Índice de Los nueve libros de la historia de Heródoto de Halicarnaso | Primera parte del Libro Sexto | Tercera parte del Libro Sexto | Biblioteca Virtual Antorcha |
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LIBRO SEXTO
ERATO
Segunda parte
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Lo primero que Darío hizo al año siguiente fue enviar un mensajero a los tasios, falsamente acusados por sus vecinos de que tramaban una sublevación, ordenándoles que demoliesen sus murallas y pasasen sus naves a Abdera. Los tasios, en efecto, así por haberse visto sitiados antes por Histieo, como por hallarse con grandes recursos, empleaban sus riquezas en construir naves de guerra y en rodearse de un muro más fuerte. Los recursos provenían del continente y de las minas: de las minas de oro de Escaptésila les entraban por lo común ochenta talentos; de las de la misma Taso, menos que de ésas, pero con todo una suma tan grande que los tasios percibían cada año, por lo común (cuando no pagaban contribución por sus frutos), ya del continente, ya de las minas, doscientos talentos; y cuando percibían más, trescientos.
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Yo vi en persona esas minas; eran con mucho las más maravillosas las que habían sido descubiertas por los fenicios, que con Taso poblaron dicha isla, que ahora lleva el nombre del fenicio Taso. Estas minas fenicias se hallan en Taso, entre los parajes llamados Enira y Cenira, frente a Samotracia, en un gran monte excavado en la búsqueda. Tales son las minas. Los tasios, pues, ante la real orden, demolieron su propio muro, y pasaron todas sus naves a Abdera.
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Después de esto Darío quiso tentar qué pensaban los griegos. si guerrear contra él o entregarse. Despachó, pues, heraldos a las diversas ciudades por toda Grecia, con orden de pedir para el rey, tierra y agua. Esos envió a Grecia, y envió otros heraldos a sus ciudades tributarias de la costa con orden de que construyesen naves de guerra y embarcaciones para transportar la caballería.
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Mientras éstos emprendían tales preparativos, muchos pueblos del continente dieron a los heraldos que llegaban a Grecia lo que se les pedía de parte del persa; y todos los isleños donde aquéllos aportaron con su pedido, y entre los demás isleños los de Egina, sobre todo, ofrecieron a Darío tierra y agua. Los atenienses llevaron a mal tal conducta, pensando que los eginetas se habían entregado por la enemistad que les tenían, para hacerles la guerra unidos con el persa; se asieron alegres a ese pretexto y pasando a Esparta acusaron a los eginetas de que con esa conducta habían traicionado a Grecia.
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Ante esa acusación, Cleómenes, hijo de Anaxándridas, que era rey de los espartanos, pasó a Egina queriendo prender a los eginctas más culpables. Cuando intentaba prenderles, entre otros eginetas que se le opusieron, el que más se señaló fue Crío, hijo de Policrito, quien le dijo que no se alegraría de llevar un solo egineta, pues no ejecutaba aquello de orden del común de los espartanos, sino sobornado con dinero de los atenienses, pues si no hubiera venido con el otro rey para prenderles. Esto decía Crío según instrucciones de una carta de Demarato. Rechazado de Egina, Cleómenes preguntó a Crío cuál era su nombre; éste se lo dijo y Cleómenes le replicó: Ahora bien, Crío (carnero) recubre tus astas con bronce, pues toparás con un gran desastre.
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Por ese tiempo calumniaba a Cleómenes, Demarato, hijo de Aristón que quedaba en Esparta. Era asimismo rey de los espartanos, pero de la familia inferior, no inferior en ningún otro respecto (pues las dos son de un mismo origen), sino en el derecho de primogenitura; en atención al cual se da más honra a la casa de Eurístenes.
