Índice de Los nueve libros de la historia de Heródoto de HalicarnasoPrimera parte del Libro SegundoTercera parte del Libro SegundoBiblioteca Virtual Antorcha

LIBRO SEGUNDO

EUTERPE

Segunda parte



61

He aquí lo que pasa en Bubastis. Más arriba he dicho cómo celebran la fiesta de Isis en la ciudad de Busiris. Acabado el sacrificio, todos y todas se golpean, millates y millares de hombres. No me es licito decir por quién se golpean. Todos los carios que viven en Egipto hacen mayores extremos, hasta el punto de cortarse la frente con sus navajas, y con esto quedan marcados por extranjeros y no egipcios.


62

Cuando se reúnen en la ciudad de Sais, en la noche del sacrificio, encienden todos muchas lámparas al aire libre alrededor de sus casas. Las lámparas son unos platillos llenos de aceite y sal, en los cuales sobrenada la mecha que arde la noche entera. Esta fiesta se llama la Candelaria. Los egipcios que no concurren a esta fiesta observan la noche del sacrificio, y todos encienden también lámparas, de modo que no sólo arden en Sais, sino por todo el Egipto. Hay un relato sagrado sobre la causa por la que ha deparado a esta noche sus luminarias y sus honras.


63

Cuando van a Heliópolis y a Buto, sólo hacen sacrificios. En Papremis, hacen sacrificios y ritos sagrados como en las otras partes, pero al ponerse el sol, algunos de los sacerdotes están ocupados alrededor de la imagen, mientras la mayoría, con mazas en la mano, se colocan en la entrada del santuario, y otros hombres, más de mil, que cumplen votos, cada cual asimismo con sus palos, se colocan juntos en la otra parte del templo. La víspera transportan la imagen, que está en un templete de madera dorada, a otra sala sagrada. Entonces, los pocos sacerdotes que han quedado alrededor de la imagen, arrastran un carro de cuatro ruedas que lleva el templete y la estatua que está dentro del templete. Los sacerdotes apostados en el vestíbulo no les dejan entrar; pero los que están cumpliendo sus votos, vienen en socorro del dios y les golpean mientras aquéllos se defienden. Armase entonces un recio combate de maza, se rompen la cabeza y aun muchos mueren de las heridas, a lo que creo; los egipcios, sin embargo, dicen que nadie muere. Los del país cuentan que la fiesta se instituyó a raíz de este suceso: vivía en aquel santuario la madre de Ares; Ares se había criado lejos y cuando llegó a la edad viril quiso conocerla; y los servidores de su madre, como no le habían visto antes, no le permitieron pasar y le apartaron; pero él se trajo hombres de otra ciudad, trató duramente a los servidores, y entró a ver a su madre. Dicen que a raíz de ese suceso, quedó instituída esta pendencia en la fiesta de Ares.


64

También fueron los egipcios los primeros en observar la práctica religiosa de no unirse con mujeres en los santuarios, ni entrar en los santuarios sin lavarse después de estar con mujeres. Casi todas las demás gentes, quitando egipcios y griegos, se unen en los santuarios y levantándose del lado de sus mujeres entran sin lavarse en los templos, persuadidos de que los hombres son como los demás animales; pues vemos que todos los animales de ganado y todo género de pájaros, se juntan en los templos y recintos de los dioses; y si esto no fuese grato a la divinidad, tampoco lo harían los animales. Éstos, pues, alegan tales razones, pero su proceder no me es grato.


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Los egipcios observan en extremo las prácticas religiosas, y particularmente la siguiente. Aunque el Egipto confina con la Libia, no abunda mucho en animales; pero los que hay, sean domésticos o no lo sean, son todos tenidos por sagrados. Si dijera por qué motivo son sagrados, llegaría a hablar de materias divinas, cosa que sobre todas evito tratar, pues lo que de ellos he dicho por encima, lo hice necesariamente obligado. La regla sobre los animales es así: como guardianes del alimento de cada especie por separado están designados en Egipto hombres y mujeres, que transmiten su cargo de padres a hijos. Cada uno de los moradores de las ciudades cumple ante ellos de este modo los votos que hace al dios a quien corresponde el animal: rapa la cabeza de sus hijos, o toda o la mitad o la tercera parte; coloca el pelo en una balanza, lo equilibra con plata, y entrega su peso a la guardiana de los animales; a cambio de la plata, ella corta pescado y da de comer a los animales, pues éste es el alimento que les está asignado. Quien mata una de estas bestias, si voluntariamente, sufre pena de muerte; si involuntariamente, paga la multa que fijan los sacerdotes. Quien mata un ibis o un gavilán, voluntaria o involuntariamente, muere sin falta.


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Grande es la abundancia de animales domésticos y sería mucho mayor si los gatos no sufrieran este percance: las hembras después de parir no se allegan ya a los machos, y éstos, por más que tratan de juntarse con ellas, no lo logran; acuden, pues, a esta astucia: quitan, por fuerza o por maña, a las hembras sus cachorros y los matan, pero no los comen. Las hembras, despojadas de sus cachorros y deseosas de otros, se allegan de este modo a los machos, porque este animal es amante de su cría. Cuando hay un incendio, pasa con los gatos un hecho extraordinario. Porque los egipcios se colocan de trecho en trecho guardando a los gatos, sin ocuparse de extinguir el fuego; pero los gatos cruzan por entre los hombres a saltos por encima de ellos y se lanzan al fuego. Cuando tal sucede, gran pesar se apodera de los egipcios. En las casas en que un gato muere de muerte natural, todos los moradores se rapan las cejas solamente; pero al morir un perro, se rapan la cabeza y todo el cuerpo.


67

Los gatos son llevados después de muertos a locales sagrados, y allí son embalsamados y sepultados, en la ciudad de Bubastis. Cada cual entierra las perras en ataúdes sagrados en su respectiva ciudad, y del mismo modo se sepulta a los icneumones. Llevan las musarañas y gavilanes a la ciudad de Buto; los ibis a la de Hermópolis; pero a los osos, que escasean y a los lobos, que no son mucho mayores que zorros, los entierran allí donde los encuentren tendidos.


68

La naturaleza del cocodrilo es la siguiente: durante los cuatro meses de invierno riguroso no come nada. Siendo cuadrúpedo, es a la vez terrestre y acuático; en efecto, pone los huevos y saca las crías en tierra, pasa la mayor parte del día en seco, pero toda la noche en el río, por ser entonces el agua más caliente que el aire libre y el rocio. De todas las criaturas mortales ésta es que sepamos, la que de más pequeña se vuelve más grande, pues los huevos que pone no son mucho más grandes que los de ganso, y el joven cocodrilo sale a proporción, pero crece hasta llegar a diecisiete codos, y más todavía. Tiene ojos de cerdo, y los dientes grandes, salientes y a proporción de su cuerpo. Es el único de los animales que carece de lengua; tampoco mueve la quijada inferior, y también es el único de los animales que acerca la quijada de arriba a la de abajo. Tiene uñas fuertes, y piel cubierta de escamas, impenetrable en el dorso. Es ciego dentro del agua, pero al aire libre su vista es agudísima. A causa de su permanencia en el agua, tiene el interior de la boca llena de sanguijuelas. Así, huye de él todo pájaro y animal, pero está en paz con él el tróquilo, de quien recibe beneficio, pues al salir del agua el cocodrilo y abrir la boca (cosa que hace ordinariamente vuelto al céfiro), se le mete en ella el tróquilo y le engulle las sanguijuelas; complacido con el beneficio, el cocodrilo no causa el menor daño al tróquilo.


