Índice de Los nueve libros de la historia de Heródoto de HalicarnasoCuarta parte del Libro SéptimoSegunda parte del Libro OctavoBiblioteca Virtual Antorcha

LIBRO OCTAVO

URANIA

Primera parte



1

Los griegos alistados en la armada eran éstos: los atenienses, que aportaban ciento veintisiete naves: los de Platea, por su valor y buena voluntad, sin tener práctica naval, tripulaban esas naves junto con los atenienses. Los corintios aportaban cuarenta naves, los de Mégara veinte: los de Calcis tripulaban veinte naves que les proporcionaban los atenienses; los eginetas dieciocho, los sicionios doce, los lacedemonios diez, los epidaurios ocho, los eretrios siete, los trecenios cinco, los de Estira dos, y los de Ceo dos naves y dos barcos de cincuenta remos: les ayudaban los locrios de Opunte con siete barcos de cincuenta remos.


2

Éstos, pues, eran los que formaban la flota en Artemisio, y tengo dicho cómo cada cual contribuyó a la suma de las naves. El número de las naves reunidas en Artemisio, aparte los barcos de cincuenta remos, era de doscientos setenta y una. Los espartanos proporcionaron el general que tenía el poder supremo, Euribíades, hijo de Euriclides: en efecto, habían dicho los aliados que si no tenía el mando el espartano, no obedecerían las órdenes de los atenienses y dispersarían la flota que estaba por formarse.


3

Porque desde un comienzo, aun antes de enviar a Sicilia por la alianza, se habló de que sería preciso confiar la escuadra a los atenienses. Como los aliados se oponían, cedieron los atenienses, porque ante todo deseaban la salvación de Grecia, y sabían que si andaban en discordia por el mando, perecería Grecia. Y pensaban bien: porque la discordia intestina es tanto peor que la guerra unánime cuanto la guerra es peor que la paz. Como lo sabían, no se resistieron, antes bien cedieron mientras estaban muy necesitados de los aliados, según lo demostraron; porque una vez que rechazaron al persa y que ya su imperio fue el objeto de la lucha, alegando como pretexto la demasía de Pausanias, quitaron el mando a los lacedemonios. Pero esto sucedió después.


4

Entonces, estos griegos que habían llegado a Artemisio, cuando vieron muchas naves surtas en Afetas, y todos los lugares ocupados por el ejército, como la situación de los bárbaros resultó distinta de lo que habían pensado, llenos de temor planearon la huída de Artemisio al interior de Grecia. Sabedores de esto los eubeos, rogaron a Euribíades que permaneciese un breve tiempo, hasta poder sacar a sus hijos y domésticos. Y como no lograran persuadirle, se dirigieron al general de los atenienses, Temístocles, y le persuadieron, mediante el pago de treinta talentos, a que permaneciese y presentase la batalla naval en las costas de Eubea.


5

Temístocles hizo detenerse a los griegos de este modo: de ese dinero dió a Euribíades cinco talentos y, por cierto, como que se los daba de su hacienda. Cuando éste estuvo persuadido, Adimanto, hijo de ócito, el general corintio, era el único de los restantes que se debatía, afirmando que partiría de Artemisio y no se quedaría. Temístocles le aseguró bajo juramento: Tú, precisamente, no nos abandonarás, porque te daré mayores dones que los que te daría el rey de Media si abandonaras a tus aliados. Y al decir así envió a la nave de Adimanto tres talentos de plata. Todos ellos, pues, quedaron convencidos a fuerza de regalos y complacieron a los eubeos, pero Temístocles fue quien medró; y nadie se enteró de que tenía el resto del dinero, porque los que habían recibido parte de él, creyeron que el dinero había venido de Atenas para ese propósito.


6

Así, pues, permanecieron en Eubea y allí dieron la batalla naval que se libró de este modo: cuando los bárbaros llegaron a Afetas en las primeras horas de la tarde, enterados ya antes de que unas pocas naves griegas fondeaban junto a Artemisio, al verlas entonces estaban deseosos de atacarlas, por si las podían coger. No les pareció bien navegar contra ellas de frente, no fuese que los griegos al verles navegar en su dirección se diesen a la fuga, y al huir les tomase la noche, con lo que sin duda escaparían cuando, según ellos decían, ni el portador del fuego sagrado debía huir y salvarse.


