EMILIANO ZAPATA
Y EL
AGRARISMO EN MÉXICO
General Gildardo Magaña
Colaboración del Profesor Carlos Pérez Guerrero
TOMO V
CAPÍTULO V
Primera parte
LA CONVENCIÓN SE DECLARA SOBERANA
Acaba de ver el lector que de las filas constitucionalistas partió la iniciativa de establecer una autoridad revolucionaria superior a la de los distintos jefes, incluyendo al señor Carranza. Con esa iniciativa insólita se emuló a los comuneros de Castilla cuando dijeron al rey:
Cada uno de nosotros vale tanto como vos, y todos juntos, más que vos.
Por la discusión vió también el lector que la idea de establecer la suprema autoridad revolucionaria estaba generalmente aceptada a pesar de lo que significaba, entre constitucionalistas, lo dispuesto por el Plan de Guadalupe. La idea se consideraba salvadora, y como tal se había presentado en las juntas celebradas mientras se reanudaban los trabajos de la Convención. De aqul que al discutirse en la asamblea tuviera opositores sólo en cuanto al momento de ponerla en práctica, pues mientras unos delegados pensaban que debía ser en seguida, otros opinaban que debía esperarse a que la Convención estuviera integrada por todos los revolucionarios del país.
Para que la autoridad suprema fuera la asamblea y sus mandatos inatacables, era necesario elevarla al rango de soberana. No les faltaba razón, porque si bien es verdad que el Plan de Guadalupe establecía que el Primer Jefe asumiría las funciones de Presidente Interino y, por ende, este funcionario debía ser la suprema autoridad, también es cierto que en concepto de muchos constitucionalistas dejaba mucho que desear la actuación del señor Carranza.
No todos lo decían; pero la generalidad aceptaba que no había adoptado la denominación de Presidente Interino porque perseguía el doble fin de estar capacitado para asumir constitucionalmente el cargo cuando se hicieran las elecciones y, mientras tanto, para gobernar con facultades omnímodas de Primer Jefe.
Aceptaba también la generalidad que el señor Carranza era el causante de los graves conflictos en Sonora y Chihuahua, pues por la exagerada estimación a su persona había adoptado una rígida actitud para con luchadores que, como los de la División del Norte, habían sido factores importantísimos en el éxito de la campaña. A igual causa atribuían el conflicto con el Ejército Libertador, no obstante lo poco que de él se sabía. A los convencionales preocupaban sobremanera los problemas del norte, pues el Ejército Constitucionalista, del que formaban parte, estaba amenazado de un desgajamiento. No les preocupaba el conflicto del sur, porque ignoraban su magnitud y sus causas; pero aun así, no creían que hubiera una razón para batir al Ejército Libertador, y hemos visto el ambiente favorable que había en la Convención.
La inminencia de que los conflictos condujeran a la lucha armada entre revolucionarios hizo sentir la necesidad de resolverlos antes de abordar la formación del programa de gobierno. Por lo que se refiere al norte, hemos visto que se trataba de conjurar la tormenta, y a ello obedeció el traslado de la Convención; mas, por una parte, el señor Carranza quería la sumisión absoluta a su autoridad, y por otra, los jefes de quienes se había distanciado eran celosos de su valer'y prestigio alcanzados por esfuerzo propio. A este respecto conviene tomar muy en cuenta que se trataba de un ejército revolucionario cuyos capitanes, en no pequeña parte, habían dado pruebas de valor y que, para la integración de sus fuerzas, para sus planes y combates habían tenido iniciativa propia y la libertad de acción que la campaña reclamaba.
La apremiante solución buscada hizo pensar a los convencionales en una fuerza material y moral que pesara sobre todos; que radicara en una entidad distinta de la Primera Jefatura, para que quienes con ella estaban en conflicto se sometieran de buen grado, aunque todo esto significase enfrentar a la indiscutible autoridad del señor Carranza la soberana autoridad de la asamblea.
A este pensamienco contribuyó el mismo señor Carranza cuando dijo que ponía sus cargos en manos de la Convención, pues aun cuando la finalidad era muy otra, por el solo hecho de dimitir, rectamente interpretado, reconocía capacidad para aceptar o rechazar la dimisión.
Con lo expuesto hemos querido interpretar el pensamiento en su aspecto de rectitud y limpidez, y hacemos a un lado las ambiciones personales que ya se despertaban, así como las derivaciones políticas tendientes a desvirtuar ese pensamiento.
Veamos ahora uno de los actos más solemnes de la Convención.
Memorable jornada
A las cuatro de la tarde del mjércoles 14, los delegados estaban ya en el teatro Morelos, pues se aproximaba el momento, por todos esperado, de que se resolviera uno de los asuntos más trascendentales.
Sin discusión se aprobaron las siguientes credenciales:
Del general Luis Gutiérrez, a favor del coronel Tomás Urbina;
Del general Magdaleno Cedillo, a favor del coronel Manuel García Vigil;
Del general Federico Montes, a favor del coronel José Siurob;
Del general Gabriel Hernández, a favor del coronel G. F. Salinas.
La credencial otorgada al coronel Jesús Valdés Leal, por los generales Domingo y Eduardo Arrieta, se aceptó como válida por el primero. Inmediatamente después fueron presentados a la asamblea los generales Rosalío Hernández, Isaac Arroyo y Dionisio Triana.
Se declara soberana la Convención
El primer secretario leyó una proposición de los delegados Hay, Rodríguez y Gonzálaz Garza, que dice:
Proponemos que esta asamblea se declare en convención y que sea soberana.
Estalló una estruendosa ovación demostradora de que por unanimidad se aprobaba lo propuesto. Así lo declaró el presidente, y luego dijo que había llegado el momento de elegir a la directiva de la Convención. Con una segunda ovación quedó aprobado este asunto y se procedió a votar por medio de cédulas. Al hacerse el cómputo, se vió que por unanimidad fueron designadas las siguientes personas:
General Antonio I. Villarreal, como presidente;
Generales José Isabel Robles y Pánfilo Natera, vicepresidentes;
Coronel Samuel M. Santos, primer secretario.
