Índice de Los nueve libros de la historia de Heródoto de HalicarnasoPrimera parte del Libro QuintoTercera parte del Libro QuintoBiblioteca Virtual Antorcha

LIBRO QUINTO

TERPSÍCORE

Segunda parte



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Allí un tal Andcares, de Eléon, le aconsejó, ateniéndose a los oráculos de Layo, fundar a Heraclea en Sicilia, diciéndole que todo el territorio de Ihix pertenecía a los Heraclidas, por haberlo conquistado el mismo Heracles. Oído esto, fue Dorieo a Delfos a consultar al oráculo si se apoderaría del país adonde se dirigía; la Pitia respondió que se apoderada de él; Dorieo llevó consigo la expedición que había conducido a Libia, y se fue a Italia.


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En aquella sazón, según cuentan los sibaritas, estaban ellos y su rey Telis por emprender una expedición contra Crotona; y los de Crotona, llenos de terror, rogaron a Dorieo que les socorriera, y lograron su ruego; Dorieo marchó con ellos contra Síbaris y la tomó. Los sibarítas, pues, cuentan que esto hicieron Dorieo y los suyos; pero los de Crotona aseguran que en la guerra contra los sibaritas ningún extranjero les socorrió, salvo solamente Calias el adivino, natural de Elide y de la familia de los Yámidas; y éste de la siguiente manera: desertó de Telis, señor de los sibaritas, y se pasó a ellos, al ver que ninguno de los sacrificios que hacía en favor de Crotona le prometía buenos agüeros.


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Así es cómo ellos lo cuentan. Unos y otros dan testimonios de lo que dicen, los sibaritas muestran el recinto y templo junto al cauce seco del Cratis, los cuales dicen que levantó Dorieo en honor de Atenea, por sobrenombre Cratia, después de tomar la ciudad. Y alegan como el mayor testimonio la muerte del mismo Dorieo, ya que por obrar contra el oráculo, murió desastradamente; pues, si en nada se hubiera desviado del oráculo, y se hubiera ocupado en su empresa, se hubiera apoderado de la comarca del Erix y la hubiera conservado sin que ni él ni su ejército hubieran muerto desastradamente. Los crotoniatas, por su parte enseñan en la tierra de Crotona muchas heredades dadas como privilegio a Calias el eleo (las cuales ocupaban aún en mis días los descendientes de Calias), pero ninguna dada a Dorieo ni a sus descendientes, y si Dorieo les hubiera socorrido en la guerra sibarítica, le habrían dado mucho más que a Calias. Tales son los testimonios que unos y otros alegan; puede cada uno asentir a lo que más le convenza.


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Con Dorieo se embarcaron también otros espartanos para fundar la colonia: Tésalo, Parébates, Celees y Eurileón. Después de arribar a Sicilia con toda su expedición murieron en batalla derrotados por los fenicios y los de Segesta. Eurileón fue el único de los fundadores que sobrevivió a este desastre. Recogió éste los sobrevivientes del ejército y se apoderó con ellos de Minoa, colonia de los selinusios, y unidos con éstos, les libró de su monarca Pitágoras. Después de haberle derrocado¡ él mismo quiso apoderarse de la tiranía de Selinunte, donde reinó por corto tiempo; porque los selinusios sublevados le mataron, aunque se había refugiado en el ara de Zeus Agoreo.


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Siguió a Dorieo y murió con él, un ciudadano de Crotona, Filipo, hijo de Butácides. Después de haber contraído esponsales con una hija de Telis, el sibarita, fue desterrado de Crotona. Como se le frustrase la boda, se embarcó para Cirene, de donde salió siguiendo a Dorieo en una trirreme propia y con tripulación mantenida a su propia costa. Era vencedor en Olimpia y el más hermoso de los griegos de su tiempo, y por su hermosura obtuvo de los de Segesta lo que ningún otro, pues han alzado sobre su sepultura un santuario de héroe, y se lo propician con sacrificios.


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De esta manera acabó Dorieo; si hubiera soportado ser súbdito de Cleómenes, y hubiera permanecido en Esparta, habría llegado a ser rey de Lacedemonia; pues no reinó Cleómenes largo tiempo, y murió sin hijo varón, dejando una sola hija, llamada Gorgo.