7

Para ello discurrieron lo siguiente. Destacaron del total doscientas naves y las enviaron allende Esciato (para que el enemigo no viese que rodeaban Eubea), por Cafareo y alrededor de Geresto, rumbo al Euripo. Se proponían encerrarles, llegando los unos por este lado, para interceptar el camino de vuelta, y acosándoles los otros de frente. Tomada esta decisión, despacharon las naves señaladas, pero no tenían intención de atacar ese día a los griegos, ni antes de que los que rodeaban Eubea les diesen señal de su llegada. Despacharon, pues, esas naves, e hicieron el recuento de las restantes en Metas.


8

Al tiempo que hacían éstos el recuento de las naves, estaba en el campamento Escilias de Esciona, el mejor buzo del mundo por aquel entonces. En el naufragio al pie del Pelión había salvado a los persas muchos de sus tesoros, y él mismo se había apropiado de muchos otros. Este Escilias tenía ya antes, por lo visto, la intención de pasarse a los griegos, pero no se le había presentado oportunidad como entonces. No puedo decir exactamente de qué modo arribó al fin de ahí al campo griego, pero si lo que se cuenta es verdad, lo tengo a maravilla. Se cuenta, en efecto, que se sumergió en el mar en Metas y no emergió antes de llegar a Artemisio, recorriendo bajo el agua unos ochenta estadios, más o menos. Corren a propósito de este hombre otras cosas que parecen mentiras, y algunas verdaderas. En cuanto a este lance, quede declarado mi parecer: creo que llegó a Artemisio en una barca. Apenas llegó, al punto indicó a los generales el naufragio padecido y las naves enviadas a rodear Eubea.


9

Al oír esto los griegos, entraron en consejo. Muchos fueron los pareceres, y prevaleció el de quedarse allí y acampar durante ese día y luego, pasada la medianoche, marchar a encontrarse con las naves que rodeaban la isla. Después, como nadie navegaba al encuentro de ellos, aguardaron a las últimas horas de la tarde de ese día, y ellos mismos se hicieron a la mar contra los bárbaros, con intención de poner a prueba su modo de combatir y de maniobrar.


10

Los demás soldados y generales de Jerjes, al verles navegar contra ellos con pocas naves, lo tuvieron a total locura, y también ellos se lanzaron al mar, esperando tomarles fácilmente. Y lo esperaban con toda razón, pues veían que las naves de los griegos eran pocas, y las de ellos muchas más numerosas y más veleras. Con ese desprecio, trataron de enterrarles en el medio. Entonces todos aquellos jonios que se inclinaban a los griegos y militaban a su pesar, se lamentaban mucho viéndoles rodeados y daban por seguro que ninguno de ellos volvería: tan débiles les parecían los recursos de los griegos. Y todos aquellos que se alegraban de lo que sucedía, rivalizaban en ser cada cual el primero que tomase una nave ática y recibiese presentes del Rey: porque de los atenienses era de quienes más se hablaba en el campamento.


11

Así que se dió la señal a los griegos, ante todo volvieron proas contra los bárbaros y juntaron las popas en el centro: a la segunda señal, pusieron manos a la obra, aunque cogidos en lugar estrecho y de frente. Alli tomaron treinta naves de los bárbaros y apresaron a Filaón, hijo de Quersis y hermano de Gorgo, rey de Salamina, que era hombre de importancia en el campamento. El primer griego que tomó una nave enemiga fue un ateniense, Licomedes, hijo de Escreo, y él fue quien recibió el premio del valor. Luchaban con varia fortuna, cuando llegó la noche y los separó. Los griegos navegaron de vuelta a Artemisio, y los bárbaros a Afetas, después de combatir muy al revés de lo que habían pensado. En esa batalla naval Antidoro de Lemno fue el único de los griegos que se hallaban a las órdenes del Rey que se pasó a los griegos, y por este hecho los atenienses le dieron una heredad en Salamina.


