Índice de Los nueve libros de la historia de Heródoto de HalicarnasoTercera parte del Libro PrimeroPrimera parte del Libro SegundoBiblioteca Virtual Antorcha

LIBRO PRIMERO

CLÍO

Cuarta parte



161

Los de Quío, pues, entregaron a Paccias. Luego Mazares marchó contra las ciudades que habían acudido con él a sitiar a Tábalo. Redujo a esclavitud a los de Priena, y corrió toda la llanura de Meandro para ganar botín para sus tropas. Lo mismo hizo en Magnesia; pero inmediatamente de esto murió de enfermedad.


162

A su muerte, vino para sucederle en el mando Hárpago, también medo de nación, aquel a quien Astiages agasajó con impío convite, y que había ayudado a Ciro a apoderarse del reino. Este hombre, designado entonces general por Ciro, luego que llegó a Jonia, fue tomando las plazas, valiéndose de terraplenes; porque cuando había obligado al enemigo a retirarse dentro de las murallas, levantaba luego terraplenes contra las murallas, y así las tomaba.


163

La primera ciudad que combatió fue Focea en la Jonia. Estos foceos fueron los primeros griegos que hicieron largas navegaciones y son los que descubrieron el Adriático, la Tirrenia, la Iberia y Tarteso; no navegaban en naves redondas, sino en naves de cincuenta remos. Aportaron a Tarteso y se ganaron la amistad del rey de los tartesios. llamado Argantonio, el cual reinó ochenta años en Tarteso, y vivió no menos de ciento veinte. Los foceos se ganaron a tal punto su amistad, que primero les invitó a abandonar la Jonia y a establecerse en sus dominios, donde quisiesen. Y luego, como no les podía persuadir, y se enteró de cómo progresaban los medos, les dió dinero para rodear con un muro la ciudad. Y dió sin mezquindad, ya que tienen las murallas no pocos estadios de contorno y son todas de piedras grandes y bien ensambladas.


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De ese modo hicieron los foceos su muro. Hárpago, cuando hubo avanzado su ejército, les puso sitio, proclamando que se daría por satisfecho si los foceos querían demoler un solo lienzo de la muralla y consagrar una sola habitación. Los sitiados, que no podían llevar con paciencia la esclavitud, dijeron que querían deliberar durante un solo día y que entre tanto retirase las tropas del muro. Hárpago les respondió que aunque sabía muy bien lo que iban a hacer, consentía, no obstante, en permitirles que deliberasen. Mientras Hárpago retiraba su ejército del muro, los foceos botaron sus naves, en las que habían embarcado a sus hijos y mujeres con todos sus muebles y alhajas, como también las estatuas de sus templos y demás ofrendas, menos los bronces o mármoles o pinturas. Puesto a bordo todo el resto, se embarcaron ellos y se trasladaron a Quío. Los persas ocuparon la ciudad desamparada de sus moradores.


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Los foceos trataron de comprar las islas llamadas Enusas, pero los de Quío no se las quisieron vender, temerosos de que se covirtieran en un centro comercial y que la isla de ellos quedase excluída de ese comercio. Entonces los foceos se dirigieron a Córcega, porque en Córcega veinte años antes, en virtud de un oráculo, habían fundado una ciudad llamada Alalia. Por entonces había ya muerto Argantonio. Al dirigirse a Córcega ante todo navegaron hacia Focea, y pasaron a cuchillo la guarnición de los persas, a la cual Hárpago había confiado la defensa de la ciudad. Luego, ya ejercitado esto, pronunciaron recias maldiciones contra el que desistiese del viaje; además, echaron al mar una masa de hierro y juraron no volver a Focea antes de que aquella masa reapareciese. Sin embargo, mientras se dirigían a Córcega, más de la mitad de ellos echaron de menos, enternecidos, a su ciudad y al país en que estaban acostumbrados a vivir y faltando a lo jurado, navegaron de vuelta hacia Focea. Pero los que de ellos guardaron su juramento, alzaron la vela en las islas Enusas y se hicieron al mar.


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Después que llegaron a Córcega, vivieron cinco años en compañía de los que habían llegado primero, y edificaron allí sus templos. Pero como saqueaban y pillaban a todos sus vecinos, unidos de común acuerdo los tirrenos y los cartagineses, les hicieron la guerra, armando cada uno sesenta naves. Los foceos tripularon también sus bajeles en número de sesenta, y les salieron al encuentro en el llamado mar de Cerdeña. Se empeñó un combate naval, y tuvieron los foceos una victoria cadmea: perdieron cuarenta naves y las veinte que se salvaron quedaron inútiles, pues sus espolones se torcieron. Se volvieron a Alalia, y tomando a sus hijos y mujeres, con todos los bienes que las naves podían llevar, dejaron a Córcega y se dirigieron a Regio.


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Los cartagineses y los tirrenos se sortearon los tripulantes de las naves destruídas, y como a los agileos, entre los tirrenos, les cupiese en suerte el mayor número, los sacaron a tierra y los lapidaron. Sucedió después a los agileos que todo lo que pasaba por el paraje donde estaban los foceos apedreados, quedaba contrahecho, estropeado, tullido, lo mismo si era cabeza de ganado, bestia de carga u hombre. Queriendo remediar su culpa, enviaron los agileos a consultar a Delfos, y la Pitia les mandó hacer lo que aún ahora practican los agileos, pues celebran magníficas exequias en honor de los muertos e instituyen un certamen gímnico y ecuestre. Tal fue el fin de estos foceos. Los otros que se habían refugiado en Regio, saliendo después de esta ciudad, se apoderaron en el territorio de Enotria de la que ahora llaman Híela; y la colonizaron por haber oído a un hombre de Posidonia que cuando la Pitia les había hablado en su oráculo de la colonia de Cimo se había referido al héroe y no a la isla.


168

Así sucedió con Focea, la ciudad de Jonia; lo mismo hicieron los teyos; pues cuando Hárpago tomó la ciudad, por medio de terraplenes, se embarcaron todos en sus naves y se fueron a Tracia; allí poblaron a Abdera; la había edificado antes Timesio de Clazómenas, pero no la había podido disfrutar por haberle arrojado de ella los tracios; al presente los teyos de Abdera le honran como a héroe.