69

Para algunos egipcios los cocodrilos son sagrados; para otros, no y los tratan como enemigos. Las gentes que moran alrededor de Tebas o del lago Meris los creen muy sagrados. Unos y otros crían un cocodrilo amaestrado y amansado; le ponen en las orejas pendientes de oro y piedras artificiales, y ajorcas en las patas delanteras. Les dan alimentos especiales y víctimas, y les cuidan inmejorablemente en vida; a su muerte los entierran embalsamados en ataúdes sagrados. Pero los habitantes de la comarca de Elefantina, no los creen sagrados y hasta los comen. No los llaman cocodrilos sino jampsas; los jonios los llamaron cocodrilos, por la semejanza con los cocodrilos (o lagartos) que se crían en sus albarradas.


70

Muchos y varios son los modos de cazarlos; anoto el que me parece más digno de ser referido. El cazador ata al anzuelo como cebo un lomo de cerdo; lo arroja al medio del río, y se está en la orilla con un lechoncito vivo, al cual golpea. Al oír el gruñido, el cocodrilo se lanza en su dirección, y topando con el lomo lo engulle, y los otros tiran de él. Una vez sacado a tierra, ante todo el cazador le emplasta los ojos con lodo; tras esa previsión es muy fácil domarlo; sin ella, sería difícil.


71

Los hipopótamos son sagrados en el nomo de Papremis; para los demás egipcios no son sagrados. La figura que presentan es la siguiente: es cuadrúpedo, con la pezuña hendida como el buey, tiene las narices romas, crin de caballo, muestra dientes salientes, cola y relincho de caballo, y tamaño como el del toro más grande. Su cuero es tan grueso, que cuando se seca se hacen con él astas de venablos.


72

Críanse también en el río nutrias que los egipcios consideran sagradas. También tienen por sagradó entre los peces al que llaman lepidoto (escamoso) y a la anguila, y dicen que estos dos están consagrados al Nilo, como entre las aves el ganso de Egipto.


73

Aún hay allí otra ave sagrada cuyo nombre es fénix. Yo no la he visto sino en pintura. Raras son, en efecto, las veces que acude, cada quinientos años según dicen los de Heliópolis, y cuentan que viene cuando se muere el padre. Si se parece a su pintura, es del tamaño y figura siguientes: las plumas de las alas son parte doradas 'y parte carmesí; es muy semejante al águila en contorno y tamaño. Cuentan (cuento no creíble para mí) que ejecuta esta traza: parte desde Arabia y traslada al templo del Sol el cuerpo de su padre, conservado en mirra, y lo sepulta en el templo del Sol. Lo traslada así: forma ante todo un huevo de mirra, tan grande cuanto sea capaz de llevar, y luego prueba si puede cargarlo; hecha la prueba, lo vacía y mete a su padre; rellena con otra porción de mirra la concavidad en la que había puesto a su padre, basta llegar, con el cadáver, al peso primitivo. Así conservado, lo lleva al templo del Sol en Egipto. He aquí lo que, según dicen, hace ese pájaro.


74

En los alrededores de Tebas hay serpientes sagradas, nada dañinas a los hombres, de tamaño pequeño, que llevan dos cuernos en la punta de la cabeza. Al morir las entierran en el santuario de Zeus, pues dicen que están consagradas a ese dios.


75

Hay un lugar de Arabia situado cerca de la ciudad de Buto, y a ese lugar vine cuando me informé sobre las serpientes aladas. Cuando llegué vi huesos y espinazos de serpientes, en cantidad que no alcanzo a referir. Veíanse montones de espinazos, grandes, menores y más pequeños todavía, pero eran muchos. El sitio, en que están esparcidos los espinazos, tiene este aspecto: es una quebrada estrecha que va de los montes a una llanura, y esta llanura linda con la del Egipto. Cuéntase que, con la primavera, las serpientes aladas vuelan desde la Arabia al Egipto, y que los ibis les salen al encuentro en esa quebrada, no permiten a las serpientes pasar al país, y las matan. Por este servicio dicen los árabes que el ibis recibe gran veneración de los egipcios, y convienen los egipcios en que por esto veneran a esas aves.


76

La figura del ibis es ésta: es todo negro por extremo, tiene patas de grulla, pico suavemente encorvado, tamaño del rascón. Ésta es la figura de los ibis negros que pelean con las serpientes; la de los ibis que andan más entre la gente (porque hay dos clases de ibis) es ésta: tienen la cabeza y todo el cuello pelado, plumaje blanco salvo la cabeza, el pescuezo, la punta de las alas y de la rabadilla (todas las partes que dije son negras por extremo); en las patas y en el pico se asemejan a la otra especie. La forma de la serpiente es como la de la hidra; las alas que lleva no tienen plumas, antes bien son muy semejantes a las del murciélago. Baste lo dicho sobre los animales sagrados.


77

En cuanto a los egipcios, unos viven en el Egipto cultivado y, como ejercitan la memoria sobre todos los demás hombres, son con mucho los más sabios en historia'de quienes yo haya tenido experiencia. Observan este modo de vida: sé purgan tres días seguidos cada mes, persiguiendo la salud a fuerza de vomitivos y lavativas, persuadidos de que todas las enfermedades del hombre nacen de los manjares que sirven de alimento. Son por otra parte los egipcios los más sanos de todos los hombres, después de los libios; a mi entender a causa del clima, ya que las estaciones no cambian, porque en los cambios surgen principalmente las enfermedades humanas: en los cambios de todas las cosas y particularmente de las estaciones. Comen el pan que hacen de olyra, al cual dan el nombre de cyllestis. Beben vino hecho de cebada, pues no hay viñas en el país. De los pescados, comen crudos algunos después de secarlos al sol, y otros adobados en salmuera. De las aves, también comen crudas las codornices, ánades y las aves pequeñas, preparándolas antes en salmuera. Todo el resto de aves y peces que se encuentre entre ellos, excepto los señalados como divinos, todos los demás los comen cocidos o asados.


78

En los convites de la gente rica, cuando ha acabado la comida, un hombre pasa a la redonda un cadáver, hecho de madera, en su ataúd, imitado a la perfección por el labrado y la pintura, tamaño en todo de un codo o dos, y al enseñarlo dice a cada uno de los comensales: Mírale, bebe y huelga, que así serás cuando mueras. Tal es lo que hacen en los convites.


79

Observan las usanzas patrias y no adquieren ninguna otra. Entre otras suyas notables, lo es el que posean una sola canción, el Lino, que también se canta en Fenicia, en Chipre y otras partes; en cada país lleva distinto nombre, pero parece ser la misma que cantan los griegos con el nombre de Lino. Y entre otras cosas que me admiran, referentes a los egipcios, es una, de dónde tomaron el nombre, pues parece que la han cantado siempre. En egipcio Lino se llama Máneros. Los egipcios me dijeron que era el hijo único del primer rey de Egipto, que murió prematuramente y fue honrado por los egipcios con tales endechas. y que ésta ha sido su primera y única canción.


80

En esta otra costumbre concuerdan los egipcios con los griegos, aunque sólo con los lacedemonios: los jóvenes, al encontrarse con los ancianos, se levantan de su asiento. Pero en este otro particular no concuerdan con ningún pueblo griego: en la calle, en lugar de saludarse de palabra, hacen una reverencia, bajando la mano hasta la rodilla.