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Así, pues, Aristágoras, señor de Mileto, llegó a Esparta cuando tenía en ella el mando Cleómenes. Entró a conversar con él, según cuentan los lacedemonios, llevando consigo una plancha de bronce en la que estaba grabado el contorno de la tierra toda, y todo el mar y todos los ríos. Entró Aristágoras en conversación y le dijo así: Cleómenes, no te admires de mi empeño en visitarte; tal es nuestra situación. Ser los hijos de los jonios esclavos y no libres es la mayor infamia y el mayor dolor para nosotros y, de entre los restantes, para vosotros en la medida en que estáis a la cabeza de Grecia. Ahora, pues, por los dioses de Grecia, salvad de la esclavitud a los jonios, que son de vuestra misma sangre. Es ésta empresa fácil de realizar para vosotros porque los bárbaros no son bravos y vosotros habéis llegado, en lo relativo a la guerra, al extremo del valor. Su modo de combatir es éste: arco y venablo corto; entran en el combate con bragas, y con turbante en la cabeza: tan fáciles son de vencer. Los que ocupan aquel continente poseen más riquezas que todos los demás hombres juntos, empezando por el oro, plata, bronce, ropas labradas, bestias de carga y esclavos, todo lo cual como lo queráis, será vuestro. Viven confinando unos con otros, como te explicaré: con estos jonios que ahí ves confinan los lidias, que poseen una fértil región y son riquísimos en plata. Así decía señalando el contorno de la tierra que traía grabado en la plancha. Y con los lidias -continuaba Aristágoras- confinan por el Levante los frigios, que son los hombres más opulentos en ganado, y en frutos de cuantos yo sepa. Confinan con los frigios los capadocios, a quienes llamamos nosotros sirios. Sus vecinos son los cilicios que se extienden hasta este mar, en que se halla la isla de Chipre que ahí ves, los cuales pagan al Rey quinientos talentos de tributo anual; confinan con los cilicios los armenios, también muy opulentos en ganado, y con los armenios los macienos que ocupan esa región. Linda con ellos esta tierra de Cisia, y en ella a orillas de este río Coaspes está situada Susa, que ahí ves, donde reside el gran Rey y donde están las cámaras de su tesoro; como toméis esta ciudad, a buen seguro podréis contender en riqueza con el mismo Zeus. ¡Pues qué! Por una comarca no vasta, ni tan buena y de reducidos límites, tenéis que emprender combates contra los mesenios que son tan fuertes como vosotros, y contra los árcades y los argivos, que no tienen nada de oro ni de plata cuyo deseo induce a uno a morir con las armas en la mano. Pudiendo con facilidad ser dueños del Asia entera ¿elegiréis otra cosa? Así habló Aristágoras, y con estas palabras respondió Cleómenes: Huésped de Mileto, difiero la respuesta para el tercer día.


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En aquella ocasión no pasaron de esos términos. Cuando llegó el día fijado para la respuesta y se reunieron en el lugar convenido, preguntó Cleómenes a Aristágoras cuántos días de camino había desde las costas de Jonia hasta la residencia de] Rey. Y Aristágoras, por otra parte tan hábil y que tan bien sabía deslumbrar a Cleómenes, dió aquí un paso en falso; porque no debiendo decir la verdad, si en efecto quería arrastrar al Asia a los espartanos, la dijo, y repuso que el viaje era de tres meses. Cleómenes, interrumpiendo la explicación que Aristágoras empezaba a dar sobre el camino, le dijo: Huésped de Mileto, márchate de Esparta antes de que se ponga el sol. No dices a los lacedemonios palabra bien dicha si quieres llevarlos a tres meses del mar.


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Así habló Cleómenes y se volvió a su casa. Aristágoras tomó en las manos un ramo de olivo y se fue a la casa de Cleómenes; entró como suplicante y pidió a Cleómenes que le escuchara después de hacer salir a la niña, pues estaba de pie, al lado de Cleómenes su hija, llamada Gorgo, de edad de ocho o nueve años, y era su única prole. Cleómenes le invitó a decir lo que quería sin detenerse por la niña. Entonces Aristágoras comenzó por prometerle desde diez talentos, si le otorgaba lo que le pedia. Como Cleómenes rehusaba, iba subiendo Aristágoras la suma, hasta que, cuando le habia prometido cincuenta talentos, la niña exclamó: Padre, si no te vas, te corromperá el forastero. Agradó a Cleómenes la exhortación de la niña, se retiró a otro aposento, y Aristágoras se marchó definitivamente de Esparta, y no tuvo ya oportunidad de hablarle más sobre el viaje que habia hasta la residencia del Rey.


