tendencias.

Procuramos limitar nuestra exposición a solicitar que se nos dijeran las condiciones que los revolucionarios del sur estimaran como indispensables para hacer la paz.

Los resultados que se alcanzaron en este sentido son los que se contienen en las bases mencionadas por Palafox y aceptadas por el general Zapata y que, paulatinamente, enumeramos.

La celebración de una entrevista personal entre el Primer Jefe del Ejército Constitucionalista y el general Zapata hubo de desecharse, desde luego, por considerarse irrealizable desde varios puntos de vista; pero, sobre todo, por la exigencia irreductible de que tal conferencia sólo podría verificarse en el Cuartel General de la Revolución del Sur, o sea, en Cuernavaca.

Hicimos las indicaciones de que esa conferencia podía verificarse en México, o, a lo menos, en un punto intermedio entre ambas ciudades, neutral o neutralizado entre las extremas avanzadas de uno y otro ejércitos. La proposición fue desechada de plano con diversos argumentos, entre los cuales, los de más fuerza eran el que sólo Cuernavaca les merecía confianza y el de que la Revolución del Sur, como más antigua, tenía derecho a la preeminencia.

Desechada la idea de una conferencia personal entre ambos jefes, se pasó a tratar de una conferencia entre delegados.

El secretario Palafox sostuvo la idea, que ya conocíamos, de que la condición previa y sine qua non para cualquier arreglo tenía que ser la sumisión del Primer Jefe y de los generales constitucionalistas al Plan de Ayala, firmándose al efecto una acta de adhesión en que se aceptara el plan mencionado en todas sus partes. El general Zapata aprobó la idea, encargándose Palafox de apoyarla y reforzarla, e insistió en que la sumisión al Plan de Ayala debería ser previa e incondicional.

A nuestra proposición de que simplemente se adoptara el Plan de Ayala en sus principios fundamentales, incorporándolos en un arreglo o convenio, se nos hizo saber que la condición de sumisión a todas las disposiciones del Plan, tanto agrarias como políticas, era sine qua non y previa a toda discusión sobre otros asuntos, y que solamente después de que nosotros consiguiéramos convencer al Primer Jefe para que firmara el acta de sumisión al Plan de Ayala podía entrarse a tratar de las conferencias por los delegados.

Habiendo tomado nota ad referéndum de la primera condición, pedimos conocer los probables puntos que en estas conferencias podrían tratarse.

Después de reproducir los términos de la discusión del viernes sobre este punto, el señor Palafox precisó que esas juntas podrían componerse de tres individuos de cada lado, en la inteligencia de que los delegados deberían estar provistos de credenciales que los autorizaran ampliamente para cerrar estipulaciones y firmar arreglos.

Dichos delegados deberían reunirse precisamente en Cuernavaca o en el lugar en que se encontrara el Cuartel General de la Revolución de Ayala.

En este punto, el secretario Palafox se mostró inflexible, así como respecto al lugar de la junta de jefes, y el general Zapata asintió.

Por lo que toca a los arreglos substanciales a que pudiera llegarse en estas juntas de jefes, o sea, a las condiciones bajo las cuales los revolucionarios del sur quisieran deponer su actitud hostil hacia el gobierno constitucionalista, Palafox mencionó como primera y esencial el abandono del Poder Ejecutivo por parte del Primer Jefe del Ejército Constitucionalista, o, cuando menos, la admisión a su lado de una persona de toda la confianza del general Zapata, para que toda clase de medidas, nombramientos y, en general, todo acto de gobierno fuera discutido y acordado con el representante del general Zapata.

No pudimos entrar a una verdadera discusión de estos puntos por ser materia de las proyectadas conferencias; nos limitamos a anotarlos para conocimiento de usted.

Del mismo modo se habló aCerca de la segunda condición esencial, consistente en la celebración de una convención revolucionaria en que se nombrara Presidente interino de la República y se discutiera el programa de gobierno, en el cual deberían quedar incluídos, sin alteración, los principios del Plan de Ayala.

Hablamos a continuación de las medidas que, entre tanto se celebraban las conferencias; pudieran tomarse para evitar las hostilidades entre zapatistas y constitucionalistas.

