Índice de Los nueve libros de la historia de Heródoto de Halicarnaso | Tercera parte del Libro Octavo | Segunda parte del Libro Noveno | Biblioteca Virtual Antorcha |
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LIBRO NOVENO
CALÍOPE
Primera parte
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Mardonio, cuando Alejandro, de regreso, le indicó la decisión de los atenienses, partió de Tesalia y con todo empeño llevó su ejército contra Atenas. Dondequiera llegaba, reclutaba hombres. Los señores de Tesalia no se arrepentían en nada de lo que habían hecho antes y estaban mucho más dispuestos a guiar al persa. Tórax de Larisa había escoltado a Jerjes en su huída, y ahora conducia abiertamente a Mardonio contra Grecia.
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Cuando el ejército en su marcha llegó a Beocia, los tebanos trataron de detener a Mardonio y de aconsejarle, diciéndole que no había lugar más oportuno que aquél para sentar sus reales, y no le dejaban avanzar; debía establecerse allí, decían, y conquistar sin lucha toda Grecia. Porque si estaban de acuerdo los griegos que antes habían mostrado unanimidad, aun a todos los hombres del mundo sería difícil vencerles por la fuerza, pero si hicieres lo que te aconsejamos -le dijeron- tendrás sabidas todas sus resoluciones militares. Manda dinero a todos los hombres que gobiernan en las ciudades, y con eso dividirás a Grecia; en adelante, con ayuda de tu facción, someterás fácilmente a los que no sean partidarios tuyos.
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Así le aconsejaban, pero él no les obedeció, pues estaba poseído del deseo de tomar por segunda vez a Atenas, parte por arrogancia y parte porque mediante fuegos, a través de las islas, pensaba indicar a Jerjes, el cual estaba en Sardes, que se había apoderado de Atenas. Pero cuando llegó al Ática tampoco encontró a los atenienses, y se enteró de que los más se hallaban en Salamina y en las naves. Tomó la ciudad desierta, y entre la toma del Rey y la campaña siguiente de Mardonio pasaron diez meses.
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Una vez que estuvo en Atenas, Mardonio envió a Salamina a un Moríquides del Helesponto que llevaba la misma embajada que Alejandro de Macedonia había trasmitido a los atenienses. Y la enviaba por segunda vez, previendo que la decisión de los atenienses no le sería favorable, pero esperando que cediesen en su arrogancia, ahora que el Ática estaba conquistada y bajo su dominio.
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Por este motivo despachó a Moríquides a Salamina. Compareció éste ante el Consejo y expuso el mensaje de Mardonio. Uno de los consejeros, Lícidas, opinó que le parecía mejor recibir la embajada que exponía Moríquides y proponerla al pueblo. Ésta fue la opinión que expresó, ya sea que hubiese recibido dinero de Mardonio, ya que de suyo le agradase la embajada. Los atenienses del Consejo lo llevaron entonces muy a mal y, cuando se enteraron los que estaban fuera, rodearon a Lícidas y le apedrearon, pero despidieron a Moríquides sano y salvo. Como se produjera en Salamina tal alboroto a propósito de Lícidas, las mujeres de los atenienses se enteraron de lo sucedido y reuniéndose y exhortándose unas a otras, se dirigieron por propio impulso a la casa de Lícidas y apedrearon tanto a su mujer como a sus hijos.
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Los atenienses habían pasado a Salamina de este modo: mientras aguardaban que viniera del Peloponeso el ejército en su socorro, permanecieron en el Ática. Pero como los peloponesios procedían cada vez más larga y lentamente, y se decía que el invasor estaba ya en Beocia, pusieron en salvo todos sus haberes, y ellos pasaron a Salamina. Enviaron a Lacedemonia embajadores para reprochar a los lacedemonios por haber mirado con indiferencia que el bárbaro invadiese el Ática y no habérseles opuesto junto con ellos en Beocia, y también para recordarles cuánto había prometido el persa dar a los atenienses si mudaban de partido, y para prevenirles que si no socorrían a los atenienses, ellos mismos darían con algún medio de defensa.