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Lo que hay acerca de ese camino es lo siguiente: hay en todas partes postas reales y hermosisimas hosterias, y el camino pasa todo por lugares poblados y seguros. A través de Lidia y Frigia se extiende por veinte etapas y noventa y cuatro parasangas y media. Al salir de la Frigia sigue el río Halis, que tiene allí sus pasos, los cuales es absolutamente preciso atravesar para cruzar el río y en él hay una numerosa guarnición. Después de pasar a Capadocia, para recorrerla hasta la frontera de Cilicia, hay treinta etapas menos dos, y ciento cuatro parasangas. En esta frontera pasarás por dos diferentes puertas y dejarás atrás dos guarniciones. Después de pasar aqui, tienes de camino a través de Cilicia tres etapas y quince parasangas y media. El limite entre Cilicia y Armenia es un rio navegable llamado Eufrates. Hay en Armenia quince etapas con sus paradores, cincuenta y seis parasangas y media de camino, y en ellas una guarnición. Al entrar de Armenia al territorio macieno, hay treinta y cuatro etapas y ciento treinta y siete parasangas. Cuatro dos navegables corren a través de este territorio, los cuales es absolutamente necesario pasar con barca: el primero es el Tigris: el segundo y el tercero llevan el mismo nombre, no siendo un mismo río, ni saliendo de un mismo sitio, pues el uno baja de la Armenia y el otro de los macienos: el cuarto rio que lleva el nombre de Gindes, es el que dividió Ciro en trescientos sesenta canales. Pasando de ésta a la región Cisia, hay once etapas, cuarenta y dos parasangas y media, hasta el río Coaspes, que también es navegable; a su orilla se levanta la ciudad de Susa. Todas esas etapas son ciento once, y hay otros tantos paradores al viajar de Sardes a Susa.


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Y si está bien medido este camino real, por parasangas, y si la parasanga equivale a treinta estadios, como realmente equivale, hay desde Sardes hasta el palacio llamado Memnonio trece mil quinientos estadios siendo las parasangas cuatrocientas cincuenta. Andando cada día ciento cincuenta estadios se emplean noventa días cabales.


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Así que bien dijo Aristágoras de Mileto al decir al lacedemonio Cleómenes, que era de tres meses el viaje a la residencia del Rey. Mas si desea alguno, una cuenta aun más precisa, yo se la indicaré: debe añadir a la cuenta el camino desde Efeso hasta Sardes; digo, pues, que desde el mar griego hasta Susa (porque ésta es la ciudad llamada Memnonio) hay catorce mil cuarenta estadios, porque los estadios desde Efeso hasta Sardes son quinientos cuarenta y así se alarga tres días el camino de tres meses.


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Aristágoras, expulsado de Esparta, se dirigió a Atenas, que se había librado de sus tiranos de esta manera. Aristogitón y Harmodio, descendientes de una familia de origen gefireo mataron a Hiparco, hijo de Pisístrato y hermano del tirano Hipias (el cual había visto en sueños la imagen clarísima de su muerte). Después sufrieron los atenienses por cuatro años la tiranía, no menos que antes, sino mucho más.


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Esto es lo que vió Hiparco en sueños. En la víspera de las Panateneas le pareció que un hombre alto y bien parecido, se erguía cerca de él y le decía estos versos enigmáticos:

Sufre, León, lo insufrible; súfrelo, mal que te pese,
que hombre ninguno hace daño sin padecer su castigo
.

No bien amaneció, Hiparco propuso públicamente el caso a los intérpretes de sueños; pero luego dejó de pensar en la visión y tomó parte en la procesión en la que murió.


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Acerca de los gefireos, a los que pertenecían los asesinos de Hiparco, según dicen ellos mismos, provienen originariamente de Eritrea; pero, según hallo por mis investigaciones, fueron fenicios, de los fenicios que vinieron con Cadmo a la región hoy llamada Beocia, y en esa región moraron en Tanagra, que fue la parte que les tocó en suerte. Arrojados primero de ahí los cadmeos por los argivos, fueron después los gefireos arrojados por los beocios y se dirigieron a Atenas. Los atenienses les recibieron como sus ciudadanos, bajo ciertas condiciones, ordenándoles abstenerse de muchas prácticas que no vale la pena referir.


