EMILIANO ZAPATA
Y EL
AGRARISMO EN MÉXICO
General Gildardo Magaña
Colaboración del Profesor Carlos Pérez Guerrero
TOMO V
CAPÍTULO IV
Primera parte
LA CONVENCIÓN
Al principiar octubre -que, como los anteriores meses, iba a ser pródigo en acontecimientos- gobernaban los Estados de la República las personas que mencionaremos en el párrafo subsiguiente.
La desconfianza hacia los gobernadores y el cargo que se hacía al señor Carranza de llamarlos a integrar la Convención por ser incondicionales suyos, tuvieron su origen en el hecho de que no se había ajustado el artículo VII del Plan de Guadalupe, pues además de los civiles, algunos militares nombrados ni siquiera habían combatido en la entidad que les encomendó, y menos aun llenaban el requisito de haber sido en ella jefes del movimiento constitucionalista. No obstante, en su gran mayoría eran honorables e incapaces de llegar a la incondicionalidad.
Gobernadores de los Estados
Estaban funcionando:
En Aguascalientes, el doctor Alberto Fuentes D.;
En Campeche, don Joaquín Mucell;
En Coahuila, el licenciado Jesús Acuña;
En Chiapas, el general Jesús Agustín Castro;
En Chihuahua, el señor Fidel Avila;
En Durango, el general Domingo Arrieta;
En el Distrito Federal, el general Heriberto Jara;
En Guanajuato, el general Pablo A. de la Garza;
En Hidalgo, el general Nicolás Flores;
En Jalisco, el general Manuel M. Diéguez;
En México, el general Francisco Murguía;
En Michoacán, el general Gertrudis Sánchez;
En Nuevo León, el general 'Antonio I. Villarreal;
En Puebla, el general Francisco Coss;
En Querétaro, el coronel Federico Montes;
En San Luis Potosí, el general Eulalio Gutiérrez;
En Sinaloa, don Felipe Riveros;
En Sonora, don José María Maytorena;
En Tabasco, don Carlos Green;
En Tamaulipas, el general Luis Caballero;
En Tlaxcala, el general Máximo Rojas;
En Veracruz, el general Cándido Aguilar;
En Yucatán, el teniente coronel Eleuterio Avila;
En Zacatecas, don Celso dé la Vega.
Los casos de Morelos, Guerrero y Oaxaca
Están excluídos de la lista anterior los gobernadores de Morelos, Guerrero y Oaxaca. En Morelos no se había celebrado la junta a que se refiere el artículo 13 del Plan de Ayala, por las complicadas atenciones del general Zapata en aquellos días; pero funcionaba el oficial mayor por ministerio de la ley. En Guerrero ejercía el gobierno el general Jesús H. Salgado, a quien nombró la junta de Tixtla conforme al Plan de Ayala. Por una equivocación de que luego hablaremos, el señor Carranza lo hizo figurar en su lista oficial. Finalmente, en Oaxaca funcionaba la legislatura local, la que designó gobernador interino al licenciado Francisco Canseco; pero el gobierno de esa entidad no estaba en armonía con el señor Carranza. A este respecto vamos a dar un dato obtenido por mera casualidad.
Por aquellos días, venciendo algunas dificultades, vinimos a la ciudad de México al arreglo de un asunto familiar y tuvimos que visitar al coronel Herculano Valle, a quien conocimos en Iguala. Se alojaba en el hotel Palacio, y cuando llegamos en su busca estaba en mangas de camisa, reclinado en el barandal del corredor que da a la habitación por él ocupada. Al vernos, hizo ademán de que nos sentásemos, mientras bajaba. Lo hicimos en un sillón circular que había en el centro del recibimiento e intentamos leer un periódico del día, cuando un individuo que estaba a nuestra espalda, frente a la puerta de entrada, se puso en pie, y con una persona que llegaba entabló esta conversación:
- ¿Qué vienen a hacer?
- Traigo un recado de mi hermano para el licenciado Sánchez.
- ¿Y qué hace tu hermano?, ¿ya lo admitieron en el nuevo ejército?
- El Primer Jefe le ofreció el gobierno de Oaxaca; pero es necesario quitárselo a Canseco y a Meixueiro.
- ¿Y aceptó tu hermano?
En este momento salió del elevador el coronel Valle. El saludo que cambiamos nos impidió seguir escuchando; pero habíamos oído lo suficiente para darnos cuenta del asunto. Como ahora quedábamos frente a los interlocutores, cambiamos un breve saludo con uno de ellos, y dejándolo en el hotel, salimos en compañía del coronel Valle.
Quien había llegado era Juan Jiménez Figueroa, nuestro condiscípulo en la escuela primaria y ex oficial federal. La persona para quien llevaba el recado era el señor licenciado Juan Sánchez, político oaxaqueño, cuyo sueño dorado era la gobernación de la entidad. El recado procedía de Luis Jiménez Figueroa, también condiscípulo nuestro, que en los últimos días del gobierno usurpador había obtenido el grado de general brigadier en las filas federales. Canseco y Meixueiro, a quienes había que quitar el gobierno, eran, respectivamente, el licenciado Francisco Canseco, gobernador interino, y el licenciado y general Guillermo Meixueiro, de gran influencia en la sierra de Ixtlán y jefe de las armas en el Estado de Oaxaca.
Más tarde veremos que Luis Jiménez Figueroa, por un golpe de audacia, hizo prisioneros a los diputados al Congreso local, se posesionó del palacio de gobierno y estuvo a punto de capturar a don Guillermo Meixueiro; pero su intentona le costó la vida y la de su padre, don José Ruiz Jiménez. Como este relato puede prestarse a torcidas interpretaciones, diremos que los señores Canseco, Meixueiro y Jiménez Figueroa nada tenían que ver con la causa del sur.
Equivocación del señor Carranza
Del general Jesús H. Salgado -según nos refirió más tarde en Oxtotitlán- diremos que al finalizar agosto, y aprovechando un viaje de los señores generales José Inocente Lugo y Pedro Aranda a la ciudad de México, envió un cortés saludo a don Venustiano Carranza preguntándole qué pensaba acerca del movimiento suriano, pues en aquellos días esa era la preocupación de todos los jefes agraristas.
El señor Carranza puso en manos del general Aranda una carta para el general Salgado, en la que le invitaba a pasar a la capital. Estaba haciendo un recorrido por varios distritos de Guerrero y sus limítrofes de Michoacán. Al llegar a Toluca recibió la carta, dejó la fuerza que lo acompañaba y con muy pocos de sus subalternos se dirigió a la ciudad de México para hablar con el señor Carranza, quien lo recibió en el Palacio Nacional.
El Primer Jefe extremó sus atenciones, y tratando de ganarse la voluntad del gobernador de Guerrero le hizo el ofrecimiento formal de que los haberes de sus tropas correrían por cuenta del gobierno constitucionalista, para lo cual era necesario nombrar a un pagador general o áutorizar a quien hiciera sus veces; mas como el general Salgado dijo que deseaba consultar la designación con los jefes guerrerenses, el señor Carranza ordenó que, por lo pronto, y en calidad de ayuda para las fuerzas, se entregaran cien mil pesos al general Salgado, quien los recibió el mismo día en billetes del valor de un peso. Además, el Primer Jefe ofreció proporcionar otros ciento cincuenta mil pesos al pagador general o habilitado, también como ayuda para las fuerzas guerrerenses.