12

Venida la noche -la estación era a mediados de verano- llovió torrencialmente durante toda ella, y se oyeron truenos fragorosos desde el Pelión. Los cadáveres y los restos del naufragio fueron arrastrados a Afetas, andaban revueltos alrededor de las proas de las naves y trababan las palas de los remos. Los soldados que allí oían eso se llenaron de terror, y esperaban morir sin remedio, según los males a que habían llegado. En efecto; antes de tener respiro después del naufragio y la borrasca sufridos al pie del Pelión, les había sobrevenido una recia batalla naval, y luego de esa batalla naval, una lluvia furiosa, fuertes torrentes que se lanzaban al mar y truenos fragorosos.


13

Tal fue la noche para ellos; pero para los que habían sido enviados a costear a Eubea, la misma noche fue mucho más cruel aún, tanto más cuanto que les tomó en alta mar. Tuvieron triste fin, porque la borrasca y la lluvia sobrevinieron cuando se hallaban navegando a la altura de Cela, en Eubea. Arrastrados por el viento y sin saber adónde eran arrastrados, se precipitaron contra las peñas. Todo lo hacia la divinidad para que el poderío persa se igualase al griego y no le sobrepasase en mucho.


14

Estos, pues, perecieron junto a Cela en Eubea. Los bárbaros que se hallaban en Afetas, cuando para alegría de ellos rayó el día, tenían quietas las naves, y en su infortunio se contentaban con quedarse tranquilos por el momento. Cincuenta y tres naves áticas ayudaron a los griegos. Les dió ánimo la llegada de estas naves y la noticia, que vino al mismo tiempo, de que los bárbaros que costeaban a Eubea habían perecido todos por la pasada borrasca. Aguardando entonces el mismo instante, se hicieron a la mar y cayeron sobre unas naves cilicias; luego de destruirlas, cuando llegó la noche, navegaron de vuelta a Artemisio.


15

Al tercer día, los generales bárbaros, indignados de que tan pocas naves les causaran daño, y temerosos también de la ira de Jerjes, no aguardaron ya a que los griegos empezaran la batalla, antes exhortándose unos a otros, lanzaron al mediodía las naves al mar. Y coincidió que fueron unos mismos los días en que se dieron estos combates por mar y los combates por tierra de las Termópilas. La contienda de la marina era toda por el Euripo, como la de los soldados de Leónidas consistía en guardar el paso. Los unos se exhortaban a no dejar pasar los bárbaros a Grecia, y los otros a destrozar el ejército griego y apoderarse del estrecho.


16

Cuando después de alinearse los de Jerjes avanzaban, los griegos se estuvieron quietos junto a Artemisio. Los bárbaros, formando con sus naves una media luna, les rodeaban pan encerrarles. Entonces cargaron los griegos y trabaron la batalla. En ese combate naval ambas partes tuvieron pareja fortuna. Porque la flota de Jerjes por su tamaño y número se perjudicaba a sí misma al entrechocar las naves y caer unas contra otras. Sin embargo, hacían frente y no cedían, pues tenían a gran afrenta ser puestas en fuga por unas pocas naves. Muchas naves griegas y muchos de sus hombres fueron aniquilados, pero todavía muchas más naves y hombres de los bárbaros. Así luchando, se separaron cada cual por su lado.


17

En ese combate naval sobresalieron entre los soldados de Jerjes los egipcios, quienes, además de otras proezas, tomaron cinco naves griegas con su tripulación. Entre los griegos sobresalieron ese día los atenienses y entre las atenienses, Clinias, hijo de Alcibíades, quien servía con doscientos hombres y nave propia, todo pagado de su propia hacienda.


18

Cuando se separaron, unos y otros se apresuraban gozosos a dirigirse a su fondeadero. Los griegos al retirarse, apartándose del combate, se apoderaron de los cadáveres y de los restos del naufragio, si bien duramente castigados, principalmente los atenienses, la mitad de cuyas naves estaban averiadas. Así, proyectaban huir al interior de Grecia.


19

Pero TemístOcles pensó que si se arrancaba del bárbaro el pueblo jonio y el cario, estarían en condiciones de sobreponerse al resto y. cuando los eubeos conducían sus rebaños a esa parte del mar como siempre. reunió a los generales y les dijo que le parecía tener cierto expediente con el que confiaba separar los mejores de los aliados del Rey. Por entonces descubrió su plan hasta ese punto, y les dijo que en las circunstancias dadas se debía hacer lo siguiente: sacrificar de los rebaños de Eubea cuanto se quisiera, pues más valía que los tuviese el ejército que no el enemigo. También aconsejó que cada cual previniera a los suyos que encendiesen fuego; en cuanto a la hora del regreso, él mismo se ocuparía en que llegasen sanos y salvos a Grecia. Vinieron en ello. al punto encendieron fuego y atendieron a los rebaños.