169

Éstos fueron los únicos entre los jonios que, no pudiendo tolerar la esclavitud, abandonaron su patria. Los demás (dejando aparte a los de Mileto) presentaron batalla a Hárpago, como los que emigraron, y combatiendo cada cual por su patria, se condujeron como valientes; derrotados y hechos prisioneros, se quedaron cada uno en su país reducidos a obediencia. Los milesios, según ya dije antes, como habían hecho pacto con Ciro, se estuvieron quietos. Así, pues, la Jonia fue avasallada por segunda vez. Los jonios de las islas, cuando vieron que Hárpago había sometido ya a los del continente, aterrados por lo sucedido, se entregaron a Ciro.


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Cuando los jonios, a pesar de sus apuros, se reunieron en Panjonio, les dió Biante, según he oído, natural de Pricna, un consejo utilísimo que, si se hubiese seguido, les hubiese hecho los más felices de los griegos. Les exhortó a formar una sola escuadra, hacerse a la vela para Cerdeña y fundar luego un solo Estado, compuesto de todos los jonios; con lo cual se librarían de la esclavitud y vivirían dichosos, poseyendo la mayor isla de todas, y teniendo el mando en otras; en cambio, si se quedaban en la Jonia, afirmaba, no veía cómo podrían aún tener libertad. Tal fue el consejo de Biante de Priena después del desastre de los jonios. También era bueno el consejo que antes del desastre de jonia les había dado Tales, natural de Mileto, aunque de familia originariamente fenicia. Éste invitaba a los jonios a tener un consejo único y que estuviesen en Teos (por hallarse Teos en medio de Jonia) y considerar las demás ciudades ni más ni menos que distritos. Estos sabios, pues, les dieron tales consejos.


171

Hárpago, después de conquistar la Jonia, hizo una campaña contra los carios, los caunios y los licios, llevando consigo jonios y eolios. De estos pueblos, los carios pasaron de las islas al continente; antiguamente eran súbditos de Minos, se llamaban léleges y moraban en las islas, sin pagar ningún tributo (hasta donde puedo remontarme de oídas), pero siempre que lo pedía Minos, le tripulaban las naves; y como Minos había sometido muchas tierras y era afortunado en la guerra, hacia este mismo tiempo el pueblo cario era con mucho el más famoso de todos. E inventó tres cosas que los griegos han utilizado, pues fue quien enseñó a sujetar penachos a los morriones y a pintar las empresas en los escudos; y fueron los primeros en ponerles asas, pues hasta entonces todos los que acostumbraban usar escudo le llevaban sin asas, y lo manejaban con unos tabalíes de cuero que ceñían el cuello y el hombro izquierdo. Luego, mucho tiempo después, los dorios y los jonios arrojaron de las islas a los carios, y así pasaron al continente.

Eso es lo que dicen las cretenses con respecto a los carios; pero ellos pretenden ser originarios del continente, y haber tenido siempre el mismo nombre que ahora; y alegan el antiguo templo de Zeus cario, en Milasa, el cual es común a los misios y a los lidios, como hermanos que son de los carios, pues dicen que Lido y Miso fueron hermanos de Car. A estos pueblos les es común no así a cuantos tengan otro origen, aunque hablen la misma lengua que los carios.


172

Los caunios, a mi entender, son originarios del país; no obstante, pretenden proceder de Creta. En cuanto a la lengua, se han arrimado al pueblo cario -o los carios al caunio: no lo puedo juzgar con exactitud-, pero tienen unas costumbres muy diferentes de los demás hombres y de los carios mismos. Para ellos es muy honesto reunirse para beber en grupo hombres, mujeres y niños, según la edad y grado de amistad. Habían adoptado cultos extranjeros; pero arrepintiéndose después, y no queriendo tener más dioses que los de sus padres, tomaron las armas todos los caunios adultos, y golpeando con sus lanzas el aire, llegaron hasta los confines de Calinda diciendo que echaban de su país a los dioses extranjeros.


173

Tales son las costumbres que observan. Los licios proceden originariamente de Creta, que en lo antiguo estuvo toda poblada de bárbaros. Cuando los hijos de Europa, Sarpedón y Minos, se disputaron en Creta el imperio, al quedar Minos vencedor en la contienda echó a Sarpedón y a sus partidarios. Los expulsados aportaron a Miliade, comarca del Asia, pues la que al presente ocupan los licios era antiguamente la Milfade, y los milias se llamaban entonces sólimos. Mientras Sarpedón tenía el mando de los licios, éstos se llamaban termilas, nombre que habían traído consigo y con el que todavía ahora son llamados los licios por sus vecinos. Pero, después que Lico, hijo de Pandión, arrojado también por su hermano Egeo, llegó a Atenas y se refugió entre los termilas junto a Sarpedón, con el tiempo, por el nombre de Lico, se llamaron licios. Sus usanzas en parte son cretenses, y en parte carias; he aquí una muy particular en la que no se parecen al resto de los hombres: se llaman por sus madres y no por sus padres; si uno pregunta a su vecino quién es, le dirá su abolengo por parte de madre, y enumerará los antepasados de su madre. Si una ciudadana se junta con un esclavo, los hijos son tenidos por ingenuos; pero si un ciudadano, aunque sea el primero entre ellos, tiene una mujer extranjera o una concubina, los hijos son infames.


174

Los carios, sin dar muestra alguna de valor, fueron esclavizados por Hárpago; ni los mismos carios dieron muestra alguna de valor ni todos los griegos que moran en aquella región, y moran entre otros los cnidios, colonos de los lacedemonios, cuyo país mira al mar (y se llama en particular el Triopio) y empieza en la península de Bibaso: toda la Cnidia, salvo una pequeña parte, está rodeada por el mar, pues la limita por el Norte el golfo Cerámico, y por el Sur el mar de Sima y de Rodas. En esa pequeña parte, que era de unos cinco estadios, cavaron los cnidios un canal, queriendo hacer que toda la región fuese una isla, mientras Hárpago sometía a la Jonia. Y en efecto, más acá del canal, toda era isla, pues el istmo en que cavaban está en la parte en que el territorio de Cnidia termina en el continente. Los cnidios trabajaban con mucha mano de obra pero, notando que los trabajadores padecían más de lo razonable y natural en todas las partes del cuerpo, y particularmente en los ojos, al romper la piedra, enviaron mensajeros a Delfos para consultar por la dificultad. La Pitia, según cuentan los mismos cnidios, les respondió así, en verso trímetro:

Ni canales ni muros en el istmo:
Zeus la formará isla, si quisiese
.

