Presentación de Omar Cortés | Capítulo tercero. Apartado 1 - La población nacional | Capítulo tercero. Apartado 3 - Las ideas universales | Biblioteca Virtual Antorcha |
---|
José C. Valades
HISTORIA GENERAL DE LA REVOLUCIÓN MEXICANA
TOMO PRIMERO
CAPÍTULO 3 - EL MUNDO
VISTA HACIA EL EXTERIOR
Si no a una transformación del individuo y de la sociedad -transformación que equivaldría a una burla de las leyes naturales-, sí a una concepción de optimismo humano, ha llegado el mundo al entrar el siglo XX.
Signo inequívoco que de la elevada estatura racional de las
cosas ha adquirido el universo del pensamiento, no obstante que en sus excesivas afirmaciones producirá uno de los más violentos encuentros entre hombres y naciones, es el desarrollo que en Europa y Estados Unidos ha alcanzado la idea de la constitucionalidad. Y ésta, como se concibe y practica en Inglaterra, no sólo es jurídica y política. Comprende también a la legislación armónica de todas las partes de la sociedad y nacionalidad. Por lo mismo, las leyes y ordenanzas inglesas, llegan, o cuando menos tratan de llegar, a la unanimidad de los filamentos sociales.
Es por todo esto, que las naciones quieren huir de las
violencias internas; y los hombres que piensan, adelantándose, como notables previsores a acontecimientos que pueden ser funestos para la humanidad, pretenden la existencia de una paz de entendimiento racional.
Colateral a la constitucionalidad que asoma a todos los
rincones de Europa, es el desenvolvimiento que adquieren los
nuevos partidos y agrupamientos políticos orientados con ideas
sociales; pues, al efecto, logran una portentosa penetración
entre las muchedumbres, cuyos adalides creen posible extraer de
ellas numerosas y capaces individualidades.
Hay una verdadera internacional de partidos socialistas. En
Inglaterra, el Laborista ha ganado cincuenta y tres bancas en el parlamento. Jean Jaurés, con su Partido Socialista francés, obtiene un millón de votos hacia los días en que Madero inicia los trabajos de organización del Partido Antirreeleccionista. En España, el Partido Socialista acaudillado por Pablo Iglesias penetra a las cortes, en tanto los social demócratas alemanes se acercan a los triunfos políticos y electorales.
Por otro lado, el movimiento obrero es cuerpo amenazante
para la tranquilidad patronal europea; también para los
gobiernos. La idea de que la huelga general es el instrumento
más eficaz para obtener una legislación favorable a la clase
trabajadora, o para evitar la guerra, o a fin de llevar al poder a
los partidos socialistas y obreros, tiene mucho arraigo y
partidarios en Francia, Italia y Bélgica; ahora que el sindicalismo
independiente, apoyado, dirigido e idealizado por los anarquistas,
posee características propias y amenazantes para el Estado
en España. De este sindicalismo vigoroso y desafiante hay
fuertes ramas en el continente americano; ramas que no
sólo dan sombra e inspiración al movimiento obrero de
esta parte del mundo, sino que también, como acontece en
México influyen sobre los agrupamientos políticos liberales,
principalmente después del fusilamiento (octubre, 1909) en
Barcelona de Francisco Ferrer Guardia, librepensador, educador
y revolucionario español; suceso que en el país elevó
los valores del liberalismo y por lo mismo alentó para fustigar a
las dictaduras.
Pero no es todo eso lo único que ocurre en el orbe. En
Estados Unidos hay un mundo empresario, dueño de tantas y
osadas aventuras que a veces es amenazante, no sólo para los
pueblos de la tierra, antes también para su propio país; pues
parece dispuesto a abrazarlo todo con supremos egoísmo,
monopolio y usura, como si desconociera la vida y el derecho
del débil a fin de pretender, de esa manera, ser útil únicamente a
los intereses del fuerte.
Las empresas del acero, de los ferrocarriles, de la química,
del petróleo, de los minerales; y los hombres de la especulación
bursátil, de los bancos, de las compañías de seguros, todos esos
portentosos instrumentos de la que llaman Era Industrial, llevan
a cabo las luchas mercantiles e industriales y bancarias, más
prácticas imperiales que antes haya ideado el individuo.
Hay con esto, en Estados Unidos, una potencia más allá de
los millones y de los trusts y de los dólares. Trátase de una
potencia dentro de la cual se conjugan las dos mayores fuentes
de la conciencia humana: la ambición y la imaginación.