20

Porque los de Eubea, menospreciando un oráculo de Bacis, como que no tenía sentido, ni sacaron nada ni se proveyeron como para una guerra inminente, y se convirtieron en los culpables de su propia catástrofe. En efecto, el oráculo de Bacis sobre este caso. dice así:

Cuando un hombre de habla extraña lance yugo de papiro
al mar, alejad de Eubea vuestras cabras baladoras
.

Por no haberse sometido en nada a estos versos, tuvieron que someterse al mayor infortunio en las desgracias presentes y en las venideras.


21

Mientras esto hacian llegó el vigía de Traquis. Porque había en Artemisio un vigía, Polias, originario de Antícira, a quien estaba encomendado (y para ello tenía pronta una barca de remo) dar señal a los que estaban en las Termópilas de que la flota entraba en combate: y de igual modo, al lado de Leónidas estaba Abrónico, hijo de Lisicles, ateniense, listo con su nave de treinta remos para llevar la noticia a los de Artemisio si pasaba alguna desgracia al ejército de tierra. Este Abrónico, pues, llegó y les indicó lo que había sucedido con Leónidas y con su ejército. Ellos, en cuanto se enteraron, no retrasaron más la retirada, y se volvieron tal como se habían formado, primeros los corintios y los últimos los atenienses.


22

Temístocles recogió las naves atenienses más veleras. se dirigió a los lugares de la aguada y grabó en las piedras letras que leyeron los jonios al venir el día siguiente. Esas letras decían así: Jonios, no obráis con justicia al marchar contra vuestros padres y esclavizar a Grecia. Tratad ante todo de poneros de nuestra parte: si no os es posible hacerlo, aun ahora quitaos de en medio y pedid a los carios que hagan lo propio. Si ninguna de estas cosas podéis hacer y estáis encadenados por tal necesidad que no podéis sublevaros, flaquead de intento en la acción, cuando trabemos el combate, recordando que descendéis de nosotros y que por causa vuestra comenzó nuestra enemistad con el bárbaro. Temístocles escribió de ese modo, según me parece, pensando en las dos alternativas: para hacer desertar a los jonios y ponerlos de su parte, si el Rey no advertía las letras, o bien para que, referido malignamente el hecho ante Jerjes, le hiciese perder confianza en los jonios y les apartase de los combates navales.


23

Así escribió Temístocles. Inmediatamente después compareció ante los bárbaros en una nave un hombre de Histiea, anunciando que los griegos huían de Artemisio. Por desconfianza retuvieron ellos al mensajero en custodia y enviaron muchas naves rápidas para explorar. Cuando éstas anunciaron que así era, entonces, al asomar el sol, todo el ejército navegó en masa hacia Artemisio. Se detuvieron en este lugar hasta mediodía y luego navegaron a Histiea; a su llegada se apoderaron de la ciudad de los histieos e hicieron correrías por todas las aldeas marítimas de la parte de Elopia, tierra que corresponde a Histiea.


24

Mientras estaban allí, Jerjes, luego de disponer lo concerniente a sus muertos, despachó a la flota un heraldo. Y lo que había dispuesto fue dejar hasta unos mil de todos los hombres de su ejército caídos en las Termópilas (los cuales eran veinte mil); sepultó el resto en unas fosas que hizo cavar, echando encima hojas y amontonando tierra para que la flota no les viese. Cuando el heraldo cruzó a Histiea convocó a reunión a toda la tropa y dijo así: Aliados, el rey jJerjes permite, al que de vosotros lo quiera, dejar su puesto e ir a contemplar cómo combate contra los insensatos que pensaron sobrepujar el poderío del Rey.