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Esos fenicios venidos junto con Cadmo (de quienes descendían los gefireos) y establecidos en esa región, entre otras muchas enseñanzas, introdujeron en Grecia las letras, pues antes, a mi juicio, no las tenían los griegos, y al principio eran las mismas que usan todos los fenicios; luego, andando el tiempo, a una con el habla mudaron también la forma de las letras. En aquella sazón, los griegos que poblaban la mayor parte de los lugares alrededor de ellos eran los jonios. Ellos recibieron las letras por enseñanza de los fenicios y las usaron, mudando la forma de algunas pocas, y al servirse de ellas, las llamaban, como era justo, letras fenicias, ya que los fenicios las habían introducido en Grecia. Así también, los jonios llaman de antiguo pieles a los papiros, porque en un tiempo por falta de papiro, usaban pieles de cabra y de oveja; y aún en mis tiempos muchos de los bárbaros escriben en semejantes pieles.


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Yo mismo vi letras cadmeas en el santuario de Apolo Ismenio en Tebas, grabadas en ciertos trípodes y muy parecidas en conjunto a las letras jonias. Uno de los trípodes tiene esta inscripción:

Ofrenda soy de Anfitrión, despojo de Teleboas.

Sería de la época de Laya, hijo de Lábdaco, hijo de Polidoro, hijo de Cadmo.


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Otro trípode dice así en verso hexámetro:

Ofrenda soy del triunfante púgil Esceo, que a Apolo
Flechador me ha consagrado como hermosisima joya
.

Sería Esceo el hijo de Hipocoonte (si en verdad éste fue quien hizo la ofrenda y no algún otro que llevase el mismo nombre que el hijo de Hipocoonte) de la época de Edipo, hijo de Layo.


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El tercer trípode dice también en hexámetros:

Soy el tripode que a Febo, siempre certero en el tiro,
consagró el rey Laodamante como hermosisima joya
.

Cabalmente cuando este Laodamente, hijo de Etéoc1es, era único rey, fueron los cadmeos arrojados de su patria por los argivos, y se dirigieron a los enqueleas; los gefireos habían quedado, pero luego obligados por los beocios se retiraron a Atenas. Tienen construídos en Atenas santuarios en los que no tienen parte alguna los demás atenienses; y entre los cultos distintos de los demás, está en particular el culto y misterios de Deméter de Acaya.


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He narrado la imagen que vió Hiparco en sueños, y de dónde procedían los gefireos, a los que pertenecían los matadores de Hiparco. Además, debo todavía reanudar el relato que iba a contar al principio: cómo los atenienses se libertaron de sus tiranos. Era tirano Hipias, y estaba muy irritado contra los atenienses por la muerte de Hiparco; los Alcmeónidas, familia ateniense, desterrada por los hijos de Pisístrato, procuraban volver a su patria por fuerza, junto con los demás desterrados de Atenas. Pero como intentando volver y libertar a Atenas, sufrieran un gran revés, fortificaron Lipsidrio, más allá de Peonia; y allí tramando contra los Pisistrátidas todo cuanto podían, los Alcmeónidas se concertaron con los Anficdones para construir el templo de Delfos, el templo que está ahora y que entonces no existía aún. Como eran hombres de gran riqueza, e ilustres de tiempo atrás, hicieron el templo más hermoso que su modelo, en todo y en particular porque habiendo convenido hacer el templo de piedra toba, hicieron la fachada de mármol pario.


63

Moraban en Delfos estos hombres, según cuentan los atenienses, y convencieron a la Pitia a fuerza de dinero, de que siempre que vinieran los espartanos, ya en consulta privada, ya en pública, les respondiera que libertasen a Atenas. Los lacedemonios, como siempre se les revelaba un mismo oráculo, enviaron a Anquimolio, hijo de Aster, ciudadano principal, con un ejército, para que arrojasen de Atenas a los hijos de Pisístrato, aunque fueran éstos sus mayores amigos, pues tenían en más la voluntad del dios que la amistad de los hombres. Les enviaron en naves por mar, Anquimolio fondeó en Falero y desembarcó sus tropas. Informados anticipadamente los Pisistrátidas, pidieron auxilio a Tesalia, con quienes tenían alianza. A su pedido los tésalos enviaron de común acuerdo a su rey Cineas, conieo de nación, con mil jinetes. Después de recibir el socorro, los Pisistrátidas discurrieron esta traza: arrasaron la llanura de los falereos, y dejaron el lugar expedito para los jinetes; luego lanzaron contra el campo enemigo la caballería, que en su embestida mató a muchos lacedemonios y señaladamente a Anquimolio, y obligó a los sobrevivientes a encerrarse en sus naves. Así se retiró la primera expedición de Lacedemonia. El sepulcro de Anquimolio está en el Ática, en Alopecas, cerca del Heracleo de Cinosarges.