El general Zapata y el general Banderas profesan la idea de que los constitucionalistas son los únicos responsables de las fricciones habidas recientemente entre las avanzadas de uno y otro lado, atribuyéndolas a falta de controlamiento o a mala fe de los jefes constitucionalistas, y no encontraban otro medio de evitarlo que un armisticio formal.

Precisando el punto, quedó definida su petición en el sentido de que los constitucionalistas dejaran en poder de los zapatistas las posiciones que, según ellos, tienen en su poder (sic) y que desocuparan la plaza de Xochimilco, entregándola a ellos.

Esta condición, rechazada al principio con energía por el general Zapata, por considerarla un favor, fue apoyada por los señores Palafox y Serratos, y, al fin, fue aceptada por el general mismo. A la entrega de Xochimilco se le daba el carácter de un acto de los constitucionalistas que mostraría su buena fe para tratar, por lo cual, momentos después fue indicada como otro acto previo de desagravio que esperaban del Primer Jefe.

Al resumir las condiciones expuestas para su perfecta inteligencia cambiaron un poco de lugar y de categoría; es decir: que dos de ellas pasaron, de hipotéticas que eran, a firmes y previas.

Las condiciones, pues, que el general Zapata exige del Primer Jefe del Ejército Constitucionalista para un acuerdo que evite la guerra entre los revolucionarios del norte y los del sur, son las siguientes:

Primera. Ante todo, deben firmar el Primer Jefe del Ejército Constitucionalista y los generales que de él dependen, una acta de sumisión al Plan de Ayala, no sólo en su esencia, sino en todas sus partes.

Segunda. Mientras pueden celebrarse las conferencias proyectadas debe pactarse un armisticio sobre la base de la entrega de la plaza de Xochimilco a las fuerzas zapatistas.

Tercera. El Jefe del Ejército Constitucionalista debe retirarse, desde luego, del Poder Ejecutivo de la nación, o bien, el Jefe del Ejército Constitucionalista podrá continuar en el Poder Ejecutivo siempre que admita a su lado un representante del general Zapata, con cuyo acuerdo se dictarán las determinaciones trascendentales y se harán los nombramientos para puestos públicos.

Cuarta. Una vez llenados los tres anteriores requisitos, podrá nombrar el Primer Jefe del Ejército Constitucionalista sus delegados, autorizándolos debidamente para discutir y firmar arreglos. Dichas conferencias se celebrarán precisamente en el Cuartel General de la Revolución de Ayala y tendrán por objeto tratar de los procedimientos para llevar a cabo las disposiciones del Plan de Ayala.

Tales son, en substancia, las condiciones de arreglos mencionadas por el señor Palafox y apoyadas por el general Zapata para solucionar el conflicto inminente entre la Revolución del norte y la del sur.

México, D. F., 4 de septiembre de 1914.
Luis Cabrera.
Antonio I. Villarreal.

Al C. Primer Jefe del E. c., Encargado del Poder Ejecutivo.
Palacio Nacional.


Consideraciones sobre el documento

La lectura del documento reproducido lleva a las siguientes conclusiones:

I. Carece en absoluto de fondo revolucionario. Palpita la conveniencia de no presentar al Primer Jefe el problema de admitir las condiciones de los surianos.
II. Por apegarse a esa conveniencia, al criterio y a los intereses políticos del Primer Jefe, los comisionados caen en el muy lamentable error de dar un valor absoluto a las palabras y giros muy propios de una discusión acalorada.
III. Si el informe escrito -que comienza diciendo ser un resumen- es tan extenso, mucho más debió de ser el verbal, en el que, sin duda, se expusieron opiniones, conceptos y juicios que por su naturaleza no figuran en el documento.
IV. La lealtad al señor Carranza, de que está impregnado el informe, contrasta con la actitud asumida en Cuernavaca por los informantes. Esa lealtad intrínsecamente es plausible; pero condujo al extremo de que ni un solo punto se recomiende como digno de estudio en favor del movimiento del sur.
V. Hay la tendencia de que la lectura del informe deje la impresión de que los surianos eran exagerados e intransigentes; pero se calla la causa: sus principios estaban seriamente amenazados.
VI. Se incurre en inexplicables desviaciones de la verdad, como la que el entonces coronel Alfredo Serratos llegó con el general Zapata, y mal pudieron los comisionados observar que la opinión de un ausente prevalecía sobre las demás opiniones.
VII. El documento revela que sus firmantes no fueron a Morelos como partidarios inoficiales. Lo confirma la carta del señor Carranza al general Genovevo de la O, fechada el 27, precisamente cuando se iniciaban las pláticas. En esa carta hay un párrafo que dice: Estimo ya debe usted saber que los correligionarios señores licenciado Luis Cabrera y general Antonio I. Villarreal fueron a ésa, donde deben encontrarse ya, con objeto de imponer al general Zapata y a todos sus jefes de los ideales que perseguimos, y que seguramente son los del pueblo mexicano que nos ha secundado en la lucha y nos ha traído hasta el triunfo de nuestra causa.
VIII. El general Zapata sufrió una equivocación al preferirlos para conferenciar, pues, ateniéndonos a lo dicho por el Primer Jefe, no cumplieron su cometido, y como agraristas, no hicieron un esfuerso de imparcialidad. Los miembros del Cuartel General cometieron imperdonable error al ser demasiado francos, explícitos, sinceros y confiados.


Proposiciones del general Zapata

Analicemos las cuatro condiciones que el general Zapata puso para llevar a cabo un acuerdo que evitara el choque armado entre surianos y constitucionalistas.

La primera de esas condiciones o proposiciones -según el documento- fue que tanto el Primer Jefe cuanto los generales del Ejército Constitucionalista firmaran una acta de adhesión al Plan de Ayala. Aclaramos que el general Zapata y los miembros del Cuartel General nunca dijeron sumisión, sino adhesión.

Razones aducidas: el Plan de Ayala era más antiguo que el Plan de Guadalupe. Esto es innegable. El Plan de Ayala era de contenido social, mientras que el de Guadalupe era sólo político. También esto es innegable. El movimiento del sur era la continuación del movimiento revoiucionario de 1910. Examinemos este punto.

La Revolución de 1910, acaudillada por el señor Madero, fue un enérgico recurso al que apeló el pueblo mexicano, y aunque de apariencia vigorosamente política por el divorcio entre las aspiraciones populares de ese tipo y la actuación de los gobernantes, hay que admitir que su fondo fue fundamentalmente económico, pues las instituciones no respondían a la evolución y necesidades de la sociedad mexicana. Por esto, la Revolución de 1910 no tuvo los caracteres de un cuartelazo, sino los de un auténtico movimiento de la masa en su incontenible deseo de implantar nuevos valores de justicia.

El síndrome que produjo la Revolución de 1910 continuó, a pesar del triunfo maderista, por el incumplimiento de los fines económicos que el pueblo perseguía. Como consecuencia, surgieron hombres que con férvido anhelo y la noble finalidad de alcanzar justicia para la parte dolorida y sangrante de la sociedad mexicana se lanzaron nuevamente a la lucha; pero sin desconectarla de la anterior, sino precisando mejor los objetivos.

Esta es la razón histórica y filosófica de la Revolución Agraria, que tuvo como pendón el Plan de Ayala.

No es despreciable el hecho de que los hombres que surgieron reclamando el cumplimiento de los fines económicos de la Revolución hayan sido iletrados y descamisados, porque sentían, como nadie, el peso de su esclavitud y no podían esperar que los letrados salieran a la defensa cuando era necesario orlar con sangre y fuego la demanda.

¿Qué teníá de exagerado el que con ese fondo histórico y filosófico de la Revolución Agraria sus hombres pretendieran que se firmase una acta de adhesión a su bandera? Nada más lógico que quien había revolucionado sin un contenido social reconociera el que proclamaba el movimiento del sur.