25

Tras este pregón, nada escaseó tanto como las naves: tantos eran los que querían contemplar el espectáculo. Pasaron al otro lado y andaban contemplando los cadáveres. Y creían todos que los muertos eran todos de Lacedemonia y de Tespias, aunque también estaban viendo a los ilotas. Pero ni aun así se ocultó a los que cruzaron lo que había hecho Jerjes con sus propios muertos. En efecto, hasta era cómico: de los unos aparecían mil cadáveres; los otros estaban todos juntos, reunidos en un mismo lugar en número de cuatro mil. Ese día lo pasaron contemplándoles; al siguiente, los unos se embarcaron rumbo a Histiea, para su flota, y los otros, que seguían a Jerjes, emprendieron su camino.


26

Llegaron como desertores unos pocos hombres de Arcadia que no tenían medios de vida y querían prestar servicio. Los persas les condujeron a presencia del Rey y les preguntaron qué hacían los griegos: uno había que en nombre de todos les hizo esa pregunta. Ellos respondieron que celebraban la olimpíada y contemplaban un certamen gímnico e hípico. El persa les preguntó cuál era el premio por el que contendían; ellos le hablaron de la corona de olivo que allí se da. Entonces fue cuando Tigranes, hijo de Artabano, por proferir el más noble parecer, fue tachado de cobarde por el Rey. Pues al oír que el premio consistía en una corona y no en dinero, no pudo quedarse en silencio y dijo delante de todos: ¡Ah, Mardonio, contra qué hombres nos llevaste a combatir, hombres que no contienden por dinero sino por mérito! Tales fueron sus palabras.


27

En el intervalo, después de sucedido el desastre de las Termópilas, los tésalos enviaron inmediatamente un heraldo a los foceos, ya que siempre les guardaban odio y señaladamente desde el más reciente desastre. Porque los tésalos, ellos y sus aliados, invadieron con todas sus tropas la Fócide no muchos años antes de esta expedición del Rey, y fueron derrotados y duramente castigados por los foceos. En efecto: cuando los foceos quedaron arrinconados en el Parnaso, tenían consigo al adivino Telias de Elide, quien tramó para ellos la siguiente estratagema: cubrió de yeso a seiscientos de los hombres más bravos de la Fócide, a ellos y a sus armas, y les lamzó contra los tésalos, previniéndoles que mataran a todo el que no viesen pintado de blanco. Los guardias de los tésalos, que fueron los primeros en verles, echaron a huir, pensando que se trataba de algún otro prodigio, y después de los guardias otro tanto hizo el mismo ejército, de tal modo que los foceos se apoderaron de cuatro mil cadáveres y escudos, la mitad de los cuales consagraron en Abas, y la otra mitad en Delfos. El diezmo de la ganancia de esa batalla se empleó en las grandes estatuas que se alzan alrededor del trípode, delante del templo de Delfos, y otras semejantes están dedicadas en Abas.


28

Esto es lo que hicieron los foceos contra la infantería de los tésalos que les estaban sitiando; y causaron daño irremediable a la caballería, que les había invadido el país. Porque en el paso que hay junto a Hiámpolis cavaron una gran fosa y colocaron en ella barricas vacías, echaron por encima tierra v emparejándola con el resto del suelo, aguardaron la invasión de los tésalos. Estos se precipitaron a la carga como para arrasar a los foceos, y cayeron en las barricas. Allí se quebraron las patas los caballos.


29

Los tésalos, que les guardaban rencor por este doble motivo, les despacharon un heraldo con la siguiente declaración: Foceos, ya es hora de que lo penséis mejor y reconozcais que no sois nuestros iguales. Antes, entre los griegos, mientras nos placía su causa, siempre tuvimos ventaja sobre vosotros, y ahora tanto podemos con el bárbaro que en nuestras manos está privaros de vuestra tierra y además reduciros a esclavitud. No obstante, aunque todo depende de nosotros, no guardamos memoria de los males sufridos; désenos en compensacibn cincuenta talentos de plata, y os prometemos apartar de vuestro país la invasión.


30

Eso les intimaron los tésalos, porque los foceos eran los únicos entre los pobladores de esa región que no se inclina han a Persia, por ningún otro motivo -según hallo yo en mis c:onjeturas- sino porque aborrecían a los tésalos. A mi parecer, si los tésalos hubieran favorecido la causa de los griegos, se habrían inclinado a Persia los foceos. A la intimación de los tésalos, replicaron que no darían el dinero, y que tenían ellos tanta oportunidad para inclinarse a Persia como los tésalos, si otra fuese su voluntad, pero que de su grado no serian traidores a Grecia.


