EMILIANO ZAPATA
Y EL
AGRARISMO EN MÉXICO
General Gildardo Magaña
Colaboración del Profesor Carlos Pérez Guerrero
TOMO V
CAPÍTULO III
Segunda parte
EL CONFLICTO CON EL SUR SE CONVIERTE EN DEFINITIVO DISTANCIAMIENTO
Respuesta del señor Carranza
Por desgracia, el tendencioso informe estaba a tono con el ánimo muy poco dispuesto del señor Carranza, y he aquí su lógica resultante:
He recibido el informe que ustedes me han transmitido como resultado de su entrevista con el general Emiliano Zapata.
Como de dicho informe se deduce que el señor general Zapata considera indispensable, para cualquier arreglo, que previamente haga yo una declaración de sumisión al Plan de Ayala, suplico a ustedes transmitan por escrito ál general Zapata mi contestación, que es la siguiente:
Habiendo recibido la investidura de Primer Jefe del Ejército Constitucionalista por delegación de los diversos jefes militares que, con sujeción al Plan de Guadalupe, colaboraron conmigo para el derrocamiento de la dictadura del general Huerta, no podría yo abdicar de ese carácter para someterme a la jefatura del general Zapata, ni desconocer el Plan de Guadalupe para adoptar el de Ayala. Considero, por lo demás, innecesaria esa sumisión, puesto que, como manifesté a ustedes, estoy dispuesto a que se lleven a cabo y legalicen las reformas agrarias que pretende el Plan de Ayala, no sólo en el Estado de Morelos, sino en todos los Estados de la República que necesiten de dichas medidas.
Si el general Zapata y los jefes que lo siguen pretenden realmente que se lleven a cabo las reformas que exige el bieñestar del pueblo suriano, tienen el medio de verificarlo uniendo sus fuerzas a las de esta primera jefatura, reconociendo la autoridad de ella y concurriendo a la convención de jefes que he convocado para el día primero de octubre del corriente año, precisamente con objeto de discutir el programa de reformas que el país exige.
Agradeciendo a ustedes sus patrióticos esfuerzos en bien de la paz, reitero a ustedes mi atenta consideración y aprecio.
Constitución y Reformas.
Palacio Nacional, México, D.. F., a 5 de septiembre de 1914.
El Primer Jefe del E. C. Encargado del Poder Ejecutivo de la Nación, Venustiano Carranza.
A los Cc. General de Brigada Antonio I. Villarreal y Licenciado Luis Cabrera.
Presentes.
Reflexiones
Estos fueron los frutos secos de las conferencias de Cuernavaca y así quedó cerrada toda posibilidad de entendimiento.
Pero, ¿quién pedía al señor Carranza que abdicara de su investidura de Primer Jefe del Ejército Constitucionalista? No se trató este punto en las pláticas ni figura en las proposiciones del general Zapata.
¿Quién pedía al señor Carranza que se sometiera a la jefatura del general Zapata? Este propuso la admisión de un representante en el Gobierno Constitucionalista, y es clarísimo que de admitirse la proposición sus efectos serían los de un condicional, pero firme, reconocimiento a ese gobierno. Un sereno análisis del punto nos lleva a la conclusión de que el general Zapata sería el sometido a condición de estar representado.
¿Quién pedía al señor Carranza que desconociera el Plan de Guadalupe? Ni para adherirse -como decían los surianos- ni para adoptar el Plan de Ayala -como dijo el señor Carranza- era necesario desconocer ese Plan, porque la adopción o la adhesión sólo tendían a reparar sus omisiones en materia social.
Como superando las demandas del Plan de Ayala y la visión de sus sostenedores, dijo el señor Carranza que consideraba innecesaria la sumisión a dicho plan porque estaba dispuesto a llevar a cabo y que se legalizaran las reformas agrarias no sólo en Morelos, sino en otras entidades que necesitasen de esas medidas. Para evitar confusiones por el significado de las palabras, repetiremos que en el sur nunca se dijo sumisión, sino adhesión.
Precisado el término, vamos a descartar el error de que la demanda revolucionaria se reducía a Morelos. Al decir el señor Carranza que estaba dispuesto a que se llevara a cabo la reforma es claro que se rendía a la evidencia, aunque sólo fuese por lo que políticamente representaba para él esa reforma. ¿Qué le faltaba para aproximarse a los hombres que con sus principios le daban una brillante oportunidad política? Sólo una cosa: voluntad.
Si el general Zapata y los jefes que lo siguen pretenden realmente que se lleven a cabo las reformas que exige el bienestar del pueblo suriano, tiene el medio de verificarlo -dice el señor Carranza, y señala-: unirse a la primera jefatura y reconocer su autoridad.
Esto es: la rendición incondicional que exigió desde un principio y en la que siempre había pensado. Pero, ¿qué compromiso adquiría sobre la implantación de la reforma agraria? Ninguno, pues a continuación indica que podían concurrir el general Zapata y los jefes a la convención convocada para discutir el programa de reformas.
De modo que una situación incierta para la reforma agraria compensaría la unión del Ejército Libertador a la primera jefatura y el reconocimiento de su autoridad. Este sería, pues, el epílogo de una lucha cruenta de la clase campesina realizada con la esperanza y la finalidad de modificar su vida que estaba en lo económico, esclavizada; en lo cultural, opaca, y en lo espiritual, desvalida.
En esas condiciones ¿debía sumarse el Ejército Libertador al Constitucionalista y someterse a la autoridad del Primer Jefe?
¿Debía el general Zapata, el hombre que todo lo subordinaba a sus principios, dar por terminada la lucha? Cobarde y traidora hubiera sido su actitud cuando nada garantizaba la satisfacción de las demandas revolucionarias. Era la peor humillación que podía proponerse, no digamos ya a un sector auténticamente revolucionario; sino a un hombre con dignidad y con absoluta conciencia de sus actos.
Ni Victoriano Huerta procedió como don Venustiano Carranza, pues cuando equivocadamente supuso que el movimiento del sur depondría las armas y que este hecho facilitaría la realización de sus planes políticos y militares, hizo proposiciones tentadoras que el general Zapata tuvo el buen tino de rechazar con dignidad y patriotismo.
Lamentamos decir lo anterior; pero no podemos desviarnos de la verdad histórica. Ni siquiera podemos atenuar la dureza de los hechos.
Efectos de la respuesta en la capital
La prensa metropolitana publicó el día 7 de septiembre el texto íntegro del informe que ya conocemos y el de la respuesta del señor Carranza. Ambos documentos causaron expectación y fueron tema de comentarios por el contraste con las notas y artículos recientemente. publicados, con llamativos y optimistas títulos, en los que se aludía elogiosamente al general Zapata y a su causa.
Personas que radicaban en la ciudad de México en aquel entonces, nos han transmitido sus impresiones recogidas en diversos círculos. Según esas personas, la reaccióq batió palmas, pues el hecho de que los revolucionarios no se entendieran significaba que muy pronto se destrozarían entre sí.