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Cabalmente, durante este tiempo, los lacedemonios celebraban una festividad, la de Jacinto, y daban la mayor importancia a atender al culto del dios; y a la vez colocaban ya las almenas al muro que estaban construyendo en el Istmo. Cuando llegaron a Lacedemonia los mensajeros de los atenienses, trayendo consigo a embajadores de Mégara Y de Platea, se presentaron a los éforos y dijeron así: Nos han enviado los atenienses para deciros que el rey de Media no sólo nos devuelve nuestro territorio, sino también quiere tomamos por aliados en condiciones de igualdad y quiere damos también otra tierra, la que elijamos, además de la nuestra. Nosotros, por respeto a Zeus helénico y por juzgar indigno traicionar a Grecia, no hemos consentido sino rehusado, bien que agraviados y traicionados por los griegos; y aun sabiendo que es más provechoso pactar con el persa que luchar contra él, de ningún modo pactaremos con él por voluntad nuestra. Tan íntegra es nuestra conducta para con los griegos. Pero vosotros que estabais antes en terror extremo de que pactásemos con el persa, después de que conocisteis claramente nuestro modo de pensar -que de ningún modo traicionaríamos a Grecia-, y después de que está casi concluído el muro que levantáis a través del Istmo, no hacéis ningún caso de los atenienses. Concertasteis con nosotros oponeros al persa en Beocia y nos habéis abandonado, y habéis visto con indiferencia que el bárbaro invadiera el Ática. Por el momento, los atenienses están airados contra vosotros, porque no habéis obrado como quienes sois. Pero ahora os invitan a enviar con nosotros a toda prisa un ejército para aguardar al bárbaro en el Ática: porque ya que hemos perdido a Beocia, el lugar de nuestro territorio más oportuno para combatir es la llanura de Tría.
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Luego que oyeron esto los éforos, difirieron para el día siguiente la respuesta, y el día siguiente para el otro día: así lo hicieron durante diez días, difiriendo de un día para otro. Entretanto todos los peloponesios amurallaban el Istmo con mucho empeño y lo tenían casi concluído. No puedo decir por qué motivo a la llegada de Alejandro de Macedonia a Atenas, los espartanos se habían preocupado tanto de que los atenienses no se inclinaran a Persia y entonces no tenían el menor cuidado, sino porque estaba amurallado el Istmo, y les parecía que ya no necesitaban para nada a los atenienses. En cambio, cuando Alejandro había llegado al Ática, no estaba todavía amurallado el Istmo, y trabajaban en él llenos de terror por los persas.
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Al fin, los espartanos respondieron y enviaron el ejército de este modo. La víspera de la que iba a ser la última audiencia, Quileo de Tegea, que era en Lacedemonia el más influyente de los forasteros, oyó de los éforos todo el discurso que habían dicho los atenienses, y tras oírlo, les dijo así: Eforos, la situación es ésta: si los atenienses no están unidos con nosotros y son aliados del bárbaro, aunque esté tendido a través del Istmo un recio muro, el persa tiene abiertos grandes portales para el Peloponeso. Escuchadles, pues, antes de que tomen los atenienses alguna otra resolución que cause la ruina de Grecia.
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Así les aconsejó; los éforos inmediatamente tomaron en cuenta sus palabras, y sin decir nada a los embajadores que habían venido de las ciudades, todavía de noche enviaron cinco mil espartanos, asignando a cada uno siete ilotas, y entregando la dirección a Pausanias, hijo de Cleómbroto. Correspondía el mando a Plistarco, hijo de Leónidas;. pero éste era niño todavía, y aquél su primo y tutor. Porque Cleómbroto, padre de Pausanias e hijo de Anaxándridas, no vivía ya: tras conducir de vuelta del Istmo la tropa que había construído el muro, no mucho tiempo después, murió. Cleómbroto trajo el ejército de vuelta del Istmo por este motivo: mientras estaba sacrificando para vencer al persa, se oscureció el sol en el cielo. Pausanias escogió como colega a Eurianacte, hijo de Dorieo, varón de su misma casa.
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Así, pues, los hombres de Pausanias habían salido de Esparta. En cuanto rayó el día, los embajadores, que nada sabían de la salida del ejército, se dirigieron a los éforos, con intención de volverse también cada cual a su lugar, y una vez llegados dijeron así: Vosotros, lacedemonios, quedaos aquí, celebrando la festividad de Jacinto y divirtiéndoos tras abandonar a vuestros aliados. Los atenienses, como agraviados por vosotros y por falta de aliados, harán como puedan las paces con el persa y después, como sin duda nos convertiremos en aliados del Rey, marcharemos con él contra cualquier nación contra la que nos dirijan. Entonces aprenderéis qué consecuencias os resultarán de todo esto. A estas palabras de los embajadores, afirmaron los éforos con juramento que creían que sus tropas se hallaban ya en Oresteo, marchando contra los extranjeros (porque llamaban extranjeros a los bárbaros). Como nada sabían los embajadores, les interrogaron sobre lo que decían, y al interrogarles se enteraron así de toda la verdad; de tal modo que, llenos de maravilla, se marcharon siguiéndoles a toda prisa. Lo mismo hicieron, junto con ellos, cinco mil hoplitas escogidos entre los lacedemonios que viven en los alrededores de Esparta.
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Así se dirigieron presurosamente al Istmo. Los argivos, en cuanto oyeron que las tropas al mando de Pausanias habían salido de Esparta, enviaron al Ática como heraldo al mejor de los correos veloces que encontraron; pues antes habían prometido a Mardonio impedir la salida de los espartanos. Cuando llegó a Atenas, el heraldo dijo así: Mardonio, me enviaron los argivos para declararte que ha salido de Lacedemonia la juventud, y que no les es posible a los argivos impedirles la salida. Ojalá, pues, tomes una buena decisión.