Por mayoría fueron designados el general Mateo Almanza y los coroneles Marciano González y Vito Alessio Robles como segundo, tercero y cuarto secretarios, respectivamente.
El momento culminante había llegado. La asamblea, integrada en su casi totalidad por constitucionalistas, estaba constituída en Convención Revolucionaria, se había declarado soberana y había nombrado a su órgano directivo. Sólo faltaba que los integrantes hicieran público el solemne compromiso que contraían como revolucionarios, de acatar las disposiciones de la Convención.
Firman en la bandera
Sobre la mesa que estaba colocada en el foro, en donde la directiva tenía su estrado, se extendió la bandera de la Convención y sobre ella se colocó un libro abierto, con páginas en blanco. Los señores delegados iban a otorgar la solemne protesta dejando como constancia su firma en la bandera y en el libro.
Reinaba en la sala un profundo silencio. Los delegados y el público se pusieron en pie cuando el señor general Villarreal, en igual posición, extendio su brazo derecho y dijo con voz firme:
Ante esta bandera, por mi honor de ciudadano armado, protesto cumplir con las decisiones de esta honorable asamblea.
Firmó en la bandera y después en el libro. Siguieron su ejemplo los componentes de la directiva, y a continuación el secretario Santos fue llamando a los delegados por el orden en que sus nombres estaban inscritos en la lista ordinaria. Cuando tocó el turno de protestar al general Obregón, éste dijo algunas palabras que no pudieron recoger los taquígrafos, a pesar del silencio que había. Muchas actitudes tomaron los demás delegados al otorgar la protesta. Juan García Hernández besó la bandera. El representante de don José María Maytorena, con voz clara y enérgica, dijo:
Protesto por mí y a nombre del ciudadano gobernador constitucional del Estado de Sonora, don José María Maytorena.
Protestaron todos; firmaron todos. El acto los emocionó al extremo de que gruesas lágrimas corrieron por las tostadas mejillas de los aguerridos luchadores. Lealmente, sinceramente, creyeron estar contribuyendo al triunfo definitivo de la Revolución y al establecimiento de la paz.
Discurso del general Villarreal
Un optimista y cerrado aplauso, en el que estaban condensadas todas las esperanzas del pueblo, sello el acto de la protesta. Cuando se extinguió la demostración, el general Antonio I. Villarreal pasó a la tribuna y dijo:
Terminada la jura de esta bandera, la protesta de honor que hemos empeñado, y rubricado el acto trascendental de unirnos para hacer cumplir todo lo que aquí aprobemos, pasamos a declarar solemnemente instalada esta Convención y a declararla, con la mayor solemnidad, soberana.
Con este acto hemos logrado, o si no logrado, cuando menos hemos hecho un esfuerzo sincero con ello, para unificar al país. Los grupos disidentes ya tendrán un centro que obedecer; los grupos disidentes ya no tendrán pretexto para continuar desgarrando a este infonunado país que por cuatro años se ha cubierto al luto y miseria, esperando una libertad que le prometimos con alborozo y que todavía no hemos sabido dársela.
Grandes, trascendentales, serán los resultados del acto a que asistimos; nuestro país muy pronto sabrá apreciar los beneficios de la labor que aquí hacemos nosotros. Nuestros desdichados valores que decaen en el extranjero, donde se tenía casi la certidumbre de que los mexicanos éramos incapaces de vivir como hombres cultos, con estos actos quizá cambien de opinión y nos vuelvan a considerar como hombres que sabemos ser ciudadanos y como ciudadanos que sabemos ser libres en medio de la paz.
Los depreciados valores mexicanos quizá, únicamente por lo que acabamos de hacer, vuelvan a tener un ascenso favórable, como lo tuvieron con el solo anuncio de que todos los miembros del Ejército Constitucionalista, o, más bien dicho, que todos los que habíamos sido elementos activos del movimiento revolucionario, estábamós dispuestos a reunimos en Convención para discutir, para acordar, para cambiar ideas como gentes que piensan; pero no será únicamente el alza de valores el resultado eficiente que nos han de dar estas labores, que eso nos ha de alegrar, no por el beneficio que reporte a los potentados, sino porque con esa alza de valores ayudaremos también y muy principalmente a los hambrientos, que, debido a la situación lamentable de nuestro país y debido a la depreciación espantosa de nuestra moneda, no pueden, por falta de trabajo, atender a la subsistencia, atender a cubrir sus más imperiosas necesidades, y por el bien que hacemos a los menesterosos, debemos felicitarnos en esta ocasión solemne.
Pero hay otros motivos más trascendentales por los que debemos regocijarnos. Hoy, declarados soberanos, porque representamos las fuerzas vivas det país, porque representamos a los elementos combatientes que son en todas las épocas de revolución los que verdaderamente valen, los que verdaderamente saben de abnegación y de sacrificios y de anhelos a las causas altas. Declarados en Convención soberana, declarados en Poder inapelable de la República, bien podemos ya, señores, hacer que la tranquilidad vuelva, hacer que la paz renazca, que las hostilidades se suspendan, que no se derrame más sangre hermana, que vayamos todos, abrazados con efusivo amor a hacer promesas por no ser salvajes, sino hacer promesas por ser más civilizados, por ser patriotas y por ser verdaderos amadores de los destinos nacionales.
Las guerras que no se justifican ante las exigencias del progreso; las guerras que no vienen a darnos libertades, que no vienen a darnos algo más que las libertades, el bienestar económico, la redención verdadera de los que han pasado hambres; las guerras que sólo sirven para saciar ambiciones; las guerras que son incendiadas por personalismo; las guerras que se producen en el arroyo de las infamias y de las bajas pasiones, señores, son criminales. Y si nosotros, en este momento en que todos hemos comulgado con los principios, provocamos la guerra, todos nosotros seríamos criminales. (Nutridos aplausos).