81

Visten túnicas de lino, con franjas alrededor de las piernas, a las que llaman calasiris. Sobre ellas, echados por encima, llevan mantos de lana blanca. No obstante, no traen ropas de lana en los santuarios, ni se entierran con ellas, pues no lo permite su religión. Convienen en esto con las ceremonias llamadas órficas y báquicas, que son egipcias, y con las pitagóricas, pues no está permitido a ninguno de los participantes en esos misterios, ser sepultado con ropas de lana. Acerca de todo esto se cuenta un relato sagrado.


82

Los egipcios han discurrido además estas otras invenciones: a cuál de los dioses corresponde cada mes y cada día; qué le sucederá a cada uno, cómo acabará, qué conducta seguirá, según el día en que hubiese nacido; doctrinas de que se han valido los poetas griegos. Han descubierto más presagios que todos los demás hombres juntos, porque cuando sucede un presagio, observan el resultado y lo anotan; y si alguna vez, más tarde, se produce algo semejante, piensan que ha de tener el mismo resultado.


83

Tienen establecida así la adivinación: a ningún hombre incumbe el arte, sino a algunos dioses. Está, en efecto, allí el oráculo de Heracles, el de Apolo, el de Atenea, el de Artemis, el de Ares, el de Zeus y el de Leto, en la ciudad de Buto, al que honran con preferencia a todos los demás oráculos.


84

Tienen la medicina repartida en la forma siguiente: cada médico atiende a una enfermedad y no más. Todo está lleno de médicos: unos son médicos de los ojos, otros de la cabeza, otros de los dientes, de las vísceras del vientre, de las enfermedades ocultas.


85

Los duelos y funerales son así: cuando en una casa muere un hombre de cierta importancia, todas las mujeres de la casa se emplastan de lodo la cabeza y el rostro. Luego dejan en casa al difunto, y ellas recorren la ciudad, golpeándose, ceñida la ropa a la cintura y mostrando los pechos, en compañia de todos sus parientes. En otra parte plañen los hombres, también ceñida la ropa a la cintura. Concluido esto, llevan el cadáver para embalsamarlo.


86

Hay gentes establecidas para tal trabajo y que tienen tal oficio. Éstos, cuando se les trae un cadáver, presentan a los que lo han traído unos modelos de madera, pintados imitando un cadáver. La más primorosa de estas figuras, dicen, es la de aquel cuyo nombre no juzgo pio proferir a este propósito. La segunda que enseñan es interior y más barata, y la tercera es la más barata. Después de explicadas, preguntan de qué modo desean se les prepare el muerto; cuando han cerrado el trato, se retiran; los artesanos se quedan en sus talleres y ejecutan en esta forma el embalsamamiento más primoroso. Ante todo meten por las narices un hierro corvo y sacan el cerebro, parte sacándolo de ese modo, parte por drogas que introducen. Después hacen un tajo con piedra afilada de Etiopía a lo largo de la ijada, sacan todos los intestinos, los limpian, lavan con vino de palma y después con aromas molidos. Luego llenan el vientre de mirra pura molida, canela, y otros aromas, salvo incienso, y cosen de nuevo la abertura. Después de estos preparativos embalsaman el cadáver cubriéndolo de nitro durante setenta días, y no está permitido adobarle más días. Cuando han pasado los setenta, lavan el cadáver y fajan todo su cuerpo con vendas cortadas en tela fina de hilo y le untan con aquella goma de que se sirven por lo común los egipcios en vez de cola. Emonces lo reciben los parientes, mandan hacer un ataúd de madera, lo guardan y lo depositan en una cámara funeraria, colocándolo en pie, contra la pared.


87

Ése es el modo más suntuoso de preparar los cadáveres. Para los que quieren la forma media y huyen de la suntuosidad, los preparan así: llenan unos dísteres de aceite de cedro y con ellos llenan los intestinos del cadáver, sin extraerlos ni cortar el vientre, introduciendo el díster. por el ano e impidIendo que vuelva a salir, y lo embalsaman durante los días fijados. El último sacan del vientre el aceite que habían introducido antes; el cual tiene tanta fuerza, que arrastra consigo intestinos y entrañas ya disueltos. La carne la disuelve el nitro, y sólo resta del cadáver la piel y los huesos. Una vez hecho esto, entregan el cadáver sin cuidarse de más.


88

El tercer modo de embalsamar con que preparan a los menos pudientes es éste: lavan con purgante los intestinos, embalsaman el cadáver durante los setenta días, y lo entregan después para que se lo lleven.


89

En cuanto a las mujeres de los nobles, no las entregan para embalsamar inmediatamente que mueren, y lo mismo las mujeres muy hermosas o principales, sino las entregan a los embalsamadores tres o cuatro días después. Hacen esto para que los embalsamadores no se unan a las mujeres. Cuentan, en efecto, que se sorprendió a uno mientras se unía a una mujer recién muerta, y que un compañero de oficio le había delatado.


90

Si un hombre, lo mismo egipcio que forastero, ha sido arrebatado por un cocodrilo o por el mismo río, y aparece muerto, los hombres de la ciudad a la que ha sido arrojado deben sin falta embalsamarle, tributarle las mayores honras y sepultarle en ataúdes sagrados. No se permite a ningún otro tocarle, ni de los parientes ni de los amigos, sino que los mismos sacerdotes del Nilo, con sus propias manos le sepultan, pues su cadáver es tenido por algo más que humano.


91

Huyen de adoptar los usos de los griegos, y, para decirlo en una palabra, los usos de ningún otro pueblo. Los egipcios observan en general tal norma. Pero hay en el nomo de Tebas, vecina a Neápolis, una gran ciudad, Quemmis. En esa ciudad está un santuario de Perseo, el hijo de Dánae, cuadrado, rodeado de palmas. El pórtico del templo es muy grande, de piedra, y en él están en pie dos grandes estatuas de piedra; dentro de este recinto hay un templo, y en él la estatua de Perseo. Los quemmitas cuentan que muchas veces se les aparece Perseo por la comarca, y muchas veces en su templo; que se encuentra la sandalia que ha calzado, tamaña de dos codos, y que cuando la sandalia ha aparecido, todo Egipto prospera. Eso es lo que cuentan, y en honor de Perseo observan estas costumbres griegas: instituyen un certamen gímnico con todo género de competición, y proponen por premio reses, mantos y pieles. Cuando les pregunté por qué Perseo solía aparecerse a ellos solamente, y por qué se apartaban de los demás egipcios en instituir un certamen gímnico, me respondieron que Perseo era originario de su ciudad; pues Dánao y Linceo eran quemmitas que habían pasado por mar a Grecia, y trazando la genealogía llegaron desde ellos a Perseo. Cuando éste arribó a Egipto, con el mismo objeto que refieren los griegos de traer de Libia la cabeza de la Gorgona, visitó también -decian- la ciudad de Quemmis, y reconoció a todos sus parientes; cuando arribó a Egipto ya sabia el nombre de Quemmis, pues lo había oído a su madre, y por su mandato celebraban en su honor un certamen gímnico.


