Índice de La primera guerra mundial y la revolución rusa de Ricardo Flores Magón. Recopilación de textos: Chantal López y Omar CortésArtículo anteriorSiguiente artículoBiblioteca Virtual Antorcha

LA GRAN GUERRA

La gran guerra continúa; la guerra sigue su marcha. Alemania, en el occidente de Europa, descarga golpes formidables sobre las fuerzas aliadas de Bélgica, Inglaterra y Francia, que se oponen a su marcha hacia París. Tan pujante ha sido la embestida de los alemanes, que sus fuerzas ocupan ya posiciones distantes en algunos puntos, solamente a unas treinta y cinco millas de París.

En el oriente de Europa, el ejército ruso que comenzó a invadir con buen éxito la Prusia oriental, ha sido detenido en su avance hacia el corazón de Alemania; pero si la fortuna ha sido adversa a las armas rusas en Prusia, el ejército del Zar ha logrado obtener victorias de importancia militar en Galitzia, Austria-Hungría, victorias que pueden tener como consecuencia la ocupación total del imperio austrohúngaro por las de Servia, Rusia y Montenegro.

Holanda ha completado sus trabajos de resistencia contra posibles incursiones de fuerzas alemanas por su territorio; Turquía está completando su movilización para emprender la lucha a favor de Alemania y Austro-Hungría, intentando levantar al Egipto y la India contra los ingleses; Turquía comprometida en guerra, significa la entrada franca de Italia y Grecia en la gran contienda en contra de ella; Portugal se ha declarado de parte de Inglaterra, Francia y Rusia; el Japón ha comenzado el asedio de Tsing-tao, capital de Kiao-Chow, por mar, y ha desembarcado gruesos cuerpos de ejército en territorio chino, para completar el asedio por tierra.

Los Estados Unidos, comprometidos con China a defender la neutralidad de su territorio han abandonado a su protegida.

Suecia sueña con reconquistar Finlandia y se prepara para la guerra; las colonias alemanas de Sudáfrica, son atacadas por fuerzas de Inglaterra; las islas Samoa, posesiones alemanas, fueron ocupadas por una expedición inglesa destacada de Nueva Zelanda.

Previendo la captura del canal de Panamá por alguna de las fuerzas beligerantes, los Estados Unidos han estado enviando un gran número de cañones a aquella región. Los burgueses de los Estados Unidos, en su ansia de aprovecharse de las desgracias de otros pueblos para hacer negocio, han querido comprar, por conducto del gobierno, los barcos mercantes que, por pertenecer a Alemania, no pueden hacer el tráfico sin correr el riesgo de caer en las garras de los barcos de guerra de Inglaterra y de Francia; pero los gobiernos de estas dos naciones han dicho a Wilson que no tolerarán esa clase de negocios.

Los Estados Unidos están preocupadísimos por la suerte de los grandes negocios americanos en el Oriente, pues temen que Japón no se conforme con derrotar a los alemanes en Kiao-Chow, sino que quiera, como es lo más probable, afianzar su soberanía en los mares del Oriente, capturando las Filipinas, las Carolinas, Hawaii, las islas de los Ladrones y otras pertenencias de los Estados Unidos y de Alemania. Se dice que en las islas Hawaii, cuya población es de unos ciento veinte mil habitantes, hay ochenta mil residentes japoneses, y que el Japón considera las islas Filipinas, como la prolongación natural de su propio territorio. Si a esto se agrega la rivalidad que, por cuestiones de negocios, existe entre Japón y Estados Unidos, la guerra entre estos dos países es casi segura.

Aprovechándose de las circunstancias, los pueblos oprimidos de Egipto, la India y los Estados africanos del Transvaal y Orange, se muestran dispuestos a levantarse en armas contra el dominio de Inglaterra. Persia pondrá sus destinos en manos de Alemania, y Rumanía y Bulgaria esperan que Turquía declare la guerra a Inglaterra y Francia para ayudar a los enemigos de estas dos naciones.

La guerra se extiende más y más llevando sus flamas a los más apartados rincones de la Tierra. La sangre humea en los campos de batalla. Por donde pasan los ejércitos victoriosos, los plantíos son incendiados, las casas reducidas a ruinas, las obras de arte mutiladas o destruidas, las mujeres violadas, los ancianos y los niños befados o asesinados. Poseídas de una cólera absurda, grandes masas de hombres armados arremeten unas contra las otras, ciegas, frenéticas, bestiales, odiosas, despedazándose en nombre de patrias imaginarias, porque el pobre no tiene patria, pues lo que se llama patria está poseída por los ricos.

La guerra sigue su curso, la guerra de los grandes negocios, la guerra de los ricos de una nación contra los ricos de la otra, pero en la que no se hacen pedazos los ricos sino los esclavos, imbéciles criaturas que no saben lo que hacen, miserables juguetes de la burguesía y el gobierno.

Millones de hombres se encuentran sobre las armas, enseñándose los dientes y aniquilándose mutuamente para que un puñado de bribones de cada país pueda hacer mejores negocios; y mientras los trabajadores bestializados y embrutecidos se dejan matar en beneficio de sus señores, éstos, en el fondo de suntuosos palacios, celebran en interminables orgías la estupidez de sus esclavos que les llenan de oro sus arcones en tiempo de paz, y se lanzan unos contra los otros cuando los caudales encerrados en esos arcones amenazan disminuir por la competencia de los burgueses de otras naciones, porque el trabajador suda y afana en tiempo de paz para enriquecer a sus amos, y derrama su sangre en tiempo de guerra para asegurarles una vida holgazana y criminal.

Lágrimas, dolor, luto, hambre: esta es la cosecha inmediata de la catástrofe; pero esa negra cosecha será el acicate que al sangrar los hogares de los pacientes pueblos, hará que éstos se encabriten al fin y echen por tierra a todos los parásitos que se han nutrido de su sangre: burgueses, sacerdotes, gobernantes.

Esta guerra tiene que ser la última, o tendremos que confesar que los revolucionarios no sabemos ponemos a la altura de las circunstancias. Esta guerra reclama la acción de todos los revolucionarios del mundo. Agitemos para precipitar la catástrofe final, aquella bajo cuyos escombros quedarán para siempre reducidos a cenizas coronas y tiaras, altares y dioses, burgueses y tiranos.

Ricardo Flores Magón

(De Regeneración, N° 200 del 12 de septiembre de 1914)

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