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El heraldo se marchó de vuelta después de decir esto, y al oírlo Mardpnio ya no tenía ninguna voluntad de quedarse en el Ática. Porque antes de recibir el aviso, estaba en suspenso, deseoso de saber lo que harían los atenienses, y no dañaba ni perjudicaba el Ática, esperando todo el tiempo que pactarían con él. Pero como no pudo persuadirles, después de enterarse de toda la situación, salió antes de que las tropas de Pausanias invadiesen el Istmo; quemó a Atenas, y si había quedado en pie alguna parte de los muros, de las casas o de los templos, todo lo derribaba y arrasaba. Partió a causa de que el territorio del Ática no era apropiado para la caballería, y si salía vencido en el encuentro, no había retirada posible sino a través de una angostura en que unos pocos hombres podían detenerle. Resolvió, pues, retroceder a Tebas, y dar el ataque cerca de una ciudad amiga y de un país apropiado para la caballería.
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Así, pues, Mardonio retrocedió, y cuando ya estaba en camino llegó la noticia de que otro ejército de mil lacedemonios había llegado a Mégara como avanzada. Enterado de ello, tomó consejo con deseo de apoderarse primero de este cuerpo, de alguna manera. Dió media vuelta y condujo el ejército contra Mégara; la caballería que iba adelante, hizo correrías por el país de Mégara. Éste fue el punto más lejano de Europa, hacia Poniente, adonde llegó este ejército persa.
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Después de esto Mardonio recibió la noticia de que los griegos estaban reunidos en el Istmo. Entonces marchó de vuelta a través de Decélea, pues los magistrados de Beocia enviaron por los fronterizos de la región del Asopo, Y éstos le mostraron el camino a Esféndala y de ahí a Tanagra. Hizo alto por la noche en Tanagra, y al día siguiente se dirigió a Escolo y estuvo así en territorio tebano. Allí taló las tierras de los tebanos, aunque eran partidarios de Persia, no por ningún odio, sino forzado por la gran necesidad de hacer una fortificación para su campamento y, por si el ataque no le resultaba como quería, hacia ese refugio. Su campamento comenzaba en Eritras, y pasando por Hisias, se extendía hasta el territorio de Platea, situado a lo largo del río Asopo. En verdad, no hizo el muro de esa extensión, sino de unos diez estadios de frente, más o menos, cada lado.
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Mientras los bárbaros tenían ese trabajo, un ciudadano de Tebas, Atagino, hijo de Frinón, hizo grandes preparativos e invitó a un banquete al mismo Mardonio y a los cincuenta persas más notables, y éstos aceptaron la invitación; el banquete se daba en Tebas. Lo que sucedió y contaré a continuación, lo escuché de labios de Tersandro, ciudadano de Orcómeno, y de los más notables en su ciudad. Contaba Tersandro que también él fue invitado por Atagino a ese convite, como asimismo cincuenta tebanos, y que no se recostaron separadamente unos y otros, sino un persa y un griego en cada lecho. Cuando habían concluído la comida y cada cual bebía con su compañero, el persa que estaba a su lado le preguntó en lengua griega de qué lugar era, y él respondió que era de Orcómeno. Entonces dijo el persa: Ya que has sido mi compañero de mesa y de copa, quiero dejarte un recuerdo de mi pensamiento para que, enterado de antemano, puedas tomar una decisión que te sea provechosa. ¿Ves estos persas que están en el banquete y el ejército que hemos dejado acampado junto al río? En poco tiempo verás muy pocos de ellos con vida. Y al decir esto, el persa derramaba abundante llanto. Tersandro, maravillado ante tales palabras, le dijo: Pues ¿no es preciso decir esto a Mardonio y a los persas que le siguen en dignidad? Y, según contaba, replicó el persa: Huésped, lo que por voluntad de Dios ha de suceder, imposible es que el hombre lo aleje, pues ni aun quiere nadie dejarse persuadir de los que hablan lealmente. Muchos entre los persas sabemos esto, pero seguimos a Mardonio, condenados por la necesidad. La más odiosa de las penas del hombre es pensar mucho y no poder nada. Esto oí contar a Tersandro, y contaba además que él había comunicado inmediatamente esas palabras, antes de darse la batalla de Platea.