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Porque los lacedemonios, sin concordar con ningún poeta, dicen que no fueron los hijos de Aristodemo quienes les condujeron al país que al presente poseen, sino el mismo Aristodemo, su rey, hijo de Aristómaco, hijo de Cleodeo, hijo de Hilo. Al poco tiempo dió a luz la mujer de Aristodemo, cuyo nombre era Argía; dicen que era hija de Autesión, hijo de Tisámeno, hijo de Tersandro, hijo de Polinices. Dió a luz dos gemelos. Aristodemo apenas los vió nacidos cuando murió de enfermedad. En aquella época los lacedemonios, conformándose con sus leyes, decidieron que fuera rey el mayor de los niños; pero no tenían cómo elegir a uno de los dos, siendo entrambos parecidos e iguales. No pudiendo averiguarlo interrogaron a la madre, o quizás antes ya se lo habían preguntado. Ella repuso que tampoco les distinguía, y dijo así, aunque les conocía muy bien, deseosa de que de algún modo los dos llegaran a ser reyes. Los lacedemonios no sabían qué partido tomar y no sabiéndolo, enviaron a Delfos para preguntar cómo harían. La Pitia les ordenó tener a ambos niños por reyes, pero honrar de preferencia al mayor. Así, cuentan, les respondió la Pitia, y a los lacedemonios que estaban tan inciertos como antes de hallar al primogénito, les dió consejo un mesenio de nombre Panites. Aconsejó este Panites a los lacedemonios que observaran cuál de los niños lavaba y alimentaba primero la madre, y si resultaba que ella siempre hacia lo mismo, tenían todo cuanto buscaban y deseaban encontrar; pero que si lo hacia sin orden, alternando en ello, se cerciorarían de que ni la misma madre sabía más que ellos, y en tal caso les sería preciso tomar otro camino. Entonces los espartanos, conforme a los consejos del mesenio, observaron que la madre de los hijos de Aristodemo (que no sabía por qué la observaban) siempre, así en el alimento como en el baño, prefería al mayor. Tomaron los lacedemonios al niño preferido por la madre, persuadidos de que era el primogénito, y le criaron por cuenta del Estado; le pusieron por nombre Eurístenes, y al otro Prodes. Dicen que éstos, por más que fuesen hermanos, llegados a la mayor edad, siempre estuvieron en discordia todo el tiempo de su vida, y lo mismo hicieron siempre sus descendientes.
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Los lacedemonios son los únicos entre los griegos que esto cuentan; escribo lo que sigue conforme a lo que cuentan los griegos: hasta Perseo, hijo de Dánae (dejando aparte al dios), están bien enumerados por los griegos los reyes de los dorios, y está demostrado que fueron griegos, pues por tales eran ya reputados. Dije hasta Perseo y no quise tomar desde más arriba, porque Perseo no tiene apellido tomado de padre mortal, como Heracles tiene el de Anfitrión; de suerte, que con razón dije: hasta Perseo están bien enumerados. Si enumera uno los progenitores desde Dánae, hija de Acrisio, los soberanos de los dorios resultan ser oriundos de Egipto.
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Esta es su genealogía, conforme a lo que cuentan los griegos; pero, según cuentan los persas, Perseo mismo, que era asirio, se hizo griego, pero no fueron griegos sus progenitores. Respecto de los padres de Acrisio, que nada tienen que ver con la ascendencia de Perseo, convienen en que fueron egipcios, como dicen los griegos.
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Mas sobre este punto baste lo dicho. Por qué razón ni por qué proezas, siendo egipcios lograron el reino de los dorios, pues ya otros lo han referido, lo dejaremos; pero recordaré lo que otros no trataron.
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Los espartanos han dado, pues, las siguientes prerrogativas a sus reyes: dos sacerdocios, el de Zeus Lacedemonio y el de Zeus Uranio; llevar las armas al país que quieran, y ningún espartano, so pena de incurrir en anatema, se lo puede estorbar; ser los primeros en salir a campaña y los últimos en retirarse; durante la guerra cien soldados escogidos los custodian; toman en sus expediciones todas las reses que quieran, y se apropian el cuero y el lomo de todas las víctimas.
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Estas son sus prerrogativas militares; las que les fueron concedidas para la paz, son las siguientes: cuando se hace un sacrificio público los reyes son los primeros en sentarse al convite; se comienza a servir por ellos, y de todos los manjares se les distribuye a cada uno de los dos el doble que a los demás convidados; a ellos corresponde la iniciación de las libaciones y los cueros de las víctimas sacrificadas. Cada luna nueva y cada séptimo día al comenzar el mes, por cuenta del Estado debe darse a cada uno para Apolo una víctima mayor, un medimno de harina y un cuartillo lacedemonio de vino; y en todos los certámenes les están reservados los mejores asientos. Pueden nombrar próxenos a los ciudadanos que quieran, y elegir cada cual dos Pitios. Los Pitios son consultores enviados a Delfos, y alimentados por cuenta del Estado en compañía de los reyes. Cuando los reyes no asisten a comidas, se les envía a sus casas dos quénices de harina y una cótila de vino para cada uno: el día en que asisten se les dobla la ración de todo. De igual modo son honrados cuando los particulares les invitan a un banquete. Custodian los oráculos pronunciados bien que de ellos sean también sabedores los Pitios. Los únicos casos que juzgan exclusivamente los reyes son: a quién corresponde casar con la doncella heredera que no hubiere sido desposada con nadie por su padre, y lo que mira a los caminos públicos; si alguien quiere adoptar un hijo debe hacerlo en presencia de los reyes. Pueden tomar asiento en el consejo de los ancianos, que son treinta menos dos; pero si no concurren, los ancianos que les son más allegados poseen las prerrogativas de los reyes: tienen dos votos, aparte el tercero, que es de ellos.