31

Cuando les fueron transmitidas estas palabras, irritados los tésalos contra los foceos, se convirtieron en guías de camino del bárbaro. Invadieron la Dóride por Traquinia, pues por aquí se extiende una estrecha lengua de la Dóride, de treinta estadios de ancho más o menos, que se halla entre el territorio malio y el dorio, la cual en lo antiguo se llamaba Driópide; esta tierra es la metrópoli de los dorios del Peloponeso. Al invadirla los bárbaros no le causaron daño, porque sus pobladores eran partidarios de Penia, y los tésalos decidieron no causarles daño.


32

Pero cuando invadieron la Fócide desde la Dóride no pudieron tomar a los mismos foceos, porque una parte subió a las alturas del Parnaso; y la cumbre del Parnaso, por nombre Titorea, que se levanta aislada junto a la ciudad de Neón, es a propósito para albergar una muchedumbre. Allí transportaron su hacienda y subieron ellos. Pero los más se trasladaron a la ciudad de los locrios ózolas, Anfisa, situada más arriba de la llanura de Crisa. Los bárbaros corrieron toda la Fócide porque así dirigían los tésalos las tropas, y cuanto caía en sus manos lo quemaban y talaban, prendiendo fuego a las ciudades y los templos.


33

Marchando por allí a lo largo del río Cefiso devastaron todo, y quemaron completamente las ciudades de Drimo, Caradra, Eroco, Tetronio, Anficea, Neón, Pedieos, Triteas, Elatea, Hiámpolis, Parapotamios y Abas, donde había un rico templo de Apolo, provisto dé tesoros y de muchas ofrendas; había allí entonces y hay ahora todavía un oráculo. También quemaron este templo, después de saquearlo. Persiguieron a algunos foceos y los tomaron junto a los montes, y causaron la muerte de algunas mujeres por la cantidad de sus violadores.


34

Dejando atrás Parapotamios, llegaron los bárbaros a Panopea. Desde allí ya el ejército se separó y dividió. El cuerpo más numeroso y poderoso del ejército marchó con el mismo Jerjes en dirección a Atenas, e invadió el territorio de Orcómeno en Beocia. Todo el pueblo de Beocia se inclinaba a Persia, y unos macedonios distribuidos y enviados por Alejandro custodiaban las ciudades, y las custodiaban porque deseaban hacer manifiesto a Jerjes que los beocios eran partidarios de los medos.


35

Este cuerpo de los bárbaros se dirigió, pues, por esa parte; el otro, se lanzó con sus guías al templo de Delfos, dejando a la derecha el Parnaso. También éstos asolaron cuanto de la Fócide caía en sus manos. Quemaron, en efecto, las ciudades de Panopea, Daulis y Eólidas. Marcharon por esta parte, divididos del resto del ejército, para saquear el templo de Delfos y mostrar sus riquezas al rey Jerjes. Pues Jerjes, según oigo, conocía cuanto había digno de cuenta en el templo mejor que lo que había dejado en su casa, ya que muchos se lo decían sin cesar, y principalmente las ofrendas de Creso, hijo de Aliates.


36

Enterados de ello los delfios cayeron en terror extremo, y poseidos de gran espanto consultaron el oráculo acerca de los tesoros sagrados, si los sepultarían bajo tierra o si los sacarían a otro país. El dios no les permitió moverlos, diciendo que él se bastaba para proteger sus bienes. Al oír esto, los delfios pensaron en sí mismos. Enviaron sus mujeres e hijos a Acaya, al otro lado del mar, y los más de ellos subieron a las cumbres del Parnaso y llevaron su hacienda a la cueva Coricia, otros huyeron a Anfisa, la locria. En suma: todos los delfios abandonaron la ciudad, salvo sesenta hombres y el profeta.