Parte de la cantidad recibida la invirtió el general Salgado en ropa, medicinas, pistolas y otros objetos, con los cuales, y el resto de dicha cantidad, emprendió el regreso a su Estado, en donde distribuyó entre las fuerzas el producto de su viaje a la capital.
Hasta aquí, lo que el general Salgado nos refirió. La siguiente es la versión del general Baltazar Ocampo y del capitán Filogonio Trujillo, ratificada por otras personas a qúienes constan los hechos.
Sabiéndose en el Estado de Guerrero que estaba próximo el arribo del general Salgado, varios jefes revolucionarios decidieron esperarle en Ixcaputzalco, pues les 'preocupaba la actitud que asumiera el gobernador y los compromisos que hubiese adquirido con el señor Carranza, toda vez que la prensa informó de la entrevista celebrada. Al llegar a Ixcaputzalco, el general Salgado tuvo una junta con quienes lo esperaban, encabezados por el general Heliodoro Castillo.
El bien demostrado cariño de los luchadores guerrerenses hacia su jefe estuvo a punto de sufrir serio quebranto, pues salvo uno de los allí presentes, los demás no estaban dispuestos a secundarle en el caso de que sus compromisos fueran los de sumarse al constitucionalismo; pero les informó detalladamente de su conferencia con el señor Carranza; de lo espléndido que había sido, suponiendo que las fuerzas del Estado se le unieran, y terminó diciendo que no se hallaba dispuesto a traicionar a su causa, como lo sería el dejar las filas surianas.
Varias fueron las dudas que asaltaron a sus oyentes y diversas las objeciones que hicieron; mas a todas ellas contestó el general Salgado con evidente sinceridad. Se discutió el ofrecimiento del señor Carranza de proporcionar ciento cincuenta mil pesos más al pagador o habilitado, y se llegó a la conclusión de que convenía recoger cuanto antes esa cantidad, para lo cual fueron comisionados los señores general Pedro Aranda y coroneles Valeriano Flores y Reyes Leguízamo, quienes, fuertemente escoltados, salieron inmediatamente a desempeñar su cometido.
De Ixcaputzalco se dirigió el general Salgado a Teloloapan, y de allí, a Iguala. Sus amigos y los jefes revolucionarios que en esta última población estaban, salieron a recibirle y también le interrogaron sobre su actitud; pero hizo las explicaciones en Iguala, cuando no podían enterarse de ellas las personas a quienes no interesaban, según asegura el coronel Celso Villa Ojeda.
Mientras tanto, los comisionados que habían salido de Ixcaputzalco llegaron a San Juan de las Huertas, dejaron allí su escolta, se dirigieron a México y se alojaron en el hotel Casa Blanca. Al día siguiente, y sin dificultades, los recibió el señor Carranza, pues ya conocía al general Aranda. Entregó éste los documentos que acreditaban la comisión, y en vista de ellos, el Primer Jefe ordenó que inmediatamente le fuera entregada la cantidad que había ofrecido, más unas espadas y el instrumental para una banda militar que obsequió a la escolta del general Salgado.
Los comisionados emprendieron el regreso. En Toluca se detuvieron para asistir a una función teatral, pues hacía tiempo que ninguno presenciaba otro espectáculo que los jaripeos que se organizaban en la zona revolucionaria suriana.
Pero sucedió que el general Pedro Guzmán, único disidente en la junta de Ixcaputzalco, también se encaminó a la ciudad de México, visitó al señor Carranza y le puso al tanto de que las fuerzas guerrerenses no se le unirían, a juzgar por la actitud del general Salgado, la de los jefes a sus órdenes y lo tratado en la junta. El señor Carranza ordenó por la vía telegráfica la aprehensión de los comisionados, a quienes se detuvo al salir del teatro, excepción hecha del coronel Reyes Leguízamo, quien apresuradamente fue a unirse a la escolta que había quedado en San Juan de las Huertas, y emprendió la retirada, no sin que fuera batido por una fuerza que se envió con ese objeto.
El general Pedro Aranda y el coronel Valeriano Flores, a quienes se recogió el dinero y objetos que en México habían recibido, quedaron detenidos en Toluca. Más tarde se los fusiló, a pesar de que intervino en su favor el general Andrés Figueroa.
Conviene aclarar que más adelante veremos el nombre del general Pedro Aranda entre quienes se acreditaron representantes en la Convención; ello se debió a que la credencial fue expedida durante la primera estancia de dicho general en la ciudad de México y a que aun no se habían producido los sucesos por los que fue fusilado.
La Convención inicia sus trabajos
Los generales constitucionalistas con mando de fuerza y los gobernadores llamados a integrar la Convención, conforme a la convocatoria fechada el 4 de septiembre, celebraron juntas previas para cambiar impresiones. En la tarde del primero de octubre se reunieron formalmente en el salón de sesiones de la Cámara de Diputados, en la ciudad de México.
Integrantes de la Convención
He aquí los nombres de las personas que asistieron por sí a la Convención:
Generales:
Alvaro Obregón.
Jesús Dávila Sánchez.
Ignacio L. Pesqueira.
Ramón F. Iturbe.
Jesús Agustín Castro.
Francisco Murguía.
Heriberto Jara.
Manuel Cerecedo Estrada.
Pablo A. de la Garza.
Macario Gaxiola.
Juan Dosal.
Nicolás Flores.
Juan Carrasco.
Rafael Buelna.
Ramón V. Sosa.
Martín Espinosa.
Francisco Cosío Robelo.
Eduardo Hay.
Abelardo Menchaca.
Lucio Blanco.
Francisco de P. Mariel.
Carlos B. Bringas.
Miguel M. Acosta.
Miguel U. Laveaga.
Julián Medina.
Gustavo Elizondo.
Telésforo Gómez.
Jesús Trujillo.
José Inocente Lugo.
Ricardo R. Cordero.
Salvador González.
Pedro A. Carbajal.
Alfredo Aburto Landero.
Rómulo Figueroa.
Juan de la Luz Ramiro.
Alfonso C. Santibáñez.
Máximo Rojas.
Vicente Salazar.
Andrés C. Galeana.
Miguel Cornejo.
Eugenio Aviña.
Coroneles:
Federico Montes.
Marcelino M. Murrieta.
Luis Santoyo.
Antonio Garay.
Carlos Prieto.
Félix Ortega.
Tenientes coroneles:
Eduardo Ruiz.
Juan Mérigo (Según se aclaró después en Aguascalientes, el señor carranza hizo personal invitación a varios militares que no eran generales con mando de fuerzas ni gobernadores, para que integraran la Convención. Anotación del profesor Carlos Pérez Guerrero).