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Tales honores ha dado en vida a los reyes la comunidad de los espartanos, y estos otros a su muerte. Unos jinetes anuncian lo sucedido por toda la Laeonia, y por la ciudad van unas mujeres golpeando un caldero. Cuando esto pasa, es forzoso que de cada casa, dos personas libres, hombre y mujer, vistan de duelo, y si no lo hacen incurren en graves penas. La usanza de los lacedemonios en la muerte de sus reyes es la misma que la de los pueblos bárbaros del Asia, ya que la mayor parte de los bárbaros sigue la misma usanza en la muerte de sus reyes. Porque, cuando muere el rey de los lacedemonios, aparte los espartanos, es necesario que concurran forzosamente al entierro, desde toda Lacedemonia, cierto número de periecos. Reunidos, pues, en un mismo lugar muchos millares de ellos y de ilotas y de los mismos espartanos junto con sus mujeres, se golpean con afán la frente y se lamentan interminablemente, diciendo siempre que el rey que acaba de morir era el mejor de los reyes. Si el rey muere en guerra, labran su imagen y la llevan en un féretro ricamente aderezado. Después de sepultarle, por diez días no se reúne el ágora ni se celebran comicios, y están de duelo todos esos días.
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En esta otra cosa se asemejan a los persas: cuando muere un rey y se alza otro, el nuevo rey perdona las deudas que todo espartano tuviese con su predecesor o con el Estado; entre los persas, el rey que entra en poder hace gracia a todas las ciudades de los tributos que le adeudan.
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En esta costumbre se parecen los lacedemonios a los egipcios: los pregoneros, los flautistas y los cocineros heredan las artes paternas; de suerte que el flautista es hijo de flautista, el cocinero de cocinero y el pregonero de pregonero, y no entran otros en competencia por la claridad de la voz ni los desplazan, sino que ejercen el oficio paterno.
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Así en suma, pasa esto en Esparta. Hallábase entonces en Egina Cleómenes, trabajando por el bien común de Grecia, cuando Demarato le calumnió, no tanto por preocuparse de los eginetas, como por rencor y envidia. Pero, vuelto de Egina Cleómenes, pensó cómo privar del reino a Demarato, sirviéndose de lo siguiente como medio de ataque. Aristón, rey de Esparta, dos veces casado, no tenía hijos, y como no reconocía que fuera suya la culpa, se casó por tercera vez de este modo. Tenía por amigo un espartano a quien Aristón estaba unido más que a ningún otro ciudadano. Este hombre tenía por esposa la mujer con mucho más hermosa de Esparta, y por cierto la más hermosa después de haber sido la más fea. Como era de ruin aspecto, su nodriza, viendo tan desgraciada a la hija de una familia opulenta y viendo la pena que por su fealdad recibían sus padres, advirtiendo todo esto pensó lo siguiente: llevarla todos los días al santuario de Helena. Se halla éste en un lugar que llaman Terapna, más arriba del santuario de Febo. Cuando la traía la nodriza, la colocaba ante la estatua y suplicaba a la diosa que librase a la niñita de su fealdad. Y una vez al volverse del templo, cuéntase que se apareció a la nodriza cierta mujer y le preguntó qué llevaba en brazos; la nodriza respondió que llevaba una niña, y la mujer le pidió que se la mostrara. La nodriza se negó, pues los padres le habían prohibido enseñarla a nadie, pero como la mujer ordenase mostrársela, viendo la nodriza que ponía tanto interés en verla, se la enseñó. La mujer pasó la mano por la cabeza de la niña y dijo que sería la más bella de todas las mujeres de Esparta. Y desde ese día cambió de semblante. Cuando llegó a edad de casarse, la tomó por mujer Ageto, hijo de Alcides, ese que era amigo de Aristón.
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Aristón, punzado de amor, por lo visto, por aquella mujer, maquinó el siguiente artificio: prometió al amigo de quien era la mujer, darle en regalo de todas sus prendas, la que él mismo escogiese, e invitó a su amigo a que, por su parte, le diese lo mismo. Ageto, sin recelar nada por su mujer, viendo que Aristón también tenía mujer, accedió y confirmaron el pacto con juramento. Aristón dió en seguida la alhaja, cualquiera fuese, que escogió Ageto de entre las de su tesoro, y buscando de recibir otra tal de parte de su amigo, trató de llevársele la esposa. Protestaba Ageto que a todo menos a su mujer se extendía el pacto; pero, obligado no obstante por el juramento y cogido en un astuto engaño, permitió que se la llevase.