Vamos a decir a Zapata: Redentor de los labriegos, apóstol de la emancipación de los campesinos, pero a la vez, hermano que sigues por veredas extraviadas en estos momentos de prueba; ven aquí, que aquí hay muchos brazos que quieren abrazar los tuyos; muchos corazones que laten al unísono de los corazones surianos; muchas aspiraciones hermanadas con las aspiraciones tuyas, muchos brazos fuertes que están dispuestos a seguir laborando con energía, por que sea un hecho el término completo de las grandes tiranías y una verdad efectiva la división territorial que haga de cada campesino un hombre libre y un ciudadano feliz. (¡Bravos!, y nutridos aplausos).
Vamos a decirle a Maytorena y a Hill: Ya es tiempo de que la razón se imponga sobre los fogonazos de los fusiles; ya es tiempo de que en las campiñas de Sonora cesen esas luchas que no se basan en principios trascendentales, sino en el deseo de imponerse o tomar el poder; ya es tiempo de decirles: Hombres de Sonora: debéis trabajar unidos por volver a los yaquis y a los mayos las tierras que les robaron los científicos. (¡Bravos!, y aplausos).
Y así diremos a Carranza y a Villa: La Revolución no se hizo para que determinado hombre ocupara la presidencia de la República; la Revolucion se hizo para acabar con el hambre de la República mexicana. (Aplausos nutridos, ¡bravos!).
Pero sobre estas consideraciones hay todavía una consideración suma: aquí vemos atacado el porvenir nacional; vemos que nuestras libertades están a punto de ahogarse en una guerra fratricida; vemos que se retarda el momento de cumplir con las promesas que hicimos; vemos que nuestras aspiraciones naufragan; pero allá, en las costas azotadas por las bravas olas del Golfo, vemos con nuestra imaginación dolorida flotar sobre Los Cocos y sobre los palacios el pendón de las barras y las estrellas, y en estos momentos de recogimiento debemos pensar, debemos, interpelando a nuestras conciencias, confesar que tenemos mucha culpa de que todavía en Veracruz flote el pendón de las barras y las estrellas. Si nos hubiéramos pacificado al terminar la Revolución con el derrumbamiento de la infame dictadura huertista; si hubiéramos dicho todos: No necesitamos ya de los fusiles, necesitamos de las escuelas y del trabajo, si en consorcio general nos hubiéramos puesto a laborar por el bienestar nacional, las buenas intenciones, mil veces manifestadas y por mil motivos de creerse, del Gobierno americano, quizá ya se hubieran cumplido, y en estos momentos podríamos con todo alborozo llamar a México verdaderamente independiente.
Es por eso que debemos realizar, que debemos llevar a la efectividad, los anhelos de armonía que flotan en los elementos de esta Convención, y es por esto y por las razones expuestas anteriormente, pero de modo principal por estas razones, por lo que debemos hacer que la paz orgánica venga a nuestra Patria para que la salvemos del hecho que hoy presenciamos en el puerto de Veracruz. Unidos podremos ya entregarnos de lleno al cumplimiento de los anhelos revolucionarios, podremos ya entregarnos con todo nuestro ardor a hacer verdaderamente libre a este país, a emprender las reformas que hemos predicado para hacer que sea muy fecundo el período preconstitucional. Hoy es el tiempo en que podamos hacer, de hecho, lo que tanto hemos anhelado; hoy es el tiempo en que podamos consagrarnos a esas labores que son indispensables para que al llegar el período constitucional esté nuestro país en vías de gobernarse por sí mismo; en el período preconstitucional, nosotros debemos, con mayor empeño, procurar aniquilar al enemigo, al verdadero enemigo de todos nosotros: a la reacción; a la reacción que nos acecha de nuevo esperando el momento en que con nuestras discordias nos debilitemos, para volver a levantar su cabeza maldita y vuelva a entronizarse con sus infamias en el poder de México. (Aplausos).
Debe ser uno de nuestros propósitos principales aniquilar al enemigo, que el enemigo muera de verdad, para que quede asegurado el dominio de la patria libertada. Nuestro enemigo es rico, nuestro enemigo es poderoso; ¡hagámoslo pobre! (Aplausos).
La Constitución nos prohibe que confisquemos; por eso queremos vivir un poco de tiempo sin la Constitución. (Aplausos).
Necesitamos arrebatar al enemigo los fondos de donde ha de surgir la nueva revolución reaccionaria; necesitamos arrebatarle sus propiedades; necesitamos dejarlo en la impotencia, porque ese enemigo sin oro es un enemigo del que podemos burlarnos implacablemente. (Aplausos).
Nuestro enemigo fue el privilegio; el privilegio sostenido desde el púlpito por las prédicas del clericalismo anticristiano que tenemos en esta época de vicios, asociado también al militarismo de cuartelazos, que hemos visto caer avergonzado, humillado, y que lo hemos visto dispersarse, para que sin los cuartelazos, sin la orden superior, sin la organización previa, quede completamente incapacitado para volver a enfrentarse al Ejércitó de ciudadanos armados. (Aplausos).
Debemos arrebatar las riquezas a los poderosos y debemos también cumplir con las Leyes de Reforma en lo que respecta a las riquezas del clero. (Aplausos Voces: ¡Muy bien! ¡Bravo!).
Así como nuestras Leyes de Reforma nacionalizaron los bienes del clero, nosotros también podemos nacionalizar los bienes del privilegio para bien de la República. (Aplausos. Voces: ¡Muy bien!).
Se ha hecho, se ha procurado arrebatar a los ricos lo que habían arrebatado a los hambrientos; pero no se ha hecho con orden ni lo arrebatado ha aumentado el caudal de la República en gran proporción. Debemos hacerlo en orden; debemos hacerlo sabiamente, para con esas riquezas recogidas pagar, que bien podemos hacerlo, todas las deudas de la guerra y cubrir, que bien podemos hacerlo, todas las necesidades para asegurar el futuro económico de la patria.
Y al clero hemos también de arrebatarle los bienes que ha adquirido al amparo de la política de conciliación del general Díaz. El clero tiene derecho únicamente a poseer los templos, los templos dedicados al culto; pero no tiene derecho de poseer, como posee, conventículos y hermosos edificios consagrados a lo que llama enseñanza, que no es otra cosa que la perversión del criterio de los niños. (Aplausos).