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Luego enviaron los lacedemonios contra Atenas una expedición más grande; nombraron general del ejército a su rey Cleómenes, hijo de Anaxándridas, y no la enviaron por mar sino por tierra firme. Cuando invadieron el territorio ático la caballería tésala fue la primera en venir con ellos a las manos, pero no mucho después volvió las espaldas; cayeron más de cuarenta de los suyos; los sobrevivientes se volvieron sin más en derechura de Tesalia. Cleómenes llegó a la ciudad junto con los atenienses que querían ser libres, y sitió a los tiranos, que se habían encerrado en la fortaleza Pelásgica.


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Los lacedemonios no hubieran arrojado jamás a los Pisistrátidas porque no llevaban ánimo de emprender un largo sitio, y por hallarse los Pisistrátidas bien apercibidos de comida y bebida: después de sitiarlos unos pocos días se habrían retirado a Esparta; pero sobrevino entonces cierto azar maligno para los unos y a la vez favorable para los otros: los hijos de los Pisistrátidas, al tiempo de ser sacados del país a escondidas, fueron cautivados. Este acaso desconcertó toda su situación y se avinieron a rescatar a sus hijos en las condiciones que quisieran los atenienses, o sea, saliendo del Ática en el término de cinco días. Se retiraron en seguida a Sigeo, sobre el Escamandro, después de dominar en Atenas treinta y seis años. Eran también oriundos de Pilo y de los Nelidas, descendientes de los mismos antepasados de la familia de Codro y Melanto, que antes que ellos, aun siendo extranjeros, fueron reyes de Atenas. Por eso se acordó Hipócrates de poner a su hijo el nombre de Pisístrato, por Pisístrato, el hijo de Néstor. Así se desembarazaron los atenienses de los tiranos; pero explicaré ante todo cuanto este pueblo, una vez libre, hizo o padeció digno de relato, antes que la Jonia se sublevase contra Darío y Aristágoras de Mileto viniese a Atenas para pedirles ayuda.


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Atenas, que antes ya era grande, desembarazada entonces de sus tiranos, se hizo mayor. Dos hombres prevalecían en ella: Clístenes, un Alcmeónida (aquel precisamente de quien es fama que sobornó a la Pitia), e Iságoras, hijo de Tisandro, de ilustre casa, aunque no puedo declarar su origen: sus parientes sacrifican a Zeus de Caria. Estos dos se disputaban el poder. Clistenes derrotado, se asoció con el pueblo. Luego distribuyó en diez tribus a los atenienses, que est:tban distribuídos en cuatro, y dejando los nombres de los hijos de Ión, Geleonte, Egicoreo, Argades y Hoples, introdujo los nombres de otros héroes nativos, a excepción de Ayahte: a éste le añadió, aunque extranjero, por ser vecino y aliado.


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En esto, a mi parecer, imitaba este Clistenes a su abuelo materno Clistenes, señor de Sición. Porque Clistenes, después de haber combatido con los argivos, puso fin en Sición a los certámenes en que los rapsodos recitaban los versos de Homero, a causa de celebrar éstos en casi todas partes a Argos y los argivos. Además, como existía y existe en la plaza de Sición un templo del héroe Adrasto, hijo de Talao, Clistenes deseaba arrojarle del país por ser argivo. Fue a Delfos e interrogó al oráculo si arrojaría a Adrasto. La Pitia le respondió que Adrasto había sido rey de los sicionios y que él era un criminal. Como el dios no le otorgaba su pedido, se volvió y discurrió un medio para que Adrasto se marchase por sí mismo. Cuando creyó haberlo encontrado, envió a decir a Tebas de Beocia que quería introducir a Melanipo, hijo de Ástaco. Los tebanos se lo permitieron, y habiendo introducido a Melanipo, le consagró un recinto en el mismo Pritaneo, y le erigió templo en el sitio más fortificado. Introdujo Clístenes a Melanipo (puesto que también es preciso que lo refiera), por haber sido el peor enemigo de Adrasto, y quien había dado muerte a su hermano Mecistes y a su yerno Tideo. Después de consagrarle su recinto, quitó Clistenes los sacrificios y fiestas de Adrasto y se los dió a Melanipo. Los sicionios solían venerar a Adrasto con gran magnificencia, porque esa región había sido de Pólibo, y Adrasto era hijo de la hija de Pólibo; al morir éste sin hijo varón, entregó el mando a Adrasto. Entre otras honras que tributaban a Adrasto los sicionios, celebraban particularmente sus padecimientos con coros trágicos, no en honor de Dioniso, sino de Adrasto. Clístenes restituyó los coros a Dioniso y el resto del culto a Melanipo.