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Mientras Mardonio acampaba en Beocia, todos los demás griegos de esa región que abrazaron el partido persa proporcionaron tropas e invadieron Atenas junto con él; sólo los foceos no les acompañaron (aunque también ellos eran partidarios decididos de Persia), si bien por necesidad y no de grado, y no muchos días después de llegar a Tebas, vinieron mil hoplitas foceos al mando de Harmocides, el ciudadano más importante. Luego que también éstos llegaron a Tebas, Mardonio envió unos jinetes y les ordenó que se estacionasen solos en la llanura. Cuando lo hicieron, compareció inmediatamente toda la caballería. Y después de eso, corrió por el ejército griego que militaba con los persas el rumor de que fleCharía a todos, y este mismo rumor corrió también entre los mismos foceos. Entonces Harmocides, su general, les exhortó en estos términos: Foceos, pues es evidente que estos hombres nos han de entregar a una muerte segura (por calumnia de los tésalos, según yo presumo), preciso es que cada uno de vosotros se porte como bueno. Mejor es acabar la vida haciendo algo y defendiéndonos que ofrecemos a perecer de la muerte más vergonzosa. Y aprenda cada cual que son griegos los hombres contra los que han tramado la muerte ellos, que no son sino bárbaros.
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En esos términos les exhortó Harmocides. Los jinetes, después de haberles rodeado, se lanzaron contra ellos. como para matarles, tendieron los arcos como para flecharles y alguno quizá lo disparó. Los foceos les hicieron frente, apelotonándose por todas partes y apretando filas lo más posible; y entonces los jinetes se volvieron y marcharon de regreso. No puedo decir exactamente si fueron a matar a los foceos a ruego de los tésalos, y cuando vieron que tomaban la defensiva, temerosos de que a ellos mismos les sucediera algún desastre, se marcharon así de regreso, pues tal les había ordenado Mardonio. Ni puedo decir si quiso poner a prueba el valor que tenían. Pero cuando los jinetes se vinieron de vuelta, Mardonio despachó un heraldo para decirles lo siguiente: Buen ánimo, foceos: demostrasteis ser valientes, no como yo había oído. Ahora, haced esta guerra con afán, pues a beneficios no me venceréis ni a mí ni al Rey. En esto paró el caso de los foceos.
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Los lacedemonios cuando llegaron al Istmo acamparon en él; y enterados de eso el resto de los peloponesios que habían escogido la mejor causa, y aun algunos viendo a los espartanos en marcha, pensaron que no era justo quedarse atrás cuando los lacedemonios partían. Una vez que obtuvieron faustos sacrificios, se marcharon todos del Istmo y llegaron a Eleusis. También hicieron aquí sacrificios y como los lograran buenos, continuaron. avanzando, y junto con ellos los atenienses, que habían cruzado desde Salamina y se les habían reunido en Eleusis. Cuando llegaron a Eritras de Beocia, supieron que los bárbaros estaban acampados junto al Asopo y, teniendo en cuenta ese hecho, se alinearon enfrente, en las estribaciones del Citerón.
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Como los griegos no bajaban a la llanura, Mardonio envió contra ellos toda la caballería, a la que comandaba Masistio, bien reputado entre los persas, y a quien los griegos llaman Macistio; iba en un caballo neseo de freno de oro y bien adornado en el resto. Entonces, al dirigirse los jinetes contra los griegos, les atacaron por escuadrones, haciéndoles muchó daño y llamándoles mujeres.
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Por azar los de Mégara se hallaban formados en el punto más expuesto al peligro de todo el lugar, y por donde la caballería encontraba más fácil acceso. Los de Mégara, apretados por el ataque de la caballería, enviaron un heraldo a los generales griegos, y llegado que hubo, el heraldo les habló así: Dicen los de Mégara: aliados, nosotros no podemos resistir solos a la caballería de los persas si continuamos en la posición en que estamos desde el principio, aunque hasta ahora, bien que apretados, resistimos gracias a nuestra perseverancia y valor. Sabed ahora que si no enviáis alguna otra tropa que nos releve en el puesto, nosotros lo abandonaremos. Tal fue el mensaje del heraldo. Pausanias averiguaba quiénes otros de los griegos querrían ir como voluntarios a ese lugar y formarse para relevar a los de Mégara. Como los demás no querían, se ofrecieron los atenienses, y de éstos, los trescientos hombres escogidos a quienes capitaneaba Olimpiodoro, hijo de Lampón.
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Ellos fueron los que aceptaron el compromiso; y los que se alinearon en Eritras a la vanguardia de todos los griegos alli presentes, y tomaron consigo a los arqueros. Combatieron cierto tiempo, y el resultado de la batalla fue el siguiente: al atacar la caballería por escuadrones, el caballo de Masistio, que iba al frente de los demás, fue herido por una flecha en el costado, y por el dolor se irguió y arrojó de sí a Masistio. Al caer éste, los atenienses le acometieron enseguida, tomaron su caballo y le mataron aunque se defendía; y no pudieron matarle desde el principio por estar armado de este modo: llevaba por dentro una loriga de escamas de oro, y encima de la coraza una túnica de púrpura. Mientras le golpeaban en la coraza, nada hacian, hasta que viendo uno lo que pasaba le hirió en un ojo, y así cayó muerto. No sé cómo los demás jinetes no repararon en el suceso, pues ni le vieron caer del caballo, ni morir, y al volver grupas y retirarse tampoco lo advirtieron. Pero al hacer alto, le echaron de menos inmediatamente, porque no había nadie que les diera órdenes. Cuando advirtieron lo que había pasado, exhortándose unos a otros, cabalgaron todos para recobrar el cadáver.