Como representantes, asistieron:
Por el general Herminio Alvarado, el coronel Serapio Aguirre;
Por el general Antonio Medina, el licenciado Luis Cabrera;
Por el general Pablo González, el teniente coronel Alfredo Rodríguez;
Por el general Jacinto B. Treviño, el coronel Samuei de los Santos;
Por el general Esteban Márquez, el profesor José María Bonilla;
Por los generales Antonio Portas y Antonio Maldonado, el licenciado Jesús Urueta;
Por el general Manuel M. Diéguez, el coronel Fernando I. Valenzuela;
Por el general Jesús Carranza, el coronel Gregario Osuna;
Por los generales Ramón N. Fraustro e Isidro Mora, el licenciado José Inés Novela;
Por el general Agustín Millán, el licenciado Roque Estrada;
Por el general Magdalena Cedillo, el general Saturnino Cedillo (Los hermanos Cedillo pertenecían al Ejercito Libertador y concurrieron porque se les envió la convocatoria telegráfica que el lector ya conoce. Anotación del profesor Carlos Pérez Guerrero);
Por el general Martín Castrejón, el coronel Salvador Herrejón;
Por el general Luis Colín, el mayor Saúl E. Gallegos;
Por el general Guillermo. Meixueiro, el licenciado Onésimo González;
Por el general Epifanio Rodríguez, el coronel Herculano Valle;
Por el general Abraham García, el licenciado Eduardo Neri;
Por el general Manuel Elizondo, el teniente coronel Manuel García Vigil;
Por el general Teodoro Elizondo, el teniente coronel Marciano González;
Por el general José María García, el teniente coronel Manuel Villaseñor y Villaseñor;
Por el general Cipriano Jaimes, el señor Manuel Miranda Flores;
Por el general Guillermo García Aragón, el coronel J. Garay;
Por el generai Pedro Aranda, el señor Gerzayn Ugarte;
Por el general Agustín Galindo, el coronel Enrique Paniagua;
Por don Alberto Fuentes D., gobernador de Aguascalientes, el teniente coronel David G. Berlanga;
Por don Joaquín Mucell, gobernador de Campeche, el licenciado Salvador Martínez Alomía;
Por el coronel Plutarco Elías Calles, jefe de las armas en Sonora, el licenciado Neftalí Amador;
Por el general Pedro C. Colorado, el señor don Adolfo de la Huerta.
Don Venustiano Carranza delegó su representación en los generales Alvaro Obregón, Ignacio L. Pesqueira y Jesús Dávila Sánchez.
Directiva de la Convención
Al elegir la directiva, la votación favoreció al general Eulalio Gutiérrez, como presidente; a los generales Francisco Murguía y Francisco de P. Mariel, como vicepresidentes; a los tenientes coroneles Marciano González y Federico MonteS y a los coroneles Gregorio Osuna y Samuel M. Santos, como secretarios. La comisión revisora de credenciales se integró por los generales Ramón F. Iturbe, Juan Dosal y Luis Caballero.
El ambiente en la Convención
Mientras la comisión de credenciales presentaba sus primeros dictámenes, los convencionales se ocuparon de cambiar impresiones sobre la tirante y delicada situación, agravada por el hecho de que el impaciente general Villa salió de Zacatecas y en un punto cercano a la ciudad de Aguascalientes esperó informes de la actitud que asumiera la Convención.
Por su parte, los integrantes de la Comisión Permanente de Pacificación reprodujeron todos los documentos que habían expedido y los distribuyeron entre los convencionales, con la intención de inclinarlos a que la Convención se trasladara a Aguascalientes, de acuerdo con lo pactado con el general Villa. Varios miembros de la mencionada Comisión Permanente, encabezados por el general Obregón, visitaron al señor Carranza para convencerlo de que era necesario el traslado de la Convención. A este respecto, dice el citado general:
La Convención convocada por el Jefe celebraba sus sesiones en la Cámara de Diputados; pero después de muchos esfuerzos llevados a cabo por todos los jefes que nos habíamos comprometido a que la Convención se trasladara a Aguascalientes, logramos que el Jefe accediera a ello, y dió las órdenes necesarias para que se nos impartieran facilidades, tanto para nuestra marcha de México como para instalar la Asamblea en Aguascalientes (Obregón, Alvaro, Ocho mil kilometros de campaña. Consúltese esta obra aquí, en nuestra Biblioteca Virtual Antorcha. Sugerencia de Chantal López y Omar Cortes).
Muchos convencionales tenían la certidumbre de que si no se accedía a lo pactado con el general Villa éste avanzaría hacia la capital, arrollando los obstáculos. que se le interpusieran. El señor Carranza tuvo igual certidumbre, y por ello aceptó el traslado.
Trabajos de la Convención en el segundo día
El segundo día de trabajos de la asambJea se empleó en la discusión de los dictámenes sobre credenciales y en el nombramiento de algunas comisiones. Se anunció que al siguiente día, cuando la Convención estuviera formalmente constituída, asistiría don Venustiano Carranza, como encargado del Poder Ejecutivo, para rendir amplio informe sobre su labor como Primer Jefe, con lo que de hecho daría a la asamblea el papel del Congreso de la Unión (Para ampliar los datos sobre la instalación y los trabajos de la Convención en la ciudad de México, consúltese, aquí, en nuestra Biblioteca Virtual Antorcha, Alessio Robles, Vito, La convención revolucionaria de Aguascalientes. Sugerencia de Chantal López y Omar Cortés)·
Dos grupos se formaron desde luego: el civilista, que encabezaba ell icenciadó Luis Cabrera, y el militarista -numeroso y agresivo-, que capitaneaba el general Alvaro Obregón. Los civilistas blasonaban haber prestado servicios tanto o más importantes que los militares, puesto que habían contribuído con su pluma y su pensamiento al triunfo político del constitucionalismo. Los militaristas, a su vez, tachaban a los civiles haber estado en torno del señor Carranza y de otros jefes disfrutando de todas las comodidades y siempre a cubierto de cualquier peligro, a cambio de lo cual habían creado serias dificultades a los militares y los habían envuelto en no pocas intrigas.
El tercer día de trabajos
La sesión del tercer día fue la más interesante de las celebradas en México. Al leerse el acta de los trabajos del día anterior, pidió la palabra el teniente coronel Manuel García Vigil para impugnar las credeflciales de los señores licenciados Francisco Canseco, gobernador del Estado de Oaxaca, y Onésimo González, representante de don Guillermo Meixueiro, jefe de las armas en la misma entidad. García Vigil señaló a ambos como felixistas, pidió que se rechazaran las credenciales y que se les expulsara del recinto.
Los afectados defendieron su caso; pero en apoyo del teniente coronel García Vigil habló el licenciado Cabrera y dijo que no bastaba que al felixismo lo hubiera¡ perseguido el mismo Huerta, sino que había necesidad de continuar la persecución, pues era la reacción misma. Como es de suponerse, la asamblea votó en contra de los impugnados, quienes tuvieron que abandonar el salón.