92

Observan los usos hasta aquí referidos los egipcios que moran más arriba de los pantanos: los que viven en los pantanos siguen en general las mismas costumbres que los demás egipcios, particularmente en tener cada cual una sola mujer, como los griegos: pero para procurarse sustento barato han discurrido estos medios. Cuando el río se hinche y la llanura queda convertida en mar, brotan en el agua muchos lirios, que los egipcios llaman lotos. Después de segarlos y secarlos al sol, extraen lo que hay en el medio del loto, que se parece a la adormidera, lo machacan y hacen con ello sus panes cocidos al horno. También es comestible la raíz del mismo loto, medianamente dulce, redonda y del tamaño de una manzana. Hay otros lirios que nacen también en el río, parecidos a las rosas, cuyo fruto se halla en otro cáliz que sale de la raíz, muy semejante en forma al panal de las avispas; en él se apiñan granos comestibles del tamaño del hueso de la aceituna; y se comen tanto tiernos como secos. En cuanto al papiro, que brota cada año, una vez arrancado de los pantanos, cortan la parte superior para otros usos, y comen la parte inferior que queda, larga de un codo. Los que quieren papiro muy sabroso, lo tuestan cubierto en un horno al rojo, y así lo comen. Algunas gentes de esa región viven solamente de pescado; después de cogerlos y sacarles las tripas, los secan al sol, y se alimentan luego de ellos, cuando están secos.


93

No hay muchos cardúmenes en los ríos, pero se crían en las lagunas, y hacen así: cuando sienten el impulso de fecundar, nadan en cardúmenes hacia el mar; los dirigen los machos, despidiendo la semilla; las hembras que los siguen, la sorben y con eso se fecundan. Después de empreñarse en el mar, nadan todos de vuelta hacia su morada; pero entonces ya no dirigen los machos, sino que pasa a las hembras la dirección. Al dirigir los cardúmenes hacen lo que hacían los machos: despiden sus huevos, pequeños como granos de mijo, y los machos que las siguen los engullen. Esos granos son peces. De los granos que quedan sin devorar, nacen los pescados que se crían. Se observa que los que se cogen en su salida al mar, tienen la cabeza magullada a la izquierda, pero los cogidos a la vuelta la tienen magullada a la derecha. Les sucede esto por la siguiente razón: van hacia el mar siguiendo la orilla izquierda, y cuando nadan de vuelta, siguen la misma orilla, arrimándose y tocándola cuanto pueden para que la corriente no les desvíe de su camino. Apenas comienza a crecer el Nilo, se empiezan a llenar ante todo las hoyas de la tierra y los pantanos vecinos al río, con el agua que de él se infiltra. Y así que se van llenando en seguida todo ello se puebla de pececillos. Creo conocer cuál es su probable origen: el año anterior, al menguar el Nilo, los peces se retiran con las últimas aguas, dejando sus huevos en el lodo; cuando transcurre su tiempo y de nuevo llega el agua, de esos huevos nacen en seguida estos peces. He aquí lo que puede decirse en cuanto a los peces.


94

Los egipcios que viven alrededor de los pantanos emplean cierto aceite obtenido del fruto del ricino; los egipcios lo llaman kiki, y lo preparan asi. Siembran en la orilla de los ríos y de los lagos ese ricino que en Grecia crece silvestre; sembrado en Egipto da fruto copioso, aunque maloliente. Una vez cogido, unos lo machacan y estrujan, otros lo tuestan y cuecen y recogen lo que mana. Es un liquido graso, no menos útil para las lámparas que el aceite, pero despide olor fuerte.


95

Contra los mosquitos, que son abundantes, han ideado lo que sigue: los que viven más allá de los pantanos se guarecen en torres, a las que suben para dormir porque, los mosquitos, vencidos por los vientos, no pueden volar alto; los que moran alrededor de los pantanos, en vez de las torres, han ideado este otro remedio: cada cual posee una red, con la que pesca de día, y durante la noche la usa así: rodea con la red la cama en que descansa, y luego se mete y duerme bajo la red. Si duerme uno envuelto en su manto o en una sábana, los mosquitos le pican a través de ellos, pero a través de la red ni intentan hacerlo.


96

Las barcas de carga se fabrican allí de madera de acacia, cuyo aspecto es muy semejante al loto de Cirene; su lágrima es la goma. Pues de esa acacia cortan maderos como de dos codos, los disponen como ladrillos, y construyen la embarcación de este modo: sujetan los maderos de dos codos con largos y gruesos clavos. Construída de ese modo la embarcación, en la parte superior tienden las vigas; no usan para nada de costillas y por dentro calafatean las junturas con papiro. Hacen un solo timón, que pasa por la quilla. Emplean mástil y velas de papiro. Estas barcas no pueden navegar río arriba, si no sopla viento vivo, y andan a remolque desde la orilla; pero río abajo se transportan de este modo: tienen un cañizo de varas de tamariz entrelazadas con cañas, y una piedra agujereada que pesa más o menos dos talentos. Arrojan delante de la barca para que sea llevado a flor de agua el cañizo atado con un cable, y detrás la piedra atada con otro cable; el cañizo, impelido por la corriente, marcha rápidamente y tira de la barís (que así se llaman estas barcas), mientras la piedra se arrastra detrás y tocando fondo dirige su curso. Tienen muchas barcas de éstas, y algunas cargan muchos miles de talentos.


97

Cuando el Nilo inunda el país, únicamente las ciudades sobresalen del agua, muy semejantes a las islas en el mar Egeo, pues el resto de Egipto se convierte en un mar, y sólo las poblaciones sobresalen. Durante la inundación, ya no navegan por la corriente del río, sino a través de la llanura. Por lo menos, al remontarse de Náucratis a Menfis, la navegación bordea las pirámides; pero no es ése el rumbo, sino por el vértice del Delta y por la ciudad de Cercasoro.


98

Si desde el mar y desde Canopo, navegas a través de la llanura rumbo a Náucratis, llegarás a la ciudad de Antila y a la que lleva el nombre de Arcandro. De estas ciudades, Antila, que es considerable, está señalada para el calzado de la esposa del monarca que reine en Egipto; lo cual se hace desde que Egipto está bajo el dominio persa. La otra ciudad, me parece que toma su nombre del yerno de Dánao, Areandro, hijo de Ftío, hijo de Aqueo; pues se llama, en efecto, ciudad de Arcandro. Puede que haya existido otro Arcandro, pero sin duda el nombre no es egipcio.


99

Hasta aquí todo cuanto he dicho es mi observación, mi opinión y mi investigación; en adelante voy a contar los relatos egipcios tal como los oí, aunque también les agregaré algo de mi observación. Min, el primero que reinó en Egipto, decían los sacerdotes, protegió con un dique a Menfis; porque el río corría todo hacia la montaña arenosa, en dirección a Libia, y Min formó con terraplenes el recodo que se encuentra a Mediodía, a unos cien estadios más arriba de Menfis, dejó en seco el antiguo cauce y derivó el río por medio de canales para que corriese a igual distancia de las dos montañas. Aún ahora, bajo el dominio de lós persas, ese recodo del Nilo está muy vigilado y reforzado todos los años, para que corra desviado, pues si se le antoja al río romper por allí el dique y desbordarse, toda Menfis correria el riesgo de anegarse. Cuando este Min, que fue el primer rey, logró secar el terreno de donde habia desviado el Nilo, fundó en él la ciudad que ahora se llama Menfis (Menfis se encuentra realmente en la parte estrecha de Egipto), y por fuera mandó excavar un lago derivado del río por el Norte y el Occidente (ya que por el Oriente la limita el mismo Nilo); y edificó en la ciudad el famoso santuario de Hefesto, que es grande y muy digno de memoria.