Al responder esto la Pitia, suspendieron los cnidios la excavación, y cuando Hárpago vino contra ellos con su ejército, se entregaron sin combate.


175

Más allá de Halicarnaso moraban tierra adentro los pedaseos. Siempre que a éstos o a sus vecinos les amenaza algún desastre, le sale una gran barba a la sacerdotisa de Atenea, cosa que les sucedió tres veces. Los pedaseos fueron los únicos en toda la Caria que por algún tiempo hicieron frente a Hárpago, y no le dejaron en paz fortificando el monte que se llama Lida.


176

Los pedaseos, pues, al cabo de algún tiempo fueron derrotados. Cuando Hárpago condujo sus tropas a la llanura de Janto, salieron los licios, y peleando pocos contra muchos, demostraron su valor; pero derrotados y encerrados en la ciudad, reunieron en la acrópolis a sus mujeres, hijos, dinero y esclavos, y luego prendieron fuego y quemaron toda la acrópolis. Tras esto, después de obligarse con terribles juramentos, dieron un rebato, y todos murieron peleando. De los jantios que ahora pretenden ser licios, los más son advenedizos, salvo ochenta familias. Estas ochenta familias se hallaban a la sazón fuera de su patria, y así se salvaron. De este modo se apoderó Hárpago de la ciudad de Janto, y de modo semejante se apoderó de la de Cauno, porque los caunios imitaron en todo a los licios.


177

Hárpago asolaba el Asia occidental y Ciro en persona el Asia oriental, sometiendo toda nación, sin perdonar a ninguna. Pasaremos en silencio la mayor parte; recordaré aquellas que le dieron más que hacer y que son más dignas de narrarse.


178

Ciro, cuando tuvo bajo su mano todo el continente, atacó a los asirios. La Asiria tiene, sin duda, muchas y grandes ciudades, pero la más renombrada y fuerte, donde se encontraba el palacio real, después de la destrucción de Nínive, era Babilonia, que tiene la siguiente forma: se halla en una gran llanura, en un cuadrado, y cada frente tiene ciento veinte estadios de largo; estos estadios del contorno de la ciudad son en total cuatrocientos ochenta. Éste es, pues, el tamaño de la ciudad de Babilonia, y estaba ordenada como ninguna otra ciudad que nosotros sepamos. Primeramente la rodea un foso profundo, ancho y lleno de agua. Después una muralla que tiene de ancho cincuenta codos reales, y doscientos de alto, y el codo real es tres dedos más grande que el común.


179

Debo explicar además en qué se empleó la tierra sacada del foso, y cómo se hizo la muralla. Al mismo tiempo que cavaban el foso hacían ladrillos con la tierra que sacaban de la excavación y, después de formar suficiente número de ladrillos, los cocían en hornos. Después, usando como argamasa asfalto caliente e intercalando cada treinta filas de ladrillos unos zarzos de cañas, construyeron primero los bordes del foso, luego, y del mismo modo, la muralla misma. En lo alto de ésta, a lo largo del borde, fabricaron unas casillas de una sola pieza, las unas frente a las otras, y en medio de las casillas dejaron suficiente espacio para que pudiese circular una carroza. En el recinto de los muros hay cien puertas, todas de bronce lo mismo que sus quicios y dinteles. A ocho jornadas de camino de Babilonia hay otra ciudad, su nombre es Is. Allí hay un río no muy grande; el nombre del río es también Is; vierte su corriente en el río Eufrates. Este río Is lleva junto con su corriente muchos grumos de asfalto, de donde se transportó el asfalto para los muros de Babilonia.


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De este modo, pues, se hicieron las murallas de Babilonia. La ciudad está dividida en dos partes, porque por medio de ella pasa el río grande, profundo y rápido, que desemboca en el mar Eritreo. La muralla, haciendo un recodo a cada lado, va a dar al río, y desde allí a lo largo del río, en una y otra orilla se extiende una albarrada de ladrillos cocidos. La ciudad, llena de casas de tres y cuatro pisos, está cortada en calles rectas, tanto las transversales que corren al río como las restantes. Frente a cada calle había en la albarrada, a lo largo del río, unas poternas en número igual al de los caminos. También eran de bronce y llevaban al río mismo.


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Ese muro es la coraza de la ciudad; por dentro corre otro muro no mucho más débil que el otro, aunque más estrecho. En cada una de las dos partes de la ciudad había en el centro un lugar fortificado: en una el palacio real, con un muro grande y fuerte, y en la otra el templo de Zeus Belo con puertas de bronce. Este templo, que todavía duraba en mis días, es un cuadrado de dos estadios de lado. En medio del templo está construida una torre maciza que tiene un estadio de largo y otro de ancho. Sobre esta torre se levanta otra, y sobre ésta una tercera, hasta llegar a ocho torres. La rampa que lleva a ellas está construída por fuera en círculo alrededor de todas las torres, y a la mitad de la rampa hay un rellano con asientos para descansar, donde se sientan y descansan los que suben. En la última torre se encuentra un gran templo y dentro del templo hay una gran cama muy bien puesta y a su lado una mesa de oro. No está colocada allí estatua ninguna, y no puede quedarse de noche persona alguna, fuera de una sola mujer, hija del país, a quien entre todas escoge el dios, según refieren los caldeos, que son los sacerdotes de ese dios.


182

Dicen estos mismos (dicho que para mí no es creíble) que viene por la noche el dios mismo y reposa en la cama, del mismo modo que sucede en Tebas de Egipto, según los egipcios (pues también allí duerme una mujer en el templo de Zeus Tebano, y aseguran que ambas mujeres no tienen comunicación con hombre alguno), y del mismo modo que sucede en Pátara de Licia, donde la sacerdotisa del dios, cuando está -pues no siempre hay allí oráculo-, pero cuando está, queda por la noche encerrada en el templo.


