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José C. Valades
HISTORIA GENERAL DE LA REVOLUCIÓN MEXICANA
TOMO PRIMERO
CAPÍTULO 4 - LA GUERRA
EL PLAN DE SAN LUIS
Para dar a conocer el Plan, Madero invita a sus lugartenientes, con quienes anteriormente había discutido el asunto; y aunque al principio hay objeciones, luego todos
lo aceptan.
En el documento, las ideas políticas parecen indeterminadas;
mas esto no por falta de doctrina, sino porque el Plan es una determinación de guerra. Al efecto, después del llamamiento para que los mexicanos tomen las armas a las seis de la tarde del 20 de noviembre de 1910, a fin de arrojar del poder a las autoridades que gobernaban al país, el Plan pone en
vigor las leyes que prohiben el uso de las balas expansivas y el fusilamiento de los prisioneros de guerra. En seguida manda que se investiguen y castiguen los abusos de las autoridades porfiristas; que para sustituir a éstas se organice un gobierno (presidido provisionalmente por Madero), de acuerdo con los preceptos constitucionales y, finalmente autoriza a los jefes
revolucionarios para incautar los fondos de las oficinas públicas e imponer préstamos a los particulares destinando todo eso al desarrollo de la revolución.
Dentro del Plan, hay un aparte que advierte el conocimiento que tiene Madero acerca de uno de los problemas capitales de México: el relacionado con la condición de la clase rural y de los medios para vivir, y de la necesidad de su progreso.
Mas, sobre todas las cosas, en el Plan, Madero busca la justificación legal y moral de la sublevación.
Desde que me lancé a la lucha (dice el caudillo) sabía muy bien que el general Díaz no acataría la voluntad de la Nación, y el noble pueblo mexicano, al seguirme a los comicios sabía perfectamente el
ultraje que le esperaba; pero a pesar de ello, el pueblo dio para la causa de la libertad un numeroso contingente de mártires ... y con admirable estoicismo concurrió a las casillas a recibir toda clase de vejaciones ... En tal virtud, y haciéndome eco de la voluntad nacional, declaro ilegales las pasadas elecciones y quedando por tal motivo la República sin gobernantes legítimos,
asumo provisionalmente la Presidencia de la República, mientras el pueblo designa, conforme a la ley, sus gobernantes. Para lograr este objeto, es preciso arrojar del poder a las autoridades usurpadoras que por todo título de legalidad ostentan un fraude escandaloso e inmoral.
Firmado el Plan, el documento circuló clandestinamente por la República desde los primeros días de noviembre (1910); los antirreeleccionistas se prepararon.
También en las cercanías de San Antonio los maderistas se
organizaban para la guerra. Los jóvenes hacían prácticas de tiro al blanco y estudiaban las tácticas del ejército. Un grupo de señoritas aprendían servicios sanitarios.
Y si los maderistas podían hacer todo eso dentro del
territorio noramericano, no es por que gozasen de la simpatía o apoyo del gobierno de Estados Unidos. Fue que siendo muy numerosa la población mexicana residente en San Antonio, resultaba fácil que hallasen hospitalidad y protección de sus compatriotas; y esto, a pesar de la vigilancia de los agentes judiciales de Estados Unidos, como correspondencia a las
acusaciones y peticiones del embajador mexicano en Wáshington.
Además era tanta y tan vigorosa la animosidad popular
texana hacia el gobierno del general Díaz; animosidad que mucho habían provocado los periódicos liberales editados en Texas, así como la prensa periódica texana, que si las autoridades de San Antonio no ignoraban del todo las actividades de los antiporfiristas, tampoco se atrevían a evitarlas, puesto que sabían cuán poderoso era el ambiente popular que se respiraba en las poblaciones fronterizas a favor de los enemigos del despotismo porfirista.
Influía asimismo en la neutralización de las autoridades de
Texas, el hecho de que San Antonio se había convertido en el centro de los abastecimientos bélicos para los revolucionarios, con lo cual los negocios mercantiles sanantonianos estaban siendo muy favorecidos.
San Antonio era, en efecto, un gran centro de operaciones
para los vendedores de pertrechos de guerra, de manera que la ciudad obtenía ganancias como consecuencia de las transacciones bélicas, así como con el nuevo comercio que se abría con los revolucionarios.
Jóvenes y viejos mexicanos, seducidos por la palabra
libertad, llegaban diariamente a la ciudad extranjera, de todos los rumbos de México, deseosos de saber cómo se iba a desenvolver la anunciada guerra y cuál era el puesto que a cada quien correspondería, pues ninguno de los comprometidos en la insurrección quería quedar atrás, y por lo mismo, todos pedían armas, municiones e instructivos.
Sin embargo, hacer la guerra no era tan fácil como hablar de
la guerra. Madero, con extremas previsiones, tejía sus proyectos bélicos. Confiaba en el alzamiento popular espontáneo en toda la República; pero sobre todo confiaba en el pueblo de Chihuahua, a donde, tenía la certeza, Abraham González, acaudillaría la insurrección.
Chihuahua, sería, pues, el cuartel general de la revolución.
Ahora lo que faltaba elegir era el punto del territorio nacional del cual se deberían apoderar primero los insurgentes a fin de establecer allí la capital provisional de la República. El punto elegido fue Ciudad Porfirio Díaz.
Aquí, empezaría a surtir efectos el Plan de San Luis.
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