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De esta manera Aristón, divorciándose de su segunda esposa, casó con la tercera, la cual en menos tiempo, y sin cumplir los diez meses, dió a luz a aquel Demarato. Se hallaba Aristón en una junta con los éforos, cuando uno de sus criados le anunció que le había nacido un hijo. Aristón, que sabía la fecha en que había casado con esa mujer, contó los meses con los dedos y dijo con juramento: No podría ser mío. Los éforos lo oyeron todo, pero no lo tuvieron en cuenta por el momento. Fue creciendo el niño, y Aristón se arrepintió de su dicho porque creyó con todas veras que era hijo suyo Demarato. Le puso por nombre Demarato (rogado por el pueblo) por este motivo: antes de estos sucesos todo el pueblo de los espartanos había hecho rogativas para que le naciera un hijo a Aristón, el más estimado de todos los reyes de Esparta.
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Por eso le puso el nombre de Demarato. Andando el tiempo murió Aristón y poseyó el reino Demarato. Pero, según parece, aquel dicho de Aristón llegó a divulgarse y hubo al cabo de privar del reino a Demarato. Fue Demarato muy enemigo de Cleómenes, así antes cuando retiró sus tropas de Eleusis, como entonces, cuando Cleómenes había pasado a Egina, contra los que habían sido partidarios de los medos.
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Lanzado, pues, Cleómenes a vengarse de Demarato, concertó con Leotiquidas, hijo de Menares, hijo de Agis, de la misma casa que Demarato, que si lo hacia rey en lugar de éste, le seguiría en sus medidas contra los eginetas. Era Leotíquidas el mayor enemigo que tenía Demarato por este motivo: había aquél hecho sus esponsales con Pércalo, hija de Quilón, hijo de Demármeno, pero le quitó la novia Demarato, quien se emboscó, se le adelantó, robó a Pércalo, y la tuvo por mujer. De ahí había nacido el odio de Leotíquidas contra Demarato. Entonces, por solicitación de Cleómenes, Leotíquidas declaró bajo juramento contra Demarato que, no siendo hijo de Aristón, no le correspondía reinar en Esparta. Después de la declaración jurada, inició la causa recordando aquella palabra que Aristón había proferido cuando le avisó su sirviente que le había nacido un hijo, y él, contando los meses, juró que no era suyo. De esas palabras se asía Leotíquidas y demostraba que no era Demarato hijo de Aristón ni le correspondía reinar en Esparta, y citaba por testigos a los mismos éforos, que se habían hallado entonces en junta con Aristón, y de su boca lo habían oído todo.
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Al cabo, como se producían contiendas sobre ello, resolvieron los espartanos interrogar al oráculo de Delfos, si era Demarato hijo de Aristón. Formulada la pregunta a la Pitia a instigación de Cleómenes, éste se ganó a Cobón, hijo de Aristofanto, el hombre más poderoso de Delfos, y Cobón persuadió a la profetisa Periala a decir lo que Cleómenes quería que dijese. Así, cuando le interrogaron los enviados, respondió la Pitia que Demarato no era hijo de Aristón; si bien tiempo después se descubrió la trama, Cobón fue desterrado de Delfos, y la profetisa fue privada de su cargo.
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En cuanto a la deposición de Demarato, sucedió de este modo; huyó Demarato de Esparta a Media por esta nueva afrenta. Después de su deposición, ejercía un cargo para el que había sido elegido. Celebrábanse las Gimnopedias; las contemplaba Demarato, y Leotíquidas, que ya era rey en su lugar, le envió un servidor para preguntarle, por mofa y escarnio, qué talle parecía ser magistrado después de ser rey. Dolido por la pregunta, respondió Demarato que él ya había probado lo uno y lo otro y Leotíquidas no, y que esa pregunta sería para los lacedemonios origen de infinita dicha o de infinita miseria. Dijo, y embozado, salió del teatro para su casa; y sin dilación alguna preparó y sacrificó a Zeus un buey y después del sacrificio llamó a su madre.
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Al llegar su madre, le puso en las manos las asaduras de la víctima y le suplicó en estos términos: Madre, en nombre de todos los dioses, y en especial por este nuestro Zeus Herceo, te suplico que me digas la verdad, quién fue de veras mi padre. Leotíquidas afirmó en juicio que estabas encinta de tu primer marido cuando viniste a casa de Aristón. No faltan quienes cuenten una historia más desatinada y digan que tratabas con uno de los criados, con el arriero, y que yo soy su hijo. Yo te ruego ahora por los dioses que me digas la verdad. Porque, si algo hubo de esto, no has sido la única: muchas compañeras tienes. Lo que más se dice en Esparta es que Aristón no tenía semen fecundo, pues de otro modo le hubieran parido sus primeras mujeres.