Como la asamblea tuvo en cuenta que los convencionales debían exponer libremente sus opiniones, y que al hacerlo era posible incurrir en alguna falta de atención, comedimiento o respeto a sus superiores preseñtes o ausentes; como también podía darse el caso de que se abstuvieran de hablar para no parecer indisciplinados, se acordó que para garantizar la necesaria libertad de expresión no se tendrían en cuenta por la asamblea los grados militares, sino que todos sus integrantes quedaban nivelados con la igualitaria función de delegados.
El señor Carranza, en la Convención
Como se había anunciado, el Primer Jefe del Ejército Constitucionalista, encargado del Poder Ejecutivo, se presentó en la Convención, que, como hemos dicho, celebraba sus sesiones en el recinto de la Cámara de Diputados. A las 7.40 de la noche subía por la escalinata del edificio, rodeado de la comisión nombrada por la asamblea para recibirle y acompañado de los miembros de su gabinete y de algunos de los integrantes de su Estado Mayor. Los convencionales lo recibieron con aplausos, poniéndose en pie y permaneciendo en esa posición hasta que tomó asiento, a la derecha del presidente de la asamblea.
Con voz pausada y clara leyó un informe, que dice así:
Señores generales del Ejército Constitucionalista.
Señores gobernadores de los Estados de la Unión.
Al iniciarse la lucha por la legalidad contra la dictadura rebelde ofrecí a ustedes convocados a una solemne Convención que tendría lugar en esta capital de la República cuando fuera ocupada por el Ejérclto Constitucionalista,y conforme al Plan de Guadalupe aceptado por todos ustedes, me hiciera yo cargo del Poder Ejecutivo de la Unión. Me es grato cumplir hoy el ofrecimiento que les hice. En consecuencia, todos ustedes discutirán el programa político del gobierno provisional de la Repúplica y los asuntos de interés general que conduzcan al país a la realización de los ideales de justicia y libertad, por los que tan esforzadamente hemos luchado.
Durante la campaña, los jefes del Ejército Constitucionalista con quienes hablé, inclusive con los de la División del Norte, estuvieron conformes conmigo en que esta Convención señalaría la fecha en que debieran verificarse las elecciones que restablezcan el orden constitucional, fin supremo del movimiento legalista. Igualmente, todos los jefes de este Ejército convinieron conmigo en que el gobierno provisional debía implantar las reformas sociales y políticas que en esta Convención se consideraran de urgente necesidad pública, antes del restablecimiento del orden constitucional.
Las reformas sociales y políticas de que hablé a los principales jefes del Ejército, como indispensables para satisfacer las aspiraciones del pueblo en sus necesidades de libertad económica, de igualdad política y de paz orgánica, son, brevemente enumeradas, las que en seguida expreso:
El aseguramiento de la libertad municipal, como base de la división política de los Estados (sic) y como principio y enseñanza de todas las prácticas democráticas.
La resolución del problema agrario por medio del reparto de los terrenos nacionales, de los terrenos que el gobierno compre a los grandes propietarios y de los terrenos que se expropien por causa de utilidad pública.
Que los municipios, por causa de utilidad pública, expropien, en todas las negociaciones establecidas en lugares qÜe tengan más de quinientos habitantes, la cantidad necesaria de terreno para la edificación de escuelas, mercados y casas de justicia.
Obligar a las negociaciones a que paguen en efectivo, y a más tardar semanariamente, a todos sus trabajadores el precio de su labor.
Dictar disposiciones relativas a la limitación de las horas de trabajo, al descanso dominical, a los accidentes que en el trabajo sufran los operarios y, en general, al mejoramiento de las condiciones económicas de la clase obrera.
Hacer en todo nuestro territorio el catastro de la propiedad en el sentido de valorizarla lo más exactamente que sea posible, con objeto de obtener la equitativa proporcionalidad de los impuestos.
Nulificar todos los contratos, concesiones e igualas anticonstitucionales.
Reformar los aranceles con un amplio espíritu de libertad en las transacciones mercantiles internacionales, cuidando de no afectar hondamente las industrias del país, con objeto de facilitar a las clases proletaria y media la importación de articulos de primera necesidad y los de indispensable consumo que no se produzcan en la República.
Reformar la legislación bancaria estudiando la 'conveniencia de su unificación o del establecimiento de un Banco del Estado.
Dar su verdadero carácter de contrato civil al contrato de matrimonio, desligándolo de la indebida intervención de funcionarios del Estado a efecto de que no esté sujeto, en cuanto a su validez, a las eventualidades de la política, como lo está ahora, y pueda celebrarse ante notarios públicos. Juntamente con esta reforma, establecer el divorcio absoluto por mutuo consentimiento de los contrayentes.
Mientras llegaba la fecha fijada para la celebración de esta Junta, a la que cité oportunamente, creí de mi deber dictar algunas disposiciones de evidente necesidad, dentro del espíritu de la Revolución, tales como los decretos relativos a la formación del Catastro, con el indicado objeto de valorizar la propiedad; el que se refiere a la emisión de ciento treinta millones de pesos en billetes, para unificar el papel moneda constitucionalista y sufragar los gastos precisos de la Administración Pública, y los que atañen a la organización de la justicia en el Distrito Federal y Territorios, y a la Instrucción Pública en las mismas entidades.
Los propósitos que el Ejército Constitucionalista tenía de que en esta Convención, única en la historia de México, se acordasen las reformas sociales y políticas que la nación reclama, y se pusieran los medios más expeditos para restaurar el orden constitucional, roto por la traición y rebeldía de un usurpador, están a punto de frustrarse por la conducta del general Francisco Villa, jefe de la División del Norte, que con graves amenazas, que redundarían sólo en perjuicio de la patria, me desconoció como Primer Jefe del Ejército Constitucionalista y encárgado del Poder Ejecutivo. Tal desconocimiento dió lugar a que algunos jefes de la División que está al mando del general Villa, y algunos civiles asimilados a ella, como si fueran árbitros de los destinos nacionales, se dirigieran a mí pidiéndome que como un acto de patriotismo renunciara la Primera Jefatura del Ejército Constitucionalista y el Poder Ejecutivo de la Unión, y entregara el poder a un honorable ciudadano que, naturalmente, ha sido el primero en no aceptar la imposición de un grupo armado, por tener todos los caracteres de un golpe de pretorianismo que, de ser viable, nos haría regresar a las épocas turbulentas y sombrías que trajeron como consecuencia la pérdida de una gran parte del 'territorio nacional. Debo, en consecuencia, exponer ante la nación, porque es propio que en el conflicto actual se definan responsabilidades ante la historia, los hechos que han determinado la preconcebida y preparada actitud del general Villa, que no es otra cosa que la reacción instigada por los llamados científicos y por todos los vencidos, agrupándose a su alrededor despechados a quienes no he concedido puestos públicos por su ineptitud y cobardía.