No debe la Revolución atentar contra la libertad de conciencia ni contra la libertad de cultos; en el período agitado es muy justo, y así se ha hecho, castigar a la clerigalla que se asoció a Huerta; castigar al católico que dió dinero con que se pudiera fomentar al gobierno de Huerta; pero pasado el período de agitación, nosotros, como buenos liberales, debemos respetar todos los cultos; pero no permitir que nuestra niñez sea envenenada. Es más trascendental prohibirle al clero la enseñanza que prohibirle la rellgión; que siga rezando, que siga predicando; pero que no enseñe mentiras.
Aniquilados nuestros tres principales enemigos: el privilegio, el militarismo y el clericalismo, podremos entrar de lleno al período constitucional que todos anhelamos. (Aplausos). Discutamos con energía; que quede reducido el fraile a su iglesia, el soldado a su cuartel, en tanto que el ciudadano quede en todas partes. (Aplausos).
Y abriguemos temores por el futuro del ejército que nace más bien que temores, velemos por su despertar, cuidemos su organización, estemos pendientes de los vicios que empiecen a observarse en él; tengamos siempre presente que somos ciudadanos armados en estos momentos y que queremos formar un Ejército que asegure las libertades y no el ejército de los cuartelazos, el sostén de las tiranías. (Aplausos).
Debemos laborar con todas las fuerzas de nuestra conciencia, con todos los impulsos sanos de nuestros corazones, por que no se fomente el pretorianismo en nuestras filas, por que no se llegue a formar nunca un ejército que quiera gobernar; porque en las Repúblicas, cuando se ha aceptado el voto de las mayorías, no son los hombres armados, no es la fuerza brutal la que debe deliberar, la que debe ver los destinos del país, sino los ciudadanos libres, en el seno de la paz y de la armonía general.
Esta Revolución, que tiene muy poco de política, que es eminentemente social, que ha sido fomentada, que ha rurgido de la gleba dolorida y hambrienta, no habrá terminado, no habrá cumplido la obra, hasta que hayan desaparecido los esclavos que hasta hace muy poco teníamos en Yucatán y en el sur, y hasta que hayan desaparecido de nuestros talleres los salarios de hambre y de nuestras ciudades los pordioseros que pueden trabajar y que piden limosna porque no encuentran dónde trabajar. (Aplausos). Vamos a acabar con el peonaje, vamos a hacer que los salarios suban, que disminuyan las horas de trabajo, que el peón, que el obrero, sean ciudadanos; reconozcámosles el derecho de comer bien, de vestir bien, de vivir en buena casa, puesto que ellos, como nosotros, fueron creados, no para ser parias, no para que el fuerte estuviera golpeando siempre sobre sus espaldas, sino para vivir una vida de felicidad, una vida de civilización que, de otra manera, ¡maldito el momento en que'nacieron! (Aplausos).
Y vamos también a acabar con los personalismos, a confesar que son las deliberaciones las que deben regirnos; hacernos el propósito de congregarnos para resolver nuestros asuntos, y solamente cuando se nos prive de esos derechos, cuando se nos abofetee por los tiranos, cuando no se nos permita ni congregarnos, ni discutir, ni hablar, ni poner nuestros mandatarios, entonces, cuando toda la libertad haya desaparecido, cuando la tiranía domine sobre nosotros, es cuando tendremos derecho de volver a empuñar el fusil libertador y volver a ser ciudadanos armados.
Pero que sean los caprichos de los caudillos los que han de lanzarnos a la guerra; que sean las exigencias de los principios, los dictados de la conciencia. (Aplausos y voces: ¡Bravo! ¡Muy bien!).
Tengamos el valor de decir que primero son los principios que los hombres; tengamos el valor de proclamar que es preferible que mueran todos los caudillos con tal de que se salven el bienestar y la libertad de la Patria. (Nutridos aplausos. Voces: ¡Muy bien! ¡Muy bien!).
Y en vez de gritar vivas a los caudillos que aun existen, y a quienes todavía no juzga la historia, gritemos, señores: ¡Viva la Revolución! (Voces: ¡Viva! ¡Viva! Estruendosos aplausos).
Queda solemnemente instalada esta Convención Soberana. (Voces: ¡Viva! ¡Viva! ¡Bravo! Prolongados aplausos).
Una música ejecuta el himno nacional. Los delegados se estrechan las manos y continúan lanzando vivas a la Convención y a la Revolución. En el público hay un entusiasmo delirante. Cuando las manifestaciones de entusiasmo lo permiten, la presidencia de la Convención invita al señor delegado Eduardo Hay a que hable. Este comienza así:
Habla el general Hay
Si no fuera por la suprema satisfacción que tengo al dirigirme a ustedes no habría aceptado el honor que el presidente de esta Convención me concedió al permitirme que dirigiera a ustedes mis pobres palabras (Por la extención del discurso nos vemos obligados a suprimir los párrafos menos interesantes y los que contienen redundancias en que el orador incurre ... Precisión del profesor Carlos Pérez Guerrero) Cuando el general Villarreal mencionó a los yaquis que han sufrido en Sonora y que sufren, pasaron por mi mente las razones que me hicieron ser revolucionario. Y yo creo que es de justicia relatarlas.
En el año 1907, estando en Guadalajara, visité un cuartel en que estaba un amigo oficial del Ejército Federal. En el palio del cuartel vi unos trescientos o cuatrocientos individuos que eran la manifestacion de la pobreza, y al preguntar al oficial quiénes eran esos pobres hombres, mujeres y niños, me contestó: Son rebeldes del yaqui que llevamos a Yucatán en castigo de su rebeldía.
Esos cuatrocientos individuos que quizá había allí, en su gran mayoría eran ancianos, mujeres y niños, y puedo asegurar que no había ni cuarenta hombres capaces de tomar las armas en la mano. Cerca de mí estaba una mujer de bello tipo indio, y a su lado, un pequeño. Le pregunté:
- ¿Sabes español?