En los círculos carrancistas se elogió la actitud del Primer Jefe ante la intransigencia de los pelados zapatistas, a los que había que escarmentar duramente. Si se había vencido al Ejército Federal, numeroso y bien organizado, con mayor facilidad se vencería a la horda zapatista.
Pero en círculos revolucionarios no personalistas se vió la situación desde un ángulo distinto y se le ligó a factores que podían ser decisivos. Circulaban versiones sobre la nada apacible actitud del gobernador de Sonora, la incierta y harto peligrosa del general Villa, la que estaban asumiendo algunos jefes en Durango y el no secreto resentimiento del general Cándido Aguilar en Veracruz.
Si la situación en Sonora, Chihuahua, Durango y Veracruz se agudizaba, como había sucedido en Morelos, sería inevitable el desgarramiento de las filas revolucionarias con resultados imprevisibles, salvo la posibilidad de que los afectados se unieran, puesto que señalaban al señor Carranza como causante de las dificultades.
En algo deben tener razón los surianos -se decía-. No es posible que estén equivocados hasta en lo que se refiere al problema agrario, por el que empuñaron las armas. ¿Por qué no se acepta, una sola de sus proposiciones? Si son exageradas, ¿por qué se rompieron las pláticas sin haber hecho un esfuerzo para reducir las exageraciones a términos razonables?
Fuera de estos círculos se veía como inevitable la continuación de la contienda armada. Los zapatistas -se decía- están orgullosos de su causa, han dado pruebas de ser irreductib1es, no tienen fe en el movimiento del norte y menos aun en los intelectuales que rodean al Primer Jefe. Por esto piden la aceptación de su plan revolucionario y la presencia de un representante en el nuevo gobierno; pero Carranza, a su vez, no concede capacidad a los iletrados surianos para intervenir en su política; se opone a la resolución del problema agrario porque. piensa que tiene mucho de socialismo y mina las bases fundamentales de la organización del país; cree que la insumisión de los zapatistas es un intolerable desafío a su situación privilegiada de Primer Jefe y Encargado del Ejecutivo.
No está dispuesto a que se solucione el conflicto con los zapatistas por medios incruentos, como lo demuestra el hecho de que no accede a pactar el armisticio que le proponen y sí quiere que lo reconozcan plenamente y sin discusión. Es, por lo tanto, una finta ofrecerles que concurran a la convención para discutir su problema agrario.
La actitud de don Venustiano Carranza no la han originado las recientes pláticas en Cuernavaca. Se esperaba que al hacer su entrada a la ciudad de México lo acompañarían dos figuras revolucionarias: Francisco Villa y Emiliano Zapata, pues de Villa se conocen muchas de sus hazañas y por ellas se le tiene como el factor más importante del constitucionalismo. De Zapata, a pesar de cuanto dijo en su contra la prensa, se sabe que es defensor de los campesinos, un idealista y un tenaz guerrillero, cuyas fuerzas llegaron cerca de la capital. La ausencia de estos dos jefes rebeldes en un acto trascendente para la Revolución hizo suponer que fueron intencionadamente eliminados. Por lo que respecta a Villa, se esparcieron rumores de una fricción debida a inacatables órdenes de Carranza. En lo tocante a Zapata se supo que sus fuerzas estaban siendo atacadas por las constitucionalistas, y la explicación de este hecho la dieron las declaraciones de don Venustiano: sólo reconocía como promesa revolucionaria la relativa al derrocamiento de Huerta; repudiaba el agrarismo.
Si ahora no aparece una fuerza que conjure la tormenta que está por desatarse en el sur, es seguro que Zapata dispersará a sus hombres en las guerrillas que le permitieron mantenerse en constante rebelión. Si, como se dice, Villa está en acecho de una oportunidad para precipitarse sobre Carranza, es también seguro que aprovechará el conflicto del sur y se unirá a los zapatistas.
Efectos de la respuesta en el Sur
La misma prensa metropolitana llevó al sur el texto de los documentos que estamos comentando. No produjo sorpresa la nota del señor Carranza. Se presentía. Causó indignación el informe porque no se esperaba que sus firmantes, diciéndose agraristas, procedieran con tanta insinceridad para con el movimiento agrarista.
El general Zapata y el licenciado Cabrera sostuvieron corta correspondencia, de la que solamente hemos encontrado en el archivo del Cuartel General dos documentos: una carta del licenciado Cabrera y la copia, en papel timbrado, de otra carta del general Zapata. Como para darnos cuenta de la actitud de sus respectivos signatarios bastan esos documentos, vamos a reproducidos por el orden de sus fechas.
Carta del licenciado Cabrera
Señor general don Emiliano Zapata.
Cuernavaca,. Mor.
Muy señor mío:
Había yo escrito una carta anterior y había contestado sus cartas a los señores Palafox y Serratos cuando me fue entregada su apreciable de fecha 19 de septiembre.
Deseo hacer constar con entera sinceridad que el informe que presentamos al señor Carranza fue escrito con el único objeto de relatar hechos dentro del terreno de la más estricta imparcialidad.
Los conceptos que contiene deben interpretarse en su forma más ingenua, y al efecto suplico a usted se sirva leerlos detenidamente y se convencerá de que nada tienen de venenosos. Insisto sobre este punto porque es la primera vez que llega a mi conocimiento semejante observación, y creo sinceramente que nuestra labor no merece ser calificada en los términos en que la califica su apreciable carta.
Especialmente deseo hacer constar que nunca hemos pensado crear mala atmósfera a la causa del Plan de Ayala, porque, como repetidas veces lo hemos dicho, estamos conformes con los preceptos agrarios que contiene dicho Plan y esa ha sido la base de nuestros esfuerzos pára lograr un arreglo entre los revolucionarios del norte y los del sur. Tengo confianza en que el tiempo desengañará a usted acerca de nuestra actitud y que en alguna ocasión, aunque no sea muy cercana, hará usted justicia a nuestra labor.
El hecho de que los intentos de arreglo no hayan dado resultado práctico inmediato no es una razón para que no continuemos considerando a los revolucionarios del sur como nuestros amigos y deseando siempre que llegue el momento en que podamos entendernos.
Por lo que a mí hace, puede usted creer que soy, como siempre, su atento y afectísimo amigo y S. S.
Luis Cabrera.
La carta tiene al calce las iniciales LC/LT, indicadoras de quién la dictó y quién la escribió.
Hemos tratado de leerla "entre líneas; pero nada hallamos salvo un dejo de pena y un estéril esfuerzo, envuélto en comedidas frases, para desvanecer el cargo de venenosos que el general Zapata hace a los conceptos del informe. ¿Por qué el señor licenciado Cabrera tenía confianza en que el tiempo desengañaría al general Zapata y que haría justicia a su labor? ¿Por qué deseaba que llegara el momento de poder entenderse con los hombres del sur? ¿Son frases huecas, o quieren decir que hubo necesidad de plegarse a ciertas circunstancias?