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Viendo los atenienses que los jinetes ya no cargaban por escuadrones, sino todos juntos, llamaron en su auxilio al resto del ejército. Mientras toda la infantería venía en su auxilio, se produjo un encarnizado combate alrededor del cadáver. En tanto los trescientos estaban solos llevaban decididamente la peor parte y abandonaban el cadáver; pero cuando les socorrió el grueso del ejército, entonces los jinetes no resistieron más y no les fue posible recobrar el cadáver, sino que por añadidura perdieron otros jinetes. Alejáronse, pues, como unos dos estadios, deliberaron sobre lo que era preciso hacer y resolvieron, ya que no tenían jefe, volver al lado de Mardonio.
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Cuando la caballería llegó al campamento, Mardonio y todo el ejército hicieron grandísimo duelo por Masistio; se cortaron el pelo ellos y lo cortaron a sus caballos y a las bestias de carga, y se entregaron a tan intenso lamento que su eco llenaba toda la Beocia, pues había muerto el hombre más importante, después de Mardonio, ante los persas y ante el Rey.
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Tales honras fúnebres tributaron los bárbaros, según su usanza, a Masistio. Los griegos, como habían resistido al ataque de la caballería y después de resistido, la habían rechazado, cobraron mucho más ánimo, y ante todo colocaron el cadáver en un carro y lo llevaron por sus filas. El cadáver era digno de verse a causa de su estatura y belleza, y precisamente a causa de eso dejaban las filas e iban a contemplar a Masistio. Luego decidieron bajar a Platea, pues les pareció que la región de Platea era mucho más apropiada para acampar que la de Eritras, y sobre todo, mejor regada. Decidieron, pues, que era preciso llegar y acampar en formación en ese lugar y junto a la fuente Gargafia, que está en él. Recogieron sus armas y marcharon por las estribaciones del Citerón, pasando por Hisias, hasta el territorio de Platea, y al llegar se formaron por pueblos cerca de la fuente Gargafia y del templo del héroe Andrócrates, entre colinas no elevadas y en un paraje llano.
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Allí, en la formación, hubo un gran altercado entre tegeatas y atenienses, porque unos y otros reclamaban la segunda ala, alegando tanto nuevas como antiguas hazañas. Por su parte, los tegeatas decían así: A nosotros siempre se nos ha asignado este puesto entre todos nuestros aliados, en cuantas expediciones comunes han hecho los pueblos del Peloponeso, así antaño como hogaño, desde aquel tiempo en que, después de la muerte de Euristeo, los Heraclidas intentaron volver al Peloponeso. Ganamos entonces esa prerrogativa por la acción siguiente. Cuando salimos a la defensa, junto con los aqueos y con los jonios que entonces moraban en el Peloponeso, y sentamos los reales en el Istmo, frente a los invasores, entonces -según se cuenta- dijo Hilo que no era preciso que los ejércitos se pusiesen en peligro atacándose uno al otro, sino que luchase con él en combate singular y. en condiciones fijadas, el hombre del campamento de los peloponesios que ellos juzgasen el mejor. Opinaron los peloponesios que así debía hacerse y empeñaron un juramento para confirmar este convenio: si Hilo vencía al campeón del Peloponeso, los Heraclidas volverían a la tierra paterna, pero si era vencido, los Heraclidas, al contrario, se marcharían, retirarían su ejército y por cien años no procurarían volver al Peloponeso. De entre todos los aliados fue elegido un voluntario, Equemo, hijo de Eéropo, hijo de Fegeo, que era nuestro general y rey. Y luchó en combate singular con Hilo y le mató. Por esta hazaña ganamos entre los peloponesios de entonces, aparte muchos grandes privilegios que continuamos gozando, el mando perpetuo de la segunda ala en toda expedición común. A vosotros, lacedemonios, no nos oponemos, antes os damos a elegir el ala que queráis mandar y os la cedemos, pero declaramos que a nosotros nos corresponde dirigir la segunda, como ha sucedido antes. Y fuera de la hazaña referida, somos más merecedores de tener este puesto que los atenienses porque hemos reñido con éxito muchos encuentros contra vosotros, espartanos, y muchos contra otros. Así, pues, es justo que nosotros, tengamos la segunda ala antes que los atenienses,ya que ellos no han ejecutado hazañas como las nuestras, ni antaño ni hogaño.