- Sí señor.
- ¿Qué fue lo que hizo tu marido?
- No tengo marido, señor; hace dos años que murió.
- Pues tu hermano o tu padre, ¿qué han hecho?
- Nada, señor; yo vivía sola en mi casita con mi hijo y mis animalitos y mi hortaliza, y vinieron los pelones -que así les llamaban- y arrasaron mi casa, se comieron mis animalitos y me han traído.
- ¿Y por qué te han traído?
- No lo sé, señor.
- ¿Y adónde te llevan?
- No sé, señor.
- ¿Y por qué te llevan?
- No sé, señor.
Y al ver esa crueldad tan inaudita, al ver ese salvajismo de la dictadura, de la tiranía de Porfirio Díaz, me hice revolucionario. (Aplausos).
Desde entonces juré que todos mis actos estarían encaminados a derrocar a esa tiranía, y si podía hacerlo por medios democráticos, lo haría; si no, lo haría por medio de las armas. Por eso, cuando don Francisco I. Madero estuvo en Saltillo y me dijo:
Tengo esperanzas de que por medio de las prédicas democráticas podamos derrocar a ese tirano, le dije: Señor Madero: yo he vivido no solamente en el pueblo, sino dentro del pueblo, y aun cuando alabo su espíritu de nobleza, me temo yo que se equivoque, porque no tengo la menor duda de que iremos a la revolución, porque solamente por la revolución armada podemos derrocar a ese tirano, y cuando llegue ese tiempo, señor Madero, estaré a su lado con un rifle en la mano.
Y lo cumplí. La Revolución empezaba entonces, tengo esperanzas de que aquí haya acabado. La figura de esa mujer desgraciada, cubierta por el lodo, hambrienta, con la mirada casi extraviada al pensar en su porvenir y en el de su hijo, hace contraste inmenso con este grupo de hombres valientes; este grupo de hombres luchadores por la libertad del pueblo.
Mucho ha sucedido desde entonces: muchas traiciones han tenido lugar; muchas cosas horribles y muchos crímenes imperdonables ...; aquí hemos puesto una lápida sobre todas las pasadas tiranías; pero nosotros debemos percatarnos de la responsabilidad inmensa que tenemos; cada uno de nosotros va a ser parte de un gobierno; y ¡ay de aquel que no cumpla sus promesas! Nosotros podemos estar orgullosos y lo estarán nuestros hijos de que nuestros nombres figuren en esta Convención, porque esta Convención tendrá más importancia que el Congreso Constituyente de 1857. (Aplausos).
Vamos a salir por la puerta de esta Convención para entrar en un gobierno transitorio que será la base para el gobierno constitucional, y vamos a salir de esta puerta de la Convención limpios de todo reproche, limpios de todo crimen ...
Vamos a entrar en un gobierno de transición, en un paso necesario para poder llegar al gobierno constitucional; pero este gobierno de transición no va a ser como el gobierno de De la Barra; esta Convención no puede compararse al convenio celebrado en Ciudad Juárez, donde el enemigo del pueblo y el amigo del pueblo se estrecharon las manos. No; de aquí saldremos para cumplir con los ideales de la Revolución, no para ligarnos con el clero, no para ligarnos con el poderoso que ha extorsionado al pobre, no para ligarnos con el enemigo del pueblo, sino que aquí nos ligaremos con el pueblo ...
Debemos nosotros defender el poder cuando ese poder sea empleado en ayuda del pobre, así como debemos destruir el poder cuando sea empleado en contra del pobre ...
Por medio de este gobierno de transición daremos cabida a todos los sacerdotes honrados, puesto que el sacerdote honrado puede considerarse tan digno como un ciudadano honrado; pero si nosotros no permitimos los crímenes de los ciudadanos mucho menos podremos permitir los crímenes de aquellos que los cubren con sus sotanas. (Aplausos).
Aquí vamos a dar la mano a los militares del ejército del pueblo, de este nuestro ejército en el cual deben estar incluídos los hombres que han peleado al lado del pueblo, los que están peleando al lado de cada uno de los jefes, porque aquí no van a salir zapatistas, maytorenistas, villistas, sino sólo soldados del pueblo que van a cumplir los anhelos de ese mismo pueblo. (Aplausos).
Maldito sea el gobierno de transición que vaya a dar preferencia a determinado grupo; que tenga preferencias por determinados ricos; que favorezca al antiguo amigo, olvidando los deberes que ahora tiene con el pueblo. (Aplausos).
Maldito sea el gobierno que no se despoje de sus afectos, de sus amistades, de sus relaciones de familia y que sea capaz de llegar al nepotismo, que sea capaz de llevar a los mejores puestos a sus amigos en vez de llevar a los hombres que lucharon por la causa del pueblo y que, por lo tanto, saben sentir por la causa del pueblo. (Aplausos).
Y malditos sean también aquellos que habiendo un gobernante emanado de esta Convención no sostengan su gobierno honradamente. ¡Que la sangre toda que se ha derramado para poder llegar a esta Convención, que los huesos que han servido de abono durante años y años a las tierras de nuestra amada patria, sean azotados a la cara de esos que van a traicionar nuestra causa sagrada! (Aplausos).
El gobierno de transición va a tener enormes responsabilidades. No solamente vamos a decir: Este es el gobierno de la Revolución; no, señores; debemos estar perfectamente penetrados de que esta vez va a ser el gobierno emanado de la Revolución; lo que va a gobernar es la reunión, es el conjunto, la fusión de todos los ideales, de todos los anhelos de la Revolución. (Nutridos aplausos).
El gobierno de la Revolución ha terminado desde el momento en que terminó la guerra y empieza el gobierno emanado de la Revolución, el gobierno qua tiene que hacer cumplir las promesas hechas al través de las bocas de los rifles. (Aplausos).