Las respuestas nos pondrían en condiciones de juzgar si deben interpretarse en su más ingenua forma los conceptos a que alude y si todo el documento que los contiene fue escrito con la más estricta imparcialidad, Ingenua forma ... estricta imparcialidad. ¿Qué se quiso decir con esas frases? Porque los datos que poseemos nos llevan a pensar que no escapaba a la vasta ilustración y a la gran experiencia política del firmante de la carta, que el infbrme era petróleo que se echaba a la hoguera.
Es una gran verdad que el señor licenciado Cabrera estaba conforme con los preceptos agrarios del Plan de Ayala. Por eso realizó grandes esfuerzos dentro del constitucionalismo para que se elevaran a la categoría de ley; pero también es una grande, aunque dolorosa verdad que desligó a esos preceptos de los hombres que los proclamaban y que tomó como radicalismo tonto lo que era lógica resultante de esfuerzos, sacrificios y cariño. ¿Quién no es radical cuando se trata de los principios que verdaderamente siente? ¿Quién no pone toda su pasión en la defensa de lo que le ha costado parte de su vida?
Dice el señor licenciado Cabrera que a pesar de lo sucedido, se considera amigo de los revolucionarios del sur. Esta afirmación depende mucho del concepto que tuviera de la amistad; pero hay que aceptar que el comedimiento en la forma vela discretamente la insinceridad que parece haber en el fondo. Más adelante veremos que el general Zapata sí estimaba al señor licenciado Cabrera y que esperaba un mañana en que pudieran colaborar como buenos amigos.
Carta del general Zapata
A lo que parece, la carta que dejamos copiada no tuvo contestación, pues la del general Zapata, que vamos a reproducir, se refiere a otra anterior del mismo licenciado Cabrera. Veremos que este profesional propuso que se intentaran nuevos arreglos con el señor Carranza, y aun cuando no sabemos qué lo guiaba para hacer esa proposición después del informe sobre las conferencias de Cuernavaca, puede suponerse que influyeron en su ánimo los acontecimientos que precipitadamente estaban desarrollándose en el norte del país.
Desgraciadamente, el Primer Jefe, con su rotunda respuesta, había cerrado de golpe toda posibilidad de entendimiento y los partidarios inoficiales ya no inspiraban confianza. En esas condiciones, y puesto que los surianos nada tenían que exponer, sólo se presentaba un camino: que el señor Carranza hiciera proposiciones decorosas, concretas y firmes por conducto de emisarios debidamente autorizados; pero el Primer Jefe no seguiría ese camino y para los surianos resultaba un contrasentido admitir la posibilidad de un acercamiento con quien había rechazado de plano sus proposiciones.
Veamos la carta del general Zapata, que dice así:
Correspondencia particular del general Emiliano Zapata.
Cuartel General en Cuernavaca, octubre 4 de 1914.
Señor licenciado don Luis Cabrera.
5 de Mayo, 32. México, D. F.
Muy estimado señor y fino amigo:
Recibí la muy atenta carta de usted de fecha 18 del próximo pasado septiembre.
Por ahora es materialmente imposible que se tengan arreglos con don Venustiano Carranza porque nos ha arrojado el guante de una manera impolítica, y con este motivo las hostilidades quedaron rotas.
Más tarde que los ideales hayan triunfado y que usted vuelva sobre sus pasos, es decir, en pos de los principios y no de las personas, entonces sí podremos colaborar como buenos amigos; pero ahora que usted permanece al lado del señor Carranza como su principal consejero, aun cuando usted lo niegue, no puedo de ninguna manera obrar de acuerdo con usted porque nuestros ideales son muy opuestos.
Sabe usted que lo aprecia su afmo. atto. amigo y seguro servidor.
Emiliano Zapata.
Decreto del 8 de septiembre
Antes de las cartas que hemos reproducido, e inmediatamente después de las conferencias, pero sin tomar en cuenta el resultado que dieran, sino siguiendo la línea de conducta que el general Zapata se había trazado, éste expidió un decreto para poner en práctica uno de los postulados del Plan de Ayala. El documento, por muchos conceptos interesante, dice así:
En atención a que los malos mexicanos que apoyaron y sostuvieron a los gobiernos pasados siguen en su labor obstruccionista, oponiéndose, por cuantos medios encuentran a su alcance, a la realización de los principios proclamados por la Revolución y contenidos en el Plan de Ayala, retardando el triunfo completo de las reformas agrarias, y de conformidad con las facultades de que me hallo investido, he tenido a bien decretar lo siguiente:
Artículo I. Se nacionalizan los bienes de los enemigos de la Revolución que defiende al Plan de Ayala y que directa o indirectamente se hayan opuesto o sigan oponiéndose a la acción de sus principios, de conformidad con el artículo VIII de dicho Plan y VI del decreto de 5 de abril de 1914.
Artículo II. Los generales y coroneles del Ejército Libertador, de acuerdo con el Cuartel General de la Revolución, fijaran las cédulas de nacionalización, tanto a las fincas rústicas como a las urbanas.
Artículo III. Las autoridades municipales tomarán nota de los bienes nacionalizados, y después de hacer la declaración pública del acta de nacionalización darán cuenta detallada al Cuartel General de la Revolución de la clase y condiciones de las propiedades que sean, así como de los nombres de sus antiguos dueños o poseedores.
Artículo IV. Las propieaades rústicas nacionalizadas pasarán a poder de los pueblos que no tengan tierras que cultivar y carezcan de otros elementos de labranza, o se destinarán a la protección de huérfanos y viudas de aquellos que han sucumbido en la lucha que se sostiene por el triunfo de los ideales invocados en el Plan de Ayala.
Artículo V. Las propiedades urbanas y demás intereses de esta especie nacionalizados a los enemigos de la Revolución Agraria se destinarán a la formación de instituciones bancarias dedicadas al fomento de la agricultura, con el fin de evitar que los pequeños agricultores sean sacrificados por los usureros y conseguir por este medio que a toda costa prosperen, así como para pagar pensiones a las viudas y huérfanos de quienes han muerto en la lucha que se sostiene.
Artículo VI. Los terrenos, montes y aguas nacionalizados a los enemigos de la causa que se defiende serán distribuídos en comunidad para los pueblos que lo pretendan y en fraccionamiento para los que así lo deseen.
Artículo VII. Los terrenos, montes y aguas que se repartan no podrán ser vendidos ni enajenados en ninguna forma, siendo nulos todos los contratos o transacciones que tiendan a enajenar tales bienes.
Artículo VIII. Los bienes rústicos que se repartan por el sistema de fraccionamiento sólo podrán cambiar de poseedores por transmisión legítima de padres a hijos, quedando sujetos, en cualquiera otro caso, a los efectos del artículo anterior.