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Así habló, y su madre le replicó así: Hijo, ya que me ruegas que diga la verdad, toda la verdad te será dicha. La tercera noche después que me llevó a su casa Aristón, acercóseme un fantasma con la figura de Aristón, durmió conmigo y me puso en la cabeza las coronas que llevaba. El fantasma se fue, y vino luego Aristón. Al verme con aquellas coronas me preguntó quién me las había dado; yo repuse que él mismo, pero él no lo admitió. Yo juré y dije que hacia mal en negarlo, pues muy poco antes había venido, había dormido conmigo y me había dado las coronas. Como vió Aristón que yo se lo juraba, cayó en la cuenta de que seria aquello cosa divina; en efecto, por una parte, las coronas resultaron ser las del templete que cerca de la puerta del patio está levantado en honor del héroe que llaman Astrábaco; y por otra, los adivinos respondieron que había sido el mismo héroe. He aquí, hijp, cuanto deseas averiguar: o eres hijo de este héroe, y tu padre es Astribaco, o lo es Aristón, pues aquella noche te concebí. Y en cuanto a la razón con que más te atacan tus enemigos, alegando que el mismo Aristón cuando recibió la nueva de que habías nacido dijo delante de muchos que tú no podías ser hijo suyo (por no haber pasado el tiempo, los diez meses), se le deslizó esa palabra por ignorancia de tal materia, pues las mujeres paren unas a los nueve, otras a los siete meses, y no todas cumplen los diez; yo, hijo, te di a luz sietemesino. No mucho después reconoció el mismo Aristón que por necedad se le escapó esa palabra. No admitas otro relato acerca de tu nacimiento, pues lo que has oído es la pura verdad. Y ojalá a Leotiquidas y a los que eso cuentan, paran sus mujeres hijos de arrieros.
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Así habló su madre. Demarato, oído lo que queria saber, preparó lo necesario para el viaje y marchó a Élide, esparciendo la voz de que iba a Delfos para consultar al oráculo. Los lacedemonios, recelándose de que pretendía huir, le persiguieron, pero Demarato se les adelantó y pasó de Élide a Zacinto. Tras él pasaron los lacedemonios, pretendieron echarle mano a Demarato y quitarle sus criados. Después, como los zacintios no le entregaron, pasó al Asia y se presentó al rey Dario; éste le acogió con magnificencia y le concedió tierras y ciudades. Así llegó al Asia Demarato y tal fue su fortuna; varón ilustre entre los lacedemonios, así por muchos hechos y dichos, como en especial por haberles ganado la palma en la carrera de cuadrigas de Olimpia, siendo el único de cuantos reyes fueron en Esparta que lo hicieron.
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Leodquidas, hijo de Menares, ocupó el trono al ser depuesto Demarato; tuvo un hijo por nombre Zeuxidamo, a quien algunos espartanos llamaron Cinisco. Este Zeuxidamo no reinó en Esparta porque murió antes que su padre, dejando un hijo, Arquidamo. Leodquidas, después de perder a Zeuxidamo, casó en segundas nupcias con Euridama, hija de Diactóridas y hermana de Menio. En ella no tuvo hijo varón alguno, pero sí una hija, Lámpito, la que el mismo Leodquidas dió por esposa a Arquidamo, el hijo de Zeuxidamo.
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Pero tampoco Leodquidas pasó su vejez en Esparta, sino que recibió este castigo por su conducta contra Demarato. Capitaneó a los lacedemonios contra Tesalia y, pudiendo someter todo el país, se dejó sobornar por una gran suma de dinero. Cogido en su campamento en flagrante delito, sentado en una bolsa llena de dinero, y llevado ante el tribunal, fue desterrado de Esparta y su casa arrasada; huyó a Tegea y allí acabó sus días.
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Todo eso sucedió tiempo después. Por entonces Cleómenes, al ver que le había salido bien su intriga contra Demarato, tomó consigo a Leodquidas y se dirigió contra los eginetas, poseído de terrible enojo por la afrenta que se le había hecho. No osaron entonces los eginetas, viendo venir contra ellos a los dos reyes, continuar la resistencia; aquéllos escogieron diez hombres de Egina, los de mayor consideración, por su riqueza y por su linaje, y entre ellos Crío, hijo de Polícrito, y Casambo, hijo de Aristócrates, los que tenían más poder; les condujeron al Ática, y les confiaron en depósito a los atenienses, los peores enemigos de los eginetas.
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Después de eso, Cleómenes, como se habían divulgado sus malas artes contra Demarato, temeroso de los espartanos, se retiró a Tesalia. De allí pasó a Arcadia y empezó a maquinar una rebelión, confederando a los árcades contra Esparta, y haciéndoles jurar que le seguirían dondequiera les condujese, y principalmente deseaba llevar los magistrados de Arcadia a la ciudad de Nonacris, y tomarles juramento por la laguna Estigia; pues en dicha ciudad los árcades dicen que se halla el agua de la Estigia. Es agua escasa que brota de una peña y gotea en un valle; una albarrada rodea el valle. Nonacris, donde se encuentra esta fuente, es una ciudad de Arcadia vecina a Feneo.