El gobernador del Estado de Sonora, José María Maytorena, sobornando a una parte de las fuerzas constitucionalistas en aquel Estado, aprehendió al general Salvador Alvarado y me desconoció de hecho como Primer Jefe del Ejército Constitucionalista y encargado del Poder Ejecutivo, bájo el pretexto de pretendidos ultrajes a la soberanía del Estado cometidos por el coronel Elías Calles, jefe de las fuerzas constitucionalistas en el norte de Senora. Con el objeto de intentar arreglo de las dificultades surgidas entre el gobernador Maytorena y el coronel Calles, di instrucciones al general Alvaro Obregón para que fuera a Chihuahua y en unión del general Villa tratara de solucionar aquel conflicto. Mientras tanto, Maytorena avanzó con sus fuerzas a Nogales, y entonces el general Obregón, con el fin de evitar más derramamiento de sangre, ordenó a Calles abandonara la citada plaza, a donde llegaron Obregón y Villa poco después para tratar con el gobernador rebelde, conviniéndose en que las fuerzas del coronel Calles, que había sido substituído en el mando por el general Hill, se retiraran a Chihuahua, después de que el general Juan Cabral asumiera la Comandancia Militar del Estado y quedaran bajo sus órdenes las fuerzas de Maytorena.
Antes de la llegada del general Cabral a Sonora, Villil ordenó a Hill que se retirara con sus fuerzas a Casas Grandes, orden que este general no obedeció por no provenir de su jefe, el general Obregón. El general Obregón regresó a la capital a darme cuenta de su comisión, y unos días después salió de nuevo rumbo a Chihuahua con objeto de dejar definido el problema y arreglar el conflicto entre las fuerzas de los generales Calixto Contreras y Tomás Urbina, pertenecientes a la División de Villa, quienes se presentaron en Durango en actitud hostil contra el gobernador del Estado, general Domingo Arrieta. Apenas llegó el general Obregón a Chihuahua, Villa le exigió que ordenara la inmediata salida de Hill para Casas Grandes; el general Obregón se negó a obsequiar esta petición antes de que el general Cabral asumiera el mando en Sonora; surgió un disgusto entre ambos jefes; Villa trató de fusilar al general Obregón; la intervención de algunos jefes evitó el fusilamiento de este general; Villa lo retuvo preso un corto tiempo, y con objeto de ocultar lo acaecido ofreció un baile al general Obregón.
Cuando estos acontecimientos tenían lugar, el general Hill comunicó a la Secretaría la contestación que envió a un mensaje del general Obregón, en el que este jefe le ordenaba marchara siempre a Casas Grandes, y en el cual se negaba a obedecer aquella orden, cumpliendo con la Ordenanza, pues sabía la prisión del general Obregón. Naturalmente, yo aprobé la conducta del general Hill y le manifesté que en lo sucesivo no debía obedecer más órdenes que las de esta Primera Jefatura. Al conocer yo este mensaje ordené que se suspendiera el tráfico al norte de AguaScalientes y entre Torreón y Monterrey, y que si avanzaban las fuerzas de Villa se destruyeran una y otra vías. Entonces, Villa se dirigió a mí manifestándome que no sabía a qué atribuir tal determinación; yo le dije, como era mi deber, que antes de contestarle sobre el particular me diera una explicación acerca de su conducta para con el general Obregón. En lugar de obedecer, Villa se negó a dar las explicaciones que yo le pedía como su superior, enviándome el siguiente mensaje, que creí de mi deber contestar:
(Aquí inserta el telegrama de 22 de septiembre, en el que el general Villa desconoce al señor Carranza y que figura en páginas anteriores.)
Algunos generales solicitaron entenderse con los jefes de la División del Norte para ver si era posible evitar un conflicto armado proveniente del desconocimiento que hizo Villa de la autoridad que represento, y sus trabajos se han encaminado a que esta Asamblea, una vez que esté integrada por los constitucionalistas que aun no han llegado, se traslade a la ciudad de Aguascalientes para celebrar allí la Convención, en lugar de que se verifique en esta capital, a donde yo la convoqué y donde debe verificarse.
En esencia, estos son los hechos, a reserva de dar a conocer los detalles cuando el general Obregón rinda al Ejecutivo de mi cargo informe circunstanciado respecto de las comisiones que le fueron conferidas.
Yo no puedo admitir, por honor del mismo Ejército Constitucionalista que me designó como su Primer Jefe, y a cuya abnegación y patriotismo se debió el triunfo del Plan de Guadalupe, que un grupo rebelde, que una minoría indisciplinada, trate de imponer su voluntad a la mayoría de los jefes, que es la única que está facultada para ordenarme y a la sola ante la cual se inlicará mi obediencia. Si no he tratado de someter a ese jefe rebelde por la fuerza de las armas ha sido porque la prudencia así lo demanda; pero si desgraciadamente llegase el caso de no poder tolerar más una persistente e injustificada rebeldía, debe saber la nación que el Gobierno Constitucionalista tiene un número mayor de cien mil hombres, artillería, ametralladoras y pertrechos de guerra bastantes para someter al orden a ese jele rebelde, y cuenta, además, y principalmente, con la invencible fuerza de la razón y la justicia que inspiran la opinión de la parte sana de la República para sostener al gobierno.
Ustedes me confirieron el mando del Ejército; ustedes pusieron en mis manos el Poder Ejecutivo de la Nación; estos dos depósitos sagrados no los puedo entregar, sin mengua de mi honor, a solicitud de un grupo de jefes descarriados en el cumplimiento de sus deberes y de algunos civiles a quienes nada debe la patria en esta lucha; solamente puedo entregarlo, y lo entrego en este momento, a los jefes aquí reunidos. Espero la inmediata resolución de ustedes, manifestándoles que desde este momento me retiro de la Convención para dejarles toda su libertad, esperando que su decisión la inspirará el supremo bien de la patria.
Antes de comentar ligeramente el documento es necesaria una explicación. En periódicos y libros que tenemos a la vista aparece una parte del último párrafo redactada así: ... esos dos depósitos sagrados no pueden ser entregados por mí, sin mengua de mi honor y sin ruina del país, a solicitud de un grupo de jefes descarriados, dominados por un bandido y algunos políticos ambiciosos a quienes nada debe la patria en la presente lucha. Sólo puedo entregarlo ...
Rotundamente negamos que éstas hayan sido las palabras del Primer Jefe en la Convención, pues el calificativo de bandidó al sujeto tácito, que es el general Villa, no corresponde a toda lá exposición. El señor Carranza hace resaltar la actitud del mencionado general como rebeldía, mas no como bandidaje.
Para mayor fuerza de nuestra negativa, existe en nuestro poder un ejemplar del documento, que parece ser el original por estar escrito directamente a máquina, pero que bien pudo ser el borrador, a juzgar por algunas enmiendas que tiene, hechas a mano. El párrafo que rechazamos no es el único que aparece alterado en periódicos y libros. Por ello, lo transcrito se apega estrictamente al ejemplar que poseemos.
Analicemos ahora e! documento con toda la serenidad que corresponde a su importancia histórica.
El programa del señor Carranza
Los capítulos, de las reformas sociales y políticas enunciados por el Primer Jefe no corresponden a la magnitud del movimiento -por él jefaturado- ni a las aspiraciones del pueblo mexicano.