Artículo IX. El presente decreto surtirá sus efectos desde luego.
Lo que transmito a usted para su publicación, circulación y debido cumplimiento.
Reforma, Libertad, Justicia y Ley.
Dado en el Cuartel General en Cuernavaca, a los ochó días de septiembre de 1914.
El General en Jefe del Ejército libertador, Emiliano Zapata.
Fuera de la nacionalización, tres son los puntos notables en el documento reproducido: las pensiones a las viudas y huérfanos, la formación de instituciones bancarias para favorecer exclusivamente a los pequeños agricultores y la nulidad de toda venta o enajenación de las tierras, montes y aguas que se repartieran.
Como, a excepción de las pensiones, una de esas ideas ha jugado importante papel en la política de diversas administraciones y la otra ha pasado al derecho agrarío, es justo señalar su fuente suriana y conviene aclarar que no aparecen por primera vez en el decreto, sino que también se expresan en otros documentos que figuran en esta obra.
Inmediatos resultados del decreto
Uno de los primeros resultados del decreto puede verse en la nota que vamos a reproducir; pero no está por demás aclarar que si Cuautla y otras poblaciones de aquella región no habían entrado en posesión de sus tierras, conforme al Plan de Ayala, ello se debía a que estaban ocupadas por el Ejército Federal. Tampoco está por demás anunciar que a su debido tiempo nos ocuparemos de las comisiones agrarias que funcionaron en el sur. La nota de referencia dice así:
REPÚBLICA MEXICANA.
EJÉRCITO LIBERTADOR.
Participo a usted que ya comencé a repartir convenientemente los terrenos de riego ubicados en los contornos de esta ciudad y demás lugares que los solicitan, nombrando para ello a personas conocedoras para el fraccionamiento de referencia.
Lo que comunico a usted para su inteligencia y demás fines.
Reforma, Libertad, Justicia y Ley.
Cuartel General en la H. Cuautla (Morelos).
Septiembre 19 de 1914.
General Eufemio Zapata.
Al C. Gral. Emiliano Zapata.
Cuernavaca.
UNA CARTA DEL GENERAL ZAPATA AL PRESIDENTE WILSON
El lector recordará que la primera entrevista de elementos sudanos con el señor Carranza se llevó a cabo en Tlalnepantla y que representó a los primeros el entonces coronel Alfredo Serratos, quien se vió obligado a permanecer en la ciudad de México en espera de una ocasión propicia para salir, pues carecía del salvoconducto que le franqueara el paso por las líneas constitucionalistas que el Primer Jefe acababa de establecer frente a las fuerzas del sur.
Procuró exhibirse lo menos posible porque tenía los más fundados temores de que se le aprehendiera, pues los nada satisfactorios resultados de la entrevista y las opiniones que expuso a don Paulino Martínez fueron publicados por éste en La Voz de Juárez.
La situación del coronel Serratos la resolvió un encuentro casual con un amigo suyo, doctor y a la sazón presidente de la Cruz Roja Mexicana. Al exponerle con entera franqueza las condiciones en que estaba, su amigo lo invitó a una comida que precisamente iba a ofrecer en ese día a los señores doctor Charles Jenkinson y Thomas W. Reylly, altos miembros de la Cruz Roja Americana, y a dos periodistas de los Estados Unidos.
Con vivo agradecimiento aceptó la invitación, y poco después, al ser presentado por el anfitrión a los norteamericanos, les causó buena impresión el hecho de que aquel coronel zapatista les hablara en inglés. Durante la comida procuró contestar a las innúmeras preguntas que se le hicieron sobre el Ejército Libertador y la situación en el sur. Los señores Jenkinson y Reylly mostraron deseos de conocer al general Zapata y de entregarle personalmente algunos elementos de curación como primera ayuda de la Cruz Roja Americana. A su vez, los periodistas dijeron estar interesados en conocer de visu la situación de los luchadores surianos, y todos ellos preguntaron al coronel Serratos si podía guiarlos hasta la residencia del jefe de aquel movimiento. La respuesta afirmativa determinó que se concertara, para el día siguiente, un viaje a Yautepec, en donde radicaba el Cuartel General. Para evitar un posible contratiempo se convino que el coronel Serratos fuera disfrazado y portando un brazalete de la Cruz Roja Americana. Dos automóviles partieron de la ciudad de México. En uno de ellos iban enfermeras y médicos, con los elementos de curación; en el otro tomaron asiento los señores Jenkilson, Reylly, los periodistas y el coronel suriano, quien no fue reconocido al pasar las líneas constitucionalistas. Ya en la zona, dominada por las fuerzas del sur, el coronel fue indicando a sus acompañantes los lugares de algunas acciones contra los federales y les presentó a sus fuerzas, que acampaban en San Mateo y Topilejo.
En Cuernavaca y Xochitepec
Sin dificultades llegaron a Cuernavaca, en donde las personas a quienes guiaba el coronel Serratos pudieron apreciar las huellas del prolongado sitio, las incineraciones de la impedimenta de los federales hechas por ellos mismos en los que habían sido sus cuarteles y el lastimoso estado de la casa que sirvia de Cuartel General, debido a las explosiones que produjeron la destrucción del parque y la quema del archivo y armamento, todo ello ordenado por el general Pedro Ojeda la víspera de que rompiera el sitio.
Siguieron hasta Xochitepec, pues los visitantes querían recorrer una parte del camino emprendido por los federales a su salida de Cuernavaca. Bien pronto se vieron frente a un cuadro horrendo: cadáveres que permanecían insepultos a pesar de los esfuerzos que hacían diversos grupos de vecinos dirigidos por el puesto de socorros, a cargo del doctor Aurelio Briones, y por la brigada de la Cruz Blanca Neutral que dirigía el doctor Alfonso Martínez. El número de cadáveres iba en aumento a medida que los observadores se alejaban de la ciudad. El estado de descomposición había atraído a muchas aves de rapiña, y en las inmediaciones de los poblados, a perros, cerdos y hasta gallinas, que a duras penas eran ahuyentados por algunos caritativos vecinos.
Automóviles y carros destrozados, acémilas y caballos muertos, cañones desmontados, ruedas rotas, armones volcados y mil objetos diseminados en el camino o junto a él, completaban aquel cuadro macabro que pregonaba lo cruento de la evacuación de la capital morelense.
Los periodistas tomaron muchas fotografías de aquel desastre federal e hicieron muchas preguntas sobre el número de atacantes, su avituallamiento, las armas empleadas. la procedencia de las municiones, los arbitrios con que contaba el Ejército Libertador y muchas más que no eran de simple curiosidad. Causaron gran sorpresa las respuestas de que el Ejército Libertador no cubría haberes; que las armas y el parque tenían que ser arrebatados al enemigo; que los pueblos proporcionaban alimentos y que tal cosa se acostumbraba en toda la zona zapatista, sin que estuvieran excluídos de la aportación los mismos combatientes cuando de su comarca se trataba.