183

En el templo de Babilonia hay abajo otro templo, donde se halla una gran estatua de oro de Zeus sentado; junto a ella una gran mesa de oro, y la silla y el escabel son de oro, y el todo, según dicen los caldeos, está hecho con ochocientos talentos de oro. Fuera del templo, hay un altar de oro. Hay también otro altar grande donde se sacrifican las reses crecidas, pues en el altar de oro no es lícito sacrificar sino víctimas tiernas. Todos los años, cuando celebran la fiesta de este dios, los caldeos queman en el altar mayor mil talentos de incienso. En ese templo había además en aquel tiempo una estatua de doce codos, de oro macizo; yo por mi parte no la he visto, pero refiero lo que dicen los caldeos. Darío, hijo de Histaspes puso asechanzas a esta estatua, pero no se atrevió a tomarla, pero Jerjes, hijo de Darío, la tomó y dió muerte al sacerdote que prohibía mover la estatua. Tal es el adorno de este templo; hay además muchas ofrendas particulares.


184

Entre los muchos reyes de Babilonia que sin duda adornaron las murallas y templos, y de los cuales haré memoria en las historias de Asiria, hubo en particular dos mujeres. La que reinó primero, que vivió cinco generaciones antes de la segunda y se llamó Semíramis, levantó en la llanura unos terraplenes dignos de verse: antes el río solía anegar toda la llanura.


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La reina que nació después de ésta y se llamó Nitocris fue más sagaz que la que había reinado antes, no sólo porque dejó monumentos que describiré, sino también porque viendo que el imperio de los medos era grande y no pacífico, y había ido conquistando varias ciudades, entre ellas Nínive, tomó contra ellos todas las cautelas que pudo. Primeramente, convirtió el Eufrates, que corre por medio de la ciudad, y antes era recto, en un río tan sinuoso (mediante los canales que hizo abrir en lo alto) que en su curso toca tres veces a una de las aldeas de Asiria; y ahora, los que se trasladan desde el Mediterráneo a Babilonia, al bajar por el Eufrates, en tres días llegan tres veces a la misma aldea. Así hizo esta obra; y a lo largo de cada orilla del río levantó un terraplén digno de admiración por el tamaño y altura que tiene. Y en un lugar mucho más alto que Babilonia, mandó hacer un estanque para una laguna poco distante del mismo río. En cuanto a la profundidad, hizo dar con el agua viva, y en cuanto a extensión, le dió cuatrocientos veinte estadios de contorno, y empleó la tierra que salió de aquella excavación para depositarla en las orillas del río. Después que estuvo excavada, hizo traer piedras y la rodeó de un parapeto. Hizo esas dos obras, la sinuosidad del río y la excavación de todo el pantano, para que quebrándose la corriente del río, en varias vueltas, fuese más lenta, la navegación a Babilonia más larga y después de la navegación se tuviese que dar un largo rodeo a la laguna. Por esta razón hizo Nitocris esas obras en la parte del país donde estaban los pasos y el atajo del camino de la Media, para impedir que los medos tuviesen trato con los asirios y se enterasen de sus asuntos.


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Resguardó la ciudad con esta excavación y por añadidura sacó esta otra ventaja. Estando Babilonia dividida en dos partes y hallándose en medio el río, en tiempo de los reyes anteriores cuando uno quería pasar de una parte a la otra, era preciso pasar en barca; lo que, según pienso, era enojoso. Nitocris proveyó también a esto, pues, después de excavar el estanque para la laguna, dejó de la misma obra otro recuerdo: hizo cortar piedras grandísimas, y cuando estuvieron dispuestas las piedras y excavado el lugar, desvió toda la corriente del río al lugar excavado. Mientras éste se iba llenando, seco ya el antiguo cauce, Nitocris por una parte revistió las orillas del río que cruza la ciudad y las callejas que llevan las poternas al río con ladrillos cocidos, del mismo modo que para la muralla; y por otra parte construyó un puente, más o menos en el medio de la ciudad, con las piedras que había excavado, uniéndolas con hierro y plomo. Todas las mañanas hacía tender sobre el puente unos maderos cuadrados, sobre los cuales pasaban los babilonios, y durante la noche quitaban esos maderos, para que la gente no cruzase de noche y se robasen unos a otros. Después, cuando la excavación se transformó en una laguna llena, gracias al río, y la obra del puente estuvo en orden, volvió a llevar el río Eufrates de la laguna a su antiguo cauce, y así la transformación de la excavación en un pantano pareció oportuna, y los ciudadanos tuvieron aparejado su puente.


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Esta misma reina urdió también la siguiente astucia. Encima de las puertas más frecuentadas de la ciudad hizo construir su sepulcro, suspendido en lo alto de las mismas puertas, y grabó en el sepulcro una inscripción que decía así: Si alguno de los reyes de Babilonia que vengan después de mí escaseare de dinero, abra el sepulcro y tome cuanto quiera; pero si no escaseare no le abra por otro motivo: porque no redundará en su provecho. Este sepulcro permaneció intacto hasta que el reino recayó en Darío. Terrible cosa parecía a Darío no servirse de aquella puerta, y no aprovecharse del dinero que estaba a mano cuando la inscripción misma le instaba a ello. Y no se servía de la puerta por motivo de que al pasar por ella hubiera tenido un muerto sobre su cabeza. Abrió el sepulcro y no encontró dinero, pero sí el cadáver y una inscripción que decía así: Si no fueses insaciable de dinero y amigo de torpe lucro, no abrirías los ataúdes de los muertos.


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Tal fue, según cuentan, la reina Nitocris. Ciro entró en campaña contra el hijo de esta mujer, que llevaba el nombre de su padre, Labineto, y reinaba entonces en Asiria. El gran rey entra en campaña, bien provisto de víveres y ganados traídos de su casa y también lleva consigo agua del río Coaspes, que pasa por Susa, y es el único río del que bebe el rey, y no de ningún otro. Adonde quiera que viaja le siguen muchísimos carros de cuatro ruedas, tirados por mulas; los cuales transportan en vasijas de plata agua hervida de este río Coaspes.


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Cuando Ciro, marchando a Babilonia, llegó al Gindes (río que tiene sus fuentes en las montañas macienas, y corriendo después por el territorio de los dardaneos desemboca en otro río, el Tigris, que pasa por la ciudad de Opis y desemboca en el mar Eritreo); pues cuando Ciro trató de pasar aquel río, que es navegable, uno de sus sagrados caballos blancos saltó por fuerza al río y quiso pasarlo; pero el río le cubrió y le arrastró bajo las aguas. Ciro se enojó mucho ante el insulto del río, y le amenazó con dejarle tan desvalido, que en lo sucesivo hasta las mujeres lo atravesarían sin mojarse la rodilla. Después de esta amenaza, abandonó la expedición contra Babilonia, dividió su ejército en dos partes, y así dividido en cada orilla del Gindes tendió unos cordeles con los que marcó ciento ochenta acequias, orientadas en toda dirección; alineó sus tropas y les ordenó cavar; y como era tanta la muchedumbre que trabajaba, llevó a cabo la labor pero en ese trabajo pasaron allí todo el verano.