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Esto fue lo que había ejecutado contra Adrasto; y a las tribus de los dorios, para que no fuesen idénticas a las sicionias y las argivas, les cambió los nombres. Allí fue donde más se mofó de los sicionios, porque les puso como nuevos nombres los de puerco y asno, salvo su propia tribu: a ésta le puso nombre tomado de su propio señorío. Así, pues, éstos se llamaron Arquelaos (señores del pueblo), y los otros Hiatas (de hys, puerco), Oneatas (onos, asno) y Quereatas (khoiros, lechón). Los sicionios mantuvieron estos nombres de sus tribus, no sólo en el reinado de Clistenes, sino aún unos sesenta años después de su muerte. Luego, no obstante, se pusieron de acuerdo y los cambiaron por los de Hileos, Panfilos y Dimanatas; agregaron como cuarto el nombre de Egialeo, hijo de Adrasto, y se llamaron Egialeos.


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Tal fue lo que había hecho Clistenes el sicionio; y Clístenes el ateniense, que era hijo de una hija del sicionio y llevaba su nombre, a mi parecer, despreciaba a su vez a los jonios y para no tener las mismas tribus que ellos, imitó a su tocayo Clistenes. En efecto, cuando se hubo atraído a su partido el pueblo de los atenienses, antes apartado de todo derecho, cambió entonces el nombre de las tribus y aumentó su número; así que en lugar de cuatro jefes de tribu, instituyó diez, y asignó a cada tribu diez demos. Y, por haberse atraído el pueblo, estaba muy por encima de sus rivales.


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Derrotado a su vez Iságoras, discurrió esta traza: llamó a Cleómenes el lacedemonio que había sido su huésped cuando el asedio de los Pisistrátidas (y se acusaba a Cleómenes de tener relaciones con la mujer de Iságoras). Entonces, ante todo, Cleómenes envió un heraldo a Atenas, intimando la expulsión de Clístenes y de otros muchos atenienses, a quienes llamaba los malditos. Decía esto en su pregón por instrucción de Iságoras, pues los Alcmeónidas y los de su bando eran mirados en Atenas como culpables de ese crimen en el cual no habían tenido parte Iságoras ni sus partidarios.


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Ciertos atenienses fueron llamados malditos por lo siguiente. Hubo entre los atenienses un tal Cilón, vencedor en los juegos olímpicos; aspiró éste a la tiranía, reunió en su favor una asociación de hombres de su misma edad e intentó tomar la acrópolis. Pero no logrando apoderarse de ella, se refugió como suplicante junto a la estatua. Los presidentes de los distritos, que a la sazón mandaban en Atenas, les hicieron salir como reos, pero no de muerte: mas se acusaba a los Alcmeónidas de haberles asesinado. Esto sucedió antes de la edad de Pisístrato.


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Al intimar Cleómenes con su pregón la expulsión de Clístenes y de los malditos, Clístenes salió secretamente. No obstante Cleómenes se presentó luego en Atenas con una tropa poco numerosa. Una vez llegado desterró setecientas familias atenienses, las cuales le indicó Iságoras. En segundo término intentó disolver el Senado, y entregó las magistraturas a trescientos partidarios de Iságoras. Resistiéndose el Senado, y no queriendo obedecer, Cleómenes, Iságoras y sus partidarios se apoderaron de la acrópolis. Los demás atenienses, puestos de acuerdo, los sitiaron por dos días: al tercero capitularon, y salieron del país todos los que eran lacedemonios. Y así se le cumplió a Cleómenes la profecia, pues luego que subió a la acrópolis con ánimo de apoderarse de ella, se fue al santuario de la diosa como para dirigirle la palabra. Pero la sacerdotisa se levantó de su asiento, y antes que traspusiese el umbral le dijo: Forastero de Lacedemonia, vuélvete atrás y no entres en el santuario: porque no es lícito que entren aquí los dorios. Mujer, respondió Cleómenes, yo no soy dorio sino aqueo. Por no contar con aquel presagio, acometió la empresa y entonces fracasó nuevamente junto con los lacedemonios. A los demás, los atenienses les encadenaron y condenaron a muerte, entre ellos a Timesiteo de Delfos, de cuya fuerza y bravura podría contar las mayores hazañas. Fueron, pues, encadenados y muertos.