También las palabras del general Villarreal, al referirse al gobierno huertista, me trajeron a la mente algo terrible, que solamente pudo caber en el cerebro de Huerta. Nosotros estuvimos en el peligro más terrible: en el peligro de ser huertistas; nosotros estuvimos en el peligro de sacrificar nuestras vidas para defender a Huerta, y nosotros lo íbamos a hacer de buena fe.
Huerta, con su maquiavelismo diabólico, había proyectado mandar a Riveroll e Izquierdo para aprehender al presidente don Francisco I. Madero, al vicepresidente y a los ministros, esperando la resistencia que se haría por algunos de los leales que a su lado estaban; había ordénado que fusilaran a esos hombres, que asesinaran al gobierno constitucional de México, y entonces, Huerta, inmediatamente, indignado ante crimen tan repugnante, haría castigar a los aprehensores, a Riveroll e Izquierdo, así como a los soldados que les acompañaban, y levantaría de las manos aun calientes de don Francisco I. Madero el estandarte, y diría: Yo soy el verdadero presidente de México.
Se crispa uno al pensar en la posibilidad de que hubiéramos ido tras ese crimen; estaba tan perfectamente combinado, que hubieran pasado muchos años, quizá, sin saber lo que habíamos hecho. Por eso debemos alegrarnos de que el Ser Supremo, el destino de nosotros, no nos permitió perpetrar semejante crimen ...
Nosotros acabamos -y yo mismo-- de quedar impresionados con este interesante relato ...
Aquí ha cesado de existir el caudillo, ha dejado de existir el hombre que nos domina por nuestras pasiones ...; aquí sólo existe un poder nacional, un poder emanado de una revolución, un poder emanado de los hombres que supieron salir a la lucha para defender los intereses del pueblo. Al decir caudillo no me refiero principalmente ni a Carranza ni a Villa ni a Obregón ni a González ni a ninguno de ellos; el único caudillo para nosotros será el patriotismo, la nobleza y la honradez. Para terminar, señores, os ruego que en todas las votaciones que tengamos, en todos los actos, en todas las palabras, os preguntéis siempre: ¿Esto que digo es patriotismo? ¿Esto que hago es patriótico? Y si después de haberos preguntado os respondéis: Sí; es patriótico, entonces, adelante, aun cuando os cueste la cabeza.
¡Ay de aquel que viole el sagrado pacto que aquí hemos hecho, no es un pacto que hemos realizado entre nosotros mismos, es un pacto que hemos realizado ante la nación, y que la nación entera nos bendiga si nosotros cumplimos con nuestro deber. (Nutridos aplausos).
Palabras del general Obregón
El general Obregón pidió hablar, y comenzó así:
Mis queridos hermanos; mis queridos compañeros:
Voy a hablar algo que ayer no habría podido decir; quiero confesarles que ayer era yo un cadáver; ayer era yo un cadáver moralmente, porque creía que no éramos dignos de tener un país libre.
Hace muchos días, señores, que yo había muerto; hacía muchos días, cuando mi división victoriosa entraba a la capital de la República en medio de atronantes aplausos y una lluvia, un torrente de serpentinas y confetti, todos ellos eran dardos que iban a herir mi corazón, porque era yo un cadáver moral; yo veía qué inmensa nube se levantaba en el norte, veía densa nube levantándose en el sur y el zig zag de uno que otro relámpago que anunciaba que por momentos la tormenta se desataría.
Yo entré a la capital de la República, señores, sin sentir un halago en los aplausos; aquellas demostraciones me molestaban porque creí que al otro día se tornarían en maldiciones para nuestro ejército.
Cinco días hacía que yo estaba en la capital, cuando me presenté al jefe y le dije: Permítame, señor, ir al norte; permítame ver qué hay en el norte; yo siento una tempestad. Y el jefe me dijo: Está usted en libertad, general; haga lo que guste. Empecé a preparar mi viaje, y los perversos, los malditos, los criminales, se agruparon y me decían: General: ¿qué piensa usted hacer? General, su vida. General: ¿qué va usted a hacer al norte? Lo cuelgan, lo fusilan; ahí hay traidores, hay perversos. Y yo fuí al norte porque sabía que en el norte había patriotas, había hombres honrados, y porque sabía que hay también hombres dignos. (Aplausos).
Llegué al norte, y en México los perversos dijeron: Obregón traiciona a Carranza.
Vine a México y entonces dijeron los perversos en Chihuahua: Obregón está traicionando a Villa. Y Obregón, sin hacer caso de los perversos de Chihuahua ni de los perversos de México, volvió al norte a hablarles a los que lo esperaban con los brazos abiertos. (Aplausos).
Hoy, señores, ya puedo morir físicamente porque he podido justificarme ante la faz del mundo que soy hombre leal, que soy hombre honrado; que no traiciono a Carranza; que no traiciono a Villa; que no traiciono a mi patria y que mi vida será para ella. (Aplausos).
Este solemne juramento, señores, que hemos hecho hoy; este juramento no debemos olvidarlo; no debemos olvidar esta enseña; no debemos olvidar ese héroe que está presenciando este acto sublime, ese gran Morelos. (Prolongados aplausos).
Voy a hacer un poco de historia, compañeros, y os ruego que no olvidéis este relato. Allá, cuando empezaba la revolución reivindicadora; allá, cuando todos éramos hermanos; allá, cuando no había un vampiro que viniera a echar ocote a uno para que explotara contra el otro, entonces, en el Territorio de Tepic, en las costas del Pacífico, cuando los bizarros soldados del general Buelna se batían desventajosamente, hubo un combate en las orillas del río de Santiago y allí quedaron muchos de nuestros compañeros. Las dificultades con que se tropezaba para el desarrollo de la campaña hicieron al heroico general Buelna replegarse al norte en busca de pertrechos para volver a reanudar su lucha. Cinco meses habían transcurrido cuando pasaba yo con mi división, y acampando en un lugar cercano al en que se había verificado el combate, vino un oficial y me dijo: General Obregón: ¿quiere usted visitar el campo para ver cómo hay cadáveres, cómo hay sombreros, cómo hay huesos? Y fuí, no por curiosidad; fuí para ofrecer mi visita a esos mártires, a esos héroes ignorados que habían dejado sus huesos regados, y me encontré un perro, un perro, señores, casi muerto, velando el sombrero y los restos de su compañero. (Aplausos).