100

Después de Min, enumeraban los sacerdotes según un libro trescientos treinta nombres de otros reyes. En tantas generaciones, dieciocho eran etiopes, una sola mujer, nativa, y los demás eran varones egipcios. La mujer que reinó tenia por nombre Nitocris, lo mismo que la que reinó en Babilonia. Contaban que para vengar a su hermano -el cual era rey de Egipto, los egipcios le habian matado, y luego de matarle le entregaron a ella el reino-, para vengarle, quitó la vida a muchos egipcios por medio de este ardid. Mandó construir una vasta habitación subterránea y, con pretexto de inaugurarla, aunque con intención de maquinar otras cosas, convidó a un banquete a muchos de los egipcios, los que sabia haber sido principales cómplices en la muerte. En medio del convite, soltó el rio sobre ellos por medio de un gran conducto oculto. No contaban más acerca de la reina sino que, en cuanto ejecutó su intento, se arrojó a una estancia llena de ceniza, a fin de escapar a la venganza.


101

De los demás reyes dedan que no habian dejado monumento alguno y, por lo tanto, carecian de todo esplendor, salvo uno solo, el último de ellos, llamado Meris; éste dejó como monumentos el pórtico del templo de Hefesto, que mira al Norte, mandó excavar un lago (más adelante mostraré cuántos estadios de perfmetros tiene), y levantó en él unas pirámides de cuyo tamaño haré mención junto con el lago. Tantos fueron los monumentos que dejó Meris, cuando de los demás, nadie dejó nada.


102

Por lo mismo pasaré a éstos en silencio, para hacer mención del rey que les sucedió, y cuyo nombre fue Sesostris. Decían de él los sacerdotes, que salió primero del golfo arábigo con naves largas, sometió a los habitantes de las costas del mar Eritreo, y continuando su navegación llegó a un mar que a causa de los bajíos ya no era navegable. Después, al volver a Egipto (según el relato de los sacerdotes) juntó un ejército numeroso y marchó por tierra firme, sometiendo a cuanto pueblo encontraba. Cuando se encontraba con pueblos aguerridos que combatían esforzadamente por su libertad, erigía en su comarca unas columnas con una inscripción que decía su nombre, el de su patria y cómo con su fuerza los había sometido; pero cuando tomaba las ciudades sin combate ni dificultad, grababa en las columnas lo mismo que en las de los pueblos que se habían mostrado valientes, pero grababa además los miembros de una mujer, queriendo declarar que eran cobardes.


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En esta forma recorrió el continente, hasta que pasó de Asia a Europa, y sometió a los escitas y a los tracios: me parece que ése es el punto más alejado al que llegó el ejército egipcio, pues en su país aparecen erigidas las columnas, y más allá ya no. Desde este término, dando la vuelta, emprendió el regreso; y cuando estuvo cerca del río Fasis, no puedo decir con certeza si entonces el mismo rey separó alguna gente de su ejército, y la dejó como colonos de la región, o si algunos de sus soldados, pesarosos de tanto viaje, se quedaron de suyo en los alrededores del río Fasis.


104

Porque evidentemente los colcos parecen ser egipcios. Esto que digo, lo pensé yo antes de oírselo a nadie. Cuando me puse a meditar en ello, interrogué a unos y otros; y los calcos se acordaban de los egipcios más que los egipcios de los calcos, si bien decían los egipcios que, en su opinión, los colcos eran parte del ejército de Sesostris. Yo lo había presumido por este motivo: porque son negros y de pelo crespo (pero esto no lleva a nada, puesto que hay otros pueblos así), y mucho más porque son los únicos entre todos los hombres que se circuncidan desde sus orígenes, colcos, egipcios y etíopes. Los fenicios y los asirios de Palestina, confiesan ellos mismos haberlo aprendido de los egipcios. Los sirios comarcanos del río Termodonte y del Partenio, y los macrones, sus vecinos, afirman haberlo aprendido recientemente de los calcos. Éstos son los únicos hombres que se circuncidan, y es evidente que lo hacen del mismo modo que los egipcios. Entre los egipcios mismos y los etíopes no puedo decir cuál de los dos pueblos aprendió esta costumbre del otro, pues evidentemente es muy antigua. Pero tengo una gran prueba de que la aprendieron al tratarse con los egipcios, ya que todos los fenicios que tratan con los griegos, no imitan más a los egipcios en la circuncisión, y no circuncidan a los hijos que les nacen.


105

Ea, pues, diré de los colcos, otro punto en que se asemejan a los egipcios; ellos y los egipcios son los únicos que trabajan el lino del mismo modo. Entre los griegos el lino cólquico se llama sardónico, y egipcio, el que llega de Egipto.


106

En cuanto a las columnas que levantaba Sesostris, rey de Egipto, en diversas regiones, las más ya no parecen; pero yo mismo vi las que existen en la Siria Palestina, con la inscripción de que he hablado y los miembros de una mujer. Hay también en Jonia dos figuras de ese hombre esculpidas en la roca; una en el camino que va del territorio de tfeso a Focea; otra en el que va de Sardes a Esmirna. En ambas partes está esculpido un hombre alto de cinco palmos, con lanza en la mano derecha, y arco en la izquierda; y por el estilo la restante armadura, ya que es parte egipcia y parte etiópica. Desde un hombro a otro corren esculpidos por el pecho caracteres egipcios sagrados que dicen: Esta región la gané con mis hombros. No indica allí quién sea ni de dónde venga, pero en otras partes lo ha indicado. Algunos de los que vieron tales figuras conjeturan que es la imagen de Memnón, mas están muy lejos de la verdad.


107

Mientras que el egipcio Sesostris regresaba trayendo muchos hombres de los pueblos cuyos territorios había sometido, al llegar de vuelta a Dafnas de Pelusio -contaban los sacerdotes- el hermano a quien Sesostris había confiado el Egipto, le invitó a él y con él a sus hijos a un convite. Amontonó leña alrededor de la casa, y luego de amontonarla, la prendió. Cuando Sesostris lo advirtió, consultó inmediatamente con su mujer, pues también llevaba a su mujer en su compañía. Y ella le aconsejó que de los seis hijos que tenían tendiera dos sobre la hoguera para formar un puente sobre las llamas, y salvarse ellos andando por sobre los muertos. Así hizo Sesostris; dos de sus hijos murieron quemados de esa manera, los restantes se salvaron junto con su padre.


108

Una vez vuelto Sesostris a Egipto y vengado de su hermano, se sirvió de la muchedumbre que traía consigo, de los territorios que había sometido, para este fin, ellos fueron los que arrastraron las enormes piedras llevadas en su reinado al templo de Hefesto, y ellos cavaron a la fuerza todos los canales que ahora existen en Egipto, y sin proponérselo hicieron que Egipto, antes recorrido por carros y caballos, dejase de serlo; en efecto: desde aquella sazón, Egipto es todo llanura, no puede ser recorrida por carros y caballos; causa de esto son los canales, muchos en número y orientados en todas direcciones. El rey cortó el terreno por este motivo: cuantos egipcios tenían sus ciudades no sobre el río, sino tierra adentro, ésos, cuando el río se retiraba, faltos de agua, utilizaban el líquido bastante salobre de los pozos. Por ese motivo, pues, se abrieron canales en Egipto.


109

Ese rey, decían los sacerdotes, distribuyó la tierra a todos los egipcios, dando a cada uno un lote igual, en forma de cuadrado. Partiendo de esta distribución, estableció las rentas, ordenando que se pagara un tributo anual. Si el río se llevaba parte del lote de alguien, debía éste acudir al rey, e indicarle lo que había pasado; el rey enviaba gentes para examinar y medir en cuánto había disminuído el terreno, para que en adelante pagase a proporción el tributo fijado. Me parece que, inventada de aquí la geometría, pasó después a Grecia. Pues en verdad el reloj de sol, el gnomon y las doce partes del día lo aprendieron los griegos de los babilonios.