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Después que Ciro castigó al río Gindes dividiéndole en trescientos sesenta canales, cuando asomaba ya la primavera siguiente, marchó contra Babilonia. Los babilonios salieron armados y le aguardaron; cuando en su marcha llegó cerca de la ciudad, le presentaron batalla, y derrotados se encerraron en la ciudad fuerte. Pero como bien sabían de antemano que Ciro no se estaba quieto, pues le veían acometer igualmente a todos los pueblos, abastecieron la ciudad de víveres para muchos años, y por entonces no hacían ningún caso del sitio. Ciro no sabía qué partido tomar viendo que pasaba tanto tiempo sin que en nada adelantase su empresa.


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Ya fuese, pues, que alguno se lo aconsejase viéndole en apuro o que él mismo advirtiese lo que había de hacer, tomó esta resolución: formó todas sus tropas, unas desde la entrada del río, en la parte por donde entra en la ciudad, y otras en la parte detrás de la ciudad por donde el río sale, y ordenó al ejército que luego que viese que la corriente se había hecho vadeable, entrasen en la ciudad por ese camino. Después de esas disposiciones y de esas instrucciones se marchó con los hombres inútiles para el combate. Al llegar a la laguna, hizo lo mismo que había hecho la reina Nitoeris con el río y la laguna. Por medio de un canal llevó el río a la laguna que estaba hecha un pantano, y así al bajar el río, hizo vadeable el antiguo cauce. Cuando esto se logró, los persas, apostados para ello, penetraron en Babilonia por el cauce del Éufrates, que había bajado más o menos a la altura de la mitad del muslo. Si los babilonios hubiesen sabido o hubiesen advertido por anticipado lo que se hacía por orden de Ciro, hubieran permitido a los persas entrar en la ciudad y los hubieran hecho morir miserablemente. Porque con cerrar todas las poternas que dan al río, y subirse a las albarradas que recorren sus orillas, los hubieran cogido como en nasa. Pero los persas se presentaron de improviso y, según dicen los habitantes de la ciudad, estaban ya prisioneros los que moraban en los extremos de ella, y los que vivían en el centro no se daban cuenta, a causa del tamaño de la ciudad, y como casualmente tenían una fiesta, durante ese tiempo bailaban y se regalaban, hasta que se enteraron sobradamente.


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De este modo fue tomada entonces Babilonia por primera vez. Demostraré cuán grande es la riqueza de los babilonios con muchas pruebas y entre ellas la siguiente: el gran rey tiene repartida toda la tierra sobre la que manda de modo que, además del tributo suministre alimento para él y para el ejército. De los doce meses que forman el año, hay cuatro en que lo alimenta la comarca de Babilonia, y en los otros ocho lo restante del Asia. Así, la Asiría constituye por su riqueza la tercera parte de toda el Asia. Y el gobierno de esta región, que los persas llaman satrapía, es con mucho el principal de todos, ya que Tritantecmes, hijo de Artabazo, gobernador de esa provincia por el rey, percibía diariamente una drtaba llena de plata (la drtaba es una medida persa que contiene tres quénices áticos más que un medimno ático). Tenía de su propiedad, sin contar los caballos de guerra, ochocientos caballos padres y dieciséis mil yeguas. Y era tanta la abundancia de perros indios que criaba, que cuatro grandes aldeas de la llanura, exentas de las demás contribuciones, tenían cargo de dar alimento a estos perros.


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Tales riquezas tenía el gobernador de Babilonia. En la tierra de los asirios llueve poco; ese poco es lo que hace crecer la raíz del trigo; regada con el agua del río, la mies madura, y el grano llega a sazón. Pero no como en Egipto, donde el río mismo crece e inunda los sembrados, sino regando a mano o con norias. Porque toda la región de Babilonia, del mismo modo que el Egipto, está cortada por canales; y desde el Éufrates llega a otro río, el Tigris, en cuya orilla se halla Nínive.

Ésta es con mucho la mejor tierra que sepamos para producir el fruto de Deméter; bien que ni siquiera intenta producir los otros árboles, como la higuera, la vid y el olivo. Pero en el fruto de Deméter es tan feraz, que da por lo general doscientos por uno; y cuando más se supera a sí misma llega a trescientos. Allí las hojas del trigo y de la cebada llegan fácilmente a tener cuatro dedos de ancho; el mijo y el sésamo llegan a ser árboles de tal tamaño que, aunque lo tengo averiguado, no haré memoria de ello, pues sé bien que también ha parecido en extremo increíble a los que no han visitado la comarca de Babilonia cuanto dije tocante a los granos. No usan para nada aceite sino que hacen un ungüento de sésamo. Tienen palmas, que nacen en toda la llanura, y las más de ellas dan fruto con el cual preparan alimento, vino y miel. Las cuidan como a las higueras; en particular toman el fruto de las palmas que los griegos llaman machos y los atan a las que dan los dátiles, para que el cínife penetre en el dátil y lo madure y no caiga el fruto de la palma, pues la palma macho cría en el fruto cínifes lo mismo que el cabrahigo.


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Voy a explicar lo que para mí, después de la ciudad misma, es la mayor de todas las maravillas de aquella tierra. Los barcos en que navegan río abajo a Babilonia son redondos y todos de cuero. En la región de Armenia situada río arriba con respecto a Asiria, cortan sauces y fabrican las costillas del barco; por fuera extienden sobre ellas para cubrirlas unas pieles, a modo de suelo, sin separar las costillas para formar la popa ni juntarlas para formar la proa, antes bien lo hacen redondo como un escudo; rellenan toda esta embarcación de paja, la cargan de mercadería y la botan para que la lleve el río. Transportan sobre todo tinajas de vino de palma. Dos hombres en pie gobiernan el barco por medio de dos remos a manera de palas; el uno empuja el remo hacia adentro y el otro hacia afuera. Estos barcos se construyen unos muy grandes y otros menores; los más grandes llevan una carga de hasta cinco mil talentos. En cada barco va un asno vivo, y en los más grandes van muchos. Luego que han llegado a Babilonia y despachado la carga, venden en almoneda las costillas y toda la paja del barco. Cargan después en sus asnos los cueros, y parten para la Armenia, porque es del todo imposible navegar río arriba, a causa de la rapidez de su corriente. Y por eso también no fabrican los barcos de maderos, sino de cueros. Cuando, arreando sus asnos, llegan de vuelta a la Armenia, hacen del mismo modo otros barcos.


