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José C. Valades
HISTORIA GENERAL DE LA REVOLUCIÓN MEXICANA
TOMO PRIMERO
CAPÍTULO 2 - LA SUCESIÓN
LA EMPRESA POLÍTICA DE MADERO
¿Preocupan al Centro — y Centro, se repite, se le llama al núcleo directivo del régimen porfirista que reside en la capital de la República- las actividades políticas locales?
Pero, ¿qué es el localismo para el gobierno de don Porfirio,
sino el suceso político fortuito, generalmente sin directores, y por lo mismo ajeno a cualquiera amenaza para los poderes federales? ¿Quién, por otra parte, puede temer a los caudillos lugareños, que cuando son llamados a la ciudad de México por los funcionarios o políticos nacionales, se rinden ante la
autoridad de los hombres que gobiernan al país?
Por todo esto, las palabras de Francisco I. Madero, excitando al pueblo de Coahuila, en ocasión a las elecciones locales, para oponerse a los designios del Centro, no pasan, en esos días, de ser voces febricitantes del desierto angustiado por la desolación y la canícula.
Madero, no obstante los informes que el gobierno del Centro tenía acerca de las actividades políticas que ejercitaba en San Pedro y en Coahuila, no representaba amenaza ni obstáculo para el triunfo que don Porfirio ordenaba o concedía al Partido Científico, ya en las elecciones municipales sampedranas, ya en
las elecciones para el gobierno de Coahuila.
Ahora bien: si el gobierno del Centro no consideraba a
Madero, éste sí creía en sí mismo. Creía en su voluntad, preparación, actividad y en su pueblo. Apenas derrotado en el suceso llamado electoral de San Pedro, proyecta y reúne un partido político coahuilense, y derrotado por segunda vez, lejos de desmayar asciende osada y vigorosamente por los peldaños
que pueden llevar al cielo político de México. Ha advertido, al efecto, que el localismo no triunfará mientras no exista el pensamiento y acción de un partido político nacional.
La idea, conducida, como él acostumbraba, a la meditación
reflexiva, le estimula el ánimo; pero le obliga a preguntarse a sí mismo cómo realizarla, sobre todo, cómo comenzar a realizarla. Por otra parte, ¿qué autoridad política poseía para una empresa de esa magnitud? Llevaba, indubitadamente, el nombre de una distinguida y rica familia norteña, pero eso no bastaba para iniciarse en una carrera política nacional. No creía que con sólo esa cualidad el pueblo le siguiese; y sabía que una causa política
en México requería ser popular, radicalmente populista.
Verdad que Madero estaba instruido en los principios
necesarios para las funciones cívicas, como para el ejercicio del mando y gobierno de cualquiera empresa; mas esto lo sabía un escaso número de personas: sus parientes y amigos.
Mas como todos los hombres generosos y osados, Madero
borró de su mente todas las interrogaciones capaces de ser obstáculos a sus designios, e imantado por la idea de hacer feliz a su patria, ora obteniendo las libertades públicas, ora cortando el hilo de la continuidad del régimen porfirista, consideró que lo más importante y certero era organizar el Partido de la Democracia Mexicana; y ya con esta resolución empezó a procurar colaboradores. Creía que era indispensable, como base para un futuro político de México, organizar una nueva pléyade de gobernantes. Mas, ¿dónde hallar el material humano a tal
objeto? ¿Quién o quiénes corresponderían a ese propósito?
Escribe Madero cartas epistolares y gacetillas para periódicos independientes que son pocos y de cortas capacidades, tratando de llevar el tema de sus desvelos a la discusión pública. Ayuda económicamente a Flores Magón, aunque luego considera que éste avanza por el camino del error al avivar el fuego de la subversión. Madero, al efecto, no creía en lo revolucionario. ¿Por qué la guerra en un pueblo que se ha adelantado por las
vías de la paz y la concordia? ¿Por qué no tener fe en la acción civil, legal y popular?