110

Éste fue el único rey egipcio que ejerció dominio sobre la Etiopía. Dejó como monumentos delante del templo de Hefesto unas estatuas de piedra, dos de las cuales, la suya y la de su esposa, de treinta codos, y las de sus hijos, que son cuatro, de veinte codos cada una. Mucho tiempo después, el sacerdote de Hefesto no permitió que el persa Darío colocase su estatua delante de éstas, diciéndole que no había realizado proezas tales como Sesostris; pues Sesostris, no habiendo sometido menos pueblos que Darío, sometió también a los escitas, y Darío no había podido vencer a los escitas; y no era justo que colocase su estatua delante de las ofrendas de aquél si no le había sobrepasado en hazañas. Cuentan que Darío perdonó estas palabras.


111

Muerto Sesostris, decían, heredó el reino su hijo Feros. Éste no emprendió ninguna campaña y tuvo la desgracia de volverse ciego por esta causa: bajaba el río en una de las mayores avenidas, llegando entonces a dieciocho codos, había anegado los cultivos y, azotado por el viento, levantaba oleaje. Dicen que ese rey, presa de orgullosa temeridad, tomó su lanza y la arrojó en medio de los remolinos del río. En seguida enfermó de los ojos y perdió la vista. Diez años vivió ciego, y al undécimo le llegó un oráculo de la ciudad de Buto que le anunciaba el término de su castigo, y que recobraría la vista si se lavaba los ojos con la orina de una mujer que hubiese conocido únicamente a su marido, sin comercio con ningún otro hombre. Probó primero la de su propia mujer; pero como no recobraba la vista, siguió haciendo prueba en la de muchas. Cuando recobró la vista, condujo todas las mujeres que había puesto a prueba, excepto aquella con cuya orina había sanado, a cierta ciudad que se llama al presente Tierra Roja, y allí las quemó a todas, junto con la ciudad. A aquella con cuya orina había recobrado la vista, la tuvo por mujer. Cuando curó de su enfermedad, entre otras ofrendas que consagró en todos los santuarios, merecen particular mención los monumentos dignos de verse que consagró en el templo del Sol: son dos obeliscos de piedra, cada cual de una sola pieza, de cien codos de alto y ocho de ancho.


112

Decían que después de éste, heredó el reino un ciudadano de Menfis, cuyo nombre en lengua griega es Proteo; su recinto sagrado está ahora en Menfis, muy bello y bien adornado, sito al Sur del templo de Hefesto. Alrededor de este recinto viven los fenicios de Tiro, y se llama todo aquel lugar Campo de los tirios. Dentro del recinto sagrado de Proteo hállase un santuario que se llama Afrodita forastera. Conjeturo que ese santuario es de Helena, hija de Tíndaro, no sólo porque he oído el relato de cómo Helena moró en el palacio de Proteo, sino también porque lleva la advocación de Afrodita, y ninguno de los demás santuarios de Afrodita lleva la advocación de forastera.


113

Cuando yo interrogaba a los sacerdotes acerca de Helena, me contaron que había sucedido con ella del siguiente modo: Alejandro, luego que hubo robado a Helena de Esparta, se embarcó de vuelta a su patria; al encontrarse en el Egeo, unos vientos contrarios lo arrojaron al mar de Egipto, y desde allí, pues no paraban los vientOs, arribó a Egipto, a la boca del Nilo que ahora se llama Canópica y a Tariqueas. Había en la playa, y lo hay todavía, un santuario de Heracles; al esclavo que en él se refugia, de cualquier dueño sea, si se entrega al dios y recibe los estigmas sagrados, no es lícito tocarle. Esta ley, desde el principio hasta mis tiempos, se ha mantenido idéntica. Informados, pues, de la ley del santuario, los criados de Alejandro se apartaron de él y, sentados como suplicantes del dios, acusaron a Alejandro, con ánimo de dañarle refiriendo toda la historia de Helena, y del agravio infringido a Menelao; así le acusaban en presencia de los sacerdotes y del guardián de esa boca del río, cuyo nombre era Tonis.


114

Al oírles, Tonis envió a toda prisa un mensaje para Proteo, que decía así: Acaba de llegar un extranjero de linaje teucro, que ha cometido en Grecia un crimen impío: ha seducido la esposa de su mismo huésped, y se lleva a esta mujer e inmensos tesoros; los vientos le arrojaron a tu tierra. ¿Le dejaremos que se haga a la mar impunemente, o le quitaremos lo que traía consigo? Proteo envió un correo con la siguiente respuesta: A ese hombre, sea quien fuere, que ha cometido un crimen impío contra su mismo huésped, prendedle y llevadle a mi presencia para que sepa yo qué razones podrá dar.


115

Al oír esta orden, Tonis prendió a Alejandro y retuvo sus naves; luego le condujo a Menfis con Helena, sus tesoros, y además con los suplicantes. Trasladados todos, Proteo preguntó a Alejandro quién era y de dónde navegaba: Alejandro le expuso su linaje: le dijo el nombre de sú patria, y le refirió su viaje y el puerto de donde procedía. Luego preguntó Proteo de dónde había tomado a Helena: como Alejandro se enredaba en su explicación y no decía la verdad, los suplicantes de Heracles le desmintieron y dieron cuenta puntual del agravio. Al fin, Proteo pronunció esta sentencia: Si no pusiese mucho empeño en no matar a ningún extranjero de cuantos, arrojados por los vientos, han venido a mis dominios, yo vengaría al griego en ti, ¡oh el más vil de todos los hombres! que, recibido como huésped, cometiste el más impío crimen. Te llegaste a la esposa de tu propio huésped: y no contento con esto le diste alas y te la llevas robada. Y ni aún esto te bastó, y te vienes después de haber saqueado la casa de tu huésped. Ahora bien: ya que pongo mucho empeño en no matar extranjeros, no te mataré; pero no te permitiré que te lleves a esa mujer con los tesoros, sino que guardaré una y otros para tu huésped griego, hasta que él mismo quiera venir a llevárselos. A ti Y a tus compañeros os ordeno salir de mis dominios dentro de tres días; si no, seréis tratados como enemigos.


116

Así, decían los sacerdotes, fue la llegada de Helena al palacio de Proteo. Y me parece que Homero tuvo noticia de esta historia; pero como no era tan apta para la epopeya como aquella de que se sirvió, la dejó a un lado, aunque manifestando que también la conocía. Está claro por lo que compuso en la Iliada (y en ninguna otra parte se desdijo) acerca de la peregrinación de Alejandro, el cual, cuando se llevaba a Helena, perdió el rumbo, aportó en sus rodeos a diferentes países y entre ellos a Sidón, ciudad de Fenicia. De ellos hace memoria Homero en la Aristia de Diomedes; sus versos dicen así:

alli los peplos bordados, obra de esclavas sidonias
que de Sidón trajo Paris, semejante a un dios del cielo
cuando cruzó el ancho mar en viaje funesto y trajo
a la divina Ilión, a Helena, de ilustre padre
.

Y también hace memoria en la Odisea en los siguientes versos:

Tan sabias drogas tenia, Helena, hija de Zeus,
regalo de Polidamna la egipcia, esposa de Ton,
que el fértil suelo de Egipto engendra copia de drogas
muy variadas, saludables muchas y muchas letales
.

Y Menelao dice a Telémaco estos otros:

Por más que ansiaba volver, me retuvieron los dioses
en Egipto, por no hacerles acabado sacrificio
.

En estos versos Homero demuestra que conocía la peregrinación de Alejandro al Egipto, pues Siria confina con el Egipto, y los fenicios, a quienes pertenece Sidón, viven en Siria.