Dos días después, un oficial cogió el sombrero, quizá sin darse cuenta del crimen que cometía, y se lo llevó; lo tiró a varios kilómetros del campamento.
Algunos días después pasaba por ese sitio acompañado del mayor Julio Madero, y hemos encontrado que el perro había buscado el sombrero y continuaba do centinela velando por su compañero. (Aplausos) Os invito, queridos hermanos, a que siempre que lleguen los momentos solemnes recordemos y digamos: Seamos los perros que velemos por nuestros muertos. (Prolongados aplausos).
Habla Marciano González
La presidencia concede la palabra al delegado Marciano González, quien dice así (También nos hemos visto obligados a suprimir en el discurso del señor delegado González los párrafos innecesarios para el objeto histórico, aun cuando lo sean para la pieza oratoria. Precisión del profesor Carlos Pérez Guerrero):
A la muerte del mártir Madero siguió una inmensa expectación tras un crimen que, en medio del dolor humano, pasaba como una ola empujando, arrasando todo. Era un momento caótico ... Pero había algo que flotaba, algo que era como un clarín de un toque sonoro y vibrante; era la conciencia nacional que velaba junto al cadáver, eran los hijos que se diseminaban en el territorio para clamar justicia al cielo, para exigirla a Dios.
Y ese dolor y ese crimen no los calmaron las piadosas literaturas de aquellos corifeos que entronizaban en el santuario de la patria a un criminal. Es que había, señores, al recoger aquel jirón; aquel estandarte de la desgracia nacional, un Argos que velaba por la inconsciencia y por la conciencia, y que sabría, como el perro de Ulises, esperar tranquilo a que se abriera el cielo para interrogar a Dios.
Y se abrió, y fue la congregación de todos los patriotas, de todos los nobles y de todos los buenos, y hubo, confesémoslo, porque si esta Convención es de la Justicia, si este es el punto en que se reúnen los buenos y los que antes fueron también honrados y seguirán siéndolo, aquel grito y aquella clarinada y aquel estandarte estuvo en labios de alguien que no fue un profeta, sino un justo, y en la diestra de un hombre que si no fue un héroe supo, cuando menos, como el Mesías, conducirnos al triunfo, y fue Carranza. (Aplausos).
No batan palmas los que sientan todavía que la conciencia les grita, que nó es necesario que se deban formar héroes cuando no ha llegado el fin de la jornada ...
Carranza, señores, fue a vengar a Madero; tras de Carranza estaba la justicia y con Carranza hay que hacer justicia. Ahí de todos sus errores, plagados de todas sus inconsciencias. Carranza será siempre el vengador de Madero y el salvador de la patria (Aplausos).
Carranza lleva tras de sí como una cauda, como un arroyo revuelto, todos sus errores, señores, pero hay algo que no se lo quita la multitud mezquina ni la injusticia de los hombres: el derecho de haber sido él el primero y el más fuerte y no es que venga a defender a Carranza, señores; es que es el momento sociológico en que es necesario que las almas se crispen, que reclamen justicia. Mañana, la historia será otra; hoy, los hombres somos unos. Carranza lleva al constitucionalismo al triunfo; ¡ojalá que no lo lleve al fracaso! Señores: su fin se aproxima; ante la tumba del hombre a quien más hemos querido, ante la tumba de Madero, cuando me separaban de él un metro y medio, yo le hablé en estos términos: Venustiano Carranza: si váis a defraudar los ideales de la Revolución, ¡maldito seáis!.
Que la historia cumpla con su deber y que los hombres ejercitemos nuestro derecho; olvidémonos de lo que haga; pero confesémoslo: lo que hizo es justo y es honrado (Aplausos).
Mañana yo sé que esta trinidad democrática, que este lienzo, nuestra enseña, que nos llevó al campo y nos trajo a la victoria, será mostrado al mundo como una garantía de los derechos y como una salvaguardia de las libertades, y en él deberán quedar las firmas de los hombres independientes, de los hombres libres que nunca se arrodillaron fanáticos ni maldicen cristianos ...
Hemos jurado, señores, hemos escrito, como nadie lo había hecho, nuestros nombres en lo más blanco, en lo níveo de nuestra enseña patria. ¡Pensad en esos caracteres! Que sean, señores, como los borbotones de sangre que con todo placer vayamos a derramar en holocausto de la patria cuando ella gima y cuando ella sufra (Aplausos).
Haced, señores, que todos los representados y vuestros representantes cumplan con su deber. Mañana, cuando se entregue el poder a un hombre a quien esta Convención eligirá, y a quien el pueblo después sancionará en los comicios, y cuando se entregue el poder podáis exclamar, como Bolívar: ¡Patria: permitidme que deposite en vuestras manos esta espada flamígera del combate y entregadme, como una carta magna, mis derechos de ciudadano (Aplausos).
Se refiere a continuación a la presencia de las tropas norteamericanas en Veracruz. Lamenta que no se haya exigido todavía la evacuación del puerto. Se le hace saber que está presentada una proposición; se disculpa por ignorarlo, y continúa:
Señores, que el espíritu del bueno, que el espíritu del mártir que, como San Pablo, fue el primer cristiano, Madero, el primer mártir de la democracia, venga aquí, extienda sus alas y purifique nuestra atmósfera en todo el territorio y nos dé vitalidad eternamente.
Que con él, en la soledad de las selvas, en el murmullo del mar, en la agitación de todas las ciudades, caigan como un recuerdo que corresponda a nuestro grito la bendición de aquellos que quedaron en el campo de batalla y que no vuelven, pero que nos bendicen creyendo que vamos a ser buenos y a aprender a ser patriotas (Aplausos).