37

Cuando los bárbaros invasores estaban cerca y divisaban el santuario, el profeta, cuyo nombre era Acérato, vió que estaban delante del templo las armas sagradas que habían sido traídas de la sala interior, las cuales no era lícito tocar a hombre alguno. Salió, pues, para dar noticia del prodigio a todos los delfios que quedaban. Cuando los bárbaros llegaron a toda prisa al templo de Atenea Pronea, les sucedieron prodigios aún mayores que el que había sucedido antes. Cierto que es maravilla no pequeña que por sí mismas aparecieran fuera del templo las armas de guerra, pero el portento que sucedió después es digno de admiración entre todos los portentos, pues, cuando los bárbaros estaban acometiendo el templo de Atenea Pronea, en ese instante les cayeron rayos del cielo, y dos cumbres, arrancadas del Parnaso, se precipitaron con gran estrépito contra ellos y derribaron un gran número, y del templo de la Pronea partió un grito de guerra y un clamor de triunfo.


38

La reunión de todos estos prodigios infundió terror en los bárbaros. Y sabedores los delfios de que hulan, bajaron y mataron un buen número. Los sobrevivientes huyeron en derechura a Beocia. Estos bárbaros que volvieron decían, segun oigo, que habían visto además otras señales divinas, pues dos hoplitas de talla más que humana les hablan seguido, dándoles muerte y alcance.


39

Dicen los delfios que esos dos son los héroes locales, Fílaco y Autónoo, cuyos recintos están cerca del santuario, el de Filaco junto al camino mismo, sobre el santuario de la Pronea, y el de Autónoo cerca de Castalia, bajo la cumbre Hiampea. Las peñas que cayeron del Parnaso se conservaban aún hasta nuestros tiempos, colocadas en el recinto de Atenea Pronea, en el cual cayeron al precipitarse entre los bárbaros. Así partieron esos hombres del santuario.


40

La flota de los griegos zarpó de Artemisio y fondeó en Salamina a pedido de los atenienses. Los atenienses les pidieron que fondeasen en Salamina para sacar del Ática a sus hijos y mujeres y para poder deliberar, además, sobre lo que hablan de hacer. Iban a celebrar consejo en las circunstancias dadas por verse defraudados en su esperanza, ya que creyendo encontrar en Beocia a todos los peloponesios juntos a la espera del bárbaro, encontraron que nada de eso había, y se enteraron en cambio de que estaban fortificando el Istmo, atentos ante todo a que se salvase el Peloponeso: a éste defendían y dejaban perder el resto. Enterados de todo eso, les rogaron, pues, que abordasen en Salamina.


41

Así, los demás fondearon en Salamina, y los atenienses en su propia tierra. Después de llegar echaron un bando: que cada cual de los atenienses salvara a sus hijos y domésticos como pudiese. En esa ocasión, los más los enviaron a Trecene, otros a Egina y otros a Salamina. Se apresuraron a ponerles en salvo deseosos de obedecer el oráculo, y muy particularmente por el motivo siguiente: cuentan los atenienses que una gran serpiente, guarda de la acrópolis, mora en el santuario. Asl cuentan, y además le hacen ofrendas mensuales como si estuviese allí. Las ofrendas consisten en una torta de miel. Esa torta, siempre consumida antes, estaba entonces intacta. Cuando la sacerdotisa dió noticia de ello, los atenienses abandonaron la ciudad con mucho mayor empeño, como que ya la diosa la había desamparado. Una vez que hubieron sacado todo, se embarcaron para donde estaba reunida la flota.


42

Después que los que venían de Artemisio fondearon en Salamina, se juntó, enterada de ello, la restante flota de los griegos que venía de Trecene. Porque se había convenido en reunirse en Pogón, puerto trecenio; y se reunieron en efecto muchas más naves que las que habían combatido en Artemisio, y provenientes de mayor número de ciudades. Era jefe de la flota el mismo que en Artemisio, Euribíades, hijo de Euriclides, espartano, si bien no de familia real; y los atenienses proporcionaron las naves con mucho más numerosas y veleras.


43

Formaban la flota los siguientes pueblos. Del Peloponeso, los lacedemonios, que proporcionaban dieciséis naves y los corintios que contribuían con la misma suma que en Artemisio. Los sicionios aportaban quince naves, los epidaurios diez, los trecenios cinco, los de Hermíona tres, todos los cuales, salvo los de Hermíona, son población dórica y macedna que había venido recientemente de Erineo, del Pindo y de la Driópide. Los de Hermíona son dríopes, arrojados por Heracles y los malios de la región llamada ahora Dóride.