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Tales, pues, son sus barcos. Llevan esta ropa: se ponen una túnica talar de lino, y sobre ésta otra de lana; y se envuelven en un manto blanco; usan el calzado del país, parecido a los zapatos de Beocia. Se dejan crecer el cabello y lo atan con mitras y se ungen todo el cuerpo. Cada uno tiene sello y un bastón labrado y en el puño de cada bastón está labrada una manzana, o una rosa, o un lirio, o un águila u otra cosa semejante; pues no acostumbran llevar el bastón sin algún emblema.


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Tal, pues, es su atavío. Las costumbres establecidas entre ellos son las siguientes y a mi parecer ésta (de la que según oigo decir, usan también los énetos de Iliria) es la más sabia. En cada aldea, una vez al año, se hace lo siguiente: reunían cada vez cuantas doncellas tenían edad para casarse y las conducían a un sitio; en torno de ellas había una multitud de hombres en pie. Un pregonero las hacía levantar una tras una y las iba vendiendo, empezando por la más hermosa de todas. Después de venderse ésta por mucho oro, pregonaba a la que seguía en hermosura, y las vendían para esposas. De este modo los babilonios ricos que estaban por casarse, pujando unos con otros, adquirían las más lindas. Pero los plebeyos que estaban por casarse y para nada necesitaban una buena presencia, recibían dinero y las doncellas más feas. Pues cuando el pregonero acababa de vender a las más hermosas hacía poner en pie a la más fea o a una estropeada si alguna había, y pregonaba quién quería casarse con ella recibiendo menos dinero, hasta adjudicarla al que la aceptaba con la menor suma. El dinero provenía de las hermosas y así las bellas colocaban a las feas y estropeadas. A nadie le era permitido colocar a su hija con quien quisiera, ni llevarse la doncella sin fiador aunque la hubiera comprado; había que dar fiadores de que se casaria con ella y así llevárselas; si no se ponían de acuerdo, mandaba la ley devolver el dinero. También estaba permitido comprar mujer a quien quisiera hacerlo aun viníendo de otra aldea. Tal era la mejor costumbre que tenían, pero ahora no subsiste. Recientemente han inventado otro uso, a fin de que no sufran perjuicio las doncellas, ni sean llevadas a otro pueblo. Como después de la toma de la ciudad muchas familias han sufrido desgracia y ruina, todo plebeyo falto de medios de vida prostituye a sus hijas.


197

Sigue en sabiduría esta otra costumbre que tienen establecida. Sacan los enfermos a la plaza, pues no tienen médicos. Se acercan los transeúntes al enfermo y le aconsejan sobre su enfermedad, si alguno ha sufrido un mal como el que tiene el enfermo o ha visto a alguien que lo sufriese; se acercan y le aconsejan todo cuanto hizo él mismo para escapar de semejante enfermedad, o cuanto vió hacer a otro que escapó de ella. No les está permitido pasar de largo sin preguntar al enfermo qué mal tiene.


198

Entierran sus muertos en miel; sus endechas son parecidas a las del Egipto. Todas las veces que un marido babilonio tiene comunicación con su mujer, quema incienso y se sienta al lado, y lo mismo hace la mujer sentada en otro sitio. Al amanecer los dos se lavan y no tocan vasija alguna antes de lavarse. Esto mismo hacen también los árabes.


199

La costumbre más infame de los babilonios es ésta: toda mujer natural del país debe sentarse una vez en la vida en el templo de Afrodita y unirse con algún forastero. Muchas mujeres orgullosas por su opulencia, se desdeñan de mezclarse con las demás, van en carruaje cubierto y quedan cerca del templo; les sigue gran comitiva. Pero la mayor parte hace así: muchas mujeres se sientan en el recinto de Afrodita llevando en la cabeza una corona de cordel; las unas vienen y las otras se van. Quedan entre las mujeres unos pasajes tirados a cordel, en todas direcciones, por donde andan los forasteros y las escogen. Cuando una mujer se ha sentado allí, no vuelve a su casa hasta que algún forastero le eche dinero en el regazo, y se una con ella fuera del templo. Al echar el dinero, debe decir: Te llamo en nombre de la diosa Milita. Las asirias llaman Milita a Afrodita. Como quiera que sea la suma de dinero, la mujer no la rehusará: no le está permitido, porque ese dinero es sagrado; sigue al primero que le echa dinero, y no rechaza a ninguno. Después de la unión, cumplido ya su deber con la diosa, vuelve a su casa, y desde entonces por mucho que le des no la ganarás. Las que están dotadas de hermosura y talla, pronto se vuelven; pero las que son feas se quedan mucho tiempo sin poder cumplir la ley, y algunas quedan tres y cuatro años. Existe en ciertas partes de Chipre una costumbre semejante a ésta.


200

Éstas son las costumbres establecidas entre los babilonios. Tienen tres tribus que no comen nada sino pescado solamente; después de pescarlo y secarlo al sol, lo preparan así: lo echan en un mortero, lo machacan con pilones y lo tamizan a través de un lienzo y, el que quiere lo come amasado como pasta y el que quiere lo cuece como pan.


201

Después que Ciro sometió también a este pueblo, quiso reducir a su obediencia a los masigetas. Dícese que esta nación es grande y valiente. Está situada hacia la aurora y el sol levante, más allá del río Araxes, y frente a los isedones. Hay quienes digan que este pueblo es escítico.


202

El río Araxes según unos es mayor y según otros menor que el Istro. Dicen que hay en él muchas islas tan grandes como la de Lesbos, y que los habitantes viven en el verano de las raíces de toda especie que arrancan; guardan como sustento los frutos maduros de los árboles, y de ellos se alimentan durante el invierno. Se dice que han descubierto ciertos árboles que producen una fruta de la propiedad siguiente: cuando se reúnen en grupos en un punto, encienden fuego, se sientan alrededor y arrojan esa fruta; mientras se quema aspiran su olor, y se embriagan con él como los griegos con el vino, y cuanta más fruta arrojan, tanto más se embriagan, hasta que se levantan a bailar y cantar.