117

Conforme a estos versos se demuestra también -y no incierta, sino seguramente- que los Cantares ciprios no son de Homero, sino de algún otro poeta; pues en los Cantares ciprios se dice que Alejandro, cuando trajo a Helena, llegó en tres días de Esparta a Ilión, con viento propicio y mar serena, y en la Iliada dice que perdió su rumbo al traerla.


118

Pero queden enhorabuena Homero y los Cantares ciprios. Cuando pregunté a los sacerdotes sobre si era o no fábula necia lo que cuentan los griegos acerca de la guerra de Troya, me contestaron con la siguiente narración, que decían haber averiguado del mismo Menelao. Después del rapto de Helena, lleg6 a la tierra de los teucros un gran ejército griego en socorro de Menelao. Luego de desembarcar y acampar, enviaron a Ilión embajadores y fue con ellos el mismo Menelao; entrado que hubieron en la plaza, reclamaron a Helena y los tesoros que había hurtado Alejandro, y exigieron satisfacción de la injuria. Pero los troyanos, entonces y después, con juramento o sin él dijeron lo mismo: que no tenían a Helena ni los tesoros demandados; que todo eso se hallaba en Egipto, y que no era justo dar ellos satisfacci6n de lo que retenía el rey egipcio. Los griegos, pensando que los troyanos se mofaban, sitiaron la ciudad hasta tomarla; mas después de tomada, como no parecía Helena, y oían siempre la misma explicación, se convencieron al fin y enviaron a Menelao para que se presentase ante Proteo.


119

Llegó Menelao al Egipto, remontó el río hasta Menfis, y cuando contó la verdad de las cosas, no sólo obtuvo grandes regalos de hospitalidad, sino también recibió intacta a Helena, y además todos sus tesoros. A pesar de tales beneficios, Menelao se condujo inicuamente con los egipcios, pues deseando hacerse a la vela, como le retenían vientos contrarios y esta situación duraba mucho tiempo, maquinó un crimen impío: tomó dos niños de unas gentes del país, y los despedazó en sacrificio. Después, cuando se divulgó el crimen, abominado y perseguido, huyó con sus naves hacia Libia. Qué rumbo siguiese después desde allí, no pudieron decirme los egipcios; y declaraban que sabían lo referido, parte por sus averiguaciones y parte lo conocían con certeza, por haber acontecido en su país.


120

Así decían los sacerdotes egipcios. A la verdad, yo también doy crédito a la historia de Helena, tomando en cuenta lo siguiente: si Helena hubiera estado en Troya, hubiera sido devuelta a los griegos, quisiese o no quisiese Alejandro. Porque ni Príamo hubiera sido tan insensato ni sus demás deudos, como para poner en riesgo sus vidas, las de sus hijos y la de la ciudad para que Alejandro gozara de Helena. Aun cuando en los primeros tiempos decidieran no restituirla, después de perecer muchos troyanos en cada encuentro con los griegos y de que no hubiese batalla en que no muriesen dos o tres o aun más hijos del mismo Príamo (si se ha de hablar dando crédito a los poetas épicos), con tales desgracias sospecho que aunque el mismo Príamo gozase de Helena, la hubiese devuelto a los aqueos, si con eso iba a librarse de los males que le rodeaban. Ni tampoco había de tocar a Alejandro el reino, de suerte que, siendo Príamo viejo, los asuntos estaban en sus manos; antes bien Héctor, que era mayor y más hombre que aquél, había de heredar a la muerte de Príamo, y no le convenía permitir la indignidad de su hermano, y eso cuando por su causa le sucedían grandes desgracias a él en particular y a todos los demás troyanos. Es que no tenían cómo devolver a Helena, y aunque decían la verdad, no les daban crédito los griegos; la divinidad, para decir lo que siento, disponía que pereciesen con total ruina para hacer manifiesto a los hombres que por los grandes crímenes infligen los dioses grandes castigos. Lo que he dicho es mi opinión personal.


121

Heredó el reino de Proteo, decían los sacerdotes, Rampsinito, quien dejó como monumentos los pórticos del templo de Hefesto orientados a Occidente; y frente a estos pórticos levantó dos estatuas, de veinticinco codos de altura, de las cuales a la que mira al Norte, llaman los egipcios el Verano y a la que mira al Mediodía, el Invierno; a la que llaman Verano, reverencian y adoran y hacen lo contrario con la que llaman Invierno. Cuentan que este rey poseyó tanta riqueza en plata que ninguno de los reyes que le sucedieron llegó a sobrepasarle, ni siquiera a acercársele. Queriendo guardar en seguro sus tesoros, mandó labrar un aposento de piedra, una de cuyas paredes daba a la fachada del palacio. El constructor, con aviesa intención, discurrió lo que sigue: aparejó una de las piedras de modo que pudieran retirarla fácilmente del muro dos hombres o uno solo. Acabado el aposento, el rey guardó en él sus riquezas. Andando el tiempo, y hallándose el arquitecto al fin de sus días, llamó a sus hijos (pues tenía dos) y les refirió cómo había mirado por ellos, y cómo al construir el tesoro del rey había discurrido para que pudieran vivir en opulencia; y después de explicarles claramente lo relativo al modo de sacar la piedra, les dió sus medidas, y les dijo que si seguían su aviso serían ellos los tesoreros del rey. Cuando murió, sus hijos no tardaron mucho en poner manos a la obra. Fueron al palacio de noche, hallaron en el edificio la piedra, la retiraron fácilmente y se llevaron grán cantidad de dinero. Al abrir el rey el aposento, se asombró de ver que faltaba dinero en las tinajas y no tenía a quien culpar, pues estaban enteros los sellos y cerrado el aposento. Como al abrir por segunda y tercera vez el aposento siempre veía mermar el tesoro, porque los ladrones no cesaban de saquear le hizo lo siguiente: mandó hacer unos lazos y armarlos alrededor de las tinajas donde estaba el dinero. Los ladrones volvieron como antes, y así que entró uno y se acercó a una tinaja, quedó al punto cogido en el lazo. Cuando advirtió en qué difícil trance estaba, llamó en seguida a su hermano, le mostró su situación y le pidió que entrase al instante y que le cortase la cabeza, no fuese que, al ser visto y reconocido, hiciese perecer también a aquél. Al otro le pareció que decía bien, le obedeció y así lo hizo; y después de ajustar la piedra, se fue a su casa llevándose la cabeza de su hermano. Apenas rayó el día, el rey entró en el aposento y quedó pasmado al ver que en el lazo estaba el cuerpo descabezado del ladrón, el edificio intacto, sin entrada ni salida alguna. Lleno de confusión hizo esto: mandó colgar del muro el cadáver del ladrón y poner centinelas con orden de prender y presentarle aquel a quien vieran llorar o mostrar compasión. La madre del ladrón llevó muy a mal que el cadáver pendiese, y dirigiéndose al hijo que le quedaba, le mandó que se ingeniase de cualquier modo para desatar el cuerpo de su hermano y traerlo; y si no se preocupaba en hacerlo, le amenazó con presentarse ella misma al rey y denunciar que él tenía el dinero. El hijo, vivamente apenado por su madre, y no pudiendo convencerla por mucho que dijese, trazó lo que sigue: aparejó unos borricos, llenó odres de vino, los cargó sobre ellos y los fue arreando. Cuando estuvo cerca de los que guardaban el cadáver colgado, él mismo tiró las bocas de dos o tres odres, deshaciendo las ataduras; y al correr el vino empezó a golpearse la cabeza y a dar grandes voces como no sabiendo a qué borrico acudir primero. A la vista de tanto vino, los guardas del muerto corrieron al camino con sus vasijas teniendo a ganancia recoger el vino que se derramaba. Al principio fingió enojo y les llenó de improperios; pero como los guardas le consolaban, poco a poco simuló calmarse y dejar el enojo, y al fin sacó los borricos del camino y ajustó sus pellejos. Entraron en pláticas y uno de los guardas chanceándose con él le hizo reír y el arriero les regaló uno de sus odres. Ellos se tendieron allí mismo, tal como estaban no pensando más que en beber y le convidaron para que les hiciese compañía y se quedase a beber con ellos. Él se quedó sin hacerse de rogar, y como mientras bebían le agasajaban muy cordialmente, les regaló otro de los odres. Bebiendo a discreción, los guardas quedaron completamente borrachos y vencidos del sueño, y se durmieron en el mismo lugar en que habían bebido. Entrada ya la noche, el ladrón desató el cuerpo de su hermano, y por mofa, rapó a todos los guardias la mejilla derecha, colocó el cadáver sobre los borricos y se marchó a su casa, cumplidas ya las órdenes de su madre.