Contra lo capciosamente asentado en el informe de los señores licenciado Cabrera y general Villarreal, no es rígida la proposición de que se firmara el acta por la totalidad del articulado del Plan de Ayala, pues veremos adelante que se prescinde del artículo 12 en aras de un entendimiento. Esto corrobora cuanto hemos dicho al respecto, pues ajustándonos a la verdad y al sentir de los hombres del sur, hemos asegurado que hasta el acta podía substituirse por otro procedimiento, ya que sólo se pretendía asegurar la implantación de los principios. Aceptadas las cláusulas fundamentales, con toda facilidad se hubieran excluído las que ya no tenían razón de ser. Todo dependía de buscar una forma conciliadora, y el camino para encontrarla estaba expedito.

Si los comisionados, desde el ángulo político, consideraban que era mucho pedir al señor Carranza que calzara con su firma el documento, ¿por qué no buscar la forma adecuada? Hechos posteriores prueban que la razón asistÍa a los surianos. A partir del 12 de diciembre de ese mismo año 1914, el mismo señor Carranza tuvo que formar su programa de acción, en el cual destacan los principios agrarios proclamados por el movimiento del sur.

Y lo que es más elocuente: desde el gobierno que presidió el general Alvaro Obregón hasta el actual del señor licenciado Miguel Alemán, pasando por los de los señores general Plutarco Elías Calles, licenciado Emilio Portes Gil y general Lázaro Cárdenas, todos los gobiernos de la República han hecho del asunto agrario uno de los pivotes del eje de sus administraciones.

El tiempo se ha encargado de probar que no era exagerada la pretensión de los surianos al pedir que se firmara el acta de adhesión, cuando con ella querían asegurar el objeto social de su lucha.


Segunda proposición

Dice la segunda proposición:

Mientras puedan celebrarse las conferencias proyectadas debe pactarse un armisticio sobre la base de la entrega de la plaza de Xochimilco a las fuerzas zapatistas.

Puesto que los señores Cabrera y Villarreal dijeron que era oficiosa su presencia, resulta lógico que se pensara en la celebración de conferencias formales. ¿Era conveniente llevarlas a cabo? Desde luego que sí, porque siendo los Ejércitos Libertador y Constitucionalista dos entidades revolucionarias necesitaban convenir los términos de su unión. ¿Debía pactarse el armisticio? Evidentemente, puesto que las fuerzas surianas y las constitucionalistas estaban en una condición de enemigas y debía cesar ese estado de cosas. Los grandes intereses patrios, y no solamente los revolucionarios, estaban imponiendo a los comisionados oficiosos insistir tesoneramente sobre este particular cerca de las partes en pugna.

Hemos visto que el general Zapata rechazó la idea con respecto a la entrega de la plaza de Xochimilco porque estimó que se pedía un favor. Si la aceptó después fue porque se le dió el carácter de un desagravio, que bien lo merecía el establecimiento de la barrera militar; pero también hemos visto que se deseaba una demostración de buena voluntad, pues con la entrega amistosa de una plaza no sufría menoscabo el prestigio del Ejército onstitucionalista ni la dignidad del Primer Jefe. Por el contrario: si al hecho, se le daba el significado de un cabal entendimiento entre los dos sectores revolucionarios, ese hecho podía influir muchísimo en el giro que los acontecimientos estaban tomando en el norte del país.


Tercera proposición

La tercera proposición dice:

El jefe del Ejército Constitucionalista debe retirarse desde'luego del Poder Ejecutivo de la nación. O bien, el jefe del Ejército Constitucionalista podrá continuar en el Poder Ejecutivo siempre que admita a su lado a un representante del general Zapata, con cuyo acuerdo se dictarán las determinaciones trascendentales y se harán los nombramientos para puestos políticos.

Conviene decir que la redacción del párrafo copiado es de quienes subscriben el informe. En consecuencia, puede no reproducir exactamente el pensamiento del general Zapata. Por ello nos desentendemos de la forma y comentaremos el fondo de dicho párrafo.

Salta a la vista qúe la proposición no es rígida, sino optativa, y que con ella se prescinde del artículo 12 del Plan de Ayala en aras de un entendimiento, como dijimos antes. Se aceptaba la continuación del señor Carranza condicionada a la admisión de un representante; pero fijémonos muy bien que no se habla en absoluto de la primera jefatura del Ejército Constitucionalista. El silencio sobre este punto desvanece por completo lo que tendenciosamente se desliza en el informe que comentamos: de que por el contenido del artículo tercero del Plan de Ayala y por el acta de ratificación, el general Zapata deseaba el mando supremo del Ejército Revolucionario.