El río Araxes corre desde el país de los macienos (de donde sale también el Gindes, al cual dividió Ciro en trescientos sesenta canales) y desagua por cuarenta bocas; todas ellas menos una van a ciertas lagunas y pantanos, donde se dice que viven unos hombres que se alimentan de pescado crudo y acostumbran usar como vestido pieles de focas. Aquella boca única del Araxes corre por terreno despejado al mar Caspio.


203

El mar Caspio es un mar aparte y no se mezcla con el restante mar, mientras el mar todo en que navegan los griegos y el que está más allá de las columnas de Heracles, y llaman Atlántico, como también el Eriuco, son todos uno mismo. Pero el Caspio es otro mar aparte; su largo es de quince días de navegación a remo, y su anchura, donde más ancho es, de ocho días. Por la orilla que mira a Occidente, corre el Cáucaso, que en extensión es el mayor y en elevación el más alto de los montes. El Cáucaso encierra dentro de si muchas y variadas naciones, las cuales viven casi totalmente de frutos silvestres. Dicese que hay entre éstos árboles que producen hojas de tal suerte que machacadas y mezcladas con agua, pintan con ellas figuras en sus vestidos y esas figuras no se borran con el lavado, y duran tanto como la lana misma, como si estuviesen desde el principio entretejidas. También se dice de estas gentes que tienen comercio en público como el ganado.

204

Así, pues, la orilla de este mar Caspio que mira a Occidente continúa con una llanura de inmensa extensión cuyos limites no puede alcanzar la vista. De esta gran llanura una parte y no la menor de ella, la ocupan los maságetas, contra quienes Ciro tuvo deseo de hacer guerra. Muchos y grandes eran los motivos que le ensoberbecian e impulsaban. El primero, su nacimiento, la creencia de que era más que hombre; el segundo, la fortuna que tenía en sus guerras, pues adondequjera dirigía Ciro sus campañas, ningún pueblo podía escapar.


205

Era una mujer quien reinaba entre los maságetas, a la muerte de su marido. Su nombre era Tómiris. Ciro envió una embajada para pretenderla, con pretexto de querer tenerla por mujer. Pero Tómiris comprendiendo que no la pretendía a ella sino al trono de los maságetas, le negó la entrada. Tras esto, como con astucia no adelantaba, Ciro se dirigió al Araxes, y abiertamente hizo expedición contra los maságetas, echando puentes sobre el río para el pasaje del ejército y levantando torres sobre las naves que atravesaban el río.


206

Mientras Ciro se ocupaba de este trabajo, le envió Tómiris un mensajero y le dijo: Rey de los medos, deja de afanarte en lo que te afanas, ya que no puedes saber si el cumplimiento de esta empresa redundará en tu provecho. Déjala, reina en tu propia tierra, y permítenos gobernar lo que gobernamos. Pero tú no querrás poner en práctica estos consejos, y preferirás cualquier cosa antes que vivir en paz. Pues si tanto deseas poner a prueba el valor de los maságetas, ea, deja esa faena que has tomado de echar puentes sobre el río. Nosotros nos retiraremos tres jornadas de camino del río, y tú pasa a nuestra tierra; o si prefieres aguardarnos, haz tú lo mismo. Oído el mensaje, convocó Ciro a los persas principales, y una vez reunidos les expuso el asunto y les pidió su parecer sobre cuál de los dos partidos seguiría. Todos convinieron en exhortarle a esperar a Tómiris y a su ejército en el territorio persa.


207

Creso el lidio, que se hallaba presente, desaprobó tal dictamen y manifestó una opinión contraria a la expuesta en estos términos: Rey, ya dije otras veces que, ya que Zeus me ha entregado a ti, con todas mis fuerzas estorbaré cualquier desastre que vea amenazar a tu casa. Mis desgracias, aunque amargas, se han tornado enseñanzas. Si te consideras inmortal, y jefe de un ejército inmortal, ninguna necesidad tendría de manifestarte mi opinión; pero, si adviertes que tú también eres un hombre y que mandas a otros hombres, considera ante todo que las cosas humanas son una rueda, que al rodar no deja que unos mismos sean siempre afortunados. Y así, en el asunto propuesto, soy de parecer contrario a los presentes. Pues si decidimos recibir el enemigo en tu tierra, mira el peligro que hay en ello: vencido, pierdes todo el imperio, pues es claro que, si vencen los maságetas, no se retirarán huyendo sino que avanzarán hacia tus dominios. Vencedor, no ganas tanto como si, venciéndoles en su propio país, persiguieras a los maságetas fugitivos; pues invertiré la misma alternativa: después de vencer a los que se te oponen marcharás en derechura contra el reino de Tómiris. Aparte estas razones, sería vergonzoso para Ciro, hijo de Cambises, ceder ante una mujer y abandonar el territorio. Ahora, pues, me parece que pasemos el río, y avancemos tanto como ellos se retiren; y luego procuremos vencerlos de este modo: según he oído los maságetas no tienen experiencia de las delicias persas, ni han gustado grandes goces. A tales hombres convendría prevenirles en nuestro campo un banquete, sin ahorrar nada, degollando y aderezando muchas reses, y agregando además, sin ahorrar nada, crateras de vino puro y todo género de manjares. Hecho esto, dejaríamos lo más flojo del ejército, y los restantes nos retiraríamos hacia el río. Si no yerra mi consejo, al ver tantas delicias, se abalanzarán a ellas y nos permitirán entonces hacer demostración de grandes hazañas.

208

Éstos fueron los pareceres. Ciro, desechando el primero y adoptando el de Creso, envió a decir a Tómiris que se retirase, porque él pasaría el río y marcharía contra ella. Retiróse ella, en efecto, como antes lo había manifestado. Ciro puso a Creso en manos de su hijo Cambises, a quien entregaba el reino, encargándole que le honrase y tratase bien si no resultaba feliz la expedición contra los maságetas. Después de tales recomendaciones y de despacharles a Persia, él con su ejército cruzó el río.