La libertad municipal era, y sigue siendo, una necesidad ingente planteada por los liberales en 1902 y por el Partido Liberal Mexicano en 1906. La cláusula XLVI del programa de ese partido es más vigorosa, pues habla del robustecimiento del poder municipal. Es lamentable que esa idea y las que posteriormente se lanzaron, ligando la libertad funcional con la económica, no hayan tenido eco en el pensamiento del Primer Jefe.
Tan opuesto el señor Carranza a la resolución del problema agrario, vemos que ahora la toma en consideración; pero tímidamente, sin firmeza, sin haber penetrado en su magnitud, sino para salvar un escollo. Frente a los principios claramente expuestos por el movimiento del sur, no cabe la menor duda de que el Primer Jefe se queda en la periferia. Descartemos por ineficaz el reparto de terrenos nacionales. La compra de tierra a los grandes propietarios deja asomar la idea de que no se modificará el sistema latifundista, por lo cuantioso de la erogación. La expropiación por causa de utilidad pública parece una variante de la compra, por no estar relacionada directamente con algún aspecto del problema agrario. La compra y la expropiación dejan la impresión de que estarán condicionadas a las posibilidades del erario.
No negamos generosidad al capítulo de edificación de escuelas, mercados y casas de justicia por expropiaciones que hagan los municipios; pero este capítulo se destiñe cuando se le liga a la crónica penuria de los ayuntamientos, cuya libertad económica no se plantea.
Los dos capitulos siguientes se ocupan del problema obrero. Fuente de inspiración hubieran sido para el Primer Jefe los trabajos de la Casa del Obrero Mundial; pero en estos capítulos, como en el agrario, se queda en la periferia.
La formación del Catastro no merece figurar entre las reformas sociales y políticas que debía implantar el movimiento constitucionalista, pues por los fines claramente expuestos es a todas luces una medida de carácter administrativo qud estaría dentro de la política hacendaria del gobierno, pero no era su determinante. En igual caso están la anulación de los contratos anticonstitucionales y la reforma arancelaria, muy objetable desde el punto de vista de la economía. El establecimiento de un Banco del Estado sí es una llamativa novedad.
El matrimonio ante notario público -que no llegó a implantar el mismo señor Carranza- sería, cuando más, una modalidad muy discutible, pues ni la intervención de funcionarios era indebida ni el matrimonio estaba sujeto a las eventualidades de la política. El divorcio sí era una novedad para la legislación civil del país; pero ni el divorcio ni el matrimonio tienen el aspecto de hondos problemas sociales o políticos. El programa del Partido Liberal, en su cláusula XLIII, se ocupa de la igualdad civil de los hijos de un mismo padre, porque hay en esto un fondo humanp y justiciero.
Lamentamos que el señor Carranza hubiera presentado estos capítulos a la Convención como las reformas sociales y políticas indispensables para satisfacer las aspiraciones del pueblo en sus necesidades de libertad económica, de igualdad política y de paz orgánica, según sus propias palabras.
Creemos que esta fue una de sus más grandes y graves equivocaciones.
Objeto y facultades de la Convención
Como posteriormente vamos a tropezar con opuestas interpretaciones del objeto y facultades de la Convención, conviene ver cuáles reconoció el Primer Jefe en esta solemne ocasión.
El objeto se ve claramente expuesto en la convocatoria y en la exposición de1 señor Carranza: Acordar las reformas que deben implantarse; señalar la fecha de las elecciones; formar el programa de gobierno; tratar los demas asuntos de interés general.
Sobre los dos últimos puntos, el señor Carranza dice:
En consecuencia, todos ustedes discutirán el programa político del gobierno provisional de la República y los asuntos de interés general que conduzcan al país a la realización de los ideales de justicia y libertad, por los que tan esforzadamente hemos luchado.
No hay limitación alguna.
En cuanto a las facultades de la Convención, el señor Carranza las reconoce amplias y, desde luego, superiores a las de la Primera Jefatura. Veamos detenida y serenamente sus propias palabras.
Yo no puedo admitir, por honor del mismo Ejército Constitucionalista que me designó como su Primer Jefe, y a cuya abnegación y patriotismo se debe el triunfo del Plan de Guadalupe, que un grupo rebelde, que una minoría indisciplinada, trate de imponer su voluntad a la mayoría de los jefes, que es la única que está facultadaA para ordenarme y la sola ante la cual se inclinaria mi obediencia.
Estas rotundas afirmaciones están ratificadas en el último párrafo del discurso, cuando el señor Carranza vuelve a referirse al mando del Ejército y al Poder Ejecutivo, que considera depósitos sagrados que no puede entregar sin mengua de su honor, porque así lo quiera un grupo de jefes descarriados. Afirma: ... sólo puedo entregarlo, y lo entrego en estos momentos, a los jefes aquí reunidos.
El último párrafo del discurso se ha tomado como la renuncia del señor Carranza. Repáselo el lector, y sin gran esfuerzo encontrará que no hay tal renuncia, sino el planteamiento del caso de la División del Norte. Consecuentemente, hay también la hábil solicitud de un voto de confianza, necesario ante la opinión pública y el Ejército Constitucionalista, para proceder contra aquella División, que pesaba mucho por sus triunfos. Note el lector que en la parte expositiva del discurso se procura disponer favorablemente el ánimo de los oyentes y se quiere decidirlos en el epílogo, por el recurso oratorio del contraste.
¿A qué conclusión podía llegarse sirviendo de premisas haber recibido un depósito sagrado que no se podía entregar porque así lo quisieran jefes descarriados?
Además, el Primer Jefe se dirige a una asamblea integrada por elementos en cuya casi totalidad tiene confianza. Los gobernadores civiles no le confirieron el mando del Ejército ni el Poder Ejecutivo; pero están ahora dentro de la Convención, en el mismo plano que los jefes militares. Teniendo esta base de seguridad, el señor Carranza no pide expresamente el voto de confianza ni lo plantea en forma de un dilema: Villa o yo, sino que teóricamente entrega el depósito; pero en realidad lo retiene, puesto que espera la inmediata resolución, que estará inspirada en el bien de la patria.
Un punto más: el Primer Jefe reconoce haber recibido un depósito; esto es: un mandato del que dimana su autoridad. Reconoce también que el mandante es el conjunto de jefes constitucionalistas, ahora reunidos en mayoría y constituídos en Convención, única en la historia de México.
Triunfo del Primer Jefe
Leído su discurso, inmediatamente se retiró el señor Carranza a su domicilio, en donde lo esperaban los miembros de su Estado Mayor conmovidos por lo que sinceramente creyeron que había sido la dimisión. El día anterior les hizo saber que había dictado un acuerdo ascendiéndolos al grado inmediato y, como una modesta gratificación, dió dos mil pesos a cada uno. Finalmente les preguntó con qué jefes deseaban continuar prestahdo sus servicios, para que se expidieran las órdenes en caso necesario. Tenemos entendido que formaban su Estado Mayor los señores Gustavo y Alberto Salinas, Lucio y Juan Dávila, Arturo Furken, Alfonso Pesqueira y Juan Barragán.