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Tal dijeron, y de este modo replicaron a sus palabras los atenienses: Creemos que esta junta se ha hecho para luchar contra el bárbaro y no para pronunciar discursos; pero ya que el tegeata ha propuesto como debate narrar cuantas proezas, antiguas y modernas hemos ejecutado unos y otros en todo tiempo, nos vemos obligados a demostraros por qué poseemos nosotros, gracias a nuestro valor, el privilegio hereditario de tener el primer puesto, con preferencia a los árcades. En primer lugar, cuando los Heraclidas (a cuyo caudillo se jactan éstos de haber dado muerte en el Istmo) eran antes arrojados por todos los griegos a los que acudían huyendo de la esclavitud de Micenas, fuimos los únicos que les recibimos y abatimos la soberbia de Euristeo, y junto con ellos vencimos en batalla a los que entonces ocupaban el Peloponeso. En segundo lugar, cuando los argivos que marcharon con Polinices contra Tebas, murieron y quedaron insepultos, declaramos que nosotros fuimos en expedición contra los cadmeos, recobramos los cadáveres y los sepultamos en Eleusis, en nuestro suelo. Otra próspera hazaña nuestra fue el combate contra las Amazonas que otrora vinieron del Termodonte e invadieron el Atica, y en los trabajos de Troya no hemos sido inferiores a nadie. Pero de nada sirve recordar todo esto, pues los que entonces fueron bravos podrían ser ahora cobardes, y los que entonces fueron cobardes ahora podrían ser más bravos. Basta, pues, de hazañaS antiguas. Nosotros, aunque no pudiésemos ostentar ninguna otra hazaña -como podemos ostentar muchas y prósperas, si algún pueblo griego puede hacerlo- no obstante, por la de Maratón, somos dignos de poseer este privilegio y otros por añadidura, pues en verdad fuimos los únicos entre los griegos que combatimos solos contra el persa y, tras acometer semejante empresa, ganamos y vencimos a cuarenta y seis pueblos. ¿No merecemos, pues, por sólo esta obra, tener este puesto? Pero en semejante ocasión no es decoroso reñir por causa del puesto. Estamos prontos, lacedemonios, a obedeceros y a colocarnos donde y al lado de quienes os parezca más oportuno, porque doquiera estemos formados trataremos de portarnos como bravos. Dirigidnos, que os obedeceremos. Así respondieron, y todo el campo de los lacedemonios dijo a voces que los atenienses eran más merecedores de tener el ala que los árcades. Y así lo obtuvieron los atenienses y ganaron a los tegeatas.
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A continuación, los griegos que acudían y los que habían venido desde un comienzo se formaron de este modo: diez mil lacedemonios ocupaban el ala derecha; de éstos, cinco mil eran espartanos, y tenían una guardia de treinta y cinco mil ilotas armados a la ligera, siete para cada uno. Como vecinos eligieron los espartanos a los tegeatas, por su mérito y para conferirles honor; de ellos había mil quinientos hoplitas. Después de éstos, venían cinco mil corintios, quienes recabaron de Pausanias que estuviesen a su lado los trescientos hombres presentes de los potideos de Palena. Inmediatos a éstos se hallaban seiscientos árcades de Orcómeno, y a éstos tres mil siconios. A continuación de éstos seguían ochocientos epidaurios; junto a ellos se alinearon mil trecenios; a los trecenios seguían doscientos hombres de Lepreo; a éstos, cuatrocientos de Micenas y de Tirinto; a éstos seguían mil fliasios; junto a ellos estaban trescientos hermioneos; inmediatos a los hermioneos se hallaban seiscientos de Eretria y de Estira; a éstos, cuatrocientos de Ca1cis, y a éstos, quinientos ampraciotas. Luego de éstos estaban ochocientos de Léucade y Anactoria; inmediatos a ellos, doscientos de Pala de Cefalonia; luego de éstos se alinearon quinientos eginetas. Junto a ellos tres mil de Mégara; les seguían seiscientos de Platea. Los últimos y primeros en la formación eran los atenienses, que ocupaban el ala izquierda en número de ocho mil; era su general Aristides, hijo de Lisímaco.
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Todos éstos, salvo los siete al servicio de cada espartano, eran hoplitas y llegaban en conjunto al número de treinta y ocho mil setecientos. Éste era el número de todos los hoplitas reunidos contra el bárbaro; la cantidad de soldados armados a la ligera era la siguiente: en las filas de los espartanos había treinta y cinco mil (como que había siete por cada hoplita), y cada uno de ellos estaba aparejado para la guerra. Los soldados armados a la ligera de los demás lacedemoníos y griegos, como eran uno por cada hoplita, llegaban a treinta y cuatro mil quinientos.
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Así, la suma de todos los combatientes armados a la ligera era de sesenta y nueve mil quinientos, y la de todas las fuerzas griegas reunidas en Platea, incluyendo hoplitas y combatientes armados a la ligera, era de ciento diez mil hombres menos mil ochocientos; pero con los hombres presentes de Tespias se redondeaban los ciento once mil, pues estaban presentes en el campamento los hombres de Tespias que habían sobrevivido, en número de mil ochocientos. Tampoco éstos tenían armas pesadas. Así formados, pues, acampaban junto al Asopo.