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Informados los lacedemonios de lo que hacia Cleómenes, se alarmaron y le hicieron volver a Esparta con la misma posición que ocupaba antes. Apenas volvió cuando se apoderó de él la locura (bien que de antes era algo propenso a la demencia), pues cuando se encontraba con algún espartano, le daba en la cara con el cetro; como hacia esto y había perdido el juicio, sus mismos parientes le ataron a un cepo. Preso allí, cuando vió que su guardia estaba solo, le pidió su daga; al principio el guardia no quería dársela, pero Cle6menes le amenazó con lo que le haría más adelante, hasta que por miedo de las amenazas (pues era un ilota) el guardia le entregó la daga. Cleómenes tomó el acero y empezó a mutilarse desde las piernas, cortándose las carnes a lo largo desde el tobillo hasta los muslos, de los muslos a las caderas y las ijadas hasta que llegó al vientre, se despedazó las entrañas, y así murió, según cuentan los más de los griegos, porque indujo a la Pitia a decir lo que pasó con Demarato, pero, según cuentan los atenienses, solamente por haber talado el bosque de los dioses, cuando invadió a Eleusis, y, según los argivos, por haber sacado del templo de Argos a los refugiados de la batalla, haberlos degollado, y haber quemado sin respeto el bosque sagrado.
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En efecto, consultando Cleómenes el oráculo de Delfos, se le respondió que tomaría a Argos. Cuando al frente de los espartanos llegó al río Erasino, el cual, según se dice, mana de la laguna Estinfálide (porque se cuenta que esta laguna desagua en un oculto precipicio y reaparece en Argos, desde donde los argivos llaman ya Erasino a esta corriente), llegado, pues, Cleómenes a ese río, hízole sacrificios. Como no se presentaba ningún agüero propicio para vadearlo, dijo que admiraba al Erasino por no traicionar a sus conciudadanos, pero que no por eso lo pasarían bien los argivos. Luego se retiró y llevó su ejército hacia Tirea, donde sacrificó un toro al mar y condujo su gente en naves al territorio de Tirinto y de Nauplia.
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Sabido esto por los argivos, acudieron a la costa; al llegar cerca de Tirinto, en un lugar llamado Hesipea, plantaron sus reales frente a los lacedemonios, dejando entre ambos un corto espacio. Los argivos no temían la batalla campal, pero sí temían ser tomados por fraude, pues a eso aludía un oráculo que a ellos y a los milesios había vaticinado la Pitia, y que decía así:
Pero el día que la hembra venza en la batalla al macho,
le arroje y gane renombre entre todos los argivos,
muchas mujeres de Argos desgarrarán sus mejillas
y así dirán una vez entre las gentes futuras:
La sierpe de triple espira pereció bajo la lanza.
Todas esas circunstancias reunidas inspiraban miedo a los argivos. A ese propósito decidieron valerse del heraldo del enemigo, y una vez resuelto hicieron así: cuando el heraldo espartano daba una señal a los lacedemonios, también hacían los argivos lo mismo.
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Advirtiendo Cleómenes que los argivos ejecutaban todo lo que su heraldo indicaba, dió orden a los suyos de que, cuando el pregonero diera la señal de tomar el desayuno, tomaran las armas y avanzaran contra los argivos. Así lo cumplieron los lacedemonios: estaban los argivos tomando el desayuno conforme al pregón, cuando les atacaron, mataron a muchos y a muchos más que se refugiaron en el bosque les cercaron y vigilaron.
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Entonces, he aquí lo que hizo Cleómenes: tenía consigo unos desertores, e informado por éstos, envió un heraldo para que llamase por su nombre a los refugiados en el santuario; los llamaba afuera diciendo que tenía su rescate; entre los peloponesios el rescate está tasado en dos minas por prisionero. Llamó afuera, pues, Cleómenes hasta cincuenta argivos uno a uno, y los mató sin que los demás refugiados del bosque lo advirtiesen, pues por lo espeso de la arboleda, los de dentro no veían lo que pasaba con los de fuera, hasta que uno se subió a un árbol y observó lo que sucedía, y ya no salieron más al llamado.
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Entonces Cleómenes ordenó que todos los ilotas rodeasen el bosque de leña; obedecieron y prendió fuego al bosque. Ya estaba en llamas cuando preguntó a uno de los desertores de qué dios era el bosque sagrado; y aquél repuso que era de Argo, y así que lo oyó dijo con gran gemido: ¡Oh profético Apolo! Cruelmente me has engañado, al decirme que tomaría a Argos; entiendo que se me ha cumplido tu profecía.