En la Convención, el ambiente quedó electrizado. Los más ardientes partidarios del señor Carranza se mostraban resueltos a que no dejara el mando del Ejército ni la Presidencia. El señor licenciado Luis Cabrera pidió hablar, y dijo:
En el momento actual los miembros de la Convención Constitucionalista, los ciudadanos que más o menos contribuimos a este movimiento que se llama Revolución Constitucionalista, vemos en los valles de México y Tlaxcala, corriendo de un lado para otro, a Higinio Aguilar y a sus compañeros, que no buscan ni esperan el triunfo, sino que aguardan el movimiento que venga a establecer un nuevo orden de cosas; tenemos al Estado de Oaxaca en poder de Félix Díaz; al de Sonora, sustraído al dominio de la Revolución Constitucionalista; tenemos los Estados de Chihuahua, de Coahuila, de Durango, fuera de la dirección del gobierno del centro.
Y tenemos al de Morelos en el mismo caso, y el tiroteo a diario surge entre las fuerzas de Lucio Blanco y las avanzadas zapatistas Tenemos por último a San Antonio Texas, la ciudad maldita, atestada de traidores, y la llamo así porque de ella han salido todas las desgracias para la patria. Tenemos en Veracruz, también, grandes grupos de conspiradores, y tenemos también allí las tropas de los Estados Unidos.
Contra su patria avanzan Villa y todos los demás que vienen en nombre de la reacción. Hagamos un balance de lo que tenemos a nuestro lado. ¿Qué se hizo el espíritu revolucionario de Francisco Villa, que jamás perdonaba a los que caían en su poder? ¿Qué ha sido del vencedor' de Tamaulipas, Lucio Blanco? ¿Qué del brío del general Obregón? ¿Y qué se ha hecho del brío de Cándido Aguilar y de tantos otros? Sin duda creen todos que la Revolución ha triunfado ya, y esto no es verdad.
Habló a continuación don Eduardo Hay y luego el general Obregón, quien dijo al final de su discurso:
... Por esto nos comprometimos a aceptar cualquier acuerdo que la mayoría tome en la Convención de Aguascalientes, Ahora considero la renuncia del señor Carranza como inoportuna; su medio no ha sido el más apropiado, pero ya que renuncia, nosotros debemos tomar una resolución: crear o no un nuevo gobierno, designar una junta de guerra que gobierne a la nación o elegir un nuevo Primer Jefe encargado del Poder Ejecutivo.
Cuando la lista de quienes deseaban hablar comprendía a más de la mitad de los delegados allí presentes; cuando todo hacía presumir que la sesión iba a ser interminable y tediosa por la repetición de los mismos argumentos, el señor licenciado Luis Cabrera levantó la voz y expresó que ya era tiempo de votar, y tomando un papel, dijo enfáticamente:
- ¡Aquí está mi voto a favor del señor Carranza!
Por aclamación se tomó el acuerdo de ratificarle su jerarquía en el Ejército Constitucionalista y, por ende, su posición en la Presidencia de la República. Como cónsecuencia del acuerdo, y de conformidad con los deseos expresados por el Primer Jefe en los últimos renglones de su mensaje, se nombró una comisión para que lo invitara a presentarse en la asamblea.
Pasada ya la medianoche se presentó el señor Carranza en la Convención, que lo recibió con vítores y ensordecedores aplausos. Informado por el presidente de la asamblea sobre la resolución tomada, protestó seguir cumpliendo sus deberes, como lo había hecho hasta entonces. Había logrado su objetivo político.
Ultimas sesiones en México
Al reanudarse los trabajos el día 4, dos asuntos ocuparon preferentemente la atención de la asamblea: la consulta sobre si debían aceptarse civiles o solamente militares. como delegados y la proposición presentada por los generales Alvaro Obregón, Ramón F. Iturbe, Lucio Blanco, Rafael Buelna y Julián Medina, de que la Convención se trasladara a la ciudad de Aguascalientes.
Acalorada fue la discusión sobre el primer punto. Los dos bandos que se habían formado sostuvieron con brío sus puntos de vista. El licenciado Cabrera, cabeza del bando civilista, pronunció un brillante discurso en apoyo de su tesis; pero el general Obregón y algunos otros militares no se quedaron a la zaga. Para dar una idea del estado de ánimo, veamos uno de los floretazos oratorios entre los dos capitanes de los bandos:
- ¡Iré a Aguascalientes! -dijo énfáticamente el licenciado Cabrera, en demostración de que no carecía de valor para enfrentarse a cualquier situación.
- ¡Nádie lo está invitando, señor! -contestó rápidamente el general Obregón.
No fue posible llegar a un acuerdo, por lo que se difirió la discusión y se trató del traslado de la asamblea. Apoyado por los integrantes de la Junta Permanente de Pacificación, el general Lucio Blanco sostuvo el compromiso de trasladar la Convención a Aguascalientes. El general Obregón reforzó lo dicho, con la salvedad de que el compromiso no se había contraído con el general Villa, sino con los generales de la División del Norte.
Como tampoco se llegó a un acuerdo sobre este punto fue necesario posponen el debate para celebrar algunas juntas sin las formalidades de las sesiones.
El día 5 se resolvieron los asuntos. Se tomó el acuerdo de suspender las sesiones en la ciudad de México y reanudadas el 10 en Aguascalientes. También se acordó que los civiles no se trasladaran a la nueva residencia de la asamblea, excepto el licenciado Luis Cabrera, quien no aceptó porque las exepciones, dijo, lastiman al mismo agraciado. Como las credenciales de los demás convencionales civiles ya estaban aprobadas y no procedía la revocación, renunciaron todos ellos al derecho de seguir a los delegados militares, en quienes dijeron depositar toda su confianza como una muestra de sus buenos deseos de que fueran resueltos los problemas nacionales.
Hacia Aguascalientes
Durante el día 6 estuvieron saliendo trenes especiales hacia Aguascalientes para conducir a los señores delegados, a los représentantes de los periódicos capitalinos y a los empieados de la Convención. También fue conducida una fuerza del quinientos dragones, cuya misión era la de escoltar a la Convención y garantizar la neutralidad de su nueva residencia; pero se anunció que el general Villa enviaría también otra fuerza igual, con objeto de que los convencionales no quedaran a merced de un sector.
El día 7 se recibió un telegrama dirigido al presidente de la Convención, en que el general Villa le decía estar en Zacatecas con una mayoría de los jefes de la División del Norte dispuestos a continuar su marcha para tomar parte en los trabajos de la Convención. Los primeros en llegar a Aguascalientes fueron los generales Eugenio Aguirre Benavides, Felipe Angeles y el coronel Roque González Garza.
Mientras llegaba la fecha señalada para la reanudación de las sesiones, era notable la actividad que se estaba desplegando, pues tanto quienes ya integraban la Convención y procedían de la ciudad de México cuanto los futuros convencionales fueron agrupándose por su afinidad de ideas y celebraron juntas en diversos lugares para ponerse de acuerdo sobre la conducta que debían seguir o sobre los asuntos que pensaban someter a la consideración de la asamblea.