44

Ésos, pues, eran los peloponesios que formaban la flota. De los pueblos del resto del continente, los atenienses proporcionaban el mayor número en comparación con todos los demás -ciento ochenta- y solos, pues los de Platea no combatieron en Salamina al lado de los atenienses por el siguiente motivo. Cuando los griegos al partir de Artemisio se hallaban a la altura de Calcis, los plateos desembarcaron en la ribera opuesta, Beocia, y se dedicaron a transportar a los suyos y por ponerles en salvo, quedaron rezagados. Los atenienses, en los tiempos en que los pelasgos poseían la llamada hoy Grecia, eran pelasgos y tenían por nombre cranaos; en el reino de Cécrope se llamaron cecrópidas, cuando Erecteo heredó el mando cambiaron su nombre en atenienses, y cuando Ión, hijo de Xuto, se convirtió en jefe de sus tropas, los atenienses se llamaron por él jonios.


45

Los megareos contribuían con la misma suma que en Artemisio; los ampraciotas acudieron en auxilio con siete barcos, y con tres los leucadios, que son un pueblo dórico, originario de Corinto.


46

De los isleños, los eginetas proporcionaban treinta; tenían también otras naves tripuladas, pero con ellas custodiaban su tierra y en Salamina combatieron con las treinta más veleras. Los eginetas son dorios, originarios de Epidauro; la isla tenía antes el nombre de Enona. Después de los eginetas venían los de Calcis con las veinte naves y los de Eretria con las siete que se habían hallado en Artemisio: éstos son jonios. Después venían los ceos, un pueblo jónico, originario de Atenas, que traían las mismas naves. Los naxios proporcionaban cuatro; enviados por sus conciudadanos a reunirse con los medos, como los demás isleños, sin hacer caso de sus órdenes, se allegaron a los griegos por empeño de Demócrito, ciudadano principal entre los suyos, quien capitaneaba entonces una trirreme. Los naxios son jonios originarios de Atenas. Los de Estira presentaban las mismas naves que en Artemisio, los citnios una sola y un barco de cincuenta remos; unos y otros son dríopes. También formaban parte de la flota los serifios, sifnios y melios, pues éstos fueron los únicos de los isleños que no habían entregado tierra y agua al bárbaro.


47

Militaban en la flota todos ésos, que moran de este lado de los tesprotos y del río Aqueronte. Porque los tesprotos son comarcanos de los ampraciotas y de los leucadios, y eran los que concurrían desde las regiones más lejanas. De los que viven más allá de ellas, sólo los de Crotona fueron los que ayudaron a Grecia en peligro, y con una sola nave; la mandaba Faulo, tres veces vencedor en los juegos píticos. Los crotoniatas son de origen aqueo.


48

Todos hacían la campaña con trirremes, pero los melios, los sifnios y los serifios, con barcos de cincuenta remos. Los melios, que son de origen lacedemonio, presentaban dos, los sifnios y los serifios, que son jonios originarios de Atenas, uno cada uno. El número total de las naves, fuera de los barcos de cincuenta remos, era trescientos setenta y ocho.


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Cuando los generales de las ciudades nombradas se reunieron en Salamina, celebraron consejo, y Euribíades invitó a que manifestase quien quisiera su opinión sobre cuál de entre los lugares que dominaban les parecía más apropiado para dar batalla naval. Daba el Ática por perdida, y proponía deliberar sobre los demás lugares. La mayoría de los opinantes coincidía en navegar rumbo al Istmo y dar el combate delante del Peloponeso, alegando que, de salir vencidos en el combate, si estaban en Salamina serían sitiados en una isla adonde no les llegaría socorro alguno, pero junto al Istmo podrían transportarse a sus tierras.


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Mientras los generales del Peloponeso alegaban estas razones, había llegado un ateniense anunciando que el bárbaro estaba en el Ática y la entregaba toda a las llamas. En efecto: las tropas que con Jerjes se habían dirigido a Beocia, luego de quemar la ciudad de Tespias (sus habitantes la habían abandonado y se habían ido al Peloponeso) y de hacer otro tanto con Platea, llegaron a Atenas y devastaron todo aquello. Y quemaron Tespias y Platea, porque por los tebanos se enteraron de que no se habían inclinado a Persia.

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