González Garza expone los deseos del general Villa
El presidente de la Convención concede la palabra al coronel Roque González Garza, quien da la enhorabuena a los convencionales en nombre del general Villa, y anuncia que va a exponer lo que su representado le encomendó. Luego, dice:
El punto principal, el objetivo de la División del Norte y de su jefe, no es ni ha sido otro que el de procurar para la República una forma de gobierno provisional que afirme, por lo pronto, la paz interior; que asegure el crédito nacional; que satisfaga las necesidades y las ansias del pueblo, y que en estos momentos de desorientación, ¿porqué no decirlo?, de anarquía, de ambiciones mal satisfechas y de recompensas injustas por lo excesivas, pueda aplacar esas ambiciones, remediar esas injusticias, imponer el orden, moderar el desenfreno y darle al pueblo la tierra que nos está pidiendo a gritos desde hace luengos siglos, mientras se prepara, con la mayor brevedad posible, el advenimiento del gobierno democrático-constitucional (Aplausos).
Penetrado el ciudadano general Francisco Villa de los grandes inconvenientes que podría traer al país el predominio de un jefe militar o de una junta de militares, absorbiendo absolutamente todos los poderes, aspira a que la representación nacional la asuma una persona civil y que los revolucionarios, ya sea con su carácter militar o con su colaboración en el sentido de las imperiosas reformas económicas y sociales, ayuden a ese gobierno a establecer la paz en la República, a la organización del Ejército y a la resolución del problema agrario, hasta que se pueda convocar a una elección democrática de genuinos representantes del pueblo, de gobernadores de los Estados y de Presidente Constitucional, y el mismo general Francisco Villa me autorizó para que os hiciera presente que no lo mueve otro sentimiento ni lo alienta otro propósito ni tiene en su conciencia otra idea que la de hacer el bien de la República y la de colaborar con todos vosotros a que no surja, después de esta lucha que tantas pérdidas ha costado a la patria, la tiranía de los menos sobre los más ni de uno sobre todos, sino el gobierno del pueblo para el pueblo y el imperio de la ley y la justicia sobre la corrupción política que imperó tantos años en los hombres que tuvieron en sus manos las energías y los destinos de México ... (Aplausos) ... Y esta es la ocasión de que se vea, para que se ahuyente de todos los espíritus la desconfianza, el temor o la duda, que el jefe de la División del Norte no tiene para sí ambición personal ni pretende ser el llamado a resolver por sí solo ninguna cuestión de trascendencia, autorizándome para sostener ante esta Convención, con toda honradez y con toda energía, que su mayor deseo es que se establezca, para que más tarde se constituya en precepto constitucional, el principio de que ningún ciudadano con carácter militar pueda ser llevado a la Presidencia de la República. En otros términos: hemos luchado contra dos tiranías, y con el concurso generoso del pueblo las hemos derrocado, y no debemos, señores oficiales del pueblo en rebelión, dueños ya del poder y con las armas en la mano, crear y consentir más tiranías (Aplausos).
No es lugar aquí, por el momento, para discutir a ninguna personalidad, máxime de aquellas que, cumplida su misión, están para que la crítica histórica haga el análisis y el balance de sus hechos; sería perder el tiempo en discusiones apasionadas y enojosas sobre méritos o deméritos de este o de aquel jefe revolucionario cuando el tiempo nos apremia y las necesidades de nuestros hermanos nos compelen a ser rápidos, claros, terminantes, en nuestras resoluciones; pero más que otra cosa, como ya dije, honrados y sinceros, sobre todo interés, sobre toda ambición y sobre toda mira de ganancia bastarda (Aplausos).
El ciudadano general Francisco Villa, animado de un espíritu de verdadera liberalidad, propuso desde las conferencias de Torreón que estuvieran representados por un voto cada mil hombres en armas por la causa revolucionaria, sin especificar la calidad militar del delegado, a fin de que pudieran concurrir a una Convención, en todo caso, elementos civiles. Mas habiendo variado las circunstancias, desde el momento en que fue descartada, sin su conformidad, dicha cláusula, aceptó esta nueva forma de representación, y está dispuesto a respetar y a poner todo su empeño por que se respeten las decisiones que tome esta asamblea en los puntos de interés nacional, pues no ignora que lo que vale, lo que significa, por insignificante que esto sea; se lo debe al pueblo, a sus soldados y al concurso de los jefes que con él han defendido la causa santa de la Revolución. Por otra parte, tiempo vendrá, y muy pronto, en que se tenga necesidad de los civiles y de su valioso contingente.
Pero, señores, para realizar estos propósitos necesitamos que sea un hecho inconcuso la unidad de la Revolución, y esta unidad sería ilusoria si no llegaran a estar representados aquí todos los elementos que, han luchado desde 1910 por los mismos ideales: los que con Madero aceptaron el Plan de San Luis, vaga promesa de equidad y justicia, y los que con Zapata concretaron mejor en el Plan de Ayala las reivindicaciones del pueblo, pues esta Convención está en el deber ineludible de ir más allá de todas las aspiraciones, amalgamándolas, corrigiéndolas y perfeccionándolas, para hacerlas cristalizar en disposiciones fundamentales, fuertes y definitivas (Nutridos aplausos).
Existe también, señores, una ingente necesidad que apremia resolver, sin demoras y sin complacencias: el establecimiento de la Justicia en toda la República; para que corrija nuestros mismos desmanes, para que castigue los impulsos malsanos de aquellos revolucionarios que olvidan sus deberes; para darle a la sociedad garantías y para que la Revolución entre de lleno en el espíritu de los descontentos (Aplausos).
Señores delegados: os exhorto a que solemnemente juremos todos no traer aquí otro anhelo que el de procurar la concordia sincera entre todos nosotros y un propósito honrado de no verter injustamente una gota de sangre por defender tan sólo personalidades. Despojémonos de todo amor propio, de todo resentimiento y de todo resquemór, para dejar a nuestros descendientes una obra de la que sientan orgullo y a la que respeten, como respetaron nuestros padres, y como respetamos nosotros, la llevada a cabo por los constituyentes del 57. En este momento tan grande y tan decisivo como aquél, si no sabemos estar a la altura debida, el anatema de la historia caerá sobre nosotros (Nutridos aplausos).