En Xochitepec, el coronel Serratos pudo ofrecer a sus acompañantes un refrigerio, que consistió en sendos platos de arroz ligeramente endulzado, aceptándolo con asombro al enterarse de que no era posible conseguir otro alimento. Uno de los norteamericanos preguntó:
- ¿Esto es todo lo que ustedes tienen para comer?
- Esto nada más, y a veces ¡ni esto! -contestó el generoso anfitrión.
Se comentó la respuesta, y mientras tomaban el inesperado refrigerio aquellas personas pasaron del asombro al enternecimiento, pues dice el hoy general Serratos que no hay exageración en sus palabras al asegurar que pudo ver humedecidos los ojos de uno de sus acompañantes cuando exclamó:
-¡Esta sí es la verdadera guerra! ¡Es admirable Zapata al haber sostenido una lucha tan desigual!
Debemos recordar que el general Serratos habla inglés y que, por lo tanto, iba dándose cuenta de las conversaciones y comentarios de sus acompañantes.
Al habla con el general Zapata
Regresaron a Cuernavaca para emprender el camino de Yautepec, en donde fueron presentados al general Zapata por el entonces coronel Serratos, quien sirvió de intérprete en la animada y excepcionalmente extensa conversación, que duró desde las dos de la tarde de ese día hasta las ocho de la mañana del siguiente. Tan larga conferencia la justifica el señor Serratos por las múltiples preguntas de los norteamericanos y las explicaciones incidentales, así como por las respuestas del general Zapata, las cuales había que traducir a los visitantes.
Como donativo inicial, éstos entregaron los elementos de curación que llevaban y ofrecieron que la Cruz Roja Americana enviaría un furgón con medicinas, vendas, ropas y otros objetos, de los que bien necesitaba el Ejército Libertador. Pidieron al general Zapata indicase a qué estación estimaba más conveniente que se destinara el envío, y señaló la de Ayotla, del ferrocarril Interoceánico, Hicieron cálculos sobre el tiempo necesario para que el furgón llegara al lugar de su destino, y el general Zapata dijo que en la fecha que se admitió como posible enviaría cuarenta mulas para hacerse cargo de la mercancía.
Acerca de este particular nos ha dicho el general Serratos que oportunamente mandó el general Zapata a recoger la carga y que los comisionados permanecieron un tiempo más que razonable en Ayotla; pero que el furgón no llegó. También nos dijo que ignora las causas de este incumplimiento, que bien pudiera ser desde la abstención del envío, por las condiciones que prevalecieron, hasta el aprovechamiento de lo remitido, en otro lugar cualquiera. Agrega que los resultados negativos del ofrecimiento dieron lugar a que se pensara que había presentado a personas insinceras o quizá con algunos compromisos con el constitucionalismo; pero que las sospechas se desvanecieron un poco más tarde, cuando se compróbó que los norteamericanos cumplieron otra parte importante de sus ofrecimientos al general Zapata.
Volvamos a la conversación. Uno de los tópicos iniciado por los visitantes fue la pérfida labor de la prensa nacional, interesada en propalar versiones falsas para desfigurar al Ejército Libertador y a su jefe. Transmitidas esas versiones al extranjero por corresponsales poco escrupulosos, causaron todo el daño que se pretendía originar, pues al movimiento suriano se le tenía como a un conjunto de bandoleros y al general Zapata se le llamaba El Atila del Sur, porque desconocían sus ideales y sus esfuerzos. Afortunadamente, en periódicos de gran circulación de los Estados Unidos se habían publicado opiniones independientes y apegadas a la verdad; pero además de esas opiniones, también fue publicada la del Presidente Wilson, quien había dicho que los motivos de las convulsiones internas de México eran el desequilibrio económico, la profunda desigualdad de las clases sociales y el acaparamiento del poder público, circunstancias todas que habían creado la casi ancestral rebeldía del pueblo mexicano.
Como el general Zapata había expuesto con amplitud los motivos que le obligaron a tomar las armas, como los visitantes dijeran estar compenetrados con esos motivos, éstos ofrecieron que al volver a su país darían a conocer lo que habían captado acerca del movimiento revolucionario, sin omitir el establecimiento de la línea militar, con la que inexplicablemente don Venustiano Carranza había separado a los revolucionarios del norte y los del sur.
Diremos que sí se publicaron ardculos, cuyos recortes están en nuestro poder.
La carta del general Zapata
El jefe del Ejército Libertador preguntó a sus visitantes si, en vista de lo que habían observado y dicho, podía esperar que fueran portadores de una carta para el señor Presidente de los Estados Unidos. Como la respuesta fue unánime y afirmativa, concentró su pensamiento y dió los puntos para la redacción de la carta. Los miembros del cuartel general hicieron la versión en español, que el coronel Serratos tradujo al inglés, y, finalmente, el general Zapata puso el escrito en manos del doctor Jenkinson, a quien expresó sus agradecimientos en nombre de la causa.
Debemos advertir que la carta llegó a manos del destinatario, como se verá después por documentos que firma Mr. Duval West, representante personal del Presidente Wilson. Dice así el documento:
Cuartel General en Yautepec, Morelos, agosto 23 de 1914.
Señor Woodrow Wilson, Presidente de los EE. UU. de América.
Washington.
Estimado señor de mi consideración:
He visto en la prensa las declaraciones que usted ha hecho acerca de la revolución agraria que desde hace cuatro años se viene desarrollando en esta República, y con grata sorpresa me he enterado de que usted, no obstante la distancia, ha comprendido con exactitud las causas y fines de esa revolución, que ha tomado, sobre todo, incremento en la región sur de México, la que más ha tenido que sufrir los despojos y las extorsiones de los grandes terratenientes.
Esa convicción de que usted simpatiza con el movimiento de emancipación agraria me induce a explicar a usted hechos y antecedentes que la prensa de la ciudad de México, consagrada a servir los intereses de los ricos y de los poderosos, se ha empeñado siempre en desfigurar con infames calumnias, para que el resto de la América y el mundo entero nunca pudiesen darse cuenta de la honda significación de ese gran movimiento proletario.
Empezaré por señalar a usted las causas de la revolución que acaudillo.
México se encuentra todavía en plena época feudal, o al menos así se encontraba al estallar la Revolución de 1910.
Unos cuantos centenares de grandes propietarios han monopolizado toda la tierra laborable de la República; de año en año han acrecentado sus dominios, para lo cual han tenido que despojar a los pueblos de sus ejidos o campos comunales, y a los pequeños propietarios de sus modestas heredades. Hay ciudades en el Estado de Morelos, como la de Cuautla, que carecen hasta del terreno necesario para tirar basuras, y con mucha razón, del terreno indispensable para el ensanche de la población. y es que los hacendados, de despojo en despojo, hoy con un pretexto y mañana con otro, han ido absorbiendo todas las propiedades que legítimamente pertenecen y desde tiempo inmemorial han pertenecido a los pueblos indígenas, y de cuyo cultivo estos últimos sacaban el sustento para sí y para sus familias.