A fin de conciliar el pensamiento y las cuestiones que en él
se suscitaban, Madero en consideraciones palpitantes, dio planta y redacción a una obra política. No era un escritor; ignoraba las palabras adecuadas para expresar sus ideas: no era más que un miembro de la familia rural mexicana; no alcanzaba a columbrar todos los problemas nacionales. Así y todo, amaba tan
fervorosamente a su patria; amaba tan fervorosamente las libertades, que se dispuso a escribir tratando de convencer. Dio un título significativo y llano a su obra: La Sucesión Presidencial de 1910. Y empezó a escribir.
Cada una de las palabras del libro contiene una consideración práctica. El autor no pretende un futuro prometedor ni un pretérito condenable. La Sucesión deberá se un presente activo, apremiante y realizable. Y entendamos, al través de las páginas del libro, que Madero no escribe con el propósito de hacer pensar, sino como un medio para excitar lo generoso de las ambiciones y la racionabilidad de los principios sobre la mutabilidad de los hombres y sistemas. Tampoco intenta ganar el alma de las multitudes, pero sí formar el
espíritu heroico. No lidia con los problemas de la pobreza y sí con los de la opresión.
El libro está dedicado a los héroes de la patria, a los
periodistas independientes y a los buenos mexicanos.
Después de la dedicatoria, las páginas de La Sucesión, parecen ser las de un inspirado. Empieza admitiendo que su vida era estéril, ya que estaba caracterizada por la resignación y el egoísmo. Luego confiesa, que no obstante haber advertido
desde su juventud, los males que padecía la República, algunas veces pretendió borrarlos de su mente, para lo cual se aturdía a sí mismo entregándose febrilmente a los negocios y a la satisfacción de todos los goces propios a una refinada civilización.
En seguida de eso. es fácil encontrar al través de La Sucesión, las expresiones del temor que abrigaban todos mexicanos, de que los sistemas autoritarios del régimen
porfirista fuesen cada día más amenazantes para los soplos democráticos, que deberían ser pasta y ánima del México de 1910.
Reunió, pues. Madero en el libro dos propósitos. Uno, ofrecer un camino eficaz y pacífico para evitar el regreso a las violentaciones del Estado, que fueron tan comunes en el país a las postrimerías del siglo XIX y a los comienzos del siguiente. Este camino consistía en suprimir la reelección. Otro, exponer una política franca, abierta y definida que llevara al país hacia un régimen de partidos.
Para Madero, lo esencial era determinar en las páginas de su
libro, si el pueblo mexicano estaba o no apto para la democracia; y al efecto, escribió: ... no es tan difícil como se quiere hacer aparecer, el que un pueblo haga uso pacíficamente de sus derechos electorales ... La primera dificultad para que se implanten esas prácticas en nuestro suelo,
la han querido encontrar algunos publicistas en la ignorancia del 84 por ciento de nuestra población que es enteramente analfabeta ... [pero] el pueblo ignorante no tomará parte directa en determinar quiénes han de ser los candidatos para los puestos públicos, pero indirectamente favorecerá a las personas de quienes reciba mayores beneficios y cada partido atraerá a sus filas una parte proporcional del pueblo ... Generalmente, los pueblos democráticos son dirigidos por los jefes de partido que se reducen a un pequeño número de intelectuales ... Aquí en México ... no sería la masa analfabeta la que dirigiría al país, sino el elemento intelectual.
No era, pues, Madero un político ilusivo. Pensaba, no en el
poder de una masa amorfa, sino de una minoría selecta; ahora que olvidaba o ignoraba que una democracia electoral no era compatible con un pueblo rural como México. Así, en medio de afirmaciones democráticas. La Sucesión fija que es indispensable volver a constitucionalizar la no reelección presidencial, como era necesario establecer la efectividad del sufragio. Sin embargo, tratándose del problema presidencial de 1910, Madero no se opone a que por esa sola vez, sea tolerada la reelección del general Díaz a cambio de la libertad que se dé a México para elegir vicepresidente de la República, así como para votar a los diputados, senadores y gobernadores.
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