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Los bárbaros al mando de Mardonio, cuando acabaron de llorar a Masistio, oyendo que los griegos estaban en Platea, comparecieron también sobre la parte del Asopo que corre por allí, y una vez llegados, Mardonio les formó contra los griegos de este modo: contra los lacedemonios colocó los persas, y como eran éstos muy superiores en número, les dispuso en más hileras, hasta alcanzar a los tegeatas. He aquí cómo los alineó: escogió todo lo más fuerte y lo colocó delante de los lacedemonios y formó lo más débil frente a los tegeatas. Procedía así informado y enseñado por los tebanos. Inmediatamente de los persas, formó a los medos: éstos, se oponían a los de Corinto, Potidea, Orcómeno y Sición. Inmediatamente de los medos formó a los bactrios: éstos se oponían a los de Epidauro, Trecene, Lepreo, Tirinto, Micenas y Fliunte. Después de los bactrios situó a los indos: éstos se oponían a los de Hermíona, Eretria, Estira y Calcis. A continuación de los indos formó a los sacas, los cuales se oponían a los de Ampracia, Anactoria, Leucade, Pala y Egina. A continuación de los sacas formó contra los de Atenas, Platea y Mégara, a los beocios, locrios, malios, tésalos y los mil foceos, pues a decir verdad no todos los foceos abrazaron el partido persa: algunos de ellos aumentaron las filas de los griegos desde el Parnaso, donde estaban acorralados, y se lanzaban desde este punto a pillar el ejército de Mardonio y los griegos que estaban con él. También alineó contra los atenienses a los macedonios y a los habitantes de los alrededores de Tesalia.
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Quedan nombrados los pueblos más grandes de entre los formados por Mardonio, los de más lustre e importancia. Pero también había tropas mezcladas de otros pueblos, como ser: frigios, tracios, misios; peonios, y otros; había también etiopes y los egipcios llamados hermotibies y calasiries, que llevan espada y son los únicos hombres de combate en Egipto. A éstos, que peleaban a bordo de sus naves, les hizo desembarcar cuando todavía estaba en Falero, pues los egipcios no habían formado con el ejército de tierra que había llegado a Atenas junto con Jerjes. De los bárbaros había trescientos mil, como queda señalado antes. De los griegos aliados de Mardonio nadie sabe el número, pues no hubo recuento; por conjeturar, conjeturo que se reunieron hasta cincuenta mil. Ésta era la infantería en formación; la caballería estaba formada aparte.
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Cuando todos estuvieron formados por naciones y escuadrones, al segundo día los dos ejércitos sacrificaron. El que hacía el sacrificio por los griegos era Tisámeno, hijo de Antíoco: éste era el adivino que seguía a ese ejército. Era natural de Élide y del linaje de los Iámidas, pero los lacedemonios le habían dado su ciudadanía. Porque al interrogar Tisámeno al oráculo de Delfos por su descendencia, le respondió la Pitia que ganaría los cinco más grandes triunfos. Sin acertar con el oráculo, se aplicó a la gimnasia, pensando que había de ganar en los certámenes gímnicos. Se preparó para el pentatlo y por una prueba hubiera ganado la olimpíada en competencia con Jerónimo de Andro. Pero los lacedemonios, advirtiendo que la profecía de Tisámeno no se refería a triunfos gímnicos sino a triunfos militares, trataron de persuadirle a fuerza de dinero para que fuese jefe de guerra junto con sus reyes, descendientes de Heracles, y él, al ver que los espartanos tenían tanto interés en conciliarse su amistad, averiguó el caso y subió el precio, y les declaró que si le hacían ciudadano con goce de todos los derechos, aceptaría; por otra paga, no. Al oír esto los espartanos, primero lo llevaron a mal y abandonaron del todo su pedido, pero al fin, pendiente sobre ellos el gran terror de este ejército persa, consintieron en otorgar su demanda. Y cuando percibió que habían cambiado de parecer, dijo que ya no bastaba con esas condiciones solamente, y que era preciso que hiciesen a su hermano Hegias espartano en las mismas condiciones que él.
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Con estos tratos, Tisámeno imitaba a Melampo, si pueden compararse las pretensiones de reino y de ciudadanía. En efecto, cuando enloquecieron las mujeres de Argos, y los argivos quisieron contratar a Melampo para que viniese a Pilo a poner fin a la enfermedad de sus mujeres, pidió como paga la mitad del reino. Los argivos no aceptaron y se volvieron. Pero como más y más mujeres enloquecian, prometieron entonces lo que había pedido y estaban por dárselo. Entonces, viendo que habían mudado de parecer, Melampo aspiró a más y dijo que si no daban a su hermano Biante el tercio del reino, no haría lo que deseában. Y los argivos, reducidos a aquel estrecho trance, también otorgaron esta demanda.