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Después de esto, los atenienses enviaron por Clistenes y por las setecientas familias perseguidas por Cleómenes, y despacharon mensajeros a Sardes deseando hacer alianza con los persas, pues bien sabían que habían provocado a Cleómenes y los lacedemonios. Llegados a Sardes, los mensajeros, y habiendo expuesto lo que se les había encargado, preguntó Artafrenes, hijo de Histaspes, gobernador de Sardes, quiénes eran y dónde moraban aquellos hombres que solicitaban ser aliados de los persas, e informado por los mensajeros, les respondió en suma, que concertaría la alianza si los atenienses entregaban al rey Darío tierra y agua; y si no las entregaban, les mandaba partir. Los mensajeros por propia responsabilidad, deseosos de ajustar la alianza, respondieron que las entregarían. A su regreso a la patria fueron muy censurados.


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Cleómenes, sabedor de que los atenienses le habían insultado con hechos y palabras, reclutó tropas de todo el Peloponeso, sin declarar para qué las reclutaba; deseaba vengarse del pueblo de Atenas y establecer por señor a Iságoras, que junto con él había salido de la acrópolis. Cleómenes invadió a Eleusis con un gran ejército; los beocios de concierto con él tomaron los demos más alejados del Ática, Enoa e Hisias, y los calcideos atacaban por el otro lado talando los campos del Ática. Los atenienses, si bien atacados por ambas partes, dejaron para después el escarmiento de los beocios y calcideos, y llevaron sus armas contra los peloponesios, que se hallaban en Eleusis.


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Estaban los dos ejércitos prontos para venir a las manos, cuando los corintios, pensando que no procedían con justicia, fueron los primeros que mudaron de parecer y se marcharon; después se retiró Demarato, hijo de Aristón, también rey de Esparta, que había conducido el ejército de Esparta junto con Cleómenes, y había tenido antes parecer contrario a él. A partir de esta discordia, hízose en Esparta una ley por la cual, al salir el ejército, nunca marchasen entrambos reyes (porque hasta entonces salían entrambos); eximido de combatir uno de ellos, también quedaba uno de los Tindáridas, pues antes también entrambos, como patronos, seguían al ejército.


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Viendo entonces en Eleusis el resto de los aliados que los reyes de Lacedemonia no estaban de acuerdo, y que los corintios habían desamparado su puesto, también se marcharon. Era la cuarta vez que los dorios entraban en el Ática; dos veces la invadieron en pie de guerra, y dos en beneficio del pueblo de Atenas; la primera vez cuando fundaron a Mégara (esta expedición podría designarse con razón como la de la época en que Codro reinaba en Atenas). La segunda y la tercera cuando, para expulsar a los Pisistrátidas, partieron de Esparta; la cuarta, entonces, cuando Cleómenes invadió a Eleusis al frente de los peloponesios. Así por cuarta vez invadían entonces los dorios a Atenas.


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Deshecha ignominiosamente esta expedición, los atenienses, con ánimo de vengarse, marcharon en primer término contra los calcideos; los beocios salieron al Euripo en ayuda de los calcideos. Los atenienses, al ver a los beocios, resolvieron acometerlos antes que a los calcideos. Tuvieron un encuentro los atenienses con los beocios y lograron una completa victoria; mataron muchísimos enemigos, e hicieron setecientos prisioneros. Ese mismo día los atenienses pasaron a Eubea y tuvieron un encuentro con los calcideos; también los vencieron y dejaron cuatro mil colonos en las tierras de los caballeros; y entre los calcideos se llamaban caballeros los ciudadanos opulentos. A todos los prisioneros, así éstos como los de Beocia, los tuvieron aherrojados en la cárcel, pero algún tiempo después los soltaron, por un rescate de dos minas por cabeza. Colgaron en la acrópolis los grillos en que les habían tenido, y aun se conservaban en mis días, colgados de aquellas paredes chamuscadas por el fuego del medo, frente a la sala del templo que mira a Poniente. Consagraron el diezmo de dicho rescate, haciendo con él una cuadriga de bronce, que está a mano izquierda así que se entra en los propileos de la acrópolis; lleva esta inscripción:

La progenie de Atenas con sus armas
a Beocia y Calcidia ha domeñado.
En prisiones sombrías y en cadenas
apagó su furor, y con el diezmo
ha consagrado a Palas estas yeguas
.


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Iban en aumento los atenienses: pues no en una sino en todas las cosas se muestra cuán importante es la igualdad, ya que los atenienses, cuando vivían bajo un señor, no eran superiores en las armas a ninguno de sus vecinos, y librados de sus señores, fueron con mucho los primeros. Ello demuestra, pues, que cuando estaban sometidos, de intento combatían mal, como que trabajaban para un amo, pero una vez libres, cada cual ansiaba trabajar para sí.