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Enseguida dió licencia Cleómenes al grueso del ejército para volverse a Esparta y tomando en su compañía mil soldados escogidos, fue a sacrificar al Hereo. Quería sacrificar sobre el altar, pero el sacerdote lo prohibió, alegando no ser lícito a un forastero sacrificar allí; Cleómenes mandó a sus ilotas que sacasen del altar al sacerdote y le azotasen, y sacrificó él mismo. Tras esto, se volvió a Esparta.
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De vuelta, lleváronle sus enemigos ante los éforos, acusándole de no haber tomado a Argos por soborno, pudiendo haberla tomado fácilmente; él respondió, no puedo decir claramente si mintiendo o si diciendo verdad, pero respondió, en fin, que después de haber tomado el templo de Argo, le pareció que se había cumplido el oráculo del dios, y que por tanto no había juzgado prudente atacar la ciudad antes de hacer sacrificios y darse cuenta de si el dios se la entregaba o se oponía; que como sacrificase en el templo de Hera con agüeros propicios, del pecho de la estatua brotó una llama, y así comprendió la verdad: que no tomaría a Argos; porque si la llama hubiese brotado de la cabeza de la estatua, hubiera tomado totalmente la ciudad; pero brotando del pecho, estaba ya ejecutado cuanto el dios quería que sucediese. Esta excusa pareció a los espartanos razonable y digna de crédito, y salió absuelto por una gran mayoría.
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Quedó Argos tan huérfana de ciudadanos, que los esclavos se adueñaron de todo, tuvieron el poder y desempeñaron empleos públicos hasta que se hicieron hombres los hijos de los muertos; entonces recobraron el dominio de Argos y arrojaron a los esclavos; los expulsados se apoderaron de Tirinto mediante una batalla. Por algún tiempo quedaron en paz unos y otros; más tarde se agregó a los esclavos cierto adivino Cleandro, natural de Figalea en Arcadia; éste persuadió a los esclavos a atacar a sus señores. De ahí estuvieron en guerra durante mucho tiempo, hasta que a duras penas salieron vencedores los argivos.
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Por este motivo, pretenden los argivos que Cleómenes se volvió loco y murió de mala muerte. Los espartanos mismos sostienen que Cleómenes no se volvió loco por castigo de ninguna divinidad, sino que, a consecuencia del trato que tuvo Cleómenes con los escitas se hizo gran bebedor, y de bebedor, loco. Cuentan que los escitas nómades, después que Darío invadió su territorio, con el ansia de vengarse enviaron embajadores a Esparta para una alianza y convinieron en que los escitas debían seguir el río Fasis y tratar de invadir la Media, y aconsejaban a los espartanos que acometieran desde Efeso y se internaran hasta juntarse con ellos. Dicen que cuando llegaron los escitas a este fin tuvo Cleómenes demasiado trato con ellos y, tratándoles más de lo debido, aprendió a beber vino puro, y por ese motivo creen los espartanos que se volvió loco. Desde entonces, según ellos mismos dicen, cuando quieren beber más fuerte, dicen: Sirve a lo escita. Así cuentan los espartanos lo que pasó con Cleómenes, pero a mí me parece que Cleómenes sufrió este castigo por su proceder contra Demarato.
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Así que se enteraron los eginetas de la muerte de Cleómenes, despacharon a Esparta enviados para clamar contra Leotiquidas, por los detenidos como rehenes en Atenas. Los lacedemonios convocaron el tribunal, reconocieron que los eginetas habían sido agraviados por Leotíquidas y le condenaron a que fuese entregado y llevado a Egina en compensación de los hombres retenidos en Atenas. Estaban ya los eginetas a punto de llevarse a Leotiquidas, cuando Teásidas, hijo de Leóprepes, hombre muy estimado en Esparta, les dijo: ¿Qué queréis hacer, eginetas? ¿Al rey de los espartanos, entregado por sus conciudadanos, pretendéis llevaros? Aunque dominados por la cólera ahora lo resolvieron así los espartanos, si vosotros lo ejecutáis, más tarde cuidad no lleven la ruina completa a vuestro país. Al oír tales palabras, desistieron los eginetas de llevarse a Leotíquidas, e hicieron este acuerdo: que él les acompañase a Atenas y devolviese sus rehenes a los eginetas.