Al dársele parte al rey de que había sido robado el cadáver del ladrón, lo tomó muy a mal; pero deseando encontrar a toda costa quién era el que tales trazas imaginaba, hizo lo que sigue, cosa para mí increíble: puso a su propia hija en el lupanar, encargándole que acogiese igualmente a todos, pero que antes de unirse con ellos les obligara a contarle la acción más sutil y más criminal que hubiesen cometido en su vida; y que si alguno le refería lo que había pasado con el ladrón, le prendiese y no le dejase salir. La hija puso por obra las órdenes de su padre y, entendiendo el ladrón la mira con que ello se hacía, quiso sobrepasar al rey en astucia e imaginó esto: cortó el brazo, desde el hombro, a un hombre recién muerto, y se fue llevándoselo bajo el manto; cuando visitó a la hija del rey y ésta hizo la misma pregunta que a los demás, contestó que su acción más criminal había sido cortar la cabeza a su mismo hermano, cogido en el lazo del tesoro del rey, y su acción más sutil la de emborrachar a los guardias y descolgar el cadáver de su hermano. Al oír esto, la princesa asió de él, pero el ladrón le tendió en la oscuridad el brazo del muerto. Ella lo apretó creyendo tener cogido al ladrón por la mano, mientras éste, dejándole el brazo muerto, salió huyendo por la puerta. Cuando se comunicó esta nueva al rey, quedó pasmado de la sagacidad y audacia del hombre. Finalmente, envió un bando a todas las ciudades para anunciar que le ofrecía impunidad y le prometía grandes dádivas si comparecía ante su presencia. El ladrón tuvo confianza y se presentó. Rampsinito quedó tan maravillado que le dió su misma hija por esposa como al hombre más entendido del mundo, pues los egipcios eran superiores a los demás hombres, y él, superior a los egipcios.


122

Luego -decían los sacerdotes- este mismo rey bajó vivo al lugar donde creen los griegos que está el Hades, y jugó a los dados con Deméter, ganándole unas partidas y perdiendo otras; y volvió a salir, trayendo como regalo de ella una servilleta de oro. Desde la bajada de Rampsinito y su vuelta, decían, celebran los egipcios una festividad, la cual bien sé que aún observaban en mis días; pero no puedo afirmar si es por ese motivo. En ese mismo día los sacerdotes tejen un manto, vendan los ojos de uno de ellos que lleva puesto ese manto, le conducen al camino que va al templo de Deméter, y ellos se vuelven atrás. Cuentan que dos lobos conducen al sacerdote de los ojos vendados al templo de Deméter, distante veinte estadios de la ciudad, y que luego los lobos le traen de vuelta desde el templo hasta ese mismo lugar.


123

Admita lo que cuentan los egipcios, aquel para quien sean creíbles semejantes historias; yo, en todo mi relato, me propongo escribir lo que he oido contar a cada cual. Dicen los egipcios que Deméter y Dioniso son los soberanos del infierno. Los egipcios son también los primeros en decir que el alma del hombre es inmortal, y que al morir el cuerpo, entra siempre en otro animal que entonces nace; después que ha recorrido todos los animales terrestres, marinos y volátiles, torna a entrar en un cuerpo humano que está por nacer; y cumple ese ciclo en tres mil años. Hay ciertos griegos que adoptaron esa doctrina, cuáles más temprano, cuáles más tarde, como si fuera propia de ellos; y aunque sé sus nombres, no los escribo.


124

Hasta el reinado de Rampsinito, según los sacerdotes, estuvo el Egipto en el mejor orden y en gran prosperidad; pero Queops, que reinó después, precipitó a los egipcios en total miseria. Primeramente, cerró todos los templos y les impidió ofrecer sacrificios; ordenó después que todos trabajasen para él. Los unos tenían orden de arrastrar piedras desde las canteras del monte Arábigo hasta el Nilo; después de transportadas las piedras por el río en barcas, mandó a los otros recibirlas y arrastrarlas hasta el monte que llaman Libico. Trabajaban por bandas de cien mil hombres, cada una tres meses. El tiempo en el que penó el pueblo para construir el camino para conducir las piedras fue de diez años; y la obra que hicieron es a mi parecer no muy inferior a la pirámide (pues tiene cinco estadios de largo, diez brazas de ancho y ocho de alto en su mayor altura), y está construida de piedra labrada y esculpida con figuras. Diez años, pues, pasaron para construir ese camino y las cámaras subterráneas en el cerro sobre las que se levantan las pirámides, cámaras que dispuso para su sepultura en una isla, formada al introducir un canal del Nilo. Para construir la pirámide, se emplearon veinte años: es cuadrada, cada lado es de ocho pletros de largo, tiene otros tantos de altura, de piedra labrada y ajustada perfectamente; ninguna de las piedras fue menor de treinta pies.


125

La pirámide se construyó de este modo: a manera de gradas, que algunos llaman adarves y otros zócalos. Hecho así el comienzo, levantaron las demás piedras con máquinas formadas de maderos cortos, que las alzaban desde el suelo hasta la primera hilera de las gradas; cuando subían hasta ella la piedra, era colocada en otra máquina levantada sobre la primera grada, y desde ésta era levantada hasta la segunda hilera por otra máquina. Porque había tantas máquinas como hileras de gradas, o bien la misma máquina, siendo una sola y fácilmente transportable, la irían llevando de grada en grada, cada vez que descargaban la piedra: demos las dos explicaciones, exactamente como las dan ellos. La parte más alta de la pirámide fue labrada primero, después labraron lo que seguía y por último la parte que estribaba en el suelo y era la más baja de todas. En la pirámide está anotado con letras egipcias cuánto se gastó en rábanos, en cebollas y en ajos para los obreros; y si bien me acuerdo, al leerme el intérprete la inscripción, me dijo que la cuenta ascendía a mil seiscientos talentos de plata. Y si esto es así ¿cuánto sin duda se habrá gastado en las herramientas con que trabajaban y en alimentos y vestidos para los obreros, ya que construyeron las obras durante el tiempo mencionado y además trabajaron otro tiempo, durante el cual tallaron y transportaron la piedra y labraron la excavación subterránea, tiempo nada breve?

Índice de Los nueve libros de la historia de Heródoto de HalicarnasoPrimera parte del Libro SegundoTercera parte del Libro SegundoBiblioteca Virtual Antorcha