Presentación de Omar CortésCapítulo primero. Apartado 8 - Responsabilidad del General DíazCapítulo primero. Apartado 10 - José Yves Limantour Biblioteca Virtual Antorcha

José C. Valades

HISTORIA GENERAL DE LA REVOLUCIÓN MEXICANA

TOMO PRIMERO



CAPÍTULO 1 - PAZ DE REGIMEN

EL CULTO A LA LIBERTAD




El mundo semiilustrado de México que precedió a la Revolución, no produjo ideas luminosas y menos ideas dichas con voces adecuadas, puesto que tal mundo vivía y se desarrollaba muy rudimentariamente. Esto no obstante, el santo y seña del hombre independiente resplandecía en la voz Libertad, con lo cual se estimulaba la creciente rivalidad entre las poblaciones de los cuatro puntos cardinales del país entregadas a la oscuridad y la capital de la República, que para el lugareño tenía el aspecto de lo insolente y corrupto.

En las poblaciones, ora de la Mesa Central, ora de la costa, había grupos medio ilustrados que hacían vivir sus ambiciones en torno a la libertad; de una libertad que proclamaba como principio la menos autoridad. De esos grupos sobresalían los inspirados por el P. Agustín Rivera, quien no por ser desordenado y farragoso en sus trabajos literarios y políticos, desmerecía en sus sentimientos humanos, democráticos y mexicanos; por la historia política de Fernando Iglesias Calderón, integérrimo opositor del gobierno porfirista; por los artículos periodísticos de José Ferrel y Luis Cabrera; por Andrés Molina Enríquez, el filósofo mexicano de la clase rural; pero dentro de esa gente, al igual de lo que acontecía en los agrupamientos correspondientes a los liberales, el amor a la libertad no pasaba de ser una solemnidad.

Así, más que manifestaciones ideológicas escritas, lo que hacía aletear un nuevo pensamiento político eran las conversaciones, siempre en voz baja, a la hora de las serenatas en las plazas públicas o la discusión medida, en las sociedades masónicas y espiritas; pues aunque éstas no tenían dirección ni confabulación en los negocios públicos, sí mantenían el espíritu del debate sobre lo que llamaban libre albedrío político y social. Esto, a pesar de ser tan acomodaticio, no dejaba de corresponder al vehículo de numerosos deseos y ambiciones que poco a poco se acrecentaban en el país, pero principalmente entre las clases populares.

Existían, pues, estímulos para los grupos que brotaban de la sociedad mexicana que vivía apartada de la vida oficial; y con lo mismo se formaba lenta, pero ciertamente, una doctrina que acicateaba a los hombres por estar inspirada en el tema único de la libertad. Esta —tal era el horror que inspiraba la prolongación del régimen personal de don Porfirio— estaba exornada por los más venerados sentimientos humanos; también por las más ilusivas pasiones; y como para comprenderla y practicarla no se requería escuela, sino razón, quién más, quién menos, la había hecho fundamento de todas las relaciones entre los individuos.

Fue así como la libertad se formó, primero dentro de las asociaciones de los medios ilustrados; después, entre la masa rural a manera de una obligación de conciencia y un culto de corazón heroico; y como de los hombres que acudieron a los llamamientos preliminares de la Revolución muchos no sabían leer ni escribir, el heroísmo —la virtud heroica de la libertad— se convirtió en la virtud suprema del individuo.

Servían, para acrecentar la tenacidad y apasionamiento del culto a la libertad, los jornaleros que iban y venían de Estados Unidos; los mineros, quienes siempre caminando de un mineral a otro mineral, se comunicaban los males que causaba la autoridad absoluta de los jefes políticos y los bienes que significaban para un pueblo las ambiciones libertarias; los agentes viajeros y barilleros, que eran las expresiones personales de la libertad mercantil y el enlace de las preocupaciones pueblerinas, y los maestros de escuela, quienes inspirados en las pobres, pero generosas ideas cívicas e históricas de los libros de texto, llevaban a sus alumnos y a los padres de sus alumnos, las nunca perdidas esperanzas de vivir en el goce de las libertades públicas y electorales.

Para la gente no ilustrada, pero interesada en que los progresos de la civilización que había dado al país el gobierno del general Díaz fuesen paralelos al desenvolvimiento de las condiciones populares, existían dos guías que servían a semejanza de un faro de luz. Tales guías eran la democracia norteamericana y el liberalismo juarista.

Juárez significaba la evocación sistemática de la gente del pueblo que lo presentaba a manera de contradicción con el régimen porfirista. Para quienes empezaban a pensar, el juarismo era la antítesis del porfirismo; y como a tal idea se unían las noticias que sobre la democracia norteamericana traían al país los labriegos que libremente pasaban a trabajar a Estados Unidos, se entenderá que sin necesidad de teóricos, el culto y práctica de la libertad estaba en marcha —en lenta marcha— dentro de México.
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