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Cuando Leotiquidas pasó a Atenas, reclamó su depósito, los atenienses se valían de pretextos, no queriendo devolverlo, diciendo que se lo habían entregado los dos reyes y que no les parecía justo devolverlo al uno sin el otro. Como los atenienses se negaban a devolver los rehenes, Leotíquidas les habló así: Atenienses, haced lo que queráis: si los devolvéis procederéis piamente y si no los devolvéis, todo lo contrario. Quiero deciros lo que sucedió en Esparta acerca de un depósito. Cuéntase entre nosotros, los espartanos, que vivía en Lacedemonia, hará dos generaciones, Glauco, hijo de Epicides; era este varón el más excelente en todo, y muy particularmente tocante a justicia era quien más fama tenía de cuantos moraban a la sazón en Lacedemonia. A su debido tiempo le sucedió, según se cuenta, este caso: un ciudadano de Mileto vino a Esparta con deseo de tratarle y proponerle lo siguiente: Glauco, yo soy milesio y vengo con deseo de gozar de tu justicia; porque, como en toda Grecia y también en Jonia, es grande la fama de tu justicia, empecé a pensar que Jonia está siempre llena de riesgos y que jamás vemos que los bienes se mantengan en unas mismas manos, mientras el Peloponeso se halla seguramente establecido. Considerando esto y tomando consejo, me resolví a convertir en dinero la mitad de mi hacienda y a depositarlo en tu poder, bien persuadido de que en tu poder estaría todo en salvo. Recíbeme, pues, el dinero y guarda esta contraseña; entregarás el dinero a quien te lo pida presentándote otra igual. Así dijo el forastero que había llegado de Mileto, y Glauco recibió el depósito en esas condiciones. Pasado mucho tiempo vinieron a Esparta los hijos del que había depositado el dinero, se abocaron con Glauco y le reclamaron el dinero mostrándole la contraseña. Él les rechazó con la siguiente respuesta: Ni me acuerdo de tal cosa ni nada de lo que decís me lo hace saber. Pero si llego a recordarlo, quiero hacer cuanto fuere justo. Si lo recibí, os lo devolveré cabalmente; pero si nunca toqué tal dinero, procederé contra vosotros según las leyes de Grecia. Me remito al tercer mes, a partir de ahora, para cumplir mis palabras. Los milesios, llenos de pesadumbre, se volvieron como despojados de su dinero; Glauco marchó a Delfos para consultar al oráculo, y preguntando al oráculo si se adueñaría del dinero por medio de un juramento, la Pitia le dirigió estos versos:
Glauco, hijo de Epicides, mejor será por ahora
valerte del juramento y adueñarte del dinero.
Jura, que es una la muerte para el justo y el injusto.
Mas la jura tiene un hijo, sin nombre, sin pies ni manos,
aunque veloz en la busqueda: apresa toda la casa
y aniquila para siempre la progenie del injusto.
Mejor recompensa aguarda a la progenie del justo.
Al oír tales palabras, Glauco pidió al dios le perdonase lo que había dicho, pero la Pitia replicó que lo mismo era tentar al dios que cometer el delito. Glauco, entonces, envió por los forasteros de Mileto y les devolvió su dinero. Diré, atenienses, con qué fin comence a contaros esta historia. De Glauco no queda ahora descendiente alguno, ni hogar que se crea ser de Glauco: de raíz fue exterminado de Esparta. Así, en cuanto a un depósito, no es bueno ni siquiera pensar otra cosa, que devolverlo a quienes lo reclaman.
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Así habló Leodquidas, pero como ni aun así le escucharon los atenienses, se marchó; y los eginetas, antes de dar satisfacción de las anteriores injusticias que habían cometido contra los atenienses por congraciarse con los tebanos, les hicieron lo siguiente. Quejosos de los atenienses, de quienes se tenían por ofendidos, se preparaban para la venganza; celebraban entonces los atenienses una festividad quinquenal en Sunio; se pusieron al acecho los eginetas, apresaron la nave que conducía la delegación religiosa, y venía llena de los varones principales de la ciudad, y les encadenaron.
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Los atenienses, así maltratados por los eginetas, no tardaron en maquinar todo lo posible en su daño. Había en Egina un varón principal, por nombre Nicódromo, hijo de Cneto, el cual resentido con sus conciudadanos por haberle antes desterrado de su patria, al ver entonces a los atenienses ansiosos de hacer algo contra los eginetas, concertó con ellos la entrega de Egina, declarándoles el día en que él acometerla la empresa y ellos deberían venir en su socorro.
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Poco después se apoderó Nicódromo, según había convenido con los atenienses, de la llamada ciudad vieja, pero los atenienses no acudieron al tiempo debido, por no tener bastantes naves como para combatir con las de los eginetas; entre tanto que pedían a los corintios les prestaran sus buques, se malogró la empresa. Los corintios, como eran a la sazón los mayores amigos de los atenienses, les dieron a su pedido veinte naves vendiéndoselas a cinco dracmas, por no permitir la ley dárselas de regalo. Los atenienses, con esas naves y con las propias, tripularon en todo unas setenta, navegaron hdcia Egina y llegaron un solo día después del fijado.
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Nicódromo, al no parecer a su tiempo los atenienses, talló un barco y escapó de Egina y con él otros eginetas a quienes dieron los atenienses morada en Sunio. De allí partían ellos a devastar la isla de Egina. Pero esto sucedió después.
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