SALVAJISMO INCONCEBIBLE
Los enemigos del proletariado externan actualmente la opinión de que los escritores que se han ocupado de la muerte del inquieto Ricardo Flores Magón, incurren en la más flagrante calumnia, al asegurar que nuestro camarada fue víctima de un asesinato que muestra los más agudos tintes de ferocidad y salvajismo.
Hemos oído decir a gentes bien que el fallecimiento de Flores Magón fue la cosa más natural del mundo, pues siendo cardiaco, el día menos pensado la manifestación súbita de la dolencia le conduciría, forzosa e inevitablemente, al no ser.
Se impone el análisis.
¿Cuáles eran las características físicas del encauzador anarquista-socialista, al tiempo de su desaparición?
En sus epístolas vimos que hace años se quejaba de las torturas diabéticas; luego supimos que a la primera enfermedad siguió la tuberculosis; y al fin, que el debilitamiento general hizo estragos en la vista de nuestro amigo inolvidable; pero jamás se tuvo conocimiento de la enfermedad del corazón (heart disease), de que habla el certificado del médico penitenciario.
En su artículo The world of pain (El mundo del dolor), Manuel Rey nos habla seriamente de la endocarditis de Ricardo y parece indicarla como determinante del fallecimiento; y aún deplora que la brusca aparición del trastorno viniera a privarnos para siempre de los consejos del gran hombre que dedicó su vida al bien de la humanidad.
No pudo haber heart disease y mucho menos endocarditis en la muerte de Ricardo.
Quizá la duda no naciera, al menos los primeros días, si el certificado de defunción señalara como causa fundamental un ataque apoplético, por ejemplo; pero se dice tan sólo de una manera vaga enfermedad del corazón.
Sabemos que el exceso de azúcar en la sangre (diabetes) produce fácilmente tuberculosis (tisis) especialmente cuando el atacado lleva vida antihigiénica y se nutre mal; circunstancias que concurrían en Ricardo Flores Magón, a quien la justicia capitalista, cobarde en extremo, había sentenciado a muerte.
La enfermedad conocida con el nombre de endocarditis (inflamación aguda o crónica del endocardio) no es ni espontánea ni súbita; se presenta generalmente como una complicación del reumatismo; la inflamación de las arterias suele afectar al corazón y hasta producir la muerte cuando el mal primitivo no puede ya ser detenido; pero el desenlace en ningún caso y por ningún motivo, es instantáneo o fulminante.
La inflamación aguda es antecedida en todos los casos, por muy severos ataques de reuma o de gota, extremadamente dolorosos y que producen una agonía lenta y penosa.
Asegúrase que Ricardo Flores Magón falleció repentinamente.
Volvemos a preguntar: ¿De qué murió?
Ni la diabetes, ni la tuberculosis, ni la ceguera fueron las causales. No padecía del corazón ni en su familia hubo antes ni ahora cardiaco alguno.
¿Luego?
Ricardo Flores Magón fue muerto a palos; fue asesinado.
Y vamos a demostrarlo.
Al principiar el mes de noviembre del año anterior, en la penitenciaría de Leavenworth, se efectuó una sublevación originada por la pésima calidad de la alimentación que se suministraba a los detenidos. Durante el escándalo hubo peligro de que los capataces pagaran cara la crueldad que les distingue.
Después de grandes esfuerzos fue dominada la ira de los presos, y simulada en seguida toda una serie de investigaciones, los carceleros sacaron en limpio que los responsables del motín fueron Ricardo Flores Magón, Librado Rivera y cinco I.W.W. (Se refiere a miembros de la organización sindical norteamericana, Industrial Workers of the World)
El consejo de la ergástula se reunió desde luego y después de la segunda farsa de deliberaciones, resolvió castigar a los inculpados como promotores, con siete días de bartolina a pan y agua y viaje diario a la columna.
El castigo de la columna consiste en atar a la víctima a un madero colocado en medio de un patio y aplicarle una serie de azotes. A quiénes se achacó la sublevación se les daba cada día una tanda de veinticinco.
A Flores Magón se le trató con dureza especial, tanta, que días hubo que de la columna se le llevaba desmayado a la celda, las espaldas sangrientas y marcadas en todas direcciones. El tormento aplicado a Ricardo concluyó el día 14 de noviemhre. Ni una sola vez se le hizo curación, de modo que las heridas se llagaron e hicieron supuración. Quien sabe qué enfermedad se desarrolló, el caso es que al cumplirse el séptimo día, desde que se terminó el plazo del salvaje castigo de la azotaina cotidiana, vino la muerte del mártir que fue hallado inerte en la bartolina.
Ya se ve que no se trata de ninguna endocarditis sino de un fiero asesinato.
Flores Magón no fue, por supuesto, la única víctima del celo de los verdugos.
José Martínez, mexicano de origen, que adquirió la ciudadanía yanqui, sentó plaza como soldado al estallar la guerra entre Estados Unidos y Alemania. Un día fue golpeado por un oficial y en el paroxismo dio muerte a su agresor. Como hubieran testigos que abonaron a Martínez, diciendo que había obrado en legítima defensa, lo trajeron para que se le juzgara en Fort Leavenworth, y la Corte marcial lo sentenció a algunos años de prisión, y los estaba extinguiendo al tiempo que se desarrollaron los acontecimientos. Este Martínez vio como martirizaban a diario a Flores Magón y de seguro sintió deseos de vengar al indefenso.
El domingo diecinueve de noviembre, tocó al exsoldado ir a la peluquería de la cárcel. Al llegar, de modo brusco e inopinado, un carcelero le arrebató el sombrero, aplicándole además un fuerte golpe de bastón. Martínez perdió la paciencia y se arrojó sobre el guardián hiriéndolo con un clavo afilado que llevaba oculto.
Entre el grupo de guardianes estaba el encargado de aplicar los latigazos a Magón. Al verlo Martínez se le echó encima, desarmándolo. Empezó entonces, una lucha feroz entre el preso y los carceleros. Se dispararon muchos tiros y al final, como era de esperarse, Martínez se retiró gravemente herido. Pudo llegar hasta su celda y le encerraron, sin enterarse siquiera de la naturaleza de sus heridas. Al día siguiente, lunes veinte, lo encontraron muerto.
De los sucesos narrados fue testigo ocular José Savás Reza, ferrocarrilero mexicano que estuvo preso en Leavenworth y que hace días recuperó la libertad.
Queda pues, plenamente demostrado que Ricardo Flores Magón, fue asesinado tal como todo el mundo lo sabe.
No será extraño que dentro de poco recibamos la noticia de la desaparición inesperada del buen Librado, al que están matando lentamente.
Para que descanse le fue proporcionado un colchón en el que dejó la existencia un individuo que, atacado de avariosis se convirtió en bolsa purulenta; y si eso no fuera bastante, con mucha frecuencia, pretextando cualquier nimiedad, se le encierra en la celda de un tuberculoso.
No cabe duda que los Estados Unidos son el país más civilizado del mundo; porque la civilización actual, para ser más adelantada, ha de significarse por su mayor crueldad, y la plutocracia del Norte se destaca, ciertamente, con inconfundibles relieves.
(De la revista C. R.O. M. edición especial del lº de mayo de 1923).