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En esto andaban los atenienses. Los tebanos enviaron después a consultar al dios, deseosos de vengarse de los atenienses. Respondióles la Pitia que por sí solos no obtendrían venganza, les encargó que llevasen el asunto ante las muchas voces y pidiesen ayuda a los más próximos. Los enviados se marcharon, convocaron una asamblea y comunicaron el oráculo. Los tebanos, al oír que era menester pedir ayuda a los más vecinos, dijeron: ¿No son nuestros más próximos vecinos los tanagreos, coroneos y tespieos? Pues éstos siempre combaten junto con nosotros y comparten celosamente nuestras guerras. ¿Para qué hemos de pedirles ayuda? Quizá no se referia a eso el oráculo.


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Entre tales razones, dijo al fin uno que lo había entendido: Me parece comprender lo que nos quiere decir el oráculo. Dícese que fueron hijas de Asopo, Teba y Egina; paréceme, pues, que habiendo sido hermanas, nos respondió el dios que pidamos a los eginetas sean nuestros vengadores. Y como pareció que nadie pudiera presentar mejor opinión que ésta, al punto enviaron a pedir a los eginetas, invitándoles a que les auxiliaran conforme al óraculo, pues eran sus más próximos allegados. Ellos respondieron a su pedido que les enviarían en auxilio los Eácidas.


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Con el socorro de los Eácidas, los tebanos probaron fortuna; pero muy malparados por los atenienses, enviaron otra vez emisarios a Egina, que devolvieron los Eácidas y les pidieron soldados. Los eginetas, engreídos con su gran prosperidad, y acordándose de su antiguo odio contra los atenienses, al suplicarles entonces los tebanos, resolvieron hacer guerra sin declaración previa; y, en efecto, mientras los atenienses acosaban a los beocios, pasaron los eginetas al Ática en sus barcos de guerra, saquearon a Falero y a muchos otros demos de la costa, asestando un serio golpe a los atenienses.


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El odio inveterado de los eginetas contra los atenienses nació de este principio: no daba fruto alguno la tierra de los epidaurios; acerca de esta desgracia, consultaron los epidaurios al oráculo de Delfos. La Pitia les invitó a levantar estatuas a Damia y a Auxesia, pues si las levantaban les iría mejor. Preguntaron los epidaurios si las harían de bronce o de mármol, y la Pitia no permitió lo uno ni lo otro, sino de madera de olivo cultivado. Pidieron entonces los epidaurios a los atenienses que les permitieran cortar de sus olivos, persuadidos de que los del Ática eran los más sagrados, y aun se dice que en aquella época no había olivos en ninguna otra parte de la tierra más que en Atenas. Los atenienses declararon que lo permitirían a condición de que todos los años enviasen ofrendas a Atenea Poliade y a Erecteo. Convinieron en la condición los epidaurios, lograron lo que pedían, y levantaron las estatuas hechas de esos olivos; volvió a dar fruto la tierra y ellos cumplieron a los atenienses lo pactado.


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Todavía en este tiempo, como antes, los eginetas obedecían a los epidaurios; particularmente acudían a Epidauro para acusar y responder en sus pleitos. Pero desde aquella época, como habían construído naves, en su arrogancia se sublevaron contra los epidaurios y, como que eran enemigos, les causaban daño, pues dominaban el mar, y, particulamente, les robaron las estatuas de Damia y de Auxesia, las transportaron y las colocaron en medio de su tierra en un lugar llamado Ea, que dista unos veinte estadios de la ciudad. Después de colocarlas en este sitio, trataron de propiciarlas con sacrificios y con unos coros de mujeres que lanzaban injurias, nombrando para cada una de las divinidades diez coregos. Esos coros no hablaban mal de ningún hombre pero sí de las mujeres del país. Idénticas ceremonias tenían los epidaurios, y tienen también ceremonias secretas.


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Robadas dichas estatuas, ya no cumplían los epidaurios lo que habían pactado con los atenienses. tstos enviaron un mensaje expresando su enojo a los epidaurios, quienes probaron con buenas razones que no comeúan injusticia: todo el tiempo que habían tenido en el país las estatuas, habían cumplido lo pactado; después de quedarse sin ellas no era justo continuar con el tributo, y les exhortaban a que lo exigiesen de los eginetas que las poseían. Entonces enviaron los atenienses a Egina a reclamar las estatuas; respondieron los de Egina que nada tenían que ver con los atenienses.

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