Presentación de Omar CortésCapítulo primero - Apartado 2 - Orígenes del régimen porfiristaCapítulo primero - Apartado 4 - Idea de la autoridad porfirista Biblioteca Virtual Antorcha

José C. Valades

HISTORIA GENERAL DE LA REVOLUCIÓN MEXICANA

TOMO PRIMERO



CAPÍTULO 1 - PAZ DE UN RÉGIMEN

EL PARTIDO LIBERAL




San Luis Potosí, ciudad de sesenta mil habitantes en 1900, si no es próspera en el orden económico, pues las tierras que la circundan son de pobreza gris, y el cielo que la cubre corresponde a los antojos de la naturaleza, sí es venturosa en diversos modos de la cultura.

Una tradicional lucha entre clérigos y librepensadores dio pie de formación a dos élites potosinas contendientes, de lo cual se originó una facultad intelectiva que si a veces fue chabacana y lugareña, en ocasiones se presentó humanista; profundamente humanista.

La clerecía, y con ésta una porción de individuos de la mejor sociedad potosina, constituían una clase muy activa y culta dirigida con mucha distinción y eficacia por el obispo Ignacio Montes de Oca, raro talento, copioso en latinismo como en vida mundana; porque Montes de Oca, aparte de su dignidad episcopal y de sus muchos cascabeles sociales, era hombre de grande y desafiante calidad y lustre.

Frente a ese agrupamiento de valores confesionales que dio a San Luis Potosí mucha jerarquía, puesto que allí, dentro de tal casino, todo era a semejanza de un dorado imperio entregado a la idea de Dios y que el pueblo potosino seguía con verdadera devoción; frente a ese agrupamiento, estaba otro círculo. Este correspondía al linaje liberal; y aunque de sus caudillos ninguno sobresalía en pompa y fulgor, en letras o autoridad al obispo Montes de Oca, hubo entre sus miembros, adalides dispuestos a bregar por lo que, incuestionablemente, ha sido la idea más alta y luminosa para los mexicanos: la libertad.

La libertad no era en aquellos oponentes a los dominios y designios del erudito y mundano prelado, la facultad única de ser y hacer, o la de autodeterminación o autoresponsabilidad. Otras y mayores parecían ser las aspiraciones que dentro del principio de libertad habían hallado los liberales potosinos: la que contiene uña virtud generosa, porque distribuye bienes en principio de justicia; la que es doctrina política, puesto que proclama la separación del Estado y la Iglesia; la que representa una comunión social, pues establece que el respeto al derecho ajeno es la paz; la que es bandera de lucha, ya que manda la exclusión de todas las sociedades confesionales de la escuela y vida civiles y la que, por último, es doctrina de derecho al exigir el cumplimiento de los preceptos constitucionales de 1857.

En el seno de aquellos liberales potosinos que trataban de rehacer al partido Liberal del siglo XIX, no faltaba la idea juarista; la de un juarismo que no sólo era pensamiento, sino también acción. Mas no acción contra la Iglesia, porque dentro de tales liberales existía un profundo sentimiento religioso. La acción estaba dirigida hacia lo que consideraban como un renacimiento del partido Conservador: el porfirismo. Tras de lo liberal, pues, se ocultaba el antiporfirismo. Creíase —porque tal era la esencia de la vieja doctrina liberal— que la rutina oficial significaba enemistad hacia el progreso; y en aquella gente, unida a la libertad estaba el culto del progreso. Ninguno de tales liberales, en su mayoría jóvenes, podía aceptar que el régimen porfirista tuviese manifestaciones de adelanto, mejoramiento y perfeccionamiento de la vida política de la República. Al general Díaz, lo caracterizaban en la escuela potosina (1901) como individuo ajeno a un porvenir abierto y franco de la Nación mexicana. Llamaban al régimen porfirista, con señalado desdén, régimen tiránico, lo cual significaba que era contrario a la democracia, a las libertades públicas y civiles y a las fuerzas de la civilización; ahora que para juzgar así al porfirismo había parcialidad, y por lo mismo fácilmente se incurría en los errores que a veces traen muchos infortunios a los pueblos.

Centro de aquellos fervorosos partidarios de la libertad —del liberalismo puro que salvó a México de la intervención extranjera, decían los documentos potosinos de la época— era un grupo juvenil acaudillado por Camilo Arriaga, Antonio Díaz Soto y Gama, Juan Sarabia, Librado Rivera y Humberto Macías Valadez.