Versiones de suspensión de hostilidades
La prensa capitalina dió la noticia, que dijo procedente de Chihuahua, de un pacto concertado en Sonora entre el general Benjamín Hill y el gobernador don José María Maytorena para suspender las hostilidades. La noticia fue inexacta, pues el general Hill estaba fortificado en Naco y las fuerzas del gobernador Maytorena amagaban la plaza, pero no podían atacarla porque muchos de sus disparos cruzarían necesariamente la línea divisoria y las fuerzas de los Estados Unidos estaban a la expectativa, con órdenes de impedir que se causaran daños a las personas y propiedades norteamericanas.
La misma prensa informó que el comandante militar de la plaza de México dijo que las hostilidades con los surianos estaban suspendidas; pero como los reporteros se dieron cuenta de un fuerte tiroteo habido en la tarde del día 10 por el rumbo de San Angel acudieron al comandante militar pidiéndole una explicación. Se les informó que probablemente las fuerzas surianas que estaban distribuídas por el rumbo no habían sabido a tiempo la suspensión ordenada; pero que el jefe de la guarnición de San Angel ya había conferenciado telefónicamente con los generales Francisco V. Pacheco y Juan M. Banderas, quienes estaban en Contreras, y convinieron en suspender toda hostilidad.
Tampoco esta información era verídica, pues se había dado únicamente para calmar la inquietud de los metropolitanos.
La Convención reanuda sus trabajos
En Aguascalientes se convocó a los convencionales para que se reunieran a las tres de la tarde en el teatro Morelos. Media hora después de la señalada se pasó lista de asistencia y se vió que en esos momentos estaban presentes, por sí o por sus delegados, los jefes militares y gobernadores cuyos nombres damos a continuación, en el orden alfabético en que fueron llamados:
Aguirre Benavides, Eugenio;
Alvarez, Herminio;
Avila, Fidel;
Aviña, Ernesto;
Blanco, Lucio;
Bringas, Carlos B.;
Buelna, Rafael;
Cabral, Juan G.;
Carbajal, Pedro A.;
Carrera Torres, Francisco;
Castillo Tapia, Guillermo;
Cedillo, Magdaleno;
Cervantes, Luis;
Contreras, Calixto;
Cósío Robelo, Francisco;
Chao, Manuel;
Dávila Sánchez, Jesús;
Diéguez, Manuel M.;
Espinosa, Martín;
Elizondo, Gustavo;
Flores, Nicolás;
García Aragón, Guillermo;
García, Máximo;
García Vigil, Manuel;
González, Marciano;
González, Pablo;
Gutiérrez, Eulalio;
Hay, Eduardo;
Iturbe, Ramón F.;
Laveaga, Miguel;
Loyo, José;
Madero, Raúl;
Mariel, Francisco de P.;
Márquez, Esteban;
Medina, Julián C.;
Menchaca, Abelardo;
Montes, Federico;
Natera, Pánfilo;
Obregón, Alvaro;
Ornelas, Tomás;
Ortega, Félix;
Paniagua, Enrique;
Pereyra, Orestes;
Riveros, Felipe;
Robles, J. Isabel;
Ruiz, Eduardo;
Santos, Manuel M.;
Santibáñez, Alfonso;
Santos Coy, Ernesto;
Sánchez, Luis;
Triana, Dionisio;
Triana: Martín;
Villa, Francisco;
Villarreal, Antonio I.
En la lista que precede figuran los nombres de algunos a quienes invitó el señor Carranza; no figuran los elementos de la División del Norte, porque aun cuando estaban presentes no se discutían aún sus credenciales. El general Villa no estaba en la asamblea, pues dió su representación al coronel Roque González Garza; pero se le dió por presente como una muestra de atención.
A las cuatro de la tarde dió principio la sesión. Ocupó la presidencia el general Eulalio Gutiérrez; la vicepresidencia, el general Francisco de P. Mariel, y la secretaría, los señores coroneles Samuel M. Santos y Marciano González.
Al discutirse el acta de la última sesión celebrada en México, el general Dussart pidió que se aclarase si la Convención seguía siendo la que inició sus trabajos en la capital o si se trataba de otra distinta. Se le informó que la asamblea sólo había cambiado de residencia, y propuso que únicamente discutieran el acta los delegados que habían estado en la sesión. Así se hizo.
El mismo general Dussart pidió que se consultara a la asamblea si debía seguir funcionando la directiva elegida en México o si procedía la elección de una nueva. Se debatió el asunto y se resolvió que debía hacerse nueva elección que, por voluntad de los convencionales, fue en escrutinio secreto, con el siguiente resultado:
Presidente, general Antonio I. Villarreal;
Vicepresidentes, generales José Isabel Robles y Pánfilo Natera;
Secretarios, coroneles Samuel M. Santos, Marciano González, Federico Montes y general Mateo Almanza.
Bandera de la Convención
El general Obregón hizo entrega de una bandera que había llevado ex profesa de la ciudad de México y que tenía esta leyenda bordada en oro:
EJÉRCITO CONSTITUCIONALISTA. CONVENCIÓN MILITAR DE AGUASCALIENTES.
El general Robles se encargó de llevarla al recinto de la Convención, en donde se le recibió con aplausos y a los acordes del himno nacional. Tomando la bandera, el general Eulalio Gutiérrez, como presidente saliente, dijo:
- Juremos todos respetar los acuerdos que dicte esta Convención y que haremos cuanto esté en nuestras manos para la felicidad de la República.
Estruendosos aplausos y voces de ¡juramos!, ¡juramos!, siguieron a las palabras del general Gutiérrez, quien entregó la enseña al general Villarreal. Con ella en la mano, dirigió a la asamblea breve peroración y colocó la bandera a un lado de la tribuna.
Amplia y desordenadamente se trataron a continuación algunos asuntos, resolviéndose: dirigir una excitativa al señor Carranza, al general Villa y al gobernador Maytorena para que pusieran en inmediata libertad a los presos políticos; lanzar un manifiesto a la nación; nombrar nueva comisión revisora de credenciales, integrada por cinco miembros; que tuvieran solamente una representación los delegados; que las sesiones se reanudaran el lunes 12, para que la comisión revisora de credenciales dictaminara sobre las que tenía en su poder.
Al discutirse el punto relativo a la libertad de los presos políticos, el general Hay opinó que la excitativa no debía estar formulada en términos de una súplica, sino en los de un comunicado de la asamblea dando a conocer una disposición para su exacto cumplimiento.
La comisión revisora de credenciales quedó integrada por los generales Lucio Blanco, Eugenio Aguirre Benavides, Felipe Angeles, Ramón F. Iturbe y Esteban Márquez. Para normar sus actos se acordó que sólo fueran aceptadas las credenciales expedidas por los generales plenamente identificados con los ideales de la Revolución, los gobernadores de los Estados, los jefes políticos de los Territorios. federales y los comandantes de zonas o regiones con mando de fuerza. Previamente se había aprobado que solamente militares debían ser los representantes.
A las nueve y media de la noche terminó la primera sesión en la ciudad de Aguascalientes.