Aceptar la continuación del señor Carranza con la recíproca admisión de un representante del sur en su gobierno, era reconocer plena validez al artículo relativo del Plan de Guadalupe y quedar a las órdenes del Presidente interino.

Examinemos lo relativo a la admisión de ese representante. No es absurdo el punto, ni siquiera radical, pues sólo se dirige contra el monopolio del gobierno por uno de los sectorés revolucionarios. ¿Acaso estaba fuera de tono pretender que la Revolución Agraria participara en el gobierno de la Revolución Política? El contenido social que la primera aportaba, ¿no merecía que compartiera el triunfo, la dirección de los asuntos públicos y la responsabilidad? Los sacrificios de los pueblos y luchadores surianos, ¿acaso no eran dignos de tomarse en consideración?

El general Zapata pudo haber pedido, por conducto de los partidarios inoficiales, que al movimiento por él encabezado se le dieran varias carteras en el gabinete del señor Carranza; pero vemos que ni siquiera se habló de este asunto. la participación del sur quedaba limitada a los asuntos trascendentales y nombramientos políticos; pero si todavía era necesario limitada más aun, téngase en cuenta que la proposición no excluía una contraproposición o la posibilidad de discutida.


Cuarta proposición

Si se aceptaban los principios fundamentales haciendo justicia a su procedencia, si se pactaba el armisticio y se admitía que la Revolución Agraria estuviera representada en el gobierno de la Revolución Política, no quedaría sino convenir en los procedimientos para la implantación de los mencionados principios. En esto se resume la cuarta y última proposición del general Zapata.

Había la condición expresa de que las conferencias tuvieran lugar en la residencia del Cuartel General del Sur y que los representantes estuviesen plenamente autorizados para discutir y firmar lo que acordaran. Nada tiene de exagerado esta condición en lo que se refiere a los representantes, pues el movimiento suriano tomaba en serio el problema de la tierra y no deseaba seguir conversando con partidarios inoficiales, sino tratar en firme y llegar a conclusiones definitivas en un asunto de tanta importancia. Como no pensaba hacer del señor Carranza un juguete, es claro que tampoco quería serlo de ese señor.

Respecto del lugar en que debían celebrarse las conferencias, es asunto de poquísima monta.

Hablando se entiende la gente, dice un axioma popular, por lo que, allanados los obstáculos mayores, bien pudo haberse convenido en un punto que mejor garantizara los intereses del señor Carranza y los del Ejército libertador. lo esencial era que se realizaran con el revolucionario propósito de hacer justicia a la oprimida clase campesina.


Consideraciones finales

Resumiendo lo expuesto, veamos lo que descarnadamente proponía la Revolución Agraria a la Revolución Política.

Reconocimiento y adhesión a sus principios sociales; un armisticio que suspendiera las hostilidades; participación en el gobierno por medio de un solo representante, y un acuerdo para llevar a la vía de la realidad los principios sociales.

¿En dónde están las ambiciones desmedidas del general Zapata? ¿En dónde están sus deseos de mando y de poder? ¿En dónde está lo desorbitado de sus pretensiones?

En cambio de lo que se proponía, ¿qué daba la Revolución Agraria a la Revolución Política? Desde luego, el contenido social de que la última carecía. El apoyo del Ejército Libertador a la administración del señor Carranza. La brillante oportunidad de que este señor dijera al norte del país y al mundo:

- Cuando, con razón o sin ella, aparece un cisma en las filas del Ejército Constitucionalista, estas filas se ven reforzadas por las del Ejército Libertador, que pone en mis manos su bandera de principios y en mi administración su confianza de que se realizarán.

Índice de Emiliano Zapata y el agrarismo en México del General Gildardo MagañaTOMO V - Capítulo II - Segunda parte - Panorama durante el mes de agosto de 1914TOMO V - Capítulo III - Segunda parte - El conflicto con el Sur se convierte en definitivo distanciamientoBiblioteca Virtual Antorcha