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Así también los espartanos, como necesitaban tanto de Tisámeno, le concedieron todo. Y luego que los espartanos le concedieron también eso, Tisámeno de Élide, convertido en espartano, ganó con ellos como adivino, los cinco más grandes triunfos. Éstos fueron los únicos hombres del mundo que recibieron la ciudadanía espartana. Los cinco triunfos fueron los siguientes: el primero, éste. de Platea; luego el de Tegea, contra los tegeatas y los argivos; después el de Dipea, contra todos los árcades, excepto los de Mantinea; luego el de Mesenia, junto a Itoma, y por último el de Tanagra, contra los atenienses y los argivos. Éste fue, de los cinco triunfos, el último en realizarse.
36
Este Tisámeno, pues, traído por los espartanos, profetizaba para los griegos en el territorio de Platea. Los sacrificios eran de buen agüero para los griegos si se mantenían a la defensiva; si atravesaban el Asopo e iniciaban el combate, no.
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Para Mardonio, que deseaba iniciar el combate, los sacrificios no eran favorables, pero también eran de buen agüero si se mantenía a la defensiva. Pues Mardonio usaba asimismo sacrificios según el rito griego, y tenía como adivino a Hegesístrato de Élide, el más ilustre de los Telíadas, a quien antes de estos sucesos los espartanos prendieron y enviaron al patíbulo, por haber recibido de él muchos agravios. Hegesístrato, hallándose en lance tan fuerte, a punto de perder la vida y de padecer muchos tormentos antes de morir, ejecutó una acción superior a todo encarecimiento. Mientras se hallaba encadenado en el cepo, se apoderó de cierta arma de hierro que había sido traída, e ideó inmediatamente la más valerosa acción de cuantas sepamos: calculó cómo podría sacar el resto del pie y cortó luego la parte delantera. Tras esto, como se hallaba custodiado por guardias, abrió una brecha en la pared y huyó a Tegea, andando de noche, y de día escondiéndo y guareciéndose en el bosque, de tal modo que a la tercera noche negó a Tegea, aunque le buscaban todos los lacedemonios en masa. Éstos tuvieron a gran maravilla su audacia, cuando vieron la mitad del pie en el suelo y no pudieron hallar al fugitivo. Así escapó entonces de los lacedemonios y se refugió en Tegea, que en ese tiempo era hostil a Lacedemonia. Después que recobró la salud y se hizo hacer un pie de palo, se declaró enemigo mortal de los lacedemonios. Pero al fin el odio que profesaba a los lacedemonios no le trajo provecho, pues le prendieron mientras profetizaba en Zacinto, y le dieron muerte.
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Pero la muerte de Hegesístrato sucedió después de la jornada de Platea; entonces se hallaba junto al Asopo, contratado por Mardonio mediante no pequeña paga, y sacrificaba con mucho afán, por el odio que tenía a los lacedemonios y por su propio lucro. Como los sacrificios no eran favorables para combatir, ni para los persas ni para los griegos que estaban con ellos (los cuales tenían también para sí un adivino, Hipómaco de Léucade), y los griegos acudían sin cesar, con lo que su número aumentaba, Timagénidas de Tebas, hijo de Herpis, aconsejó a Mardonio que guardase los pasos del Citerón, y le dijo que los griegos acudían cada día sin cesar, y que de ese modo interceptaría a muchos.
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Ya habían pasado ocho días que estaban los ejércitos formados el uno contra el otro, cuando Timagénidas dió ese consejo a Mardonio. Éste, advirtiendo que era buen consejo, cuando llegó la noche, envió la caballería a los pasos del Citerón que llevan a Platea, y que los beocios llaman Tres Cabezas y los atenienses Cabezas de Encina. Los jinetes enviados no fueron en vano, pues tomaron quinientas bestias de carga que entraban en la llanura y llevaban víveres del Peloponeso al campamento, y los hombres que seguían la recua. Cuando los persas tomaron esta presa, mataron sin piedad, no perdonando hombre ni bestia. Cuando se hartaron de matar, colocaron en el medio lo que quedaba del convoy y lo llevaron a Mardonio y al campamento.
40
Después de este golpe pasaron otros dos días, sin que ninguno de los dos ejércitos quisiera iniciar el combate; porque los bárbaros avanzaron hasta el Asopa, tentando a los griegos, pero ninguno de los dos lo cruzó. No obstante, la caballería de Mardonio siempre hostigaba y molestaba a los griegos, pues los tebanos, como tan fervorosos partidarios de los persas, llevaban la guerra con empeño y guiaban siempre a los bárbaros hasta la batalla; entonces les sucedían los persas y los medos, quienes, a su vez, demostraban su valor.
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