Pues bien: a esa potencia, que suele presentarse magnífica,
maravillosa e irrefragable, se han entregado los norteamericanos,
con el anhelo de obtener todas las victorias supremas que al
hombre le sea dable proyectar; y con todo esto, el poder de los
poderes, que no es el ciudadano sencillo y probo, sino el
empresario singularmente osado, burla las leyes de Sherman
contra los monopolios y la de Elkin con la que se ha pretendido
proteger al comercio libre. Ruedan también, ante el avance de
esos empresarios audaces e inescrupulosos, las medidas de
equilibrio financiero pretendidas por Pierpont Morgan.
Y mientras tal ocurre en torno al poder de los poderes, en el
mundo académico norteamericano, William Jennigns Bryan, es el
defensor de la paz, del platismo, del entendimiento social; y
lucha también para anular las leyes de California que prohiben a
los extranjeros la adquisición de bienes raíces y mandan la
expulsión de los japoneses.
Al ritmo de aquel brillante orador que era Bryan, el profesor
Woodrow Wilson no sólo realiza la primera parte de su idea de
Alta Constitucionalidad, sino que quiere dar ser y acción a una
nueva forma política democrática para el poder legislativo de la
Unión Norteamericana. Wilson pretende, si se hace una suma de
sus ideales, humanizar la política doméstica de Estados Unidos.
Tanto o más interesante que esos mundos académico e
industrial, pero de todas maneras al igual de decisivos que éstos
en la vida noramericana, es el mundo popular.
Ocho millones de individuos llegados a Estados Unidos de
todas las naciones de la Tierra, durante la primera década del
siglo XX, han conmovido los cimientos de aquel pueblo septentrional;
de aquel pueblo, que al final de la centuria XIX,
parecía marchar, como resultado de sus riquezas primeras, al
absolutismo político y económico.
Mas no sería así. Los inmigrantes desembarcaron en
suelo norteamericano no solamente nuevas personas, sino también
nuevas ideas, y a semejanza de los primitivos pobladores
europeos establecidos en las colonias del Norte, los inmigrantes
no sólo buscaban bienestar económico, sino también libertades.
Así, con lo uno y lo otro, influyen para el cambio del panorama
interior y exterior del conquistador adusto, turbulento e
intolerante que fue el norteamericano de la centuria anterior; y
como Estados Unidos se halla en la metamorfosis de la edad
rural a la edad industrial, puede decirse que en la década que
estudiamos se está produciendo una nueva mentalidad en el
pueblo de tal nación.
Con esa proyección de nueva vida, muchos vuelos, aunque
momentáneos, adquiere el desarrollo del Socialismo y de las
organizaciones específicas de la clase trabajadora. La American Federation of Labor, tiene dos millones de socios, y los Industrial Workers of the World agrupan, en grandes masas, a los
obreros radicales.
Tanto es el influjo de los socialistas en Estados Unidos que,
mientras Daniel de León gana fama como el teorizante más
atrevido del Socialismo, Eugene Debs no sólo es caudillo, sino
asimismo, candidato presidencial del Partido Socialista
norteamericano en la campaña electoral de 1908.
Todo ese mundo popular que vive y crece en Estados
Unidos, no se basta con pretender liberalizar a tal país. Lleva sus
miras, aunque idealizadas, más allá de las fronteras de su patria,
y en consecuencia, apostrofa a los gobernantes extranjeros que,
como el general Porfirio Díaz, han anonadado las libertades
públicas y se han apartado de la constitucionalidad; porque,
para ese sentir norteamericano en el que tanto han influido los
inmigrantes y los socialistas, en Estados Unidos hay un nuevo
amanecer; quizás un nuevo mundo, que únicamente puede
tener y dar una luz: la luz de la libertad.
Dentro de ese estremecimiento popular norteamericano, en el
que van aparejadas las ideas lo mismo de Karl Marx que de Henry George; de Carlos Kautsky hacia todo lo que en México sea o pueda ser antiporfirista; pues para esa gente, el nombre del general Porfirio Díaz sólo es comparable, en el seno de la maldad que se atribuye al gobernante, al del zar Nicolás II.
Presentación de Omar Cortés Capítulo tercero. Apartado 1 - La población nacional Capítulo tercero. Apartado 3 - Las ideas universales
Biblioteca Virtual Antorcha