Para extorsionar en esta forma, los hacendados se han valido de la legislación, que, elaborada bajo su sugestión, les ha permitido apoderarse de enormes extensiones de tierras con el pretexto de que son baldías; es decir: no amparadas por títulos legalmente correctos.
De esta suerte, ayudados por la complicidad de los tribunales y apelando muchas veces a medios todavía peores, como el de reducir a prisión o consignar al ejército a los pequeños propietarios a quienes querían despojar, los hacendados se han hecho dueños únicos de toda la extensión del país, y no teniendo ya los indígenas tierras, se han visto obligados a trabajar en las haciendas por salarios ínfimos y teniendo que soportar el maltrato de los hacendados y de sus mayordomos y capataces, muchos de los cuales, por ser españoles o hijos de españoles, se consideran con derecho a conducirse como en la época de Hernán Cortés; es decir: como si ellos fueran todavía los conquistadores y los amos, y los peones, simples esclavos sujetos a la ley brutal de la conquista.
La posición del hacendado respecto de los peones es enteramente igual a la que guardaban el señor feudal, el barón o el conde de la Edad Media respecto de sus siervos y vasallos. El hacendado, en México, dispone a su antojo de la persona de su peón; lo reduce a prisión, si gusta; le prohibe que salga de la hacienda, con pretexto de que allí tiene deudas que nunca podrá pagar, y por medio de los jueces, que el hacendado corrompe con su dinero, y de los prefectos o jefes políticos, que son siempre sus aliados, el gran terrateniente es, en realidad, sin ponderación, el señor de vidas y haciendas en sus vastos dominios.
Esta situación insoportable originó la Revolución de 1910, que tendía principal y directamente a destruir el monopolio de las tierras en manos de unos cuantos. Pero, por desgracia, Francisco I. Madero pertenecía a una familia rica y poderosa, dueña de grandes extensiones de terreno en el norte de la República, y como era natural, Madero no tardó en entenderse con los demás hacendados y en invocar la legislación (esa legislación hecha por los ricos y para favotecer a los ricos) como un pretexto para no cumplir las promesas que había hecho para destruir el aplastante monopolio ejercido por los hacendados, mediante la expropiación de sus fincas por causa de utilidad pública y con la correspondiente indemnizacion, si la posesión era legítima.
Madero faltó a sus promesas y la Revoloción continuó, principalmente en las comarcas en que más se han acentuado los abusos y los despojos de los hacendados; es decir: en los Estados de Morelos, Guerrero, Michoacán, Puebla, Durango, Chihuahua, Zacatecas, etcétera.
Vino después el cuartelazo de la Ciudadela, o sea, el esfuerzo hecho por los antiguos porfiristas y por los elementos conservadores de todos los matices para adueñarse nuevamente del poder, porque temían que Madero se viera obligado algún día a tener que cumplir sus promesas, y entonces la población campesina entró en justa alarma y la efervescencia revolucionaria cundió con más vigor que nunca, puesto que el cuartelazo, seguido del asesinato de Madero, era un reto, un verdadero desafío a la Revolución de 1910.
Entonces la Revolución abarcó toda la extensión de la República, y aleccionada por la experiencia anterior, no esperó ya el triunfo para empezar el reparto de tierras y la expropiación de las grandes haciendas. Así ha sucedido en Morelos, en Guerrero, en Michoacán, en Puebla, en Tamaulipas, en Nuevo León, en Chihuahua, en Sonora, en Durango, en Zacatecas, en San Luis Potosí; de tal suerte, que puede decirse que el pueblo se ha hecho justicia a sí mismo, ya que la legislación no lo favorece y tóda vez que la Constitución vigente es más bien un estorbo que una defensa o una garantía para el pueblo trabajador y, sobre todo, para el pueblo campesino.
Este último ha comprendido que hay que romper los viejos moldes de la legislación, y viendo en el Plan de Ayala la condensación de sus anhelos y la expresión de los principios que deben servir de base a la nueva legislación, ha empezado a poner en práctica dicho Plan como ley suprema y exigida por la justicia, y así es como los revolucionarios de toda la República han restituído sus tierras a los pueblos despojados, han repartido los monstruosos latifundios y han castigado con la confiscación de sus fincas a los eternos enemigos del pueblo, a los señores feudales, a los caciques, a los cómplices de la dictadura porfiriana y a los autores y cómplices del cuartelazo de la Ciudadela.
Se puede asegurar, por lo mismo, que no habrá paz en México mientras no se eleve el Plan de Ayala al rango de ley o precepto constitucional y sea cumplido en todas sus partes.
Esto no sólo en cuanto a la cuestión soial, o sea, a la necesidad del reparto agrario, sino también en lo referente a la cuestión política, o sea, a la manera de designar al Presidente interino que ha de convocar a elecciones y ha de empezar a llevar a la práctica la reforma social.
El país está cansado de imposiciones; no tolera ya que se le impongan amos o jefes; desea tomar parte en la designación de sus mandatarios, y puesto que se trata del gobierno interino que ha de emanar de la Revolución y de dar garantías a ésta, es lógico y es justo que sean los genuinos representantes de la Revolución, o sean los jefes del movimiento armado, quienes efectuen el nombramiento de Presideñte interino. Así lo dispone el artículo doce del Plan de Ayala, en contra de los deseos de don Venustiano Carranza y de su círculo de políticos ambiciosos, los cuales pretenden que Carranza escale la Presidencia por sorpresa, o mejor dicho, por un golpe de audacia y de imposición.
Esta convención de los jefes revolucionarios de todo el país es la única que puede elegir con acierto al Presidente interino, pues ella cuidará de fijarse en un hombre que por sus antecedentes y sus ideas preste absolutas garantías, mientras que, Carranza, por ser dueño o accionista de grandes propiedades en los Estados fronterizos, es una amenaza para el pueblo campesino, pues seguirá la misma política de Madero, con cuyas ideas está perfectamente identificado, con la diferencia única de que Madero era débil, en tanto que Carranza es hombre capaz de ejercer la más tremenda de las dictaduras, con lo que provocará una formidable revolución, más sangrienta, quizá, que las anteriores.
Por lo anterior verá usted que siendo la revolución del sur una revolución de ideales y no de venganza ni de represalias, dicha Revolución tiene contraído ante el país y ante el mundo civilizado el formal compromiso de dar plenas garantías antes y después del triunfo, a las vidas e intereses legítimos de nacionales y extranjeros, y así me complazco en hacerla presente a usted.