209

Una vez pasado el Araxes, a la noche, mientras dormía Ciro en tierra de los maságetas, tuvo esta visión: le pareció ver en sueños al hijo mayor de Histaspes, con alas en los hombros, una de las cuales cubría con su sombra el Asia y la otra, Europa. Histaspes, hijo de Arsames, pertenecía a la familia de los Aqueménidas, y el mayor de sus hijos era Darío, que tenía entonces más o menos veinte años; se había quedado en Persia, por no tener edad para la milicia. Luego que despertó, Ciro meditó consigo mismo sobre su visión, y como le pareciese importante, llamó a Histaspes, y quedándose con él a solas, le dijo: Histaspes, tu hijo está convicto de conspirar contra mí y contra mi soberanía. Vaya indicarte cómo lo sé exactamente. Los dioses cuidan de mí y me muestran por anticipado lo que me amenaza; la noche pasada, pues, vi entre sueños, que el mayor de tus hijos tenía alas en los hombros, una de las cuales cubría con su sombra el Asia, y la otra, Europa. Es imposible, según esta visión, que Dario no esté conspirando contra mí. Márchate, pues, a Persia a toda prisa y haz de modo que, cuando yo vuelva allí, conquistado ya este país, me presentes a tu hijo a interrogatorio.


210

Esto dijo Ciro, creyendo que Dario conspiraba contra él; pero la divinidad le pronosticaba que él había de morir allí y su reino recaerÍa en Darío. Entonces le respondió Histaspes: Rey, no viva ningún pena que conspire contra ti, y si vive, perezca cuanto antes. Tú fuiste quien hiciste a los persas libres de esclavos, y de súbditos de otros, señores de todos. Si alguna visión te anuncia qúe mi hijo trama una sedición contra ti, yo te lo entrego, para que hagas de él lo que quieras.


211

En estos términos respondió Histaspes, cruzó el río y se marchó a fin de custodiar para Ciro a su hijo Darío. Ciro avanzó a una jornada de camino del Araxes y puso por obra los consejos de Creso: retrocedió después hacia el río con la parte más escogida del ejército persa dejando alli la inútil. La tercera parte del ejército de los maságetas cargó sobre los que habían sido dejados de las tropas de Ciro, y aunque se defendieron, los mató. Y después de vencer a sus contrarios, viendo la mesa servida, se recostaron y comieron, y hartos de comida y de vino se quedaron dormidos. Sobrevinieron los persas, mataron a muchos y cogieron vivos a muchos más, entre otros al hijo de la reina Tómiris, que dirigía el ejército de los maságetas y cuyo nombre era Espargapises.


212

Informada Tómiris de lo sucedido con su ejército y con su hijo, envió un heraldo a Ciro, y le dijo: Ciro, insaciable de sangre, no te ensoberbezcas por lo sucedido, si merced al fruto de la viña (con el cual vosotros mismos, cuando os llenáis, enloquecéis de tal modo que al bajaros el vino al cuerpo rebosáis de malas palabras), si merced a semejante veneno venciste a mi hijo con astucia y no midiendo fuerzas en batalla. Ahora, pues, toma el buen consejo que voy a darte. Devuélveme a mi hijo y sal impune de este territorio, a pesar del agravio que hiciste a la tercera parte del ejército. Y si no lo haces así, te juro por el sol, señor de los maságetas, que aunque insaciable de sangre, te hartaré de ella.


213

Ciro no hizo ningún caso de estas palabras. Espargapises, el hijo de la reina Tómiris, así que volvió de su embriaguez y se dió cuenta de la desgracia en que se hallaba, solicitó y obtuvo de Ciro le quitase las cadenas y en cuanto quedó libre y dueño de sus manos, se mató.


214

De este modo murió Espargapises. Como Ciro no le diese oído, Tómiris reunió todas sus fuerzas y le atacó. Juzgo que esta batalla fue la más reñida de cuantas batallas han dado jamás los bárbaros. Según mis noticias, pasó de este modo: ante todo, cuentan que se lanzaron sus flechas a distancia; luego, ya lanzadas las flechas, vinieron a las manos y se acometieron con sus lanzas y dagas. Continuaron combatiendo largo tiempo, sin querer huir ni los unos ni los otros; al cabo lograron ventaja los maságetas. La mayor parte del ejército persa pereció allí y el mismo Ciro murió después de haber reinado en todo treinta años menos uno. Tómiris llenó un odre de sangre humana, mandó buscar entre los persas muertos el cadáver de Ciro; y cuando lo halló, le metió la cabeza dentro del odre, insultándole con estas palabras: Aunque yo vivo y te he vencido en la batalla, me has perdido al coger con engaño a mi hijo. Pero yo te saciaré de sangre tal como te amenacé. En cuanto al fin que tUvo Ciro, muchas historias se cuentan; yo he contado la más fidedigna para mi.


215

Los maságetas en su vestido y modo de vivir se parecen a los escitas, y son soldados de a caballo y de a pie, arqueros y lanceros, y acostumbran usar de segures. Para todo se sirven del oro y del bronce: para las lanzas, flechas y segures se sirven siempre de bronce; y del oro para adornar la cabeza, los cintos y coseletes. Asimismo, ponen a los caballos un peto de bronce, y emplean el oro para las riendas, el freno y la testera. No hacen uso alguno de la plata y del hierro, porque no hay nada de éstos en el país, pero si infinito oro y bronce.


216

Sus costumbres son éstas: todos se casan, pero todos usan en común de sus mujeres, pues lo que según los griegos hacen los escitas, no son los escitas sino los maságetas los que lo hacen: cuando un maságeta desea a una mujer, cuelga su aljaba delante de su carro y se une con ella tranquilamente. No tienen término fijo de edad, pero cuando uno llega a ser muy viejo, todos los parientes se reúnen, le inmolan junto con una porción de reses, cuecen su carne, y celebran un banquete. Esto se mira entre ellos como la felicidad suprema, pero si alguno muere de enfermedad, no hacen convite con su carne, sino que le entierran y consideran una desgracia que no haya llegado a ser inmolado. No siembran cosa alguna, V viven solamente de sus rebaños y de la pesca que el Araxes les suministra en abundancia. Su bebida es la leche. El único dios que veneran es el sol, a quien sacrifican caballos. El sentido del sacrificio es éste: al más veloz de todos los dioses asignan el más veloz de todos los seres mortales.

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