Pocos eran los líderes de ese neoliberalismo; pero esos pocos poseían una gran resolución; tanta así que su finalidad era organizar y dirigir un movimiento político nacional, hecho partido en todas sus fases, al que empezaban por dar el apellido de Liberal. Liberal, reiteraban, porque el régimen porfirista había dado, contrariando las Leyes de Reforma, beligerancia política a la Iglesia. ¿No los obispos —escribieron los potosinos, en tono de combate y no de razón— mandan en autoridad eclesiástica y determinan en autoridad civil?

En esta última aseveración —se insiste— estaba la exageración de partido y también de localismo; pues si es cierto que Montes de Oca unía al gobierno de su episcopado el influjo de su personalidad sacerdotal y con lo mismo su palabra gozaba del respeto cerca de la autoridad civil, no se debe ignorar que los gobernadores de San Luis, Carlos y Pedro Diez Gutiérrez, con señalada maña política, y en medio de muchos artificios propios al ceremonial de esos días, dejaban que el obispo acariciara —sólo acariciara— gracias a sus aficiones mundanas, las puertas del edificio oficial. De esto —y bien probado lo tenía la autoridad civil— mucho se envanecía Montes de Oca creyendo, con lo mismo, haber ganado laureles.

Así como los enredos, tolerancias y conciliaciones que realizaban los gobernadores de San Luis no eran ni podían ser públicos, mientras el prelado se alababa presuntuosamente de sus propios valimientos, los liberales potosinos aprovechaban la coyuntura, para dar alma y cuerpo a un movimiento político y laico de muchas proyecciones constitucionales; y ya en este camino, que era quebradizo, fundaron el club Ponciano Arriaga.

El nombre del partido tiene muchas evocaciones: la de una política intransigente, un radicalismo popular, un señalado antigobierno y una definición valiente de lo que se proyecta. No habla de democracia electoral; tampoco de soberanía del pueblo. Sus campeones lo consagran prematuramente como una atalaya de las libertades.

De esta manera, ser socio correspondiente del club Ponciano Arriaga, lo mismo en San Luis que en cualquiera otro lugar de la República no era desafío al general Díaz, ni amenaza a la paz nacional, ni controversia con el mundo oficial, ni disputa de empleados administrativos. Los liberales potosinos pretendían una empresa política mediante la invocación de una sola palabra, la palabra Libertad.

Es, pues, en la capital potosina donde nace la idea y forma de un agrupamiento político que, tratando reivindicar el liberalismo mexicano, inicia, pasados los dos primeros años de nuestro siglo, una lucha moderada, pero de mucha determinación, contra el régimen porfirista. Mas como éste, dejando a su parte el aspecto de gobierno personal, voluntarioso y aconstitucional, no presentaba un blanco al cual apuntar y pegar certeramente; y como por otro lado, los liberales no poseían momentáneamente otra bandera que la del anticlericalismo ni otro principio que el de defender la Constitución de 1857, las actividades emprendidas en San Luis Potosí no adquirieron resonancia en la República.

Al final del 1904, el club Liberal potosino sólo tenía dieciocho grupos correspondientes en el país; y tales grupos representaban una afición política más que una realidad política. Los adalides potosinos habían fundado una parcialidad propia a las ciudades y por lo tanto estaban apartados de la mentalidad rural de México que era la que exigía un aparato y una dirección políticos.

Pero si el partido Liberal no lograba desenvolvimiento en medio de la clase rústica del país, en cambio atraía a los periodistas que en la ciudad de México se significaban, aunque con moderación, como los campeones de la oposición política al gobierno del general Díaz.

De todas maneras, debido a aquellos agrupamientos liberales, a los cuales se asociaban en algunas poblaciones de Veracruz y Oaxaca, de Hidalgo y Puebla los francmasones, ya existía en México un cuadro de luchadores antiporfiristas; ahora que a tal conjunto político le faltaba un ideario. La felicidad nacional, advertía no sin propiedad el liberal Santiago de la Hoz, no podía obtenerse con las solas restricciones civiles al clero.

Quizás —insinuaba— se requería un intento de democratización del gobierno porfirista. Pero, ¿qué hacer para llegar a tal fórmula?

Considerada la falla por los jóvenes liberales, éstos resolvieron enmendarla, proponiendo a los clubes liberales que hicieran preparativos a fin de cambiar el sistema de gobierno que existía en el país. Los liberales, acercaban con demasiada prisa a la conspiración y a la violencia; pero como carecían de medios económicos, tales proyectos sólo correspondían a las epístolas particulares o a los discursos dentro de los clubes. La República caminaba ajena a los pensamientos radicales; seguía entregada a la paz, y continuaba confiada en la respetabilidad que daba a la Nación el general Díaz.
Presentación de Omar CortésCapítulo primero - Apartado 2 - Orígenes del régimen porfiristaCapítulo primero - Apartado 4 - Idea de la autoridad porfirista Biblioteca Virtual Antorcha