Esta larga exposición confirmará a usted en su ilustrada opinión respecto del movimiento suriano y convencerá a usted de que mi personalidad y la de los míos han sido villanamente calumniadas por la prensa venal y corrompida de la ciudad de México.
Mejor que estos apuntes ilustrarán a usted las informaciones que se sirvan proporcionarle los señores doctor Charles Jenkinson y Thomas W. Reylly, amables visitantes de este Estado, a quienes hemos tenido la satisfacción de ofrecer nuestra modesta, pero cordial hospitalidad, y por cuyo bondadoso conducto envío a usted estas líneas.
Por mi parte, sé decir a usted que comprendo y aprecio la noble y levantada política 'que, dentro de los límites del respeto a la soberanía de cada entidad, ha tomado usted a su cargo en este hermoso y no siempre feliz continente americano.
Puede usted creer que mientras esa política respete la autonomía del pueblo mexicano para realizar sus ideales tal como él los entiende y los siente, yo seré uno de sus muchos simpatizadores con que usted cuenta en esta República hermana, y no por cierto el menos adicto de sus servidores, que le reitera su particular aprecio.
El general Emiliano Zapata.
La transcrita carta fue recibida por el Presidente de los Estados Unidos, según se supo después por una nueva entrevista que el general Zapata tuvo en Tlaltizapán con un personaje norteamericano. Anticipándonos en el orden cronológico a muchos acontecimientos, vamos a ocuparnos de esa entrevista, tanto por la importancia que tuvo cuanto para dejar cerrado el asunto que estamos relatando.
Un representante personal del Presidente Wilson
Fueron desarrollándose los acontecimientos que narramos en los capítulos siguientes, y llegó el momento en que el ya general Alfredo Serratos estaba encargado del despacho de la Secretaría de Guerra y Marina del gobierno de la Convención. Ante él se presentó un culto y afable norteamericano, quien comenzó por identificarse. Era Mr. Duval West, abogado, juez federal en el Estado de Texas, y traía la representación personal del Presidente de los Estados Unidos, Mr. Woodrow Wilson, de quien, además, era amigo.
Expuso que se le había encomendado poner en manos de don Venustiano Carranza y de los generales Emiliano Zapata, Francisco Villa y Félix Díaz, sendas cartas que acreditaban su representación. Había ehtregado todas las cartas excepto la correspondiente al general Zapata, pues algunos de sus connacionales residentes en la ciudad de México le habían dicho que era sumamente expuesto hacer un viaje a Morelos porque, además de las molestias y dificultades inherentes, peligraba su vida, pues el general Zapata era muy desconfiado. Sin embargo, deseaba cumplir fielmente el encargo de su representado y por ello había creído conveniente hablar con el encargado de la Secretaría de Guerra, ya que pertenecía a las fuerzas del sur.
El general Serratos dijo que eran muy exagerados los informes, y aseguró que la vida del señor West no corría peligro alguno, y sí, en cambio, al general Zapata le sería muy grato tratar con un estimable caballero que tan satisfactoriamente acreditaba su misión. Y porque lo estimaba como un deber, ofreció acompañar al representante del alto mandatario de los Estados Unidos a Tlaltizapán, a fin de ahorrarle molestias y, además, para darse la satisfacción de escoltarlo con hombres de sus propias fuerzas y de las del general Rafael Cal y Mayor.
Muy satisfecho el señor West, agradeció el ofrecimiento. El general Serratos continuó diciendo que aun cuando no eran sus intenciones desvanecer con palabras los informes que habían dado al señor West, puesto que los hechos demostrarían lo contrario, sí creía conveniente advertir que sobraban razones al general Zapata para desconfiar de la sinceridad de personas que con diversos motivos se le acercaban, pues alguien ya se había hecho pasar como representante del Presidente Wilson, y en fecha reciente había tenido una entrevista con los señores Jenkinson y Reylly, a quienes informó con bastante amplitud acerca de la situación e ideales del sur. Como resultado de la entrevista, los mencionados señores ofrecieron enviar un importante donativo de la Cruz Roja; dos periodistas que los acompañaban prometieron dar a conocer la verdadera situación del movimiento revolucionario, y, finalmente, los primeros fueron portadores de una carta del general Zapata para el señor Presidente de los Estados Unidos; pero se ignoraba el paradero del documento.
El señor West volvió a expresar sus agradecimientos, esta vez por la explicación que se le daba, y celebró saber lo que habían hecho otras personas, pues haría las consultas del caso al gobierno de su país. Se convino en que tan pronto como obtuviera respuesta a sus consultas se emprendería el viaje a Morelos para entrevistarse con el general Zapata.
Interesantes cablegramas
Pocos días más tarde tuvo el señor West una segunda entrevista con el general Serratos, a quien dijo que en la Legación del Brasil -a cuyo cargo estaban los archivos de la Embajada e intereses de los Estados Unidos en México- ya existía un cablegrama del Departamento de Estado aclarando la situación de quien se decía representante del gobierno americano, y mostró una traducción autorizada por el mismo señor West. También mostró traducciones de otro cablegrama por él dirigido al Secretario de Estado y de la respuesta dada por el Presidente de los Estados Unidos sobre la carta del general Zapata. A continuación damos a conocer esos documentos, en su orden de fechas. Dice así el primero de ellos:
Washington, enero 29, 1915.
Ministro del Brasil.
México.
Hall no tiene liga alguna con el Departamento de Estado ni autorización para hablar en su nombre en ningún asunto. Estuvo aquí el verano pasado y presentó sus consideraciones sobre asuntos mexicanos, y el Departamento le extendió las cortesías que pudo. Se le dieron fondos para regresar a México, porque manifestó que ya en conocimiento de nuestro modo de pensar, después de varias consultas aquí, el poder hacer bien entre los zapatistas. El Departamento nunca ha pensado que Hall le represente en ninguna forma, teniendo entera confianza en sus agentes acreditados en México. Sin embargo, como que aquí se le dieron fondos para ir a México, por la presente se le autoriza para darle la cantidad necesaria para su regreso a Washington.
W. J. Bryan.
A true copy. Duval West.
Dice así la traducción del cablegrama del señor West:
México, abril 10 de 1915. 5 p.m.
Secretario de Estado.
"Washington.
Antes de visitar al general Zapata deseo aclarar lo siguiente: Sobre si Charles Jenkinson, de la Cruz Roja Americana, a su regreso de Washington el año pasado, entregó al Presidente Wilson una carta del general Zapata y otros documentos y datos relativos al movimiento zapatista, y qué acción fue tomada y si se remitió alguna contestación a Zapata o a alguno de sus representantes. Zapata ha estado esperando contestación de Jenkinson; no habiendo recibido ninguna contestación o explicación, está resentido. Antes de visitarlo es necesario que se le dé una explicación por la falta de Jenkinson de no cumplir sus promesas de entregar la carta de Zapata al Presidente Wilson, si este fuera el caso, y por no haber obtenido alguna expresión del Presidente Wilson o de su disposición para recibir una comisión de representantes que Zapata propuso mandar.
(firmado) West
(Con tinta) West.
El Presidente Wilson contestó directamente el cablegrama, según la traducción que tenemos a la vista:
Washington, abril 12 de 1915.
Sr. Duval West. A cargo Ministro del Brasil.
México.
Abril 12, 9 p.m. El señor Jenkinson me entregó la carta del general Zapata, la cual leí con el mayor interés. Siento profundamente que no se acusó recibo, según lo había ordenado, y sólo puedo atribuirlo a una mala interpretación de mis órdenes. Dicha carta me dió una nueva y grata vista de los propósitos del general Zapata y una nueva comprensión de la Revolución. Me complació mucho el recibirla. Precisamente porque deseaba conocer cómo considera él ahora la situación y cuál es su concepción de la perspectiva y planes de la Revolución, es por lo que pedí a usted que viera al general Zapata. El puede considerar a usted como delegado para discutir precisamente los asuntos que menciona en su carta y para oír cualesquiera indicaciones que tenga que hacer y que desee me sean comunicadas en vista de las recientes y acruales circunstancias.
(Firmado) Wilson.
A true copy. Duval West.
Entrevista con el general Zapata
Ya con los documentos que anteceden, se determinó la fecha del viaje a Morelos, el cual se hizo por el ferrocarril Interoceánico, que pasa por Tlaltizapán. Acompañando al señor West y a su secretario, Cortland B. Woods, fueron los generales Cal y Mayor y Serratos. Este último hábía informado al general Zapata de la entrevista y le anunció la salida de México, por lo que el jefe suriano esperaba en Tlaltizapán, a donde llegaron entre 8 y 9 de la noche del 16 de abril.
Con las atenciones merecidas fue recibido el representante personal del Presidente de los Estados Unidos por el general Zapata, y ambos sostuvieron una conversación de dos horas, durante las cuales se habló de la situación y de los principios que sostenía el Ejército Libertador, y se procuró satisfacer las muy sensatas preguntas del señor West.
Este, al terminar la entrevista, dijo estar gratamente impresionado por el cordial y sincero recibimiento que se le hizo, así como por la clara y sencilla exposición del general Zapata, a quien ofreció que la justicia que asistía al Ejército Libertador la daría a conocer ampliamente al Presidente Wilson y a todas las personas que le pidieran su opinión.
Se retiró a descansar, y al día siguiente, poco antes de emprender el viaje de regreso, sugirió que el general Zapata se retratara en su compañía y en actitud que demostrara la cordialidad de la entrevista. El señor West entregó al general Serratos un retrato con esta expresiva dedicatoria:
Un recuerdo de la cordial y placentera asociación
(Tlaltízapán - Ciudad de México). Abril de 1915.
(Hemos traducido literalmente; pero el vocablo español asociación sólo mediante un rodeo puede llevar a la cabal idea de lo que quiso decirse con el vocablo asociation, bien empleado en el texto inglés de la dedicatoria. Asociación significa la acción y efecto de asociar, y asociar tiene la acepción de dar a uno por compañero persona que lo ayude en el desempeño de algÚn cargo, comisión o trabajo. Precisión del profesor Carlos Pérez Guerrero).
Resultados de la entrevista
De regreso a la ciudad de México, el señor Duval West envió al Secretario de Estado de los Estados Unidos un cablegrama cuya traducción, autorizada por el remitente, dice así:
México, abril 19 de 1915.
Secretario de Estado.
Washington.
Conferencia satisfactoria con Zapata viernes dieciséis. El desea enviar pna comisión compuesta de tres a cinco personas a Washington con objeto de explicar los hechos relativos a la revolución de la Convención, los propósitos y objeto de ella, también con el objeto de conseguir el reconocimiento de los Estados Unidos. Desea saber si el Presidente recibirá y escuchará a tal comisión. Expresé la opinión que sería recibida y prometí preguntar y avisarle la contestación, Favor de telegrafiarme si el Presidente recibirá y escuchará tal comisión,
West.
Aunque bien claro se ve en el texto del cablegrama, no está por demás hacer resaltar dos puntos: primero, la impresión que tenía el señor West, puesto que opinó con sinceridad que la comisión sería recibida; segundo, que no pedía el general Zapata se le reconociera a él, sino al gobierno de la Convención, y así lo veremos en otro documento.
La respuesta al cablegrama transcrito, fue la siguiente:
Recibido el día 23 de abril de 1915.
Washington, D. c., abril 23 de 1915.
Ministro del Brasil. Ciudad de México, México.
658 -Fecki- Para el señor Duval West.
Favor de decir a Zapata que el Presidente no puede, consistentemente, recibir una delegación de Zapata. Hasta ahora no ha recibido a ninguna delegación de las facciones contendientes en México. Está usted en libertad para tratar cualquiera declaración de sus intenciones como ellos deseen presentadas, o yo, como Secretario de Estado, tendré placer en recibirles y oír cualquiera representación que quieran hacer.
Bryan.
A true copy. Duval West.
No era impertinente la pretensión del general Zapata, puesto que el Presidente de los Estados Unidos le había enviado a un representante suyo. Quizá el señor West pensó en que no habría inconveniente en la reciprocidad para el mejor entendimiento en el asunto que motivaba su comisión. Es muy posible que el Presidente de los Estados Unidos no hubiera recibido hasta entonces a comisiones de las facciones contendientes; pero el señor Carranza tenía a su agente en Washington. Sin embargo, vemos que con toda corresía el Secretario de Estado ofrece recibir a los comisionados del sur.
Cerraremos este capítulo con otro documento interesante, en el que el general Zapata pone de relieve su falta de ambiciones de mando y de poder. Dice así:
Yautepec, a 30 de abril de 1915.
Señor general Alfredo Serratos.
México, D. F.
Muy estimado amigo:
Me refiero a su atenta de fecha de ayer, que tuve el gusto de recibir, y de la que con todo detenimiento quedé enterado.
Agradezco en mucho el interés que se ha tomado para con este personaje enviado de Wilson, así como las atenciones que le dispensó al mismo.
Recibí el retrato del señor West y por ello le doy las más cumplidas gracias.
Tomo en consideración los valiosos servicios prestados pór usted a la Revolución, y si en el presente caso no lo nombré mi representante para ante el Presidente de los Estados Unidos del Norte es solamente porque he querido que la Soberana Convención sea quien esté representada ante aquella autoridad, sin que tenga otra ingerencia que la que me toca como miembro de ella.
Antes de que marche debe indicármelo para que le dé algunas instrucciones, que estime oportunas.
Sin otro particular, y deseándole todo bien, quedo de usted afmo. amigo y atto. S. S.
Emiliano Zapata.